martes, 30 de julio de 2024

LA IDEOLOGÍA WOKE


 en Occidente se caracteriza hasta la médula por el odio a Jesucristo

 

Cardenal Gerhard Müller

Infocatólica, 29/07/24

 

Las poses completamente deshumanizadas con las que los ideólogos LGBT se burlaron no sólo de la Última Cena de Jesús, sino también de su propia dignidad humana en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, son obviamente una continuación de la campaña de los Jacobinos para descristianizar Francia. En el punto álgido de este frenesí antieclesiástico, el 10 de noviembre de 1793, los revolucionarios franceses hicieron entrar en la catedral de Notre Dame de París a una mujer desnuda vestida como la diosa Razón y demostraron sus perversiones sexuales en el altar.

 

Las obscenidades blasfemas contra la religión están inextricablemente ligadas a la violencia física y psicológica contra los creyentes en Cristo. Pues el «culto a la razón y a la libertad» está indisolublemente ligado al Gran Terror, del que fueron víctimas cientos de miles y millones de inocentes en el sistema totalitario ateo -desde los jacobinos, amos de la gulliotina, pasando por los fascistas y comunistas, hasta nuestros días, en los que los cristianos son la comunidad religiosa más perseguida del mundo.

 

La ideología woke en Occidente tiene raíces explícitamente ateas, se caracteriza de principio a fin por el odio a Jesucristo y la incitación más despiadada contra la Iglesia católica. Se manifiesta en la discriminación de los cristianos con palabras y acciones violentas, incluidos crímenes judiciales contra la humanidad, por ejemplo cuando se priva a los padres de sus propios hijos por orden judicial si no permiten que se mutilen los genitales de sus hijos, todo ello bajo el eufemismo de la «autodeterminación del propio sexo».

 

Las autoridades del Estado francés justifican su autorización de estas puestas en escena anticristianas e inhumanas con la ideología del laicismo, que en modo alguno significa la neutralidad religiosa del Estado, sino que no es más que un nombre encubridor de la brutal violación del derecho humano a la libertad religiosa y de conciencia.

 

La gente delira por la inclusión de personas «woke» en un país donde los católicos han sido sistemáticamente marginados de la vida pública y vilmente discriminados durante 200 años.

 

No se dan cuenta de que han permitido que se mancille el honor de Francia, un país y una cultura que deben todo al cristianismo, y que ellos mismos, en un arrebato de enajenación mental, han contribuido a ello. El desprecio de la religión y de la conciencia conduce necesariamente al terror psicológico y a la violencia. Estas autoridades olímpicas deberían darse cuenta de ello al contemplar el cuadro de Francisco Goya de 1797. Lleva por título: «El sueño de la razón engendra monstruos». En la mitología, Saturno o Kronos es el vástago del dios de la tierra Uranos y de Gaia, el icono de la nueva religión climática, y dice sin ambages que todo está superado y descompuesto por el tiempo, incluidas las ideologías neopaganas.

 

El apóstol Pablo ya describió las consecuencias suicidas que resultan del desprecio de la razón abierta a Dios cuando se niegan el poder eterno y la divinidad de Dios. «Por eso Dios los entregó a la inmundicia por los deseos de sus corazones, de modo que deshonraron sus cuerpos con sus propias acciones». (Rom 1,24).

 

La burla de la Cena del Señor por parte de actores espiritualmente desarraigados y mentalmente perturbados, sus instigadores y patrocinadores fue un acto de terrorismo espiritual que se volvió en contra de sus perpetradores. «La revolución es como Saturno, se come a sus propios hijos y al final da a luz al despotismo con todas sus travesuras», fueron las últimas palabras de Pierre Verniaud, el líder de los girondinos en el cadalso. Y pronto les seguirán los jacobinos, que están llevando al extremo la revolución cultural anticristiana.

 

Nos preocupan menos estas consideraciones histórico-filosóficas que la palabra rectora de Dios, que supera toda sabiduría humana y da incluso a los descarriados la esperanza de que escaparán de la prisión de su perversión y estupidez: «Dice Dios: No me complazco en la muerte del pecador, sino en que se aparte de su camino y quede con vida.» (Ez 33:11).

 

 

sábado, 27 de julio de 2024

LA IGLESIA CATÓLICA DE FRANCIA

 


 deploró “las escenas de escarnio y burla al cristianismo” en la apertura de los JJOO

 

Claudia Peiró

 

Infobae, 27 Jul, 2024

 

La Conferencia de Obispos de Francia (CEF, por sus siglas en francés) emitió un comunicado en el que lamenta “las escenas de escarnio y burla al cristianismo” durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París, a la vez que rescata “momentos de belleza, alegría, rico en emociones y universalmente saludados”. En efecto, la inauguración de los juegos combinó, a lo largo de excesivas cuatro horas, algunos momentos de belleza muy logrados -realzados por el escenario de la siempre hermosa capital francesa- con otros francamente antiestéticos e incluso chocantes en su contenido.

 

La escena que motivó el comunicado de la CEF es por otra parte absolutamente gratuita, innecesaria, nada tiene que ver con el espíritu olímpico que apunta a la concordia y a la fraternidad universal.

 

Es llamativo que, en una ceremonia pretendidamente diversa e inclusiva, y en un evento tan universal como lo son las Olimpíadas, los organizadores hayan dedicado una parte del desfile a intentar ridiculizar a una religión. Y no a cualquiera, sino a la fe de sus mayores, a la religión fundante de la nación francesa. Recordemos que Francia considera al jefe franco Clovis (Clodoveo), como su primer rey. Éste, con su conversión al catolicismo logró imponerse y unificar a diversos pueblos dando nacimiento al Reino franco y a su primera dinastía, la merovingia. Clovis tuvo por principal consejero a lo largo de todo su reinado al obispo de Reims, el futuro San Remigio.

 

A diferencia de Napoleón, que se ponía al hombro toda la historia de Francia -”De Clovis al Comité de Salvación Pública (Léase Robespierre), me siento solidario con todo”, decía-, el espíritu de buena parte de la elite francesa de los últimos tiempos pasa por la negación de sus raíces cuando no su cuestionamiento.

 

Es llamativo el entusiasmo por denigrar a la fe mayoritaria y fundante de los franceses en un país que no ha podido ponerle a una escuela el nombre de Samuel Paty, el docente decapitado por un musulman por haber supuestamente ofendido al Islam. Y el cobarde motivo es, justamente, evitar herir la susceptibilidad de los practicantes de esa fe. Casi un aval al crimen cometido.

 

Por otra parte, los organizadores de esta inauguración parecen ignorar el rol desempeñado en la concepción de los modernos juegos olímpicos por el fraile dominico Henri Louis Rémy Didon, (1840-1900), creador del lema de los JJOO: “Citius, Altius, Fortius” (“Más rápido, más alto, más fuerte”). El Barón Pierre de Coubertin, fundador de los JJOO de la era moderna, se inspiró en las enseñanzas de este director del colegio San Alberto Magno de París, cuya pasión por el deporte se combinaba con la vocación educativa y que fue uno de los primeros en subrayar la importancia de esta actividad en la formación juvenil. De él tomó la divisa de los JJOO.

 

Alguien destacó, entre los muchos comentarios que suscitó la grotesca escena, una breve nota de Ferghane Azihari, analista político y ensayista, de familia musulmana, investigador en dos destacados think tanks franceses: el Instituto de Investigaciones Económicas y Fiscales (IREF) y en el Instituto Económico Molinari. Aun reconociendo la “incuestionable proeza técnica” de la ceremonia, Azirahi apuntó contra la manía de ciertos artistas, o pretendidos artistas, de destacarse no por su obra en sí sino por la capacidad de “provocar”.

 

“Leyendo los comentarios de observadores que se deleitan por ‘haber puesto a los fachos y a los reaccionarios en PLS (impotentes)’, se entiende que para algunos el éxito de una performance artística está en función de su capacidad de asquear y no de convocar en torno a una estética universal”, escribió.

 

Azihari se preguntó por la concepción del arte que yace detrás de este “placer venenoso de burlarse del prójimo”. También señaló que son más los turistas que vienen a Francia para admirar los cuadros del Louvre que para admirar un árbol inflable en place Vendôme, en alusión a la manía de colocar objetos modernos en ruptura con la armonía estética que caracteriza a París. Y otras ciudades.

 

“No es por casualidad que, pese a las evidentes dificultades logísticas, nos esforzamos en colocar algunas infraestructuras deportivas en el corazón de nuestros más hermosos monumentos históricos”, dice Azihari, destacando el clasicismo de la belleza perdurable.

 

“La parodia de la Cena es ‘irreverente’ sólo en la medida en que distorsiona la obra inmortal de Leonardo Da Vinci. ¿Cuál de estas obras quedará en la memoria en cien años?”, pregunta.

 

De paso, señala que los ecologistas que arrojan salsa de tomate o sopa sobre las obras de arte no lo hacen por ejemplo con las de Marcel Duchamp…

 

En una gran mesa varias personas disfrazadas de modo extravagante, algunas estilo drag queens, parodiaban “La última cena”, de Leonardo Da Vinci. Una de las obras más clásicas de un tema recurrente en la pintura: la celebración de la Pascua por Jesús junto a sus discípulos, horas antes de ser entregado por Judas a las autoridades.

 

En las redes, la inclusión de esa escena grotesca y ofensiva hacia la fe católica fue duramente criticada. Inevitablemente muchos coincidieron en preguntarse qué habría pasado si la parodia hubiese tenido por blanco a otra religión, como la judía o la musulmana.

 

“La Última Cena” es una de las obras más célebres del pintor renacentista, realizada entre 1495 y 1498 en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán, Italia. Durante esa cena, Jesús anuncia lo que va a suceder y el pintor refleja en el cuadro las reacciones de los discípulos, de la incredulidad a la desazón.

 

 

domingo, 21 de julio de 2024

UNA SANTIDAD

 


 de pantalón y saco

 

POR CARLOS MARÍA ROMERO SOSA

 

La Prensa,  21.07.2024

 

Un libro de poemas de Antonio Pagés Larraya que prologó Olga Orozco y publicó la Fundación Argentina para la Poesía en 1984, titulado Plaza Libertad, representa más y mejor que un cumplido lírico al lugar, una asimilación espiritual con esa manzana verde del barrio de Retiro, hacia 1780 conocida como el hueco de Doña Engracia y lindante hoy con los edificios de Recoleta.

 

Su autor que solía parar en algún café próximo a la plaza, donde en la esquina de Marcelo T. de Alvear y Libertad se levantó la tradicional Confitería París demolida en 1959, contrapuso en cierto pasaje de la obra el lúgubre trasfondo del insomnio con el auspicioso repique matinal del templo aledaño: “Estoy despierto/ pronto llegará a la ventana/ el primer campaneo de las Victorias”.

 

Y es verdad que la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, en Paraguay y Libertad, inaugurada como capilla en 1883 y creada parroquia en 1955 por Monseñor Santiago Luis Copello, a cargo de los sacerdotes redentoristas desde su origen, ha sido reconocida además que por su representativa condición de sitio para el culto piadoso, como un hito de misericordia especialmente cumplida en servicio y entrega al prójimo durante décadas, por un miembro de su feligresía: el hoy Siervo de Dios Don Antonio Solari.

 

Es tradición que hasta la sacristía y el despacho eclesial llegaban a diario en busca de ayuda económica, un gran número de necesitados de los bienes más elementales para la subsistencia. Con “bolsillo inagotable” para el ejercicio de la caridad cristiana, virtud que practicaba silenciosamente y siempre con sonrisa amable -según testimonios unánimemente recogidos para su causa de beatificación por su postulador R.P. Ariel Cattáneo y su vicepostuladora, profesora Mabel Bacigaluppi-, sabía brindarla a manos llenas este activo vicentino identificado con la doctrina del catolicismo social promovida por Federico Ozanam, quien fue beatificado en 1997 por San Juan Pablo II llamándolo en la ocasión “el apóstol laico más grande del siglo XIX”.

 

JUSTICIA SOCIAL

También Solari como su bien leído Ozanam, buscó dentro de sus posibilidades sustituir la limosna por la justicia social, concepto tan vapuleado al presente por el actual titular del Poder Ejecutivo Nacional. Y justamente el Siervo de Dios lo pretendía difundiendo los libros y el ejemplo de vida del ilustre profesor de La Sorbona y profesor de Derecho Comercial en Lyon, cátedra que a juicio de Alberto Rodríguez Varela resultó precursora de las encíclicas sociales iniciadas con la Rerum Novarum.

 

El Padre Alfredo Sánchez Gamarra (C.SSS.R), en el libro Vida del Padre Grote Redentorista, dibujó en 1949, mediante el rastreo de informes lejanos en el tiempo, la imagen juvenil de don Antonio: “31 años. Esbelta y varonil estampa. Alma de ángel, sencilla y pura. Tres únicos amores: Dios, los pobres, su madre.”

 

Así era treintañero y así perseveró en espíritu cristiano y solidario con los pobres este Oblato Redentorista, como fue distinguido en 1889 por el Superior General de la Orden, R.P. Nicolás Mauron. Y por más datos biográficos a agregar, era terciario dominico y en especial fervoroso del “Poverello de Asís”, de San Alfonso María de Ligorio, fundador de la Orden Redentorista, y de San Vicente de Paul, creador de la Confraternidad de la Caridad y precursor de la Doctrina Social de la Iglesia que Solari abrazó con tanta pasión.

 

Otro de sus biógrafos posteriores, el franciscano Fray Contardo Miglioranza, le dedicó un capítulo en el libro Santos Argentinos, publicado en el año 2002, reafirmado su carisma: “Se hizo famoso entre sus amigos por el bolsillo de su chaleco, que parecía inagotable. Vivía de su trabajo y debía mantener a sus familiares; pero siempre había algo para los pobres.” Y a continuación trascribió un testimonio del doctor Roberto Molina Gowland, integrante del grupo “Pregoneros Social Católicos” y uno de los redactores de la sección Orientación Social a cargo de Ambrosio Romero Carranza en la revista Criterio, cuando estaba la publicación dirigida por Monseñor Gustavo Franceschi: “Acompañando a Solari en sus visitas a los pobres, nunca faltaba gente que se acercaba para pedirle limosna, pues estaba muy extendida su fama de no negar a nadie el socorro que le pidieran. En esas oportunidades comprobé algo que llamó mucho mi atención: del bolsillo de su chaleco, el dinero siempre manaba. Parecía una fuente inagotable. ¿Era la Divina Providencia, que así recompensaba a su ardiente caridad?”

 

ENRIQUE SHAW

Si el genio es la región de los iguales, también lo es la santidad, genialidad del espíritu. Bien cabe entonces vincular sin esfuerzo a dos virtuosos heroicos de nuestro país y nuestro tiempo, de saco y corbata. O cabe mejor emplear las propias palabras de Pío XII sobre nuestro evocado expresadas a Jorge Durand, integrante de la Confederación Vicentina de la parroquia de Nuestra Señora de las Victorias, en una audiencia que le concedió en el Vaticano.

 

El Pontífice que había conocido al ahora Siervo de Dios en el Congreso Eucarístico Nacional de 1934 al que Monseñor Pacelli concurrió siendo Secretario de Estado del Vaticano como representante personal de Pío XI, le trasmitió a su interlocutor que “Antonio Solari era un santo de pantalón y de saco”, acentuando la importancia de su condición laical cuando la vestimenta eclesiástica no estaba secularizada ya que incluso el “clergyman”, se empezó a usar especialmente en los años setenta del siglo XX.

 

En ese entendimiento no es peregrino identificarlo con el hoy Venerable Enrique Shaw, marianos ambos, laicos los dos, con actividad empresarial uno y contable el otro en tanto Colector de Rentas del Arzobispado de Buenos Aires, designado por Monseñor León Felipe Aneiros y en 1934 protesorero del Congreso Eucarístico Nacional, pero habiendo insuflado en sus respectivos quehaceres y en afirmación de que entre las cuentas y los balances también está Dios, el afán –y el ideal- por devolver lo debido al necesitado, viva en sus corazones la enseñanza de San Ambrosio: “El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que cuelga sin usar en tu guardarropa, pertenece al desnudo; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo”.

 

Consubstanciados pues en el valor trascendente del bien común, si Enrique Shaw promovió en 1956 la sanción de la ley de asignaciones familiares, Antonio Solari, en los primeros años del siglo XX había secundado al sacerdote alemán redentorista Federico Grote -a cuyo quehacer por la elevación de los trabajadores adhirió en su juventud Alfredo Palacios antes de abrazar el socialismo, aunque nunca apostató de Cristo y sus enseñanzas evangélicas- en las tareas de organización y administración de los Círculos Católicos de Obreros, iniciados en el país por el nombrado religioso fallecido en la Argentina en 1940 y fundador en 1900 del diario católico El Pueblo entre otras realizaciones AMGD

 

Don Antonio Solari nació en Chiavari (Italia) el 27 de enero de 1861 y llegó a la Argentina junto a sus mayores a los cinco años de edad.

 

Da cuenta otro de los que rastrearon su existencia, el Padre Ariel Cattáneo en el opúsculo Antonio Solari servidor audaz del Evangelio, que murió en su domicilio de la avenida Callao 875, el 14 de julio de 1945, víspera de la solemnidad del Santísimo Redentor. Al día siguiente, un artículo necrológico aparecido en la página 9 de La Prensa informaba sobre su deceso, pasaba revista a su vida de entrega y devoción y destacaba que en 1886 estableció en la iglesia de las Victorias la Confederación Vicentina de Caballeros y en 1919 instituyo la Misa del Estudiante.

 

También el desaparecido diario El Pueblo anotició del luctuoso suceso a sus lectores en la misma fecha y a dos columnas precedidas por la fotografía del “abnegado benefactor de los pobres” (sic), honrado con la condecoración pontificia instituida por León XII en 1888, “Pro Ecclesia et Pontifice”, además de caballero de la Orden de San Gregorio Magno y “amigo de las santas lecturas que hace pocos meses nos visitaba hablándonos de la eficacia del apostolado de la buena prensa y de la obra educativa que realiza El Pueblo, del que fue asiduo lector.”

 

Según la crónica de sus exequias en El Pueblo del 17 de julio de 1945, las que se celebraron en el cementerio de la Recoleta, frente al Cardenal Santiago Luis Copello; el Nuncio Apostólico Monseñor Giuseppe Fietta; los prelados Monseñores Antonio Rocca, obispo de Augusta, Tomás Solari, obispo de Aulón; el obispo de Santiago del Estero, Monseñor José Weimann; Monseñor Antonio S. das Neves, el Capellán de la Armada, el Presbítero J. B. Lértora, canónigos, miembros del clero y de otras instituciones católicas y distinguidos laicos como el doctor Tomás Casares, Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el escultor ingeniero Ángel E. Ibarra García, expresó el Provincial de la Orden Redentorista, Padre Jacobo Wagner, más tarde mártir de la fe después de ser golpeado por un facineroso en la humeante noche del 16 de junio de 1955: “Vivió y murió pobre porque la generosidad de su caridad no conocía límites. Jamás se llamó a las puertas de su corazón, sin que se abrieran de par en par, para responder con cariño y tierna compasión.”

 

En 1956 -detalla el Padre Cattáneo- se trasladaron desde la Recoleta sus restos hasta Nuestra Señora de las Victorias. Al presente los fieles que concurren al templo hallan a la entrada del mismo la urna con sus cenizas y una inscripción sobre su retrato: “Antonio Solari, Siervo de Dios, una vida llena de Dios, pasó haciendo el bien”.

 

AYUDA PUBLICA

 

Claro que a la munificencia con sus propios y nada abultados bienes personales, sumó la permanente solicitud ante instituciones públicas o privadas para que brindaran ayuda a los pobres y ello cuando no se hablaba de la responsabilidad social empresaria. Más todavía, puede decirse que dedicó sus energías a esas tareas algo ingratas ciertamente como siempre lo es pedir aunque sea para otros. Solo que esos “tirones de manga” llevaban implícito el sello de su escrupulosidad y delicadeza en materia de rendición de cuentas.

 

Así, en una carta autógrafa fechada en Buenos Aires el 22 de marzo de 1897, dirigida al entonces Presbítero Monseñor José Gregorio Romero y Juárez, Canónigo de la Catedral de Salta y a la sazón prosecretario del Obispado a cargo del Diocesano Monseñor Pablo Padilla y Bárcena –quien en 1886 solicitó al superior de los redentoristas en Buenos Aires el envío de misioneros a la provincia, estableciéndose por un tiempo el primer grupo de ellos con su superior el padre Antonio Kraemer en la iglesia de La Merced- dio cuenta al destinatario “que después de algunas diligencias conseguí el despacho del expediente formado por la Comisión de de Culto y Beneficencia de esa Provincia y liquidando como le dije en mi anterior en borrador del año pasado, quedando desde entonces paralizados en el Ministerio de Hacienda. De manera pues que el poder otorgado a mi favor, no me ha servido para percibir los 12.000 pesos, sino que se ha hecho un libramiento al Banco de la Nación para que los perciba la mencionada Comisión de Beneficencia y Culto. El Reverendo Padre Grote que sale para esa el 25 dará a Ud. otras noticias. Dejando así cumplida la misión que se dignaron confiarme, tengo el gusto de saludarle afectuosamente y por su intermedio presentarle mis respetos al Ilustrísimo Señor Obispo que beso su anillo pastoral.”

 

A poco, cuando el Canónigo Monseñor Romero y Juárez, gran difusor en la Argentina de la encíclica Rerum Novarum e inscripto por León XIII en el número de sus Prelados Domésticos, ascendió en 1898 al cargo de secretario canciller de la diócesis salteña, vinculados por iguales desvelos en materia social intensificaron entre ellos la correspondencia. Y otro ejemplo de ese ir y venir epistolar es una posterior carta esta vez mecanografiada suscripta por el Siervo de Dios en Buenos Aires el 12 de julio de 1919, con destino al ya preconizado quinto Obispo titular de la diócesis salteña por Benedicto XV, el 29 de octubre de 1914.

 

RESPONSABILIDAD

 

En esas líneas puso al tanto de Monseñor José Gregorio Romero y Juárez sobre el destino de cierto subsidio probablemente enviado desde la Curia de Salta al Colegio de las Esclavas y que fuera tramitado por un vicentino de las Victorias de apellido Gamas.

 

Con la responsabilidad y el celo que caracterizó desde la primera hora su desempeño en las engorrosas funciones de cariz económico que se le encomendaron desde que Monseñor Aneiros advirtió su honorabilidad y diligencia en la materia, le informó al prelado sobre “el caso por el que preguntó V.S. estando en ésta; y si es así le hago saber a V.S. que dentro de quince días se lo liquidará el último semestre del año pasado y apenas esté liquidado se lo avisará.”

 

El final de la esquela mostraba a un tiempo su preocupación por la salud del Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Mariano Antonio Espinosa, mientras se sentía alentado ante las noticias de las actividades cumplidas precisamente en Salta por los Padres Grote –otro de los primeros redentoristas que se establecieron en la ciudad del San Bernardo en 1892- y Otón Robrecht –después Canónigo- en las conferencias vicentinas, lo que le dio ánimo para finalizar con el augurio: “¡Quiera Dios que formen buenos regimientos de Vicentinos!”.

 

Don Antonio Solari, presentado aquí de puño y letra, parece rubricar en esos y otros documentos su cualidad y calidad de Hombre de Dios presente y no renuente a actuar en el mundo, aunque en combate perpetuo con sus aspectos individualistas, paganos y desaprensivos para con el prójimo. Como que de buen grado trascurrió su peregrinar terreno dedicado a santificar las funciones y los espacios que le asignó la Divina Providencia.

domingo, 7 de julio de 2024

SÓLO LA FIDELIDAD

 

 a la jerarquía eclesiástica es católica, incluso en la prueba

 

Sedevacantistas, sedeprivatistas, lefebvrianos y tradicionalistas que niegan la autoridad del Papa: La crisis de la Iglesia es manifiesta, pero la única solución católica es una triple fidelidad: fidelidad a la jerarquía, fidelidad a sus enseñanzas infalibles en su magisterio constante y fidelidad a la liturgia coherente con la naturaleza sacrificial de la Misa. La Brújula Cotidiana entrevista al abate Hilaire Vernier, sacerdote de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro.

 

Luisella Scrosati

 

Brújula cotidiana, 05_07_2024

 

 

La crisis en el seno de la Iglesia católica es evidente y parece que el sistema de “anticuerpos” del cuerpo místico ya no reconoce los agentes patógenos que ponen en grave peligro la salvación de las almas, sino que, por el contrario, ataca lo que hay de bueno y santo en la Iglesia. Empeoran el cuadro “inmunitario” las reacciones exageradas que ponen en grave peligro la vida de las almas y que, para colmo, cada vez más muchos consideran como el bote salvavidas en el que subirse antes de que se hunda el barco.

 

Hemos pedido al abate Hilaire Vernier, sacerdote desde 2017 y miembro de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, que nos ayude a comprender las trampas, no siempre evidentes, que acechan en estas supuestas soluciones a la crisis. ¿La razón? Que la verdad sea proclamada en su integridad. Desde hace más de quince años, el abate Vernier se ocupa de apologética y de cuestiones relacionadas con el tradicionalismo, y ha realizado varias colaboraciones para el sitio Claves.org

 

Entre los efectos de la grave crisis que vivimos en el seno de la Iglesia católica se extienden cada vez más dos formas de sedevacantismo en el mundo “tradicionalista”: una explícita y declarada, la otra implícita y práctica. ¿Podría describirlas brevemente?

El sedevacantismo declarado consiste en afirmar que la Sede Apostólica está vacante (desocupada) para algunos desde 1965 (clausura del Concilio Vaticano II), para otros desde la elección de Pablo VI, o incluso de Juan XXIII. Esta postura se basa en diversas razones, que varían según las comunidades sedevacantistas, y que a veces se combinan entre sí: invalidez de los nuevos ritos de ordenación, herejías profesadas por el magisterio del Vaticano II o de papas posteriores, herejía formal del candidato elegido al papado...

 

El sedevacantismo práctico, en cambio, consiste en considerar que la obediencia a la jerarquía eclesiástica - que se manifiesta, entre otras cosas, por el reconocimiento canónico (la integración oficial de su comunidad en la jerarquía eclesiástica) - no entra en el ámbito de la fe en la Iglesia, sino en el de su disciplina; una disciplina que no es un fin en sí misma y de la que se puede derogar en caso de necesidad. Sus miembros, como los de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), afirman por tanto que, para permanecer fieles a la integridad de la Revelación, en la práctica no es necesario someterse a la sumisión normalmente debida a la jerarquía eclesiástica para poder ejercer públicamente el ministerio sacerdotal.

 

De hecho, mientras que los partidarios del sedevacantismo práctico se jactan verbalmente de reconocer al Papa y rezar por él, o de aceptar su jurisdicción para dar la absolución sacramental, en la práctica actúan como sedevacantistas o “sedeprivacionistas”.

 

Estos últimos creen que el Papa -a pesar de ser “aparentemente” (materialmente) Papa- no está investido realmente de la autoridad que le corresponde, debido a un rechazo tácito de su cargo, por falta de intención de gobernar la Iglesia o de enseñar de forma católica (alegando que no buscaría su propio bien común).

 

Pasemos al sedevacantismo declarado. Algunos piensan que, por diversas razones (falta de consenso, invalidez de la renuncia de Benedicto XVI, violación de las reglas del cónclave, etc.), la elección del Papa Francisco sería inválida.

Además de que Benedicto XVI nunca ha cuestionado públicamente la legitimidad de su sucesor, hay que señalar también que ningún cardenal, ni antes ni después de la muerte de Benedicto XVI, ha puesto en duda la validez de la elección del Papa Francisco.

 

Afirmar que Francisco no es realmente Papa con el pretexto de alguna irregularidad relativa a su elección equivaldría a adoptar un sedevacantismo oculto, es decir, a declarar no sólo que la Sede Romana está vacante, sino también a suponer que esta ausencia de un verdadero Papa permanece oculta a los ojos del mundo y de casi todos los católicos. Los teólogos y la práctica eclesiástica coinciden en afirmar que la gran mayoría de los fieles, todos los cardenales y todos los obispos en ejercicio no pueden ignorar la vacante de la Sede Apostólica tal y como ocurriría si, en contra de las apariencias, Francisco no fuera Papa.

 

El cardenal Billot, considerando el caso de la elección ilegítima de un papa, afirma en su famoso tratado sobre la Iglesia: “Sin duda, Dios puede permitir a veces que se prolongue la vacante de la Sede. También puede permitir que surjan dudas sobre la legitimidad de una persona elegida. Pero no puede permitir que toda la Iglesia reconozca como Papa a alguien que no lo es ni verdadera ni legítimamente. Por lo tanto, desde el momento en que el Papa es reconocido como tal y está ligado a la Iglesia como una cabeza a su cuerpo, ya no es necesario plantear la cuestión de un posible vicio en la elección o de un defecto en las condiciones requeridas para la legitimidad, porque la adhesión de la Iglesia opera como una sanatio in radice para cancelar cualquier vicio en la elección, y demuestra infaliblemente que se cumplen todas las condiciones requeridas” (De Ecclesia Christi, tomo II, Publication du Courrier de Rome, 2010, p. 457, n°950).

 

Otros sostienen que incluso si la elección de Francisco fuera válida, el Papa sería depuesto ipso facto por herejía manifiesta. ¿Cuál es su opinión?

La opinión de que un Papa podría perder ipso facto su pontificado por herejía se difundió entre teólogos de gran autoridad (san Roberto Belarmino, san Francisco de Sales...) solamente a finales de la Edad Media. Sin embargo, esta opinión teológica, aunque no condenada por la Iglesia, nunca ha sido recogida por el magisterio de un concilio ecuménico o de un papa. Sin embargo, es esclarecedor observar que, en el pasado, la Iglesia condenó a un papa herético, Honorio I, por monotelismo, pero sólo póstumamente y no durante su pontificado.

 

Entre los partidarios de este punto de vista, algunos creen que la herejía formal basta por sí sola para perder el pontificado. Para otros, sería necesario que esta herejía fuera pública y declarada como tal por la jerarquía eclesiástica. Pero sin embargo el Derecho Canónico (canon 1404) reitera que el Papa no puede ser juzgado por nadie.

 

Los partidarios de la deposición inmediata de un Papa por herejía formal se olvidan de que, para permitirse juzgarlo como a cualquier clérigo que ha cometido un delito canónico, declarar la herejía “formal” (es decir, culpable) y resolver cualquier controversia sobre la herejía de quien ocupa la Sede Romana y su culpabilidad, es necesario tener autoridad. Ahora bien, si surgiera una controversia, podría ocurrir que el ocupante de la Sede de Pedro no fuera realmente culpable de herejía, por lo que seguiría siendo verdaderamente Papa y, por tanto, estaría exento de cualquier poder judicial superior.

 

Por último, es muy interesante observar que la Iglesia considera que incluso un clérigo herético que tiene poder de jurisdicción ordinaria o delegada (obispo diocesano, párroco, etc.) y que ha sido excomulgado latæ sententiæ por una herejía conscientemente profesada, puede utilizar este poder de manera lícita y vinculante, mientras no haya sido depuesto. Esto equivale a decir que una persona que ha abandonado la Iglesia por herejía puede seguir gobernándola, en virtud de su cargo, que no puede reducirse a su persona. Algunos canonistas comparan esta situación a la de un árbol muerto desde la raíz pero con ramas aún vivas.

 

Independientemente de estas opiniones y de todas las razones que podrían aducirse para cuestionar la legitimidad de un Papa, no cabe duda de que un pontífice romano aceptado pacíficamente por la casi totalidad de los católicos no puede ser un usurpador; se trata de un hecho dogmático infalible, debido a la indefectibilidad de la Iglesia y a su naturaleza de sociedad visible.

 

Pasemos ahora al sedevacantismo práctico, al que usted vincula a la FSSPX. Usted ha calificado a la FSSPX de “eclesiovacantista” en varios artículos, en particular en los publicados el pasado mes de mayo en Claves.org (ver aquí y aquí) en respuesta al abate Jean-Michel Gleize, uno de los teólogos de la FSSPX. ¿Cuál es el problema crucial de la posición de la FSSPX?

La autojustificación y el posicionamiento de la FSSPX, al menos desde la consagración de cuatro obispos el 30 de junio de 1988 por el arzobispo Lefebvre en contra de la voluntad formal del Papa, implica necesariamente que el poder ordinario de jurisdicción de la Iglesia es un mero componente disciplinario del que, en tiempos de crisis, se podría prescindir como principio de prudencia. Y es precisamente esto lo que ha conducido inevitablemente a la autocefalia de la FSSPX, que sólo puede justificarse por un “eclesiovacantismo”, digan lo que digan sus representantes.

Los hechos lo demuestran fácilmente y resisten cualquier argumento que los cuestione. Por ejemplo, la FSSPX sostiene por principio que todos los miembros de las comunidades tradicionales oficialmente reconocidas por la jerarquía eclesiástica se han alineado con los errores del Concilio y del magisterio postconciliar.

 

Esto explica por qué la mayoría de sus sacerdotes amonestan a sus fieles a no asistir a la Misa dominical en lugar de a la Misa celebrada por los miembros de estas comunidades, peyorativamente llamadas “ralliées” [expresión que hace referencia al “ralliement” de León XIII, es decir, al acercamiento a la Tercera República francesa, ed.]. Además, la FSSPX no reconoce a priori ninguna autoridad magisterial propia de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de los papas posteriores, rechaza habitualmente toda communicatio in sacris entre sus miembros y clérigos que no pertenezcan a sus filas, incluso cuando la Misa se celebra en el rito tradicional e insinúa una duda general de principio sobre la validez de los sacramentos celebrados en la Iglesia latina por clérigos latinos (no sedevacantistas) distintos de los suyos después de la reforma litúrgica. Esta duda se basa en la intención modernista y ecumenista que se cree que ha presidido no sólo la reforma del rito de la Misa, sino también la del Orden Sacerdotal y los demás sacramentos que requieren el sacerdocio para ser válidamente celebrados.

 

Esto explica por qué sus obispos confieren de nuevo bajo condiciones la Confirmación a los fieles que han sido confirmados según el nuevo rito, y por qué obispos externos que se han unido a la FSSPX, como monseñor Lazo o monseñor Huonder, nunca han conferido el sacramento del Orden a seminaristas de la FSSPX.

 

Podría parecer excesivo considerar la posición de la FSSPX como “eclesiovancantista”. ¿Acaso la posición actual de la FSSPX no tiene más que ver con una “prudente desobediencia” a la jerarquía eclesiástica, corrompida por el modernismo y el liberalismo?

Para aquellos que no son capaces de ver que la posición de la FSSPX no es sólo una discutible interpretación de la obediencia -incluso de la obediencia prudente- en tiempos de crisis, sino una evasión habitual de la jurisdicción confiada por Cristo a la jerarquía de su Iglesia, vale la pena recordar algunos hechos, más elocuentes que cualquier argumento: la FSSPX no se somete habitualmente en modo alguno a la autoridad del Papa y de los obispos unidos a él; invoca un estado de necesidad generalizado en la Iglesia para instituir sus obras apostólicas y administrar los sacramentos sin ninguna petición previa a los obispos de los lugares afectados, reclamando una jurisdicción de sustitución casi universal sin precedentes y sin ninguna base eclesiológica o canónica seria.

 

La FSSPX rechaza a priori la autoridad vinculante del Código de Derecho Canónico en vigor desde 1983 al mismo tiempo que acepta algunos cánones (como el del ayuno eucarístico reducido a una hora); del mismo modo que usurpa el poder exclusivo del Papa para juzgar nuevamente, en particular, los casos de nulidad matrimonial como último recurso, a través de su comisión Saint-Charles-Borromée, que es en realidad un verdadero tribunal eclesiástico cuya existencia parece disimulada.

 

En la práctica, aparte de la mención del Papa en el Canon de la Misa, la oración por las intenciones del Sumo Pontífice y la aceptación fortuita de los poderes de confesión concedidos a sus sacerdotes por el papa Francisco desde 2015, con motivo del Año de la Misericordia, nada distingue a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X del sedeprivatismo. Por último, al negar la necesidad de una jurisdicción ordinaria en la Iglesia y creer que Cristo suple directamente todo lo necesario, sin pasar por la intermediación del Papa, la FSSPX parece admitir, a pesar de todo, que la jerarquía eclesiástica no es siempre necesaria para la Iglesia de manera concreta y verdadera.

 

Recientemente, el abate de Jorna, superior del distrito francés de la FSSPX, ha empezado a difundir la idea de que se avecinan nuevas consagraciones episcopales. La idea clave que siempre ha defendido la Fraternidad es la posibilidad de consagrar obispos sin jurisdicción, debido al estado de necesidad en que se encuentra la Iglesia tras el último Concilio. ¿Cómo responder a este argumento a favor de las consagraciones sin mandato papal?

Incluso si aceptáramos un estado de necesidad en la Iglesia resultante de una deficiencia generalizada en la jerarquía eclesiástica, este estado nunca puede eximir a la ley natural o divina revelada. Ahora bien, la designación de un candidato al episcopado es competencia del Soberano Pontífice por derecho divino, como nos recuerda Pío XII en su encíclica Ad Apostolorum principis, del 29 de junio de 1958, que enseña que las consagraciones episcopales sin mandato pontificio son “graves atentados contra la disciplina y la unidad de la Iglesia”, y es “nuestro preciso deber recordar a todos que la doctrina y los principios que rigen la constitución de la sociedad divinamente fundada por Jesucristo son muy diferentes”. Y añade: “Los sagrados cánones, en efecto, afirman clara y explícitamente que corresponde sólo a la Sede Apostólica juzgar la idoneidad de un clérigo para la dignidad y la misión episcopales y que corresponde al Romano Pontífice nombrar libremente a los obispos”.

 

Un poco más adelante, recuerda que “nadie puede conferir legítimamente la consagración episcopal si la existencia del oportuno mandato apostólico no está confirmada antes”. De ahí que para tal consagración abusiva, que es un gravísimo atentado a la unidad misma de la Iglesia, se establezca la excomunión reservada de modo especialísimo a la Sede Apostólica, en la que incurre automáticamente no sólo el que recibe la arbitraria consagración, sino también el que la confiere”. Pío XII no hace sino hacerse eco del magisterio constante al que ningún otro Papa o teólogo de reconocida autoridad es capaz de oponerse. Por tanto, la necesidad en la que se encuentra la Iglesia no puede justificar consagraciones episcopales contra la voluntad del Papa o sin al menos su consentimiento tácito, del mismo modo que la escasez de pan no autorizaría a sustituir el sacramento de la Eucaristía por otra cosa.

 

Pero, ¿y si se consagran obispos sin conferirles ninguna jurisdicción?

En realidad, ya el mero hecho de designar a un candidato a la sucesión apostólica contra la voluntad del Papa o sin su consentimiento constituye una violación de la ley divina. Y es que la designación de dicho candidato para recibir la plenitud del sacramento del Orden pertenece en última instancia sólo al Papa, de acuerdo con la práctica inmemorial de la Iglesia y su constante Magisterio, que siempre ha condenado el nombramiento o la consagración de un obispo contra la voluntad expresa del Papa. Es interesante observar a este respecto que mientras la Sede está vacante entre dos pontificados, no se nombran nuevos obispos, ni siquiera auxiliares. Si se produjeran nuevas consagraciones en el seno de la FSSPX contra la voluntad del Papa, ello no haría sino confirmar una vez más su eclesiovacantismo práctico. Hay que tener en cuenta que tres de sus obispos ya consagraron al obispo Rangel en 1991, sin ningún mandato papal.

 

Muchos fieles se sienten acorralados en un momento en que objetivamente es cada vez más difícil encontrar celebraciones eucarísticas dignas de ese nombre y sacerdotes que ayuden realmente en la vida de fe. Parece que la única posibilidad de supervivencia es seguir estas derivas. ¿Qué se les puede decir a este respecto?

La Iglesia establecida por Cristo y en virtud de la voluntad divina es perpetua, es decir, durará hasta el fin del mundo. Esta perpetuidad se aplica en particular al primado del Papa, a la jerarquía, a la doctrina revelada y a los sacramentos. Esta afirmación de la indefectibilidad de la Iglesia, que forma parte de la fe católica, fue definida por el Concilio Vaticano I.

 

Ahora bien, las consecuencias del tradicionalismo sedevacantista práctico o manifiesto, al ser contrario al dogma de la indefectibilidad y visibilidad de la Iglesia, conducen en última instancia al eclesiovacantismo. El sedevacantismo oculto de los tradicionalistas es contrario a la indefectibilidad de la Iglesia, pero también a su visibilidad y unidad, que implica la perpetuidad del primado del soberano pontífice: “De aquí deriva que están en un error grande y fatal los que modelan en su mente a su capricho una Iglesia casi latente y nada visible (...). Por esta razón, así como para la unidad de la Iglesia en cuanto ‘reunión de fieles’ se requiere necesariamente la unidad de fe, del mismo modo para la unidad de la Iglesia, en cuanto sociedad divinamente constituida, se requiere por derecho divino la ‘unidad de gobierno’ que produce y encierra en sí misma la ‘unidad de comunión’” (León XIII, Satis cognitum, 29 de junio de 1896).

 

La indefectibilidad de la Iglesia implica la permanencia de su jerarquía y de su potestad de jurisdicción, que son verdades de fe, y no podemos dejarlas de lado para protegernos de otros errores, como la negación práctica del dogma “fuera de la Iglesia no hay salvación”, la negación de la unicidad de la potestad suprema de jurisdicción en la Iglesia, o la proclamación de un derecho humano inalienable a sufrir impedimento alguno para actuar según una conciencia errónea en privado o en público, incluso en materia religiosa. Los errores dogmáticos, derivados del modernismo y del liberalismo, a los que se añaden los relativos a la moral (derivados en particular del personalismo y del naturalismo) y que están corrompiendo la predicación en la Iglesia, no son menos graves que los relativos a su indefectibilidad y a sus implicaciones necesarias.

 

El deber de glorificar a Dios santificándose y dando testimonio de la integridad de la fe católica en estos tiempos revueltos exige inseparablemente la fidelidad a la jerarquía de la Iglesia (es decir, la obediencia a sus preceptos legítimos y el reconocimiento efectivo de su jurisdicción ordinaria), la aceptación irrevocable de todas sus enseñanzas infalibles y de su magisterio constante, y la participación, en la medida de lo posible, en la liturgia más coherente con la naturaleza propiciatoria y esencialmente sacrificial de la Misa.

 

Esta triple fidelidad, puesta a prueba por esta crisis que afecta de diversos modos a las potestades de gobierno, enseñanza y santificación confiadas por Cristo a la jerarquía de su única Iglesia, es la única auténticamente católica, porque es la única coherente con el conjunto de la Revelación, sin la cual no hay salvación, y de la que la Iglesia es la única depositaria.