martes, 31 de octubre de 2023

ARZOBISPO NEGERIANO

 


 revisar una parte del magisterio de la Iglesia es trastocar el todo

 

(Crux/InfoCatólica) 31-10-23

 

El arzobispo de Abuja, Ignatius Ayau Kaigama, de 65 años, ha comentado a Crux que los africanos ven el catolicismo en Occidente como una «Iglesia en decadencia», mientras que en África el cristianismo florece gracias a una sólida fe bíblica y a las convicciones morales tradicionales.

 

«La concepción africana de la autoridad bíblica, el sexo, el matrimonio y el pecado puede parecer retrógrada y supersticiosa a los liberales occidentales», afirmó prelado, pero insistió en que esas creencias tienen un fuerte atractivo en las culturas africanas. De hecho afirma que el catolicismo mundial está «evolucionando hacia África».

 

Kaigama, que participó recientemente en el Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad, celebrado del 4 al 29 de octubre, habló en una entrevista exclusiva con Crux después de que el Vaticano publicara nuevas estadísticas que confirman el crecimiento de la Iglesia en África.

 

Según los datos, África siguió siendo el centro de crecimiento del catolicismo, con un aumento de 8,3 millones de personas. América experimentó un modesto crecimiento de 6,6 millones. Asia creció en 1,49 millones, mientras que la población católica de Oceanía aumentó en 55.000 personas. Europa volvió a descender, registrando 244.000 católicos menos en 2021.

 

El informe también muestra que África registró grandes aumentos en el número de religiosos y religiosas, e indica además que el continente tiene una tasa mucho más alta de asistencia a misa.

 

Kaigama citó cinco factores para explicar este «notable crecimiento».

 

En primer lugar, el cristianismo africano encaja con las convicciones y experiencias religiosas tradicionales del continente, como «la creencia en los milagros y la curación, el amor por las historias y los proverbios bíblicos, una visión holística del ser, [y] la misión de la Iglesia».

 

En segundo lugar, Kaigama afirmó que el cristianismo africano ha conservado un fuerte sentido de la autoridad de la Biblia.

 

«La Biblia tiene un estatus muy diferente en las sociedades africanas», afirmó. «Allí donde el cristianismo se ha hecho dominante en el último siglo, la Biblia sigue siendo un texto sagrado, relevante y vivo».

 

«La Biblia es más que una compilación de documentos históricos», afirmó Kaigama. «Es, en aspectos muy significativos, un Testamento africano. Para amplios segmentos de las sociedades cristianas africanas, el mundo de la Biblia es contemporáneo. Las narraciones del Antiguo y el Nuevo Testamento sobre sacrificios, poligamia, plagas, agricultura, danzas, pastores, tensiones entre el pastoreo nómada y los campesinos, epidemias y guerras tienen una relevancia inmediata».

 

El tercer factor, según Kaigama, es lo que describió como «la importancia perdurable de los conceptos tradicionales de familia y moralidad».

 

«Esto protege en gran medida a los africanos de los trastornos culturales que está sufriendo Occidente, incluidas las redefiniciones de los papeles masculino-femenino, la castidad, la santidad, la normalización del sexo homosexual, etc.», afirmó.

 

«Mientras que muchos en Occidente juzgan cruel la postura africana sobre la homosexualidad, muchos africanos no tienen ningún problema en calificar la homosexualidad de pecado y rezar por la redención de todos los pecadores», afirmó Kaigama.

 

Aunque Kaigama advirtió contra la «homofobia en la Iglesia africana», también rechazó cualquier sugerencia de «redefinir la Palabra de Dios».

 

En cuarto lugar, Kaigama dijo que el cristianismo refuerza un instinto tradicional africano de «una fuerte dimensión comunitaria».

 

«El pecado no es una realidad individual, privada o meramente interior», afirmó. «La vida es comunitaria y holística, natural y sobrenatural, por lo que el pecado tiene consecuencias sociales, políticas, medioambientales e incluso cósmicas».

 

«Este sentido de totalidad e interconexión de la vida significa que los individuos son responsables unos de otros, pues, como escribe San Pablo, 'Si un miembro sufre, todos sufren juntos, y si un miembro es honrado, todos se alegran juntos'.»

 

Señalando el ejemplo del matrimonio, Kaigama dijo que algunos teólogos occidentales liberales pueden considerar que redefinir ciertos aspectos de la enseñanza de la Iglesia es un ajuste limitado, pero para los africanos, dijo, «revisar una parte es trastocar el todo».

 

En quinto lugar, Kaigama citó el atractivo que tienen en África algunas creencias y prácticas tradicionales a las que se ha restado importancia en otros lugares, como el exorcismo.

 

«La demonología es creíble para los africanos de un modo que difícilmente puede serlo para la mayoría de los occidentales cultos, y lo mismo ocurre con las ideas de exorcismo y curación», afirmó.

 

Kaigama dijo que la mayoría de los cristianos africanos reconocen a la Iglesia de Occidente como su «Iglesia madre», pero añadió que «también la vemos como una Iglesia en decadencia».

 

«Puede que el cristianismo esté decayendo en Europa Occidental, pero está en una impresionante curva de crecimiento en otras partes del mundo, especialmente en África», dijo.

 

«Sin duda, los cristianos del Norte tienen dones del Espíritu que compartir con el Sur, pero deben aprender a asumir una postura de recepción», dijo Kaigama. «La Iglesia, como la civilización occidental en su conjunto, está evolucionando hacia África».

 

«Podemos avanzar si nos abrimos paso hacia la luz que brilla desde el continente oscuro», afirmó.

martes, 10 de octubre de 2023

MIS TRES DUBIA SOBRE LAUDATE DEUM


 

Por Carlos Esteban

 

InfoVaticana, 05 octubre, 2023

 

La reciente exhortación Laudate Deum, anunciada como segunda parte de la encíclica ecológica Laudato sì, suscita, al menos en quien esto escribe, ciertas dudas que expongo a continuación.

 

Las dubia, como las sometidas recientemente al Papa por cinco cardenales sobre asuntos que conciernen al sínodo de la sinodalidad, son un procedimiento formal, previsto aunque excepcional, por el que se ruegan aclaraciones sobre un texto pontificio. Sus protagonistas suelen ser prelados, pero el propio Papa Francisco ha expresado en incontables ocasiones, y muy especialmente con el presente sínodo, su voluntad de que los laicos transmitamos nuestras preocupaciones y sugerencias, lo que me ha animado a exponer las presentes ‘dubia’.

 

Primum dubium. Incluso si la teoría del cambio climático antropogénico se revela como no solo cierta, sino incluso como una catástrofe de proporciones apocalípticas para todo el planeta, ¿es competencia del Santo Padre? La misión estricta del sucesor de Pedro es, según las Escrituras y la Tradición, “confirmar en la fe a los hermanos” como custodio del Depósito de la Revelación. ¿Pertenece a la Revelación el Cambio Climático y sus consecuencias?

 

Una vez más, partamos de la hipótesis (más que discutible, como veremos más adelante) de que, en efecto, la actividad humana está contribuyendo a un dramático cambio en el clima planetario. ¿Qué autoridad tiene la cabeza de la Iglesia Católica para disertar sobre el mismo, urgiendo a adoptar ciertas medidas sobre las que no es un experto? Incluso el más fiel de los católicos, si acepta las premisas de esta teoría, prestará naturalmente más atención a los mensajes de investigadores de primera línea y autoridades científicas.

 

Porque una cosa es incidir desde la Cátedra de Pedro en la obligación de todos los hombres, no solo los cristianos, de cuidar la Creación -un aspecto de la teología moral sobre el que, en cualquier caso, ni el Evangelio ni los Padres han dedicado especial atención-, y otra muy distinta es abrazar una hipótesis científica concreta que no guarda relación alguna con la fe.

 

Y esto me lleva directamente a la segunda cuestión:

 

Secundum dubium. En nuestra primera cuestión hemos partido, ex hypothesi, de que existe una certeza sobre la realidad de la teoría del cambio climático antropogénico. Pero eso está lejos de ser cierto. ¿Es prudente que el Santo Padre comprometa, como mínimo, el prestigio de la Sede Petrina, abrazando autoritativamente una hipótesis científica que bien podría revelarse errada en todo o en parte? ¿Tiene sentido dar la apariencia de un respaldo casi dogmático a un saber científico, por claro que aparezca a ojos humanos?

 

Antes de continuar conviene aclarar qué comporta la teoría del cambio climático antropogénico dominante ahora en el panorama internacional. Para no ser tachado de negacionista y arrojado a las tinieblas exteriores es necesario creer con fe cierta todas y cada una de las siguientes afirmaciones:

 

1. No basta afirmar que existe el cambio climático, que equivale a hablar del agua mojada o del fuego ardiente, porque la naturaleza del clima es el cambio. No: hay que creer en un cambio significativo y permanente del clima a escala planetaria, evidenciado sobre todo por un aumento de la temperatura media, mediante un mecanismo que implica el aumento de emisiones de determinados gases, muy especialmente el dióxido de carbono.

 

2. Asimismo hay que creer que este cambio de paradigma climático es debido a la actividad humana, muy especialmente a la actividad industrial.

 

 

3. Es también necesario creer que las consecuencias de este cambio son un mal sin mezcla de bien alguno. No es aceptable argumentar que el planeta ha vivido periodos bastante más cálidos que el actual, incluso en épocas históricas, y que las consecuencias han sido, en general, bastante positivas, como en el Óptimo Medieval, o que la tierra ha salido solo recientemente (en el siglo XIX) de una Pequeña Glaciación que ha durado siglos, por lo que podría considerarse, en forma impropia, que se está volviendo “a la normalidad”.

 

4. Por último, hay que creer que el fenómeno es reversible. Este último punto es de los más delicados, pero también de los más cruciales. Desde que se anunció este proceso, allá por los años ochenta del pasado siglo, se nos ha venido advirtiendo regularmente que nos quedaban X años para que no hubiera marcha atrás, pero en cada caso la fecha ha llegado, la catástrofe no se ha materializado y, como en las sectas milenaristas, los profetas han vuelto a atrasar la fecha del apocalipsis. La razón que aducen los negacionistas es que si alguna vez se declarara la irreversibilidad, las medidas draconianas que se nos quieren imponer no tendrían razón de ser.

 

Pero pese a que el Papa afirma que el consenso científico es casi absoluto, que los disidentes son una minoría ínfima y, sugiere, irrelevante, lo evidente es que ese no parece ser el caso.

 

La ciencia es un saber que avanza por confirmación física. Si las previsiones que se hacen a partir de una hipótesis no se cumplen, la hipótesis es falsa, al menos en alguna medida. Y muchas profecías se han incumplido; todas, de hecho.

 

Por otra parte, recientemente se hizo pública una declaración firmada por más de un millar de científicos asegurando que no estamos ante una emergencia climática. No hablamos de opinadores o aficionados: son investigadores de primera línea, y entre los firmantes figuran dos premios Nobel.

 

¿Pueden estar errados? Naturalmente. Pero eso no puede saberlo el Papa, que con esta exhortación se arriesga a comprometer el prestigio de la Sede Apostólica.

 

No está lejos en absoluto el repetido mensaje papal exhortando a la vacunación contra el covid, que declaró como un ‘deber moral’ y calificó de ‘acto de amor’. Las intenciones, incluso la lógica, de ese mensaje es impecable, pero solo si el tratamiento recomendado funcionaba exactamente como se anunció universal y repetidamente. No fue el caso. Los propios fabricantes confesaron que la ‘vacuna’ no pretendía detener la transmisión de la enfermedad -de hecho, no lo hacía-, negando así lo que la podía convertir teóricamente en un ‘acto de amor’. Por otra parte, aún es pronto para analizar todos los datos que van apareciendo sobre sus efectos secundarios en una minoría de sujetos, que quizá podrían hacerla poco aconsejable para una campaña universal.

 

Y, por último:

 

Tertium dubium. La Iglesia vive objetivamente un momento de crisis y confusión. La crisis es perfectamente medible con parámetros usados para cualquier realidad humana: número de católicos en Occidente, apostasías, vocaciones sacerdotales y religiosas, práctica de los sacramentos, desacuerdos doctrinales. Se mida como se mida, todos los factores apuntan no solo a una reducción de la Iglesia, sino a su irrelevancia como ‘sal’ de las sociedades donde habitan los cristianos.

 

Por otra parte, los principios de nuestra fe están en continua y ruidosa discusión, y la palabra ‘cisma’ aparece cada vez más a menudo en boca de los comentaristas, e incluso del propio Santo Padre.

 

Así las cosas, ¿tiene sentido, en este panorama, que el Papa dedique dos documentos magisteriales al ‘cuidado de la casa (material) común’, ignorando aparentemente la angustia de tantas almas? Al fin, el objetivo último de toda la estructura eclesial, la razón de ser de cada uno de sus elementos, es la salvación de las almas, no la supervivencia del planeta.

martes, 3 de octubre de 2023

LA INICIATIVA DE LOS CINCO CARDENALES

 

 

Luisella Scrosati

 

Brújula cotidiana,  03_10_2023

 

¿Qué podemos pensar de la vía de los dubia elegida por los cinco cardenales firmantes de esta nueva serie y que ha salido a la luz siete años después de aquella que se hizo pública tras la publicación de la exhortación postsinodal Amoris Lætitia? Podemos imaginar que, al menos en los medios de comunicación, se considerarán un ataque directo al Papa Francisco, una iniciativa destinada a dividir a la Iglesia, o incluso una forma de cuestionar el Sínodo que está a punto de comenzar. En cambio, entre quienes son más bien críticos con este pontificado, no faltará quien considere inútil esta iniciativa, sobre todo a la luz de la respuesta que nunca obtuvieron los dubia del 2016.

 

Para comprender que el camino elegido por los cinco cardenales firmantes es el correcto, es necesario reflexionar sobre la naturaleza de la adhesión de los fieles al Magisterio, y el modo en que están llamados a relacionarse con la autoridad plena y suprema, que pertenece a dos sujetos: al “Romano Pontífice, en virtud de su Oficio, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia”, y al colegio episcopal “junto con su cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza” (Lumen Gentium, 22).

 

Existe una actitud que podría considerarse “maximalista”, según la cual todo lo que figura en los documentos oficiales del Sumo Pontífice y de los Dicasterios requeriría un completo asentimiento; no importa el tipo de documento, el grado de asentimiento requerido, la materia, la reiteración de una determinada enseñanza del Magisterio. Los más maximalistas entre los maximalistas exigen el mismo asentimiento incuestionable incluso hacia cualquier declaración del Pontífice pronunciada en un contexto informal, como una entrevista. La posición maximalista asume normalmente una actitud voluntarista, que puede expresarse así: no es necesario que lo entiendas; basta (y es necesario) que obedezcas. De este modo, el Magisterio se transforma en un instrumento absolutista de gobierno. Al creyente se le exige que elimine las exigencias de la razón mediante la voluntad.

 

En el otro lado está una actitud “minimalista”, para la que sólo el Magisterio infalible y definitivo requeriría el asentimiento de la inteligencia. Por lo demás, bastaría con tener una actitud respetuosa, juzgando por uno mismo la verdad y la ortodoxia de tales afirmaciones. El minimalismo conduce casi inevitablemente a la autorreferencia, es decir, a atribuirse la autoridad para dirimir en última instancia las cuestiones doctrinales y morales. El propio juicio se convierte, en última instancia, en el criterio determinante de la verdad o falsedad de una afirmación.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el nº 892, nos recuerda que el Magisterio de la Iglesia, aun cuando no enseñe de modo infalible o definitivo, debe ser acogido con la “religiosa reverencia del espíritu” en la medida en que –ojo- “conduce a una mejor comprensión de la Revelación en materia de fe y de moral”. No es intención de este artículo entrar a explicar en qué consiste esta “reverencia religiosa” debida al Magisterio meramente auténtico. Lo que interesa es que el sentido de la existencia de este último es guiar la inteligencia de los fieles para que se adhieran a las verdades de fe, a las verdades estrechamente relacionadas con ellas, y ofrecer una “mejor inteligencia de la Revelación”.

 

La posición maximalista no comprende este aspecto intelectual, mientras que la posición minimalista se apoya en el libre examen del Magisterio. Es evidente que cuando un creyente percibe que ciertas afirmaciones del Pontífice o de los obispos que luego no son recogidas y corregidas chocan con aquellas verdades a las que ha dado cierto asentimiento, cuando no ve una continuidad con la enseñanza constante de la Iglesia, debe pedir a la autoridad suprema que se aclare. Y ésta tiene el deber de responder a esta pregunta. El ministerio petrino existe para confirmar a los hermanos en la fe; y nadie más puede tener la última palabra al respecto.

 

El problema no es menos grave cuando, en lugar de declaraciones problemáticas y poco claras en documentos oficiales –pensemos en Amoris Lætitia-, la fe se ve amenazada por desafortunadas declaraciones informales, pero no por ello menos públicas, o por actos que revelan una concepción heterodoxa.

 

Los dubia presentadas al Papa en dos formulaciones por los cinco cardenales firmantes son un acto perfectamente legítimo, que corresponde adecuadamente al acto humano del asentimiento, que no es ni un mero acto de obediencia ni una adhesión a lo que el individuo cree personalmente que es correcto. El sentido de estas preguntas es instar al sucesor de Pedro a hacer lo que debe y para lo que existe: confirmar a sus hermanos, para que puedan rendir un rationabile obsequium.

 

Pocos pastores están demostrando ahora que saben tener en la debida consideración el ministerio petrino y que saben respetar la naturaleza del Magisterio, que debe precisamente arrojar luz sobre lo que no está claro y no sembrar dudas sobre lo que es cierto. Esta actitud demuestra también la gran estima y el respeto que estos pastores tienen por los fieles, no exigiéndoles una obediencia ciega, que deja al intelecto sin contenido sobre el que apoyarse, ni abandonándolos a merced de su propio juicio personal, sino considerándolos dignos de ser implicados en una necesaria labor de clarificación.

 

Una labor que debe ser de efectiva clarificación, no de mera recomendación o exhortación a la confianza, que, sin contenido aleatorio, evidencian una vez más una concepción absolutista de la autoridad y voluntarista del asentimiento. En este sentido, la reformulación de los dubia era un acto necesario. No se puede dejar al pueblo de Dios en la incertidumbre sobre puntos tan capitales como los planteados. Seamos claros: la Iglesia ya se ha expresado con claridad, pero era y es necesario que el Papa, este Papa, proclame estas verdades, actualmente amenazadas de nuevo y de diversas maneras, e incluso negadas por los propios pastores, incluidas algunas declaraciones del propio Pontífice.

 

No se trata de crear una situación difícil para el Papa, sino de utilizar ese oficio que sólo a él le corresponde. En una época de confusión, cuando algunos monjes querían que san Jerónimo suscribiera una fórmula trinitaria que no tenía clara, el Doctor de la Iglesia, escribiendo al Papa Dámaso, no tuvo dudas: “He decidido consultar la Cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe que la boca de un Apóstol ha exaltado (...) No sigo otro primado que el de Cristo; por eso me pongo en comunión con Vuestra Beatitud, es decir, con la Cátedra de Pedro. Sé que sobre esta roca está edificada la Iglesia” (Carta XV, 1-2, passim).

 

¿Son los dubia un esfuerzo inútil? ¿Una iniciativa sin esperanza de éxito? ¿Está condenada al fracaso al igual que el camino de la “reforma de la reforma” o como el de la hermenéutica de la reforma en la continuidad? La cuestión es que todos estos “caminos” corresponden a la verdad, a la naturaleza de las cosas; no son estrategias de política eclesiástica que deban medirse en términos de eficacia inmediata. Son caminos fatigosos, cuesta arriba, fuertemente opuestos, que no reúnen el consentimiento de las masas. Poco importa. Tienen raíces profundas y, como nos advierte el salmista, darán “fruto a su tiempo y sus hojas nunca se marchitan; todas sus obras tendrán éxito” (Sal 1,3). Ni antes, ni después: a su tiempo.

lunes, 2 de octubre de 2023

DESAFÍO AL SÍNODO

 


 una ráfaga de Dubia golpea a Francisco

 

Riccardo Cascioli

 

Brújula cotidiana,  02_10_2023

 

 

Queridos católicos, con motivo del Sínodo (y no sólo) “altos prelados” hicieron declaraciones gravemente contrarias a la fe católica que nunca son corregidas por quien debería hacerlo. Por este motivo hemos planteado al Papa Francisco preguntas específicas, según la tradición de la Iglesia, a las que sin embargo no responde. Por eso las hacemos públicas, para que no se desorienten por la confusión reinante y no caigan en el error. Este es el contenido de la Carta a los fieles laicos firmada por cinco cardenales (Raymond Leo Burke, Walter Brandmüller, Robert Sarah, Joseph Zen Ze-kiun y Juan Sandoval Íñiguez), hecha pública este 2 de octubre, acompañada de las cinco Dubia presentadas al Papa Francisco y que la Brújula Cotidiana publica en exclusiva.

 

Las “Dubia” son preguntas formales planteadas al Papa y a la Congregación para la Doctrina de la Fe para pedir aclaraciones sobre temas particulares relacionados con la doctrina o la práctica. Como se recordará, ya en 2016 se presentaron cinco Dubia al Papa Francisco, tras la publicación de la exhortación post-sinodal Amoris Laetitia: en aquella ocasión también estaban las firmas de los cardenales Burke y Brandmüller, a los que se sumaron los cardenales Carlo Caffarra y Joachim Mesner, ya fallecidos. Desde entonces, el Papa Francisco nunca ha respondido directamente la Dubia; sólo hemos visto respuestas indirectas que se desprenden de sus actitudes.

 

Ahora el guion parece repetirse, aunque con dos importantes novedades: en primer lugar, se amplía el número de cardenales que firman la Dubia (ahora hay un representante para cada continente). Y hay que recordar que los cardenales firmantes deberían haber sido seis, porque el cardenal australiano George Pell, fallecido repentinamente el 11 de enero, estuvo muy activo en el proceso para la formulación de la Dubia.

 

En segundo lugar, esta vez tenemos dos versiones de la Dubia: la primera está fechada el 10 de julio. A esta el Papa Francisco incluso respondió al día siguiente, pero no en forma canónica, sino en forma de una carta que, sin embargo, como es su estilo, escapa al meollo de la cuestión. Entonces los cinco cardenales reformularon la Dubia para que el Papa pudiera responder simplemente con un “sí” o un “no”. Así, reformulada, fue enviada nuevamente al Papa Francisco el 21 de agosto. Desde entonces ha habido silencio.

 

Al leer el contenido de las preguntas, de hecho, se entiende por qué en los últimos tiempos el cardenal Burke ha sido objeto de críticas polémicas tanto por parte del Papa - en la rueda de prensa a su regreso de Mongolia - como por parte del nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández, en la entrevista con el National Catholic Register. Quizás sea una señal del nerviosismo que genera esta iniciativa y que ahora recae sobre un Sínodo que está suscitando mucha polémica tanto sobre los contenidos como por los métodos de implementación y comunicación.

 

De hecho, los cinco Dubia van al corazón de los temas que se tratarán en el Sínodo o, en cualquier caso, son fundamentales para comprender lo que está en juego en la asamblea sinodal. Vale recordar el evento “La Babel sinodal”, que la Brújula organiza en Roma este 3 de octubre.

 

El hecho de que se hagan públicos en vísperas del Sínodo es significativo de la preocupación de amplios sectores de la Iglesia por lo que está sucediendo y por las declaraciones de quienes liderarán el Sínodo.

 

He aquí un resumen de las preguntas planteadas por los cinco cardenales:

 

1. El primer Dubium se refiere al valor inmutable de la Divina Revelación. En la primera versión se hace referencia a quienes sostienen que “la Divina Revelación debe ser reinterpretada de acuerdo con los cambios culturales de nuestro tiempo”. Y por eso se pregunta al Papa “si la Divina Revelación es vinculante para siempre, inmutable y, por tanto, no debe ser contradicha”. Ante la respuesta evasiva, en la reformulación se pregunta aún más precisamente si es posible que “la Iglesia enseñe hoy doctrinas contrarias a las que enseñaba anteriormente en materia de fe y de moral”.

 

2. La segunda pregunta es en cierto modo un ejemplo de la primera. Es decir: dada la difusión de la práctica de bendecir las uniones entre personas del mismo sexo, ¿se puede decir que esto está de acuerdo con la Revelación y el Magisterio?

 

En la reformulación la pregunta se vuelve doble, porque está claro que esta bendición no concierne tanto a personas individuales como a la homosexualidad en sí misma. Y de hecho la pregunta es: “¿Es posible que en algunas circunstancias un pastor pueda bendecir las uniones entre personas homosexuales, sugiriendo así que el comportamiento homosexual como tal no sería contrario a la ley de Dios y al camino de la persona hacia Dios?”. Y, en segundo lugar, como consecuencia, pasamos a cualquier acto sexual fuera del matrimonio, el homosexual en particular: ¿sigue siendo un pecado objetivamente y siempre grave?

 

3. La tercera pregunta se refiere a la sinodalidad, que algunos consideran una “dimensión constitutiva de la Iglesia”. ¿No significaría esto una subversión del orden querido por el mismo Jesús según el cual “la autoridad suprema de la Iglesia es ejercida” por el Papa y el colegio episcopal? En la reformulación, la pregunta se vuelve aún más precisa y actual: ¿se le dará al Sínodo el poder de pasar por encima de la autoridad del Papa y del colegio de obispos sobre los asuntos doctrinales y pastorales que tratará?

 

4. El cuarto Dubium se centra en la posibilidad de la ordenación sacerdotal de las mujeres, lo que pone en discusión tanto la definición de sacerdocio ministerial, reafirmada por el Concilio Vaticano II, como la enseñanza de San Juan Pablo II que ya había dado por definido este tema. Y en la reformulación se pregunta si no existirá en el futuro esa posibilidad.

 

5. El último Dubium se refiere al perdón definido como “derecho humano” y a la absolución de los pecados siempre y en cualquier caso, como ha insistido varias veces el Papa Francisco. ¿Se puede ser absuelto sin arrepentimiento, contradiciendo todo lo que la Iglesia siempre ha enseñado? En la reformulación, la pregunta se especifica aún mejor: ¿puede ser sacramentalmente absuelto una persona que rechaza la resolución de no cometer el pecado confesado?