Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica, 27/04/22
Llama
poderosamente la atención algo que ocurre en la Iglesia desde 1958. Los Papas
que se sucedieron desde esa fecha han sido canonizados: Juan XXIII, Pablo VI, y
Juan Pablo II; y Juan Pablo I, el Pontífice de los 33 días (de mediaetate
lunae), será beatificado próximamente. ¿Y Pío XII? Aún aguarda su turno. Claro,
Juan XXIII fue llamado el «Papa bueno»; se lo distingue de su antecesor que
entonces podría ser considerado el «Papa no-bueno», es decir, el «Papa malo».
Hace un par de
años escribí al Cardenal Angelo Amato, que era por entonces el Prefecto de la
Congregación para las Causas de los Santos, para preguntarle por el estado de la
Causa del Papa Pacelli. Reconozco ahora que mi intervención incluía una
suspicacia insolente. Tuve el atrevimiento de opinar que difícilmente Pío XII
alcanzaría el honor de los altares, porque el Vaticano progresista de hoy no le
perdonaría haber canonizado a Pío X, el desvelador del modernismo con la
Encíclica Pascendi dominici gregis, y las decisiones canónicas que la
acompañaron. Tampoco podría disculparlo de haber publicado la Encíclica Humani
generis. El Cardenal me respondió inmediatamente y con serena comprensión. Me
informó que ya había sido aprobado que el Siervo de Dios practicó todas las
virtudes cristianas en grado heroico, pero que faltaba un milagro obtenido por
su intercesión para proceder a la beatificación. También me exhortaba a rezar y
hacer rezar, lo mismo que a difundir la figura del gran Pontífice; me
arrepiento de no haberlo hecho hasta ahora. He aquí, después de todo, la razón
del presente artículo.
Eugenio Pacelli
fue elegido Papa el 12 de marzo de 1939, en uno de los conclaves más breves de
la historia. Diríamos que era «número puesto». Había sido Secretario de Estado
de su inmediato predecesor, Pío XI, quien lo preparó cuidadosamente, estaba
seguro de que lo sucedería. El Papa Ratti fue un hombre de fe intrépida (Fides
intrepida es, precisamente el título que le corresponde en la pseudo profecía
de Malaquías), se opuso férreamente al nazismo con la Encíclica Mit brennender
Sorge, y al comunismo con la Divini Redemptoris promissio. En el mismo orden de
cosas hay que mencionar la Encíclica Firmissimam Constantiam (o en el texto
castellano Nos es muy conocida) acerca de la persecución religiosa en Méjico.
Él envió al Cardenal Pacelli como Legado Pontificio a América del Norte, y al
Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Buenos Aires, en 1934.
Varios testimonios
aseguran que Pío XI daba por descontado que su Secretario de Estado lo
sucedería. Por ejemplo, Monseñor Domenico Tardini, que luego se desempeñó como
Cardenal Secretario de Estado de Juan XXIII, escribió en una de sus notas:
«Varias veces Su Santidad me habló de su sucesor; para él no cabía duda: el
futuro Papa debía ser su Secretario de Estado. Me dijo que, precisamente, para
prepararlo a la tiara (la triple corona que fue depuesta ya por Pablo VI, y que
ha sido reemplazada por la mitra, que usan todos los obispos), lo envió a
menudo el extranjero. Un día en que Su Eminencia se encontraba en Estados
Unidos, en octubre de 1936, después de hacer un gran elogio de su Secretario de
Estado, concluyó mirándome bien con sus ojos escrutadores: Será un Papa
magnífico. No dijo «sería» o «podría ser», sino «será», sin admitir incerteza
alguna. Estas palabras fueron pronunciadas el 12 de noviembre; así se explica
la alusión: en medio de ustedes se encuentra alguien a quien ustedes no
conocen. Fue en el discurso pronunciado para la imposición de la birreta a los
cardenales en su último consistorio». Hasta aquí la elocuente anotación de
Tardini.
La formación
teológica y canónica de Pacelli era óptima; poseía, una amplia cultura, que fue
adquiriendo y profundizando desde muy joven. Su padre lo hizo cursar en el
Liceo Visconti, una institución laicista, pero de óptimo nivel. Por otra parte,
su cercanía con Pío XI y la colaboración con él, en su función de Secretario de
Estado, le permitió conocer el oficio pontifical y las alternativas religiosas,
culturales y políticas del siglo XX. Benedicto XV le había encomendado
anteriormente la Nunciatura en Alemania, lo cual lo impulsó a adquirir
conocimiento y un amor muy grande por el pueblo alemán (hablaba perfectamente
esa lengua).
La obra de Pío XII
muestra su capacidad extraordinaria y su espíritu de fe. El Padre Pierre Blet,
SJ, un especialista en el tema, en su libro sobre el Papa, cita una definición
pronunciada por la radio de Stuttgart, pocos días después de su muerte: se
comparó al Papa difunto con dos genios, uno religioso, Francisco de Asís, y
otro político, Napoleón. Pío XII, se decía, ha reunido en él los dos genios, el
religioso y el político. (Quizás a nosotros esa comparación puede parecernos
exagerada, pero así consideraban al Papa algunos contemporáneos suyos, que
tuvieron la oportunidad de evaluarlo de cerca). Apunto otras dos declaraciones
por demás significativas, sobre todo teniendo en cuenta quienes son sus
emisores. Juan XXIII, que muchas veces le ha sido opuesto por los comentaristas
de la vida eclesial, aplicaba a su predecesor la antífona de vísperas del
oficio de doctores de la Iglesia: Doctor optime, Ecclesiae lumen, divinae legis
amator (Doctor óptimo, luz de la Iglesia, amante de la ley divina). El Cardenal
jesuita Agostino Bea, en una conferencia suya afirmaba: «Tendrán que pasar
decenas de años, por no decir siglos, antes de que la obra gigantesca de Pío
XII sea estimada en su valor. Él ha sembrado una simiente increíble. Se puede
decir que la doctrina de Pío XII ha transformado el aire que respiramos sin que
hayamos sido siempre conscientes. Esta doctrina ha constituido el fundamento
mismo del Concilio, abriéndose a todos los problemas de la humanidad de hoy.
Procura resolverlos a la ley del Evangelio a fin de ganar al hombre moderno
para la fe, para la Iglesia, para Cristo, para Dios».
Es importante
insistir afirmando que fue un Papa renovador. Sobre este aspecto de su
personalidad y su obra podrían exponerse múltiples pruebas. Bastan unas pocas,
pero decisivas. En primer lugar su acción de renovación litúrgica. El devolvió
a la Iglesia la Vigilia Pascual; desde la Edad Media la Resurrección del Señor
se celebraba el Sábado Santo por la mañana. Así desapareció el sentido del día
de profundo silencio, cuando el Hijo de Dios estuvo muerto. La hora indicada
para la Santa Vigilia de la Resurrección, en el motu proprio Maxima
Redemptionis nostrae mysteria, fue la medianoche, es decir, las primeras horas
del Domingo de Pascua, cuando todavía reina la oscuridad. Actualmente se
entiende anticipar esa hora porque la gente teme salir tarde, habida cuenta de
los peligros que acechan (aquí en la Argentina, por lo menos). Pero el ritual
exige que ya haya anochecido; ¡no acabemos nuevamente a la mañana! También
debemos a Pío XII las misas vespertinas, con un nuevo régimen para el ayuno
eucarístico. Otra realización importante fue encargar al Pontificio Instituto
Bíblico una nueva traducción latina de los salmos, para incluirla en el
Breviario. La versión es extraordinaria, realizada según los métodos
histórico-críticos actualmente empleados; entonces en ella se entiende bien qué
querían decir los autores sagrados del Salterio. He disfrutado de ella,
comparándola con la Vulgata. Pero al clero le «sonaba» como algo extraño;
prefería los términos a los que estaba acostumbrado (aunque no entendiera el
significado), de manera que no prosperó la inclusión de la versión reciente en
el Oficio. En cuanto a la teología litúrgica, es preciso estudiar la Encíclica
Mediator Dei et hominum (20 de noviembre de 1947), que fue un buen antecedente
de los desarrollos posteriores.
Los discursos y
radiomensajes de Pío XII se multiplicaron sobre las materias más diversas. Me
permito señalar la catequesis (eso fueron tales discursos) a los recién
casados, a los que recibía en audiencia regularmente, en grupos. Se me ocurre
una comparación --por supuesto, mutatis mutandis, ya que hay entre ambos una
diferencia temporal de varias décadas- con los ciclos dedicados por San Juan
Pablo II al amor humano, el matrimonio y la familia.
Fue asimismo muy
importante la exposición que hizo el Papa Pacelli de temas sociales de distinto
calibre, sobre todo los referidos a la situación de los obreros, a quienes
encomendaba a la intercesión de San José. Fue decidida su oposición al
comunismo; que avanzaba y se extendió rápidamente una vez concluida la Segunda
Guerra Mundial. Evoco en mi memoria la célebre foto que reúne a Churchill,
Roosevelt y Stalin, aliados contra la Alemania nazi, alianza bien aprovechada
por el régimen soviético para ir ocupando lugares en Occidente.
Las encíclicas de
Pío XII constituyen un Corpus doctrinal impresionante. La primera, Summi
Pontificatus fue publicada en Castelgandolfo, el 20 de octubre de 1939. El Papa
ofrece una etiología de la situación entonces contemporánea, pero que como
fenómeno cultural y político se extiende hasta nuestros días. El agnosticismo
religioso es la raíz profunda de los males que afectan a la que podemos seguir
llamando «sociedad moderna»; de esa raíz brotan el positivismo jurídico, el
utilitarismo subjetivista en la moral, el olvido de la solidaridad humana, y el
totalitarismo o absolutismo del Estado. El análisis que el Papa ofrece abarca
dos planos: el nacional, con la destrucción de los derechos de la persona
humana y de la familia; y en el internacional, el gran error del Estado
totalitario es la negación de la comunidad de los pueblos, con la consiguiente
y continua amenaza de la guerra, o por lo menos la alteración de la paz
verdadera. Los temas señalados fueron retomados continuamente en las más
diversas intervenciones.
Continuidad de la
serie de Encíclicas: Sertum laetitiae (1º de Noviembre de 1939), dirigida al
Episcopado de los Estados Unidos, al celebrar el sesquicentenario del
establecimiento de la jerarquía eclesiástica en ese país. La Saeculo exeunte
octavo (13 de junio de 1940) recuerda los ocho siglos de la independencia de
Portugal; país al que recomienda continuar empeñándose en las obras misionales.
El 29 de junio de 1943, Pío XII publicó un texto de gran valor sobre la
Teología de la Iglesia, Mystici Corporis Christi, en el que adoptando la
inspiración Paulina habla sobre la Iglesia, y nuestra unión en ella con Cristo.
Casi contemporáneamente apareció la Encíclica Divino Afflante Spiritu (30 de
septiembre), sobre el estudio de la Sagrada Escritura, que abre con audacia y
prudencia el camino a los desarrollos ulteriores de la exégesis bíblica, los
estudios históricos-críticos, y el descubrimiento del texto original. El 15º
Centenario de la muerte de San Cirilo, Patriarca de Alejandría, que luchó
férreamente contra la herejía de Nestorio, mereció la Encíclica Orientalis
Ecclesiae Deus (9 de abril de 1944). Con la mirada todavía dirigida a la
Anatolé eclesial, el Papa Pacelli publicó la Encíclica Orientales omnes
Ecclesias. En este caso deseaba conmemorar los 350 años de la unión de la
Iglesia Rutena con la Romana; es una evocación histórica, pero destaquemos un
párrafo: «Los orientales no tienen que temer de modo alguno el ser
constreñidos, por el retorno a la unidad de fe y de gobierno, a abandonar sus
legítimos ritos y usos». Admirable observación esta, que resulta para nosotros,
latinos, de máxima actualidad, cuando el motu proprio Traditionis custodes ha eliminado
la Forma Extraordinaria del Rito Romano.
En 1947 se
cumplían también 14 siglos de la muerte de San Benito, que puede ser
considerado no sólo Patrono de Europa, sino también Padre de la cultura
occidental. Pío XII, que observaba con admiración a los personajes insignes de
la tradición católica, publicó para conmemorar ese aniversario, la Encíclica
Fulgens radiatur (21 de marzo). El 24 de noviembre de ese mismo año, apareció
la Encíclica Mediator Dei et hominum, en la que se valoran los importantes estudios
debidos al movimiento litúrgico, que tenía entonces plena actualidad. Destaco
el prudente equilibrio del juicio del Pontífice: advierte los peligros tanto de
las deficiencias de aquellos que se oponen a toda renovación, y desprecian los
estudios que publican los miembros del movimiento, como asimismo la avidez de
novedades de otros, que se alejan de la sana doctrina y carecen de prudencia.
Una observación que vale para siempre. El texto contiene una descripción de los
principales fundamentos de la liturgia y expone la relación del culto público
de la Iglesia con las devociones populares de los fieles.
La Encíclica
Optatissima Pax (18 de diciembre de 1947) enfoca los problemas suscitados
después de la espantosa guerra, cuyo fin parecía todavía reciente; la Paz es,
en efecto, la máxima aspiración de los pueblos. La devoción al Santo Rosario
sirve de argumento a la Encíclica Ingruentium malorum, publicada el 15 de
septiembre de 1951. La expansión del comunismo soviético en la Europa oriental
provocaba persecuciones atroces contra los cristianos. El 15 de diciembre de
1952, Pío XII dirigió una carta al Episcopado de las Iglesias Orientales de
Rumania, Ucrania y Bulgaria, para confortarlos y animarlos a continuar
ofreciendo su testimonio martirial; llevaba por título las primeras palabras
del texto, según es la costumbre: Orientales Ecclesias. La Encíclica Doctor
Mellifluus, del 24 de mayo de 1953, recordaba el octavo centenario de la muerte
de San Bernardo (Doctor melífluo es el título que la Tradición atribuyó a quien
es considerado el «último de los Padres»).
La Encíclica
Fulgens corona (8 de septiembre de 1953), tuvo por finalidad conmemorar el
Primer Centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de
María Santísima, realizada, empeñando el carisma de la infalibilidad, por el
Beato Pío IX. Al año siguiente, el 25 de Marzo, el Papa Pacelli publicó la
Encíclica Sacra Virginitas, sobre la virginidad, en la que reafirma la doctrina
tradicional, que se remite a San Pablo, y que sostiene la mayor excelencia de
la virginidad sobre el matrimonio. Estos términos, típicamente católicos,
podemos aventurar que hoy han quedado descolocados en la cultura y vida de los
pueblos: ni el matrimonio ni la virginidad -ésta mucho menos que aquel- tienen
demasiado sentido, si es que tienen alguno. A los obispos de Gran Bretaña,
Alemania, Austria, Francia, Bélgica y Holanda fue dirigida, el 5 de junio de
1954, la Encíclica Ecclessiae fastos, en el duodécimo centenario de la muerte
de San Bonifacio, Obispo y Mártir, Apóstol de aquellos pueblos.
La Ad Sinarum
gentem (al pueblo chino) llegó el 7 de octubre de 1954; una Encíclica que los
acompañaba en la fidelidad que obispos, sacerdotes y fieles mantenían cuanto
mayor era la persecución. Admitía el Papa que era razonable que ellos
disfrutaran de independencia en varios aspectos de la vida eclesial, pero
advertía que ciertas reivindicaciones para interpretar la doctrina según su
propio arbitrio hacen el juego a los intentos del gobierno comunista de formar
una «Iglesia nacional»; y notaba que muchos habían sido seducidos. Mediante la
Encíclica Ad Caeli Reginam (11 de octubre de 1954), Pío XII incluyó la fiesta
litúrgica de la realeza de la Santísima Virgen María. Exponía en el texto los
argumentos que fundamentaban, en primer lugar, la Maternidad Divina; y luego su
cooperación a la obra redentora de Cristo, como Nueva Eva, íntimamente asociada
al Nuevo Adán. Ella reina con Cristo y participa del poder y la distribución de
los frutos de la redención. Copio un pasaje del texto, que me parece es de
máxima importancia: «En las cuestiones que se refieren a la Santísima Virgen,
tengan cuidado los teólogos y predicadores de la palabra divina, de evitar
ciertas desviaciones del recto camino, no sea que caiga en un doble error;
guárdense, por una parte, de exponer opiniones carentes de fundamento, y con
expresiones exageradas que exceden los límites de la verdad, y por otra parte
eviten la demasiada estrechez de pensamiento, al considerar la singularísima,
sublime y casi divina dignidad de la Madre de Dios que el Doctor Angélico nos
enseña a reconocer por razón del bien infinito que es Dios (Suma Teológica, I,
q 25, a 6 ad 4)».
La música sagrada
no podía faltar entre los intereses y preocupaciones de Pío XII, ya que existe
una sólida tradición sobre ella y su valor educativo para la espiritualidad
cristiana. Más allá de las dimensiones de la fe, Platón sostenía en su Politéia
que la educación del alma comienza con la música. Traza el Papa una brevísima
síntesis del «largo camino» recorrido desde las «sencillas ingenuas melodías
gregorianas». Expone luego los principios del arte musical en la Iglesia y sus
cualidades, afirma que la música sagrada «debe ser santa», verdaderamente
artística, de carácter universal y asequible al pueblo. Además del gregoriano
(en latín obviamente), se han concedido en diversos países cantar también
cantos en lengua vulgar. Valora el canto religioso popular «en las funciones no
plenamente litúrgicas», y elogia al órgano ante los demás instrumentos. En mi
opinión, la Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium, capítulo VI, sigue
por los carriles indicados en esta Encíclica pacelliana, publicada el 25 de
diciembre de 1955, con el título Musicae sacrae Disciplina. ¡Hoy, en casi todas
partes, no queda nada de esto!
La Encíclica
Haurietis aquas (15 de marzo de 1956) es un verdadero tratado sobre la
teología, el culto y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Luctuosissimi
eventus (28 de octubre de 1956) trata sobre el levantamiento del pueblo húngaro
contra el comunismo, y Laetamur admodum sobre los peligros de una guerra en
Medio Oriente (1º de Noviembre de 1956). Con la Encíclica Datis nuperrime (15
de noviembre de 1956) el Sumo Pontífice vuelve a ocuparse de la situación de
Hungría, donde los tanques soviéticos aplastaron el levantamiento del pueblo.
Cito: «Se ha sabido que por las calles y villas de Hungría corre de nuevo la
sangre generosa de los ciudadanos que de lo más profundo de sus espíritus
anhelan la justa libertad; que las instituciones patrias apenas constituidas
han sido abatidas y destruidas; que los derechos humanos han sido violados y
que con armas extranjeras ha sido impuesto al pueblo ensangrentado una nueva
servidumbre». La Encíclica Fidei donum, del 21 de abril de 1957, analiza la situación
de las misiones católicas y sus principales necesidades, especialmente en
África. Siguiendo la iniciativa de recordar los aniversarios de los santos que
han ejercido su influjo en los pueblos a los que pertenecían, y aún más allá de
esa frontera, celebró el Papa el tercer centenario del martirio del jesuita
polaco San Andrés Bobba; el 16 de mayo de 1957, y publicó la Encíclica a él
dedicada Invicti Athletae Christi.
El primer
centenario de las apariciones de la Santísima Virgen a Bernardette Soubirous,
en la gruta de Massabielle, fue recordado mediante la Encíclica Le pelerinage
de Lourdes, en la que se expresaba alegría y gratitud por ese don de la Madre
de Dios; y por las conversiones y curaciones allá verificadas. Ante el
materialismo práctico de la sociedad, apela el Papa a encomendarse y encomendar
a la Inmaculada la propia santificación y la renovación cristiana de la
sociedad (2 de julio de 1957). Siempre atento a las cambiantes necesidades de
los tiempos, dedicó Pío XII una importante Encíclica sobre el cine, la radio y
la televisión: Miranda prorsus (8 de septiembre de 1957). En los últimos meses
de su fecundo pontificado, publicó todavía el Papa Pacelli dos encíclicas: Ad
Apostolorum Principis sepulchrum (29 de junio de 1958), dirigida a los católicos
chinos; afronta el doloroso problema de la situación religiosa, y las
consagraciones episcopales no autorizadas por la Santa Sede. El gobierno
comunista difundiría una falsa doctrina llamada de las «Tres independencias»;
que arrancaba a las almas de la necesaria unidad de la Iglesia. Y la última
Carta Encíclica (encíclica significa «circular») fue la que comienza Meminisse
iuvat, en la que exhorta a apelar a la intercesión de la Santísima Virgen, ante
los rumores de guerra y la terrible amenaza de la bomba atómica; se publicó el
14 de julio de 1958.
He dejado para el
final de la serie de encíclicas, una que tuvo y tiene una importancia
fundamental. Fue publicada el 12 de agosto de 1950, y comienza con la siguiente
frase: Humani generis in rebus religiosis ac moralibus discordia («La discordia
del género humano en cuestiones religiosas y morales»). El fundamento de la
crítica de Pío XII a la llamada teología nueva; la encuentro en esta
observación recogida en el parágrafo 9 del texto: «La Iglesia no puede ligarse
a cualquier efímero sistema filosófico». De allí el relativismo teológico y
dogmático, para «librar» a la exposición de las verdades de fe de la manera que
es tradicional, apoyada en la Sagrada Escritura y los Santos Padres y los
conceptos filosóficos usados por los doctores católicos. Creen que las
«necesidades» modernas exigen que las verdades de la fe sean formuladas con la
filosofía moderna, el inmanentismo, el idealismo o el existencialismo. En el
fondo, se intentan estos avances porque consideran que los misterios de la fe
no pueden expresarse nunca en conceptos completamente verdaderos, sino sólo con
conceptos aproximativos, que cambian continuamente; la verdad es apenas
indicada, y también necesariamente desfigurada. La historia de los dogmas,
consistiría en exponer las varias formas que habría ido tomando la verdad
revelada según las opiniones y doctrinas que iban apareciendo en el decurso de
los siglos. Otra toma de posición según las nuevas teorías implicaba disminuir
la autoridad de la Sagrada Escritura; el sentido literal de la misma debería
ceder el puesto a una nueva exégesis que llaman simbólica o espiritual. Los
autores medievales católicos ya habían catalogado correctamente los varios
sentidos que pueden descubrirse en un texto bíblico.
Menciona y enumera
Pío XII los diez errores teológicos que se apoyan en los principios indicados:
se pone en duda que la razón humana pueda, sin la luz de la revelación y la
fuerza de la gracia, llegar a demostrar la existencia de Dios con argumentos
deducidos de las cosas creadas (es este un extravío típicamente protestante);
se niega que el mundo haya tenido principio (cuando Génesis 1,1 dice Bereshit,
en el principio); también se niega a Dios la presciencia eterna e infalible de
las acciones, sería una fuente cerrada y oculta. Algunos discuten que los
ángeles sean personas y no aceptan que la materia difiera esencialmente del
espíritu. La gratuidad del orden sobrenatural también es alterada: Dios no
podría crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión
beatífica. Se destruye el concepto de pecado original, así como la satisfacción
que Cristo ha dado por nosotros mediante el sacrificio de la cruz. No faltan
quienes sostienen que la doctrina de la transubstanciación eucarística estaría
fundada en un concepto anticuado de sustancia, y por lo tanto debería ser
corregida: la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento no sería real sino
simbólica, una señal externa de la unión íntima de Cristo con sus fieles en el
Cuerpo Místico. También algunos rechazan la enseñanza del Magisterio sobre la
identidad de la Iglesia Católica Romana, con el Cuerpo de Cristo.
Después de la
advertencia acerca de estos errores que surgen dentro de la Iglesia, el
pontífice expone serenamente la doctrina católica sobre todos estos puntos. No
falta el aliento a quienes están dedicados a la enseñanza; para hacer avanzar
las ciencias que profesan, salvaguardando la verdad de la fe y la doctrina
católica. Los errores denunciados por la Humani generis volvieron a sonar en la
Iglesia después del Vaticano Segundo.
Además del Cuerpo
de Encíclicas, Pío XII practicó otros géneros magisteriales: las Constituciones
Apostólicas contienen enseñanzas, a las que siguen disposiciones precisas sobre
el tema al que se refieren. Hay también Cartas Apostólicas y Bulas de diverso
carácter. Me detengo en la mera mención de la Bula Munificentissimus Deus, del
1º de Noviembre de 1950, por la cual, haciendo uso de su magisterio infalible,
el Pontífice definió como dogma de fe la Asunción de la Santísima Virgen María,
en cuerpo y alma a la gloria celestial. Ese día Pío XII definió el dogma ante
una multitud que llenaba la Plaza San Pedro, y se extendía por la Vía della
Conciliazione hasta el Tíber. La fórmula definitoria reza: «Por tanto, después
de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de
Verdad, para la gloria de Dios Omnipotente, que otorgó a la Virgen María su
peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y
vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma
Augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de
Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y por
la Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser Dogma de Revelación Divina
que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su
vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
Notemos que el
Papa no dice «después de su muerte», sino «cumplido el curso de su vida
terrena»; los cristianos de Oriente creen y celebran la Dormición de María.
Podemos indicar también dos interesantes pasajes del Antiguo Testamento: en el
primero se menciona que Henoc, uno de los «patriarcas» antediluvianos, había
agradado a Dios y por eso éste «se lo llevó», lo «asumió» (Gén 5, 24); también
el profeta Elías fue arrebatado el cielo en un torbellino, en un «carro de
fuego» (2 Re 2, 11). Ninguno de los dos conoció la muerte. Sea cual fuere la
interpretación que haya de hacerse de estos dos textos, quiero indicar aquí que
en ambos se emplea el verbo hebreo lakáj, asumir, ser llevado. Es el concepto
que debe aplicarse a la Asunción de María; independientemente de que haya
muerto o no, como mueren todos los seres humanos.
El afán de enseñar
de Pío XII (cf. 2 Tim 4, 2: didajé) se expresó en innumerables discursos,
catequesis y radiomensajes. De este último género magisterial es el
radiomensaje de Navidad de 1944, dedicado al tema de la democracia. Cuando la
guerra aún no había concluido, el Papa piensa en la organización que sería
necesario construir. De este pronunciamiento suyo deseo señalar la distinción
que expone entre pueblo y masa; una auténtica democracia requiere la unidad
orgánica y organizadora de un verdadero pueblo.
Un estudio
satisfactorio sobre la personalidad de la obra del Papa Pacelli, requeriría una
exposición aún más extensa que la presente, la cual ya se ha prolongado
demasiado.
Concluyo haciendo
referencia a la calumnia que se ha dirigido a Pío XII, a quien se acusó de no
haber levantado con fuerza su voz contra la persecución desatada por la
barbarie nazi, contra el pueblo judío. Ha sido muy dañina la publicación del
infame libro de Hochhut «El Vicario». La obra jurídica y política de Pío XII se
expresa claramente sobre la organización de los estados y los derechos humanos;
todo lo contrario de la tiranía nazi y sus pretensiones de expansión y
conquista mundial. Sabía el Papa que una fuerte declaración pública suya
agravaría la persecución a los judíos y a la Iglesia, que también era
perseguida. En lugar de esto, que podía por cierto resultar espectacular,
desarrolló una inteligente acción diplomática y se ocupó personalmente del
salvataje de decenas de miles de judíos (más de 100.000, por cierto); a muchos
de estos los albergó en conventos de clausura. Esta acción fue de inmediato
reconocida por las autoridades judías. El caso más conmovedor es el del Gran
Rabino de Roma, Israel Zolli; que se convirtió al catolicismo, y eligió como
nombre de bautismo Eugenio, el primer nombre de Pacelli. Su esposa, asimismo
convertida, se llamó Eugenia.
¿Será beatificado
Pío XII? Quizá todavía haya mucho que esperar. Por lo menos hasta que el
progresismo, que invadió la Iglesia, y que reproduce en ella los errores
señalados en Humani generis, acabe disipándose. A no ser que la advertencia
vertida por San Pablo en 2 Tim 4, 1-4 sea simplemente un atisbo de aquellos
tiempos descritos en el Apocalipsis. Entonces habrá que esperar que el
mentiroso que confunde a la Iglesia, el drakōn o megas, el ophis o archaios,
que se llama diábolos y Satanâs, que seduce al mundo entero, el acusador de los
cristianos, sea arrojado para siempre al lugar que le corresponde (Ap 12, 9).
Contamos también con las palabras de María: Por fin mi Inmaculado Corazón
triunfará.