está ahí pero ya no se puede reconocer
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
29-04-2022
Desde que comenzó
el camino sinodal alemán, la palabra “cisma” se cierne sobre la Iglesia como
una especie de espectro Ibseniano. Los obispos polacos han señalado el peligro
a sus hermanos alemanes. Setenta obispos de diversas partes del mundo les han
escrito una carta abierta advirtiéndoles. Varios cardenales, incluso moderados como Koch, han
señalado el precipicio hacia el que nos dirigimos. Pero ni el cardenal Marx ni
el presidente de los obispos alemanes, Bätzing, han dado muestras de aceptar
las llamadas a la prudencia. El primero ha afirmado que el Catecismo no está
escrito en piedra, mientras que el segundo ha acusado a los obispos en cuestión
de querer ocultar los abusos que el sínodo alemán querría abordar y resolver (a
su manera).
Ante este panorama
de desintegración cabe preguntarse si se puede evitar el cisma o no. La
cuestión principal, a este respecto, parece ser la siguiente: ¿posee todavía la
Iglesia oficial de hoy las nociones teológicas que le permitirían hacer frente
a este preocupante “nudo”, o ha perdido las categorías capaces de enmarcar el
problema y mostrar la solución? Más concretamente: ¿el peligro de cisma
sigue siendo percibido por la teología de la Iglesia oficial actual como un
peligro muy grave? ¿Hay acuerdo sobre lo que es un cisma? ¿Existe hoy una
visión común sobre por qué hay que evitarlo, sobre quién debe intervenir cuando
el peligro está a las puertas y cómo hacerlo?
Lo que preocupa a
muchos no es tanto el peligro de cisma, sino la percepción de que el marco
teológico y eclesial para tratar el problema está deshilachado y tiene ahora
contornos muy imprecisos. Lo cual es el preludio de la inmovilidad y de dejar
que los acontecimientos sigan su curso.
Cuando el cardenal
Marx afirma, con respecto a la práctica homosexual, que el Catecismo no está
escrito en piedra y puede ser criticado y reescrito, no hace más que expresar
en lenguaje periodístico lo que los teólogos llevan diciendo desde hace
décadas. Es decir, que el
depósito de la fe (y de la moral) está sometido a un proceso histórico porque
la situación desde la que se interpreta pasa a formar parte plena de su
conocimiento y formulación. Con este criterio, que podemos definir a grandes
rasgos como “hermenéutico”, y según el cual la transmisión de los contenidos de
la fe y la moral nunca pasa del estado de “interpretación”, la categoría
teológica del cisma pierde consistencia, hasta el punto de desaparecer. Lo que
hoy consideramos cisma (e incluso herejía) mañana puede convertirse en
doctrina.
A nivel de la
Iglesia universal se han producido recientemente tres hechos muy interesantes
desde este punto de vista. El primero fue el acuerdo entre el Vaticano y la
China comunista. El acuerdo es secreto, pero se puede decir que en este caso
una iglesia cismática ha sido asumida en la Iglesia católica y romana. La
frontera entre el cisma y el no cisma se ha desdibujado tras el acuerdo con
Pekín.
El segundo fue
el cambio en la letra del Catecismo respecto a la pena de muerte. Este cambio
difundió la idea de que el Catecismo no estaba escrito en piedra, tal como dice
el cardenal de Munich. La principal justificación del cambio fue la
constatación de que la sensibilidad del público sobre este punto moral había
cambiado. La sensibilidad pública, sin embargo, es sólo un hecho que no dice
nada en el plano axiológico o de los valores. Ahora bien, teniendo en
cuenta esto, ¿cómo podemos negar que incluso en la Iglesia alemana puede haber
madurado una nueva sensibilidad sobre las cuestiones de la homosexualidad y el
sacerdocio de las mujeres? ¿Cómo podemos
llamar a todo esto “cisma” cuando es el mismo fenómeno aprobado en otros
lugares?
El tercer ejemplo
es la abolición de la doctrina moral de la Iglesia sobre la “intrinsece
mala” contenida de hecho en la Exhortación Apostólica Amoris laetitia.
Después de este documento es muy difícil mantener la enseñanza anterior sobre
la existencia de acciones intrínsecamente malas que uno nunca debe realizar.
Pero, una vez eliminada esta noción, ¿seguirá siendo posible confirmar la
enseñanza tradicional de las Escrituras y de la Iglesia sobre la práctica
homosexual?
Parece que a la
Iglesia le está costando mantener algunas de sus verdades. Por lo demás, si el
Catecismo no está escrito en piedra, entonces incluso la definición de “cisma”
que contiene puede ser revisada y lo que ayer se consideraba cisma puede dejar
de serlo. Incluso aquellos que se aferran a las verdades del Catecismo como si
estuvieran escritas en piedra podrían ser acusados de cisma. Negar que el
Catecismo no esté escrito en piedra podría considerarse un pronunciamiento
cismático. Cuando se pierden los límites, todas las paradojas se vuelven
posibles. Lo anterior puede extenderse también a la herejía y la apostasía,
conceptos de dudosa delimitación en la actualidad. Basta pensar en un hecho:
la “duda obstinada” puede considerarse apostasía según el número 2089 del
Catecismo, y sin embargo hoy se enseña a los fieles la duda sistemática,
invitándoles a no volverse rígidos en su doctrina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario