a la “iglesia del
pluralismo”
POR LEANDRO
BLÁSQUEZ *
La Prensa,
23.12.2024
Con una gran
perplejidad hemos leído el comunicado del Arzobispado de Santa Fe de la Vera
Cruz hecho público con el título: “Reconocer a la Iglesia dentro de la
pluralidad, sin privilegios. Reflexiones en torno a la reforma constitucional”.
Firmado por los señores obispos: monseñor Sergio Fenoy y monseñor Matías Vecino
en ocasión de la inminente reforma de la Constitución de la Provincia de Santa
Fe.
En su lectura nos
topamos con una cantidad de errores, omisiones y eufemismos que dan la
sensación de que estamos frente a un fraude rotundo. Por eso creemos necesario
hacer algunas aclaraciones para poner blanco sobre negro en este asunto que
desde hace décadas se ha olvidado, por obra o por omisión culposa. Como decía
el P. Castellani, los charlatanes más peligrosos son aquellos que agitan las
aguas para que parezcan más profundas, refiriéndose a los que meten mano de un
aparataje teórico para oscurecer lo que debería aclararse.
Y ya que el mismo
documento lo afirma: “…hay varios puntos que nos deberían interesar a todos, y
mucho. El artículo 3, por ejemplo, podría generar encendidos debates”, nos
tomaremos el permiso, como laicos, de debatir sobre este tema que compromete
nuestro futuro, el de nuestras familias y el de nuestros hermanos santafesinos
con la firme convicción de que es nuestro deber sanear las estructuras
temporales con la fuerza del Evangelio.
En el comunicado
se menciona que, durante 19 siglos y medio, la política católica estuvo en un
error: “Desde mediados del siglo pasado la Iglesia viene afirmando la justa
autonomía y la cooperación del orden temporal con respecto al religioso… La
confusión del orden civil con el religioso es no sólo anacrónica, sino también
errónea…”.
Parece cuento
tener que desmentir semejante macana. Jamás, ni antes, ni después ni ahora la
Doctrina Social de la Iglesia defendió la confusión entre los dos órdenes; sólo
una interpretación torcida puede ser capaz de leer la historia en esos
términos. Y si alguna vez pudo darse, no nos pertenece a los argentinos haber
asumido o defendido tal tesis.
Es claro que debe
existir una justa autonomía y cooperación entre el orden temporal y el
religioso; aunque lo afirme la Gaudium et Spes con toda verdad, sin embargo,
esa afirmación es parte del cuerpo doctrinal más perenne, y pretender defender
la cuestión como novedad del Concilio Vaticano II es un absurdo.
En el artículo 3
de la Constitución de Santa Fe, donde se afirma que “la religión de la
Provincia es la Católica, Apostólica y Romana, a la que le prestará su
protección más decidida, sin perjuicio de la libertad religiosa que gozan sus
habitantes” nuestros obispos ven una actitud retrógrada y malintencionada que
habría que revertir, enmendar y superar cuando en realidad es una declaración
de principios ejemplar que deberían admirar el resto de las naciones; sobre
todo aquellas donde la religión se ha vuelto instrumento de opresión, de
persecución ideológica y sometimiento, y la excusa para saquear, asesinar y
corromper a los indefensos. Otra vez, nuestros prelados humillándose por
errores que no cometimos y pidiendo perdón a sus verdugos de pecados
inexistentes. Es realmente una vergüenza leer que para ellos “hoy semejante
párrafo es inadmisible desde todo punto de vista”.
Como en una
pesadilla que no deja respirar, a renglón seguido se lee: “Sin pretender entrar
en las motivaciones que impulsaron a aquellos constituyentes, o en la coyuntura
histórica que los habrá conducido…” con la muletilla del aggiornamento los
obispos justifican sus dichos acudiendo a un historicismo rancio para decirnos
que lo pasado, pisado…
Contra este error
hay que decir que, nuestros Padres han decidido declarar jurídicamente y a perpetuidad
la identidad católica de la Patria reconociendo su origen, su correspondencia y
por sobre todas las cosas su destino en comunión con los ideales del Evangelio,
porque entendieron que el Fin del Hombre en este mundo no se agota en el Estado
–por perfecto que este sea-, si no en Dios, fuente y razón de toda justicia.
Pudieron reconocer esto, aún sin comprometer los asuntos que a cada uno le
correspondía. De ahí que afirmar que “la condición propia de lo temporal, por
definición, implica la no perdurabilidad, la siempre mutabilidad, la continua
perfectibilidad…” es una actitud desertora, propia de cobardes y traidores
indignos que están siempre dispuestos a entregar la “cosa pública” a los
corruptos y salteadores que, otra vez como hace dos mil años, quieren
repartirse la ropa y sortearse la túnica del único Salvador del mundo.
EL CATOLICISMO EN
LA GÓNDOLA DE LAS RELIGIONES
Uno de los mejores
pasajes del Evangelio es ese que narra la historia del administrador astuto:
Cristo alabó al administrador infiel porque había sido más astuto que los hijos
de la luz. ¿Qué diría hoy Nuestro Señor frente al derrotismo manifiesto con el
que se gobierna su hacienda que es la Iglesia? Colocar a la Iglesia en plano de
igualdad con el resto de las religiones falsas e idolátricas es Apostasía que
no escapa al sentido común. Acá no se trata de una lucha de poder para
conservar una banca apestosa en el Parlamento o un cargo en Tribunales, la
cuestión es la misma de siempre: Reinado de Cristo o reinado del Anticristo.
El historiador
francés Fustel de Coulange, en su libro ‘La ciudad Antigua’, relata que, según
las Actas de los Mártires de los primeros siglos, los romanos habían ofrecido a
los cristianos que su religión sea reconocida dentro del imperio al igual que
todas las demás religiones, colocando a su Dios en el Parnaso. Que una vez
aceptada esta tregua el Imperio dejaría de perseguirlos y ellos quedarían
incluidos dentro de la Pax Romana (es decir, convertir al cristianismo en una
religión más del Estado). Naturalmente que los cristianos rechazaron el acuerdo
para sorpresa y estupor de los mismos cónsules romanos, que no entendían por
qué estos hombres se dejaban matar por su fe rechazando un acuerdo tan
favorable que ponía fin a largos años de masacres y persecuciones por las
cuales el Estado Romano ya estaba agotado y sin posibilidades. Pero la cosa no
era de sorprender, porque los cristianos entendieron que por encima de la Pax
Romana está el único Dios verdadero y que, la Fe en Cristo no podía ser de
ninguna manera reducida a una simple confesión más, porque eso significaría
caer en idolatría. Luego de lo cual se desató la más cruel de las
persecuciones.
Valga esta
anécdota des-edificante para manifestarnos en contra de aquello que se afirma
diciendo: “…la redacción de la próxima Constitución en su artículo 3, o aquel
que lo reemplace, debería reflejar el respeto a la pluralidad de una sociedad
que es precisamente plural en sus distintas expresiones religiosas”.
¡No se puede ser
tan cínicos! Los enemigos de Cristo se relamen ante semejante lustrabotismo.
Justamente porque firman la rendición antes de la tregua.
Pero tranquilos,
porque a reglón seguido se dice: “Debería, además de reconocer la justa
autonomía de los dos órdenes, garantizar su cooperación…” claro, no nos
engañemos, esa cooperación será para humillar a la Fe de Cristo y al nombre de
su Santísima Madre. No en nuestro nombre. No va a ser entregada la libertad de
los fieles a un ídolo que pretende instaurar todo en una religión pluralista
con nuestra complicidad e indiferencia.
La “tesis” debe
ser siempre el Estado Católico. Debe ser la consigna permanente y es el mandato
que la Iglesia siempre proclamó. San Juan Pablo II nos alentaba diciendo:
“Inculturar el Evangelio, no es reconducirlo a lo efímero y reducirlo a lo
superficial… Por el contrario, [es] insertar la fuerza del fermento evangélico
y su novedad… en el corazón mismo de las sacudidas de nuestro tiempo, en
gestación de nuevos modos de pensar, de actuar y de vivir” (Mensaje de Juan
Pablo II a los Miembros del Consejo Pontificio de la Cultura, 13 de enero de
1989).
Ahora resulta que
nos quieren meter miedo, vergüenza y cargos de conciencia a los cristianos
cuando luchamos por introducir el Evangelio en las estructuras temporales, en
las instituciones públicas, en las escuelas, en los hospitales, en los
tribunales y en los parlamentos. ¿Qué seguirá de esto? ¿Querrán cambiarle el
nombre a la Provincia de Santa Fe de la Vera Cruz también? Bueno, vayamos
pensando... por lo pronto tiro una idea: “Provincia Laicista de la Sana
Pluralidad”.
¿Qué más? ¿Será
que tendremos que salir a la calle a luchar por derechos ya consagrados? ¿Qué
sentido tiene esta entrega? El único sentido que le encontramos a todo este
barullo es ideológico, se llama modernismo. Más precisamente, herejía
modernista.
Y dígase
claramente, ofende el hecho de que este comunicado haya salido al ruedo sin el
conocimineto de los católicos santafesinos y que en nombre de “todos, todos,
todos” se burle la inteligencia de la grey. Una incoherencia patente en unos
pastores que agitan la bandera de la inclusión y la “sinodalidad”. ¡No a
nosotros! ¡No en nuestro nombre! Conocemos perfectamente nuestros derechos y
obligaciones como laicos y por eso manifestamos nuestro descontento ante este
atropello. Es el colmo que, no son los masones, los liberales o los comunistas
los que están en este propósito, sino nuestros obispos… ¿O sí?
No nos engañemos,
el laicismo como concepción política, ha llevado a la ruina a las sociedades
cristianas y a la persecución cruenta y martirial de los cristianos cada vez
que se negaron los derechos de Dios y Su soberanía. Decir que el laicismo es
“neutro” es idiotez indigna de una persona que ha sido puesta por Dios para
advertir (que eso y no otra cosa significa epíscopo: ver desde arriba). Y
levantar la bandera de la “sana laicidad del Estado” es un acto de imprudencia
y falta de lucidez, porque la Argentina todavía es católica –de hecho y de
derecho- y ningún clérigo tiene potestad para desmentirlo. Evidentemente estos
obispos no conocen a su rebaño, se manejan como lobos disfrazados de corderos y
están dispuestos a entregarnos.
¿Será necesario
aclarar cuál es fin último del Estado? El fin de la política es la consecución
del bien común último del orden temporal.
Conviene detenerse
aquí para hacer una distinción importante: existe el bien común temporal que es
competencia de la política y el bien común espiritual que es competencia de la
Iglesia.
La sociedad
política jamás debe renunciar a la conquista del Bien Común temporal (o del
aquende) aun cuando eso implique sostener y contribuir material, jurídica o
institucionalmente al Bien Común del allande. Así mismo, la “sociedad
sobrenatural” o espiritual que es la Iglesia, jamás debe renunciar a la
conquista del Bien Común espiritual (del allende) que es la salvación de las
almas, sin dejar por eso de proteger o velar en la medida de sus posibilidades
por el Bien Común político del Estado cuando se ordene a su propio fin. De aquí
que la Iglesia deba interferir en asuntos políticos como docente porque es
Mater et Magistra para el orden social.
Sin interferir uno
en otro, el Estado debe subordinarse al poder espiritual de la Iglesia por la
evidente primacía de lo espiritual sobre lo temporal. A este Bien Común
trascendente se corresponden todas las acciones que la Iglesia tiene derecho a
desarrollar. Cumplir con la obligación de dar a Dios el culto debido para para
Su gloria y para el bien de las almas, tanto en lo individual como así también
en lo universal. Callar estas verdades es bajar la guardia y dejar el rebaño de
Cristo a merced de los lobos, que tienen nombre y apellido y los conocemos
bien: son los que desde el principio dicen “no queremos que éste reine sobre
nosotros” (Lc, 19, 14).
Para quienes creen
que la Soberanía de Cristo es algo anacrónico hay que decirles que la Iglesia
no es una empresa que se regula por las leyes de la oferta y la demanda, la
Iglesia es la Iglesia de las Promesas, sobre ella pesa el mandato de Cristo:
“haced que todas las naciones sean mis discípulos”. Ya el padre Julio
Meinvielle enseñó que en medio de la Iglesia de las Promesas –como el trigo y
la cizaña- crecía una falsa iglesia: la iglesia de la publicidad, la que iba a
reemplazar el mensaje evangélico por un credo gnóstico y secularizado, es lo
que estamos viendo.
Este es un tiempo
para abrigar una sola esperanza: la alegre esperanza de la Segunda Venida del
Salvador. En contra de los que quieren “Instaurar todas las cosas en la
Pluralidad”, nosotros seguimos levantando bien alto la bandera de Cristo Rey:
Omnia Instaurare in Christo”.
* Miembro del
Centro de Estudios Universitarios P. Leonardo Castellani.
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