ahora los obispos
italianos bajan al mar
Stefano Fontana
Brújula
cotidiana, 27_08_2024
El Mare Jonio de
Mediterranea Savings Humans, Luca Casarini y el 'capellán' Don Mattia Ferrari
han vuelto por tanto al mar en busca de migrantes irregulares para rescatar.
Salieron de Trapani en los últimos días con la bendición del obispo local. Esta vez, sin embargo, con dos novedades. La primera
es que el barco va acompañado de una embarcación de apoyo financiada por la
Fundación Migrantes de la CEI (Conferencia Episcopal Italiana), de la que es
presidente el arzobispo de Ferrara-Comacchio Gian Carlo Perego. La segunda es
que Francisco envió al grupo un mensaje manuscrito en el que decía: «Os deseo
lo mejor y envío mi bendición a la tripulación de Mediterranea Saving Humans y
a Migrantes. Rezo por vosotros. Muchas gracias por vuestro testimonio. Que el
Señor os bendiga y la Virgen os guarde. Fraternalmente, Francesco».
A principios de
diciembre de 2023, la prensa había comentado ampliamente el trasfondo de esta
nueva misión. Se había sabido que numerosas diócesis habían entregado a
Casarini decenas de miles de euros para contribuir a sus misiones en el
Mediterráneo. También se habían sentado las bases para una recaudación
sistemática de contribuciones de las parroquias con este fin. La Bussola
también había informado sobre ello, comentando las declaraciones de defensa de
la diócesis de Módena, fuertemente implicada, y de la Conferencia Episcopal
Italiana, que se ‘retiró’. La operación parecía muy anómala, pues no pertenecía
a una Iglesia, sino a un grupo ideológico activo, un comando político
movimientista. La pasada militancia ideológica de Casarini y sus compañeros de
acción era conocida por todos, lo que suscitó muchas perplejidades, a pesar de
que Casarini había participado como invitado en el Sínodo de los Obispos del
mes de octubre anterior. Extrañeza añadida a la extrañeza.
Ahora, la nueva
aventura iniciada en los últimos días contaba con las dos novedades vistas
anteriormente, que se sumaban a su indigestibilidad. La participación activa de
la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) a través de la Fundación Migrantes
corrobora nuestra hipótesis de entonces, a saber, que el cardenal Matteo Zuppi,
presidente de la CEI, no podía desconocer la financiación del Mare Jonio por
parte de las diócesis. El mensaje autógrafo de Francisco, aunque no es nuevo en
este tipo de iniciativas sino el último de una larga serie, esboza una vez más
un punto en el que no podemos estar de acuerdo con él.
La Iglesia no es
un partido ni un grupo de acción. No debe entrar en el terreno de juego más que
para proporcionar los principios y los objetivos para que pueda decirse que
cualquier iniciativa social y política es honesta, útil para el bien común y
respetuosa con el plan de Dios sobre la humanidad. Su tarea es ayudar a
identificar los condicionamientos ideológicos en la acción política y a
evitarlos, para lo cual se remite a las verdades de su doctrina y a la
verdadera caridad cristiana.
Al dar estas
enseñanzas, la Iglesia se cuida de no defender intereses partidistas, sino que
en su libertad sólo se siente vinculada por la verdad y el bien. Para las
cuestiones sociales, se sirve de su Doctrina Social, cuyos principios y
directrices de acción propone, pero deja a la responsabilidad de los
directamente implicados decidir qué hacer.
Al proporcionar
estos criterios de evaluación, la Iglesia se preocupa de orientar las mentes y
los corazones hacia el cuadro completo y realista, sin amputaciones. No es
partícipe ni quiere verse inmiscuida en intereses particulares, ya sean
teóricos o prácticos.
Puede incluso
aprobar explícitamente alguna iniciativa particularmente significativa que
constituya un buen ejemplo -sin «bendecirla» nunca, no obstante, en sus formas
concretas de ejecución, que siempre pueden contener errores e injusticias
humanas-, pero sólo si se ajusta a todos los principios de la moral humana y
cristiana y no resulta escandalosa para nadie.
Ciertamente, no
examinará la «moralidad» personal de los protagonistas de esta iniciativa, pero
tampoco se dejará ganar por simpatías que no estén adecuadamente fundadas,
examinará las situaciones con realismo cristiano y no evitará cuestionar sus
posibles segundas intenciones.
En el presente
caso, no parece que éste haya sido el comportamiento. Se ha prestado apoyo a un
grupo con ideas cuestionables; se han utilizado recursos procedentes de las
ofrendas de los fieles para fines que muchos de ellos desaprobarían; se ha
respaldado una visión ideológica de la cuestión de la inmigración que
ensombrece muchos aspectos y distorsiona otros; no se tiene en cuenta la
instrumentalización que pesa sobre los llamados refugiados, ni su motivación
realista para partir, ni el tráfico del que son víctimas y que una acogida a
ciegas corrobora; no se reflexiona sobre las posibles violaciones de las leyes
italianas e internacionales vigentes; no se tiene en cuenta que mientras los
obispos italianos financian misiones en el mar, los obispos africanos piden que
se detengan las salidas.
La Iglesia debería
elaborar una propuesta que lo mantuviera todo unido y diera, con justicia, a
cada uno lo suyo. En cambio, en este caso se identifica con una acción de grupo
de un determinado color y apuesta por ella. Los obispos italianos llevan tiempo
haciendo política directa: sobre las elecciones europeas, sobre la autonomía
diferenciada, y ahora sobre el ius scholae; pero en este caso, además de dar
indicaciones políticas, que de todos modos no es su tarea, entran directamente
en el campo, o mejor dicho, en el mar.
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