martes, 27 de febrero de 2024

IGLESIA Y MASONERÍA


 son profundamente incompatibles

 

Federico Piana

Ciudad del Vaticano, 26-2-2024

 

"La masonería es una herejía que se alinea fundamentalmente con la herejía arriana". El presidente de la Pontificia Academia de Teología vuelve a explicar claramente a los medios vaticanos el carácter incompatible entre la Iglesia católica y la masonería. "Al fin y al cabo – afirma monseñor Antonio Staglianòfue precisamente Arrio quien imaginó que Jesús era un Gran Arquitecto del Universo (como la masonería considera al Ser Supremo, ndr.) negando la divinidad de Cristo. Por eso el Concilio de Nicea, del que pronto celebraremos los 1.700 años, afirma con fuerza la verdad sobre Jesús, que es engendrado y no creado, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios Verdadero".

 

Dios y no el “Gran Arquitecto del Universo"

Y es precisamente la idea del “Arquitecto del Universo” o del gran “Relojero” defendida por la masonería la que es incompatible con la idea católica de Dios. "Porque – entra en la cuestión monseñor Staglianò – esta idea es fruto del razonamiento humano que trata de imaginar un dios, mientras que el Dios de los católicos es fruto de la misma Revelación de Dios en Cristo Jesús. En esencia, es fruto de un acontecimiento histórico en el que Dios se hizo carne, se acercó a los hombres, habló a todos los seres humanos y los destinó a su salvación".

 

Distancias siderales

Incluso el concepto de fraternidad expresado por la masonería está a años luz del concepto de fraternidad de la fe católica. Monseñor Staglianò sostiene que "nuestra fraternidad se establece sobre el sacramento del amor de Dios en Jesús, se establece sobre la Eucaristía, no sólo sobre la idea genérica de ser hermanos".

 

El mismo razonamiento – añade el prelado – se puede aplicar a la caridad cristiana que "no tiene nada que ver con la filantropía masónica. La caridad cristiana corresponde al acontecimiento histórico de un Dios que murió y resucitó por nosotros y pide a sus hijos que no sean meramente filantrópicos, sino que sean, finalmente, crucificados por amor".

 

El cristiano ama la Luz verdadera

El presidente de la Pontificia Academia de Teología subraya la total incompatibilidad entre ser católicos y adherirse a la masonería, señalando que "en el seno de la masonería se desarrollan tramas de poder oculto que están en contradicción con la acción cristiana. En definitiva, cuando hablamos de incompatibilidad nos referimos a profundas contradicciones. Ni siquiera podemos apelar a la oposición polar del teólogo Romano Guardini para decir que pueden estar juntos".

 

Misterio contra esoterismo

Otro punto de distancia importante es el esoterismo – compuesto por doctrinas espirituales a menudo secretas y reservadas a los iniciados –que impregna las enseñanzas masónicas. "Incluso en el catolicismo – precisa monseñor Staglianò – se habla de Misterio. Pero los Evangelios nos dicen que el Misterio escondido a lo largo de los siglos no deja de ser Misterio, sino que deja de estar escondido. Porque el Misterio escondido a lo largo de los siglos ha sido revelado".

 

La condena constante de la Iglesia

Recorriendo la constante condena de la Iglesia contra la masonería a lo largo de los siglos, monseñor Staglianò recuerda la última respuesta a un obispo de Filipinas del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, fechada el 13 de noviembre del 2023 y aprobada por el Papa Francisco, en la que se reitera que la pertenencia activa sigue estando prohibida: "Los fieles – concluye – que se adhieren a logias se encuentran en estado de pecado grave y no pueden, en ningún caso, acceder a la Comunión".

domingo, 18 de febrero de 2024

miércoles, 14 de febrero de 2024

COMPUNCIÓN


 la pena que nos acerca a Dios

 

Brújula cotidiana, 14_02_2024

 

El autor es un monje del monasterio de San Benedetto in Monte de Norcia, que permanece en el anonimato por deferencia a una antigua costumbre benedictina.

 

***

 

“Al igual que existe un celo malo, lleno de amargura, que se aparta de Dios y conduce al infierno, también hay uno bueno, que se aparta del pecado y conduce a Dios y a la vida eterna” (Regla de san Benito, 72). Con estas palabras san Benito introduce el penúltimo capítulo de la Regla. En nuestro esfuerzo por comprender qué es la compunción, podríamos simplemente sustituir la palabra “celo” por “tristeza”: así como hay una tristeza mala y llena de amargura que se aparta de Dios y conduce al infierno -y la llamamos melancolía-, también hay una tristeza buena que se aparta de los vicios y conduce a Dios y a la vida eterna: la compunción. [...]

 

San Gregorio distingue dos tipos básicos de compunción: una por temor y otra por amor. La primera es una purificación del pecado y una protección contra él; la otra es una fuerza de deseo espiritual que nos atrae hacia el Cielo. Dos tipos y cuatro motivos: “Cuando recuerda sus propias faltas, considera dónde estaba (ubi fuit); cuando teme la sentencia del juicio de Dios y se interroga, piensa dónde estará (ubi erit); cuando examina seriamente los males de la vida presente, con tristeza considera dónde está (ubi est); cuando contempla los bienes de la patria eterna que aún no ha alcanzado, llorando se da cuenta de dónde no está (ubi non est)” (Moralia, XXIII, 41).

 

Las dos primeras surgen del temor de Dios, que es el don primero y fundamental del Espíritu Santo. Pero la compunción por temor madura y crece en nosotros sobre todo a través del don del conocimiento, porque nos permite vernos tal como somos, con los pecados que nos alejan de Dios, pero también creados a su imagen y semejanza, redimidos por la sangre de su Hijo y llamados en el amor a ser santos como Él. Viendo nuestra pecaminosidad e ingratitud hacia Dios, nos llenamos de odio hacia nosotros mismos y llegamos a odiar nuestros pecados; pero viendo el precio que el Hijo de Dios ha pagado por nuestra salvación, se nos da la esperanza de cambiar nuestras vidas y llegar a ser santos como Él es santo.

 

Así, el don del temor del Señor nos inspira a “tener siempre presente todo lo que Dios ha mandado” y lleva a nuestros pensamientos a “meditar constantemente sobre el fuego del infierno donde arderán por sus pecados todos aquellos que desprecian a Dios”; y así nos protege en todo momento “de los pecados y de los vicios”. Este santo temor nos da la certeza de que “Dios nos vigila siempre desde el Cielo y que nuestras acciones son visibles en todas partes a los ojos divinos y son constantemente señaladas a Dios por los ángeles”; nos hace sentir “en todo momento la culpa de nuestros pecados de tal manera que nos consideramos ya ante el terrible Juicio y decimos constantemente en nuestro corazón lo que decía el publicano del Evangelio con los ojos fijos en la tierra: Señor, soy un pecador y no soy digno de levantar los ojos al cielo” (Regla de San Benito, 7).

 

Las almas invadidas por esta doble compunción por temor sienten una profunda contrición por sus pecados y temen acabar con los condenados a la izquierda de Cristo. Hacen suyas las peticiones del Miserere, la insuperable oración de arrepentimiento y contrición; y piden misericordia como si estuvieran ya ante el Juicio Final, en sentimientos que se expresan perfectamente en el Dies Irae, esa poética obra maestra de la Misa de Réquiem. En estas oraciones, vemos por una parte un temor servil al castigo, y por otra un temor filial que se estremece ante la idea de ofender a Dios. El primero disminuye a medida que aumenta el segundo, ya que el temor filial es expresión de la caridad, de “ese perfecto amor de Dios que expulsa el temor servil” (RB 7; 1 Jn 4,18).

 

A medida que crece el temor filial, entramos en la tercera compunción: nuestro amor a Dios y nuestro deseo de estar con Él dan lugar a una disposición a sufrir en esta vida para merecer la bienaventuranza eterna en la otra. Una gran fuente de consuelo para quienes se encuentran en este estado es la hermosa oración de la Salve Regina, en la que nos dirigimos a la Virgen para que nos consuele en medio de las inevitables aflicciones de esta vida. Nuestros ojos vuelven de nuevo a este mundo desde su rostro materno. Y lo ven como lo que es: un lugar de exilio y tentación, de trabajo y sufrimiento, justa penitencia por el pecado original y por nuestros muchos pecados personales. Pero Dios, en su misericordia, nos permite ver estos sufrimientos como bienaventurados, porque con ellos “participamos de los sufrimientos de Cristo y merecemos tener también parte en su reino” (RB, Prólogo). Y así comprendemos la “ley” de los santos: “Cuanto más se siente afligida por la adversidad el alma del justo en este mundo, tanto más aguda se hace su sed de contemplar el rostro de su Creador” (Moralia, XVI, 32).

 

Habiendo llegado a ser tan queridos por Dios a través de nuestros trabajos, podemos instalarnos en la cuarta compunción, en la que ya no hay dolor sino sólo una alegría penetrante, porque sentimos a Dios cercano y disponible cada vez que rezamos. San Benito nos dice que esto también nos puede suceder a nosotros, porque “cuando hayáis hecho estas cosas, los ojos de nuestro Padre celestial estarán sobre vosotros y sus oídos estarán abiertos a vuestras oraciones; y antes de que le invoquéis, os dirá: aquí estoy” (RB, Prólogo).

domingo, 11 de febrero de 2024

EL TORTUOSO ITINERARIO

 

 de Francisco

 

Por Mario Caponnetto y Miguel de Lorenzo

 

La Prensa, 11.02.2024

 

Especial momento atraviesa hoy la Iglesia Católica; especial y en varios aspectos de una gravedad casi inédita. A lo largo de la segunda mitad del siglo veinte y de lo que va del veintiuno, hemos visto como se esparcían (y continúan esparciéndose) los estragos pos conciliares, graves errores doctrinales cuyo origen no hay que buscarlo tanto en los documentos del Vaticano II, sino que se sostienen en una interpretación libérrima y abstrusa, acorde a lo que llamaron y se insiste en llamar el “espíritu del concilio”.

 

En todo este tiempo la Barca de Pedro se ha visto sacudida por fuertes vientos y torbellinos de confusión; son los vientos del libre examen de raíz protestante, de la ideología materialista de la historia, de aberrantes distorsiones teológicas que han pretendido oponer el llamado Cristo de la historia al Cristo de la fe. Falsas teologías que poco a poco han enturbiado el agua límpida de la Fe Apostólica, de la Tradición y del Magisterio auténtico con la vana pretensión de erigir en su lugar una nueva fe, una nueva Iglesia.

 

ESPIRITU CONCILIAR

 

Al cabo hemos comprobado que el famoso “espíritu conciliar” no era algo diferente de la teología de la liberación, en sus diversas acepciones, de la revolución, o de la teología del pueblo. Dios resultó desplazado de las cuestiones centrales de la fe y en su lugar se entronizó desde entonces una tan nueva como extraña teología que, claramente, no es una teología más sino una herética que pretende un cambio substancial, una categórica vuelta de tuerca del catolicismo en todos los sentidos.

 

Por lo pronto desde esas tendencias progresistas se ha impuesto un falso ecumenismo que tiende a abolir cualquier tipo de separación y distinción entre las diversas Confesiones e Iglesias cristianas y aún de las demás religiones. Todas representan lo mismo, un idéntico deseo de alabar a Dios, todas son iguales porque ninguna prevalece dado que ninguna es la verdadera. En consecuencia, Cristo ya no es el único Salvador sino uno más entre los múltiples supuestos salvadores del hombre.

 

La confusión se agudiza aún más porque se utilizan las palabras habituales del lenguaje católico, aunque desfiguradas, minuciosamente apartadas de su significado original y genuino, hasta el punto de ser ya irreconocibles. Así, por ejemplo, la esperanza teologal se interpreta como mera confianza humana en el futuro o una cierta manera de trabajar en vistas a ese futuro absolutamente inmanente, entendido como la posibilidad de alcanzar una felicidad alejada de la trascendencia que no se eleva ni un centímetro del nivel del suelo. De igual manera el reino que se propone no debe ser entendido espiritualmente; por el contrario, se trata de trabajar sobre la realidad histórica, eso sí, pensada de acuerdo a la hermenéutica marxista.

 

Los resultados de implementar la llamada teología del pueblo (indisimulado intento de maquillar la vieja teología de la liberación) los vemos ahora resplandecer oscuramente sobre la Iglesia. No es difícil advertir como van poniéndose en práctica las teorías de Scannone y demás “teólogos del pueblo”: su vigencia es cada vez más notoria sobre todo en los últimos diez años a partir del Pontificado del Papa Francisco. Éste, por su parte, insiste en difundir entre los fieles una forma mentis que hace de las relaciones entre los hombres, el único valor: la única y suficiente posibilidad de hacer un mundo mejor reside en el hombre mismo, en curiosa sintonía con una antropología post cristiana. El hombre como creatura, va cediendo su sitio ante el hombre nuevo el que sin rumbo recorre “la casa común” mientras “discierne” qué hacer sobre la tierra a la espera que algunos iluminados por obra de la “sinodalidad” le indiquen qué cosa es el cristianismo y principalmente, cómo evitar el cambio climático, cómo cuidar los bosques y los pajaritos.

 

Estamos, sin duda, ante una propuesta que hace al hombre un enfermo de sí mismo. Coincide Pieper -y lo destaca- con el testimonio de Hermann Rauschining al afirmar que: “El mundo apunta en dirección de un centro absoluto de poder, un absolutismo universal, de disfrute material de la vida sobre una progresiva deshumanización, todo bajo el control total del Gran Inquisidor”. Y en este mundo, donde Dios ya es alguien lejano y de hecho ajeno, se propone una fraternidad universal (fratelli tutti), remedo de la verdadera fraternidad cristiana. Es la misma fraternidad que desde la Revolución Francesa, tal vez antes, se proclama con grandilocuencia vana como una gastada apelación al fraternal “seamos buenos”. Otra vez el relato, que -digámoslo todo- no va más allá de un intento de adular al mundo, cuando la necesidad suprema del momento, y en cualquier circunstancia, es la de dar testimonio de la verdad.

 

DESACIERTOS

 

El testimonio de la verdad, sí. Pero todo induce a pensar que Roma hace ya tiempo declinó ese testimonio y se conduce a los bandazos en los variopintos laberintos ideológicos: idas y vueltas, casi afirmaciones y casi negaciones, confusiones y equívocos, contradicciones y justificaciones penosas, revelan el borroso itinerario intelectual por donde transita la actual Jerarquía Suprema de la Iglesia, atada a esa ya mencionada extraña teología donde Dios cede paso al hombre y la esperanza de la vida eterna a la mera expectativa de una felicidad demasiado humana.

 

Es lo que vemos día a día. No pasa una semana sin que se vaya derogando, relativizando o tergiversando alguna parte de los mandamientos de la ley de Dios y aún la propia ley natural. Al respecto, no resulta inoportuno recordar algunos de los planteos y de las reformas doctrinales que, en pos de la fraternidad universal, de la igualdad de todas las religiones y del relativismo, viene alentando y promoviendo el mismo Francisco desde los días iniciales de su Pontificado.

 

¿Cómo no recordar con dolor la celebración oficial del V Centenario de la Reforma protestante cuyo solo propósito fue el de presentarnos un nuevo Lutero, no ya un hereje ni mucho menos, sino un “testigo del Evangelio”, hombre merecedor un desagravio y homenaje? ¿O la entronización de aquel penoso altar, en medio de Roma, en honor a la pachamama y las demoradas ceremonias casi litúrgicas que con su aprobación se llevaron a cabo? ¿Cómo pasar por alto la designación en la Academia Pontificia por la Vida de notorios ateos y partidarios del aborto?

 

Recordamos aún, y nos cuesta olvidar, el fervor con que se dio la bienvenida a Biden y a sus funcionarios, todos ellos tenaces defensores del aborto y la ideología de género, al mismo tiempo que se negaba casi hasta el saludo a Trump: el Papa prefirió recibir al representante de la agenda 2030, la agenda del más crudo materialismo y del ateísmo anti humano, que degrada la dignidad del hombre.

 

Pero recordemos que Biden no fue el único “católico” que tuvo el privilegio de una audiencia privada con el Papa. Superando esta “hazaña” nada menos que el mismo Alberto Fernández viajó al Vaticano, recibido por Francisco con misa y comunión incluidas no sólo a él sino también a su pareja y a sus acompañantes todos rigurosamente alejados de la Iglesia. Visto con otra perspectiva no fue otra cosa que un sacrilegio: la celebración del santo sacrificio de la Misa en el marco de una escenografía impía, en un lugar santo, por un fin miserable.

 

Fue en esa ocasión, quizás la única en su vida, en la que Alberto habló claro y sostuvo sus dichos por veinticuatro horas: el aborto se impondría en la tierra natal del Papa. Se podría pensar que esto fue planeado para mostrar que supuestamente hay católicos abortistas; que no solo los hay, sino que van a misa y comulgan, hasta en el mismo Vaticano y al lado del Papa. ¿Que se propuso demostrar Francisco con ese acto en una ceremonia oficial y en una capilla en el Vaticano? Nunca lo dijo. aunque en realidad no hacía falta agregar mucho más nada.

 

Lo que sí quedó claro, a curas y obispos criollos fue el mensaje que acompañó a esa perversa maniobra: que el aborto no solo tenía la venia de Roma, sino que se alineaba con la agenda 2030. A los obispos, les dejaba -si les quedaba algo de vergüenza- un tibio documento de protesta, y a los laicos gritar al viento. La aprobación de la ley se había consumado en Roma. Eso sí, todos recuerdan que Francisco dijo: “el aborto es un crimen”.

 

No podemos dejar fuera de esta enumeración de desaciertos la creación de las Scholas Occurrentes; hay que recordar el ímpetu puesto en esa pretensión de dar forma al sincretismo babélico, porque lo que se busca y se proclama con esas “escuelas”, es la igualdad de la enseñanza de todas las religiones, bajo el paraguas no ya de la iglesia sino del mismo Papa en persona, pues se trata de una antigua y directa obra suya, una obra maestra de adulación al mundo.

 

En la misma línea se inscribe la Encíclica Fratelli tutti, publicada en octubre de 2020. Se trata de una hueca llamada a la fraternidad universal, un humanismo hecho de claudicaciones y componendas, sin oración a Dios, una moralidad de manada, un espiritualismo que encierra al hombre sobre sí mismo, alejándolo de la trascendencia y que no puede sino desembocar trágicamente, ya lo sabemos y lo vimos, en las impiedades del mundo actual, no menos caótico que inhumano, en las múltiples guerras y terrorismos que en este mismo momento nos estremecen y que evidencian lo terrible del odio.

 

Es, que además de las falencias propias del documento, ahora nos encontramos ante la insoslayable realidad: una realidad que muestra a las claras que las relaciones entre las personas y las naciones, los modos de vida y la cultura en general, no solo no se renovaron después de Fratelli tutti, sino que, más bien, daría la impresión de que los hubiese agravado. Está a la vista que al mundo le importa nada, son propuestas de un humanismo irrisorio, tragicómico, a través del que se insiste acerca de la no necesidad de Dios, como si desde lo puramente humano fuera posible construir el reino, pero no el de los cielos, ciertamente, sino otro bien terrenal.

 

Todo esto sin contar el interminable desfile de personajes dudosos a los que no solo se los recibe, sino que se los distingue otorgándoles cargos y honores. Es el caso, entre muchos, de Zaffaroni (el mismo, el escabroso ex juez propietario de los burdeles, sobre los que nunca explicó nada) a quien se le ha confiado un puesto de suma responsabilidad en la justicia vaticana, una especie de juez universal con la misión de ordenar el bien y la justicia en el mundo.

 

Es que la confusión parece no encontrar límites: de repente es posible descubrir a Marcusse junto a san Ignacio, o a Grabois y Toni Negri corrigiendo a Ratzinger.

 

LA CULMINACION

 

Después de cuanto hemos venido reseñando no eran pocos los que decían que estaba todo hecho, que el riesgo de superar esta procacidad no podía suceder, que ni el propio Francisco podría. Pero no fue así. La reciente Declaración Fiducia supplicans, dada a conocer el pasado 18 de diciembre por el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y refrendada por el Papa, vino a demostrar que nuestra capacidad de asombro (y de tristeza) no estaba colmada.

 

No es este el momento de hacer un pormenorizado análisis de un texto que no dudamos en calificar de tortuoso y sofístico. Por otra parte, voces muy autorizadas ya se han pronunciado al respecto. Lo que nos interesa es subrayar dos cuestiones vinculadas con este documento.

 

En primer lugar, su absoluta e insanable incompatibilidad con la moral católica respecto de la homosexualidad y del matrimonio; incompatibilidad que alcanza, incluso, a las mismas directrices pastorales respecto de estas cuestiones ya establecidas claramente por papas anteriores en plena conformidad con la auténtica doctrina. Es bueno recordar que ya San Agustín, hace diecisiete siglos, enseñaba que se debe odiar el pecado, pero amar al pecador. Para Fiducia supplicans el pecado parece que no existe (jamás se lo menciona a lo largo del extenso y fatigoso texto) y el amor a los pecadores no consiste ya en lograr que se arrepientan y vivan sino en palmearles el hombro y decirles que, después de todo, Dios es bueno.

 

Lo segundo que nos interesa destacar es el inusitado nivel de rechazo que ha producido el documento. Episcopados enteros se han opuesto de manera expresa y tajante; multitud de obispos, sacerdotes y laicos han levantado, con inusual energía, su voz de protesta. Esto es de una extrema gravedad. Roma, esta Roma infeccionada de modernismo, herética y mundana, comienza a ser formal y explícitamente rechazada. No es aventurado vislumbrar el fantasma de un cisma (ya de hecho existente) pero ahora visible y declarado. A tal punto nos ha conducido este Pontificado.

 

En este sentido, hay que estar muy atentos a los próximos pasos vaticanos. No sabemos cuánto tiempo más ocupará Francisco el trono de Pedro; pero todo indica que no está lejano su fin. Algunos, habitualmente bien informados, ya están hablando de un “clima de cónclave”. Todo esto nos sume más en la incertidumbre. Sólo nos queda aferrarnos a la palabra de Cristo: No temáis, yo he vencido al mundo (Juan, 16, 33).

 

Post scriptum. Con las últimas líneas de esta nota, se difundió un nuevo escrito del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que pretende formular algunas precisiones (sic) sobre Fiducia supplicans. El Cardenal Fernández se supera así mismo: en estas precisiones (que no aclaran ni precisan nada) desborda todos los límites no ya de la Teología sino del más elemental sentido común y evidencia una vez más que la confusión es su territorio. Reitera, en efecto, que hay diversos tipos de bendiciones e introduce la absurda tesis según la cual se trata de bendiciones breves, de apenas unos segundos, algo así como un cronómetro condicionante de la bondad moral de una acción. En conclusión, para el Prefecto, la clave estaría en lo que demore la ceremonia, teniendo en cuenta que requiere no más de diez, quince o veinte segundos: siendo así de breve, la bendición no se le debe negar a nadie.

 

Sabemos que si bien en ningún siglo faltaron envenenadores y canallas, tal vez como nunca están presentes en el mundo del siglo XXI, en el que es inocultable la decadencia de Occidente, de un Occidente que niega a Cristo y renuncia a la verdad y que en su decadencia arrastra, en cierto modo, a la Iglesia: una Iglesia que, “en salida” quiere “actualizar” lo que nunca cambia, adoptando las modas de una época vil y cansada; ir a las “periferias” y desde ahí abrazarse al mundo, adoptando sus egoísmos y podredumbres; y claro está, finalmente se va extraviando junto con el mundo. Entonces no sorprende que nuevos sofistas y renovados falsarios ocupen sitios prominentes dentro de la Iglesia.

martes, 6 de febrero de 2024

MILEI Y LA JUSTICIA SOCIAL

 

En vísperas de la audiencia que brindará el Papa al presidente argentino, nos parece oportuno analizar el tema del título. Al margen de los agravios que el mandatario profirió contra el pontífice, queda claro que la entrevista sólo pretende ser un encuentro diplomático, sin que haya posibilidad de lograr coincidencias de fondo, entre dos personas públicas que poseen una cosmovisión diferente.


Uno de los conceptos en que difieren es de la justicia social. Javier Milei, aseguró ante los empresarios del Consejo de las Américas que el concepto de Justicia Social es "aberrante" y agregó: "Es robarle a alguien para darle a otro, un trato desigual frente a la ley, que además tiene consecuencias sobre el deterioro de los valores morales al punto tal que convierte a la sociedad en una sociedad de saqueadores". (1)


Francisco, por su parte, se basa en la doctrina social de la Iglesia, que considera a la justicia social un desarrollo de la justicia general, reguladora de las relaciones sociales según el criterio de la observancia de la ley, en un contexto en que la convivencia está seriamente amenazada por la tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. (2) En su última encíclica (3) sostiene: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”.


En la concepción cristiana de la vida (4), la justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad. La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación.


La justicia social sólo puede ser conseguida en el respeto de la dignidad trascendente del hombre. El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos.


Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un "prójimo", un hermano.


Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los "talentos" no están distribuidos por igual.


Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras.


Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el evangelio: La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional.


El principio de solidaridad, enunciado también con el nombre de "amistad" o "caridad social", es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana. La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su salida negociada.


Los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.


                         Mario Meneghini

 

(    1)  ámbito.com, 24-8-2023

(   2) Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, pp. 201, 202.

(    3) Fratelli tutti, 2020, p. 168.

      4) Catecismo de la Iglesia Católica

 

viernes, 2 de febrero de 2024

LA APOSTASÍA DEL PRESIDENTE


MONS.  HÉCTOR AGUER

 

La Prensa, 01.02.2024

 

El periodismo se ocupa abundantemente de las medidas del Gobierno actual y de las reacciones de la sociedad; también de algunos aspectos de la personalidad del presidente Javier Milei, como su amor a los perros, a los que considera sus “hijos de cuatro patas”, y de su noviazgo con Fátima Florez. Pero no toma en cuenta la dimensión religiosa. A ella pretendo referirme en esta nota.

 

El artículo 2 de la Constitución Nacional, impone al gobierno federal la obligación de sostener “el culto Católico, Apóstólico, Romano”. Hasta la reforma de 1994, el presidente de la Nación debía ser católico. El actual presidente está bautizado, y fue alumno de un Colegio Católico; lo cual no significa que tenga fe y que conozca y recuerde el Credo y la doctrina de la Iglesia. Llama la atención que en lugar del Tedéum inaugural de sus funciones (como siempre ha sido) se celebró un encuentro interreligioso, en la Catedral de Buenos Aires. En esa oportunidad era notoria su emoción al escuchar la intervención del rabino.

 

Trascendió recientemente que está estudiando para hacerse judío. Si esa decisión suya se concreta, deberá someterse al rito de la circuncisión. Aun cuando no viva prácticamente la religión católica, podría quizá tener fe y recordar –porque en el colegio algo habrá aprendido- el Credo. Su cambio de religión tiene un nombre técnico: apostasía. La palabra es una transcripción exacta del original griego. En el mundo clásico apostasía equivalía a defección, alejamiento, abandono de un partido. El Diccionario de la Real Academia Española traduce apostatar (el verbo que corresponde al sustantivo) en su primera acepción: “negar la fe de Jesucristo recibida en el Bautismo”.

 

INCOMPRENSIBLE

 

El tránsito al judaísmo por parte del presidente, implica un incomprensible volverse atrás. Es razonable que un judío se haga cristiano, no al revés. Estoy pensando en términos de teología bíblica: el Antiguo Testamento, es decir la Torá, los Nebiyim y los Ketubim de Israel constituyen un anuncio, un prólogo, una profecía del Evangelio propuesto por el Mesías. En este sentido, se comprende un dicho de Jesús en su diálogo con la mujer Samaritana, que leemos en Juan 4, 22: la salvación (sōtēria) viene de los judíos (ex tōn ioudaiōn). Pero el judaísmo poscristiano, cuyo texto principal es el Talmud, es profundamente anticristiano.

 

En los Hechos de los Apóstoles, y en las Cartas de San Pablo se atestigua la persecución que la Iglesia naciente sufrió de los judíos. La historia posterior ha sido gravemente accidentada. El judaísmo talmúdico ha aspirado a dominar el mundo: una realización secular y tergiversada de la vocación prometida a Abraham y a su descendencia. No juzgo la subjetividad del presidente Milei, sino el sentido profundo de su gesto. Con todo respeto, es probable que, así como no comprendió el ser cristiano, tampoco comprenda el ser judío.

 

Está por verse, si su apostasía se concreta, qué implicancias atribuye a esa nueva posición. Es notable que el presidente adhiere al orden natural: el derecho a la vida desde la concepción y el sentido de la comunidad familiar. De hecho, su discurso en el globalista Foro Económico Mundial de Davos, contra el aborto, y la ideología de género, es digno de aplauso. Puede hacer mucho bien en una sociedad desquiciada como la nuestra, a causa de la mala política; será una corrección del camino descaminado. La vicepresidenta es una garantía que permite conservar una esperanza.

 

LAS CAUSAS SEGUNDAS

 

La Providencia de Dios respeta la libertad y la responsabilidad de las causas segundas; como consecuencia permite el mal, que en sus inescrutables designios está de algún modo en función del bien. A propósito de la cuestión religiosa que abordo en esta nota, considero que ha faltado –como desgraciadamente es habitual- que un obispo siquiera se acercara, si no al candidato, sí al Presidente electo. Como siempre, la Conferencia Episcopal pifia en sus decisiones y posiciones en relación a la sociedad y los centros donde se gestan las vigencias culturales y sociales. En este caso, me atrevo a pensar que los obispos esperaban que ganara Sergio Massa; por eso abandonaron a quien recibiría los votos de la mayoría. ¡Siempre el Episcopado patina, y así nos va! Así le va a la Iglesia, sobrepasada por el ateísmo práctico y la ola de evangelismo.

 

Como he escrito más arriba, está por verse qué implicancias podría tener el giro religioso del Presidente; sin embargo, debe interesarnos su situación personal: estoy persuadido de que desconoce por completo la doctrina cristiana; habría que ofrecerle el Catecismo de la Iglesia Católica. Aunque soy un obispo emérito, rápidamente relevado de mis funciones, a los 75 años; y trascurro este atardecer de la vida entre la oración, el estudio, los artículos y otros apostolados en los medios, y la cultura, me ofrezco para conversar con el Presidente sobre el tema religioso. Una persona inteligente como él podría comprender el universo doctrinal del catolicismo y revisar su inclinación al judaísmo. Pienso, también, que debería conocer el Evangelio, en el cual resultan evidentes las raíces judías y su carácter de preparación. Entre tanto, el presidente debe hacerse cargo de la prescripción constitucional que impone al Estado la obligación de sostener el Culto Católico, Apostólico, Romano.

 

Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.