jueves, 9 de julio de 2009

Homilia de monseñor Giaquinta


Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para el décimo cuarto domingo durante el año

(5 de julio 2009)

I. La fe: tema capital del Evangelio

1. Desde que retomamos la lectura continua del Evangelio según San Marcos, por tercera vez aparece el tema de la fe. “¿Cómo no tienen fe?”, les preguntaba Jesús a los discípulos en la tempestad, hace dos domingos. “No temas, basta que creas”, le decía Jesús a Jairo el domingo pasado. Hoy Marcos comenta que Jesús, ante el rechazo de sus compueblanos, “se asombraba de su falta de fe” (Mc 5,6).

La fe es, sin duda, un tema capital. En el Evangelio según Marcos, Jesús comienza su predicación del Reino pidiendo la fe: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). Y cuando la concluye, confía a los apóstoles la misión de evangelizar al mundo reafirmando la necesidad de la fe: “El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16,16).

El tema es importante en todo el Nuevo Testamento, como lo muestra la reiteración del sustantivo “fe” y del verbo “creer” (485 veces). Desde este panorama bíblico, entendemos que siempre, hoy lo mismo que ayer, el gran problema de la Iglesia es cómo vivir en la fe, proponer la fe, cultivar la fe.


II. “Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo”

2. La lectura de hoy trae la escena de la visita de Jesús a la sinagoga de su pueblo: “Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga” (6,2). La primera reacción de la gente fue de asombro. ¡Qué bien habla este hijo del pueblo! Pero apenas se ponen a considerar el origen humilde de Jesús, la admiración se convirtió en rechazo: “La multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: ‘¿De dónde saca todo esto?... ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?’”. Marcos concluye: “Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo” (vv. 2-3).

3. Advirtamos que a Jesús lo rechazan los que son próximos a él: sus compueblanos reunidos en la sinagoga para escuchar la Palabra de Dios. No es ésta la única vez que en Marcos aparece una situación como ésta. El domingo antepasado veíamos a los discípulos de Jesús carentes de fe: “¿Cómo no tienen fe?” (4,40). Y el Domingo de Ramos, en la proclamación de la Pasión de Jesucristo, vimos a los sumos sacerdotes y escribas, máximos representantes de la religión judía, rechazar a Jesús: “Los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: ‘¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!” (15,31-32).

4. ¿Será inevitable que el está metido en la religión termine lejos de ella? No. Pero no es infrecuente. Lo muestra todo el Antiguo Testamento, como les recordó Jesús a los escribas y fariseos: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí’” (Mc 7,6; Is 29,13). ¿La situación puede repetirse en el Nuevo Testamento?


III. “Todo lo que ha sido escrito en el pasado,

ha sido escrito para nuestra instrucción”

5. La pregunta formulada puede parecer impertinente. Y no lo es. San Pablo les hace ver a los corintios que la conducta de ellos es como la de los judíos en el desierto. Eran religiosos, pero vivían como paganos: “Todos nuestros padres atravesaron el mar… Todos comieron la misma comida (el maná)… A pesar de esto, muy pocos de ellos fueron agradables a Dios, y sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto”. El Apóstol ve en los hechos del pasado una profecía del presente: “Todo esto aconteció para ejemplo nuestro… Todo esto les sucedió simbólicamente, y está escrito para que nos sirviera de lección a los que vivimos en el tiempo presente” (1 Co 10,1-6.11).

6 La Iglesia, también, cuando nos lee una escena evangélica como la de hoy: no la lee sólo como una anécdota dolorosa del pasado, sino como “profecía” del presente, como “evangelio” o anuncio de salvación. Y nos dice: “¡Atención! Lo que le pasó a Jesús ayer en Nazaret, le puede suceder hoy con nosotros”. Por ello el Evangelio se lee con solemnidad: el sacerdote ora antes; el pueblo se pone de pie; y para resaltar la lectura, hay un breve diálogo previo entre el sacerdote y el pueblo.


IV. “Año sacerdotal”:

llamado a la autenticidad de vida de los clérigos

7. Con ocasión de los 150 años del nacimiento de San Juan María Vianney, llamado el santo Cura de Ars, el Papa Benedicto XVI convocó a celebrar un “año sacerdotal”, para “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico sea más intenso e incisivo”. Podríamos muy bien decir: para promover un proceso de fe viva en el ministerio que desempeñamos. Tiene “presentes a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida”. Y recuerda con emoción a su párroco “con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo sin reserva al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave”.

8. Sin embargo, el Papa no puede callar que en el Clero “también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono” (Carta, 18 de junio).

Estas “situaciones”, no hemos de verlas con indiferencia, con desesperación, o como si fuesen sólo construcciones mediáticas. También a través de ellas el Señor nos llama a la conversión. Han llenarnos de humildad, y ser un acicate para que los clérigos crezcamos en la fe y hagamos una profunda revisión de nuestra vida y ministerio.

Por ello conviene preguntarnos: a) si hay coherencia entre el ministerio que ejercemos y el estilo de vida que adoptamos; y, en particular, si éste facilita la oración, la escucha de la Palabra de Dios y el ejercicio de la caridad pastoral; pues si bien el hábito no hace al monje, no menos cierto es que éste necesita de un estilo de vida acorde con la vocación abrazada; b) si en la Iglesia hemos asimilado el ideal de vida y ministerio del pastor propuesto por el Nuevo Testamento y por el Concilio; o si tal vez nos manejamos con una teología subjetiva del sacramento del Orden; c) si los criterios para seleccionar y formar a los candidatos al ministerio sacerdotal se corresponden con el ideal conciliar; d) si los Seminarios imparten una formación acorde con dicho ideal; e) si el proceso seguido en la institución y ordenación de los diversos ministros (desde el lector hasta el obispo) corresponde a un camino objetivo de crecimiento y maduración; f) si al proceder a la ordenación de un presbítero, los obispos sacramentalizamos una “presbiterialidad” ya manifiesta en el candidato; o, tal vez, obramos según la rutina, o nos dejamos tentar por la urgencia de cubrir las vacantes pastorales; etc.


V. La falsa ilusión de multiplicar el número de ministros

por la supresión del celibato sacerdotal

9. Se equivocan los que afirman que la renovación y multiplicación de los ministros del Evangelio puedan venir de una derogación lisa y llana de la norma establecida por la Iglesia latina de elegir sólo a los que hayan obtenido de Dios el don del celibato voluntario y perpetuo, además de contar con las demás capacidades para ser pastor. Esta es un decisión tomada desde la fe, y no puede ser comprendida y reformada sino desde la fe. Lastimosamente algunos se dejan tentar, y en vez de alimentar su ideal de consagración en la Palabra de Dios, asumen la opinión de la prensa que a veces pontifica sobre las cosas divinas. Es una trampa en la que fieles y pastores no debemos caer. Jesucristo, de quien somos ministros, “no fue ‘si’ y ‘no’, sino solamente ‘sí’, de manera que por él decimos ‘Amén’ a Dios, para gloria suya” (2 Co 1,19-20).

10. Ha de afirmarse con claridad que el candidato a las sagradas órdenes en la Iglesia latina ha de contar con una doble vocación: a la vida de consagración a Dios mediante el celibato voluntario y perpetuo, y al ejercicio de la caridad pastoral. Y ello, comprobado por el sujeto y mostrado a la Iglesia a través de un camino adecuado, que incluye haber adquirido el hábito de la oración personal. El celibato sacerdotal no es una condición extrínseca que se añade después de la ordenación. Sino una condición previa a la misma, cuyo fundamento es la fe viva en Jesucristo que invita a dejar todo por amor a él para seguirlo.

11. Esto no es óbice para que la Iglesia católica oriental cuente desde siempre con presbíteros elegidos entre hombres casados, según la praxis conocida en el Nuevo Testamento (cf. 1 Timoteo 3). A estos el Concilio los exhorta a perseverar santamente en su doble vocación: marital y ministerial (P. O. 16). Tampoco lo sería si un Concilio decidiese que la Iglesia latina contase también con presbíteros elegidos entre los hombres casados. Desde el Concilio Vaticano cuenta con diáconos elegidos entre éstos.

12. Ha de ser claro, sin embargo, que la Iglesia nunca abolirá el criterio apostólico “que cada uno siga viviendo en la condición que el Señor le asignó y en la que se encontraba cuando fue llamado” (1 Co 7,17). Y tampoco la consecuente norma eclesiástica: que el ministro que fue ordenado siendo célibe permanezca célibe, y el que fue ordenado estando casado permanezca casado. Y que, por tanto, nunca habrá un celibato optativo en el sentido que muchas veces se lo formula en la prensa: que los ministros ordenados siendo célibes puedan casarse.


VI. Crecer en la fe y orar a Dios

13. Por ello, como dice el Papa, “lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en figuras de pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes”. Para ello, nada mejor que renovar la fe en Jesucristo que llama a seguirlo y a “dejar todo por él y por el Evangelio” (Mc 10,29). Y orar con esta intención, como lo hizo él: “Padre, yo ruego por ellos… No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno… Conságralos en la verdad” (Jn 17,9.15.17). (R 01-07).

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
(AICA



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