Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
06/03/23
El magisterio de
Pío XII (1939-1958) constituye un corpus doctrinal (teológico, jurídico,
pastoral) impresionante por su amplitud y profundidad. Con un estilo
personalísimo abordó todos los temas que serían años más tarde retomados por el
Concilio Vaticano II con otra perspectiva y otros fines. En su primera
encíclica, Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939) se presenta el programa
que se propone adoptar a partir de la herencia de su predecesor, el culto al
Corazón Sacratísimo de Jesús en su carácter de Rey universal. El planteo parte
de la constatación de que el mundo contemporáneo estaba empeñado en el culto de
lo presente, alejándose cada vez más de Dios y agotándose en la búsqueda de
ideales terrenos, en una concepción del mundo para la cual el sermón de la
Montaña y el sacrificio de la cruz son escándalo y locura. Cuesta aceptar la
seriedad afectada veinte años después por su sucesor, que en el discurso de
apertura del Vaticano II advirtió contra los «profetas de calamidades» (las
cuales se cumplieron inexorablemente).
En la Summi
Pontificatus se manifiesta el deber de evangelizar a los hombres a partir de
una inteligencia espiritual y moral del presente en el que acababa de
desencadenarse la segunda guerra mundial. Las angustias de entonces eran vistas
como una apología del cristianismo y de la necesidad de convicción. Señala Pío
XII varios errores doctrinales: el agnosticismo religioso y moral del individuo
y de la sociedad, el laicismo y sus consecuencias: falta de conciencia y olvido
de la solidaridad humana; en el reconocimiento de Dios como Padre y de Cristo
Mediador se basa la unión de los individuos y de los pueblos. El estatismo, la
absorción estatal procede del olvido de que la autoridad viene de Dios, con las
consecuencias en el Estado mismo, el individuo y la familia. La educación
indiferente y contraria al espíritu cristiano es también causada por el
estatismo. El Papa señala la turbación del orden internacional y que los
remedios no vendrán de los medios externos; la acción de la Iglesia para
restaurar el orden implica que ella no es enemiga del verdadero progreso. Tras
recordar que la Iglesia atravesaba un tiempo de prueba, esta primera encíclica
concluye con una invitación a orar.
La historia
presenta frecuentemente a Pío XII como un papa «conservador» (adjetivo empleado
en una acepción peyorativa). La realidad muestra al Papa Pacelli como un
profundo renovador que actualizó lo mejor de la tradición eclesial. Señalo
solamente tres hechos: 1) En primer lugar nos devolvió la Vigilia Pascual.
Desde la Edad Media, la resurrección del Señor se celebraba en la mañana del
Sábado Santo, jornada ésta que de ese modo perdía su identidad como el día en
que «Dios estaba muerto». La nueva disposición ubicaba la Vigilia Pascual a la
medianoche. Notemos que en la más reciente actualidad se tiende a adelantarla,
aunque la indicación litúrgica requiere que esté oscuro. 2) Encomendó a la
Pontificia Comisión Bíblica una nueva traducción del Salterio del original
hebreo, para corregir interpretaciones de la Vulgata jeronimiana. Mandó,
además, incluir la nueva versión en el Breviario (que así se llamaba a la
actual Liturgia de las Horas). Pero se registró una fuerte resistencia del
clero, acostumbrado al sonido de la vieja versión, lo cual obligó a volver
atrás. 3) Abundantes referencias al papel de los laicos, que ya habían sido
movilizados por la Acción Católica, creada por Pío XI. También hubo múltiples
referencias al matrimonio y a la familia, sobre todo en las alocuciones
dirigidas a los jóvenes esposos, a los que recibía en audiencia.
La obra escrita
incluye más de 20 encíclicas, varias Constituciones Apostólicas y Cartas
Apostólicas, y las alocuciones se multiplicaron en todos los años del
pontificado. El título de Pastor Angelicus, que le correspondía según la
seudoprofecía de Malaquías, retrata perfectamente su figura y sus gestos. La
admiración que despertaba en el mundo elevó el prestigio de la Iglesia en un
tiempo cuya cultura se alejaba cada vez más de la cultura católica. En su obra
toda se advierte con qué claridad enfrentó al comunismo, entonces plenamente en
auge, siguiendo la condenación que había hecho Pío XI en la encíclica Divini
Redemptoris promissio, que contenía la ubicación del fenómeno y la doctrina del
comunismo desde una perspectiva teológica, a la luz de la historia de la
salvación. El Papa Pacelli reaccionó y reclamó con energía ante las
persecuciones de los comunistas, por ejemplo –y sobre todo- en Hungría (1956),
con la prepotencia del Estado Soviético, y la China (1958).
La encíclica
Humani generis enfoca, como lo expresan las primeras palabras, las disensiones
que han acompañado la historia de la humanidad desde sus orígenes sobre las
cuestiones religiosas y morales. El tema central será, pues, las orientaciones
peligrosas que se registraban en los años 50 con la «teología nueva». El tiempo
mostraría cómo esa «novedad» se iría afianzando hasta convertirse en oficial a la
muerte de Pío XII a través de la división manifestada en el Concilio Vaticano
II, el posconcilio y sus exasperaciones, hasta que fueron superándose por la
obra restauradora del Papa polaco, Juan Pablo II. La Humani generis no nombra
personas, pero señala claramente los errores que iban ocupando lugar en la
Iglesia, y como dice la encíclica, «vemos combatidos aun los principios mismos
de la cultura cristiana».
Se recuerdan
entonces verdades fundamentales: la razón humana puede con sus fuerzas y su luz
natural llegar al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal
que con su Providencia sostiene y gobierna el mundo. Podemos añadir a este
conocimiento absoluto que Dios comunica al ser de tal manera que si dejara de
hacerlo todo volvería a la nada de la que fue creado (ex nihilo). Asimismo,
puede conocer la ley natural impresa por Dios en nuestras almas. Sin embargo,
no pocos obstáculos impiden a la razón el empleo eficaz y fructuoso de ésta su
potencia natural. El entendimiento humano encuentra dificultades en la
adquisición de tales verdades por la acción de los sentidos y de la
imaginación, por las malas concupiscencias nacidas del pecado original, de tal
modo que «se persuaden de ser falso lo que no quieren que sea verdadero». Se
afirma entonces que la Revelación es moralmente necesaria. Existe dificultad
para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica (a pesar
de los indicios que servirían de prueba del origen divino de la fe cristiana)
por prejuicios –la cultura ambiente puede alimentarlos- la mala voluntad y las
pasiones que también bloquean las inspiraciones que Dios infunde. Señala
asimismo el Papa el desprecio del magisterio de la Iglesia. Se puede añadir que
una cultura infatuada en su laicismo lo considera como una intrusión
inaceptable.
A mitad del siglo
XX estaba en auge la pretensión de extender a toda la realidad el sistema
evolucionista y la hipótesis monista y panteísta ganaba numerosos adeptos. Pío
XII critica lo que llama «moderna seudofilosofía»; se refiere al rechazo de
esencias inmutables por obra del existencialismo, y al «falso historicismo».
Una característica
que distingue a la Humani generis es su mención de «actitudes peligrosas dentro
de la Iglesia», lo cual subraya su valor pastoral. Tales actitudes son
claramente señaladas: amor excesivo a la novedad y consiguiente sustraerse a la
dirección del magisterio eclesial; «imprudente irenismo», pretensión de
reformar completamente la teología y el método en la enseñanza teológica. Esta
temprana observación se vio confirmada en los años posteriores, las discusiones
conciliares y el desnoramiento de algunos en el posconcilio. Nota también el
Papa que esas ideas eran difundidas mediante publicaciones subrepticias. El
rechazo del lenguaje tradicional y del uso de la filosofía corresponde a un
relativismo teológico y dogmático que se filtraba con el propósito de «volver»
a la Biblia y a los Padres de la Iglesia.
El aviso era una
apelación a la prudencia en el desarrollo del lenguaje y los enfoques de la
problemática teológica. Critica el Papa el intento de formular los dogmas con
categorías de filosofía moderna, el idealismo, el inmanentismo y el
existencialismo especialmente; señala que la Iglesia no puede ligarse a
cualquier efímero sistema filosófico. Los «amigos de novedades» desprecian la
teología escolástica. A la luz de la historia posterior puede comprenderse la
actitud de Pío XII: el sano desarrollo del pensamiento teológico se haría a
través de desviaciones y errores. Respecto de la interpretación bíblica, la
encíclica señala la apelación a los Santos Padres, especialmente los griegos,
el rechazo de la analogía de la fe y el desplazamiento de la exégesis literal
por la simbólica y espiritual. A propósito del tema bíblico, Pío XII había
publicado en 1943 la encíclica Divino afflante Spiritu, en la cual alentaba los
estudios contemporáneos y aprobaba el recurso a los géneros literarios.
Las actitudes
peligrosas en el seno de la Iglesia han producido, según la Humani generis,
«frutos venenosos». Se enumeran no menos de diez errores o puesta en duda de
verdades ciertas: la razón humana no puede llegar al conocimiento de Dios, Dios
no tiene presciencia; la creación es necesaria; Dios no puede crear seres
inteligentes sin elevarlos a la visión beatífica; con lo cual se niega la
gratuidad del orden sobrenatural; se destruye el concepto de pecado original;
se duda si la materia difiere esencialmente del espíritu y si los ángeles son
personas; se discute la identidad entre Cuerpo Místico y la Iglesia Católica, el
carácter racional de la fe cristiana, la satisfacción dada por Cristo, la
doctrina de la transubstanciación eucarística. Todos estos errores tuvieron una
vigencia prepotente durante el período posconciliar en los años 60 y 70; la
encíclica de Pío XII resultó profética. Se reconoció implícitamente este
carácter en el rechazo de su texto y el desprestigio que cubrió a su autor. En
este lugar cabe una observación. Los sucesores de Pío XII fueron todos
canonizados; él todavía está esperando un milagro. Este hecho da que pensar en
el juicio histórico que puede hacerse de la Iglesia en los 70 años que
siguieron a su muerte, tiempo que está coloreado por el célebre Concilio.
La Humani generis
continúa con la exposición de la doctrina católica respecto de la filosofía y
de las ciencias positivas. En primer lugar afirma la capacidad de la razón para
conocer a Dios, que es reconocida y estimada según la filosofía que llama
tradicional y también «sana filosofía»; es un patrimonio heredado dotado de una
autoridad superior. Concretamente se refiere a los principios metafísicos de
razón suficiente, causalidad y finalidad, que tienen valor universal. Estos
principios permiten adquirir la verdad cierta e inmutable.
Reconoce que hay
un genuino progreso filosófico. En este punto se puede citar el caso del
tomismo y el ejemplo de Cornelio Fabro, que explicitó el sentido de la
metafísica del Doctor Angélico a la luz del concepto de participación. Recuerda
el Papa que la Iglesia aprobó el método, doctrina y principios de Santo Tomás,
y que no se debe abrazar ligeramente cualquier novedad. Aunque la Iglesia la
haya aceptado y aprobado, algunos desprecian la filosofía tomista como
anticuada. Las nuevas posiciones ponen en peligro dos disciplinas filosóficas
relacionadas con la doctrina católica: la teodicea y la ética.
En lo que puede
verse un sano existencialismo, afirma Pío XII que lo que la fe enseña sobre
Dios y sus preceptos es conforme a las necesidades de la vida para evitar la
desesperación y alcanzar la salvación eterna. El problema de la esperanza es la
gran cruz de la cultura moderna. La vigilancia del Magisterio sobre la
filosofía tiene por finalidad evitar que no obstaculice los dogmas de la fe.
Respecto de las
ciencias positivas hay dos capítulos importantes: en primer lugar la encíclica
enfoca los problemas biológicos y antropológicos. El evolucionismo plantea el
origen del cuerpo de una materia viva precedente. Se recomienda juzgar con
gravedad y moderación las razones a favor y en contra. Diversa es la actitud
respecto del poligenismo, que no está probado y no se compagina con la doctrina
del pecado original, que se refiere a la falta cometida por un solo Adán. El
segundo capítulo es el valor histórico que se debe reconocer a los relatos del
libro del Génesis. Entre paréntesis digamos que según enseña la encíclica
Divino Afflante Spiritu, nada impide que se tomen en cuenta los géneros
literarios.
El epílogo de la
encíclica recuerda los deberes de los profesores y de las autoridades
eclesiásticas. Puede decirse que estos deberes se resumen en una apelación a la
prudencia. La Humani generis fue mal juzgada por el progresismo que la vio como
una rémora. Objetivamente se puede pensar que impidió unos años el reinado
universal del progresismo.
Las orientaciones
actuales de Roma están muy lejos de observar la norma de la prudencia. En
primer lugar se observa una indiferencia respecto de la verdad de la Tradición;
se permiten entonces (en eso está el relativismo) errores evidentes. Además, la
ortodoxia teológica ha cedido el puesto a una moralina mundialista; es doloroso
reconocer que ya no se predica a Jesucristo y la necesidad de convertirse a Él
y al Evangelio. Hay otro clima, otro espíritu, otra Iglesia: se compite con la
masonería, aunque de un modo espontáneo e inconsciente; el mundo sigue andando
su propia marcha. El magisterio romano parece entrampado en la Razón Práctica:
la preocupación es mejorar la vida del hombre en este mundo, o sea: lo
temporal, lo relativo, lo finito. En 1850 Soeren Kierkeagaard, el Sócrates
danés, escribió en su Ejercitación del Cristianismo: «Lo absoluto consiste
únicamente en escoger la eternidad».
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