miércoles, 29 de marzo de 2023

LA IGLESIA Y EL DRAMA DE LOS '70 (I)

 

 

POR JORGE MARTÍNEZ

 

La Prensa, 26.03.2023

 

Con el título general de La verdad los hará libres, la editorial Planeta ha comenzado la publicación de la vasta obra encargada por la Conferencia Episcopal Argentina que se propone indagar en el papel de la Iglesia en los años de la violencia política que desgarró al país entre 1966 y 1983.

 

El trabajo, dirigido por la Facultad de Teología de la UCA,  se compone de tres gruesos tomos, de los cuales ya se publicaron dos. Este artículo se ocupará del primero de ellos, que lleva el subtítulo “La Iglesia Católica en la espiral de violencia de la Argentina entre 1966 y 1983”. Una nota posterior abordará el segundo volumen.

 

Se trata de una obra colectiva, dividida en una introducción, dos partes y 15 capítulos, que sigue un ordenamiento más temático que cronológico y con el tono y estilo de los estudios académicos (todos los autores son sacerdotes, religiosas o laicos con títulos universitarios especializados). Aunque la pretensión ha sido imprimirle una estructura unitaria, el libro tiene un carácter más bien parcelado, ya sea por los asuntos que aborda cada capítulo, por la diferencia en los énfasis y matices o por la extensión.

 

Donde no hay diferencias es en el enfoque general, presente desde la extensa introducción teórica a cargo del P. Carlos M. Galli hasta el último capítulo que trata de la participación de católicos en distintos organismos de derechos humanos. Es muy perceptible la intención de relativizar el desempeño de hombres y mujeres de la línea progresista de la Iglesia en la gestación de lo que llama “procesos de violencia”, en tanto se cargan las tintas, a veces de manera desproporcionada, en la función que le cupo al denominado “integrismo” o “nacional-catolicismo” en esos mismos procesos, especialmente a partir de 1976.

 

El CONCILIO

Esta discrepancia va de la mano de una concepción de la Iglesia, la fe y la religión que excede el marco histórico del trabajo, pero que ciertamente le da forma. Una y otra vez los autores se sienten llamados a reivindicar el Concilio Vaticano II (al que consideran “el mayor acontecimiento del Espíritu del siglo XX”), y los cambios y reformas que promovió en una década atravesada, en el plano secular, por ideas revolucionarias, insurreccionales o contraculturales.

 

Aunque reconocen que la “recepción” del CVII generó conflictos entre prelados, sacerdotes y fieles argentinos, enmarcan esas tensiones en el clima de una época signada por “pasiones”, ideas transformadoras y el anhelo de hacer realidad la “opción preferencial por los pobres”, postulada a partir de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín, Colombia, en 1968.

 

El vínculo directo entre esos postulados renovadores y la aceptación, incitación o fomento de la lucha armada como método para lograr las “transformaciones” que se juzgaban necesarias, no se analiza con la claridad, contundencia o valentía que requeriría ese aspecto tan doloroso en la vida de la Iglesia. A veces los autores llegan más lejos y rondan la justificación. Un ejemplo se ve en estas líneas del capítulo 10 que se refieren a los cristianos que abrazaron el “compromiso revolucionario”: “En algunos casos, jóvenes cristianos con inquietudes hacia la vida religiosa, hicieron un proceso personal en el que sintieron que la radicalidad del Evangelio les pedía la opción por la lucha armada, en pro de la ‘liberación de los pobres’”. Acto seguido incluyen en esa abnegada categoría a dos miembros del ERP, dos oficiales de Montoneros y al autoproclamado “capellán” de esa banda, Jorge Adur, sacerdote de los Agustinos Asuncionistas, apresado y desaparecido en 1980 como parte de una “contraofensiva” guerrillera ordenada desde el exterior.

 

En cambio, es mucho más clara la condena al “integrismo” desde el momento en que se lo califica, sin retaceos, como el inspirador intelectual del “militarismo” que fundamentó los métodos de la represión ilegal a partir de 1976. Ubican en esa categoría a movimientos como Ciudad Católica de Jean Ousset y la revista Verbo, a los padres Julio Meinvielle, Alberto Ezcurra y Alfredo Sáenz, a los libros La Iglesia Clandestina de Carlos Sacheri y Fuerzas Armadas: ética y represión de Marcial Castro Castillo (seudónimo de Edmundo Gelonch Villarino), al Seminario de Paraná, a la revista Mikael, al Vicariato Castrense, a los capellanes militares y muy especialmente a los obispos Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín.

 

Aquí los autores obran con deslealtad. A excepción de unos breves párrafos o títulos extraídos del libro de Sacheri, las fuentes de este apartado son todas publicaciones académicas recientes, mayormente seculares y con un evidente sesgo crítico. Por ejemplo, no hay una sola cita directa significativa de las muchas obras de Meinvielle (a las que se enumera parcialmente en una nota a pie de página). De los libros de Ezcurra y Gelonch Villarino se extraen pasajes recortados de su contexto argumentativo general. Tampoco hay citas de los numerosos trabajos del P. Sáenz, a quien no entrevistaron de forma directa, ni extractos representativos y fieles de los artículos de la revista Mikael. No hay reportajes a otros representantes de esa línea que siguen con vida y podrían haber aportado opiniones de valor.

 

Del otro lado, a la hora de analizar el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), en el que se quiere ver a “la parte más dinámica del clero de nuestro período”, la fuente principal son los mismos protagonistas, no sus críticos. Son ellos quienes, a través de testimonios directos o recogidos en fuentes secundarias, se explican, valoran, justifican y, en un par de casos, se autocritican examinando a la distancia el papel que tuvieron dentro de la Iglesia.

 

Las intensas polémicas desatadas por su desafiante pastoral, que en 1970 fueron merecedoras de un documento reprobatorio de la Comisión Permanente del Episcopado que el libro refiere en una línea y de una declaración pública firmada por 150 presbíteros que los objetaban, se consignan desde su punto de vista, incluso a través de las décadas. Así, los padres Miguel Ramondetti o Lucio Gera (acaso el gran mentor intelectual de todo el libro) aparecen refutando en diálogos muy posteriores las críticas que en su momento les formularon Meinvielle o Sacheri, quienes ya no pueden replicar. Por otro lado, la muerte en accidente de Meinvielle en agosto de 1973, que para algunos sigue siendo dudosa, y el asesinato de Sacheri en diciembre de 1974 cuando salía de misa rodeado de su familia, no suscitan ninguna reflexión en los autores, que apenas si mencionan esos datos. Curioso destino el de estos temibles “teóricos” del militarismo a los que “alguien” se encargó de eliminar bastante antes de que sus presuntas enseñanzas se llevaran a la práctica.

 

TOMAR LAS ARMAS

 

Hay un gran interés en acotar el grado de participación directa que tuvieron los sacerdotes tercermundistas en los grupos armados. El deslinde es atendible pero podría dar la impresión de que en los años ‘60 y ‘70 sólo ejerció violencia quien empuñó un fusil. En el libro no hay una conclusión unívoca respecto del papel de los sacerdotes y religiosos que fomentaron ese clima de violencia con sus confusas exhortaciones a buscar la liberación, la revolución y el socialismo. Si bien figuran algunas reflexiones aclaratorias del P. Galli en la parte introductoria y más adelante se incluyen testimonios elocuentes en el mismo sentido, incluso de parte de obispos en ejercicio o eméritos, se percibe una voluntad por retacear una condena que no se privan de dirigir a los pretendidos teóricos del bando “represor”.

 

La divergencia es más profunda y deriva de una discutible comprensión general de lo sucedido en aquellos decenios. A tono con la historiografía establecida sobre la época, los autores se empecinan en relativizar la amenaza subversiva según se la entendía en el contexto de su tiempo.

 

Esto se expresa en las fuentes con las que trabajan, en la periodización de los hechos y hasta en el lenguaje que utilizan, discordante con una obra que se propone aportar una mirada católica que supere las diferencias de antaño. Por eso no vacilan en emplear expresiones como “Onganiato”, “Devotazo” o “Camarón”. Aluden a la “defensa de una supuesta civilización occidental y cristiana”. Descreen de la “llamada lucha contra la subversión” o la “denominada eliminación de la subversión”. Vuelven al trajinado “mito de la nación católica”; se indignan porque los miembros de Ciudad Católica eran “Anticomunistas acérrimos, postulaban una sociedad católica orgánica e integrada, basada en jerarquías naturales”; parecen cuestionar a quien en 1975 lanzó una campaña promoviendo el rezo del Santo Rosario entre los militares que actuaban en la Operación Independencia; insisten en que en aquel tiempo se dio la “creación” o “construcción” de un enemigo interno a instancias de teólogos y sacerdotes “integristas”.

 

A todo lo largo del volumen de casi un millar de páginas se habla con vaguedad de “las violencias” o la “espiral de violencia” o “los procesos de violencia”, por un lado, fenómenos difusos a los que se contrapone el monolítico “terrorismo de Estado”, concepto en sí mismo objetable y acerca de cuyo origen y utilización propagandística un libro orientado a la verdad histórica habría hecho bien en estudiar y matizar.

 

Esta voluntad de disminuir o subestimar la existencia de un peligro objetivo que amenazaba toda una forma de vida en sociedad queda resumida en este párrafo insólito de la página 485, que extiende el escepticismo a toda la historia del comunismo y a la trágica relevancia que tuvo en el siglo XX: “En el período que estudiamos imperaba la firme convicción de que la Unión Soviética comandaba un plan para apoderarse del mundo occidental, mediante el apoyo a los partidos, movimientos o agrupaciones que enfrentaran a las autoridades establecidas. Tanto en (Jean) Ousset, como en muchos católicos contrarrevolucionarios arriba presentados, detrás de cualquier intento de reforma del sistema capitalista, de reivindicación de la causa de los pobres, de anhelo de cambio social, late el influjo ideológico y político del comunismo internacional, que intentaba minar los cimientos mismos de la ‘supuesta’ civilización occidental y cristiana. Esto, que a la distancia de medio siglo nos parece una cosmovisión impregnada de rasgos paranoicos, constituía un tormentoso clima de época cuyo influjo se integró como un acervo ideológico en la cultura política y eclesial. En este clima de ideas y de pasiones, marcado por un paradigma católico contrarrevolucionario, no faltaron sacerdotes que contribuyeron a la formación de los militares argentinos, que protagonizaron el terrorismo de Estado”.

 

LOS DOCUMENTOS

 

Debe lamentarse también que, salvo en el capítulo 14 que analiza las actas de algunas Asambleas Plenarias de la Conferencia Episcopal Argentina entre 1975 y 1984, en este primer volumen prácticamente no se utilizan documentos reservados del Episcopado, la Nunciatura Apostólica y la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Los directores de la obra prefirieron concentrarlos en el segundo tomo, que corresponde al período 1976-1983.

 

Falta por lo tanto la visión íntima de la Iglesia argentina y universal sobre los hechos más relevantes ocurridos en el país en los diez años previos al golpe de 1976. No se accede a las opiniones de los obispos sobre el régimen de Juan Carlos Onganía y su mezcla de nacionalistas, católicos y liberales; nada sobre el “Cordobazo”, los penosos conflictos entre sacerdotes y prelados en Córdoba, Rosario, Corrientes y Mendoza; el enigmático crimen de Augusto Vandor en 1969; el auge del MSTM; el misterioso secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu en 1970 y la formación católica de sus autores o instigadores; las repetidas tomas de ciudades y pueblos (La Calera, Garín, Gonnet, San Jerónimo Norte); los crímenes en un mismo día de 1972 del general Juan Carlos Sánchez, jefe del II Cuerpo de Ejército, y del presidente de la FIAT en el país, Oberdán Sallustro; los insondables devaneos políticos de Juan Domingo Perón y su disputa con el presidente Alejandro A. Lanusse; la designación de Héctor Cámpora como candidato presidencial peronista, su triunfo electoral y la liberación de cientos de guerrilleros presos el día mismo de su asunción.

 

Tampoco conocemos lo que pensaban las jerarquías de la Iglesia sobre un magnicidio como el de José Ignacio Rucci, en septiembre de 1973, o el crimen, en mayo del año siguiente, del P. Carlos Mugica, quien para esa fecha había roto sus vínculos con Montoneros y no ocultaba su arrepentimiento por haber fomentado el extremismo que desangraba al país (hay algunos testigos vivos de ese doloroso proceso personal y pertenecen al cuestionado sector “integrista”).

 

Se incluyen, en cambio, meritorias opiniones, públicas o recabadas en el último decenio por pedido de la Conferencia Episcopal, de obispos actuales o recientes que recuerdan sus experiencias en los años de la violencia. Merecen destacarse los testimonios de monseñor Jorge Casaretto, monseñor Carmelo Giaquinta y monseñor José María Arancedo, tres prelados de línea “moderada” que no temen usar la palabra “marxismo” y registran todo el arco del extremismo armado, incluyendo sus orígenes en grupos de jóvenes sometidos a una deformada prédica religiosa.

 

Casaretto comparte fragmentos de una carta escrita en octubre de 1975 en la que relata la estremecedora experiencia de haber asistido al asesinato de cinco policías emboscados por Montoneros a metros de la catedral de San Isidro un domingo a la mañana. “El espectáculo fue algo que creo que nunca podré borrar de mi mente -escribió-. Era la guerra que había visto en películas. Cinco cuerpos tirados medio deshechos, dos autos acribillados, sangre, desorden. Seguramente no habrán pasado ni 30 segundos hasta que llegó otra persona, pero esos 30 segundos parecieron una especie de eternidad y fueron para mí la realidad más cruda de la impotencia del hombre”. Semanas después perduraba la conmoción. “Es realmente la guerra -insistió Casaretto en una nueva carta-. Los sentimientos del momento son un tanto aterradores. No por miedo personal. Sí por miedo de no saber cómo vamos a salir de todo esto. Vivir de cerca una acción terrorista es el mejor medio de no creer para nada en esos métodos”.

 

También es revelador el testimonio de monseñor Jorge Lozano, aunque por otros motivos. Registrado en 2013 el relato evoca los contactos que el Episcopado de esa época mantuvo con “casi todos los organismos de derechos humanos” y con figuras como Hebe de Bonafini y Horacio Verbitsky, además de con el entonces secretario de Derechos Humanos, Juan Martín Fresneda. Agrega luego lo que esos organismos y personas decían esperar de la Iglesia. “Algunos lo que quisieran escuchar es que digamos que Tortolo se equivocó o que Bonamín dijo algo contrario a la doctrina, o que tales capellanes fueron cómplices de los asesinos -observó monseñor Lozano-. Eso es lo que muchos de ellos esperan. Y otros esperan que si tenemos datos los digamos. Si sabemos de un cementerio clandestino, lo digamos. Si sabemos que los niños apropiados en tal lugar fueron dados en adopción a determinadas familias, lo digamos. Si tenemos alguna pista, que la digamos (…)”.

 

Concluida la lectura, no caben dudas de que este libro monumental y a la vez incompleto se ha propuesto cumplir con la primera parte de la exigente demanda de Bonafini y Verbitsky.

martes, 14 de marzo de 2023

ALEMANIA

 

 el cisma ha empezado

 

P. Santiago Martín

 

Infocatólica, 12/03/23

 

 

Los historiadores suelen situar el inicio del cisma de Lutero en el momento en que éste clavó sus 95 tesis contra las indulgencias en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittemberg. Era el año 1517 y Lutero aún tardó cuatro años en ser excomulgado. Cuatro años que, también según los historiadores, fueron excesivos y que le permitieron fortalecerse y dieron la oportunidad a su herejía de extenderse por Europa. Lo que acaba de ocurrir este fin de semana en Alemania, puede ser considerado también como el principio de un nuevo cisma, mucho más peligroso y grave aún que el de Lutero.

 

Ha concluido ya el Sínodo alemán. No ha habido ni el más mínimo intento por parte de sus promotores por acercar posiciones con las de la Iglesia católica. Al contrario. De forma consciente han ido al choque. Lo han hecho usando métodos dictatoriales, como prohibir el voto secreto, para impedir que votaran en contra los obispos que no estaban de acuerdo con lo que se iba a aprobar; claro que podían haberlo hecho -unos pocos lo hicieron-, pero los que se abstuvieron tenían miedo a sufrir el acoso que los “tolerantes” infringen a los que no están de acuerdo con ellos.

 

Han aprobado, entre otras cosas, pedir el fin del celibato sacerdotal, la celebración de bautizos y bodas, así como la predicación de las homilías, por laicos (entiéndase sobre todo por laicas). Han aprobado la bendición de parejas homosexuales y de todo tipo de parejas que no estén casadas. Han aprobado la ideología de género, aceptando que el sexo de la persona no tiene nada que ver con su biología, sino que es una cuestión ligada a su voluntad y, por si fuera poco, cambiante todas las veces que lo permita la ley civil. Como consecuencia, han aprobado que las mujeres que se sienten o dicen sentirse hombres -los transexuales- puedan ser ordenadas sacerdotes, lo cual implicaría de hecho la existencia de sacerdotisas, pues no sólo estos “sacerdotes” serían físicamente mujeres, sino que, una vez llegados al sacerdocio, podrían decir que vuelven a sentirse mujeres. Usando las palabras de uno de los pocos obispos alemanes que han decidido seguir siendo católicos, por mucho menos que todo esto se acaba de producir un cisma dentro de la Iglesia anglicana y eso que en la Iglesia anglicana se puede ser de todo y creer en todo, con tal de que no te metas en lo que hacen o creen los demás.

 

Previendo todo esto y, sin duda, con la información de que iba a ocurrir lo que ha ocurrido, el Papa hizo pública a principios de semana la composición del nuevo Consejo de cardenales que le asesorarán en el gobierno de la Iglesia. Lo más llamativo fue que dejó fuera de él al cardenal Marx, arzobispo de Münich. Es verdad que incluyó a otro cardenal -Hollerich, de Luxemburgo- que sostiene tesis parecidas a las de los alemanes en algunos puntos, pero la eliminación de Marx era una señal de que no le gustaban ni sus consejos ni sus hechos. A los alemanes les ha traído sin cuidado esa advertencia del Papa. Están dispuestos a llevar a la práctica lo que han aprobado, sin modificar una coma. Algunas cosas serán de efecto inmediato y otras tardarán un poco más. Pero hacerlo, lo van a hacer.

 

Es el Papa y sólo él quien tiene la responsabilidad histórica de intervenir cuanto antes. Él es el único que tiene el ministerio petrino. Ya no es suficiente con que algunos de los ministros del Pontífice de más alto nivel -como los cardenales Parolín o Ladaria- intervengan. Hacen falta decisiones claras y prohibiciones expresas, de forma que quede muy claro que el obispo que aplique las medidas aprobadas por el Sínodo queda automáticamente destituido. El tiempo que se perdió con Lutero no puede perderse ahora. Si no se toman medidas, lo ocurrido en Alemania se extenderá por el mundo y no tardarán norteamericanos, belgas, suizos e incluso latinos en hacer lo mismo, pues se interpretará la pasividad del Vicario de Cristo como un permiso tácito. ¿Qué harán los cardenales y obispos que no están de acuerdo, por ejemplo, con la existencia de sacerdotisas transexuales cuando éstas existan? ¿Qué harán los fieles? ¿Todo el mundo callará como si no pasara nada? ¿Hasta ese punto de pasividad habremos llegado? Hay que seguir rezando, pero ahora hace falta algo más que rezar.

viernes, 10 de marzo de 2023

EL PAPA ABRE LA PUERTA

 


 a revisar la obligatoriedad del celibato sacerdotal

 

Infovaticana, 10 marzo, 2023

 

El Papa Francisco ha vuelto a conceder otra entrevista (Infobae), en los días previos a su décimo aniversario de elección como Papa de la Iglesia católica.

 

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Respecto a la cuestión del celibato, preguntado sobre si la existencia de sacerdotes con la posibilidad de estar casados, como hay en otras iglesias, podría colaborar para que más gente se sume al sacerdocio, el Obispo de Roma respondió lo siguiente: «No creo. De hecho en la iglesia católica hay sacerdotes casados: todo el rito oriental es casado. Todo. Todo el rito oriental. Acá en la Curia tenemos uno —hoy mismo me lo crucé— que tiene su señora, su hijo. No hay ninguna contradicción para que un sacerdote se pueda casar. El celibato en la iglesia occidental es una prescripción temporal: no sé si se resuelve de un modo o de otro, pero es provisoria en este sentido; no es eterna como la ordenación sacerdotal, que es para siempre, te guste o no te guste. Que dejes o no dejes es otro tema, pero es para siempre. En cambio el celibato es una disciplina».

 

El periodista  insistió al Papa y le preguntó si esta cuestión podría revisarse a lo que el Santo Padre contestó que «sí. Sí. De hecho todos los de la iglesia oriental están casados. O los que quieren. Ahí hacen una opción. Antes de la ordenación la opción por casarse o por ser célibes».

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lunes, 6 de marzo de 2023

EL PAPA

 

 

 da la razón a Giorgia Meloni

 

Por Redaccioninfovaticana | 06 marzo, 2023

 

Es habitual ver a Francisco pronunciarse sobre cuestiones migratorias, pero este pasado domingo, además de condenar el trágico suceso en las costas de Crotone, añadió una nueva crítica y puso el dedo en la llaga: las mafias.

 

Que el Papa Francisco tiene un mensaje proinmigracionista y en defensa de «puertas abiertas», «sin fronteras» y «sin muros», no es ninguna novedad.

 

Desde hace varios años, la derecha alternativa en varios países europeos han criticado con ahínco el peligro de la inmigración ilegal en Europa por varias razones como por ejemplo, la infiltración de terroristas y delincuentes en Europa, la pérdida de identidad de las naciones europeas o el tráfico de personas realizado por las mafias.

 

Defender estas tesis ha sido motivo de innumerables críticas a estos partidos y sus líderes políticos como a Orbán en Hungría, Meloni y Salvini en Italia, Abascal en España o Le Pen en Francia. La postura que vienen defendiendo estos partidos es la de mantener un control y defensa de las fronteras de sus países, del mismo modo que la Guardia Suiza defiende la integridad física del Papa y del estado Vaticano.

 

Con frecuencia, cuando a nivel político se denuncia el drama de la inmigración ilegal, se es tachado rápidamente de xenófobo y racista tanto desde fuera como desde dentro de la Iglesia, por un mal entendimiento de la virtud de la caridad. Defender la frontera de un país no se hace por odio al de fuera sino por amor a los de dentro.

 

¿Francisco xenófobo?

«Expreso mi dolor por la tragedia ocurrida en las aguas de Cutro, en Crotone. Rezo por las numerosas víctimas del naufragio, por sus familiares y por quienes han sobrevivido. Manifiesto mi reconocimiento y gratitud a la población local y a las instituciones por la solidaridad y la acogida hacia estos hermanos y hermanas nuestros y renuevo a todos mi llamamiento para que no se repitan tragedias similares», dijo el Papa ayer en el ángelus.

 

Además, el Papa añadió la siguiente petición: «¡Que se detenga a los traficantes de seres humanos, que no sigan disponiendo de la vida de tantos inocentes!» Una afirmación que bien podría escucharse en cualquier acto político de estos partidos que defiende en control de las fronteras y apuestan por una inmigración, legal y ordenada en función de las necesidades económicas y sociales de los países receptores.

 

Es evidente que a nadie se le pasa por la cabeza tachar a Francisco de racista o xenófobo por semejante afirmación ya que simplemente denunció un hecho real y objetivo y es que las mafias operan y trafican con los seres humanos. Les venden el paraíso (Europa) a cambio de grandes sumas de dinero para después lanzarlos a la deriva en el Mediterráneo.

 

La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, que sigue subiendo en las encuestas, recogió el guante de Francisco y afirmó en sus redes sociales que «las palabras del Santo Padre son un gran recordatorio para todas las instituciones. Como Gobierno las hacemos nuestras, continuando utilizando todas las fuerzas necesarias para combatir a los traficantes de personas y detener las muertes en el mar».

 

De este modo, por primera vez, el Papa se suma al discurso de poner el foco en el principal problema de la inmigración ilegal: las mafias que trafican impunemente con seres humanos. Es ahí donde está la raíz del problema. Todo lo que no sea denunciar a estos grupos es no querer afrontar la realidad con voluntad de resolverla.

 

La advertencia de Sarah

Voces autorizadas de dentro de la Iglesia ya han denunciado en infinidad de ocasiones el drama y el peligro de aceptar y blanquear la inmigración masiva, ilegal y descontrolada.

 

El cardenal guineano Robert Sarah, ya alertó en una entrevista en 2019 que “es una falsa exégesis utilizar la Palabra de Dios para valorizar la migración”. En entonces prefecto para el Culto Divino, afirmaba que “esta voluntad actual de globalizar al mundo suprimiendo a las naciones, las especificidades, es una locura total”.

 

“Cada uno de nosotros debe vivir en su país. Como un árbol, cada uno tiene su terreno, su ambiente donde crece perfectamente. Más vale ayudar a las personas a crecer en su cultura que animarlas a venir a una Europa en plena decadencia”, alertaba Sarah.

 

El purpurado guineano subrayó que “todos los inmigrantes que llegan a Europa están hacinados, no tienen trabajo, ni dignidad… ¿Es esto lo que quiere la Iglesia? La Iglesia no puede colaborar en esta nueva forma de esclavitud en que se ha convertido la migración de masa”.

PÍO XII Y LA HUMANI GENERIS


 

Monseñor Héctor Aguer

 

Infocatólica, 06/03/23

 

El magisterio de Pío XII (1939-1958) constituye un corpus doctrinal (teológico, jurídico, pastoral) impresionante por su amplitud y profundidad. Con un estilo personalísimo abordó todos los temas que serían años más tarde retomados por el Concilio Vaticano II con otra perspectiva y otros fines. En su primera encíclica, Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939) se presenta el programa que se propone adoptar a partir de la herencia de su predecesor, el culto al Corazón Sacratísimo de Jesús en su carácter de Rey universal. El planteo parte de la constatación de que el mundo contemporáneo estaba empeñado en el culto de lo presente, alejándose cada vez más de Dios y agotándose en la búsqueda de ideales terrenos, en una concepción del mundo para la cual el sermón de la Montaña y el sacrificio de la cruz son escándalo y locura. Cuesta aceptar la seriedad afectada veinte años después por su sucesor, que en el discurso de apertura del Vaticano II advirtió contra los «profetas de calamidades» (las cuales se cumplieron inexorablemente).

 

En la Summi Pontificatus se manifiesta el deber de evangelizar a los hombres a partir de una inteligencia espiritual y moral del presente en el que acababa de desencadenarse la segunda guerra mundial. Las angustias de entonces eran vistas como una apología del cristianismo y de la necesidad de convicción. Señala Pío XII varios errores doctrinales: el agnosticismo religioso y moral del individuo y de la sociedad, el laicismo y sus consecuencias: falta de conciencia y olvido de la solidaridad humana; en el reconocimiento de Dios como Padre y de Cristo Mediador se basa la unión de los individuos y de los pueblos. El estatismo, la absorción estatal procede del olvido de que la autoridad viene de Dios, con las consecuencias en el Estado mismo, el individuo y la familia. La educación indiferente y contraria al espíritu cristiano es también causada por el estatismo. El Papa señala la turbación del orden internacional y que los remedios no vendrán de los medios externos; la acción de la Iglesia para restaurar el orden implica que ella no es enemiga del verdadero progreso. Tras recordar que la Iglesia atravesaba un tiempo de prueba, esta primera encíclica concluye con una invitación a orar.

 

La historia presenta frecuentemente a Pío XII como un papa «conservador» (adjetivo empleado en una acepción peyorativa). La realidad muestra al Papa Pacelli como un profundo renovador que actualizó lo mejor de la tradición eclesial. Señalo solamente tres hechos: 1) En primer lugar nos devolvió la Vigilia Pascual. Desde la Edad Media, la resurrección del Señor se celebraba en la mañana del Sábado Santo, jornada ésta que de ese modo perdía su identidad como el día en que «Dios estaba muerto». La nueva disposición ubicaba la Vigilia Pascual a la medianoche. Notemos que en la más reciente actualidad se tiende a adelantarla, aunque la indicación litúrgica requiere que esté oscuro. 2) Encomendó a la Pontificia Comisión Bíblica una nueva traducción del Salterio del original hebreo, para corregir interpretaciones de la Vulgata jeronimiana. Mandó, además, incluir la nueva versión en el Breviario (que así se llamaba a la actual Liturgia de las Horas). Pero se registró una fuerte resistencia del clero, acostumbrado al sonido de la vieja versión, lo cual obligó a volver atrás. 3) Abundantes referencias al papel de los laicos, que ya habían sido movilizados por la Acción Católica, creada por Pío XI. También hubo múltiples referencias al matrimonio y a la familia, sobre todo en las alocuciones dirigidas a los jóvenes esposos, a los que recibía en audiencia.

 

La obra escrita incluye más de 20 encíclicas, varias Constituciones Apostólicas y Cartas Apostólicas, y las alocuciones se multiplicaron en todos los años del pontificado. El título de Pastor Angelicus, que le correspondía según la seudoprofecía de Malaquías, retrata perfectamente su figura y sus gestos. La admiración que despertaba en el mundo elevó el prestigio de la Iglesia en un tiempo cuya cultura se alejaba cada vez más de la cultura católica. En su obra toda se advierte con qué claridad enfrentó al comunismo, entonces plenamente en auge, siguiendo la condenación que había hecho Pío XI en la encíclica Divini Redemptoris promissio, que contenía la ubicación del fenómeno y la doctrina del comunismo desde una perspectiva teológica, a la luz de la historia de la salvación. El Papa Pacelli reaccionó y reclamó con energía ante las persecuciones de los comunistas, por ejemplo –y sobre todo- en Hungría (1956), con la prepotencia del Estado Soviético, y la China (1958).

 

La encíclica Humani generis enfoca, como lo expresan las primeras palabras, las disensiones que han acompañado la historia de la humanidad desde sus orígenes sobre las cuestiones religiosas y morales. El tema central será, pues, las orientaciones peligrosas que se registraban en los años 50 con la «teología nueva». El tiempo mostraría cómo esa «novedad» se iría afianzando hasta convertirse en oficial a la muerte de Pío XII a través de la división manifestada en el Concilio Vaticano II, el posconcilio y sus exasperaciones, hasta que fueron superándose por la obra restauradora del Papa polaco, Juan Pablo II. La Humani generis no nombra personas, pero señala claramente los errores que iban ocupando lugar en la Iglesia, y como dice la encíclica, «vemos combatidos aun los principios mismos de la cultura cristiana».

 

Se recuerdan entonces verdades fundamentales: la razón humana puede con sus fuerzas y su luz natural llegar al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal que con su Providencia sostiene y gobierna el mundo. Podemos añadir a este conocimiento absoluto que Dios comunica al ser de tal manera que si dejara de hacerlo todo volvería a la nada de la que fue creado (ex nihilo). Asimismo, puede conocer la ley natural impresa por Dios en nuestras almas. Sin embargo, no pocos obstáculos impiden a la razón el empleo eficaz y fructuoso de ésta su potencia natural. El entendimiento humano encuentra dificultades en la adquisición de tales verdades por la acción de los sentidos y de la imaginación, por las malas concupiscencias nacidas del pecado original, de tal modo que «se persuaden de ser falso lo que no quieren que sea verdadero». Se afirma entonces que la Revelación es moralmente necesaria. Existe dificultad para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica (a pesar de los indicios que servirían de prueba del origen divino de la fe cristiana) por prejuicios –la cultura ambiente puede alimentarlos- la mala voluntad y las pasiones que también bloquean las inspiraciones que Dios infunde. Señala asimismo el Papa el desprecio del magisterio de la Iglesia. Se puede añadir que una cultura infatuada en su laicismo lo considera como una intrusión inaceptable.

 

A mitad del siglo XX estaba en auge la pretensión de extender a toda la realidad el sistema evolucionista y la hipótesis monista y panteísta ganaba numerosos adeptos. Pío XII critica lo que llama «moderna seudofilosofía»; se refiere al rechazo de esencias inmutables por obra del existencialismo, y al «falso historicismo».

 

Una característica que distingue a la Humani generis es su mención de «actitudes peligrosas dentro de la Iglesia», lo cual subraya su valor pastoral. Tales actitudes son claramente señaladas: amor excesivo a la novedad y consiguiente sustraerse a la dirección del magisterio eclesial; «imprudente irenismo», pretensión de reformar completamente la teología y el método en la enseñanza teológica. Esta temprana observación se vio confirmada en los años posteriores, las discusiones conciliares y el desnoramiento de algunos en el posconcilio. Nota también el Papa que esas ideas eran difundidas mediante publicaciones subrepticias. El rechazo del lenguaje tradicional y del uso de la filosofía corresponde a un relativismo teológico y dogmático que se filtraba con el propósito de «volver» a la Biblia y a los Padres de la Iglesia.

El aviso era una apelación a la prudencia en el desarrollo del lenguaje y los enfoques de la problemática teológica. Critica el Papa el intento de formular los dogmas con categorías de filosofía moderna, el idealismo, el inmanentismo y el existencialismo especialmente; señala que la Iglesia no puede ligarse a cualquier efímero sistema filosófico. Los «amigos de novedades» desprecian la teología escolástica. A la luz de la historia posterior puede comprenderse la actitud de Pío XII: el sano desarrollo del pensamiento teológico se haría a través de desviaciones y errores. Respecto de la interpretación bíblica, la encíclica señala la apelación a los Santos Padres, especialmente los griegos, el rechazo de la analogía de la fe y el desplazamiento de la exégesis literal por la simbólica y espiritual. A propósito del tema bíblico, Pío XII había publicado en 1943 la encíclica Divino afflante Spiritu, en la cual alentaba los estudios contemporáneos y aprobaba el recurso a los géneros literarios.

 

Las actitudes peligrosas en el seno de la Iglesia han producido, según la Humani generis, «frutos venenosos». Se enumeran no menos de diez errores o puesta en duda de verdades ciertas: la razón humana no puede llegar al conocimiento de Dios, Dios no tiene presciencia; la creación es necesaria; Dios no puede crear seres inteligentes sin elevarlos a la visión beatífica; con lo cual se niega la gratuidad del orden sobrenatural; se destruye el concepto de pecado original; se duda si la materia difiere esencialmente del espíritu y si los ángeles son personas; se discute la identidad entre Cuerpo Místico y la Iglesia Católica, el carácter racional de la fe cristiana, la satisfacción dada por Cristo, la doctrina de la transubstanciación eucarística. Todos estos errores tuvieron una vigencia prepotente durante el período posconciliar en los años 60 y 70; la encíclica de Pío XII resultó profética. Se reconoció implícitamente este carácter en el rechazo de su texto y el desprestigio que cubrió a su autor. En este lugar cabe una observación. Los sucesores de Pío XII fueron todos canonizados; él todavía está esperando un milagro. Este hecho da que pensar en el juicio histórico que puede hacerse de la Iglesia en los 70 años que siguieron a su muerte, tiempo que está coloreado por el célebre Concilio.

 

La Humani generis continúa con la exposición de la doctrina católica respecto de la filosofía y de las ciencias positivas. En primer lugar afirma la capacidad de la razón para conocer a Dios, que es reconocida y estimada según la filosofía que llama tradicional y también «sana filosofía»; es un patrimonio heredado dotado de una autoridad superior. Concretamente se refiere a los principios metafísicos de razón suficiente, causalidad y finalidad, que tienen valor universal. Estos principios permiten adquirir la verdad cierta e inmutable.

 

Reconoce que hay un genuino progreso filosófico. En este punto se puede citar el caso del tomismo y el ejemplo de Cornelio Fabro, que explicitó el sentido de la metafísica del Doctor Angélico a la luz del concepto de participación. Recuerda el Papa que la Iglesia aprobó el método, doctrina y principios de Santo Tomás, y que no se debe abrazar ligeramente cualquier novedad. Aunque la Iglesia la haya aceptado y aprobado, algunos desprecian la filosofía tomista como anticuada. Las nuevas posiciones ponen en peligro dos disciplinas filosóficas relacionadas con la doctrina católica: la teodicea y la ética.

 

En lo que puede verse un sano existencialismo, afirma Pío XII que lo que la fe enseña sobre Dios y sus preceptos es conforme a las necesidades de la vida para evitar la desesperación y alcanzar la salvación eterna. El problema de la esperanza es la gran cruz de la cultura moderna. La vigilancia del Magisterio sobre la filosofía tiene por finalidad evitar que no obstaculice los dogmas de la fe.

 

Respecto de las ciencias positivas hay dos capítulos importantes: en primer lugar la encíclica enfoca los problemas biológicos y antropológicos. El evolucionismo plantea el origen del cuerpo de una materia viva precedente. Se recomienda juzgar con gravedad y moderación las razones a favor y en contra. Diversa es la actitud respecto del poligenismo, que no está probado y no se compagina con la doctrina del pecado original, que se refiere a la falta cometida por un solo Adán. El segundo capítulo es el valor histórico que se debe reconocer a los relatos del libro del Génesis. Entre paréntesis digamos que según enseña la encíclica Divino Afflante Spiritu, nada impide que se tomen en cuenta los géneros literarios.

 

El epílogo de la encíclica recuerda los deberes de los profesores y de las autoridades eclesiásticas. Puede decirse que estos deberes se resumen en una apelación a la prudencia. La Humani generis fue mal juzgada por el progresismo que la vio como una rémora. Objetivamente se puede pensar que impidió unos años el reinado universal del progresismo.

 

Las orientaciones actuales de Roma están muy lejos de observar la norma de la prudencia. En primer lugar se observa una indiferencia respecto de la verdad de la Tradición; se permiten entonces (en eso está el relativismo) errores evidentes. Además, la ortodoxia teológica ha cedido el puesto a una moralina mundialista; es doloroso reconocer que ya no se predica a Jesucristo y la necesidad de convertirse a Él y al Evangelio. Hay otro clima, otro espíritu, otra Iglesia: se compite con la masonería, aunque de un modo espontáneo e inconsciente; el mundo sigue andando su propia marcha. El magisterio romano parece entrampado en la Razón Práctica: la preocupación es mejorar la vida del hombre en este mundo, o sea: lo temporal, lo relativo, lo finito. En 1850 Soeren Kierkeagaard, el Sócrates danés, escribió en su Ejercitación del Cristianismo: «Lo absoluto consiste únicamente en escoger la eternidad».

viernes, 3 de marzo de 2023

PROPIEDAD Y DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

 


Procurando aclarar conceptos doctrinarios


Mario Meneghini

 

En un reciente artículo (1), Stefano Fontana, prestigioso intelectual italiano, director del Observatorio Van Thuan para la doctrina social de la Iglesia, analiza críticamente decisiones del Vaticano, respecto a los bienes de la Iglesia y sobre la subsidiariedad, análisis que compartimos. Pero, en el último párrafo, presenta un enfoque doctrinario, que no coincide con la doctrina oficial resumida en los textos que se reproducen más abajo:


“Los dos principios de propiedad y destino universal están en el mismo plano y no es correcto considerar el primero subordinado al segundo. Soy consciente de que algunos párrafos de las encíclicas sociales pueden interpretarse en este sentido, pero otros (¿?) completan el cuadro afirmando que Dios ha dado los bienes a todos para que sean trabajados y no simplemente utilizados de manera promiscua. Y el concepto de trabajo evoca inevitablemente la propiedad, sin la cual ningún bien es un recurso.”

 

Catecismo de la Iglesia Católica (1992)


2402 Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombres.

 

2403 El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo primordial (*), aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.

*(Según el diccionario de la Real Academia Española, primordial significa principal o esencial)

 

2404 “El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás” (GS 69, 1). La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos.

 

2406 La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71, 4; SRS 42; CA 40; 48).

 

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004)


171 Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino universal de los bienes: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad». Este principio se basa en el hecho que «el origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,28-29). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida humana». La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia; estos bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para comunicarse, para asociarse y para poder conseguir las más altas finalidades a que está llamada.

 

172 El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el “primer principio de todo el ordenamiento ético-social” y “principio peculiar de la doctrina social cristiana”. Por esta razón la Iglesia considera un deber precisar su naturaleza y sus características. Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y no sólo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica; además este derecho es “originario”. Es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los mismos, a cualquier sistema y método socioeconómico: “Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello (destino universal de los bienes) están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera”.

 

177 La tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable: “Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes”. El principio del destino universal de los bienes afirma, tanto el pleno y perenne señorío de Dios sobre toda realidad, como la exigencia de que los bienes de la creación permanezcan finalizados y destinados al desarrollo de todo el hombre y de la humanidad entera. Este principio no se opone al derecho de propiedad, sino que indica la necesidad de reglamentarlo. La propiedad privada, en efecto, cualquiera que sean las formas concretas de los regímenes y de las normas jurídicas a ella relativas, es, en su esencia, sólo un instrumento para el respeto del principio del destino universal de los bienes, y, por tanto, en último análisis, un medio y no un fin.

 

El mismo Cardenal Van Thuan, cuyo nombre posee el Observatorio que dirige el Lic. Fontana, era el presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz en 2002, cuando se publicó la Agenda Social, colección de textos del magisterio sobre la enseñanza social de la Iglesia. Pues bien, en dicho documento se reconoce:


207. “Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originalmente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes.” (Sollicitudo rei socialis, n. 42)

 

Conviene citar el DOCAT, última síntesis de la doctrina social de la Iglesia, publicada en 2016 con motivo de un congreso mundial de jóvenes, y aprobado por el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización. Allí se expresa: “La doctrina social es doctrina oficial de la Iglesia. El Magisterio de la Iglesia, es decir, el papa y los obispos en comunión con él, inculca a la Iglesia y a la humanidad cómo deben configurarse sociedades con sentido social, justas y pacíficas” (p. 24).


Luego señala: “El derecho a la propiedad privada no debe ser jamás absoluto e intocable, sino que el propietario privado lo debe usar para el bien de todos.” “La propiedad privada no puede anteponerse al bien común, pues los bienes han de estar al servicio de todos.” (p. 91)

 

En definitiva, estimamos que no caben dudas sobre el tema comentado. Los cuatro documentos mencionados, confirman que el derecho de propiedad debe estar subordinado al principio del destino universal de los bienes.

 

(1) Stefano Fontana. Casas y propiedades. El Papa se adueña e invierte la doctrina; Brújula cotidiana, 02-03-2023