miércoles, 28 de julio de 2021

SI UN LÍDER POLÍTICO

 


que profesa ser católico apoya el aborto, se convierte en cómplice público de un grave mal”

Secretum meum mihi, 27-7-21


“Señor, no soy digno”, es el nombre de una carta sobre la coherencia eucarística que con fecha Jul-16-2021, escribió a los fieles de su diócesis el obispo de Tulsa, Oklahoma, EEUU, Mons. David A. Konderla. Como es apenas evidente, la carta viene en medio de la controversia aquella creada por el ‘católico practicante’ Joe Biden, presidente de EEUU, quien se publicita como católico pero es abiertamente pro-aborto, sin ver en ello el menor impedimento para acercarse a recibir la Sagrada Comunión. Dice en un parte la carta del obispo Konderla:

 

Un líder político es una persona pública. Por lo tanto, si un líder político que profesa ser católico apoya el aborto, se convierte en cómplice público de un grave mal. Si llega a ser conscientes de este pecado, deben arrepentirse y no acercarse a recibir a Cristo en la Sagrada Comunión hasta que se reconcilien con Él a través de la Iglesia. Pero si se niega a arrepentirse, su obispo debería advertirles que su apoyo al aborto entra en conflicto con la fe y pone su alma en peligro. Si persisten obstinadamente en su apoyo al aborto, se les debe negar la Sagrada Comunión, como enseñan claramente el Derecho Canónico y el Catecismo. (cf. Can. 915-916, CIC 2270-2275)

 

La carta de Mons. Konderla se suma a una sobre el mismo tema publicada hace unos meses por el Arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone.

 

 

lunes, 26 de julio de 2021

BENEDICTO XVI ASEGURA

 


que en la Iglesia en Alemania hay que separar a los creyentes de los incrédulos

(CNA/InfoCatólica) 26-7-21

 

«La doctrina debe desarrollarse en y desde de la fe, no permanecer a un lado de ella», dice Benedicto en un artículo de la "Herder Korrespondenz", escrito en conversación con el periodista Tobias Winstel.

El pontífice subraya que «la Iglesia se compone de trigo y paja, de peces buenos y peces malos. Por tanto, no se trata de separar a los buenos de los malos, sino de separar a los creyentes de los incrédulos».

En este sentido, considera especialmente que los obispos alemanes tienen un deber: «Mientras en los textos oficiales de la Iglesia sólo hable desde la oficalidad, pero no desde el corazón y el espíritu, continuará el éxodo del mundo de la fe», dice Benedicto. Y añade que espera que se dé «un verdadero testimonio personal de fe por parte de los portavoces de la Iglesia».

Además advierte:

«En las instituciones de la iglesia - hospitales, escuelas, Caritas - muchas personas están involucradas en posiciones decisivas que no apoyan la misión interna de la iglesia y, por lo tanto, a menudo oscurecen el testimonio de esta institución».

Igualmenete indica que los textos oficiales de la iglesia en Alemania están escritos en gran parte por personas «para quienes la fe es solo una cuestió oficial. En este sentido, debo admitir que la palabra iglesia oficial se aplica a una gran parte de los textos oficiales de la iglesia en Alemania».

A sus 94 años de edad, el Papa emérito hace autocrítica de su anterior llamado a una «desmundanización» de la Iglesia y a una Iglesia más pobre. Benedicto había causado revuelo con esta idea durante su visita a Alemania del 22 al 22 de septiembre de 2011, cuya conclusión fue el «Discurso de Friburgo» del 25 de septiembre. Dijo:

«En efecto, las secularizaciones —sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en supresión de privilegios o cosas similares— han significado siempre una profunda liberación de la Iglesia de formas mundanas»

 

«La palabra desmundanización (ndr:liberación de la Iglesia de formas mundanas) indica la parte negativa del proceso que me preocupa», escribe y añade que «la parte positiva no está suficientemente expresada por ella». Se trata más bien de salir de las limitaciones de una época «hacia la libertad de la fe».

sábado, 24 de julio de 2021

MÁXIMO DE TURÍN

 

 


 y la responsabilidad política del obispo

Por INFOVATICANA | 24 julio, 2021

Continuamos rescatando las catequesis de Benedicto XVI sobre los padres apostólicos de la Iglesia. Hoy les traemos la que el Papa emérito impartió el 31 de octubre de 2007, centrada en la figura de san Máximo, obispo de Turín, quien contribuyó decididamente a la difusión y a la consolidación del cristianismo en el norte de Italia. De la mano del Papa emérito, conoceremos un poco más a este importante personaje de la historia de la Iglesia.

 

Catequesis de Benedicto XVI sobre san Máximo de Turín

Queridos hermanos y hermanas:

Entre finales del siglo IV e inicios del V, otro Padre de la Iglesia, después de san Ambrosio, contribuyó decididamente a la difusión y a la consolidación del cristianismo en el norte de Italia: se trata de san Máximo, que era obispo de Turín en el año 398, un año después de la muerte de san Ambrosio. Tenemos muy pocas noticias de él; pero, en compensación, ha llegado hasta nosotros una colección de cerca de noventa Sermones. En ellos se puede constatar la profunda y vital relación del obispo con su ciudad, que atestigua un punto evidente de contacto entre el ministerio episcopal de san Ambrosio y el de san Máximo.

 

En aquel tiempo, fuertes tensiones turbaban la convivencia civil ordenada. En este contexto, san Máximo logró unir al pueblo cristiano en torno a su persona de pastor y maestro. La ciudad estaba amenazada por diversos grupos de bárbaros que, tras penetrar por las fronteras orientales, avanzaban hasta los Alpes occidentales. Por esto, Turín estaba constantemente protegida por guarniciones militares; y en los momentos críticos se convertía en el refugio de las poblaciones que huían del campo y de los centros urbanos que carecían de protección.

 

Las intervenciones de san Máximo, ante esta situación, manifiestan el compromiso de reaccionar ante la degradación civil y ante la disgregación. Aunque resulta difícil determinar la composición social de los destinatarios de los Sermones, parece que la predicación de san Máximo, para no quedarse en generalidades, se dirigía específicamente a un núcleo selecto de la comunidad cristiana de Turín, constituido por ricos propietarios de tierras, que tenían sus fincas en el campo turinés y la casa en la ciudad. Fue una lúcida decisión pastoral del Obispo, que concibió esta predicación como el camino más eficaz para mantener y reforzar su vinculación con el pueblo.

 

Para ilustrar, desde esta perspectiva, el ministerio de san Máximo en su ciudad, quiero presentar como ejemplo los Sermones 17 y 18, dedicados a un tema siempre actual, el de la riqueza y la pobreza en las comunidades cristianas. También en este ámbito existían fuertes tensiones en la ciudad. Se acumulaban y ocultaban riquezas. «Uno no piensa en las necesidades del otro —constata amargamente el Obispo en su Sermón número 17—. En efecto, muchos cristianos no sólo no distribuyen lo que tienen, sino que incluso roban lo de los demás. No sólo no llevan a los pies de los apóstoles el dinero que han recogido, sino que además apartan de los pies de los sacerdotes a sus hermanos que buscan ayuda». Y concluye: «En nuestra ciudad hay muchos huéspedes o peregrinos. Haced lo que habéis prometido» al aceptar la fe, «para que no se diga también de vosotros lo que se dijo de Ananías: «No habéis mentido a los hombres, sino a Dios»» (Sermón 17, 2-3).

 

En el Sermón sucesivo, el número 18, san Máximo critica las formas comunes de aprovechamiento de las desgracias ajenas. «Dime, cristiano —exhorta el Obispo a sus fieles—; dime, ¿por qué te has apoderado de la presa abandonada por los ladrones? ¿Por qué has introducido en tu casa una «ganancia», como piensas tú mismo, desgarrada y contaminada?». «Tal vez —añade— dices que la has comprado y por esto crees que evitas la acusación de avaricia. Pero de este modo lo que se compra no corresponde a lo que se vende. Comprar es algo bueno, pero en tiempo de paz, cuando se vende con libertad, y no cuando se vende lo que ha sido robado en un saqueo. (…) Así pues, el que compra para restituir se comporta como cristiano y como ciudadano» (Sermón 18, 3).

 

Sin hacerlo de modo muy notorio, san Máximo llegó a predicar una relación profunda entre los deberes del cristiano y los del ciudadano. Para él, vivir la vida cristiana significa también asumir los compromisos civiles; y, por el contrario, el cristiano que, «aun pudiendo vivir de su trabajo, arrebata la presa del otro con el furor de las fieras», o «acecha a su vecino, tratando de arañar cada día parte de sus confines, de adueñarse de sus productos», ni siquiera le parece semejante a la zorra que degüella las gallinas, sino al lobo que se lanza contra los cerdos (Sermón 41, 4).

 

Por lo que se refiere a la prudente actitud de defensa asumida por san Ambrosio para justificar su famosa iniciativa de rescatar a los prisioneros de guerra, se pueden ver con claridad los cambios históricos que se produjeron en la relación entre el Obispo y las instituciones ciudadanas. Contando ya con el apoyo de una legislación que pedía a los cristianos que contribuyeran al rescate de los prisioneros, san Máximo, al derrumbarse las autoridades civiles del Imperio romano, se sentía plenamente autorizado para ejercer en este sentido un auténtico poder de control sobre la ciudad. Este poder se haría después cada vez más amplio y eficaz, hasta llegar a suplir la ausencia de los magistrados y de las instituciones civiles. En este contexto, san Máximo no sólo se dedica a reavivar en los fieles al amor tradicional a la patria terrena, sino que proclama también el deber preciso de pagar los impuestos, aunque parezcan pesados y fastidiosos (cf. Sermón 26, 2).

 

En suma, el tono y el contenido de los Sermones implican una profunda conciencia de la responsabilidad política del Obispo en las circunstancias históricas específicas. Él es el «centinela» de la ciudad. ¿Quiénes son estos centinelas —se pregunta san Máximo en el Sermón 92— «sino los excelentísimos obispos que, situados por decirlo así en una roca elevada de sabiduría para la defensa de los pueblos, ven desde lejos los males que van a llegar?».

CARDENAL SARAH

 


 «Prohibir o suspender la forma extraordinaria solo puede estar inspirado por el demonio»

Por INFOVATICANA | 24 julio, 2021

 

Cuando era prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, la máxima autoridad de la Iglesia -tras el Papa- en lo relativo a la Misa, el cardenal Robert Sarah concedió una entrevista a Edward Pentin, del National Catholic Register, con motivo de la publicación de un libro.

 

Era septiembre de 2019. Pentin, en la extensa entrevista, preguntó al purpurado por qué cada vez más jóvenes se veían atraídos por la forma extraordinaria del rito romano. Les ofrecemos la respuesta del cardenal Sarah, en un extracto de la entrevista que en su día tradujo InfoCatólica:

 

«No es que lo crea. Es que soy testigo de ello. Y muchos jóvenes me han confiado su absoluta preferencia por la forma extraordinaria, más educativa y más insistente en la primacía y la centralidad de Dios, en el silencio y en el significado de la trascendencia sagrada y divina. Pero, sobre todo, ¿cómo podemos entender, como no podemos sorprendernos y estar profundamente impactados porque lo que era la norma ayer sea prohibido hoy? ¿No es cierto que prohibir o suspender la forma extraordinaria solo puede estar inspirado por el demonio que desea nuestra asfixia y muerte espiritual?

 

Cuando se celebra la forma extraordinaria en el espíritu del Vaticano II, se revela toda su fecundidad: ¿Cómo nos puede sorprender que una liturgia que han transmitido tantos santos continúe sonriendo a tantas almas jóvenes sedientas de Dios?

 

Como el Papa Benedicto XVI, espero que las dos formas del Rito Romano continúen enriqueciéndose mutuamente. Esto implica salir de una hermenéutica de la ruptura. Ambas formas comparten la misma fe y la misma teología. Oponerlas es un profundo error eclesiológico. Significa destruir la Iglesia separándola de su Tradición y haciendo creer que lo que la Iglesia consideraba sagrado en el pasado, es erróneo e inaceptable. ¡Qué decepción y qué insulto a todos los santos que nos han precedido! Qué visión de la Iglesia.

 

Debemos alejarnos de las oposiciones dialécticas. El Concilio no quería romper con las formas litúrgicas heredadas de la Tradición sino, al contrario, entrar y participar mejor y más plenamente en ellas.

 

La Constitución Conciliar estipula que «las nuevas formas adoptadas deberían, de algún modo, crecer orgánicamente a partir de las ya existentes».

 

Por lo tanto, sería un error oponer el Concilio a la Tradición de la Iglesia. En este sentido, es necesario que aquellos que celebran la forma extraordinaria lo hagan sin espíritu de oposición y por ende en el espíritu de la Sacrosanctum Concilium.

 

Necesitamos la forma extraordinaria para saber en qué espíritu celebrar la ordinaria. En cambio, celebrar la forma extraordinaria sin tener en cuenta las indicaciones de Sacrosanctum Concilium es arriesgarse a reducir esta forma a un vestigio arqueológico sin vida y sin futuro.

 

Sería también deseable incluir en el apéndice de una futura edición del misal el Rito Penitencial y el Ofertorio de la forma extraordinaria para enfatizar que las dos formas litúrgicas se iluminan mutuamente, en continuidad y sin oposición.

EL MÉTODO DEL ENCUENTRO

 


que propone el Papa Francisco

Daniel Lasa

 

Este artículo ha sido escrito hace dos meses. Decidí no publicarlo por varias razones. Sin embargo, la promulgación del Motu Proprio Traditionis Custodes me permitió ver que la lectura que propongo del último libro del Papa no es para nada antojadiza. Muy por el contrario, creo que da cuenta de los presupuestos que anidan en las decisiones del actual Papa. El lector podrá juzgar si mi juicio es o no acertado.

El pasado año se publicó el último libro del Papa Francisco titulado Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor. El texto despierta muchos interrogantes. Hoy quiero centrarme en uno que considero vital: ¿hacia dónde propone el Papa Francisco que se dirija la Iglesia?

La cuestión del fin resulta de fundamental importancia cuando se trata de una actividad que se está ejecutando, o de una obra que se desea producir.

¿Cuál es, en la intención del actual Papa, el futuro mejor al que alude?

Francisco propone al encuentro como su objetivo final. El encuentro, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Es que el encuentro, afirma el Papa, nos salva.[1]

Pues bien, el referido encuentro, ¿se establece en relación a una realidad diversa de aquellos que buscan encontrarse? ¿O, simplemente, el encuentro busca alcanzar un cierto tipo de unidad entre los sujetos que van a encontrarse?

En principio, creía que la realidad en torno a la cual había que encontrarse se llamaba verdad. Sin embargo, el método propuesto para este tipo de encuentro no la supone totalmente. Más bien, la verdad va a ser el producto resultante.

Veamos. El Papa, para suscitar el encuentro, propone el método que él denomina desborde. Afirma el Pontífice que, ante dos posiciones opuestas, es preciso elevarse a una síntesis que conserve lo bueno y lo válido de cada una de ellas. De este modo, asumiendo una perspectiva superadora, los contendientes podrán encontrarse.

¿Cómo se opera este acuerdo? Por una solución que surja desde fuera de cada una de las dos posiciones. De este modo, cada elemento quedará desbordado. Luego, se llegará a una posición que va a contener algo de cada uno. No obstante, esta posición superará a ambas posiciones en lo que cada una tiene de propio.

Por el método del desborde, entonces, se llega a una nueva unidad que contiene las dos posturas. Pero esta unidad, aclara el Papa, no equivale a una identidad. Él rechaza esta idea porque la asocia a la noción de exclusión y de diferenciación. [2] La condición de identidad debe ser reemplazada por lo que él denomina categoría mítica o arquetípica.

¿Qué significa esto? Lamentablemente, el Papa no refiere qué entiende por dicha categoría. Solo dice que, mediante ella, puede alcanzarse una unidad a través de la síntesis de las virtualidades denominada desborde. [3] Expresa Francisco: “La solución sobrepasa los límites que confirmaban nuestro pensamiento y hace surgir, como de una fuente desbordante, las respuestas que la anterior contraposición no nos dejaba ver”. [4]

El método del desborde sería aplicado por un conciliador. Esta figura creada (y ejercida) por el mismo Papa, debería explicitar las virtualidades que se encuentran en cada posición para que el encuentro entre ambas sea posible. Pareciera que estas virtualidades residen en cada una de las posiciones que se enfrentan. Si así fuera, cada una de las partes, de modo implícito, estarían ordenadas a encontrarse de un modo necesario.

Antes afirmé que creía que solo la existencia de una verdad objetiva hacía posible el diálogo, que solo ella posibilitaba el encuentro. Pero tengo la impresión que la verdad de cada una de las posiciones en conflicto, ya no va a depender de una verdad extrínseca y eterna. La verdad va a ser el resultado de la síntesis de las positivas virtualidades de cada una de ellas. Es decir, la verdad dependerá de la capacidad de las partes de engendrar una síntesis superadora. Consecuentemente, la verdad ya no se sitúa del lado de lo inmutable sino, siempre, en la esfera de lo cambiante.

Pero hay más. En la posición del Papa que rechaza el principio de identidad se esconde la asunción de la dialéctica como principio. Y he aquí la contradicción. En realidad, el método no estaría negando la identidad, sino favoreciéndola. La dialéctica solo estaría taponando la idea de la verdad como una instancia inmutable. La dialéctica estaría afirmando, eso sí, que la verdad existe en su propio movimiento, en su mismo y dinámico hacerse.

En este sentido, el desborde sería el método apropiado para dar cuenta de una verdad que nunca es estática: permanentemente rebosa todo contorno fijo. Cuando la mente humana pretende anclarse, este flujo la anega.

Por otra parte, el Papa cree que, para propiciar el encuentro y el desborde [5], nada mejor que promover los sínodos. Un syn-odos equivale a un caminar juntos: el escenario ideal para el derrame y la construcción de la verdad. De allí se entiende el aumento de sínodos en su pontificado.

El problema que advierto es que este desborde podría llegar a romper la unidad de fe de la Iglesia como consecuencia del abandono de la verdad. En este sentido, el sínodo alemán está haciendo su propio camino. Pero el Papa diría que no hay que preocuparse. En realidad, de las virtualidades presentes en las conclusiones allí extraídas, al contraponerse a otras posiciones, surgirá una nueva síntesis más verdadera.

La verdad, sostiene el Pontífice, no es una realidad inmutable, sino esencialmente dinámica. Por esta razón, en su escrito, se ocupa de caracterizar a los enemigos que intentan impedir su propósito. Los califica como hombres de conciencia aislada, no dispuestos a ceder en sus posiciones, refractarios al encuentro desbordante. El Papa los califica de “rígidos”, de “guardianes de la verdad”, de hombres guiados por el “mal espíritu”. [6]

Todos estos son los cristianos que piensan la verdad desde un intellectus fidei, formulado a partir de una filosofía del ser. Son los que, en lugar del encuentro, establecen la división. Refiere el Papa: “… no les faltan motivos para criticar a la Iglesia, a los obispos o al Papa: o somos retrógrados o nos rendimos a la modernidad…”. [7] Y agrega: “Los que pretenden que hay demasiada ‘confusión’ en la Iglesia y que solo se puede confiar en tal o cual grupo de puristas o tradicionalistas siembran la división en el cuerpo. Esta también es mundanidad espiritual”. [8]

A juicio del Papa, ese grupo de hombres son fundamentalistas por cuanto tienen una actitud y un pensamiento único. Se creen que poseen la verdad y solo se ocupan de instrumentalizarla. Frente a esto, el Papa es partidario del discernimiento en tanto esta postura permite manejarse en contextos cambiantes: ya que no hay certezas absolutas sobre las cosas, expresa. [9] Esta última afirmación sería inadmisible por parte de aquellos católicos que consideran que tienen certeza absoluta en lo que creen, además de considerar como absolutamente ciertos los primeros principios tanto del orden especulativo como del orden práctico.

Sin embargo, esta última afirmación resulta perfectamente comprensible desde la lógica dialéctica que subyace en el método del desborde, como ya lo dije.

Por esto presumo que, pese a todos los esfuerzos conciliatorios del Papa, hay hombres que no recibirán la convocatoria al encuentro. El encuentro, que al modo de la dialéctica hegeliana todo lo absorbe, resulta limitante frente a todos aquellos católicos que son calificados de “cerrados” por Francisco.

Me hago una pregunta: ¿qué hacemos con todos aquellos que no resultamos asimilables en la nueva lógica?

Me permito señalar, finalmente, que en la propuesta papal reside una insanable contradicción. Contrariamente a su rechazo de la idea de “identidad”, su propuesta posee una clara identidad excluyente y diferenciadora.

Aquí parece no registrarse la categoría mítica o arquetípica. Gobierna la lógica de una identidad férrea: todo católico, para no ser excluido deberá, sin chistar, adherir a la cultura del encuentro y suscribir sus supuestos filosóficos. Mi hija, de profesión politóloga, me observó que esta nueva Iglesia pareciera una Iglesia “casch all”. [10]. Y que, en teoría política, cuando un líder se propone minimizar la carga ideológica que da unidad a su partido con el objetivo de sumar, es porque pretende que dicha unidad se centre en su persona.

Daniel Lasa

Dr. en Filosofía. Investigador de CONICET. Docente universitario.

(Fuente: Medium.com, 21 Jul 2021)

 

 

[1] Cfr. Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor. Papa Francisco. Conversaciones con Austen Iverigh. Barcelona, Plaza-Janés, 2020, 1ª edición, p. 111.

[2] Cfr. ibidem, p. 107.

[3] Cfr. ibidem, p. 89.

[4] Ibidem, p. 89.

[5] Cfr. ibidem, p. 84.

[6] Cfr. ibidem, p. 73.

[7] Ibidem, p. 73.

[8] Ibidem, p. 74.

[9] Cfr. ibidem, p. 64.

[10] “Atrapa todo”.

 

 

 

martes, 20 de julio de 2021

NO SÓLO HAN ACABADO CON LA MISA TRADICIONAL

 


 sino también con Benedicto XVI

Brújula cotidiana, 20-07-2021

 

El cardenal Sarah acababa de decir hace unos días que el motu proprio Summorum pontificum con el que Benedicto XVI había vuelto a permitir la celebración según el misal de 1962 de Juan XXIII (el Vetus Ordo Missae que se remonta a San Pío V) era la obra maestra de su pontificado. Sin embargo, esta obra maestra fue aniquilada por el nuevo motu proprio Traditionis custodes del Papa Francisco. Es lógico pensar que Benedicto XVI, que no se representaba ni se representa sólo a sí mismo, también se aniquiló con él. Por lo tanto, se ha acabado con mucho más que Benedicto XVI.

 

Leyendo las explicaciones que el Papa Francisco comunica a los obispos del mundo en la carta personal que acompaña al motu proprio, uno se da cuenta enseguida de que ni siquiera se mencionan las profundas razones que llevaron al Papa Ratzinger a restaurar la Misa antigua, considerándola una forma extraordinaria de la única lex orandi de la Iglesia romana. Puede ser que no se hayan entendido, como también podría ser que se hayan querido ocultar para imponer la idea de “continuidad” entre este motu proprio y Summorum Pontificum.

 

Francisco, de hecho, propone a los obispos la tesis de que las mismas preocupaciones que habían animado a Juan Pablo II y a Benedicto XVI en sus disposiciones liberalizadoras del rito antiguo son las que ahora le animan a él a eliminarlas. Esta explicación es, obviamente, un poco rebuscada, y las supuestas desviaciones que, según Francisco, se han producido en los últimos años respecto a las mismas expectativas de los dos santos pontífices resultan muy desconcertantes. Serían estas las que le han llevado a suprimir sus disposiciones en continuidad con sus motivaciones.

 

Según Francisco, las motivaciones con las que (sobre todo) Benedicto XVI había restaurado el rito antiguo eran meramente pastorales y pretendían evitar una fractura en la Iglesia, satisfaciendo a una pequeña franja de fieles apasionados por el rito antiguo. Pero tal explicación de Summorum Pontificum es gravemente insuficiente y, podemos decir, muy superficial. Habría sido cuestión de dar un “contenido”, de tirar un hueso al perro. Hay mucho más en las intenciones de Benedicto XVI respecto a la restauración del Vetus Ordo, en particular la gran cuestión de la Tradición.

 

¿Cómo es posible que hoy sea ilegal lo que ayer era obligatorio? Cualquier institución que haga esto -dijo y escribió Benedicto XVI- se ridiculiza a sí misma y se condena a la insignificancia. Lo que es válido hoy puede no serlo mañana. Dado que la lex orandi coincide con la lex credendi, restaurar con Summorum pontificum el rito de Pío V actualizado por Juan XXIII supuso devolver el aire a la Tradición y reafirmar que la Iglesia nunca parte de cero. No se trata -como cree Francisco- de un grupo residual de fieles nostálgicos, atados estéticamente a ciertas fórmulas, ajenos a la historia y que necesitan ser satisfechos para que no hagan demasiado ruido. Había mucho más en juego. Francisco aniquila a Benedicto XVI, incluso antes del nuevo motu proprio Traditionis custodes, con esta ridícula subestimación de lo que había detrás de su “obra maestra”, tal y como la calificó el cardenal Sarah.

 

Las aperturas al Vetus Ordo de Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron, en efecto, por la unidad de la Iglesia, pero no porque quisieran reunir a unos cuantos amantes del pasado dispersos para devolverlos al redil, sino porque volvían a proponer el enorme compromiso de construir la unidad de la Iglesia sobre la Tradición, es decir, sobre lo que la Iglesia es, siempre ha sido y siempre será. Esto es imposible de hacer con rupturas con el pasado y con “nuevos paradigmas”. Sobre todo con las rupturas litúrgicas que son siempre rupturas dogmáticas, más que pastorales.

 

El Papa Francisco borra a Benedicto XVI porque acaba con su esfuerzo por construir el desarrollo de la Iglesia en continuidad con la Tradición. Ésta fue su lectura del Vaticano II, que debía ser leído en la tradición de la Iglesia y no como un nuevo dogma o un nuevo comienzo. Ésta fue la lectura que hizo del desarrollo de la teología moral, que, abriéndose a nuevas exigencias, no podía renunciar al derecho natural católico, es decir, a la existencia de un derecho natural y de una ley moral natural. Ésta fue la lectura que hizo del diálogo interreligioso, que no puede prescindir del anuncio de Cristo, el único Salvador. Ésta fue la lectura que hizo incluso de la Doctrina Social de la Iglesia, que no debe ser dividida con un muro entre las formas preconciliares y postconciliares. Se puede decir que Benedicto XVI no tuvo éxito en todo y que varios aspectos de su trabajo quedaron inconclusos, pero no se puede negar la obra.

 

El nuevo motu proprio no se limita a derogar el Summorum pontificum, sino que propone eliminar el fenómeno de la Misa tradicional mediante una muerte lenta. La prohibición de nuevos grupos y la imposibilidad de que los futuros sacerdotes aprendan su celebración indican un diagnóstico eutanásico. Sin embargo, como no se trataba sólo de una cuestión estrictamente litúrgica, todo lo que había supuesto su restauración está condenado a muerte. Borrar Summorum pontificum significa borrar a Benedicto XVI y esto significa acabar con toda su obra. Significa volver a empezar desde cero, pretendiendo además que se hace para proteger la tradición.

lunes, 12 de julio de 2021

OLIVER PLUNKETT

 


 el último mártir irlandés en Inglaterra

Brújula cotidiana, 10-07-2021

 

Arzobispo de Aarmagh y primado de Irlanda, vivió las persecuciones inglesas en Irlanda en el siglo XVII y fue condenado en Inglaterra a una muerte de crueldad sin precedentes. Beatificado por Benedicto XV en 1920, luego canonizado por Pablo VI en 1975, es un ejemplo de fidelidad a su vocación y a su tarea.

 

Una cucaracha cruza rápidamente el pavimento y se detiene abruptamente cerca de la pata de la mesa. Comienza a buscar algo con las antenas tocando por el suelo, con un movimiento alterno, como si estuviera tanteando en busca de algo que solo ella puede ver. El hombre de largo cabello gris la mira, sentado en el borde de la pequeña litera que hace las veces de cama en la celda estrecha.

 

Un zapato deformado golpea al insecto, aplastándolo y haciendo estremecer al hombre. Alza la mirada sobre el compañero de celda que, después de exterminar al intruso, va a sentarse en la otra cama, colocada cerca de la pared opuesta. Es joven, un veinteañero, rubio y guapo pero cubierto de harapos. Es un delincuente común, atrapado robando en una casa que, lamentablemente para él, pertenecía a un juez. Espera ser ahorcado, por ser reincidente.

 

El otro, el hombre de cabello gris es el arzobispo de Aarmagh en Irlanda, Oliver Plunkett. La muerte también está a la vista para él. Pero las acusaciones en su contra son mucho más graves: un complot papista contra el rey, con testigos de todo tipo.

 

Los dos comparten la estrecha celda de la prisión de Newgate en Londres, desde hace algunos días. Pero esos pocos días fueron suficientes para que Oliver convenciera al ladrón John Smiley, incrédulo y no bautizado, de la existencia de Dios y de la necesidad de recibir el bautismo. Y lo bautizó con un poco de agua sacada del cántaro que los guardias les dan todos los días. John también tomó la comunión de las manos del obispo, un simple trozo de pan seco, parte de su ración diaria. ¿Pero que importa? John vio a su compañero de celda feliz y eso es suficiente para que él también se sienta mejor.

 

¿Y cómo no podía ser feliz Oliver Plunkett? A pesar de la desesperada situación en la que se encontraba, el hecho de haber llevado otra alma a Dios lo llenaba de una felicidad indecible. La misma felicidad que había sentido años antes - le pareció una eternidad - cuando encontró por primera vez al sacerdote italiano, el padre jesuita Pier Francesco Scarampi, enviado por el Papa como representante a la Confederación de Killkenny (Parlamento autónomo irlandés), habiendo sido nombrado nuncio apostólico en Irlanda unos meses antes. Fue entonces cuando Oliver se dio cuenta de que el camino que quería tomar era el del sacerdocio. A pesar de la diferencia de edad de treinta años, él y Scarampi se unieron de inmediato: compartían el gusto por la vida austera y penitencial, y su visión principal era la idea común de defensa de los católicos.

 

Cuando Scarampi fue llamado a la Ciudad Eterna en 1647, decidió llevarse a Oliver Plunkett con él, entusiasmado con esta decisión. En Roma, Oliver hizo un buen uso de su extraordinaria inteligencia al estudiar con éxito en el Irish College. Fue ordenado sacerdote en 1654, en la capilla del Urbanian College de Propaganda Fide. Recibió la ordenación de manos de un obispo irlandés, refugiado en Roma debido a las feroces políticas anticatólicas de Oliver Cromwell, que comenzaron en 1649. Los sacerdotes católicos que eran descubiertos administrando los sacramentos en Irlanda, venían ahorcados o deportados a las Indias Occidentales.

 

Debido a la desenfrenada persecución religiosa, Plankett no pudo regresar de inmediato a su tierra natal, por lo que ejerció el ministerio sacerdotal en Roma durante algunos años, entre los capellanes de la casa oratoriana de San Girolamo della Carità, y se dedicó a la atención espiritual de los enfermos.

 

Mientras tanto, se graduó en derecho en la Universidad de la Sapienza. En 1657 fue nombrado profesor de teología en el Urbanian College, donde enseñó a los misioneros jóvenes hasta 1669; además, trabajó como asesor para asuntos irlandeses de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

 

Por lo tanto, parecía destinado a una existencia serena y pacífica en Roma, casi resignado a no volver nunca a Irlanda. Pero el destino tenía otros planes para él.

 

Cuando Oliver Cromwell murió, con el reinado de Carlos II la política anticatólica de los ingleses en Irlanda se atenuó y, en 1670, Plunkett, tras una breve estancia clandestina en Londres, pudo volver a casa como arzobispo de Aarmagh y primado de Irlanda, con la tarea de reorganizar la arquidiócesis y la Iglesia irlandesa. El nombramiento de arzobispo fue pronunciado con motu proprio el 21 de enero de 1669 por Clemente IX (1600-1669), fruto de una iniciativa personal del Papa. El Pontífice era consciente del deseo de Plunkett de regresar a su país al servicio de las almas de esas tierras lejanas. El nombramiento de arzobispo también implicaba el título de Primado de toda Irlanda.

 

Al llegar a casa, se puso a trabajar y su primer acto fue establecer la Compañía de Jesús en Drogheda, donde fundó una escuela para niños y una universidad para estudiantes de teología.

 

Extendió su ministerio a los católicos de habla gaélica de las Tierras Altas y las Islas de Escocia. Trabajó duro en la lucha contra el alcoholismo entre los sacerdotes. En 1670 organizó una conferencia episcopal de la Iglesia católica irlandesa en Dublín, pero tuvo desacuerdos con el arzobispo de esa ciudad, Peter Talbot, sobre la primacía en Irlanda. A esto se sumaron las discordias con la orden franciscana, debido a una propiedad, en la que se inclinó a favor de los dominicos.

 

En 1673 los británicos reanudaron la persecución anticatólica. El colegio de jesuitas de Drogheda fue arrasado y una serie de edictos hicieron que la situación fuera aún más explosiva. Se ordenó al arzobispo de Aarmagh que abandonara el país, pero Plunkett ignoró la orden y, de nuevo clandestino, recorrió el país vestido como un laico que sufría de frío y hambre. Permaneció en la clandestinidad hasta 1679.

 

Perseguido en todos los lugares, Plunkett se las arregla obstinadamente a evadir la captura, pero a un cierto punto comete una imprudencia que le costará caro. Va a visitar a un pariente suyo que se estaba muriendo y así se selló su destino. De hecho, fue reconocido y arrestado.

 

En 1679 fue juzgado en Dundalk y encarcelado en Dublín. Al año siguiente fue llevado a Londres para un nuevo juicio por alta traición a pesar de que los tribunales ingleses no tenían jurisdicción sobre los acusados ​​de crímenes cometidos en Irlanda. La mayoría de los testigos que lo acusaban eran delincuentes comunes. A esto se sumó el testimonio de dos perjurios franciscanos, que fue decisivo para orientar el juicio del tribunal.

 

Oliver Plunkett fue declarado culpable de alta traición por “planear la muerte del rey, querer provocar la guerra en Irlanda, alterar la religión de ese lugar y traer una potencia extranjera al país”. Fue condenado a muerte.

 

La ejecución de Oliver Plunkett, que tuvo lugar en Tyburn, Inglaterra, fue de una crueldad sin precedentes: pero esa era la ley. Ese tipo de ejecución era la regla. Con muy raras excepciones, como funcionarios de alto rango (Tommaso More, Giovanni Fisher, Margherita Pole) decapitados o asesinados rápidamente, todos los demás recibieron antes de la muerte sufrimientos indescriptibles, con duros interrogatorios, encarcelamientos severos y torturas refinadas. En el momento de la ejecución, todos fueron ahorcados, pero momentos antes de la asfixia fueron liberados de la soga y aún semiconscientes fueron destripados.

 

Posteriormente, con una crueldad que excedió todos los límites humanos, sus cuerpos fueron descuartizados y los pobres restos rociados con brea, fueron colgados en las puertas y en las principales áreas de la ciudad.

 

Ese tipo de ejecución también se aplicó a Oliver Plunkett: fue ahorcado, destripado y descuartizado. Era el 1º de julio, según el calendario antiguo; es decir, el 11 de julio del año 1681. Según los distintos calendarios se celebra el 11 o el 12 de julio, pero aparece el 1º de julio en el Martirologio Romano.

 

Fue el último de los mártires católicos asesinados en Inglaterra. El cuerpo fue enterrado inicialmente en el patio de St Giles in the Fields, dentro de dos pequeños contenedores, junto a los cuerpos de otros cinco jesuitas asesinados anteriormente. Su cabeza momificada (en la foto) se encuentra en Drogheda, conservada en un ataúd, colocada en el transepto izquierdo de la iglesia católica de San Pietro. La mayoría de sus restos descansan ahora en la abadía de Downside, en Inglaterra, después de haber sido exhumados y conservados durante 200 años en el monasterio benedictino de Lambspringe, cerca de Hildesheim, Alemania.

 

Unos días después de la ejecución de Oliver Plunkett, la “conspiración papista” (Popish Plot) resultó ser una falsificación organizada por Lord Shaftesbury, el cual fue encarcelado en la Torre de Londres.

 

Oliver Plunkett fue beatificado en 1920 por el Papa Benedicto XV y canonizado en 1975 por el Papa Pablo VI (el primer santo irlandés en casi 700 años). La Iglesia Católica lo recuerda el 1º de julio. Fue nombrado patrón del proceso de paz y reconciliación en Irlanda.

 

Con el restablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra y Gales, solo en 1850 fue posible afrontar la posibilidad de una beatificación de mártires, al menos de aquellos cuyo martirio estaba probado, a pesar de los siglos transcurridos. En 1874, el arzobispo de Westminster envió a Roma una lista de 360 ​​nombres con evidencia de martirio para cada uno de ellos. A partir de 1886 los mártires, en grupos más o menos numerosos, fueron beatificados por los Supremos Pontífices. Cerca de cuarenta de ellos también fueron canonizados.

 

Se pueden hacer muchas reflexiones sobre la vida y la muerte de Oliver Plunkett: podemos recordar su increíble energía, su erudición, su aguda inteligencia y su ejemplar coraje. Supo conciliar los deberes de pastor y de administrador, con informes periódicos y cuidadosos redactados a Roma.

 

Aquí recordamos las palabras del Postulador de la Causa, John Hanly, quien escribió sobre él en el Osservatore Romano del 12 de octubre de 1975:

 

"La Iglesia, hoy como siempre, necesita el ejemplo de sus santos miembros. Y también necesita su intercesión en el trono de la misericordia. El ejemplo de Oliver Plunkett puede inspirar hoy a los fieles que viven en países donde la fe católica se ve obstaculizada de diversas maneras, si no abiertamente condenada al ostracismo. Como arzobispo de Aarmagh, fue un hombre pobre, pero se preocupó por un alto nivel de decoro clerical para los sacerdotes de su provincia, lo que no es para la Iglesia de hoy un ejemplo de poca relevancia. Si estos niveles hubieran sido mundanos, el primer aliento de persecución lo habría encontrado fugitivo, en lugar de disfrazado de buen pastor dispuesto a sufrir sin dejar de ser fiel a su rebaño. El mundo de hoy, en el que la vocación, la fidelidad al propio trabajo tienen tan poco sentido, necesita su ejemplo”.