a Fiducia Supplicans: la moral invertida
Tommaso
Scandroglio
Brújula
cotidiana, 23_04_2025
En lo que respecta
a las cuestiones de moral natural, el pontificado de Francisco ha marcado una
ruptura radical con la doctrina católica. A continuación recordamos las
principales etapas del camino emprendido por Francisco, que ha tocado algunos
temas éticamente delicados.
Al principio fue
Amoris laetitia la que hizo comprender a todos que el enfoque de las cuestiones
morales había cambiado radicalmente. Era el año 2016. El párrafo 305, junto con
la famosa nota 351 de esta exhortación, intentaba conciliar lo inconciliable:
el adúltero, en los casos en que es inocente o no es plenamente culpable, puede
acercarse a la Eucaristía sin dejar de ser adúltero.
Ese mismo año se
publica una carta de los obispos de la región de Buenos Aires, titulada
Acompañar, discernir e integrar las fragilidades, en la que se admite a la
comunión a los divorciados vueltos a casar. Francisco declara que “el texto es
muy bueno y explica de manera excelente el capítulo VIII de Amoris laetitia. No
hay otra interpretación”. La carta y el comentario del Papa se recogen en
2017 en las Acta Apostolicae Sedis, convirtiéndose así en Magisterio.
Por continuidad
temática, recordamos dos cartas motu proprio tituladas Mitis Iudex Dominus
Iesus y Mitis et misericors Iesus, ambas publicadas en 2015 y relativas a la
reforma del proceso canónico de declaración de nulidad matrimonial. En el art.
14 § 1 del primer motu proprio se indican una serie de circunstancias que, en
sí mismas, no son causas de nulidad, pero que para Francisco pueden permitir el
tratamiento de la causa. La intención subyacente es hacer que un matrimonio
humanamente “fracasado” aparezca como un matrimonio canónicamente nulo. La
indisolubilidad matrimonial sale mal parada entre Amoris laetitia y esta última
carta. El nuevo curso doctrinal sobre el matrimonio ha llevado inevitablemente
a rediseñar de manera radical la naturaleza del Instituto Juan Pablo II sobre
Matrimonio y Familia.
Sobre el aborto,
es famosa la imagen de los médicos que se convierten en sicarios que Francisco
utilizó en varias ocasiones. Sin embargo, al mismo tiempo se llevaba bien con
quien había luchado en Italia por legalizar la profesión de sicario, Emma
Bonino, y ciertamente no para intentar convertirla, también porque para él
habría sido una forma inaceptable de proselitismo, sino para alabarla: “Un
ejemplo de libertad y resistencia”, le dijo en su último encuentro. Sí,
libertad de y resistencia contra la ley moral.
En materia de
eutanasia cabe destacar la carta de 2020 de la entonces Congregación para la
Doctrina de la Fe, titulada Samaritanus bonus, que marca una continuidad con el
Magisterio de siempre sobre el tema de la eutanasia. Continuidad que, en
cambio, se cuestiona en varios puntos del Piccolo lessico del fine vita
(“Pequeño léxico del final de la vida”), publicado por la Pontificia Academia
para la Vida en 2024. También resultó ambiguo en algunos de sus pasajes el
mensaje del Papa de 2017 a la conferencia de la Asociación Médica Mundial sobre
el tema de la eutanasia.
En materia de
moral natural, no podemos dejar de recordar la eliminación en 2018 de la pena
de muerte del Catecismo de la Iglesia Católica: de acción moralmente buena en el respeto de algunos
criterios a malum in se. La decisión fue relevante también porque se trató de
la primera y única intervención de modificación del Catecismo por parte del
Papa Francisco.
Para cerrar este
rápido repaso de las intervenciones del Magisterio sobre temas morales, el
primer lugar por heterodoxia declarada lo ocupa sin duda el documento del
Dicasterio para la Doctrina de la Fe Fiducia supplicans, que abrió la puerta a
la bendición de parejas homosexuales e irregulares. Sin duda, junto con la
Declaración de Abu Dabi, es el peor documento firmado por un pontífice en la
historia de la Iglesia, ya que, al bendecir relaciones intrínsecamente
desordenadas, las califica de positivas desde el punto de vista moral.
¿Qué ha
determinado estas derivas heterodoxas? Hace unos seis años, en estas mismas
páginas, intentamos señalar los rasgos más destacados del pontificado de
Francisco. A continuación, ofrecemos un resumen de esa reflexión, limitándonos
al ámbito moral.
La característica
principal del pontificado que acaba de concluir es la elaboración de una moral
sin metafísica. Según la tradición clásica y católica, el fundamento próximo de
la moral natural reside en la dignidad de la persona, en su valor intrínseco
dado por el cuerpo y el alma racional que informa este cuerpo (el fundamento
remoto es Dios). De este dato gnoseológico se derivan los principios de la ley
natural, que son objetivos, inmutables, universales y absolutos. En relación
con este último aspecto, recordemos los absolutos morales, es decir, el hecho
de que existen acciones que siempre y en cualquier caso atentan gravemente
contra la dignidad personal y, por lo tanto, deben evitarse siempre.
El enfoque de
Francisco sobre la moral ha relegado a un segundo plano (cuando no eliminado
por completo) el dato espiritual de la antropología, es decir, ha ignorado la
relevancia paradigmática del alma racional. Una vez eliminada la referencia
metafísica, la moral ha caído en el empirismo, la fenomenología ética, el
historicismo y el inmanentismo, descolorando así los principios doctrinales y
convirtiéndolos en subjetivismo, relativismo, “situacionismo” y utilitarismo.
Las pruebas de esta deriva han sido evidentes. La atención de los
dicasterios y del Papa se ha centrado casi exclusivamente en temas relacionados
con la pobreza material, el trabajo, el malestar y la marginación social, la
inmigración, el sufrimiento psicológico como la soledad, la exclusión social y
el medio ambiente. En resumen, la moral natural ha sido sustituida por la justicia
social. Si la visión antropológica olvida el alma racional, las necesidades del
hombre serán solo materiales, porque el hombre será solo su cuerpo. He aquí el
inmanentismo.
Si luego el
paradigma es la realidad empírica, esta cambia con el tiempo. El historicismo
se convierte así en criterio de juicio también ético y en criterio que debe
utilizarse también con el Evangelio, que debe contextualizarse, adaptarse a las
exigencias de la contemporaneidad y no imponerse desde arriba de manera
abstracta. Lo transitorio se convierte en clave interpretativa de los
principios de fe y moral, que son atemporales. Y así, también los principios
morales pueden y deben cambiar, y las acciones intrínsecamente malas que antes
lo eran, hoy pueden dejar de serlo. Tendremos así una moral que se modela según
lo real, no en el sentido de que haya que encontrar las formas más eficaces de
declinar los principios éticos inmutables en lo contingente, sino en el sentido
de hacer contingentes estos principios. De ahí el “situacionismo”, la prioridad
de lo particular sobre lo universal, que encuentra su expresión peculiar en el
famoso discernimiento, un recurso para arrinconar los mala in se, y en el que
la conciencia ya no es el lugar donde se declina la verdad en la circunstancia
particular, sino el lugar donde se crean verdades personales, identificadas
para satisfacer placeres y utilidades igualmente personales.
La universalidad
de la naturaleza humana, con sus igualmente universales exigencias morales
básicas, se sustituye así con la particularidad de las existencias individuales
con sus igualmente individuales exigencias morales. Esta dinámica recibe el
nombre de relativismo subjetivista. Se declara así la guerra a los dogmas, a
las leyes, a los principios, jaulas formales que sofocan la realidad
multiforme. Ya no es esta última la que debe ajustarse al principio, sino al
contrario. La ética se ve invadida por un movimiento que ya no es trascendente,
sino descendente.
El legado que
Francisco ha dejado a su sucesor está lleno de deudas hacia la verdad y el
bien. Este último solo tendrá ante sí tres soluciones, de las cuales la última
es la única correcta: conservar esta orientación sin continuar con la obra de
destrucción; avanzar en la misma dirección; invertir el rumbo.