el último mártir irlandés en Inglaterra
Brújula cotidiana,
10-07-2021
Arzobispo de
Aarmagh y primado de Irlanda, vivió las persecuciones inglesas en Irlanda en el
siglo XVII y fue condenado en Inglaterra a una muerte de crueldad sin
precedentes. Beatificado por Benedicto XV en 1920, luego canonizado por Pablo
VI en 1975, es un ejemplo de fidelidad a su vocación y a su tarea.
Una cucaracha
cruza rápidamente el pavimento y se detiene abruptamente cerca de la pata de la
mesa. Comienza a buscar algo con las antenas tocando por el suelo, con un
movimiento alterno, como si estuviera tanteando en busca de algo que solo ella
puede ver. El hombre de largo cabello gris la mira, sentado en el borde de la
pequeña litera que hace las veces de cama en la celda estrecha.
Un zapato
deformado golpea al insecto, aplastándolo y haciendo estremecer al hombre. Alza
la mirada sobre el compañero de celda que, después de exterminar al intruso, va
a sentarse en la otra cama, colocada cerca de la pared opuesta. Es joven, un
veinteañero, rubio y guapo pero cubierto de harapos. Es un delincuente común,
atrapado robando en una casa que, lamentablemente para él, pertenecía a un
juez. Espera ser ahorcado, por ser reincidente.
El otro, el hombre
de cabello gris es el arzobispo de Aarmagh en Irlanda, Oliver Plunkett. La
muerte también está a la vista para él. Pero las acusaciones en su contra son
mucho más graves: un complot papista contra el rey, con testigos de todo tipo.
Los dos comparten
la estrecha celda de la prisión de Newgate en Londres, desde hace algunos días.
Pero esos pocos días fueron suficientes para que Oliver convenciera al ladrón
John Smiley, incrédulo y no bautizado, de la existencia de Dios y de la
necesidad de recibir el bautismo. Y lo bautizó con un poco de agua sacada del
cántaro que los guardias les dan todos los días. John también tomó la comunión
de las manos del obispo, un simple trozo de pan seco, parte de su ración
diaria. ¿Pero que importa? John vio a su compañero de celda feliz y eso es
suficiente para que él también se sienta mejor.
¿Y cómo no podía
ser feliz Oliver Plunkett? A pesar de la desesperada situación en la que se encontraba,
el hecho de haber llevado otra alma a Dios lo llenaba de una felicidad
indecible. La misma felicidad que había sentido años antes - le pareció una
eternidad - cuando encontró por primera vez al sacerdote italiano, el padre
jesuita Pier Francesco Scarampi, enviado por el Papa como representante a la
Confederación de Killkenny (Parlamento autónomo irlandés), habiendo sido
nombrado nuncio apostólico en Irlanda unos meses antes. Fue entonces cuando
Oliver se dio cuenta de que el camino que quería tomar era el del sacerdocio. A
pesar de la diferencia de edad de treinta años, él y Scarampi se unieron de
inmediato: compartían el gusto por la vida austera y penitencial, y su visión
principal era la idea común de defensa de los católicos.
Cuando Scarampi fue
llamado a la Ciudad Eterna en 1647, decidió llevarse a Oliver Plunkett con él,
entusiasmado con esta decisión. En Roma, Oliver hizo un buen uso de su
extraordinaria inteligencia al estudiar con éxito en el Irish College. Fue
ordenado sacerdote en 1654, en la capilla del Urbanian College de Propaganda
Fide. Recibió la ordenación de manos de un obispo irlandés, refugiado en Roma
debido a las feroces políticas anticatólicas de Oliver Cromwell, que comenzaron
en 1649. Los sacerdotes católicos que eran descubiertos administrando los
sacramentos en Irlanda, venían ahorcados o deportados a las Indias
Occidentales.
Debido a la
desenfrenada persecución religiosa, Plankett no pudo regresar de inmediato a su
tierra natal, por lo que ejerció el ministerio sacerdotal en Roma durante
algunos años, entre los capellanes de la casa oratoriana de San Girolamo della
Carità, y se dedicó a la atención espiritual de los enfermos.
Mientras tanto, se
graduó en derecho en la Universidad de la Sapienza. En 1657 fue nombrado profesor
de teología en el Urbanian College, donde enseñó a los misioneros jóvenes hasta
1669; además, trabajó como asesor para asuntos irlandeses de la Sagrada
Congregación de Propaganda Fide.
Por lo tanto,
parecía destinado a una existencia serena y pacífica en Roma, casi resignado a
no volver nunca a Irlanda. Pero el destino tenía otros planes para él.
Cuando Oliver
Cromwell murió, con el reinado de Carlos II la política anticatólica de los
ingleses en Irlanda se atenuó y, en 1670, Plunkett, tras una breve estancia
clandestina en Londres, pudo volver a casa como arzobispo de Aarmagh y primado
de Irlanda, con la tarea de reorganizar la arquidiócesis y la Iglesia
irlandesa. El nombramiento de arzobispo fue pronunciado con motu proprio el 21
de enero de 1669 por Clemente IX (1600-1669), fruto de una iniciativa personal
del Papa. El Pontífice era consciente del deseo de Plunkett de regresar a su
país al servicio de las almas de esas tierras lejanas. El nombramiento de
arzobispo también implicaba el título de Primado de toda Irlanda.
Al llegar a casa,
se puso a trabajar y su primer acto fue establecer la Compañía de Jesús en
Drogheda, donde fundó una escuela para niños y una universidad para estudiantes
de teología.
Extendió su
ministerio a los católicos de habla gaélica de las Tierras Altas y las Islas de
Escocia. Trabajó duro en la lucha contra el alcoholismo entre los sacerdotes.
En 1670 organizó una conferencia episcopal de la Iglesia católica irlandesa en
Dublín, pero tuvo desacuerdos con el arzobispo de esa ciudad, Peter Talbot,
sobre la primacía en Irlanda. A esto se sumaron las discordias con la orden
franciscana, debido a una propiedad, en la que se inclinó a favor de los
dominicos.
En 1673 los
británicos reanudaron la persecución anticatólica. El colegio de jesuitas de
Drogheda fue arrasado y una serie de edictos hicieron que la situación fuera
aún más explosiva. Se ordenó al arzobispo de Aarmagh que abandonara el país,
pero Plunkett ignoró la orden y, de nuevo clandestino, recorrió el país vestido
como un laico que sufría de frío y hambre. Permaneció en la clandestinidad
hasta 1679.
Perseguido en
todos los lugares, Plunkett se las arregla obstinadamente a evadir la captura,
pero a un cierto punto comete una imprudencia que le costará caro. Va a visitar
a un pariente suyo que se estaba muriendo y así se selló su destino. De hecho,
fue reconocido y arrestado.
En 1679 fue
juzgado en Dundalk y encarcelado en Dublín. Al año siguiente fue llevado a
Londres para un nuevo juicio por alta traición a pesar de que los tribunales
ingleses no tenían jurisdicción sobre los acusados de crímenes cometidos en
Irlanda. La mayoría de los testigos que lo acusaban eran delincuentes comunes.
A esto se sumó el testimonio de dos perjurios franciscanos, que fue decisivo
para orientar el juicio del tribunal.
Oliver Plunkett
fue declarado culpable de alta traición por “planear la muerte del rey, querer
provocar la guerra en Irlanda, alterar la religión de ese lugar y traer una
potencia extranjera al país”. Fue condenado a muerte.
La ejecución de
Oliver Plunkett, que tuvo lugar en Tyburn, Inglaterra, fue de una crueldad sin
precedentes: pero esa era la ley. Ese tipo de ejecución era la regla. Con muy
raras excepciones, como funcionarios de alto rango (Tommaso More, Giovanni
Fisher, Margherita Pole) decapitados o asesinados rápidamente, todos los demás
recibieron antes de la muerte sufrimientos indescriptibles, con duros
interrogatorios, encarcelamientos severos y torturas refinadas. En el momento
de la ejecución, todos fueron ahorcados, pero momentos antes de la asfixia
fueron liberados de la soga y aún semiconscientes fueron destripados.
Posteriormente,
con una crueldad que excedió todos los límites humanos, sus cuerpos fueron
descuartizados y los pobres restos rociados con brea, fueron colgados en las
puertas y en las principales áreas de la ciudad.
Ese tipo de
ejecución también se aplicó a Oliver Plunkett: fue ahorcado, destripado y
descuartizado. Era el 1º de julio, según el calendario antiguo; es decir, el 11
de julio del año 1681. Según los distintos calendarios se celebra el 11 o el 12
de julio, pero aparece el 1º de julio en el Martirologio Romano.
Fue el último de
los mártires católicos asesinados en Inglaterra. El cuerpo fue enterrado
inicialmente en el patio de St Giles in the Fields, dentro de dos pequeños
contenedores, junto a los cuerpos de otros cinco jesuitas asesinados
anteriormente. Su cabeza momificada (en la foto) se encuentra en Drogheda,
conservada en un ataúd, colocada en el transepto izquierdo de la iglesia
católica de San Pietro. La mayoría de sus restos descansan ahora en la abadía
de Downside, en Inglaterra, después de haber sido exhumados y conservados
durante 200 años en el monasterio benedictino de Lambspringe, cerca de
Hildesheim, Alemania.
Unos días después
de la ejecución de Oliver Plunkett, la “conspiración papista” (Popish Plot)
resultó ser una falsificación organizada por Lord Shaftesbury, el cual fue
encarcelado en la Torre de Londres.
Oliver Plunkett
fue beatificado en 1920 por el Papa Benedicto XV y canonizado en 1975 por el
Papa Pablo VI (el primer santo irlandés en casi 700 años). La Iglesia Católica
lo recuerda el 1º de julio. Fue nombrado patrón del proceso de paz y
reconciliación en Irlanda.
Con el
restablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra y Gales, solo en 1850
fue posible afrontar la posibilidad de una beatificación de mártires, al menos
de aquellos cuyo martirio estaba probado, a pesar de los siglos transcurridos.
En 1874, el arzobispo de Westminster envió a Roma una lista de 360 nombres
con evidencia de martirio para cada uno de ellos. A partir de 1886 los
mártires, en grupos más o menos numerosos, fueron beatificados por los Supremos
Pontífices. Cerca de cuarenta de ellos también fueron canonizados.
Se pueden hacer
muchas reflexiones sobre la vida y la muerte de Oliver Plunkett: podemos
recordar su increíble energía, su erudición, su aguda inteligencia y su
ejemplar coraje. Supo conciliar los deberes de pastor y de administrador, con
informes periódicos y cuidadosos redactados a Roma.
Aquí recordamos
las palabras del Postulador de la Causa, John Hanly, quien escribió sobre él en
el Osservatore Romano del 12 de octubre de 1975:
"La Iglesia,
hoy como siempre, necesita el ejemplo de sus santos miembros. Y también
necesita su intercesión en el trono de la misericordia. El ejemplo de Oliver
Plunkett puede inspirar hoy a los fieles que viven en países donde la fe
católica se ve obstaculizada de diversas maneras, si no abiertamente condenada
al ostracismo. Como arzobispo de Aarmagh, fue un hombre pobre, pero se preocupó
por un alto nivel de decoro clerical para los sacerdotes de su provincia, lo
que no es para la Iglesia de hoy un ejemplo de poca relevancia. Si estos
niveles hubieran sido mundanos, el primer aliento de persecución lo habría
encontrado fugitivo, en lugar de disfrazado de buen pastor dispuesto a sufrir
sin dejar de ser fiel a su rebaño. El mundo de hoy, en el que la vocación, la
fidelidad al propio trabajo tienen tan poco sentido, necesita su ejemplo”.