martes, 29 de marzo de 2022

EL PUEBLO, EL PAPA Y MARÍA

 

 la consagración reúne Cielo y Tierra


Luisella Scrosati


Brújula cotidiana, 29-03-2022

 

Una liturgia penitencial intensa, sobria, en el recogimiento, llena de silencio, ha colocado a la Iglesia en su posición de verdad ante Dios. El reconocimiento de la culpa, la necesidad de perdón, la mano tendida pidiendo esa ayuda que es la única que puede devolver la esperanza en un mundo que ha llegado a la cima de la impiedad. Y luego el acto tan esperado que ha mantenido en vilo al mundo, que ha mantenido en vilo a Dios; como se mantuvo en vilo a toda la creación y a la Santísima Trinidad hace más de dos mil años, ese momento de silencio entre el anuncio del Arcángel Gabriel y la respuesta de María de Nazaret.

 

Hemos escuchado con los “oídos del cuerpo” las palabras del Santo Padre pidiendo perdón en nombre de todos y consagrando la Iglesia y el mundo, Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María. Ahora los “oídos de la fe” nos hacen escuchar a la Virgen, nuestra abogada, que se presenta ante el trono de Dios, teniendo en sus manos al mundo, a la Iglesia y especialmente a Rusia y Ucrania.

 

Lo que ha sucedido ha representado una “reparación” entre el Cielo y la tierra, el derribo de un muro que nuestro mundo había construido para hacer el Cielo inaccesible a los hombres, y la reconstrucción de un puente. Y este puente sólo podía reconstruirse en Aquel que trajo a sí mismo y dio al mundo al Pontífice eterno, Jesucristo nuestro Señor; sólo podía reconstruirse a través de aquel que fue hecho Vicario de Cristo y, por tanto, Sumo Pontífice (en otras palabras, aquel que construye el puente). Entre ella y él, entre María y Pedro, existe una relación muy especial, única, insustituible, que a partir de las apariciones de Fátima se ha convertido en muy, muy especial. Varias veces, anoche, el Papa y la Virgen se miraron intensamente, llevando en esa mirada el dolor y la esperanza de todos.

 

Ayer (25 de marzo) fuimos testigos del restablecimiento de ese orden y de ese camino que la Virgen había indicado hace un siglo en la pequeña aldea portuguesa y que une estrechamente al pueblo de Dios, a su Pastor supremo en la tierra y a la Madre de Dios. En Fátima, la Virgen pidió a su pueblo que reparara, que intercediera y que expiara mediante la Comunión de los Primeros Sábados, el Santo Rosario, el ofrecimiento de sacrificios y de nosotros mismos. A continuación, pidió al Papa, en comunión con todos los obispos, que consagrara Rusia a su Corazón Inmaculado, reforzando así el papel insustituible que el Papa y la jerarquía católica tienen en el plan de salvación de Dios, en beneficio del mundo entero.

 

Y hemos visto por un momento este orden reconstituido; hemos visto al pueblo del Señor, grande y pequeño, a los pastores y al rebaño, pidiendo perdón a Dios, uniéndose en oración para este acto solemne, reconociendo la voz del pastor, que finalmente les ha llevado a poner su esperanza en la protección de la Madre de Dios más que en cualquier otra iniciativa terrenal. Hemos visto al Sumo Pontífice –junto a todos los pastores de la Iglesia- aceptar con humildad y docilidad la petición del Cielo, haciendo una consagración que sólo él podía realizar. Porque la Santísima Virgen no ha venido a sustituir a los pastores y a los fieles, sino a pedirles que vivan según la misión que el Señor les ha confiado.

 

Es objetivamente difícil afirmar que el modo en que se ha realizado la consagración de la Iglesia, del mundo y, en particular, de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María no corresponde a lo que la Santísima Virgen pidió en Fátima. Y esto a pesar de lo que se pueda pensar de la “validez” del acto realizado por san Juan Pablo II en 1984 e independientemente de las miles de consideraciones críticas que se puedan hacer de este controvertido pontificado.

 

El corazón del acto está ahí, en las palabras decisivas: “Nosotros, por tanto, Madre de Dios y nuestra, nos encomendamos y consagramos solemnemente a nosotros mismos, a la Iglesia y a toda la humanidad, de manera especial a Rusia y Ucrania, a tu Inmaculado Corazón”. Todos los obispos y sacerdotes del mundo se han unido al Sumo Pontífice en este acto que contiene todos los elementos esenciales solicitados por la Virgen en 1917, cada uno de los cuales tiene un significado importante; un significado que nosotros, los hombres, continuamente sobreexpuestos a una comunicación continua, rápida y casi siempre superficial, ya no somos capaces de comprender.

 

En primer lugar, está la forma expresa de la consagración, que también va acompañada de la encomienda: no se puede exagerar la importancia de esta palabra –consagración- y del acto que expresa. Tras décadas de secularización a todos los niveles, hasta el punto de que en el ámbito católico hemos asistido no sólo a la demolición sistemática de lo sagrado, sino incluso a la crítica de su misma idea, el acto de consagración invierte el rumbo en 180 grados. Después de años y años de trabajar incansable e insípidamente para borrar todo elemento de sacralidad incluso en la intimidad del culto, obedeciendo a la consigna de que “todo es ya sagrado” –y de esta manera, debido a una rigurosa dinámica interna, ya nada lo es-, la consagración recuerda y pone en práctica ese gran movimiento para el que el hombre existe: reconducirlo todo a Dios, consagrando todo a Él.

 

Luego, la “destinataria” de la consagración, es decir, la Santísima Trinidad a través de la indispensable mediación del Corazón Inmaculado. Después de años de minimalismo mariano, volvemos a reconocer “solemnemente”, por utilizar las palabras contenidas en el texto, que María puede (y debe) ser la destinataria del acto de consagración, porque ha sido constituida Mediadora de todas las gracias. Ya hemos hablado de esto anteriormente y no es necesario insistir. Pero qué hermoso es subrayar la infinita paciencia de María Santísima y su respeto por lo que su Hijo estableció; su mediación, en efecto, no ha querido sustituir las mediaciones humanas dispuestas por Dios, que culminan en la del Sumo Pontífice, sino que las estimula, las espera, las ennoblece.

 

Y luego el objeto de la consagración. Algunos han criticado el hecho de que la fórmula de consagración añadiera a la Iglesia, al mundo y a Ucrania, mientras que la Virgen había pedido la consagración sólo de Rusia. Y es cierto que sor Lucía, a propósito de la consagración de 1982, señaló que la Virgen no había pedido la consagración del mundo, sino sólo de Rusia. Una “desobediencia” que, sin embargo, no desprecia la petición de la Madre de Dios, sino que reconoce su poder sobre todo el universo y la Iglesia universal, sin mencionar a la nación que tanto esperaba. En cuanto a Ucrania, parece bastante obvio que haya sido consagrada junto con Rusia, no sólo por lo que viene sucediendo desde hace años (aunque algunos digan que la guerra estalló a finales de febrero), sino también porque son dos naciones íntimamente unidas por su bautismo en la fe cristiana y la consagración de Rus'-Ucrania a la Virgen por Jaroslav el Sabio. Un vínculo que se purifica y fortalece con esta consagración.

 

Por último, la adhesión de todos los obispos e incluso de todos los sacerdotes del mundo, que han sido expresamente llamados a unirse a este acto. Es objetivamente difícil encontrar una consagración, desde 1952 hasta hoy, incluida la de 1984, más acorde con las peticiones de la Madre de Dios que la que tuvo lugar ayer. Y es aquí, en este lado objetivo de las cosas, donde debemos detenernos, aceptando la invitación a volver a Dios que el Papa Francisco dirigió ayer a todos en varias ocasiones.

viernes, 25 de marzo de 2022

TIRANÍA, CANCELACIÓN Y AUTO-CANCELACIÓN

 


Carlos Daniel Lasa


Infocatólica, 23/03/22

 

Hace pocos días, el Arzobispo Emérito de La Plata, Monseñor Héctor Aguer, publicó una Carta abierta dirigida a los que en la actual Iglesia se denominan «sacerdotes cancelados». Refiere el ex Arzobispo que, en castellano, «cancelar» significa «anular», «borrar de la memoria», «abolir», «derogar».

 

Apenas terminé de leer el lúcido texto de Monseñor Aguer, no pude dejar de pensar en el Hierón de Jenofonte, y en el rico comentario que hiciera del mismo el destacado filósofo de la política, Leo Strauss. Además, recordé las duras diatribas contra la tiranía pronunciadas por Tomás de Aquino. Y no podía ser de otra manera ya que un gobierno que es proclive a anular o a abolir a parte de sus gobernados se corresponde con el poder despótico propio del tirano.

 

Lo propio de un gobierno tiránico, nos dice el poeta Simónides en el diálogo Hierón de Jenofonte, es un «gobierno sin leyes». Simónides, interpreto, quiere decirnos que un tirano se convierte como tal a partir del momento en que su voluntad desconoce la naturaleza intrínseca de las cosas. Esto significa que su voluntad rechaza todo orden, y se entroniza en el lugar de este.

 

En el alma del tirano no impera el intelecto, sino su querer despótico. De allí que aquel siempre desprecie la vida intelectiva y la ciencia, y prefiera las acciones transeúntes mediante las cuales va extendiendo el dominio de su voluntad a todo lo que es. Su poder es tan grande ‒alardea el tirano‒ que está por sobre los mismísimos trascendentales del ser: la Verdad, el Bien y la Belleza.

 

A nadie escapa que esta ausencia de ley en el gobierno tiránico tiene como correlato la ausencia de libertad. El lugar de esta es ocupado por una pasión: el miedo. El tirano concibe a aquella realidad que le corresponde gobernar como si fuese su propia hacienda, como si fuese su propiedad privada, a la cual dirige de acuerdo a su querer arbitrario. En este sentido, todo súbdito pierde sus derechos. Frente al tirano, solo queda la obediencia ciega, propia del siervo y no de un auténtico hombre.

 

La obediencia del hombre se funda en el reconocimiento racional de las cualidades intrínsecas del que dirige, concretamente, su ciencia y virtud. Expresa Gadamer, al respecto, que la autoridad de las personas no tiene su fundamento último en la sumisión y la abdicación de la razón, sino en un acto de reconocimiento y conocimiento: se reconoce que el otro está por encima de uno en juicio y perspectiva y que, en consecuencia, su juicio es preferente o tiene primacía al propio (Cfr. Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica. Salamanca, Sígueme, 1977, p. 347). Claro está que, en el caso del creyente católico, esa razón está iluminada por la fe en la revelación transmitida, vivida e interpretada por la Iglesia.

 

Ahora bien, es preciso advertir que el tirano no se exime del temor que padecen los súbditos. También el tirano lo padece. ¿A qué teme el tirano? Todo tirano teme y odia la virtud ajena: odia la sabiduría y la virtud. Por eso los tiranos procuran que sus súbditos no se hagan virtuosos porque, de esa manera, no soportarían la dominación injusta que él pretende ejercer sobre ellos. Tampoco el tirano dejará que entre sus súbditos se establezcan lazos de amistad. Por el contrario, se ocupará se sembrar entre ellos la discordia, de ahondar las grietas existentes y de prohibir todo aquello que conduzca a la unión entre los mismos.

 

Refiere Tomás de Aquino, aludiendo al comportamiento del tirano: «Cuando el tirano es víctima de la pasión de la ira, hace derramar sangre por cosas insignificantes, según aquello de Ezequiel, XXII, 27: ‘Sus príncipes están en medio de ella como lobos para arrebatar la presa, para derramar sangre’. Por eso dice el Sabio (Ecles. IX, 18) que hay que evitar este régimen advirtiendo: ‘Vive lejos de aquel que tiene potestad para hacerte morir’, pues no mata por la justicia, sino por capricho de su voluntad. Así, pues, todos viven en la inseguridad en semejante régimen tiránico, volviéndose todo incierto cuando se suprime el derecho, de suerte que todo queda supeditado a la voluntad y concupiscencia de uno.» (Sobre el Reino, lib. I, capítulo 3).

 

A esta altura, y en relación a los «cancelados» de Mons. Aguer, no puedo dejar de interrogarme esto: ¿a quiénes, verdaderamente, «cancela» un tirano?

 

Si bien el tirano puede desterrar de su reino a todos aquellos que no están dispuestos a seguir sus caprichos arbitrarios, y en este sentido, los «cancela», sin embargo, la más profunda y aterradora cancelación que produce es sobre todos aquellos que renuncian, de un modo deliberado, a comportarse como hombres, para convertirse en esclavos mansos y serviles de todas sus arbitrariedades.

 

El tirano, en realidad, es el cancelador por excelencia: un cancelador de lo humano del hombre, de aquello que lo constituye como tal. El tirano no quiere tener a su alrededor hombres, sino infra-hombres. De allí que, como ya lo referí, jamás promueva a los sabios y a los virtuosos.

 

De este modo, convierte a lo que era una comunidad, en un amontonamiento de individuos, meramente yuxtapuestos, dominados por el miedo y ocupados/preocupados solo de salvar su propio pellejo y sus posiciones de privilegio. No pocos de ellos, lamentablemente, renuncian a su nobilísima misión de hombres a cambio de cuidar su propia e insignificante «quintita».

 

Sería auspicioso que Monseñor Héctor Aguer dirigiera una Carta a todos aquellos «cancelados» o, mejor dicho, auto-cancelados, que hoy, dentro de la Iglesia católica, abundan. Es imprescindible que estos superen su auto-cancelación, recuperando, de esa manera, su condición de hombres y de cristianos libres, para convertirse en fervientes fieles de aquella Verdad creída, vivida y celebrada por más de dos milenios por parte de la Iglesia católica.

jueves, 24 de marzo de 2022

MONJAS RECHAZAN LA VACUNA COVID

 

 el convento será cerrado


Andrea Zambrano


Brújula cotidiana, 23-03-2022

 

 

El convento de Santa Caterina d'Alessandria en Perugia, de regla benedictina, será cerrado muy pronto. Pero la noticia es la causa de la clausura, que entre los dichos y tácitos del lenguaje clerical parece ser el hecho de que las monjas no se vacunaron.

 

Después de días de indiscreciones en la ciudad de Umbría y de artículos en páginas webs que insinuaban que las cinco monjas serían trasladadas porque no querían doblegarse al inóculo “sagrado”, llegó a la Brújula Cotidiana la confirmación de que la única explicación dada a la madre abadesa del monasterio, creado en el año 1500 en el número 179 de Corso Giuseppe Garibaldi, es precisamente ésta: el convento está en orden espiritual, económica y litúrgicamente; el único defecto sería la obstinada voluntad de las monjas de no vacunarse y de la abadesa de no obligarlas a hacerlo.

 

Es la propia superiora quien lo confirma a la Brújula en esta dolorosa entrevista.

 

“Es verdad, puedo confirmar que ésta es la única explicación que me dieron al final de la visita apostólica”, dijo Madre Caterina.

 

Una visita apostólica, ¿y por qué?

La visita apostólica se realizó poco después de mediados de febrero, el informe se envió inmediatamente después y ahora estamos esperando la respuesta de la congregación para los institutos de vida consagrada.

 

Pero ¿quién solicitó la visita?

No me lo dijeron. Me enteré por el cardenal Bassetti, que es el arzobispo de Perugia.

 

¿Cuándo?

Acudí a él para la firma de un documento, pero me dijo que no podía firmármelo porque estaba en curso una visita apostólica.

 

¿Y usted?

Estoy estupefacta. “¿Qué hemos hecho?”, le pregunté.

 

¿Y él?

Me dijo que no lo sabía, que sólo había sido informado.

 

¿Y quién vino como visitadora?

Una hermana de las Clarisas de Orvieto, Madre Cristiana Ianni.

 

Pero ¿cuál es la motivación de cierre?

El decreto dice que ha habido una conducta inapropiada de mi parte.

 

¿Y qué quiere decir?

Miré dentro y no logré entender. La visitadora dijo también que no encontró nada a nivel de liturgia, ni de formación, ni a nivel económico. Nada en absoluto, ni siquiera en el mantenimiento del monasterio.

 

¿Y entonces?

La única razón que me dijeron fue que las monjas no se quisieron vacunar.

 

¿Quién se lo dijo?

La visitadora. (La Brújula intentó comunicarse con la religiosa, pero el monasterio de clausura sólo tiene contestador automático, ed.)

 

¿Cuántas son en el convento?

Cinco, con una sexta que debía llegar de Brasil, pero aún no lo ha logrado por problemas de visa y de COVID. Actualmente, sin embargo, una hermana se encuentra hospitalizada en Alessandria por una rehabilitación postoperatoria, desde hace un año. Pero igualmente somos 5.

 

¿Es posible que el escaso número, apenas cinco, hiciera necesario decidir cerrar, como está escrito en la Cor Orans (instrucción de aplicación de la Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere sobre la vida contemplativa femenina ed.)?

No, también porque se podrían pedir afiliaciones antes de llegar a una decisión tan drástica.

 

¿Disponen de propiedades?

Sólo el monasterio, comprado desde 1860 al 1940 en tres partes con el sudor de las monjas. Tenemos un negocio de encuadernación que continúa hasta el día de hoy.

 

¿Cuáles serían sus comportamientos inadecuados?

No me lo explicaron bien, ¿tal vez debí obligar a las hermanas a vacunarse?

 

¿Usted se vacunó?

No.

 

Entonces, ¿usted también es una no vax?

No, soy una mujer de ciencia, antes de tomar los votos estaba en el campo de la investigación científica.

 

Entonces, ¿debería haber obligado a las monjas a vacunarse?

Nunca podría obligar a la gente a hacer algo que no quiere hacer. Me arriesgaría una denuncia penal.

 

Entonces, ¿usted estuvo de acuerdo con la decisión de no vacunarse?

Sí. En mayo cuando se hizo la pregunta sobre la vacunación, inmediatamente me dijeron que no, entonces decidimos tomarnos un tiempo; en octubre volvió el problema. El médico del monasterio volvió a preguntarme y le dije que no.

 

¿Todas son ancianas?

No, no todas somos ancianas.

 

¿Y alguna vez han tenido COVID en estos dos años?

No, siempre hemos gozado de excelente salud.

 

Al estar enclaustradas, ni siquiera tienen muchas oportunidades de contacto con el público, ¿correcto?

Exacto, porque la pensión ya no existe. Sólo tenemos la iglesia, la abrimos cuando entran los fieles, pero estamos en el coro detrás de la reja.

 

¿Cuál es la situación ahora?

Ya han sido trasladadas dos monjas, o mejor dicho: una está hospitalizada y será dada de alta esta semana. La otra está en Roma en Villa della Meditation para recuperarse de un problema ocular. Pero ya sé que ambas no volverán aquí.

 

Entonces, quedan sólo dos de ustedes. ¿Qué van a hacer?

Pedimos ir a la ciudad de Alessandria, a la sede de las hermanitas de la Divina Providencia.

 

¿Cree que el convento será cerrado?

He pedido a la gente que ore para que siga siendo el lugar de oración, incluso sin nosotras. Yo puedo pasar, pero es importante que el monasterio permanezca.

 

¿Y se vacunará?

Mire, a este punto realmente creo que nunca me vacunaré.

EL PUNTO DE INFLEXIÓN DE FRANCISCO

 

primero el anuncio y luego la doctrina


Stefano Fontana


Brújula cotidiana, 22-03-2022

 

 

El pasado sábado 19 de marzo, fiesta de san José, se promulgó la constitución apostólica “Praedicate Evangelium” con la que Francisco cambia la organización de la Curia Romana, sustituyendo la actual estructura establecida en 1988 por Juan Pablo II. La reforma, que entrará en vigor el 5 de junio, fiesta de Pentecostés, es importante y habrá que volver a hablar de ella, pero quizá ya se puedan hacer algunas consideraciones tanto sobre el método (cómo se ha llegado al texto actual) como sobre el contenido (qué idea de la Iglesia se desprende).

 

Los comentarios hablan de una reforma compartida y participativa. Andrea Tornielli ha explicado en Vatican news que es “el fruto de un largo trabajo colegial”. Sin embargo, es difícil creer que haya sido así. De hecho, Francisco nunca ha convocado al Colegio Cardenalicio para discutir los grandes temas de la vida de la Iglesia con sus primeros colaboradores: los cardenales. Ni siquiera se ha hecho con ocasión de los diversos consistorios para la elección de nuevos cardenales. La reforma fue concebida en el seno de un consejo restringido de nueve cardenales que posteriormente reducido a siete (uno de los cuales fue sustituido por habladurías sobre él), cuyos miembros representan una única línea teológica y pastoral y dos de los cuales –los cardenales Maradiaga y Marx- plantean interrogantes desde varios puntos de vista. En general, por tanto, es difícil hablar de “trabajo colegial”.

 

Durante su pontificado, Francisco ha maltratado a la Curia Romana y en muchos casos la ha ignorado directamente. Ha despedido y ha hecho despedir de improviso a gente, ha desmentido a cardenales de la curia que no habían dicho más que lo que él les había dicho, ha cambiado a los funcionarios de dicasterios enteros sin decírselo al respectivo cardenal prefecto. A menudo no ha consultado al Dicasterio para los Textos Legislativos antes de publicar algunos de sus documentos, no ha sometido otros al criterio de la Congregación para la Doctrina de la Fe como siempre se ha hecho, ha nombrado a muchos obispos sin tener en cuenta las indicaciones de la congregación correspondiente. Es bien sabido que en los últimos años el clima en la Curia Romana se ha vuelto muy difícil y requiere una gran circunspección. Creo que es conveniente tener en cuenta estos precedentes para entender el espíritu de la nueva reforma.

 

También puede ser útil recordar algunos aspectos concretos. Algunas de las reformas establecidas por el “Praedicate Envangelium” ya se han puesto en práctica, como la unificación de varios Consejos Pontificios en un único Dicasterio. El motivo era ahorrar dinero y ganar en eficiencia, objetivos que ahora también están en la base de la nueva Constitución.

 

Pero, ¿es realmente cierto que se ha conseguido ahorrar y racionalizar? El nuevo Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral ha tenido un solo presidente (el cardenal Turkson, que luego dimitió por razones que no se han aclarado) en lugar de tres, pero todo el personal de los tres antiguos Consejos Pontificios Justitia et Pax, para la pastoral de la salud y para los emigrantes seguía siendo el mismo, y con las ineficiencias que toda fusión conlleva necesariamente. Ahora la nueva Constitución establece la unificación de los Consejos Pontificios para la Cultura y para los Laicos: se salvará un presidente, pero es al menos dudoso que se pueda ir mucho más allá.

 

La reforma que más llama la atención y se cuestiona este comentarista es la creación del nuevo Dicasterio para la Evangelización, que incorpora la histórica Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Propaganda fide) fundada en 1622 por Gregorio XV y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización establecido en 2010 por Benedicto XVI. El Prefecto de este nuevo Dicasterio (se llamarán Congregaciones a partir de ahora) será el propio Francisco: “El Dicasterio para la Evangelización está presidido directamente por el Romano Pontífice”. Este aspecto de la reforma parece ser la principal novedad y vale la pena hacer algunas observaciones al respecto.

 

El nuevo Dicasterio para la Evangelización se sitúa en una posición eminente, y de hecho la Constitución lo presenta en primer lugar. La Secretaría de Estado –que la reforma no toca en cuanto a su organización interna, sino que la denomina “secretaría papal”- ve reducida su importancia, dado que el jefe del nuevo Dicasterio es el propio pontífice. Esto puede no ser una sorpresa si uno se remonta a lo dicho anteriormente sobre cómo Francisco ha considerado a la Curia en los últimos años.

 

Sin embargo, el punto realmente central es otro. El Dicasterio para la Evangelización se sitúa en una posición eminente también respecto a la Congregación, ahora Dicasterio, para la Doctrina de la Fe. Esto significa, como afirma Domenico Agasso en Vatican Insider, que el anuncio del Evangelio precede a la doctrina. Francisco ha criticado a menudo la rigidez doctrinal y ha aconsejado no preocuparse por hacer la propuesta cristiana respetando toda la doctrina. Considerar ahora que la evangelización es anterior a la doctrina y que no está vinculada a ella de manera esencial es un problema grave.

 

El anuncio debe ser siempre también plenamente doctrinal porque la Doctrina es el mismo Cristo que se anuncia, el Logos Eterno del Padre. Es cierto que la Iglesia definió formalmente la doctrina después de su proclamación, en los concilios ecuménicos de la antigüedad, pero la proclamación original en la fe apostólica ya contenía toda la doctrina que se definió posteriormente.

 

El tema es delicado y merece una atención cuidadosa. El problema es aclarar si de esta manera la tesis teológica que prevalece hoy en día de la primacía de la pastoral sobre la doctrina se aplica también a la estructura de la Curia. Eso sería un problema.

viernes, 18 de marzo de 2022

LA CONSAGRACIÓN

 


un gesto decisivo que también requiere nuestra penitencia


Luisella Scrosati


Brújula cotidiana, 18-03-2022

 

El anuncio de la consagración de Rusia y Ucrania es una noticia de importancia histórica, vinculada tanto a las apariciones en Ucrania de 1914 y 1987 como a la petición de la Virgen en Fátima. También es la reconocimiento del poder de Dios sobre las naciones y el mundo entero, que finalmente vuelve a poner a Dios en el centro de la vida del mundo. Pero no debemos olvidar que en Fátima la Virgen también pidió penitencia y reparación, porque la guerra es la consecuencia de nuestros pecados.

 

El anuncio de la consagración de Rusia y Ucrania por parte del Santo Padre el próximo 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, que el cardenal Krajewski realizará “paralelamente” en Fátima, debe considerarse una gran noticia, una noticia de importancia histórica. El Papa ha respondido así al llamamiento de los obispos ucranianos, que han acogido la iniciativa con gran alegría y esperanza. Monseñor Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de Kiev-Halyč, ha explicado que los católicos ucranianos habían pedido este gesto ya en 2014, al comienzo de los graves enfrentamientos en Ucrania, peticiones que se han incrementado desde el pasado 24 de febrero.

 

La importancia del acto debe evaluarse desde varios puntos de vista. En primer lugar, del histórico. En 1037, el gran príncipe de la Rus de Kiev, Yaroslav I Vladimirovič, conocido como el Sabio, consagró su reino, que entonces incluía la actual Ucrania, Bielorrusia y parte de Rusia, a Nuestra Señora, reconocida como Reina de Ucrania. Novecientos años después, tres años antes de las apariciones de Fátima, la Reina de Ucrania había “vuelto” para advertir a su pueblo, apareciéndose en Hrushiv a veintidós personas que trabajaban en el campo y prediciendo el advenimiento del comunismo ateo en Rusia, las guerras mundiales y los grandes sufrimientos que el pueblo ucraniano padecería a causa de la Rusia comunista. El fin del sufrimiento se anunció de nuevo en Hrushiv, en 1987, a la niña de 12 años Maria Kyzyn.

 

La consagración de Rusia, sin embargo, se refiere explícitamente a la petición de la Virgen a los niños pastores de Fátima, una conexión que monseñor Shevchuk expresó claramente: “¡Estamos agradecidos al Santo Padre por haber accedido a la petición que la Virgen hizo durante la aparición del 13 de julio de 1917 en Fátima a sus hijos, para proteger a Ucrania y detener ‘los errores de Rusia que promueven las guerras y las persecuciones de la Iglesia’. De esta manera, hoy vemos cumplirse las palabras de la Virgen que dijo: ‘Los buenos serán martirizados, el Santo Padre sufrirá mucho, varias naciones serán aniquiladas’”.

 

La segunda razón de la importancia de este acto radica en que no podemos dejar de acoger con gran alegría y aprobación el hecho de que nuestros pastores, y unidos a ellos los fieles, reconozcan, al menos implícitamente, el poder soberano de Dios no sólo sobre los individuos, sino también sobre las naciones y el mundo entero. No podemos olvidar el asfixiante contexto cultural y eclesial que vivimos desde hace años. Un contexto que quiere que el mundo se cierre sobre sí mismo, que sigue reivindicando la autonomía de las realidades terrenales, relegando a Dios a la “espiritualidad” del hombre, o más bien del individuo, porque parece que Dios ya no tiene nada que ver con la vida de la sociedad y de las naciones. La consagración a la Virgen de dos naciones concretas –y Dios quiera que de los Estados Unidos y de Europa, que han hecho todo lo posible por atraer el azote de la guerra- rompe estos tabúes y vuelve a poner por fin a Dios en el centro de la vida del mundo y de la Iglesia, orienta las esperanzas de los hombres hacia donde deben dirigirse y hace que los hombres vuelvan a implorar la ayuda de lo alto. Oxígeno.

 

Si esta mirada finalmente elevada adquiere los contornos de una consagración a la Virgen –como se desprende claramente del comunicado del Director de la Oficina de Prensa del Vaticano, salvo cambios repentinos de última hora-, entonces la iniciativa adquiere mayor peso. Durante años, algunos teólogos se han escandalizado ante la mera mención de la consagración a la Virgen. Teólogos que susurran al oído de los obispos que no se puede hablar de consagrar, sino sólo de encomendar. Por el contrario, es fundamental tomar conciencia de cómo el Cielo quiere que el acto de consagración, es decir, el acto por el que se “transfiere” a alguien o algo del mundo profano al mundo sagrado, se dirija a María Santísima, como signo de pertenencia a Ella y a su linaje, en la lucha contra el dragón infernal.

 

Consagrar las naciones, en particular Rusia, tal y como pidió explícitamente la Virgen en Fátima, como remedio contra las calamidades que se abaten sobre la humanidad a causa de los pecados y abominaciones cometidos repetidamente, significa entregar estas naciones a la Virgen para que sean sustraídas al poder del maligno, que quiere utilizarlas para difundir la muerte, la mentira y la perdición por todas partes, y transferirlas al arca de la salvación, el Corazón Inmaculado de María. Por lo tanto, significa salvarlas y convertirlas en instrumentos de bien para todo el mundo.

 

Pero en Fátima la Virgen había pedido claramente, junto con la consagración, la comunión reparadora de los cinco primeros sábados y la penitencia. En particular, en el tercer secreto vemos que el ángel llama al mundo a la penitencia tres veces. Esto significa, en primer lugar, reconocer que la guerra y las calamidades son medios que Dios permite para castigar al mundo, y su fuerza son los pecados de los hombres. La Virgen utiliza precisamente el término “castigo”, aunque no guste. La verdadera causa del mal que nos aflige son nuestros pecados, nuestra continua desobediencia a Dios ignorando sus mandamientos, nuestra total falta de respeto y devoción hacia Él, el Bien Supremo.

 

Por eso, aunque esperamos la paz, también debemos tener mucho cuidado de no considerar la consagración a la Virgen como un acto mágico, por el que obtenemos lo que nos conviene. Sería desafiar a Dios pedir la paz y la prosperidad sin querer acabar con el pecado, sin querer abandonar una forma de vida, privada y pública, que ofende a Dios. La penitencia es absolutamente necesaria, así como la reparación.

 

La Providencia quiere que este acto se anuncie y se lleve a cabo en plena Cuaresma, un tiempo que se ha vaciado de aquellas prácticas penitenciales como el ayuno y la abstinencia de carne, ahora reducidas a su mínima expresión, que se ofrecían durante cuarenta días como pueblo de Dios, no sólo como iniciativas generosas de individuos. Quizá la mejor manera de secundar este acto de consagración sea vivir estos días de Cuaresma como Dios ha enseñado a su Iglesia desde hace siglos: abstinencia de carne (preferiblemente de todos los alimentos de origen animal) y ayuno, es decir, una sola comida al día, al atardecer (que se puede atemperar con una o dos comidas más ligeras). Prácticas que están en el corazón de la tradición de la Iglesia y que, quién sabe por qué, alguien ha decidido que ya no son relevantes.

domingo, 13 de marzo de 2022

CREO EN SÓLO DIOS

 


Luisella Scrosati


Brújula cotidiana, 13-03-2022

 

Con el primer artículo del Credo asumimos que Dios existe y afirmamos la unicidad y unidad de Dios. De este modo también evitamos dos errores: el politeísmo y el dualismo, por un lado, y el monismo, por otro. El correlato de este artículo de fe es el primer mandamiento: “No habrá para ti otros dioses delante de mí”.

 

PREMISA. No estamos haciendo un tratado de teología filosófica o sistemática, sino que estamos dando lecciones de catecismo; por lo tanto, no nos vamos a detener en todas las implicaciones (aunque ciertamente son muy bellas e importantes) de esta afirmación según una teología natural o filosófica.

 

Cuando decimos “creo en un solo Dios”, vamos directamente al corazón y al soporte de toda nuestra fe: es decir, creemos que Dios es uno. Es evidente que al hacer esta afirmación se presupone el llamado preambolum fidei, es decir, un presupuesto de la razón a este artículo de fe. Este presupuesto es que Dios existe.

 

La existencia de Dios propiamente dicha es el objeto del conocimiento humano, como ya hemos visto en los primeros encuentros: es cierto que Dios puede ser conocido con certeza a través de la razón humana. Esto no significa que todos los hombres lleguen a conocer a Dios con certeza a la luz de la razón.

 

A este respecto, santo Tomás se preguntaba si lo que se conoce por la razón puede ser creído por la fe, y nos remitimos en particular a la Somma Theologica, secunda secundae, quaestio sei, titulada: “Si las verdades de la fe pueden ser objeto de ciencia o de conocimiento”.

 

“No es posible que la misma cosa sea creída y vista por la misma persona, por lo que también es imposible que sea objeto de ciencia y fe”.

 

Sin embargo, en la respuesta a la tercera objeción, santo Tomás dice:

 

“Ciertas cosas demostrables se enumeran entre las verdades que hay que creer, no porque sean objeto de fe para todos, sino porque son prerrequisito de las realidades de la fe; y es necesario que sean tenidas al menos por fe por parte de quienes no tienen la demostración de ellas”.

 

En este sentido, la existencia de Dios es un requisito absolutamente necesario para la adhesión a Dios, para creer que Dios es uno; y así, quienes no lo conocen a través del conocimiento natural pueden conocerlo al menos a través del conocimiento por la fe.

 

Hay errores que son contrarios y diametralmente opuestos, en primer lugar, a este conocimiento preestablecido, a saber, el conocimiento de la existencia de Dios.

 

¿Cuáles son estos errores?

 

1- ATEÍSMO O ANTITEÍSMO, que sostiene que se puede llegar a negar racionalmente la existencia de Dios.

 

2- AGNOSTICISMO. El agnosticismo es una afirmación de la incapacidad de la razón humana para llegar con certeza a la existencia de Dios.

 

3- TRADICIONALISMO FIDEÍSTA, que dice que Dios sólo puede ser conocido a través de la revelación sobrenatural.

 

Estos tres errores deben ser rechazados principalmente por la razón, porque hemos visto que la existencia de Dios puede ser conocida con certeza a través de la razón natural, aunque no todos los hombres llegan a este conocimiento.

 

Es igualmente claro, por tanto, que este primer artículo de fe, “Credo in unum Deo”, no dice simplemente: “Creo que Dios existe”, sino que implica un movimiento de adhesión a Dios con todo el ser.

 

¿Qué queremos decir cuando decimos “Credo in unum Deum”?

 

Con esta expresión, afirmamos la unicidad y la unidad de Dios.

 

¿Qué es la unidad de Dios?

 

La unicidad de Dios significa que sólo hay un Dios y no más dioses. De manera más técnica, hablamos de una unidad no de especies, sino de sustancia individual. Si pensamos en el ser humano, tiene una sola especie –la especie humana- pero al mismo tiempo no podemos decir que haya una sola sustancia individual en él, porque cada ser humano tiene una sustancia individual diferente.

 

En Dios, en cambio, sólo hay una sustancia individual, el Dios único. ¿Cuál es la pluralidad que tenemos en Dios? No es la del individuo, sino la de las personas.

 

Por ejemplo, en el Símbolo de San Atanasio se dice que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios; sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios.

 

La afirmación de la unicidad de Dios va acompañada de la de su unidad.

 

¿Qué significa que Dios, además de ser único, es uno?

 

La unidad podríamos llamarla también simplicidad, en el sentido de que Dios es su propia naturaleza y, por tanto, es indiviso en sí mismo en sentido metafísico; en la sustancia divina no hay división, no hay composición, sino que Dios es simple en sí mismo.

 

Cuando afirmamos este artículo de fe, ¿qué estamos excluyendo? Excluimos la pluralidad de la divinidad que históricamente ha adoptado dos formas:

 

- La forma politeísta, es decir, la afirmación de varias divinidades;

 

- La forma dualista, es decir, la corriente de pensamiento o religión que sostiene la existencia de dos principios opuestos en el origen de la realidad, ambos de naturaleza divina.

 

ADVERTENCIA: Al politeísmo y al dualismo no hay que oponer otro error, que es el del monismo.

 

¿Cuál es la diferencia entre el monismo y la unicidad de Dios?

 

Cuando hablamos de la unicidad de Dios lo hacemos en relación con su sustancia individual; cuando hablamos de monismo nos referimos a la relación entre Dios y la Creación. Para el monismo, Dios y las criaturas pertenecen en realidad a la misma naturaleza o, en cierto modo, a la misma sustancia; no hay diferencia ontológica entre Dios y la criatura, lo que es claramente falso. Al politeísmo y al dualismo no se les opone el monismo, sino el concepto de distinción o creación metafísica, a través de esa categoría filosófica tan importante que es la “participación”.

 

¿Qué indica el concepto de participación?

 

Que es cierto que la Creación no está totalmente desconectada de Dios, en la medida en que todo recibe el ser de Dios; pero precisamente en este sentido es también distinta de Dios, que es el Ser mismo. Las cosas creadas reciben el ser de Dios, que es el Ser en esencia.

 

EN CONCLUSIÓN. Hemos dicho que este artículo de fe –“in unum Deum”- implica ya una adhesión a Dios y por eso el correlato de este artículo de fe es el primer mandamiento. Es muy importante entender esta relación: todos los mandamientos tienen que ver con la vida moral; pero no son la expresión de un moralismo cerrado en sí mismo, sino que son la expresión de una vida moral profundamente teológica, es decir, vinculada a Dios y a la expresión de nuestra fe. Cuando se habla de los mandamientos, y en este caso del primer mandamiento, no se habla de una actitud a adoptar sino de la traducción concreta, de la respuesta del hombre a Dios que se revela:

 

Dios se revela como un único Dios, y el hombre responde a Dios aceptando su primer mandamiento: “No habrá para ti otros dioses delante de mí”.