POR MONS. AGUER
http://www.ctedrajuanpablomagno.blogspot.com/2022/05/los-misterios-del-rosario.html
APOLOGÉTICA CATÓLICA
¿Sacrificar
al cardenal Zen por el acuerdo con
China?
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
18-05-2022
La dura reacción
del Vaticano contra Israel por los incidentes ocurridos en el funeral de la
periodista palestina ponen de manifiesto el diferente enfoque adoptado por la
Santa Sede tras la detención del cardenal Joseph Zen en Hong Kong. Las
declaraciones, muy débiles, revelan una concepción de la diplomacia en la que
la dignidad de las personas puede sacrificarse en el altar de un objetivo
político. Y desde Hong Kong se aplaude la salida del cardenal Zen y de quienes
comparten sus posiciones.
La reacción del
Vaticano a lo que ha sucedido en los últimos días en Jerusalén, donde los
militares israelíes han agredido salvajemente a los palestinos que asistían al
funeral de la periodista (católica) de Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, permite
comprender mejor la gravedad de la posición adoptada por la Santa Sede ante la
detención en Hong Kong del cardenal Joseph Zen el pasado 11 de mayo.
En el primer caso
(del que ya hemos hablado largo y tendido) la respuesta fue inmediata y dura:
el encargado de la Delegación Apostólica en Tierra Santa, el padre Thomas
Grysa, ha afirmado claramente que la policía israelí ha “violado de manera
brutal” el derecho de la Iglesia a la “libertad religiosa”, “incluido en el
acuerdo fundamental entre Israel y la Santa Sede”. Y a continuación ha denunciado
la repetición de episodios que sólo sirven para aumentar “la tensión entre
Israel y la Santa Sede”. Por no hablar de las declaraciones del patriarca
latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, y de los líderes de las
Iglesias cristianas.
El tratamiento
para el cardenal Zen, sin embargo, ha sido totalmente diferente. El prelado,
liberado bajo fianza, tendrá que comparecer ahora ante el tribunal local el
próximo 24 de mayo, arriesgándose a un nuevo encarcelamiento. La grave
preocupación expresada por la diócesis de Hong Kong ha tenido como
contrapartida un importante y embarazoso silencio por parte de la Santa Sede.
Una primera y lacónica declaración de la Oficina de Prensa del Vaticano
–forzada por las peticiones de los periodistas- hablaba simplemente de
preocupación y de seguir con atención los acontecimientos. El sábado 14 de
mayo, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, en respuesta a
un periodista afirmó que la detención del cardenal Zen no implicaba una
“desautorización” del acuerdo China-Vaticano sobre el nombramiento de obispos,
pero esperaba que episodios de este tipo “no complicaran el ya complejo y nada
sencillo camino del diálogo”.
Una declaración
escandalosamente blanda que se completa con el grotesco reconocimiento de que
las autoridades chinas han “tratado bien al cardenal Zen”. Lo que no quita que
Zen sea tratado como un delincuente común. Esto es básicamente lo que ha dicho
también el nuevo Jefe del Ejecutivo de Hong Kong, John Lee Ka-chiu, elegido
sólo tres días antes de la detención del cardenal. En su intervención del
domingo 15 de mayo en una emisora de radio local, en respuesta a las críticas
internacionales que llovieron tras la detención del cardenal y de otras cuatro
personas acusadas de violar la Ley de Seguridad Nacional, John Lee –que también
es católico- ha dejado claro que en Hong Kong no se castiga la disidencia, sino
el incumplimiento de las leyes. Y no
importa lo famosa que sea la gente o en lo que crea porque “si su conducta
viola la Ley, será juzgada según la Ley”. En otras palabras, el cardenal Zen es
considerado un delincuente por participar en una asociación que apoyó
económicamente a activistas de las manifestaciones democráticas de 2019 y será
juzgado como tal.
Siendo optimistas
se podría pensar que la diplomacia vaticana está trabajando para evitar que el
juicio tenga más consecuencias penales para el prelado chino, lo cual también
es posible. Pero las palabras del cardenal Parolin indican claramente que todo
se hace en función de la continuidad del acuerdo con Pekín sobre el
nombramiento de obispos. Recordemos que se trata de un acuerdo secreto firmado
en septiembre de 2018 y renovable cada dos años. Ahora estamos precisamente en
el periodo en el que se va a negociar la próxima renovación prevista para
septiembre. Las palabras del Secretario de Estado se justificarán sin duda con
las exigencias de la diplomacia y el intento de salvar dos objetivos
irreconciliables como son el acuerdo con China y la libertad del cardenal Zen.
En realidad, revelan
una concepción ideológica de la diplomacia en la que la defensa de la dignidad
de la persona humana es secundaria al objetivo diplomático, en la que la verdad
puede sacrificarse a voluntad en nombre de un supuesto interés superior. No es
diferente de los que sacrifican a las personas en nombre del Estado, del
partido o de algún ideal.
Para los fieles de
a pie resulta escandaloso el silencio del Vaticano ante la detención de un
anciano cardenal querido por su sincera defensa de la Iglesia china y de su
pueblo. Parece que vale la pena sacrificar al cardenal Zen para salvar el
diálogo con Pekín. Tanto más cuanto que en otras situaciones, como el conflicto
palestino-israelí, la Santa Sede no teme expresar su indignación y denunciar
las violaciones de los acuerdos.
Por lo demás, la
realidad también es evidente en Hong Kong y Pekín: el mayor diario de la
antigua colonia británica, el South China Morning Post, ha publicado un
artículo con un título elocuente: “No hay lágrimas del Vaticano para el
cardenal Joseph Zen”. Interpretando la muy débil reacción de la Santa Sede, el
periódico argumenta que, al fin y al cabo, el cardenal Zen es “una gran
vergüenza para el Vaticano” por sus posiciones extremistas contra el régimen
chino y sus duros ataques al acuerdo sino-vaticano y al cardenal Parolin,
considerado como su autor intelectual. De hecho, llega a apoyar una alianza
China-Vaticano que cortaría definitivamente al cardenal Zen y a quienes en Roma
se adhieren a sus posiciones (el artículo menciona expresamente al cardenal
Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe).
Si siguen llegando
señales en este sentido desde la Santa Sede, será una derrota para la
diplomacia vaticana, no sólo ante una China cada vez más arrogante que se
siente libre de cualquier prevaricación. Esta actitud es una negación de hecho
de tanto discurso moral. Y, sobre todo, es un escándalo para todos los
católicos, que están legitimados para pensar que pueden ser abandonados por sus
pastores si les sirve para algún juego político suyo.
Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
17/05/22
¿Qué es el
progresismo? Me refiero al eclesiástico, que a semejanza del secular, mira
hacia el futuro como si el mundo y la Iglesia estuvieran en marcha,
evolucionando siempre hacia lo mejor. Podríamos considerar al evolucionismo
como una especie de epónimo del progresismo religioso. Éste constituye un
sistema de ideas y actitudes «de avanzada», que se despega orgullosamente de
toda adhesión a la Tradición. El así llamado modernismo de principios del siglo
XX fue descrito y condenado por San Pío X, en la Encíclica Pascendi dominici
gregis, y el Decreto Lamentabili sane exitu. En él confluían una filosofía de
cuño kantiano (racionalista), que repudiaba el pensamiento aristotélico –
tomista; los estudios positivos de la Sagrada Escritura de inspiración
protestante – liberal; y el afán de igualar la cultura cristiana con la que
reinaba en una Europa configurada por las revoluciones del siglo XIX, las
cuales tenían su raíz en la Revolución Francesa, de 1789, y su iluminismo. Los
modernistas padecían una especie de incomodidad, como si fuesen ajenos o hubieran
quedado afuera de lo que la Edad Moderna proponía. Además, reinaba en el
modernismo la confusión entre la doctrina, sus contenidos, y los modos de
expresión. En este capítulo, el progresismo posconciliar lo supera ampliamente.
San Vicente, monje galo – romano del Monasterio de Lerins, a mediados del siglo
V, había distinguido en su Commonitorium entre la expresión de la Verdad
cristiana, que lógicamente se reubicaba en las diversas épocas y culturas
expresándose de un modo nuevo (nove), pero sin modificaciones o añadidura de
cosas nuevas (nova).
El progresismo
católico se desarrolló bajo el influjo del llamado «espíritu del Concilio». El
Vaticano II (1962 – 1965) aprobó 14 documentos casi por unanimidad; en ellos se
presentaba el catolicismo «puesto al día», en virtud de una clara intención de
aggiornamento. Las discusiones y enfrentamientos esbozados ya en los debates
conciliares, se agravaron posteriormente en divisiones dolorosas que
confundieron a muchos sacerdotes y fieles. Hay recordadas expresiones de Pablo
VI, que invitan a la circunspección en la valoración del Concilio, y permiten
reconocer la gravedad de los años que le siguieron con la imposición de las
arbitrariedades progresistas: «Esperábamos una floreciente primavera y
sobrevino un crudo invierno»; «por alguna rendija el humo de Satanás se ha
introducido en la Casa de Dios». En los días que corren, pareciera que el
Concilio Vaticano II, en su tenor original, expresado en sus textos, ha pasado
a engrosar los bártulos en desuso. Pero han quedado como herencia espuria,
bastarda, algunas extravagancias y la preocupación caprichosa por temas o cosas
determinadas. Se incluye, muchas veces, una cierta ojeriza o mala voluntad
contra la Tradición, y quienes se apoyan en ella. La primera acepción académica
de manía la caracteriza de modo mucho más negativo; la presenta como una
especie de locura o delirio general, con agitación y tendencia al furor. El
término tiene origen en la antigüedad griega; en Heródoto y Sófocles, manía
equivale a locura, demencia, y se aplica a la pasión de amor, como también al
delirio profético. En el Fedro platónico designa el transporte causado por la
inspiración, que de alguna manera enajena al hombre. Es interesante señalar una
nota de humor sombrío, de oscuridad o negrura.
Deseo ahora,
porque lo considero útil, referirme a algunas manías típicas del progresismo.
En buena medida, se pueden asumir algunos de los rasgos que he atribuido
oportunamente a «La Iglesia de la propaganda»; artículo publicado en
«InfoCatólica», el 22 de junio de 2021. Comienzo indicando una manía que invita
a sonreír, ya que prolonga o más bien recupera una discusión de los años 70: la
rabieta ideológica contra la sotana, la cual se descarga contra los pocos
sacerdotes que algunas veces la visten. No tomo en cuenta que la disciplina
vigente de la Iglesia manda a los sacerdotes llevar un signo de su condición:
podría ser un elegante clergyman o, al menos, una camisa –celeste, por ejemplo,
como circulan- con la característica ballenita blanca. La manía progresista ve
con naturalidad o simpatía al sacerdote que viste «de paisano», incluso con mal
gusto, y algunas veces sucio. Es peor el caso de los religiosos que evitan
llevar el hábito propio de la Orden o Congregación a la que pertenecen; y que
suele ser otro elemento de su inobservancia del voto de pobreza. A propósito,
un viejo amigo mío sentenciaba: «Ellos hacen el voto, y nosotros, seculares, lo
cumplimos». Decía antes que esta manía me hace sonreír, por la desmesura que
implica; con su negación están señalando en contrario el valor del hábito
sacerdotal y religioso.
Otra manía es el
desprecio, el odio del latín. El progresista no puede soportar que un sacerdote
celebre la Santa Misa –no la de San Pío V, sino la de Pablo VI- en el noble
idioma del Lacio. En realidad, las más de las veces expresan ese sentimiento
negativo quienes no tienen ni idea de él; no han pasado de rosa – rosae.
Detestan lo que ignoran, por pura ideología. A causa de esa actitud han
desaparecido de circulación, por ejemplo, algunos himnos que cantaban sin
dificultad en las parroquias las señoras entradas en años: el Pange lingua, y
el Tantum ergo; fórmulas de Adoración del Santísimo Sacramento. Siendo yo niño,
en mi parroquia de barrio, Santa María Goretti, de Mataderos, en Buenos Aires,
se realzaba la celebración de las grandes fiestas con el canto de la Misa De
Angelis. De paso, digamos que no solo cantando, sino que también se reza
oyendo.
Todo indica que
esta manía va a perdurar agravada, ya que en los Seminarios el latín ha desaparecido,
o su estudio apenas se conserva simbólicamente. Los progresistas podrán
gloriarse de que finalmente el único medio de expresión en la liturgia del Rito
Romano será la lengua vulgar, más vulgar cada vez. ¿Rito Romano?, ni Romano ni
Rito.
Pasemos a
registrar algunas otras manías, si se quiere, más pesadas y oscuras. Estas no
solicitan la sonrisa, sino más bien la indignación, la queja, y el llanto.
Quizá en muchos casos la ignorancia sirva de disculpa. Seguramente los
progresistas desconocen las numerosas encíclicas que León XIII, el Papa de la
Rerum novarum publicó sobre el Santo Rosario; y el hecho singular que todos los
Pontífices se hayan referido a este ejercicio, despreciado por los maniáticos
como una «ocupación de viejas devotas». También ignoran o desprecian el
magisterio sobre el tema y la experiencia personal de San Juan Pablo II. Ni qué
decir de los hechos prodigiosos y formales milagros atribuidos a la Corona
mariana. El carácter típicamente católico del Rosario, y su protagonismo en los
casos de Lourdes y Fátima, no integra el patrimonio de la Revelación, y no es
creído en virtud de la fe teologal, sino de una extensión de la misma que torna
esas realidades simples y prácticamente innegables para la conciencia católica,
para cuantos en el pueblo cristiano no han sido enajenados por la manía
progresista.
Dejando la
cuestión devocional del Rosario, pasemos a la Sagrada Escritura, especialmente
a los Salmos; pieza clave en la composición de la Liturgia de las Horas. Aunque
parezca mentira, no faltan sacerdotes y religiosos (carezco de datos del campo
femenino) que consideran que esos antiguos poemas no tienen nada que decirles a
ellos, en este siglo XXI. ¿Y la fe en la Palabra divina, tesoro del viejo
Israel y de la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios? En este punto es oportuno
mencionar la admirable obra de San Agustín, Enarrationes in Psalmos; para el
Obispo de Hipona todos los Salmos hablan de Cristo, y es el mismo Cristo quien
ora en ellos, asumiendo la voz de su antepasado David, a quien, generalizando,
como un epónimo, se atribuye el Salterio. El abandono de la recitación del
Oficio Divino por sacerdotes y religiosos es una manía suicida. El tema lleva a
alabar y a depositar una fundada esperanza en los monasterios de la tradición
benedictina, aunque muchos de ellos no cuenten más que un puñado de monjes o
monjas.
La liturgia está
en el centro de la vida eclesial. Se puede adherir con una convicción
entusiasta a la idea expresada por Benedicto XVI: La Iglesia se sostiene en su
realidad sobre el fundamento que es la Sagrada Liturgia, o cae con ella. Una
manía progresista manipula la liturgia, y la convierte en medio para otro fin,
que ya no es el culto de adoración y expiación, sino por ejemplo para
encontrarnos, reunirnos, y sentirnos juntos; el desplazamiento de la fuente de
la gracia da lugar a una perspectiva puramente horizontal, humana. Aquí se
juega una cuestión de fe, la que afirma la realidad del misterio de Cristo, y
la presencia del Señor en esa actividad sagrada.
El uso de la liturgia
por algunos obispos resulta sorprendente. Me refiero a un caso típico: se
prohíben las misas en las parroquias algún día de fiesta, o una importante
solemnidad, para que todos los fieles vayan a la catedral, donde el pastor
diocesano quiere ser protagonista en un acto que es ocurrencia suya, una
pretensión extravagante. No me refiero a la Misa Crismal, la cual suele
celebrarse en la mañana del Jueves Santo, o en una fecha cercana, sin colisión
con la vida normal de las diversas comunidades. No es difícil reconocer que,
por diversas razones, la mayoría de los fieles no acudirá a la cita episcopal,
y se quedará sin la Eucaristía ese domingo, esa fiesta, o solemnidad. El daño
ocasionado por esta manía no se percibirá inmediatamente; solo al cabo de algún
tiempo, sobre todo si el hecho se repite, se revelará en la deformación de la
mentalidad de los católicos.
Es muy extendida
la intención de no distinguirse en la manera de hablar, pensar y actuar, de los
hábitos instalados en la cultura de la sociedad. La manía consiste en el temor,
que puede alcanzar el grado de terror, de aparecer distintos; la condición del
creyente no debería notarse, y él desaparecería en el anonimato de la multitud.
Por supuesto, superar esa manía no consiste en proponer que se elabore y emplee
un lenguaje artificial y amanerado; sino de actuar con la naturalidad de la
expresión verbal y gestual de aquello que se piensa, se cree, y se ama. La
experiencia muestra que esa distinción que he evocado tiene una dimensión
apostólica y misionera, que no se exhibe sino que se ejerce espontáneamente,
sin aspavientos, en el trato normal de las personas. Así se va constituyendo,
aunque minoritaria, una cultura cristiana.
La manía
relativista la emprende contra la objetividad de la Verdad católica. Se funda
en una ideología según la cual no existe la Verdad, tanto la Verdad absoluta de
la fe –como la ha comprendido la Tradición eclesial- cuanto aquellas verdades
humanas que le hacen coro, y que echan raíces en una filosofía del sentido
común. Suele decirse que este es el menos común de los sentidos; más allá de la
exageración que esta fórmula comporta, lo que en el caso indicado se pone en
juego es la plena condición humana de las personas. El constructivismo sostiene
que no existe más verdad que la que nosotros fabricamos, la que forjamos con
nuestra inteligencia, que es creadora de la realidad. Aquí se manifiesta un
desliz del relativismo al absolutismo constructivista. El efecto de la
plasmación subjetiva de la idea se encuentra en una especie de desierto de
conocimientos, y pretende extenderse hasta determinar el modo de pensar, decir
y actuar de la sociedad. Este es el origen de la ideología. El progresismo
teológico y pastoral contiene una inclinación constructivista: intenta armar el
escenario para la predicación de los «nuevos paradigmas», que son presentados
como lo que hoy la Iglesia debería creer y hacer. La Tradición sería una mera
realidad del pasado, irrelevante pues resulta ajena a la actual, según la que
las formas de lo sagrado ya no se refieren a Dios, y al absoluto de la
eternidad. Lo sagrado ahora es el hombre y sus realizaciones, el hombre que
encuentra su cielo en la tierra. La manía progresista se aviene al planteo
enunciado porque éste expresa el presente y el futuro, una ilusión que da la
espalda al detestable pasado.
La Iglesia ya no
se limita a los que pertenecen a ella por el Bautismo. Los progresistas leen la
Constitución Conciliar Lumen Gentium –a la que consideran conservadora-, no
según la gran Tradición eclesial y a su luz, sino en virtud de la teoría del
cristianismo anónimo, obra teológica de Karl Rahner. Iglesia y mundo serían
realidades que se identifican, y que constituyen la base de la fraternidad
universal. Un dato que adquiere consistencia en el orbe maniático del progresismo
es el menoscabo de la Sagrada Escritura, y su valor permanente como Palabra de
Dios, con vigencia siempre actual. El progresismo de parte católica acepta
incautamente la exégesis bíblica del protestantismo liberal.
Last but not
least. Dios no es el Dios Unitrino de la Revelación cristiana, sino el Dios
lejano del deísmo, que no ordena las causas segundas en su Providencia creadora
y redentora, que es conocimiento y amor. Sería un Dios que no interviene en la
historia, es decir, que no molesta a la autodivinización del hombre. Del
catolicismo, de su fe, y de la cultura elaborada durante siglos por la vivencia
de esa fe, y con la autoridad de los Santos Padres, y los grandes teólogos, no
queda nada.
En la exposición
que se ha leído, no pudo agotarse el repertorio. Los lectores pueden tomar como
guía lo dicho, y completar la lista consignando otras manías que conozcan, o
que hayan tenido o tengan que padecer. Con respeto y afecto, me permito
concluir con una humorada: las manías se tratan –y quizá algunas tienen cura-
en un buen manicomio. El nombre viene del griego: koméo significa cuidar.
15 DE MAYO, 2022
CIUDAD DEL VATICANO (AICA)
El papa Francisco
proclamó en la mañana del 15 de mayo, a diez nuevos santos cuyas vidas “fueron
un reflejo de Dios en la historia, vocaciones abrazadas con entusiasmo y
gastadas dándose generosamente a todos", afirmó, ante una plaza de San
Pedro desbordante de gente.
De cada uno de los
beatos, el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las
Causas de los Santos, presentó una breve hagiografía. Ellos son: Titus Brandsma,
Lázaro conocido como Devasahayam, César de Bus, Luigi Maria Palazzolo, Justin
Maria Russolillo, Carlos de Foucauld, Marie Rivier, María Francisca de Jesús
Rubatto, Maria di Gesù Santocanale y Maria Domenica Mantovani.
"Amar
significa servir y dar la vida -dijo Francisco en su homilía-, servir es no
anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y
la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la
autorreferencialidad… Dar la vida, es salir del egoísmo para hacer de la
existencia un don. El Señor tiene un proyecto de amor para cada uno de
nosotros, cada uno tiene que seguir ese
camino de santidad".
Servir -indicó
tambien el Papa-, “significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse
de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la
indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y
los dones que Dios nos dio. Preguntémonos, concretamente, ‘¿Qué hago por los
demás?’ y vivamos las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio,
con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada. Dar la vida, es también tocar
y mirar, tocar la carne de Cristo en nuestros hermanos”, recordó.
Además, el Papa
dijo que la santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho
amor cotidiano. “Cada uno de nosotros, podemos amar al otro como Cristo nos
amó. Es tan simple el camino de la santidad”, afirmó, recordando que el Señor
tiene un proyecto de amor para cada uno.
En referencia al
Evangelio, el Papa consideró que recoge palabras de Jesús que “expresan lo que
significa ser cristianos: «Así como yo los he amado, ámense también ustedes los
unos a los otros». Este es el testamento que Cristo nos dejó”, el criterio
fundamental para discernir si somos verdaderamente sus discípulos o no: el
mandamiento del amor.
“Consideremos dos
elementos esenciales de este mandamiento: el amor de Jesús por nosotros -así
como yo los he amado- y el amor que Él nos pide que vivamos -ámense los unos a
los otros-”, detalló.
Y repasando esas
palabras de Jesús que dice: “como yo los he amado”, el Papa recordó que Jesús
nos ha amado “hasta el extremo, hasta la entrega total de sí. Impacta ver que
pronuncia estas palabras en una noche sombría, mientras el clima que se respira
en el cenáculo está cargado de emoción y preocupación”:
“Emoción porque el
Maestro está a punto de despedirse de sus discípulos. Preocupación porque
anuncia que precisamente uno de ellos lo traicionará”, explicó. “Y, justo en la
hora de la traición, Jesús confirmó el amor por los suyos. Porque en las
tinieblas y en las tempestades de la vida lo esencial es que Dios nos ama”,
insistió el Santo Padre.
Seguidamente,
llamó a no olvidar nunca que “Él nos amó primero”, con un amor “que no hemos
merecido”.
“No son nuestros
talentos y nuestros méritos los que están en el centro, sino el amor
incondicional y gratuito de Dios, que no hemos merecido. En el origen de
nuestro ser cristianos no están las doctrinas y las obras, sino el asombro de
descubrirnos amados, antes de cualquier respuesta que nosotros podamos dar”,
sostuvo.
“El mundo quiere
frecuentemente convencernos de que sólo valemos si producimos resultados,
siguió su homilía, el Evangelio nos recuerda la verdad de la vida: somos
amados”. Y esta verdad, afirmó, “nos pide una conversión en relación con la
idea que a menudo tenemos sobre la santidad”.
“A veces,
insistiendo demasiado sobre nuestro esfuerzo por realizar obras buenas, hemos
erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el
heroísmo personal, en la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar
un premio. Es una visión a veces demasiado pelagiana de la vida, de la
santidad”, alertó. "Dios nos ha amado primero, nos ha esperado, Él nos
ama. Continúa amándonos, esta es nuestra identidad: amados por Dios. Esta es
nuestra fuerza: amados por Dios".
Francisco destacó
que la santidad no es una meta inalcanzable, sino que debemos “buscarla y
abrazarla en la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida
concreta”, y afirmó que ser discípulos de Jesús es caminar por la vía de la
santidad y, ante todo, dejarse transfigurar por la fuerza del amor de Dios:
“El amor que recibimos
del Señor es la fuerza que transforma nuestra vida, nos ensancha el corazón y
nos predispone para amar. Por eso Jesús dice -y he aquí el segundo aspecto-
«así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros». Este
así no es solamente una invitación a imitar el amor de Jesús, significa que
sólo podemos amar porque Él nos ha amado, porque da a nuestros corazones su
mismo Espíritu, Espíritu de santidad, amor que nos sana y nos transforma”.
“Por eso, podemos
amar, en cada situación y con cada hermano y hermana que encontramos, porque
somos amados y tenemos la fuerza de amar”.
Así como soy
amado, puedo amar. Siempre, el amor que doy unido al de Jesús por mí: así como
Él me ama, puedo amar. Es simple la vida cristiana, ¡es simple! nosotros la complicamos, con tantas cosas,
pero es simple. No olvidemos la primacía de Dios sobre el yo, del Espíritu
sobre la carne, de la gracia sobre las obras. Y a veces damos más peso, más
importancia al yo, a la carne que a las obras. No: la primacía de Dios sobre el
yo, del Espíritu sobre la carne, de la gracia sobre las obras".
Amar, continuó el
Papa, significa servir y dar la vida. “Servir significa no anteponer los
propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición,
combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad,
compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado”, detalló, llamando a
vivir las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio, con amor y
silenciosamente, dándose uno mismo.
Como ejemplo, el
Santo Padre exhortó a los fieles a “tocar y observar la carne de Cristo que
sufre en nuestros hermanos”, porque esto es “dar la vida".
Finalmente, llamó
a ser santos viviendo con alegría la entrega que a cada uno le toca en su
vocación como consagrados, esposos, trabajadores, padres, abuelos, autoridades.
“Este es el camino de la santidad, ¡es tan sencilla!”, destacó el Papa,
llamando a mirar siempre a Jesús en los demás.
Y recordando a los
nuevos santos, el Pontífice señaló que vivieron la santidad de este modo: “Se
desgastaron por el Evangelio abrazando con entusiasmo su vocación -de
sacerdote, de consagrada, de laico-, descubrieron una alegría sin igual y se
convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia”.
“Intentémoslo
también nosotros, porque todos estamos llamados a la santidad, a una santidad
única e irrepetible. Sí, el Señor tiene un proyecto de amor para cada uno,
tiene un sueño para nuestras vidas”, concluyó.
Los diez nuevos
santos
El más conocido es
sin duda Charles de Foucauld, referente de la llamada “espiritualidad del
desierto”, por el tiempo de búsqueda que pasó por el Sahara argelino, donde
transcurrieron los últimos 15 años de su vida. En 1916 fue asesinado por
delincuentes en la puerta de su ermita. El 13 de noviembre de 2005 fue
proclamado beato por Benedicto XVI.
El Papa también
elevó a los altares al fundador de los Padres de la Doctrina Cristiana, César
de Bus; a la cofundadora de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, María
Domenica Mantovani; a las monjas francesa María Rivier y a la italiana María de
Jesús; al carmelita Tito Brandsma, periodista que murió asesinado en Dachau;
Lázaro llamado Devasahayam, el primer santo laico de la India; el sacerdote
Luigi María Palazzolo, fundador de la Congregación de las Hermanas de los
Pobres; al sacerdote Justino María Russolillo, fundador de la Sociedad de las
Divinas Vocaciones; a la religiosa María Francesca di Gesù Rubatto, fundadora
de la escuela de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto en el Uruguay y
María di Gesù Santocanale, que fundó las Hermanas Capuchinas de la Inmaculada
de Lourdes.+
el “pequeño
hermano universal”
Giovanni D'Ercole
Obispo emérito de
Ascoli Piceno
Brújula cotidiana,
14-05-2022
Este
15 de mayo será proclamado santo en la plaza de San Pedro un original apóstol del Evangelio que ardía en el deseo
de hacer conocer y amar a “su” Jesús, viviendo entre los tuaregs del Sáhara
argelino: “Aquí resido, único europeo... Feliz de estar sólo con Jesús, sólo
para Jesús”. Pasaba largas horas cada día frente al tabernáculo: “La
Eucaristía, es Jesús, es todo Jesús”.
“Dios mío, si
existes, déjame conocerte”. La primera vez que leí la biografía de Charles de
Foucauld me llamó la atención su grito de fe, que es la clave de lectura de
toda su existencia. Abandonó todo y a todos cuando encontró a Jesús y partió física
y espiritualmente hasta llegar al profundo desierto del Sáhara entre los tuareg
donde se consumará el sacrificio de su vida, asesinado el 1º de diciembre de
1916 en un enfrentamiento entre soldados y rebeldes. En realidad, morir por la
fe siempre había sido su sueño y su más viva aspiración.
“A inicios de
octubre del año 1886 -escribió en su diario-, después de 6 meses pasados en
familia en París, mientras imprimía los escritos de mi viaje a Marruecos, me
encontré con personas muy inteligentes, virtuosas y cristianas; al mismo tiempo
sentía dentro de mí una fuerte gracia interior que me empujaba: comencé a ir a
la iglesia, sin ser creyente, no era feliz sino en ese lugar y allí pasaba
largas horas repitiendo una extraña oración: ‘¡Dios mío, si existes, déjame
conocerte!’”.
Nacido en Francia,
en Estrasburgo, el 15 de septiembre de 1858, bautizado dos días después de su
nacimiento, Charles de Foucauld pronto quedó huérfano porque su madre, su padre
y su abuela paterna fallecieron en 1864. Será su abuelo materno quien lo acoja
junto con su hermana María, ambos aún muy jóvenes. Anotó en su diario: “Siempre
he admirado la gran inteligencia de mi abuelo cuya infinita ternura envolvió mi
niñez y mi juventud con una atmósfera de amor, siempre siento su calor con
emoción”. Sin embargo, esto no le impidió atravesar la crisis de la
adolescencia y la juventud convirtiéndose, como él mismo dijo, en “un joven del
mundo sin Dios”, alejándose de la fe. “Durante 12 años -se confesó a sí mismo-
no he negado nada, ni creído en nada, desesperado de la verdad y no creyendo
más ni siquiera en Dios, ninguna prueba me parecía lo suficientemente evidente.
A los 17 años, dentro de mí solo había egoísmo, vanidad, maldad, deseo del mal,
estaba como enloquecido... Estaba en la oscuridad de la noche. Ya no veía ni a
Dios ni a los hombres: solo me veía a mí mismo”.
Aunque no estaba convencido se inscribió en la
Escuela Militar, y durante algunos años su única preocupación fue la búsqueda
del placer en la comida y las fiestas. Enviado a Argelia en 1880, se sintió
atraído por el país y los argelinos, pero, encastrado sentimentalmente por una
mujer, lo relevaron del cargo militar y regresó a Francia, pero partió poco
después rumbo a Túnez. Sin embargo, en enero de 1882 renunció al ejército y
comenzó la secuencia de sus aventuras como viajero perpetuo e inquieto. En
Marruecos, donde llegó con una preparación de 15 meses en compañía del judío
Mardoqueo, realizó una experiencia verdaderamente única que le permitió
recorrer 3.000 km en un país casi desconocido, concluyendo su búsqueda de
exploración de todos los sitios topográficos el 23 de mayo de 1884 cuando como
un pobre mendigo llegó a la frontera con Argelia, descalzo, delgado y sucio.
“Fue duro, pero muy interesante, y lo logré”, escribió sobre este viaje
magrebí.
De regreso a su
familia en París, vivió la etapa de su conversión gracias al encuentro con el
abad Huvelin quien inmediatamente lo invita a arrodillarse y confesarse. Fue
gracias a esta paternal imposición del sacerdote amigo que el alma de Carlos se
abrió y su conversión fue inmediata y total. “Me dirigí al abad Huvelin. Le
pedí lecciones de religión: me ordenó que me arrodillara y me confesara, que
fuera a comulgar allí mismo... Si hay alegría en el cielo por un pecador que se
convierte, ¡ciertamente la hubo cuando entré al confesionario!”, se lee en sus
escritos. Y comentó: “¡Qué bueno eres, Señor! ¡Estoy feliz!”. Desde entonces,
todo lo demás será una búsqueda, a veces serena y a menudo espasmódica, de la
voluntad de Dios. Todo cambia en su existencia, deseosa de volverse religioso y
vivir sólo para Dios: “Quiero llevar la vida que vislumbré, que percibí al
caminar por las calles de Nazaret, donde Nuestro Señor, pobre artesano perdido
en la humildad y la oscuridad, apoyó los pies en alto”. Después de un período
de estancia en dos Trappes, en Francia y en Oriente Medio siguiendo el clima
austero de estricta observancia trapense, vivió como ermitaño en la tierra de
Jesús (1897 - 1900) para compartir la vida de Nazaret con el proyecto de
hacerlo junto a otros hermanos para los que redactó la “Regla de los Pequeños
Hermanos”.
En agosto de 1900,
gracias a la intervención del abad Huvelin, fue ordenado sacerdote para
dedicarse inmediatamente a las “ovejas perdidas”, a las almas más abandonadas,
más desatendidas, poniendo en práctica el mandamiento del amor hacia ellas:
“Ámense los unos a los otros, como yo los he amado, en esto reconocerán que son
mis discípulos”. Y escribió al respecto: “Sabiendo por experiencia que no hay
pueblo más abandonado que los musulmanes de Marruecos, del Sáhara argelino,
pedí y obtuve permiso para venir a Béni Abbès, un pequeño oasis en el Sáhara
argelino en la frontera con Marruecos”, donde permaneció de 1901 a 1904. Cada
día Carlos pasaba largas horas al pie del tabernáculo convencido de que “la
Eucaristía, es Jesús, es todo Jesús” y que “cuando se ama, se quisiera hablar
continuamente con la persona amada, o por lo menos mirarla sin parar. La
oración no es más que esto: entretenerse familiarmente con el Bien Amado: se le
mira, se le dice cuánto se ama, se goza quedarse a sus pies”.
El Evangelio lo
había transfigurado también físicamente y el hermano Carlos se puso al servicio
de los más pobres; abandonó Akabli a petición del obispo local y en enero de
1904 se unió a la tribu tuareg en el sur del Sahara, estableciéndose en
Tamanrasset. “Aquí resido, único europeo… Feliz de estar a solas con Jesús,
sólo para Jesús” con este programa apostólico: “Mi apostolado debe ser el
apostolado del bien. Si alguien me pregunta por qué soy dulce y bueno, tengo
que responder: ‘Porque soy servidor de un Bien mejor que yo’”.
La Primera Guerra
Mundial ya había destrozado a Europa, cuando se extendió hasta el Sahara, donde
el fuerte francés de Djanet fue atacado por más de mil senusitas armados con
cañones y ametralladoras que, al tener ahora un camino llano, llegaban
fácilmente al pueblo donde vivía Carlos de Foucauld. Y allí murió el 1º de
diciembre de 1916, asesinado violentamente en circunstancias que siempre han
permanecido en el misterio.
Así concluía la
existencia de este original apóstol del Evangelio que ardía en el deseo de
hacer conocer y amar a “su” Jesús y de ser el “pequeño hermano universal”,
hermano de todos, especialmente de los más pobres por los que deseaba consumirlo
todo, hasta la última gota de su sangre. De hecho, soñaba con morir mártir
entre los tuaregs que lo habían acogido como su familia. Y en cierto modo su
sueño se hizo realidad. Carlos de Foucauld, a quien el Papa Francisco
proclamará santo el domingo 15 de mayo en la plaza de San Pedro, es el patrón
de Marruecos, una tierra en la que le hubiera gustado terminar sus días pero
que no le fue posible. La Iglesia que vive en Marruecos “inspira su
espiritualidad anunciando el Evangelio con el testimonio de amistad con el
pueblo musulmán y teniendo como icono a la Virgen María que visita a su
pariente Isabel: una Iglesia que predica a Jesús sin poder hablar expresamente
de él, pero haciendo perceptible su mensaje a través de la amistad sincera y el
servicio del amor”.
promociona los
testimonios de tres parejas homosexuales
Por
Redaccioninfovaticana | 11 mayo, 2022
«Una cuestión que
vuelve regularmente en nuestro trabajo es la de ayudar a comprender y, sobre
todo, a mostrar lo que significa ser una Iglesia sinodal, una Iglesia de la
escucha, una Iglesia en camino con toda la humanidad en la historia. Para esta
edición del newsletter, nos proponemos descubrirlo a través de la metáfora de
la frontera y el tema de la acogida de las comunidades LGBTQ en su camino
sinodal», se lee en la página oficial del Sínodo.
Que el Sínodo para
la sinodalidad se ha convertido en la puerta de entrada para que se cuelen las
herejías predominantes en estos tiempos, lo sabe cualquier, no hace falta ser
un lince. A pesar de que muchos obispos y algunos sectores de la Iglesia se
afanen en seguir presentando el Sínodo como un proceso de escucha o una consulta…
no cuela. Tal es así, que tenemos el reciente ejemplo del fracaso de la
clausura de la fase diocesana del Sínodo en Madrid.
En la publicación
del 6 de mayo, la página del Sínodo recoge tres testimonios que la líder
sinodal de la parroquia de la Inmaculada Concepción de Hendersonville (Carolina
del Norte, EE.UU.), Noelle Therese Thompson, recopiló durante las
conversaciones sinodales con parejas del mismo sexo.
Aquí va el primero
de los testimonios:
Una joven viajaba
en coche a un lugar donde pretendía abortar. En un semáforo en rojo, abrió
Facebook para encontrar en la parte superior de su feed un llamamiento de otro
feligrés, Karl, al que la joven embarazada conocía: “¿Por qué no puede alguien
darnos un bebé?”.
La joven se pone
en contacto con su amigo, que comparte su frustración porque deseaba mucho
tener un hijo, pero su matrimonio no había sido bendecido y todas las vías
habían sido exploradas y bloqueadas.
– Beth: “Voy a la
clínica de abortos. Si tuvieras este bebé, ¿lo adoptarías?”.
– Karl: “Por
supuesto, tendré que preguntar en casa, pero creo que puedo decir que sí”.
Hoy, Parker es un
niño de ocho años con dos padres cariñosos, Karl y Diego, cuyo matrimonio gay
salvó a este niño del aborto.
Aquí el segundo:
Un participante de la diócesis contó la historia de una pareja gay que venía de
la diócesis de Charlotte, pero que se sintió ofendida por los miembros de la
iglesia católica a la que acudían. Josh y Nick se trasladaron a Canadá, donde
se casaron y estuvieron juntos durante más de 15 años. Querían que su
sexualidad fuera realmente vivificante, animando y adoptando a adolescentes
locales con discapacidades mentales, para darles una oportunidad de tener una
vida mejor, un hogar, una educación y dos padres cariñosos. Dado que Josh es un
consejero para adolescentes con trastornos, esta fue la elección perfecta, lo
que les permitió avanzar en la llamada de Dios para ayudar a la población de
adolescentes con problemas mentales en la zona para adaptarse mejor y tener
éxito en la vida.
Y el tercero:
El primer miembro
de la pareja, Matthew (nombre ficticio), es actualmente el profesor favorito de
un instituto católico de Estados Unidos y, mientras oculta su homosexualidad,
decide casarse con su pareja en otro lugar. Como pareja, deciden acoger, amar y
adoptar niños pequeños a nivel internacional y, de este modo, sacarlos de la
pobreza extrema.
La mayor tristeza
de Matthew es que tiene que ocultar su sexualidad para mantener su trabajo en
una institución eclesiástica y que no se siente bienvenido en la Iglesia
católica precisamente por su sexualidad, que considera dada por Dios, y ello a
pesar de su intento de amar a los pobres e indigentes mediante su decisión
pro-vida de adoptar.
¿Conclusiones?
Blanqueamiento del matrimonio homosexual, de las relaciones sexuales entre
parejas homosexuales y de la adopción de niños por parte de parejas gays. Todo
ello, choca directamente contra la Doctrina, Moral, Tradición y el Catecismo de
la Iglesia Católica.
Promoción al
jesuita James Martin y otro cura holandés pro LGTB
La misma página
recoge la labor y el apoyo del sacerdote holandés Jan Veldt. «La Fundación de
emancipación gay RK sacerdote Jan Veldt ha desarrollado actividades a gran
escala para las comunidades LGBTQ en los Países Bajos y, especialmente, para su
comunidad local en Limmen y Heiloo. Estas actividades han consistido en un
manifiesto, publicación en periódicos y reacciones de grupos de creyentes en
torno al Sínodo y la comunidad LGBTQ», cuentan de la labor del cura.
Además, «el
sacerdote Jan Veldt ha apoyado muy activamente todas estas. El padre Jan, de 88
años de los cuales 62 de sacerdote, está muy activo e involucrado en la
comunidad eclesial, especialmente en el apoyo y la orientación de las
comunidades LGBTQ».
Sobre el famoso y
controvertido sacerdote jesuita estadounidense, James Martin, la página sinodal
hace publicidad del documental “Building a Bridge”, de Evan Mascagni y Shannon
Post, con Martin Scorsese como productor ejecutivo, en donde sigue James Martin
hace un llamamiento a una mayor aceptación de la comunidad LGBTQ en la Iglesia
Católica.
En su intervención
ante la Comisión de Comunicaciones del Sínodo, el padre James Martin, dice que
espera “que este nuevo documental sobre cómo la Iglesia está llegando a los
católicos LGBT pueda ser una contribución al camino del Sínodo de la Iglesia”.