y la responsabilidad política del obispo
Por INFOVATICANA |
24 julio, 2021
Continuamos
rescatando las catequesis de Benedicto XVI sobre los padres apostólicos de la
Iglesia. Hoy les traemos la que el Papa emérito impartió el 31 de octubre de
2007, centrada en la figura de san Máximo, obispo de Turín, quien contribuyó
decididamente a la difusión y a la consolidación del cristianismo en el norte
de Italia. De la mano del Papa emérito, conoceremos un poco más a este importante
personaje de la historia de la Iglesia.
Catequesis de
Benedicto XVI sobre san Máximo de Turín
Queridos hermanos
y hermanas:
Entre finales del
siglo IV e inicios del V, otro Padre de la Iglesia, después de san Ambrosio,
contribuyó decididamente a la difusión y a la consolidación del cristianismo en
el norte de Italia: se trata de san Máximo, que era obispo de Turín en el año
398, un año después de la muerte de san Ambrosio. Tenemos muy pocas noticias de
él; pero, en compensación, ha llegado hasta nosotros una colección de cerca de
noventa Sermones. En ellos se puede constatar la profunda y vital relación del
obispo con su ciudad, que atestigua un punto evidente de contacto entre el
ministerio episcopal de san Ambrosio y el de san Máximo.
En aquel tiempo, fuertes
tensiones turbaban la convivencia civil ordenada. En este contexto, san Máximo
logró unir al pueblo cristiano en torno a su persona de pastor y maestro. La
ciudad estaba amenazada por diversos grupos de bárbaros que, tras penetrar por
las fronteras orientales, avanzaban hasta los Alpes occidentales. Por esto,
Turín estaba constantemente protegida por guarniciones militares; y en los
momentos críticos se convertía en el refugio de las poblaciones que huían del
campo y de los centros urbanos que carecían de protección.
Las intervenciones
de san Máximo, ante esta situación, manifiestan el compromiso de reaccionar
ante la degradación civil y ante la disgregación. Aunque resulta difícil
determinar la composición social de los destinatarios de los Sermones, parece
que la predicación de san Máximo, para no quedarse en generalidades, se dirigía
específicamente a un núcleo selecto de la comunidad cristiana de Turín,
constituido por ricos propietarios de tierras, que tenían sus fincas en el
campo turinés y la casa en la ciudad. Fue una lúcida decisión pastoral del
Obispo, que concibió esta predicación como el camino más eficaz para mantener y
reforzar su vinculación con el pueblo.
Para ilustrar,
desde esta perspectiva, el ministerio de san Máximo en su ciudad, quiero
presentar como ejemplo los Sermones 17 y 18, dedicados a un tema siempre
actual, el de la riqueza y la pobreza en las comunidades cristianas. También en
este ámbito existían fuertes tensiones en la ciudad. Se acumulaban y ocultaban
riquezas. «Uno no piensa en las necesidades del otro —constata amargamente
el Obispo en su Sermón número 17—. En efecto, muchos cristianos no sólo no
distribuyen lo que tienen, sino que incluso roban lo de los demás. No sólo no
llevan a los pies de los apóstoles el dinero que han recogido, sino que además
apartan de los pies de los sacerdotes a sus hermanos que buscan ayuda». Y
concluye: «En nuestra ciudad hay muchos huéspedes o peregrinos. Haced lo que
habéis prometido» al aceptar la fe, «para que no se diga también de vosotros lo
que se dijo de Ananías: «No habéis mentido a los hombres, sino a Dios»» (Sermón
17, 2-3).
En el Sermón
sucesivo, el número 18, san Máximo critica las formas comunes de
aprovechamiento de las desgracias ajenas. «Dime, cristiano —exhorta el Obispo a
sus fieles—; dime, ¿por qué te has apoderado de la presa abandonada por los
ladrones? ¿Por qué has introducido en tu casa una «ganancia», como piensas tú
mismo, desgarrada y contaminada?». «Tal vez —añade— dices que la has comprado y
por esto crees que evitas la acusación de avaricia. Pero de este modo lo que se
compra no corresponde a lo que se vende. Comprar es algo bueno, pero en
tiempo de paz, cuando se vende con libertad, y no cuando se vende lo que ha
sido robado en un saqueo. (…) Así pues, el que compra para restituir se
comporta como cristiano y como ciudadano» (Sermón 18, 3).
Sin hacerlo de
modo muy notorio, san Máximo llegó a predicar una relación profunda entre los
deberes del cristiano y los del ciudadano. Para él, vivir la vida cristiana significa
también asumir los compromisos civiles; y, por el contrario, el cristiano que,
«aun pudiendo vivir de su trabajo, arrebata la presa del otro con el furor de
las fieras», o «acecha a su vecino, tratando de arañar cada día parte de sus
confines, de adueñarse de sus productos», ni siquiera le parece semejante a la
zorra que degüella las gallinas, sino al lobo que se lanza contra los cerdos
(Sermón 41, 4).
Por lo que se
refiere a la prudente actitud de defensa asumida por san Ambrosio para
justificar su famosa iniciativa de rescatar a los prisioneros de guerra, se
pueden ver con claridad los cambios históricos que se produjeron en la relación
entre el Obispo y las instituciones ciudadanas. Contando ya con el apoyo de una
legislación que pedía a los cristianos que contribuyeran al rescate de los
prisioneros, san Máximo, al derrumbarse las autoridades civiles del Imperio
romano, se sentía plenamente autorizado para ejercer en este sentido un
auténtico poder de control sobre la ciudad. Este poder se haría después cada
vez más amplio y eficaz, hasta llegar a suplir la ausencia de los magistrados y
de las instituciones civiles. En este contexto, san Máximo no sólo se dedica a
reavivar en los fieles al amor tradicional a la patria terrena, sino que
proclama también el deber preciso de pagar los impuestos, aunque parezcan
pesados y fastidiosos (cf. Sermón 26, 2).
En suma, el tono y
el contenido de los Sermones implican una profunda conciencia de la
responsabilidad política del Obispo en las circunstancias históricas
específicas. Él es el «centinela» de la ciudad. ¿Quiénes son estos centinelas
—se pregunta san Máximo en el Sermón 92— «sino los excelentísimos obispos que,
situados por decirlo así en una roca elevada de sabiduría para la defensa de
los pueblos, ven desde lejos los males que van a llegar?».
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