de pantalón y saco
POR CARLOS MARÍA
ROMERO SOSA
La Prensa, 21.07.2024
Un libro de poemas
de Antonio Pagés Larraya que prologó Olga Orozco y publicó la Fundación
Argentina para la Poesía en 1984, titulado Plaza Libertad, representa más y
mejor que un cumplido lírico al lugar, una asimilación espiritual con esa
manzana verde del barrio de Retiro, hacia 1780 conocida como el hueco de Doña
Engracia y lindante hoy con los edificios de Recoleta.
Su autor que solía
parar en algún café próximo a la plaza, donde en la esquina de Marcelo T. de
Alvear y Libertad se levantó la tradicional Confitería París demolida en 1959,
contrapuso en cierto pasaje de la obra el lúgubre trasfondo del insomnio con el
auspicioso repique matinal del templo aledaño: “Estoy despierto/ pronto llegará
a la ventana/ el primer campaneo de las Victorias”.
Y es verdad que la
Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, en Paraguay y Libertad, inaugurada
como capilla en 1883 y creada parroquia en 1955 por Monseñor Santiago Luis
Copello, a cargo de los sacerdotes redentoristas desde su origen, ha sido
reconocida además que por su representativa condición de sitio para el culto
piadoso, como un hito de misericordia especialmente cumplida en servicio y
entrega al prójimo durante décadas, por un miembro de su feligresía: el hoy
Siervo de Dios Don Antonio Solari.
Es tradición que
hasta la sacristía y el despacho eclesial llegaban a diario en busca de ayuda
económica, un gran número de necesitados de los bienes más elementales para la
subsistencia. Con “bolsillo inagotable” para el ejercicio de la caridad
cristiana, virtud que practicaba silenciosamente y siempre con sonrisa amable
-según testimonios unánimemente recogidos para su causa de beatificación por su
postulador R.P. Ariel Cattáneo y su vicepostuladora, profesora Mabel
Bacigaluppi-, sabía brindarla a manos llenas este activo vicentino identificado
con la doctrina del catolicismo social promovida por Federico Ozanam, quien fue
beatificado en 1997 por San Juan Pablo II llamándolo en la ocasión “el apóstol
laico más grande del siglo XIX”.
JUSTICIA SOCIAL
También Solari
como su bien leído Ozanam, buscó dentro de sus posibilidades sustituir la
limosna por la justicia social, concepto tan vapuleado al presente por el
actual titular del Poder Ejecutivo Nacional. Y justamente el Siervo de Dios lo
pretendía difundiendo los libros y el ejemplo de vida del ilustre profesor de
La Sorbona y profesor de Derecho Comercial en Lyon, cátedra que a juicio de
Alberto Rodríguez Varela resultó precursora de las encíclicas sociales
iniciadas con la Rerum Novarum.
El Padre Alfredo
Sánchez Gamarra (C.SSS.R), en el libro Vida del Padre Grote Redentorista,
dibujó en 1949, mediante el rastreo de informes lejanos en el tiempo, la imagen
juvenil de don Antonio: “31 años. Esbelta y varonil estampa. Alma de ángel,
sencilla y pura. Tres únicos amores: Dios, los pobres, su madre.”
Así era
treintañero y así perseveró en espíritu cristiano y solidario con los pobres
este Oblato Redentorista, como fue distinguido en 1889 por el Superior General
de la Orden, R.P. Nicolás Mauron. Y por más datos biográficos a agregar, era
terciario dominico y en especial fervoroso del “Poverello de Asís”, de San
Alfonso María de Ligorio, fundador de la Orden Redentorista, y de San Vicente
de Paul, creador de la Confraternidad de la Caridad y precursor de la Doctrina
Social de la Iglesia que Solari abrazó con tanta pasión.
Otro de sus
biógrafos posteriores, el franciscano Fray Contardo Miglioranza, le dedicó un
capítulo en el libro Santos Argentinos, publicado en el año 2002, reafirmado su
carisma: “Se hizo famoso entre sus amigos por el bolsillo de su chaleco, que
parecía inagotable. Vivía de su trabajo y debía mantener a sus familiares; pero
siempre había algo para los pobres.” Y a continuación trascribió un testimonio
del doctor Roberto Molina Gowland, integrante del grupo “Pregoneros Social
Católicos” y uno de los redactores de la sección Orientación Social a cargo de
Ambrosio Romero Carranza en la revista Criterio, cuando estaba la publicación
dirigida por Monseñor Gustavo Franceschi: “Acompañando a Solari en sus visitas
a los pobres, nunca faltaba gente que se acercaba para pedirle limosna, pues
estaba muy extendida su fama de no negar a nadie el socorro que le pidieran. En
esas oportunidades comprobé algo que llamó mucho mi atención: del bolsillo de
su chaleco, el dinero siempre manaba. Parecía una fuente inagotable. ¿Era la
Divina Providencia, que así recompensaba a su ardiente caridad?”
ENRIQUE SHAW
Si el genio es la
región de los iguales, también lo es la santidad, genialidad del espíritu. Bien
cabe entonces vincular sin esfuerzo a dos virtuosos heroicos de nuestro país y
nuestro tiempo, de saco y corbata. O cabe mejor emplear las propias palabras de
Pío XII sobre nuestro evocado expresadas a Jorge Durand, integrante de la
Confederación Vicentina de la parroquia de Nuestra Señora de las Victorias, en
una audiencia que le concedió en el Vaticano.
El Pontífice que
había conocido al ahora Siervo de Dios en el Congreso Eucarístico Nacional de
1934 al que Monseñor Pacelli concurrió siendo Secretario de Estado del Vaticano
como representante personal de Pío XI, le trasmitió a su interlocutor que
“Antonio Solari era un santo de pantalón y de saco”, acentuando la importancia
de su condición laical cuando la vestimenta eclesiástica no estaba secularizada
ya que incluso el “clergyman”, se empezó a usar especialmente en los años
setenta del siglo XX.
En ese
entendimiento no es peregrino identificarlo con el hoy Venerable Enrique Shaw,
marianos ambos, laicos los dos, con actividad empresarial uno y contable el
otro en tanto Colector de Rentas del Arzobispado de Buenos Aires, designado por
Monseñor León Felipe Aneiros y en 1934 protesorero del Congreso Eucarístico
Nacional, pero habiendo insuflado en sus respectivos quehaceres y en afirmación
de que entre las cuentas y los balances también está Dios, el afán –y el ideal-
por devolver lo debido al necesitado, viva en sus corazones la enseñanza de San
Ambrosio: “El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que
cuelga sin usar en tu guardarropa, pertenece al desnudo; los zapatos que se
están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo”.
Consubstanciados
pues en el valor trascendente del bien común, si Enrique Shaw promovió en 1956
la sanción de la ley de asignaciones familiares, Antonio Solari, en los
primeros años del siglo XX había secundado al sacerdote alemán redentorista
Federico Grote -a cuyo quehacer por la elevación de los trabajadores adhirió en
su juventud Alfredo Palacios antes de abrazar el socialismo, aunque nunca
apostató de Cristo y sus enseñanzas evangélicas- en las tareas de organización
y administración de los Círculos Católicos de Obreros, iniciados en el país por
el nombrado religioso fallecido en la Argentina en 1940 y fundador en 1900 del
diario católico El Pueblo entre otras realizaciones AMGD
Don Antonio Solari
nació en Chiavari (Italia) el 27 de enero de 1861 y llegó a la Argentina junto
a sus mayores a los cinco años de edad.
Da cuenta otro de
los que rastrearon su existencia, el Padre Ariel Cattáneo en el opúsculo
Antonio Solari servidor audaz del Evangelio, que murió en su domicilio de la
avenida Callao 875, el 14 de julio de 1945, víspera de la solemnidad del
Santísimo Redentor. Al día siguiente, un artículo necrológico aparecido en la
página 9 de La Prensa informaba sobre su deceso, pasaba revista a su vida de
entrega y devoción y destacaba que en 1886 estableció en la iglesia de las
Victorias la Confederación Vicentina de Caballeros y en 1919 instituyo la Misa
del Estudiante.
También el
desaparecido diario El Pueblo anotició del luctuoso suceso a sus lectores en la
misma fecha y a dos columnas precedidas por la fotografía del “abnegado
benefactor de los pobres” (sic), honrado con la condecoración pontificia
instituida por León XII en 1888, “Pro Ecclesia et Pontifice”, además de
caballero de la Orden de San Gregorio Magno y “amigo de las santas lecturas que
hace pocos meses nos visitaba hablándonos de la eficacia del apostolado de la
buena prensa y de la obra educativa que realiza El Pueblo, del que fue asiduo
lector.”
Según la crónica
de sus exequias en El Pueblo del 17 de julio de 1945, las que se celebraron en
el cementerio de la Recoleta, frente al Cardenal Santiago Luis Copello; el
Nuncio Apostólico Monseñor Giuseppe Fietta; los prelados Monseñores Antonio
Rocca, obispo de Augusta, Tomás Solari, obispo de Aulón; el obispo de Santiago
del Estero, Monseñor José Weimann; Monseñor Antonio S. das Neves, el Capellán
de la Armada, el Presbítero J. B. Lértora, canónigos, miembros del clero y de
otras instituciones católicas y distinguidos laicos como el doctor Tomás
Casares, Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el escultor
ingeniero Ángel E. Ibarra García, expresó el Provincial de la Orden
Redentorista, Padre Jacobo Wagner, más tarde mártir de la fe después de ser
golpeado por un facineroso en la humeante noche del 16 de junio de 1955: “Vivió
y murió pobre porque la generosidad de su caridad no conocía límites. Jamás se
llamó a las puertas de su corazón, sin que se abrieran de par en par, para
responder con cariño y tierna compasión.”
En 1956 -detalla
el Padre Cattáneo- se trasladaron desde la Recoleta sus restos hasta Nuestra
Señora de las Victorias. Al presente los fieles que concurren al templo hallan
a la entrada del mismo la urna con sus cenizas y una inscripción sobre su
retrato: “Antonio Solari, Siervo de Dios, una vida llena de Dios, pasó haciendo
el bien”.
AYUDA PUBLICA
Claro que a la
munificencia con sus propios y nada abultados bienes personales, sumó la
permanente solicitud ante instituciones públicas o privadas para que brindaran
ayuda a los pobres y ello cuando no se hablaba de la responsabilidad social
empresaria. Más todavía, puede decirse que dedicó sus energías a esas tareas
algo ingratas ciertamente como siempre lo es pedir aunque sea para otros. Solo
que esos “tirones de manga” llevaban implícito el sello de su escrupulosidad y
delicadeza en materia de rendición de cuentas.
Así, en una carta
autógrafa fechada en Buenos Aires el 22 de marzo de 1897, dirigida al entonces
Presbítero Monseñor José Gregorio Romero y Juárez, Canónigo de la Catedral de
Salta y a la sazón prosecretario del Obispado a cargo del Diocesano Monseñor
Pablo Padilla y Bárcena –quien en 1886 solicitó al superior de los
redentoristas en Buenos Aires el envío de misioneros a la provincia,
estableciéndose por un tiempo el primer grupo de ellos con su superior el padre
Antonio Kraemer en la iglesia de La Merced- dio cuenta al destinatario “que
después de algunas diligencias conseguí el despacho del expediente formado por
la Comisión de de Culto y Beneficencia de esa Provincia y liquidando como le
dije en mi anterior en borrador del año pasado, quedando desde entonces
paralizados en el Ministerio de Hacienda. De manera pues que el poder otorgado
a mi favor, no me ha servido para percibir los 12.000 pesos, sino que se ha
hecho un libramiento al Banco de la Nación para que los perciba la mencionada
Comisión de Beneficencia y Culto. El Reverendo Padre Grote que sale para esa el
25 dará a Ud. otras noticias. Dejando así cumplida la misión que se dignaron
confiarme, tengo el gusto de saludarle afectuosamente y por su intermedio
presentarle mis respetos al Ilustrísimo Señor Obispo que beso su anillo
pastoral.”
A poco, cuando el
Canónigo Monseñor Romero y Juárez, gran difusor en la Argentina de la encíclica
Rerum Novarum e inscripto por León XIII en el número de sus Prelados
Domésticos, ascendió en 1898 al cargo de secretario canciller de la diócesis
salteña, vinculados por iguales desvelos en materia social intensificaron entre
ellos la correspondencia. Y otro ejemplo de ese ir y venir epistolar es una
posterior carta esta vez mecanografiada suscripta por el Siervo de Dios en
Buenos Aires el 12 de julio de 1919, con destino al ya preconizado quinto
Obispo titular de la diócesis salteña por Benedicto XV, el 29 de octubre de
1914.
RESPONSABILIDAD
En esas líneas
puso al tanto de Monseñor José Gregorio Romero y Juárez sobre el destino de
cierto subsidio probablemente enviado desde la Curia de Salta al Colegio de las
Esclavas y que fuera tramitado por un vicentino de las Victorias de apellido
Gamas.
Con la
responsabilidad y el celo que caracterizó desde la primera hora su desempeño en
las engorrosas funciones de cariz económico que se le encomendaron desde que
Monseñor Aneiros advirtió su honorabilidad y diligencia en la materia, le
informó al prelado sobre “el caso por el que preguntó V.S. estando en ésta; y
si es así le hago saber a V.S. que dentro de quince días se lo liquidará el
último semestre del año pasado y apenas esté liquidado se lo avisará.”
El final de la
esquela mostraba a un tiempo su preocupación por la salud del Arzobispo de
Buenos Aires, Monseñor Mariano Antonio Espinosa, mientras se sentía alentado
ante las noticias de las actividades cumplidas precisamente en Salta por los
Padres Grote –otro de los primeros redentoristas que se establecieron en la
ciudad del San Bernardo en 1892- y Otón Robrecht –después Canónigo- en las
conferencias vicentinas, lo que le dio ánimo para finalizar con el augurio:
“¡Quiera Dios que formen buenos regimientos de Vicentinos!”.
Don Antonio
Solari, presentado aquí de puño y letra, parece rubricar en esos y otros
documentos su cualidad y calidad de Hombre de Dios presente y no renuente a
actuar en el mundo, aunque en combate perpetuo con sus aspectos
individualistas, paganos y desaprensivos para con el prójimo. Como que de buen
grado trascurrió su peregrinar terreno dedicado a santificar las funciones y
los espacios que le asignó la Divina Providencia.
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