lunes, 24 de febrero de 2020

¿POR QUÉ LA IGLESIA NO INVIERTE EN APOLOGÉTICA POR INTERNET?




Luis Fernando Pérez Bustamante


En español falta apologética de alto nivel, que sí existe en inglés, y por eso hay toda una corriente de conversos anglosajones en la Iglesia.
Esto es una carta a los obispos sobre el estado de la apologética católica en Internet.

Les escribo para expresarles mi preocupación sobre lo que considero como penoso estado de la apologética católica en lengua española. En Internet, y yo diría que también en la "vida real", la apologética católica hispana está en mantillas comparada con la que se hace en otras lenguas. Existe un déficit espantoso de acceso a textos, citas, libros, etc, etc.

Hablo de una apologética de alto nivel, no de esa que se usa para despachar en media hora a testigos de Jehová, evangélicos y similares que estén poco formados teológicamente. Para esa apologética de bolsillo sí hay material de sobra en nuestra lengua, aunque me aventuro a decir que la mayoría de los católicos de a pie la desconocen.
Yo me he tirado más de 7 años dedicando horas y horas y más horas (sin duda demasiadas, pues buena parte de ellas se las he robado a mi familia) a defender la fe de la Iglesia en diversos foros y listas de correo de Internet. Y ha habido momentos en que me he encontrado atado de pies y manos porque no tenía posibilidad de acceder a material que me ayudara a responder a determinadas materias, sobre todo de orden patrístico e histórico.
Aunque puedo leer el inglés con cierta facilidad, no puedo pasarme la vida traduciendo libros, argumentos y citas que no encuentro en mi idioma. De tal forma que a veces he pensado abandonar completamente esta actividad, porque no me apetece tener que quedarme a medias en un debate por no tener acceso a la bibliografía necesaria. No porque yo quede mal, que me importa un pimiento, sino porque quien queda mal es la postura de la Iglesia.
Grandes apologetas en inglés, ninguno en español
 Quizás puedo sonar muy drástico pero creo que la Iglesia no da la más mínima importancia a la apologética castellano-parlante en la red. Puedo nombrar a más de cinco grandes apologetas católicos de habla inglesa pero ni uno sólo que hable o escriba en español.
 La labor de esos grandes apologetas está siendo fundamental para que se esté produciendo un río de conversiones del protestantismo al catolicismo en EEUU. Esas conversiones (y lo dice alguien consciente de que el Señor le ha usado para ayudar a algunos) las contamos con los dedos de una mano en España e Hispanoamérica.
Ustedes ven como, sobre todo en Hispanoamérica, los católicos mal formados se van por manadas a las iglesias evangélicas y las sectas, y no parece que hagan mucho para formar apologéticamente a sacerdotes, teólogos y laicos. Es decir, no tenemos muchos continuadores de la labor apologética de San Francisco de Sales entre nuestros obispos, a pesar de que Internet podría considerarse como un nuevo Chablais al que conquistar para nuestra Iglesia.
Llaneros solitarios
 Algunos curas y laicos hacemos de llaneros solitarios, con pocos medios, en medio de un campo de batalla donde se juega la salvación de muchas almas. No lo hacemos por otra razón que no sea el amor a Dios y a su Iglesia. Pero no creo que sea mucho pedir a nuestra Madre y Maestra que se implique un poco más en esta tarea. Que nos ayude, que nos facilite la labor, que ponga a nuestra disposición buenos materiales, que forme a buenos apologetas, que cree organismos para que ellos se coordinen, que haya un plan de acción pastoral específico en el que ellos hagan bien su labor, ya sea en Internet, ya sea en los medios de comunicación, ya sea en la calle.
La Iglesia ha de entender que la apologética no es antiecuménica sino la mejor herramienta para un sano ecumenismo con los hermanos separados. Y en todo caso, es la mejor herramienta para evitar la sangría de católicos hispanos en dirección hacia el protestantismo y las sectas. Católicos que por lo general acaban por convertirse en furibundos anticatólicos, la antítesis del ecumenismo.
Insisto: es la Iglesia, como institución, quien tiene que poner los medios, el personal y hasta el dinero que haga falta. Ha de promover la publicación de libros apologéticos en la red y procurar su difusión masiva; ha de procurar la creación y difusión de más portales como Apologetica.org  (http://apologetica.org , que lleva casi 4 años sin actualizarse), Mercaba ( http://www.mercaba.org , es lo mejor que hay) y de grupos de apologetas especializados en diversas ramas (patrología, historia de la Iglesia, protestantismo histórico, sectas, ateísmo/agnosticismo, etc); ha de introducir, siquiera de forma elemental, la apologética en la formación catequética para así dar un arma eficaz a jóvenes y adultos católicos, que muchas veces no saben ni cómo dar razón de su fe cuando se les requiere.
 Es una tarea ingente que no podemos realizar cuatro y el de la botella por mucho ánimo que tengamos. Y espero que esta carta sirva también de acicate a ese gran número de teólogos que casi nunca asoman su cabeza por la red, y que se pasan la vida escribiendo libros que apenas leen ellos mismos.
En España no sufrimos todavía el trasvase de católicos al protestantismo porque padecemos algo bastante peor: su paso a la indiferencia religiosa.
 Pero aun así, muchos de los inmigrantes que nos llegan del otro lado del océano son ya miembros de iglesias evangélicas o de sectas, y saben muy bien como captar a sus compatriotas católicos que llegan acá y no se integran con facilidad en nuestras parroquias.
Éstos últimos necesitan de una buena apologética católica que les ayude a mantenerse en la Iglesia. Y creo que no hace falta que les diga lo útil que también sería una buena apologética a la hora de combatir a la disidencia teológico-eclesial, que ustedes han señalado como una de las principales responsables de la secularización interna. Hay algo mucho mejor que condenar a los heterodoxos: desmontar sus argumentos de forma pública y notoria.
Dios les bendiga y les guarde,
Luis Fernando Pérez Bustamante

Luis Fernando Pérez escribe habitualmente en su blog "Cor ad Cor Loquitur", de donde hemos tomado este texto.






domingo, 16 de febrero de 2020

LAS AMISTADES PELIGROSAS

            Si el papa Juan Pablo II se mantuvo firme ante la barbarie y la mendacidad comunista con un valor y una integridad que iniciaron las revoluciones de 1989; si el inmensamente culto y sabio papa Benedicto XVI dio al tenue nihilismo el nombre increíblemente descriptivo y acertado de “dictadura del relativismo”, el papa Francisco ha defendido nada menos que la acomodación al mundo en nombre del “cambio” y la deferencia a los supuestos “signos de los tiempos”. Tal como observó en una ocasión el cardenal Zen de Hong Kong, Francisco es capaz de ver a los comunistas como simples víctimas de la dictadura militar de Latinoamérica, amantes de los pobres y, por ende, más cristianos que los cristianos mismos en aspectos decisivos. Los gulags y las persecuciones religiosas masivas no encajan en esta visión de unos comunistas relativamente bondadosos.
            Como el estimable padre Raymond J. de Souza observó en el número del 28 de noviembre de 2019 del Catholic Herald, el papa Francisco tiene una debilidad por los líderes de izquierdas que oprimen a la sociedad civil en nombre de la justicia social y la solidaridad con los pobres. El líder boliviano recientemente destituido, Evo Morales, es, según escribe de Souza, “el líder favorito de América del Santo Padre”, lo que es “más que extraño, pues es un tirano”. Francisco se ha visto con el demagogo Morales seis veces en seis años y le considera un amigo. En un acto que nunca ha sido explicado adecuadamente por el Vaticano, observa de Souza, cuando el papa argentino visitó Bolivia en 2015 aceptó como regalo de Morales un crucifijo adornado con la hoz y el martillo. 
            Sin embargo, todo esto encaja con un patrón mucho más amplio. Francisco apreciaba sinceramente a Fidel Castro y, después de su visita a Cuba en 2015, les dijo a los periodistas que él veía en Castro a un ecologista verdaderamente comprometido. Nunca ha dicho una sola palabra, ni en público ni en privado, sobre la persecución de sus correligionarios en Cuba bajo el comunismo. La horrible tiranía de Castro, sus restricciones draconianas de la Iglesia católica no influyen en el juicio del papa sobre el hombre o el régimen. En Venezuela, los obispos han reiterado su petición al papa latinoamericano de que hable contra la dictadura de izquierdas y anticristiana del país; lo máximo que ha hecho el papa ha sido llamar al “diálogo entre una sociedad civil cada vez más oprimida” y un régimen cuyo “socialismo” él parece apreciar.
            Carlos Eire, el gran estudioso de la Reforma, de la Universidad de Yale, ha descrito este patrón como la “opción preferencial [de Francisco] por las dictaduras”. Brutalmente sincero, pero no hiperbólico, Eire fue un niño refugiado que huyó de la Cuba de Castro. Esta actitud de favor hacia los regímenes dictatoriales no está limitada solo a Francisco, sino que incluye a algunos de sus colaboradores más cercanos. El jefe de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, el obispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, gran amigo y acólito del papa, ha declarado, de manera surrealista, que la República Popular China es el país que mejor encarna la Doctrina social de la Iglesia en acción. ¿Qué tiene que ver el papa León XIII, el iniciador de la Doctrina social de la Iglesia y crítico apasionado del colectivismo socialista, con los restos del maoísmo en China?
            La corrección política -y la hostilidad a Occidente en cuanto Occidente- permea una buena parte de lo que este papado dice y hace. Este es un papado que ha permanecido en silencio ante la eliminación de las antiguas comunidades cristianas de los países árabes e islámicos de Oriente Medio. El Corán, insiste el papa Francisco, es incompatible con “toda forma de violencia”. Esto es falso y todo el mundo lo sabe. Donde el obispo Sánchez Sorondo ve justicia social y Doctrina social de la Iglesia en acción en China, otros, como ha observado Robert Royal, ven una intensificación de las persecuciones de los católicos y otros fieles religiosos, un daño medioambiental sin precedentes en Oriente como en Occidente, una política de aborto forzado, un control orwelliano de los disidentes y de toda expresión de independencia en la sociedad civil, y el encarcelamiento en campos de concentración de más de un millón de musulmanes uigures en el Noroeste. Royal, presidente del Faith & Reason Institute y editor de The Catholic Thing, observa justamente que los juicios erróneos del Vaticano son un lugar común: “El Vaticano sigue actualmente una línea constante de crítica contra Occidente y contra una supuesta xenofobia, codicia económica y ‘pecados’ medioambientales de Europa y Norteamérica”.
            Royal considera estos clichés ideológicos pueriles; según él, son políticas predecibles como manifestaciones de un “progresismo simplista”. Es un Vaticano que fusiona la verdad de Cristo con una “religión humanitaria” que se ha convertido en un sustituto de la religión que afirma la transcendencia. No hay mucha evidencia de un pensamiento político sobrio, ni siquiera de un ápice de realismo y de moderación en los asuntos humanos. El amor y la caridad se han politizado de manera desesperanzadora, confundiéndolos con un sentimentalismo utilizado como excusa para todo tipo de exceso, llevado a cabo en el nombre de una “humanidad” perfeccionada. Cuando se apoya un régimen totalitario y ateo que pone en peligro a los hijos de Dios, es evidente que se entra en un territorio problemático, moral y teológicamente hablando.
            ¿Quién tiene la responsabilidad de este vaciamiento constante, de este asalto a la ortodoxia cristiana tradicional y al sentido común moral y político? Para empezar, Francisco y su cohorte de partidarios de un “nuevo cristianismo”, que prestan una atención insuficiente al horizonte que los cristianos llaman “eternidad”. La Iglesia se está convirtiendo, literalmente, en una institución secular, obsesionada con la política y los temas sociales, ambos muy lejos de su competencia. Como el valiente obispo de Kazajistán Athanasius Schneider sugiere en su nuevo libro, Christus Vincit: Christs Triumph over the Darkness of the Age, el papa Francisco atiende sobre todo a cuestiones seculares, a saber: el cambio climático, el medioambiente (incluido el reciclaje adecuado del plástico), la inmigración, y lo hace de una “manera exagerada”. Este “activismo frenético”, como lo llama Schneider, se olvida de la preocupación por la vida del alma y las “realidades sobrenaturales” de la gracia, la oración y el arrepentimiento. 
            Este papa proclama la misericordia sin resaltar, al mismo tiempo, la necesidad de arrepentimiento, o la nueva y fundamental orientación del alma. Comparemos esto con el primero de los Evangelios, el de Marcos, en el que Jesús hace continuos llamamientos al arrepentimiento. No hay Reino de Dios sin que el alma se dirija, arrepentida, a la gracia y la bondad de Dios. Francisco tampoco parece creer en el arrepentimiento, temporal o eterno, por los pecados o crímenes graves. Después de cambiar el Catecismo unilateralmente para declarar que la pena capital es una práctica bárbara e ilícita, ahora sugiere que la cadena perpetua es inaceptable desde el punto de vista de la Iglesia. Parece ser que tiene una confianza utópica en la rehabilitación, y ningún sentido real del mal radical. Su tendencia es identificar el “magisterio de la Iglesia” y su firme enseñanza, que se remonta a los tiempos apostólicos, con sus propios caprichos y preferencias ideológicas. Este tal vez sea el aspecto más preocupante del papado actual.
            En el encuentro anual de la Conferencia Episcopal americana, que tuvo lugar en Baltimore el pasado mes de noviembre, el nuncio papal, el arzobispo mons. Christophe Pierre, reconvino a los obispos estadounidenses por no estar de acuerdo con el “magisterio del papa Francisco”. Los fieles católicos no hablan así. Esto es una demostración de un ultramontanismo inapropiado, que permite que un papa altere la enseñanza perenne de la Iglesia en nombre de un “cambio” o un acomodarse al zeitgeist, sin tener ninguna consideración hacia lo que es permanente en la ley moral natural. Como sugiere el obispo Schneider, hay algo unilateral en el pensamiento del papa Francisco sobre el crimen y el castigo y el supuesto carácter inmoral e ilícito de la pena de muerte. Francisco comparte de manera irresponsable lo que C. S. Lewis llamaba una “teoría humanitaria del castigo” que, como dice Schneider, “en principio da, implícita o explícitamente, un carácter absoluto a la vida corporal y temporal del hombre”. Hay una ceguera ante el poder del maligno y el pecado original que conforma este humanitarismo desde el principio al final. Casi no se habla -o no se hace en absoluto- sobre la necesidad de arrepentimiento y expiación por los pecados y crímenes graves, ni siquiera se reconoce que los “crímenes monstruosos” deben ser castigados por comunidades políticas decentes que desean salvaguardar el bien común. 
            Como bien observa el obispo Schneider, los castigos temporales a menudo llevan al arrepentimiento y a una transformación radical de las almas: testigo de ello es el “buen ladrón” que fue crucificado con Jesús en el Gólgota, que encontró la expiación -y la vida eterna- en el momento de su ejecución. Santa Teresa de Lisieux no participaba en manifestaciones de protesta exigiendo la abolición de la pena de muerte. Más bien rezaba para que criminales de corazón endurecido, a punto de ser ejecutados, respondieran al don de la gracia y se arrepintieran ante un Dios misericordioso que es nuestro padre y amigo. Esta comprensión del pecado, el crimen, el arrepentimiento y la responsabilidad es ajena a este papado y al ala “progresista” de la Iglesia católica, entregada al sentimentalismo humanitario que hoy en día pasa, con demasiada frecuencia, como cristianismo. 
            Sobre cuestiones como la guerra, la paz, la inmigración y la integridad de las fronteras, Francisco está guiado por el mismo moralismo humanitario que ha conformado su “activismo frenético” en otros frentes. En un libro de entrevistas, de 2018, con el sociólogo francés de izquierdas Dominique Wolton, Francisco desestima con gran rapidez la rica tradición católica de reflexiones éticas y prudentes sobre la guerra y la paz. Con el tono de una persona que no tiene responsabilidades políticas y que no tiene ni idea de lo que estas puedan ser, declara que no existe una guerra justa. Si lo que quiere decir es que ninguna guerra es sencilla o totalmente justa, está repitiendo la sabiduría del primer cristianismo acerca del impacto del pecado original incluso en las comunidades políticas decentes que intentan defender el patrimonio civilizado de la humanidad. Pero este papa, abandonando todo tipo de juicio equitativo y equilibrado, declara que solo con la paz se “gana todo”. Pasa por encima del hecho de que la “paz” también puede ser un vehículo de mendacidad, opresión, injusticia, violencia y genocidio, como se ha visto en los regímenes totalitarios. Como argumenta Vladimir Soloveiev en su Breve relato del Anticristo (1900), puede existir eso que se llama una “paz del mal” y una guerra buena o legítima (y viceversa, desde luego). La concepción de Francisco no se parece en absoluto a la “tranquilidad del orden” tan bien articulada en el libro 19 de la Ciudad de Dios de san Agustín. Ojalá demostrara más deferencia por la rica sabiduría teológica y filosófica del pasado.
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            Francisco parece creer, como hacían los antiguos leninistas, que las guerras están causadas por capitalistas codiciosos, por el afán de poder, influencia, gloria o fama, nunca por las ideologías totalitarias. Solo los progresistas o humanitaristas más naífs pueden considerar “el dinero” -“el estiércol del diablo”, como lo llama coloridamente el papa en sus conversaciones con Wolton- como “la mayor amenaza a la paz mundial”. ¡Ay!, meditaciones como esta se parecen más a las declaraciones de un laico progresista que a las reflexiones de un hombre de Iglesia “que conoce la verdad del hombre”, por citar al gran Pascal. 
            El silencio de la mayoría de los obispos de la Iglesia católica sobre esta bochornosa y destructiva mezcla de progresismo, activismo reflejo y rechazo informal de la más profunda sabiduría de la Iglesia es desconcertante. Hay excepciones. Como ha señalado reiteradamente el cardenal Gerhard Müller, antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Iglesia debe recuperar la claridad de la verdadera teología y la ley moral natural. “La renovación espiritual y moral en Cristo y no la descristianización de la Iglesia o su transformación en una ONG”, indicará el camino a seguir. Si la Iglesia no es más que una ONG humanitaria, entones no es santa ni duradera, por lo que será golpeada de un lado a otro por las distintas corrientes ideológicas. En su mensaje antes de Navidad de 2019, Francisco ha arremetido contra los “rígidos” tradicionalistas que no aceptan “los cambios”. También citó al cardenal Carlo Maria Martini, de Milán, que poco antes de su muerte en 2012 había afirmado que la Iglesia católica estaba atrasada “200 años”. Cabría preguntarse: ¿desde cuándo los estándares de un progresismo vacío moral e intelectualmente sustituyen a las perennes diferencias entre verdad y mentira, bueno y malo? ¿No desea la Iglesia ver y mantener “lo eterno en el tiempo”, tal como dijo T.S. Eliot de manera tan elocuente? 
            El cambio legítimo presupone una fidelidad mucho más profunda a la verdad imperecedera. Pero los progresistas y humanitaristas católicos han convertido la fe en un hecho histórico. Han sucumbido a lo que el filósofo político católico francés, Pierre Manent, llama “la autoridad del momento presente”. La verdad se desarrolla en esa triste emasculación de la fe de nuestros padres. El amor y la caridad toman una dirección puramente horizontal, y las verdades antiguas y perennes abren la puerta al “espíritu de los tiempos”. La bondad se convierte en un hecho histórico, que, en cada época o en cada generación, cambia en algo nuevo. Los cristianos progresistas del tipo que dominan la curia romana están obsesionados por la inminente transformación de la naturaleza humana y el mundo. Nos enfrentamos a una decisión existencial de primer nivel: la decisión de elegir entre lo que Eliot llama “las Cosas Permanentes”, o a un llamamiento ideológico, superficial a lo “que está ocurriendo”. Esperamos y rezamos para que el Santo Padre vea lo que está en juego cuando el objetivo es “cambiar” la Iglesia rápida y precipitadamente. 
            Cuando el general de los jesuitas, el progresista Arturo Sosa, S.J., le dijo al periodista que le estaba entrevistado que nadie tenía grabadoras en los tiempos de Jesucristo cuando este expuso su exigente enseñanza sobre el divorcio y las segundas nupcias, estamos ante un claro menosprecio de la verdad imperecedera y la Palabra de Dios revelada. Nada de esto tiene que ver con el discernimiento pastoral, correctamente entendido, ni con el “desarrollo de la doctrina” de san John Henry Newman. La doctrina se desarrolla, pero, contundentemente, no cambia. El carácter Trinitario de la deidad está presente de manera muy amplia en el Nuevo Testamento, y prefigurado en el Antiguo. Sin embargo, la doctrina alcanzó su articulación más plena y completa en el Concilio de Nicea (325). El desarrollo de la doctrina no le debe nada a la negación historicista de una verdad inmutable. Es una distorsión de la fe católica y del significado del famoso concepto de Newman. 
            Recientemente, en respuesta al último llamamiento del papa Francisco al “cambio”, a su advertencia contra la “rigidez”, a su desacertada exhortación a que la Iglesia se ponga al nivel del mundo moderno, George Weigel planteó una pregunta pertinente: ¿con qué se supone que tenemos que ponernos al mismo nivel? ¿La dictadura del relativismo, el culto al yo imperial y autónomo, la cultura del “sexo separado del amor y la responsabilidad”? Esto es lo que Jacques Maritain describió como “arrodillarse ante el mundo” en El campesino del Garona, su lamento profético, escrito en 1966, después del Vaticano II, una gran oportunidad de renovación espiritual, teológica y cultural que degeneró en una capitulación al nihilismo que había definido a la modernidad en sus formas menos sobrias y más extremas: la emancipación indiscriminada de la tradición, la cultura, la ley moral y la autoridad de la Iglesia. Weigel acababa su reflexión, publicada en First Things, con una observación que vale la pena ponderar. El antiguo secularismo de Albert Camus -utilizando el ejemplo de Weigel-, era decente, humano y luchaba por reafirmar la moderación contra el fanatismo ideológico y el deslizamiento, bastante rápido, de la cultura occidental hacia un nihilismo moral debilitante. Justamente, Weigel añade que el nuevo secularismo-cum-nihilismo, que ya asomaba su feo rostro a mediados de los 60, no tenía más que desdén por la verdad transcendental: “El nuevo secularismo era resentido, agresivo y estrecho de miras” y “ahora está firmemente comprometido en la tarea de sacar a la Iglesia católica de la vida pública en todo el mundo occidental”. Este es el espíritu de los tiempos, un nihilismo apenas oculto, con el que la revolución “francisquista” cree, erróneamente, que puede hacer su paz. A un cierto nivel, el papa Francisco, hijo de la Iglesia, debe apreciarlo. 
            Durante el lamentable sínodo de la Amazonia (octubre de 2019), la genuflexión ante una estatua que representa la diosa inca de la fertilidad (la llamada Pachamama) tuvo lugar en las iglesias de Roma. El cardenal Müller vio en todo esto idolatría y una profanación satánica. Por su parte, el papa Francisco solo ve solidaridad ecológica y respeto por otras “culturas”. De vez en cuando, el papa ha hecho un llamamiento a la evangelización. Y, al mismo tiempo, advierte contra los esfuerzos de convertir a la gente, o de proselitismo. La sospecha es que la evangelización que tiene en mente es sobre todo una cuestión secular al servicio de los “valores humanitarios” que definen el nuevo cristianismo. ¿De qué otra manera se puede explicar el llamamiento del papa a una “Alianza Educativa Global” que fomente los valores humanitarios y el activismo, y que culminará el 14 de mayo de 2020 en una cumbre en Roma? Esto no tiene nada que ver con la propuesta cristiana y mucho con un progresismo de moda e irreflexivo. No dudo de la integridad del pontífice, pero él es en parte un humanitarista que confunde la fe cristiana con una religión secular humanista. Un fiel católico está obligado a resaltar todo esto por el bien de la verdad y de la Iglesia. 
            Mientras la Iglesia permanece callada sobre “los crímenes y pecados que claman al cielo” (son palabras del papa emérito Benedicto XVI) -los terribles casos de abuso sexual de los sacerdotes y obispos y su encubrimiento-, Francisco dedica muchas de sus energías a promocionar el activismo ecológico (con un enfoque apocalíptico) y todo tipo de causas progresistas simplistas. A veces parece más la voz de un funcionario político de las Naciones Unidas que la del Vicario de Cristo en la tierra. La Iglesia institucional, es decir, sus obispos y conferencias episcopales, responden a esta revolución que está en marcha en la Iglesia con el silencio, la pasividad y esas actitudes burocráticas y de autoprotección que fueron la causa de la crisis de la Iglesia. Así de profunda es esta crisis. 
            La religión humanitaria, y la dictadura relativista que la acompaña, forman parte del profundo engranaje de la Iglesia de Roma, y está presente en sus más altos niveles jerárquicos. La Providencia tal vez salve a la Iglesia de convertirse en una rama de la religión humanitaria con la oración, pero solo si los fieles católicos se convierten en agentes honestos que dicen la verdad sobre nuestro Dios, todo amor y providencia. Santo Tomás de Aquino nos recuerda, en la pregunta 91 de la Suma Teológica, que la prudencia y virtud humanas son los medios cruciales que utiliza la divina Providencia para hacer su trabajo. La pasividad y el silencio ante los excesos de la revolución de Francisco, ante la transformación del cristianismo católico en un nuevo cristianismo humanitario (que ya había sido resaltado por Saint-Simon en Nuevo cristianismo, de 1825), será el final de la Iglesia católica tal como la conocemos. Cuando el “momento presente” se convierte en la autoridad, significa que se ha repudiado el Señorío de Cristo como Amo del Mundo (el título de una novela distópica sobre el Anticristo que, justamente, le gusta mucho al papa). Esto es precisamente lo que está en juego en el esfuerzo de crear una “nueva” Iglesia que quema sus puentes con el pasado y se comporta basándose en las nociones sin fundamento del progreso moral.
            El cardenal Robert Sarah, el obispo africano prefecto de la Congregación para el Culto Divino, muestra el camino para ser testigos fieles en esta época turbulenta. No ataca al papa y nunca deja de proclamar su devoción filial (genuina) al Santo Padre. Pero en cada paso que da, leal a la herencia apostólica, expone la fatuidad del nuevo cristianismo. En su libro La tarde se acerca y el día va de caída, una serie de conversaciones con el periodista francés Nicolas Diat, de una manera muy elocuente y fiel, el cardinal implora que se dé un testimonio cristiano en el que la oración no sea devorada por un activismo incesante, en el que la verdadera caridad no se confunda con la ideología humanitaria, en el que la liturgia evoque la presencia sagrada de Nuestro Señor Jesucristo, y en el que la teología no se transforme en política (estoy parafraseando un pasaje crucial del libro). Sarah creció en la Guinea de Sékou Touré, por lo que conoce el fanatismo marxista-leninista desde dentro. Vio el igualitarismo en acción, la persecución atea de la religión, los estragos crueles y sádicos llevados a cabo por la policía gubernamental. Rechaza insistentemente la “opción preferencial por las dictaduras [de izquierdas]” que, por desgracia, marca el pontificado de Francisco, como también su lamentable indiferencia al “fanatismo islamista, que mata para establecer el reinado del terror”. A Sarah le gusta una libertad política arraigada en la responsabilidad personal y “la autolimitación gozosa”. (Se puede reconocer la influencia de Aleksandr Solzhenitsyn, al que Sarah cita mucho en su libro, tanto como cita a Benedicto XVI.) 
            En lugar de arrodillarse ante el mundo y sucumbir a la fascinación de la modernidad tardía, en la que no hay lugar para elevar la conciencia ni para la verdad sin fisuras, el cardenal Sarah hace un llamamiento a la Iglesia para que testimonie sin miedo la verdad sobre el hombre. Debe dar testimonio, con celo evangélico y fidelidad a la ley moral natural, contra las terribles perversiones de la teoría de género y el transhumanismo, que son el “rostro pernicioso” del totalitarismo del siglo XXI, dado que también ellos “esperan mutilar y controlar la naturaleza [humana]”. La Iglesia tiene ahora una misión primordial: defender la naturaleza humana, la responsabilidad moral y la conciencia conformada por la verdad natural y divina (no por la obstinación dañina) como dones preciosos que vienen del Señor del Pan Eucarístico. Sarah lo explica muy bien: los hombres y mujeres de buena voluntad deben responder con entusiasmo y gratitud a un “espléndido acto de valentía por parte de la Iglesia” para recuperar las verdaderas fuentes de la libertad humana, la dignidad y la responsabilidad. Sin este acto de valentía, los progresistas guiarán a la Iglesia de Cristo por el camino de la renuncia gradual a todo lo que define la Iglesia cristiana como vehículo de la verdad divina, de la ley moral y de la fidelidad litúrgica al culto del Altísimo. Y como afirma en un nuevo libro, Des profondeurs de nos coeurs [Desde la profundidad de nuestros corazones], escrito en colaboración con Benedicto XVI, el nuevo cristianismo socava la comprensión auténtica y fiel del celibato sacerdotal, del sacerdocio realmente santificado por Dios.
            Al convertirse en profesionales chillones, dogmáticos y moralistas de una religión humanista políticamente correcta, la Iglesia toma el camino de la perdición. El filósofo político Leo Strauss, hablando en 1964 en la Universidad jesuita de Detroit, dijo que la Iglesia católica era el último cuerpo o institución espiritual que realmente apreciaba todos los obstáculos de un proyecto moderno que, abierta y deliberadamente, rechaza el derecho natural en el significado clásico y cristiano del término. Strauss hizo esta declaración justo en el momento en que importantes personajes dentro de la Iglesia sucumbían a una modernidad que era de todo menos sabia, sobria y admirable. Es lo que el filósofo político Eric Voegelin llamó, de manera muy adecuada, “modernidad sin control”. 
            Para las futuras generaciones, la Iglesia católica cargará con la vergüenza de haber capitulado ante el régimen totalitario de Pekín, un régimen que exige la lealtad al poder del estado y a la ideología comunista antes que la fidelidad a la gracia salvadora de Cristo. Un estado ateo controla, en la práctica, todos los nombramientos episcopales en China. Los sacrificios de la Iglesia clandestina, cuyos seguidores han permanecido fieles a Roma desde 1949, no son la preocupación principal del secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, ni del papa Francisco. Y no se deben subestimar las simpatías ideológicas que sienten algunos en los círculos que rodean al papa argentino por la tiranía china. Se están cometiendo los mismos errores, pero peores, que llevó a la política vaticana a una conciliación apenas oculta con los regímenes comunistas de Europa del Este (la llamada Ostpolitik de los años 60 y 70); evidentemente, no se ha aprendido la lección. Como observa el obispo Schneider, el gran cardenal húngaro Jozsef Mindszenty, que se opuso con firmeza a la política del Vaticano en relación con el régimen comunista de su país, y que fue despedido sumariamente por el papa Pablo VI, ahora ha sido declarado digno de veneración por sus “virtudes heroicas cristianas” al ser testimonio de la fe y oponerse al totalitarismo comunista. ¿Nadie en Roma puede unir los puntos y ver que la historia se está repitiendo? 
            La preferencia por las dictaduras de izquierdas no es solo la demostración de un papado obsesionado con el cambio, sino que es signo de una corrupción moral repugnante, en parte maquiavélica y en parte ideológica, en la escala más alta de la jerarquía de la Iglesia. Este momento actual nos llama a ser fieles a la moral imperecedera y las verdades teológicas, a adherirnos con lealtad al magisterio comprendido como el peso total de la sabiduría católica, y a rechazar con contundencia la sustitución del magisterio por una corrección política y una visión historicista que es evidente en algunos círculos de la curia. Y debemos mantenernos firmes, sin temor, en favor de nuestros hermanos y hermanas cristianos que sufren bajo la violencia islamista y la dictadura comunista. Mantengamos en alto el verdadero catolicismo y no el sustituto sensiblero en deuda con la religión humanitaria más que con la fe de los mártires. Esperemos que el papa Francisco se dé cuenta de la necesidad de una continuidad auténtica en la Iglesia -fidelidad a su antigua sabiduría-, y no de la búsqueda frenética de un cambio por el cambio. Es una esperanza que responde plenamente al respeto filial que los católicos fieles le deben al Santo Padre.
Publicado por Daniel J. Mahoney en National Review.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

jueves, 13 de febrero de 2020

AMAZONÍA

El Papa, en su sitio

Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
Católicos-on-line, febrero 2020

En la Iglesia católica de rito latino, que es la práctica totalidad de la Iglesia católica, no va a haber curas casados. Y no va a haberlos porque el Papa Francisco no ha tomado en consideración la propuesta del Sínodo para la Amazonía que los pedía. Aquello, como el conjunto de las propuestas sinodales, tenía un valor consultivo y el que tenía que tomar la decisión, el Papa, ha optado por no acoger esa recomendación.

Lo de menos es si eso se debe a la intervención del Papa Benedicto, en el libro escrito junto al cardenal Sarah, o si ya lo tenía decidido así el Papa Francisco antes de la aparición de ese libro. Lo importante es el resultado final: no habrá curas casados. Supongo que el disgusto será enorme entre los que daban por seguro que el Santo Padre permitiría que los diáconos casados fueran ordenados sacerdotes. Espero que apoyen la exhortación apostólica con el mismo entusiasmo con que la hubieran apoyado si hubiera recogido lo que ellos pedían.

Ahora vamos con las consecuencias. La primera es que permite centrarse en los problemas de la región amazónica, que han estado opacados por la cuestión del fin del celibato sacerdotal. Al final, todo se había reducido a eso, como si los problemas que se presentan en la evangelización y defensa de los derechos de los indígenas y de la naturaleza se solucionaran sólo por el hecho de tener curas casados.

La segunda consecuencia es que el Rhin no va a llevar agua ni del Amazonas ni del Tíber. El verdadero problema, como he repetido ya muchas veces, no era la ordenación de casados -en la Iglesia católica los tienen los de rito griego y los del ordinariato anglicano-, sino que eso se hubiera interpretado como un primer paso para recorrer un camino que nos equipararía con las Iglesias protestantes. No es un invento mío, es lo que piden abierta y públicamente los que promueven la llamada “nueva Iglesia”, que se ve muy bien reflejada en el Sínodo alemán. Los cuatro pasos que ellos quieren dar empiezan por el fin del celibato sacerdotal, sigue por la aprobación de la homosexualidad y los curas casados homosexuales, continúa con el sacerdocio femenino y culmina con el episcopado femenino, tanto homosexual como heterosexual. Repito lo que ya he dicho: lo tienen los luteranos alemanes y suecos, entre otros, y es lo que la “nueva Iglesia” promueve abiertamente en un Sínodo que el cardenal de Colonia ha calificado ya de “protestante”.

Ahora lo van a tener más difícil, porque el primer paso -el de los curas casados- lo van a tener que dar ellos solos, sin justificarse en que ya había sido aprobado para las remotas regiones amazónicas. Y, tras ese, tendrán que dar los demás, pero sabiendo que van a tener enfrente al Papa Francisco, que si no ha cedido en lo de los curas casados mucho menos cederá en el resto.

Esta es la clave para interpretar la sorprendente renuncia del cardenal Marx a seguir liderando el episcopado alemán. Como se prevé que el choque entre ellos y Roma sea inevitable, se ha puesto a un lado porque no podría compaginar a la vez el liderazgo de una Iglesia enfrentada con el Vaticano y el asesoramiento al Papa en asuntos tan importantes como la economía. Mantendrá su presencia en Alemania, como arzobispo de Múnich, y en Roma, como asesor del Papa, pero dejará que sean otros los que carguen con la responsabilidad de aprobar normas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia. Él hará de puente, si es que se puede hacer de puente en un contexto que se prevé de abiertas hostilidades.

En todo caso, lo importante ahora es que no se ha modificado el sacerdocio católico y que, por lo tanto, no se modificarán otras cosas. El Papa ha ejercido como tal, de una manera equivalente a lo que hizo San Pablo VI con la “Humanae vitae”. Es previsible que le lluevan las críticas de los que se sientan decepcionados, como le sucedió a aquel pontífice. Apoyémosle con nuestro cariño y con nuestra oración, como hemos hecho siempre. Sus verdaderos amigos hemos estado siempre a su lado, rezando por él y aceptando con paciencia que nos insultaran diciendo que éramos sus enemigos; han sido los que se decían amigos suyos los que le han manipulado y ahora posiblemente le vuelvan la espalda. Gracias, Santo Padre. Gracias, de todo corazón.

lunes, 3 de febrero de 2020

LA TRAGEDIA DE LOS INOCENTES



Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote FM

Católicos-on-line, febrero 2020

Me han hecho reflexionar mucho unas palabras de un cardenal italiano, con el cual comparto un gran amor a Chiara Lubich, la fundadora de los Focolarinos. Según la prensa, habría dicho a un grupo de periodistas que está cansado de tanta crítica negativa y de tanto insulto al Papa y habría invitado a los que consideran que la Iglesia es demasiado estrecha para ellos a que se hicieran protestantes.

Yo también estoy en contra de los insultos, contra el Papa y contra cualquiera -por ejemplo, contra Benedicto XVI o el cardenal Sarah-. Muchas veces he dicho que ese no es el camino y que la razón se pierde, al menos en parte, cuando se pierden las formas. Así que estoy de acuerdo con el cardenal en que los insultos, todos los insultos y no sólo los de un sector, deben terminar. Podemos discutir, e incluso podríamos separarnos, pero no deberíamos jamás dejar de amarnos. ¿Cómo puedo defender la verdad, o lo que yo considero que es la verdad, faltando a la caridad?

Más confusas son las palabras que habría dicho a continuación el cardenal italiano, porque habría invitado a hacerse protestante a los que no les gusta la Iglesia católica porque la consideran demasiado estrecha; esta frase podría ir dirigida a los que quieren reformas que la Iglesia no puede admitir -como la del sacerdocio femenino- y se quejan precisamente de esa estrechez; tendría razón el cardenal al invitarles a que entren en una de las muchísimas comunidades eclesiales protestantes, donde eso está aceptado desde hace muchos años. Lo que pasa es que el cardenal ha unido esa frase a la crítica hacia el Papa. ¿Se refería a los que quieren que la Iglesia acepte todo lo que el mundo exige, y acusan al Santo Padre de ser demasiado conservador? Si esta fuera su intención, no tendría ninguna objeción que hacerle. Pero, en cambio, si lo que Su Eminencia quiso decir es que deben hacerse protestantes los que no están de acuerdo con la confusión que hay en la Iglesia y con algunos cambios en las normas morales -como la comunión a los divorciados vueltos a casar- que fueron concedidas como excepciones y se han generalizado en muchos sitios, me atrevo a decirle, con todo respeto, que eso es una incongruencia. Porque lo que esos católicos desean es, precisamente, ser católicos, seguir siendo católicos. Lo que les hace sufrir es ver que su Iglesia, a la que aman, se desliza hacia el protestantismo. ¿Cómo van a hacerse protestantes si lo que no quieren es que la Iglesia se haga protestante?

Detrás de todo esto, lo que pasa desapercibido es justamente lo más importante: el sufrimiento de muchos católicos que aman a su Iglesia, que aman al Papa, y que no entienden lo que está pasando y se sienten desgarrados por ello. Son esos “niños” de que hablaba Benedicto XVI en aquel mensaje que envió a los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo, reunidos en Roma para debatir la cuestión de la pederastia en el clero, y que nunca llegó a su destino. Son esos “inocentes” que no saben teología, pero que persisten en la fidelidad a la Iglesia y en el cumplimiento, aunque no sea perfecto, de sus normas morales. Estos inocentes están viviendo una auténtica tragedia, porque por un lado aman a Cristo, a su vicario y a su Iglesia, y por otro están desconcertados ante lo que está sucediendo. ¿Se pensó en ellos cuando se produjeron los actos de culto a la Pachamama en el Vaticano? ¿Se piensa en ellos cuando, como consecuencia de aquello, son invitados a irse a las sectas, en Latinoamérica pero cada vez más también en África, porque los pastores de esas comunidades les dicen que en la Iglesia ya no se adora a Jesucristo? O, por ejemplo, ¿ha pensado el arzobispo de Lima, cuando acaba de prohibir que el Señor de los Milagros procesione en Semana Santa, en lo que van a sufrir muchos miles de peruanos devotos, que lo interpretarán como una falta de amor a su querida imagen?

Es en estos inocentes, que son la inmensa mayoría de los católicos practicantes, en los que tenemos que pensar. Hay que centrarse en buscar respuestas para el bien de la Iglesia y de la humanidad, y no quedarse sólo en la crítica de lo que no se está haciendo bien, aunque a veces no quede más remedio que señalar lo que no va bien para que no vaya peor. El camino, como dije la semana pasada, es el de una fidelidad creativa que incorpore las novedades sin traicionar el mensaje de Cristo. Pensemos en los inocentes y en la tragedia que están viviendo. Los responsables deberían tener en cuenta lo que dijo el Señor sobre lo que les sucederá a los que escandalizan a los pequeños.

sábado, 1 de febrero de 2020

MAGALLANES Y LA FUNDACIÓN ESPIRITUAL DE LA ARGENTINA



Doctor Héctor Fasoli

Aica, 1-2-20

El 1 de abril de 2020 se cumplirán 500 años de la celebración de la primera misa en el territorio que tres siglos después será la República Argentina.
Aquella misa oficiada en las costas de la bahía de San Julián (en la actual provincia de Santa Cruz) constituyó un acto fundacional de nuestra patria, anterior a cualquier institución política en estas tierras: la Argentina tuvo así el singular designio de haber nacido primero espiritualmente y después de manera secular ya que la Eucaristía se celebró treinta y tres años antes que la primera población políticamente reconocida (Santiago del Estero, fundada en 1553).

El carácter espiritual de la celebración estuvo rodeado de hechos profundamente terrenales -gloriosos unos, deshonrosos otros- que no solo acentúan el acto trascendental que referimos, sino que también tienen carácter profético para lo que será la historia de nuestra nación. Además, desde los remotos territorios patagónicos se iniciaría una etapa fundamental en la historia de la humanidad: la primera circunvalación al planeta, la expedición más memorable que jamás se haya realizado y que no ha sido igualada hasta el presente.

El relato que sigue respeta lo más fielmente posible los acontecimientos y se permite algunas conjeturas que realzan la trascendencia histórica de la gesta.

De España al Fin del Mundo
A mediados de febrero de 1520 cinco embarcaciones procedentes de España recorren las costas occidentales del sur del continente: son la Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago. La escuadra está al mando de don Fernando de Magallanes, capitán general de la Armada para el Descubrimiento de la Especiería. Los más de doscientos tripulantes -entre ellos cuatro clérigos- conocen bien las instrucciones reales: no era campaña de conquista sino de exploración y comercio. El idioma castellano se confunde con el portugués, el vasco, el inglés, el gaélico, el alemán…, en una Babel flotante que se encamina a un destino incierto impulsada por el viento pero sobre todo por la fuerza de la idea del Capitán General, tan magnífica como descabellada: encontrar hacia el sur un paso occidental a las Indias y dar la vuelta al mundo.

Partieron de Sanlúcar de Barrameda en agosto de 1519 con el primer propósito de llegar a las Molucas (o Islas de las Especias, en Indonesia). Ya habían tocado tierra en Río de Janeiro y en el Río de Solís (Río de la Plata) y también se habían producido las primeras desavenencias entre algunos capitanes y el Capitán General. Copiando sobre el mar y sobre el pergamino el contorno de la costa, se adentraban en cada bahía y en cada estuario que podía anticipar la conexión interoceánica.
A los 65 grados de latitud sur dieron nombre a las islas de los Leones y de los Pingüinos (próximas a lo que hoy es Puerto Deseado) y días después, el 31 de marzo, encontraron una profunda boca continental que parece devorarse al mar océano. Nombraron a la bahía como de San Julián y decidieron establecerse allí para explorarla y verificar si se trataba del canal que los conduciría a Asia. El paisaje era árido y las costas bajas ofrecían refugio a unos cinco kilómetros de la salida al mar. Los aventureros habían establecido las primeras de numerosas toponimias que se conservarán por los siglos en las nuevas tierras.

Fundación espiritual de la Argentina
Unos pocos habitantes los recibieron en paz: eran nómades, de estatura mayor que la del español; sus figuras se agigantaban por las vestimentas y botas de piel; las mujeres, un poco más bajas que los hombres, se mantenían prudentemente algo más alejadas de los recién llegados.
Al día siguiente, Domingo de Ramos, Magallanes ordenó oficiar misa. La celebración se hizo con especial recogimiento: estaban en tierras agrestes y desconocidas, la duración del viaje era incierta y parte de la tripulación estaba desanimada; llevaban más de siete meses de viaje y el capitán había decidido acampar por varios más. Ofició el padre Pedro de Valderrama, quien entrará en la historia por dos hechos similares que ocurrirán durante el viaje.

Imagine el lector la circunstancia y se comprenderá el momento trascendental que estamos describiendo: aquí, más de doscientos españoles reunidos en singular y sesquimilenaria ceremonia; más allá, diseminados, una centena de hombres y mujeres del lugar, mirando con curiosidad; por delante y por arriba de todos, la aridez de un territorio inhóspito, de un mar siempre misterioso y de un cielo azul y recóndito. Y en el centro, el pan y el vino convirtiéndose en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en medio del silencio del paisaje y de la soledad de los corazones… Sabemos que al menos un habitante de las frías tierras fue bautizado con el nombre de Juan Gigante; las circunstancias nos permiten imaginar que fueron más. La Comunión en Cristo fue la común unión de culturas y ambiente, de pasados diferentes y un futuro compartido, confundidos en un presente incierto en el primer día del cuarto mes del año 1520. Cristo entró a la Argentina el mismo día que entró en Jerusalén en busca de su destino anunciado y glorioso. El Dios de todos los hombres volvió a entrar en América pero esta vez por su extremo más alejado, estéril de riquezas, sin conquistadores y sin conquistados. Tenemos derecho a confiar en un mensaje fundacional y profético en esta aparente coincidencia. Nuestra historia parece confirmarlo…

El motín de los hombres cansados
El clima hostil y el agotamiento de los casi ocho meses de travesía aumentaron la desconfianza que ya estaba agazapada en el corazón de varios hombres, cegados por discusiones que llevan meses y que dejan entrever una oscura envidia contra el portugués terco que los comanda en nombre de Carlos I, un rey nacido en Flandes que apenas balbucea el castellano. Los capitanes de otras naves -Gaspar de Quesada, Luis de Mendoza y Juan de Cartagena-, el contador Antonio de Coca y el clérigo Sánchez de Reina conspiraron y sublevaron a unos cuarenta hombres contra Magallanes. Consideraban a la expedición fracasada y pedían la destitución del Capitán General y el regreso a España desandando el camino realizado.

El motín fue sofocado tras una sucesión de intrigas y acusaciones de desobediencia al Rey, lo que constituyó la primera lucha interior entre los visitantes de nuestro territorio. Un tribunal impartió justicia a los amotinados y los condenó a la pena de muerte; entre ellos estaba el vasco Juan Sebastián Elcano. Sin embargo solamente Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada fueron ejecutados, no sin crueldad; Juan de Cartagena y Sánchez de Reina fueron abandonados a su suerte en aquellas costas inhóspitas: la Argentina recibió en aquel invierno de 1520 a los primeros desterrados de su patria de origen. El destino que tuvieron es desconocido: tal vez fueron aceptados por los pobladores originarios o murieron de sed, hambre o frío. Lo que es seguro es que sus huesos y el polvo de sus huesos forman parte de un suelo que ahora les es propio, abonándolo con minerales de un continente lejano. 

Por primera vez los descendientes de España impartían justicia y la aplicaban en nuestro suelo, y por primera vez se indultaba a condenados (más por necesidad que por piedad): lo espiritual y lo terrenal empiezan a mezclarse como en la vida cotidiana de todos los pueblos. También aparece esa curiosa vocación española de desconocer las órdenes reales (aquello de “se obedece pero no se cumple”): algunos indígenas son obligados a incorporarse a la flota para que el rey conociese personalmente a sus súbditos del nuevo mundo. Bartolomé de las Casas y Pedro Mártir de Anglería estaban demasiado lejos y demasiado ocupados con temas parecidos pero muchísimo más graves en las tierras descubiertas por Colón.

La unión de los mares
Hacia fines de julio los buques navegan hacia el sur. Ya estaban repuestos los hombres de la avanzada que tres meses antes había partido en la Santiago. El 3 de mayo ese grupo había descubierto una nueva entrada continental que también resultó la desembocadura de un río: el Santa Cruz. Una tormenta destruyó a la nave contra la costa y unos pocos pudieron volver a San Julián a pie; el resto, a punto de morir de hambre y de frío, fue rescatado lo más rápido que se pudo. El 20 de agosto las cuatro embarcaciones llegaron a la boca del río Santa Cruz, donde esperaron hasta octubre, cuando el clima, desde siempre, se vuelve más bondadoso.
Nuevamente con rumbo sur, el 21 de octubre –festividad de Santa Úrsula- llegaron a un cabo al que nombraron en homenaje a las once mil vírgenes que la tradición recuerda como compañeras de martirio de la santa. Frente a la escuadra se abría la puerta buscada al Mar del Sur: el estrecho de Todos los Santos (hoy, de Magallanes). A estribor se divisaban decenas de fogatas que calentaban a los habitantes de esa tierra que llamaron de los Fuegos. Poco antes se habían desviado hacia el este para que Andrés de San Martín -cosmógrafo de la expedición- trazara el primer mapa de un archipiélago desierto que será durante siglos motivo de disputa con el reino británico.

Tal vez porque presintieron el desastre o porque no quisieron aceptar la invitación que les hacía la historia, los hombres de la San Antonio emprendieron el regreso a España por la ruta ya conocida. Renunciaron a la gloria posible y no fueron conscientes de la Glorificación que habían presenciado en San Julián. El 11 de noviembre de 1520, en la bahía de Fortescue, Magallanes descubre Chile; el padre Valderrama oficia la misa más austral del viaje; es la última de esta travesía que se celebrará en los confines del Nuevo Mundo.

Llegada a oriente desde occidente
Las tres naves se internan en el enorme océano, que los acoge pacíficamente, arrullándolos suavemente en su viaje al norte, mientras el hambre y el escorbuto hacen estragos entre la tripulación. Después de cerca de noventa días llegan a las actuales islas Marianas y se introducen luego en el archipiélago de las Filipinas.

Recalaron en la isla de Limasawa el 28 de marzo de 1521, donde fueron bien recibidos por el rajá Siaiu y por su hermano el rajá Kulambu, de Butuan. Los tres sellaron un pacto de amistad bajo un rito común en gran parte del sudeste asiático: bebieron copas de vino y agua donde habían dejado caer gotas de sangre de las muñecas de cada uno.
El 31 de marzo, Domingo de Pascua de Resurrección, Magallanes hizo celebrar misa al padre Valderrama. Muchos habitantes de la isla, incluyendo Siaiu y Kulambu participaron de ella y fueron bautizados. El padre Pedro debe haber recordado aquel Domingo de Ramos del año anterior: el lugar y las circunstancias eran muy diferentes a las que habían vivido en las tierras desconocidas de la futura Argentina. Siglos después, ese lugar de la isla de Limasawa sería declarado Santuario Nacional por el poder legislativo filipino (1960). El monumento será construido, destruido por un tifón y reconstruido entre las décadas de 1980 y 2000.

La historia que sigue es conocida pero debemos recordarla: los españoles no fueron tan bien acogidos en otras islas, y en la de Mactán, Magallanes muere en batalla. El padre Valderrama también es muerto en una de las numerosas emboscadas que los españoles sufren en esas islas.
Desaparece de manera casi anónima quien recibiera el legado de oficiar las tres primeras misas en lugares claves del planeta en un viaje que sería histórico.
Por falta de tripulación deben abandonar a la Concepción. Poco después descubren una gran avería en la Trinidad y la dejan en las islas Molucas para repararla bajo las órdenes de Gonzalo Gómez de Espinosa. En el viaje final a España doce tripulantes de la Victoria son tomados prisioneros por los portugueses en Cabo Verde.

Bajo el mando del eximio navegante vasco Sebastián Elcano, la Victoria arriba a Sanlúcar de Barrameda con otros diecisiete tripulantes y cargada de pimienta y clavo de olor, completando la proeza más importante y hasta ahora nunca igualada por la humanidad. Los doce hombres retenidos por los portugueses llegarían algunas semanas más tarde. Los cinco sobrevivientes de la Trinidad fueron arribando a España entre 1525 y 1526. La historia los acogerá a todos –vivos y muertos en campaña – como grandes protagonistas de un hito de la humanidad.

Legados de la fundación espiritual de la Argentina
- Por las características del viaje magallánico, toda la travesía –especialmente en tierras americanas- debe considerarse como una campaña pacífica con un objetivo concreto: encontrar un paso que uniera los dos océanos. El Capitán General al invernar en San Julián no tomó posesión de tierras sino que hizo oficiar misa: hay un carácter pacífico, fundacional y espiritual innegable en este acto.
- Con ese carácter espiritual, fundacional y pacífico se abrió la puerta del Mar Argentino al mundo, por el cual la Patagonia y todo nuestro país recibiría siglos después a pueblos de orígenes, culturas y religiones diversas.
- La fundación espiritual de la Argentina constituyó un punto de partida para establecer nuestra presencia soberana en el sur.
- Establece el lugar y el momento del inicio de la etapa final de una de las proezas más significativas del ser humano.
En definitiva, la primera misa oficiada en territorio Argentino dio a la Patagonia un papel protagónico trascendental para nuestra soberanía, nuestra historia y la historia de la humanidad. Todas razones suficientes para que la Argentina se sume a las celebraciones mundiales organizadas para rememorar la gesta de los dieciocho sobrevivientes de la proeza magallánica y para recordar la llegada del cristianismo a la Argentina, Chile y Filipinas.


Dr. Héctor Fasoli, director del Laboratorio de Química y Ciencia Ambiental de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Agrarias de la UCA