Desde hace más de
medio siglo (el Concilio Vaticano II concluyó el 8 de Diciembre de 1965), la
Iglesia vive desgarrada por una división innegable: integristas o conservadores
por un lado (empleo los nombres con que se los suele descalificar), y por otro,
los progresistas o liberales, que están de parabienes con el actual
pontificado.
Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica, 30/03/22
El título que encabeza esta nota no se
refiere al cine anterior al invento del tecnicolor, sino a la asombrosa crítica
del oficialismo eclesiástico hodierno dirigida contra los miembros de la
Iglesia que aman la gran Tradición católica; y reconocen que la homogeneidad es
lo que debe caracterizar a la evolución de las realidades eclesiales: dogma,
liturgia, derecho, instituciones. Muchas veces he citado a San Vicente de
Lerins, y las fórmulas por él acuñadas en Commonitorium Primum. Aquellas
realidades pueden expresarse nove, según los contextos culturales vigentes en
tiempos y espacios determinados; pero no se puede incluir en el depósito a
transmitir nova, cosas nuevas, novedades, que implican una heterogeneidad
respecto de los orígenes.
Desde hace más de medio siglo (el Concilio
Vaticano II concluyó el 8 de Diciembre de 1965), la Iglesia vive desgarrada por
una división innegable: integristas o conservadores por un lado (empleo los
nombres con que se los suele descalificar), y por otro, los progresistas o liberales,
que están de parabienes con el actual pontificado. ¿Simplifico en exceso la
complejidad de los procesos y fenómenos eclesiales? Existe una amplísima gama
intermedia: quienes con un gran esfuerzo de estudio, de intelección y
valoración –entre ellos me reconozco ubicado- procuran recoger la herencia del
Concilio, que como lo recordaba Benedicto XVI debe ser leído a la luz de la
gran Tradición eclesial, pero a la vez no aceptar las alteraciones que se
impusieron en nombre del «espíritu del Concilio»; de un supuesto espíritu que
no es, por cierto, el Espíritu Santo.
En el último decenio se ha consolidado una
concepción relativista, que pugna por hallar un lugar en el ámbito global de
una cultura descristianizada, secularizada; no desean aparecer y ser
considerados extranjeros en ese mundo, y lo hacen rebajando con agua turbia el
exquisito vino de la Verdad católica. Aunque la historia registra fenómenos
análogos en el pasado, pareciera que han llegado aquellos tiempos de los que
hablaba San Pablo: «momentos difíciles» o «tiempos peligrosos» (2 Tm 3, 1:
kairoi chalepoi). Se disimula el «achicamiento» de la Iglesia en los países que
fueron de mayoría católica. Los estudios históricos no desconocen los avatares
del cristianismo desde los tiempos apostólicos, aunque es difícil formular
juicios de valor de las diversas etapas. Más complicado resulta considerar lo
ocurrido en el último medio siglo, porque la diversidad de opiniones cercanas a
nosotros continúa haciéndose sentir. En este contexto, me parece que se debe
buscar en las fuentes cuál es el mejor criterio de evaluación. ¿Cómo
concibieron los apóstoles, sus inmediatos sucesores a los que ellos formaron,
los Padres de la Iglesia, y el magisterio posterior la relación de la Iglesia
con el mundo, con las variables de la cultura? ¿Es posible una interpretación
segura que pueda adoptarse como criterio? Aquí se halla el quid de la
problemática que deseo examinar.
Me limito a lo que el Apóstol San Pablo
recomendaba en términos rigurosos a sus discípulos, los cuales constituyen el
eslabón siguiente de la cadena de la sucesión apostólica. Las críticas
«oficialistas» de hoy la emprenden contra los que consideran rígidos, severos,
aferrados a las seguridades que otorga la identidad de la Tradición; contra los
que ven todo en blanco y negro, en lugar de adoptar la bandera multicolor.
Serían los mismos que solo conocen una cara del poliedro en que se ha
convertido la Iglesia, para hacer caber en el Cuerpo las caras progresistas.
Entre el blanco y el negro existe una gama enorme de grises, que deben ser
tenidos en cuenta; quiero decir que puede haber posiciones intelectuales, y
actitudes voluntarias que reconocen y respetan los dos términos en los que la
gama toma origen. Se calumnia a quienes advierten los grises sin incurrir en el
relativismo; tal o cual matiz lo es por referencia al neto blanco – negro que
siempre ha de ser reconocido como fuente. El tecnicolor es el que colorea las
fábulas del Nuevo Orden Mundial; al que se pretende adoptar porque sería la verdad
«aggiornata».
Entonces nada de errado o de malo puede haber
en ver las cosas en blanco y negro, si uno es un daltónico voluntario. Así las
veía San Pablo; van algunas citas que me parecen oportunas.
Desde la cárcel que sufre en Roma, le escribe
a Timoteo: «Toma como norma (upotupōsin eche, 2 Tm 1, 13s) las saludables
lecciones (logōn) de fe y amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí»; y
continúa en la misma carta: «Sábete (touto de ginōske) que en los últimos días
(en eschatais ēmerais) sobrevendrán tiempos difíciles (kairoi chalepoi), y
continúa enumerando la clase de «tipos» con los que habrá de lidiar; el
consejo, o la orden es: ¡apártate de esa gente! (toutous apotrepou) (2 Tm 3,
5). La exhortación, que es un conjuro solemnísimo (diamartýromai), en nombre de
Dios y de Jesucristo, Juez universal, implica argüir, reprender, exhortar,
oportuna e inoportunamente (eukairōs akairōs), porque ya no soportarán los
hombres la sana doctrina (didaskalía) (2 Tm 4, 1 ss), sino que se buscarán
falsos maestros que les halaguen los oídos, y se entregarán a las fábulas, a
los mitos (mýtous). ¿Cuántas veces, a lo largo de los siglos, se habrá
presentado una situación análoga? Se me ocurre que el Apóstol está viendo
proféticamente lo que hoy ocurre en la sociedad poscristiana, y en la Iglesia.
Custodiar el depósito es una exigencia fundamental; el depósito es todo, es el
don de la salvación cristiana que se concentra en la fe y el amor (la amistad
de la agápē).
En 1 Tm 6, 20 vemos la tarea que implica
cuidarse de las novedades de la falsa ciencia (tēn parathēkēn phylaxon), que
son palabras huecas, vacías (kenophōnias). Esta orden me recuerda el propósito
de Ireneo de Lyon, en su Adversus haereses, que luchaba contra el gnosticismo;
con la sempiterna gnosis, que hoy reaparece.
En 2 Tm 1, 14 se dice el buen depósito (tēn
kalēn parathēkēn); el adjetivo kalós expresa mucho más que bueno, su
significado es riquísimo: bello, noble, ideal, auténtico. Notemos el amor con
que el Apóstol encomienda lo que es fundamental en la organización de la
comunidad cristiana. Parece mentira la renuncia al amor de los orígenes, y a la
contundencia de ese amor, que es siempre amor a la Verdad.
La Primera Carta de San Juan va dirigida a
comunidades del Asia Menor, que se encontraban enfrentando una grave crisis por
la acción de falsos maestros. De allí la exhortación del Discípulo Amado a
discernir los espíritus para no ser engañados por los falsos profetas que han
aparecido (1 Jn 4, 1) (dokimazete). El problema de base es amar al mundo
(kósmon), en el que reina una triple epithymía: la concupiscencia de la carne y
de los ojos, más la soberbia de la vida (alazoneia tou biou) (1 Jn 2, 16).
Estas expresiones designan problemas esenciales de la fe y la vida cristiana,
que pueden verificarse en cualquier época análogamente, según las presiones de
una cultura que está bajo el dominio del príncipe de la mentira, del dios de
este siglo (cf. Jn, 8, 44).
En la actualidad es el mismo mal espíritu el
que se infiltra en las filas católicas para debilitar toda resistencia. Pablo
VI, después del Vaticano II, llegó a decir: «Por alguna rendija se introdujo el
humo de Satanás en la Casa de Dios». El colmo de la confusión y del engaño se
registra cuando no se quiere reconocer el blanco y negro de la realidad, y se
pretende distraer a los fieles con un tecnicolor, pintado por el Hollywood de
los eternos enemigos de la Iglesia. Que esta maniobra sea conducida desde Roma,
causa una enorme tristeza a los fieles; a quienes no interesa «acomodarse»,
buscando alguna ventaja. Es terrible que se predique dejando de lado la Sagrada
Escritura; y se presente como argumento únicamente la enseñanza oficial de hoy.
Las alusiones condenatorias a quienes
seguimos con amor aferrados a la Tradición eclesial -que es siempre la misma, y
siempre nueva-, son un elogio; constituyen un timbre de honor. Que el Señor nos
conceda perseverar en esa actitud. Y la Virgen Santísima, y su Rosario, nos
ayuden a reconocer los destellos del Cielo, que traspasan los más cerrados
nubarrones.
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