una oportunidad perdida
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
18_06_2024
El pasado 14 de
junio, en Borgo Egnazia, el Papa Francisco ha hablado sobre la Inteligencia
Artificial (IA) ante los líderes del G7. Su discurso, con algunos añadidos
improvisados, fue más breve que el texto que se distribuyó. Este último, de
hecho, es más completo y articulado, con incursiones analíticas largas y muy
técnicas en los entresijos de la IA. Para el Papa, la inteligencia artificial
nace del propio impulso del hombre hacia el “más allá”, como ya ha ocurrido con
otros inventos técnicos a lo largo de su historia.
Esta vez, sin
embargo, hay algo radicalmente nuevo: la herramienta de la IA es fuertemente
ambivalente (“fascinante y tremenda al mismo tiempo”), tiene un impacto
“cognitivo-industrial” disruptivo que construirá “un nuevo sistema social”, y
sobre todo puede tener cierta independencia del hombre aplicando “elecciones
algorítmicas”. El riesgo es que el hombre se vea privado de su capacidad de decisión
y, por tanto, termine “condenado a depender de las máquinas”. Un ejemplo de
ello es el uso de “armas autónomas letales” en los conflictos armados.
Después de haber
dedicado largo tiempo a analizar las principales posibilidades de ingeniería
para el desarrollo de la IA y los temores que suscitan en el capítulo “El
mecanismo básico de la inteligencia artificial”, Francisco propone dos vías
para abordar el fenómeno y gobernarlo: la vía ética y la vía política.
La primera vía
debería “poner en el centro la dignidad de la persona con vistas a una
propuesta ética compartida”. En este sentido, ensalzó la convocatoria del 2020
Rome Call for AI Ethics, que proponía lanzar una “algorética”, una ética de los
algoritmos basada en principios compartidos.
La segunda vía
sería apoyar la buena política frente al dominio absoluto del “paradigma
tecnocrático”. No hay que debilitar la política, “¡la política es necesaria!”.
Sin embargo, esta “buena política” debería tener en cuenta que la situación
mundial presenta graves deficiencias estructurales y que los parches no bastan.
En conjunto, el
texto de Francisco es débil. Por un lado, hay una redundancia de aspectos
técnicos que no son necesarios en un magisterio pontificio. Por otro, hay
referencias a soluciones éticas y políticas basadas en un consenso deseable
(pero no especificado en sus fundamentos). Ni siquiera se aclara el concepto de
persona humana desde la perspectiva de la Iglesia católica, al tiempo que se
lamenta su pérdida en la sociedad actual. En resumen, la propuesta era ésta:
busquemos juntos un acuerdo sobre ciertos principios, como se intentó en la
Convocatoria de Rome Call for AI Ethics. Bueno para una intervención política,
pero demasiado poco para una intervención pontificia.
La dignidad de la
persona humana, por ejemplo, ¿en qué se fundamenta y cómo se defiende? Desde el
punto de vista de la Iglesia católica, su defensa no es indiferente a la
presencia de Dios en la historia humana. Pero Francisco nunca menciona a Dios
en todo su discurso, ni siquiera a Jesucristo. El “consenso” sobre los
principios éticos adecuados, entonces, ¿en qué debería basarse? La doctrina
católica propone la ley natural y la ley moral natural, que no cambian y, por
tanto, son practicables incluso en la era de la AI. Hacen posible una
“gramática natural” que sea el fundamento de un diálogo y de un consenso que no
se base sólo en la convergencia de opiniones o, peor aún, de intereses.
Pero en esta
intervención de Francisco nunca se menciona ni lo uno ni lo otro. Incluso la
referencia a la ética se queda en el aire sin el apoyo de la ley natural y
divina. Por último, hay que mencionar la referencia a la política: los
adjetivos “sana” y “buena” aplicados en el discurso papal a esta palabra ¿en
qué se basan? Sin referencias a la ley natural y divina, queda poco margen para
legitimar la política de forma no convencional. La Inteligencia Artificial
corre el riesgo de conducirnos hacia un mundo artificial, porque sólo puede
controlarse haciendo referencia a un mundo real y verdadero, y no sólo a
convergencias de opiniones también artificiales.
La falta de
fundamento es el aspecto más llamativo del discurso de Borgo Egnazia, y puesto
que el fundamento para la Iglesia católica es Dios, llama la atención que
Francisco no lo haya mencionado en ningún momento. La persona, la moral y la
política no se sostienen sin Dios, y la humanidad por sí sola nunca encontrará
la fuerza para afrontar los riesgos y soportar el esfuerzo que estos desafíos
exigen. No se trataba, al hablar de Dios, de hacer proselitismo ante el
público, sino de señalar cuál es el “gancho” superior que mantiene unida toda
la construcción.
Si, por
comparación, nos remitimos al último capítulo de la Caritas in Veritate de
Benedicto XVI, encontramos una exposición diferente del tema. Este capítulo no
habla exactamente de la inteligencia artificial sino, más en general, de la
tecnología y el “espíritu del tecnicismo”. En 2009, el tema de Borgo Egnazia
aún no había estallado. Pues bien, Benedicto hablaba de la “ley moral natural”:
“Es necesario que el hombre vuelva sobre sí mismo para reconocer las normas
fundamentales de la ley moral natural que Dios ha inscrito en su corazón”. Aquí
habla tanto de la ley natural como de Dios, su creador: “Dios revela el hombre
al hombre; la razón y la fe trabajan juntas para mostrarle el bien sólo si
quiere verlo; la ley natural, en la que brilla la Razón creadora, indica la
grandeza del hombre, pero también su miseria cuando desoye la llamada de la
verdad moral”.
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