viernes, 23 de abril de 2021

ALEMANIA, 10 DE MAYO

 


el cisma comienza con las uniones de homosexuales

Luisella Scrosati

Brújula cotidiana, 23-04-2021

 

2.500 párrocos y diáconos alemanes ya se han unido al día para la bendición de todos los enamorados, incluidas las parejas homosexuales. Es el reto que la Iglesia alemana lanza a Roma tras el “no” a la bendición de las uniones gay.

 

Los “católicos” teutónicos se molestaron, y no poco, por la posición de la Congregación para la Doctrina de la Fe contra la bendición de las parejas homosexuales. Una simple congregación romana se atrevió a obstaculizar el camino sinodal de la iglesia que sostiene el Geist: inaudito.

 

Y así, sin demasiadas palabras, la oposición, ahora claramente cismática, corrió a reparar, organizando para el próximo 10 de mayo una jornada de bendición para todos los enamorados, incluyendo claramente a las parejas homosexuales, principal objeto de la disputa. Organización, obviamente, al estilo alemán: creación de un sitio web con el título “originalísimo” #liebegewinnt (el amor gana), a través del cual es posible inscribirse como individuos y como parroquias. También está presente el mapa de Google, con banderas para identificar los lugares donde se pueden encontrar las celebraciones de bendición: una sugerencia para que los siete ángeles de las copas de la ira divina no pierdan el blanco...

 

Después de las declaraciones críticas al Responsum de la Congregación de parte del cardenal Reinhard Marx, el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Georg Bätzing, el Obispo de Osnabrück, Mons. Franz-Josef Bode y el Obispo auxiliar de Münster, Mons. Dieter Geerlings, se pasa entonces a los hechos. Y se hace con una intención polémica decididamente clara: “Ante la negativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe a bendecir a las parejas homosexuales, nosotros alzamos la voz y decimos: acompañaremos también en futuro a las parejas que tengan una relación estable y bendeciremos su relación. No les negaremos una ceremonia de bendición”. El subrayado de la bendición de la relación surge por tanto como un rechazo explícito a la columna vertebral del Responsum del pasado 22 de febrero, en el que se especificaba que el problema de tales bendiciones no radica en las personas individuales, sino en las “relaciones, o [...] incluso las parejas estables, que implican una práctica sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abiertos en sí mismos a la transmisión de la vida), como es el caso de las uniones entre personas del mismo sexo”.

 

En concreto, la iniciativa del 10 de mayo es una invitación “a utilizar numerosos carteles creativos que muestren cuantas personas en la iglesia perciben como un enriquecimiento y una bendición la variopinta diversidad de proyectos de vida y las historias de amor de las personas”, organizando “un servicio de bendiciones en muchos lugares, preferiblemente en contemporáneo, a las 19:00. Las parejas que participarán en esta ceremonia deben recibir la bendición que Dios quiere regalarles, sin esconderse”.

 

Ya son unos 2.500 párrocos, diáconos y operadores pastorales que se han sumado a la iniciativa y se han puesto a disposición para producir fragantes bendiciones, porque, después de todo, el amor es amor ... Este es de hecho el nivel “argumentativo” de los promotores de las iniciativas locales. Se lanza un #segentogo en Schweinfurt, una “bendición para llevar”, ofrecida “a ti y a tu pareja, sin importar a quién ames, cuánto tiempo llevan juntos, si las cosas van bien en este momento o si estás pasando por una fase difícil”. En señal de inclusión, la invitación de la parroquia de Winnweiler, que convoca a todos, “indiferentemente de si están o no casados, si son jóvenes o viejos, heterosexuales u homosexuales, siempre y cuando se amen y deseen la ayuda del Señor para vuestra relación”. ¡Pidan y será concedido!

 

En Würzburg tienen en el corazón integrar un must de lo políticamente correcto, olvidado por los descuidados hermanos, recordando que ni el “color de la piel” será un factor discriminatorio. La caridad de los organizadores de Paderborn es sin fronteras, ya que se ofrecen a enfrentar cualquier contratiempo, prometiendo que serán bendecidas también las personas solas, si su pareja no logra estar presente.

 

En cambio, la invitación de la parroquia de Jülich / Krefeld / Mönchengladbach se dirige, por alguna razón, a todos los estudiantes, “independientemente de que tengan pareja o sean solteros, enamorados o en busca de amor”. También en Hannover “el amor es amor”, pero todavía en la era de la pandemia. Y así, el encuentro y la bendición se realizarán a través de Zoom. En Geldern-Veert, estarán aseguradas las grabaciones en vídeo del momento de la bendición y, tras la ceremonia, el ojo de la cámara inmortalizará el beso de cada pareja, ad perpetuam rei memoriam. Los organizadores de Neunkirchen / Saar, que ponen a disposición dos iglesias, en cambio lanzan un mensaje de liquidación de la mediación eclesial: “No queremos juzgar si la Iglesia puede o no puede [bendecir las uniones homosexuales]; como teólogos/teólogas sabemos que Dios puede”.

 

Mientras tanto, el obispo de Essen, Mons. Franz-Josef Overbeck ya ha hecho saber (ver aquí) que él y otros obispos no tienen la intención de castigar a los sacerdotes que, para la ocasión, impartirán la bendición a las distintas parejas presentes. Porque para ellos el diálogo con Roma se hace así: o escriben lo que queremos nosotros, o vamos por nuestro propio camino. Posición que, desde el punto de vista canónico, se llama cisma. Roma está avisada: sobre la homosexualidad, el sacerdocio femenino y la anticoncepción, decide el Sínodo de Weg.

viernes, 16 de abril de 2021

BENEDICTO XVI

 

 


cumple 94 años

Por INFOVATICANA | 16 abril, 2021

 

Hace poco, el secretario personal del Papa emérito confesaba que, en el momento de la renuncia, Ratzinger pensaba que viviría tan sólo unos meses más. Hoy se cumplen 94 años del nacimiento del Papa alemán, el noveno aniversario que celebra tras la renuncia.

Este será un cumpleaños diferente para Ratzinger ya que es el primero sin su hermano Georg, que falleció el verano pasado en Ratisbona.

El próximo lunes se cumplirá el 16 aniversario de su elección como 265 Pontífice de la Iglesia Católica. El 28 de febrero de 2021 se cumplieron ocho años de su histórica renuncia.

«Fue una decisión difícil», confesó el Pontífice emérito en una entrevista reciente, “pero la tomé en conciencia y creo que hice bien”. “Algunos de mis amigos algo «fanáticos» siguen enfadados, no han querido aceptar mi decisión”, señaló Benedicto XVI.

“Pienso en las teorías conspirativas que le siguieron: algunos decían que era por el escándalo Vatileaks, otros que era por un complot del lobby gay, otros que era por el caso del teólogo conservador lefebvriano Richard Williamson. No quieren creer en una decisión tomada conscientemente. Pero tengo la conciencia tranquila», aseguró Ratzinger.

lunes, 12 de abril de 2021

ADIÓS, ESPAÑA

 


Es penoso tener que recordar que en la descatolización de España ha jugado un papel importante el progresismo eclesiástico; ha sido una concausa en todos los órdenes del derrumbe de la catolicidad. La enseñanza heterodoxa, durante décadas, de teólogos que con sus clases y sus publicaciones han inficionado al clero causando estragos doctrinales y espirituales, también envenenaron la formación de generaciones de seminaristas.

 

Monseñor Héctor Aguer

Infocatólica,  07/04/21

 

No hace mucho, InfoCatólica publicó una nota mía titulada Mala memoria. En ella me refería al propósito del gobierno socialista-comunista español de desmontar el magnífico complejo cultural y religioso del Valle de los Caídos; que comenzó a ejecutarse con el retiro del lugar de los restos del antiguo Jefe de Estado, Generalísimo Francisco Franco Bahamonde. La izquierda española no deja de referirse, con el rencor arraigado que la caracteriza, a lo que llama «crímenes del franquismo». Pero su memoria tuerta o hemipléjica la obliga a olvidar la cruenta persecución de la Iglesia y las terribles matanzas que ejecutaron sus antepasados rojos durante la guerra civil, especialmente en los comienzos, en 1936: once obispos y miles de scerdotes asesinados, como asimismo otra gente ilustre, por la sola razón de ser católicos.

 

En mi trabajo yo reproducía fragmentos de la oda de Paul Claudel «A los mártires españoles», publicada casi contemporáneamente a los hechos y traducida de inmediato por uno de los grandes escritores argentinos, Leopoldo Marechal. En su poema, Claudel encomiaba con emoción y entusiasmo la obra evangelizadora de la España católica. El intento, por mi denunciado, contra aquel centro religioso y cultural, tenía en mi opinión un carácter fuertemente simbólico: representaba la obra de descatolización de España, que equivale a una «desespañolización», operada en las últimas décadas por los gobiernos seudodemocráticos, que han logrado imponer sucesivamente la legalización del divorcio, del «matrimonio» homosexual, del aborto, la ateización de la sociedad, y el crecimiento en ella de la presencia islámica, que por otra parte tiene valiosos antecedentes de arte y cultura en la historia nacional.

 

Ahora se ha avanzado con otro paso siniestro: la aprobación legal de la eutanasia. La democracia electoralista, en la que reina el número sometiendo a la verdad, ha hecho posible al parlamento (202 votos contra 141 y dos abstenciones) imponer los criterios subjetivistas, contra la objetividad de la ley natural y la Ley revelada por Dios, que prohiben el suicidio y el homicidio. España es así el séptimo país en el mundo, y el cuarto en Europa, en legalizar la eutanasia, detrás de los Países Bajos, Luxemburgo, Canadá, Nueva Zelanda y Colombia. La disposición incluye algunos lindes o cotos que muchos podrán invocar como razones para aceptar la ley. Están en condiciones de poner fin a su vida los mayores de edad que «padezcan enfermedades incurables, crónicas e inhabilitantes, que estén en fase terminal, carezcan de esperanza de disfrutar de una existencia digna y soporten sufrimientos intolerables». La solicitud debe ser formulada por escrito (¿podrán escribir? si no pueden, ¿quién firmará el pedido?), sin presiones (¿cómo podrá segurarse esta condición?), y repetirla a los quince días; se exige además que se hayan explicado al paciente las características del procedimiento y la posibilidad de recurrir como alternativa a cuidados paliativos integrales. También podrá cambiar su decisión en cualquier momento, y si es autorizado, a retrasar la aplicación todo lo que desee. Se establece que el trámite debe ser analizado y aprobado por un par de médicos (a quienes se permite acogerse a la objeción de conciencia), y el último visto bueno estará a cargo de una Comisión de Evaluación integrada por personal médico, de enfermería y juristas que supervisará cada caso. Como se ve, serán crímenes remilgados.

 

El Ejecutivo socialista ofrece una interpretación inaceptable por medio de la Ministro de la Salud: «España avanza por el reconocimiento de los derechos, así como en una sociedad más justa y decente». Familiares de pacientes, que venían reclamando desde hace tiempo por una ley de aprobación, aportan su aplauso: «Se trata de un derecho y no de una obligación, además de significar un ejemplo de empatía legislativa para no añadir sufrimiento jurídico a quienes padecen una situación de salud irreparable». Dirigentes de partidos opositores han reaccionado condignamente; expresaron la posibilidad de plantear un recurso de inconstitucionalidad, porque estiman que se han sobrepasado los límites de un estado democrático. Esperan igualmente que un cambio de las mayorías parlamentarias permita derogar la ley. El número es lo que decide; Su Majestad el Rey, cumpliendo muy bien el papel que tiene asignado –que yo sepa- guardó silencio.

 

La Conferencia Episcopal, como no podía ser de otra manera, expresó su rechazo a esa práctica que «siempre es una forma de homicidio». Es penoso tener que recordar que en la descatolización de España ha jugado un papel importante el progresismo eclesiástico; ha sido una concausa en todos los órdenes del derrumbe de la catolicidad. La enseñanza heterodoxa, durante décadas, de teólogos que con sus clases y sus publicaciones han inficionado al clero causando estragos doctrinales y espirituales, también envenenaron la formación de generaciones de seminaristas. Quiero destacar especialmente los errores en materia de teología moral, contenidos en manuales que se difundieron en los países de lengua castellana. Recuerdo, por conocimiento directo, personal, el caso de algún jesuita español que en los años 80 enseñaba en la Argentina. Hombre de mentalidad kantiana (digo mentalidad porque no puedo asegurar que haya leído a Kant, y si lo leyó qué habrá entendido); sus errores eran tan irrisorios que sus alumnos no lo tomaban en serio, y eran objeto de divertidos comentarios. Admito que en este orden de cosas «como muestra no basta un botón», pero ¡cuántos casos como ese se habrán multiplicado por España!

 

Detengámonos ahora en el argumento central. El término eutanasia es la transcripción del griego euthanasía, que en la literatura helénica clásica significaba «muerte dulce y bella». El concepto era un rasgo más de la antropología humanista que ha alimentado la cultura occidental; no había referencia alguna al suicidio y al homicidio. Pensemos en la kalokagathía platónica: verdad, bondad y belleza inseparables (kalós además de bello significa auténtico, noble, ideal). En algún tiempo, eutanasia era definida como «muerte por piedad» –así se hablaba, por ejemplo, entre nosotros- piedad en el sentido de lástima, misericordia, conmiseración; algo así como «te mato para que no sufras». Al parecer ya no se emplea corrientemente esa explicación. En cambio, el contenido de la legislación decidida por el parlamento español se inscribe en el ámbito de una concepción subjetivista y relativista de los derechos humanos, que por desgracia se ha convertido en un componente del nuevo desorden mundial. Tal situación, hace necesaria que cuando la Iglesia emplea en su enseñanza oficial el concepto de derechos humanos, se eluda una interpretación constructivista de los mismos, y se cuide que el descenso a los fieles a través de la instrucción o la predicación ordinarias conserve la concepción correcta, la que ha sido recogida en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado gracias al celo pastoral de San Juan Pablo II.

 

Es gravísima la pretensión de considerar a la eutanasia y el suicidio asistido como un derecho que los ciudadanos deben pagar con sus impuestos, «derecho humano y civil amparado por la constitución». El criterio del sufrimiento intolerable para reclamar la muerte es absolutamente subjetivo, como la ciencia médica lo reconoce. He leído con asombro lo que ocurre en Canadá, donde muchos médicos decidieron emigrar o abandonar la profesión debido a la coacción que sufrían. Se sabe que la situación ha desencadenado una crisis en el ámbito hospitalario a causa de las presiones que se ejercen para que los pacientes soliciten poner fin a su vida. ¡Y Canadá suele ser presentado como un paradigma de la democracia! Esto es un verdadero escándalo, que introduce una revolución antihumana en la profesión destinada a servir a la vida.

 

La postura cristiana tiene antecedentes en otras culturas. Cito como ejemplo un poema babilonio protagonizado por un «justo sufriente»: «El día es suspiro; la noche, lágrimas; el mes es silencio, duelo es el año». Pero es en la Sagrada Escritura donde hallamos un itinerario de interpretación del dolor humano y su sentido, que aparece vinculado al misterio del pecado, el cual ha menoscabado la condición humana. El Libro de Job, cuya composición según los exégetas se ha desarrollado en varias etapas entre los siglos V y II antes de Cristo, trata de modo incisivo y conmovedor el caso del sufrimiento de un hombre, que requiere la compasión (el «sufrir con») y la compañía de sus amigos. La insensata de su mujer le dijo: «¿Todavía vas a mantenerte firme en tu integridad? Maldice a Dios y muere de una vez». Los amigos, en sus discursos doctos, pretenden que reconozca –según la tesis judía tradicional- que sufre porque ha pecado. Job se confía laboriosamente en la Providencia misteriosa de Dios, cuyos caminos difieren immensamente de los caminos humanos.

Otro testimonio bíblico: en el Libro de Isaías, entre los capítulos 42 y 53 se encuentran cuatro cánticos del Servidor del Señor; el último (Is. 52, 13-53,12) es una cumbre de la revelación del Antiguo Testamento. El sufrimiento del Servidor es una profecía de la Pasión de Jesús, que ofreció al Padre el sacrificio de la reconciliación de los hombres; una frase de ese poema, «por sus llagas fuimos sanados» ha sido asumida en la Primera Carta de Pedro (2, 24): hoûto molopí iáthete (fueron ustedes sanados). El sustantivo griego molops (livor, en latín) designa las marcas que dejan las heridas; son, por ejemplo, esas manchas moradas o amoratadas que se llaman cardenales. El término se encuentra en singular, aunque evidentemente tiene sentido colectivo. El tema es un elemento central de la fe cristiana: Cristo, el inocente, como ya he adelantado, asumió libremente el sufrimiento y la muerte como un sacrificio de reparación y reconciliación de los hombres, pecadores, con el Dios justo, fiel y misericordioso.

 

La escritora de origen judío Simone Weil en su obra La pesanteur et la grâce (1948) escribió magníficamente que la Cruz del salvador es lo que confiere sentido al sufrimiento de los hombres si se unen a ella por la fe y el amor: «La única fuente de claridad lo suficientemente luminosa para esclarecer la desgracia, es la Cruz de Cristo. En cualquier época, en cualquier país, allí donde hay una desgracia, la Cruz de Cristo es para ella la verdad». La esperanza del que sufre tiene un solo apoyo, que permite superar la tentación de deseseperar. Según Charles Péguy «esperar es lo difícil, en voz baja y con vergüenza. Y lo fácil y el declive es desesperar, esa es la gran tentación» (Le Porche du mystère de la deuxième Vertu). Padecer con Cristo, uniendo nuestros sufrimientos a los suyos, con la esperanza cierta de que más allá del túnel tenebroso de la muerte participaremos de la gloria de su resurrección; este es el argumento central de la predicación cristiana desde los tiempos apostólicos. En esa verdad reside la sabiduría, que es sabiduría misteriosa de Dios, como enseña San Pablo (theoû sophían en mysterío, 1 Cor. 2, 7)

En su comentario a este pasaje, Santo Tomás de Aquino explica que el Apóstol emplea para dirigirse a los Corintios una sabiduría espiritual, una profunda doctrina que destina a quienes puede considerarse perfectos: aquellos cuya mente está elevada sobre todo lo carnal y sensible, de modo que pueden captar las realidades espirituales e inteligibles y cuya voluntad está elevada sobre todo lo temporal y unida sólo a Dios y sus preceptos… Esta sabiduría –afirma- no es la mundana, que profesan los dirigentes de este mundo (pensemos en los legisladores españoles que han votado a favor de la eutanasia), sino una sabiduría según Dios (In I Ad Corinthios, Caput II). Se trata del reconocimiento del orden natural de la Creación, que el pensador honesto y no ideologizado puede alcanzar aunque carezca de las luces de la fe, y que ésta asegura a los creyentes.

 

Ya que he citado aquí al Doctor Angélico, anoto lo que afirma sobre el precepto de no matar: «El Decálogo prohíbe el homicidio en cuanto que es un acto indebido; en este sentido el precepto (de no matar) incluye la idea de justicia. La ley humana no puede lícitamente conceder que un hombre sea indebidamente privado de su vida» (Suma Teológica I-II, q.100, a. 8, ad 3m). En el siglo XIII Tomás no podía referirse a la eutanasia, que hubiera sido para él un hecho claramente anticristiano. Sin embargo, su reflexión sobre el homicidio permite considerar ese acto como injusto.

 

El cuidado pastoral que la Iglesia dispense a los enfermos se hace más intenso en la caridad, cuando se trata de acompañar a los que sufren esas dolencias incurables que se pretende resolver con la eutanasia; al enfermo y a sus familiares pueden llegarles entonces la verdad, que permite superar las tentaciones de la desesperación y afirmarse en la esperanza. Me refiero al mensaje de la Cruz; como canta bellamente un himno litúrgico consagrado a ella: «Solo tú fuiste digna de sostener al precio del mundo, de preparar un puerto al mundo náufrago». Pero este mensaje central de salvación tiene que hacerse cultura; así sucede en una sociedad cristiana. La descristianización que ha sufrido la sociedad española, y el ateísmo abierto de los gobiernos socialistas dan razón a la posibilidad de legalizar conductas inmorales, criminales. Basta evocar la conocida manifestación de Jean Paul Sartre: «Si Dios no existe, todo está permitido». Seguramente, muchos españoles padecen esta situación que se ha impuesto, el despeñarse de la España católica; este último verbo, en su acepción figurada significa «entregarse ciegamente a pasiones, vicios o maldades». Es una caída desde la propia identidad a la ruina y la perdición. No se me oculta que estos términos son muy severos; no los aplico a las personas, cualesquiera de ellas, que merecen mi respeto y preocupación como pastor, sino a la transformación de una sociedad, una cultura, un modo de vida.

 

¿Es posible una reacción, una recuperación? Considero de máxima importancia preparar aquellos cambios políticos necesarios para reemplazar la democracia electoralista, fundada en el número, por una democracia fundada en principios objetivos, en el respeto de las condicioens irrenunciables de la naturaleza humana y su proyección en la vida social. Los jóvenes, sobre todo aquellos que no han sucumbido ante las presiones de una enseñanza ajena a las mejores tradiciones de la Nación, han de ser convocados a esa tarea de reconstrucción; ellos son sujetos de esperanza. Por su parte, la Iglesia, sin falsos temores, que paralizan e inducen a aceptar lo «políticamente correcto», debe retomar una obra evangelizadora integral, presentando en toda su pureza y actualidad la doctrina católica, que es kerygma portador de luz y fortaleza.

 

Concluyo con una boutade que enuncia algo tremendo. En la España de hoy, los padres –mediante el aborto- pueden matar a sus hijos; ahora –con la legalización de la eutanasia- los hijos pueden matar a sus padres.

viernes, 9 de abril de 2021

HANS KÚNG


 el teólogo que sembró el Vaticano III

Stefano Fontana

Brújula cotidiana, 09-04-2021

 

El teólogo Hans Küng falleció este 06 de abril, a la edad de 93 años en su casa de Tubinga, Alemania. Nacido en Sursee, Suiza, en 1928, Küng había decidido dedicarse al estudio de la teología y a los 32 años se convirtió en profesor titular en la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Tubinga.

 

Cualquiera, incluso aquellos que no saben casi nada de teología, conocen el nombre de Hans Küng y lo consideran el antagonista por excelencia de la doctrina católica. Desde este punto de vista, la vida teológica de Küng es exactamente lo contrario de las prescripciones dadas por la Congregación para la Doctrina de la Fe en su Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo Donum veritatis de 1990. Aquí se pedía prudencia a los teólogos, se sugería no dirigirse a los medios de comunicación, de no hacer alarde de posiciones teológicas contrarias al magisterio, ni siquiera para discutir los temas ya definidos por éste. Küng, en cambio, siempre se puso en escena, desde que acompañaba al cardenal König de Viena al Vaticano para el Concilio y ciertamente nunca utilizó la prudencia “eclesial” que el magisterio pide a los teólogos.

 

Cuando esto sucede en un teólogo, como en el caso de Küng, quizás signifique que, de manera más o menos consciente, ese teólogo piensa que el futuro de la Iglesia depende de él, o al menos sobre todo de él. Esta actitud personal tiende entonces hacia una teología historicista y progresista, y esto a su vez anima teóricamente esa actitud personal. Su camarada Karl Rahner declaró abiertamente que quería ser el iniciador de una nueva Iglesia y, a juzgar por su vida y su teología, también lo hizo Hans Küng. La personalidad se funde así a la teología profesada y viceversa, en la idea querida por los reformadores y herejes de que la salvación está en el futuro, que el futuro es la salvación y que ellos tienen las llaves del futuro.

 

Küng era filosóficamente muchas cosas, pero sobre todo era hegeliano. En esta clave, la realidad de la Iglesia coincide con la autoconciencia de la Iglesia y ésta -la autoconciencia-, está en continuo cambio. No es que se convierta, más bien es devenir y el devenir está guiado por el futuro, no por el pasado, de modo que no puede haber una noción teológica válida que no sea también nueva. Esto es lo que temía Réginald Garrigou-Lagrange en 1946, cuando se preguntó dónde estaba la Nouvelle theologie (de la que Küng también es en fondo un hijo, aunque más temerario que otros) y, aún más dramáticamente, se preguntó si todavía era posible una verdadera teología, aunque no fuese nueva. También se debe a Küng que muchos teólogos, sin saber que son kungianos, hoy piensan de esta manera: cualquier posición teológica para ser verdaderamente tal, debe ser nueva. El presidente de los obispos alemanes, Mons. Georg Bätzing. Küng era suizo por nacionalidad, pero alemán por teología.

 

Hans Küng estaba sintonizado con un Vaticano III y ansioso por encontrar un Juan XXIV. Creía que la Iglesia se constituía desde abajo y que también se renovaba desde abajo. Dijo que la nueva Iglesia desde abajo ya había comenzado. Acusó a la Iglesia de machismo y le hubiera gustado una reconquista femenina de los derechos de la mujer, desde la anticoncepción hasta el sacerdocio. Los obispos deberían haber sido elegidos desde abajo y en libertad. Impulsó mucho un ecumenismo nuevo y más radical, denunció lo que llamó la "obstinación en enfatizar las diferencias", pidió la abolición de las condenas contra Lutero y Calvino y con las Iglesias reformadas quiso afirmar una “hospitalidad eucarística como una expresión de una comunión de fe ya realizada”. Consideró insostenible por parte de la Iglesia católica que se denominara una sola religión legítima y vio esta actitud como una consecuencia del “colonialismo europeo y del imperialismo romano”. Según él, la Iglesia tuvo que aceptar el desafío de la pretensión de la verdad de las otras religiones.

 

Internamente, entonces, debería haber hecho autónomas a las Iglesias regionales y locales en honor a la “riqueza de variedad” contra la “prepotencia dogmática”, la “inmovilidad dogmática” y la “censura moralista”. La Iglesia tenía que vivir, según él, una “relación comunitaria” y abandonar el modelo de Iglesia “desde arriba, obstinada, tranquilizadora, burocratizada”. Como la URSS había rehabilitado a sus disidentes, la Iglesia también debía haber rehabilitado a los suyos, desde Heldel Camara a Leonardo Boff. El futuro de la la Iglesia, así como en el ecumenismo, también fue visto por él en el pacifismo y en un nuevo ecologismo.

 

Los principales teólogos, por ser puntiagudos, se ganan las primeras páginas de los periódicos cuando las disparan gruesas y, de hecho, a menudo las disparan gruesas. Como cuando Küng se deshizo de la infalibilidad del Papa: todos lo recuerdan. Pero su legado no está necesariamente ahí, en los ataques que encendieron los reflectores. Su siembra se produce cuando se apagan los focos y en la práctica de la Iglesia sus indicaciones se viven y encarnan tácitamente, en la oscuridad del centro de atención. Intente releer la breve reseña de las posiciones de Küng en el párrafo anterior. Todas las encontramos en la Iglesia alemana de hoy y en su camino sinodal. Algunas se dicen más cortésmente, pero las encontramos todas. Pasemos entonces a la Iglesia universal. Aquí también las encontramos, más o menos, todas ellas: Leonardo Boff escribió las encíclicas pontificias y de Mons. Camara se quiere la canonización, muchos piensan que ya estamos en el Vaticano III y que ya ha llegado un Juan XXIV, Lutero y Calvino han sido bienvenidos nuevamente al redil, la hospitalidad eucarística es la praxis y las mujeres se acercan al altar. Mientras los medios cubrían sus ataques, Hans Küng estaba ocupado sembrando semillas.

jueves, 8 de abril de 2021

JUAN PABLO II

 


 ¡Qué alegría la causa de canonización!”

Wlodzimiesrz Redzioch

Brújula cotidiana, 08-04-2021

 

“Entre los testigos había tanto laicos como sacerdotes, todos hablaban de Wojtyla como ‘nuestro Papa’. Llamaba la atención que fueran personas de toda condición y de todo el mundo, pero con una opinión muy arraigada de su santidad". La Brújula Cotidiana entrevista a monseñor Sławomir Oder, de vuelta a Polonia después de 36 años en Roma y conocido postulador de la causa de canonización de Juan Pablo II, cuyo 16º aniversario de muerte se ha cumplido esta semana.

 

Ha transcurrido 36 años en Roma: allí ha estudiado y se ha formado como sacerdote, allí ha trabajado durante casi 30 años en el Vicariato, durante algún tiempo como Presidente del Tribunal de Apelación y los últimos ocho años como Presidente del Tribunal Ordinario de la Diócesis de Roma. Pero monseñor Sławomir Oder es más conocido como postulador en el proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II. Este año, este sacerdote polaco ha decidido volver a su país, a su diócesis de Toruń. El periodista que escribe ha estado con monseñor Oder después de la última misa que ha celebrado en la iglesia romana de San Juan Bautista de los Florentinos (en la foto, cerca del relicario de Juan Pablo II).

 

Monseñor Oder, usted ha trabajado durante muchos años en el Vicariato de Roma, pero es conocido sobre todo como postulador en el proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II...

Es cierto. La Divina Providencia se encargó de que no me aburriera. En 2005 fui nombrado postulador del proceso de beatificación del Papa Wojtyla. Fue un periodo de trabajo muy intenso, pero también una gran aventura espiritual que ha llenado por completo mi existencia.

 

Durante sus años en Roma pudo seguir “en directo” las actividades de Juan Pablo II y, como postulador, también estudió los testimonios de personas que tuvieron contacto con el Papa en diferentes momentos de su vida. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de estos testimonios?

Hubo muchos testigos en este proceso, porque la figura del candidato a los altares era excepcional y requería un análisis a muchos niveles. Entre los testigos había tanto laicos como sacerdotes, monseñores y cardenales, religiosos y religiosas. Había laicos que conocían al Santo Padre como jefe de Estado, es decir, presidentes, primeros ministros, personalidades de casas reales, pero también los que le ayudaban en el apartamento papal, el personal de los servicios técnicos y de seguridad. Todos decían con una sola voz que era “nuestro hombre”, “nuestro Papa”: esto se debía a que Juan Pablo II tenía la capacidad de entrar en una relación individual con cada persona. La gente sentía su presencia en sus vidas como alguien cercano. También llama la atención en los testimonios la convicción de los testigos sobre su santidad, de la que nadie dudaba. Esta santidad se manifestaba en su forma de celebrar la Eucaristía, en su celo por anunciar el Evangelio, por llevar a Cristo a los pueblos de todo el mundo. Era un hombre que desprendía una profundidad de espíritu que expresaba su relación más íntima con Dios, pero al mismo tiempo sabía entrar en una relación auténtica y directa con cada ser humano. Este fue el denominador común de los distintos testimonios.

 

Entonces, ¿durante el proceso se convenció de la opinión general sobre la santidad de Juan Pablo II?

Sí, viajé mucho con los miembros del tribunal y tuve la oportunidad de experimentar una opinión muy arraigada sobre la santidad de Juan Pablo II. Lo que llama la atención es que estas opiniones proceden de personas de toda condición y de todo el mundo. También quiero llamar la atención sobre el hecho de que Benedicto XVI dio su consentimiento para iniciar el proceso de beatificación (en la foto, un momento de la ceremonia de proclamación como beato) sin esperar cinco años desde el momento de su muerte, como exigen las normas. La dispensa se debió a que Juan Pablo II volvió a la casa del Padre ya con fama de santidad, como atestiguan también sus funerales, que se convirtieron en un acontecimiento mundial. Millones de personas acudieron a Roma para rendirle homenaje, convencidas de su santidad. Cuando durante el proceso visité países no cristianos, donde el concepto de santidad es desconocido, la gente se refería a Juan Pablo II como “hombre de Dios”, “hombre bueno”. Por ejemplo, en Egipto, donde fuimos con el tribunal a recoger los testimonios, la gente recordaba con gran emoción la persona y la visita del Papa a ese país. Tras su muerte, Egipto, un país musulmán, declaró luto nacional. Otra prueba de la fama de santidad fueron las decenas de miles de cartas que la postulación recibió de todo el mundo, así como las numerosas gracias –recibidas por su intercesión- que nos fueron comunicadas.

 

Incluso después de la canonización de Juan Pablo II, usted siguió viajando mucho y fue testigo del culto mundial a Wojtyła. ¿Podría decir algo al respecto?

Tras la canonización, el interés por la persona de San Juan Pablo II y su culto no han disminuido, sino todo lo contrario. Su magisterio y su legado siguen vivos hoy en día. Por ejemplo, no todo el mundo sabe que se han creado varias congregaciones religiosas cuyo carisma es difundir y cultivar el legado de Juan Pablo II. En Estados Unidos se ha fundado la congregación de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón de María, que trabajan entre los laicos, organizan simposios sobre Juan Pablo II y peregrinaciones de sus reliquias en Estados Unidos y Sudamérica. Estoy impresionado por sus actividades. Otra congregación inspirada en su espiritualidad es la pequeña congregación de los Apóstoles de San Juan Pablo II, que trabaja en Birmania, proclamando el Evangelio de la Misericordia entre los más pobres y entrando en relación con el mundo budista. Hay muchas iniciativas de este tipo.

 

La Iglesia presenta a los santos y beatos como modelos para los fieles, tanto para los laicos como para los sacerdotes...

Juan Pablo II puede ser un ejemplo de cómo vivir la vida de forma auténtica, como un tiempo de amor. Al principio de su pontificado, el Papa escribió unas palabras que explicaban lo que le había llevado a ser elegido para la Sede de Pedro: “Debitor factus sum”, “Me he convertido en un deudor”. Estaba pagando su deuda de amor. Por eso Juan Pablo II enseña a todos, laicos y sacerdotes, a vivir cada momento de la vida como el pago de una deuda de amor.

 

¿Qué enseña San Juan Pablo II más específicamente a los sacerdotes?

Lo que más me llamó la atención del Papa fue su experiencia del sacerdocio, que determinó quién era. Su fuerza provenía de ser un auténtico sacerdote unido a Cristo. Vivió su identidad sacerdotal en todas las funciones para las que fue llamado: simple sacerdote, capellán académico, profesor universitario, obispo, cardenal y, finalmente, Papa. Le encantaba el pasaje evangélico del diálogo de Pedro con el Resucitado: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. En este diálogo, se encontró a sí mismo como discípulo. Esto dio lugar a su gran humildad, que le llevó a encontrarse con Cristo cada día de rodillas, ante el sagrario, escuchando la palabra de Dios, mirando el ejemplo de su cruz. Por eso el icono de su pontificado es la escena del último Viernes Santo, cuando abraza la cruz mirándola fijamente.

 

¿Qué ocurre en Polonia? ¿Por qué san Juan Pablo II, el mayor polaco de la historia, es hoy atacado y denigrado en ciertos círculos polacos?

Esta es una pregunta muy dolorosa para mí. En general, podemos decir que estamos asistiendo a una revolución neomarxista que tiene lugar no sólo en Polonia sino en todo el mundo. Esta revolución quiere acabar con el símbolo de los valores que representa el cristianismo y que recientemente se identifican con la persona y las enseñanzas de Juan Pablo II. No se trata sólo del Papa, sino de la confrontación general de dos visiones del mundo y del hombre: la visión de una “nueva civilización” impuesta por los círculos neomarxistas y liberales que quiere sustituir a una civilización inspirada en los valores cristianos, simbolizada por Juan Pablo II.

 

No debemos olvidar, sin embargo, que la Iglesia es una realidad divino-humana y, por tanto, marcada por los pecados y debilidades humanas. Y son precisamente los pecados humanos los que se convierten en la cara expuesta del Cuerpo Místico de Cristo. De ahí el intento de atacar a la Iglesia y a Juan Pablo II desde la perspectiva de los aspectos negativos de la vida de la Iglesia marcados por el pecado humano.

 

Durante la última misa que ha celebrado en la iglesia de San Juan Bautista, ha hablado de sí mismo como “sacerdote romano”. ¿Qué significa eso?

Ser “sacerdote romano” significa estar formado en el espíritu de la Iglesia universal. He tenido el gran privilegio de servir a la Iglesia local de Roma, dirigida por el obispo de Roma, el Papa. Ha sido un gran honor y alegría para mí, también porque mi papel como postulador del proceso de beatificación de Juan Pablo II formaba parte de este servicio.

 

Después de 36 años en Roma, vuelve a Polonia. ¿Cuáles son sus proyectos?

Vuelvo a Toruń y me pongo a disposición del obispo, que decidirá lo que haré según las necesidades de la Iglesia local. Y trataré de servir a mi Iglesia de Toruń, a la que siempre me sentí vinculado, con el mismo amor con el que serví a la Iglesia romana.

lunes, 5 de abril de 2021

OBSERVACIONES

 


sobre las nuevas normas para las Misas en San Pedro

 

Cardenal Robert Sarah

Infocatólica, 29/03/21

Por todas las razones aquí expuestas y por otras, junto con un número ilimitado de bautizados (muchos de los cuales no quieren o no pueden expresar su pensamiento) suplico humildemente al Santo Padre que disponga el retiro de las recientes normas dictadas por la Secretaría de Estado.

 

Quisiera agregar espontáneamente mi voz a la de los cardenales Raymond L. Burke, Gerhard L. Müller y Walter Brandmüller, que ya han expresado su pensamiento respecto a la disposición emitida el pasado 12 de marzo por la Secretaría de Estado del Vaticano, la cual prohíbe la celebración individual de la Eucaristía en los altares laterales de la Basílica de San Pedro.

 

Los citados hermanos cardenales ya han señalado varios problemas ligados al texto de la Secretaría de Estado.

 

Como excelente canonista que es, el cardenal Burke ha puesto en evidencia los considerables problemas jurídicos, además de aportar otras consideraciones útiles.

 

El Cardenal Müller ha remarcado también una cierta falta de competencia, o más bien de autoridad, por parte de la Secretaría de Estado al emitir la decisión en cuestión. Su Eminencia, que es un teólogo de renombre, también hizo algunas alusiones rápidas pero sustanciales a ciertas cuestiones teológicas relevantes.

 

El cardenal Brandmüller se centró en la cuestión de la legitimidad de ese uso de la autoridad y también especuló -en base a su sensibilidad como gran historiador de la Iglesia- que la decisión sobre las Misas en la Basílica podría representar un «globo de ensayo» en vista de futuras decisiones que podrían interesar a la Iglesia universal.

 

Si esto fuese cierto, resulta todavía más necesario que tanto los obispos, los sacerdotes y el santo pueblo de Dios hagamos oír con respeto nuestra voz. Es por ello que propongo a continuación algunas breves reflexiones.

 

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1. El Concilio Vaticano II manifestó ciertamente la preferencia de la Iglesia por la celebración comunitaria de la liturgia. La Constitución «Sacrosanctum Concilium» enseña en el n. 27:

 

«Siempre que los ritos impliquen, según la naturaleza particular de cada uno, una celebración comunitaria marcada por la presencia y la participación activa de los fieles, debe inculcarse que ésta debe preferirse, en la medida de lo posible, a la celebración individual y casi privada».

 

Inmediatamente después, en el mismo párrafo, los Padres conciliares -quizás previendo el uso que se podría hacer de sus palabras después del Concilio- añaden: «Esto se aplica sobre todo a la celebración de la misa, aunque toda misa tiene siempre un carácter público y social, y a la administración de los sacramentos». La Misa, entonces, aunque la celebre un sacerdote solo, nunca es un acto privado, y menos aún es en sí misma una celebración indigna.

 

Hay que añadir, por cierto, que puede haber concelebraciones poco dignas y poco concurridas y celebraciones individuales muy decorosas y concurridas, dependiendo tanto del aparato externo como de la devoción personal tanto del celebrante como de los fieles, cuando están presentes. En consecuencia, el decoro de la liturgia no se obtiene en forma automática prohibiendo simplemente la celebración individual de la Misa e imponiendo la concelebración.

 

En el decreto Presbyterorum Ordinis, además, el Vaticano II enseña:

 

«En el misterio del Sacrificio Eucarístico, en el que los sacerdotes desempeñan su función principal, se ejerce ininterrumpidamente la obra de nuestra redención, por lo que se recomienda vivamente su celebración diaria, que es siempre un acto de Cristo y de su Iglesia, incluso cuando no es posible que los fieles asistan» (n. 13).

 

No sólo se confirma aquí que, incluso cuando el sacerdote celebra sin el pueblo, la Misa sigue siendo un acto de Cristo y de la Iglesia, sino que se recomienda también su celebración diaria. San Pablo VI, en su encíclica «Mysterium fidei», retomó ambos aspectos y los confirmó con palabras aún más incisivas: «Si bien es muy conveniente que un gran número de fieles participe activamente en la celebración de la Misa, sin embargo la Misa celebrada privadamente, según las prescripciones y tradiciones de la Santa Iglesia, por un sacerdote con sólo un ministro auxiliar no debe ser reprobada, más bien debe ser aprobada; porque de tal Misa se deriva una gran abundancia de gracias particulares, en beneficio tanto del propio sacerdote, como del pueblo fiel y de toda la Iglesia, más aún, de todo el mundo, gracias que no pueden obtenerse en la misma medida por medio de la sola Comunión» (n. 33). Todo esto es reconfirmado por el canon 904 del Código de Derecho Canónico.

 

En resumen: siempre que sea posible, se prefiere la celebración comunitaria, pero la celebración individual por parte de un sacerdote sigue siendo obra de Cristo y de la Iglesia. El Magisterio no sólo no la prohíbe, sino que la aprueba, y recomienda que los sacerdotes celebren la Santa Misa todos los días, porque de cada Misa fluye una gran cantidad de gracias para el mundo entero.

 

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2. A nivel teológico hay al menos dos posiciones que sostienen actualmente los expertos respecto a la multiplicación del fruto de la gracia debido a la celebración de la Misa.

 

Según una opinión que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XX, el hecho de que diez sacerdotes concelebren la misma Misa, o que celebren individualmente diez Misas, no hace ninguna diferencia en cuanto al don de la gracia que Dios ofrece a la Iglesia y al mundo.

 

La otra opinión, que se basa, entre otros, en la teología de Santo Tomás de Aquino y en el Magisterio de Pío XII en particular, sostiene, por el contrario, que al concelebrar una sola Misa se reduce el don de la gracia, porque «en más Misas se multiplica la oblación del sacrificio y, por lo tanto, el efecto del sacrificio y del sacramento» (Summa Theologiae, III, q. 79, a. 7 ad 3; cf. 79, a. 7 ad 3; cf. q. 82, a. 2; cf. también Pío XII, »Mediator Dei, parte II; Alocución del 2.11.1954; Alocución del 22.9.1956).

 

No pretendo resolver aquí la cuestión de cuál de las dos tesis es más creíble. La segunda tesis, sin embargo, tiene varias razones favorables de su lado y no debería ser ignorada. Hay que tener presente que existe como mínimo la seria posibilidad de que, al obligar a los sacerdotes a concelebrar y reducir así el número de Misas celebradas, se verifique una disminución del don de la gracia hecho a la Iglesia y al mundo. Si así fuera, el daño espiritual sería incalculable.

 

Es necesario añadir que, además de los aspectos objetivos, desde el punto de vista espiritual lastima también el tono perentorio con el que el texto de la Secretaría de Estado establece que «se suprimen las celebraciones individuales». En una declaración expuesta de esta manera se percibe, sobre todo en la elección del verbo, una especie de violencia inusitada.

 

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3. A causa de las disposiciones que se han publicado, los sacerdotes que deseen celebrar la Misa según la forma ordinaria del rito romano se verán ahora obligados a concelebrar.

 

También es un hecho singular forzar a los sacerdotes a concelebrar. Los sacerdotes pueden concelebrar si lo desean, ¿pero se les puede imponer la concelebración? La gente dirá: ¡si no quieren concelebrar, que se vayan a otro lado! ¿Pero es éste el espíritu de acogida de la Iglesia que queremos encarnar? ¿Es éste el simbolismo expresado por la columnata de Bernini delante de la Basílica, que representa idealmente los brazos abiertos de la Madre Iglesia que acoge a sus hijos?

 

¡Muchos sacerdotes vienen a Roma en peregrinación! Es muy normal que ellos, aunque no tengan un grupo de fieles que les siga, alimentan el sano y hermoso deseo de poder celebrar la Misa en San Pedro, quizás en el altar dedicado a un santo por el que tienen especial devoción. ¿Durante cuántos siglos la Basílica ha acogido a estos sacerdotes? ¿Y por qué ahora no quiere acogerlos más, si no aceptan la imposición de la concelebración?

 

Por otro lado, por su naturaleza, la concelebración -tal como fue concebida y aprobada por la reforma litúrgica de Pablo VI- es más bien una concelebración de presbíteros con el obispo, que (al menos ordinariamente, en el día a día) una concelebración de presbíteros solos. Anotaría al margen que esa imposición acontece mientras la humanidad está combatiendo contra Covid-19, lo que hace menos prudente la concelebración.

 

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4. ¿Qué harán los sacerdotes que llegan a Roma y no saben [hablar] italiano? ¿Cómo harán para concelebrar en San Pedro, donde las concelebraciones se celebran sólo en italiano? Por otra parte, incluso si se hiciera una corrección en este sentido, permitiendo el uso de tres o cuatro idiomas, esto nunca podría cubrir el gran número de idiomas en los que sigue siendo posible celebrar la Santa Misa.

 

Los tres hermanos cardenales mencionados anteriormente ya han citado el canon 902 del Código de Derecho Canónico, el cual hace referencia a «Sacrosanctum Concilium» n. 57, que garantiza a los sacerdotes la posibilidad de celebrar personalmente la Eucaristía. Y también en este sentido sería triste que se dijera: ¿quieren hacer uso de ese derecho? ¡Vayan a otra parte!

 

Quisiera añadir también la referencia al can. 928:

 

«La celebración eucarística debe realizarse en latín o en otra lengua, siempre que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados».

 

Este canon prevé, en primer lugar, que la Misa se celebre también en latín. Pero esto no puede hacerse ahora en la Basílica, salvo la celebración en forma extraordinaria, sobre la cual volveré más adelante.

 

En segundo lugar, el canon prevé que se pueda celebrar en otro idioma, si se han aprobado los libros litúrgicos correspondientes. Pero ni siquiera esto puede hacerse ahora en San Pedro, a no ser que el celebrante vaya acompañado de un grupo de fieles, en cuyo caso, siguiendo las nuevas normas, será desviado en todo caso a las Grutas Vaticanas, quedando así el italiano como única lengua permitida en la Basílica.

 

La Basílica de San Pedro debería servir de ejemplo para la liturgia de toda la Iglesia. Pero con estas nuevas normas se imponen criterios que no se tolerarían en ningún otro lugar, porque violan tanto el sentido común como las leyes de la Iglesia.

 

De todos modos, no es sólo una cuestión de leyes, ya que aquí no se trata de un mero formalismo. Además del respeto, aunque obligado, a los cánones, lo que está en juego aquí es el bien de la Iglesia y también el respeto que la Iglesia ha tenido siempre por las variedades legítimas. La elección por parte de un sacerdote de no concelebrar es legítima y se debería respetar. Y la posibilidad de poder celebrar individualmente la Misa debería estar garantizada en San Pedro, dado el derecho común pero también el altísimo valor simbólico de la Basílica para toda la Iglesia.

 

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5. Las decisiones tomadas por la Secretaría de Estado también dan lugar a una heterogeneidad de fines. Por ejemplo, no parece que el texto pretenda ampliar el uso de la forma extraordinaria del rito romano, cuya celebración queda relegada por las recientes disposiciones a las Grutas que están debajo de la Basílica.

 

Pero en base a las nuevas normas, ¿qué debería hacer un sacerdote que deseara legítimamente seguir celebrando la Misa en forma individual? No tendría más remedio que celebrarlo en la forma extraordinaria, ya que se le impide celebrarla individualmente en la forma ordinaria.

 

¿Por qué se prohíbe celebrar la Misa de Pablo VI en forma individual en la Basílica de San Pedro, cuando -como se informó anteriormente- el propio papa Montini aprobó esta forma de celebrar en la encíclica «Mysterium fidei»?

 

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6. La de los sacerdotes que cada mañana se alternan en los altares de la Basílica para ofrecer el santo sacrificio de la Misa es una antigua y venerable costumbre. ¿Era realmente necesario romperla? ¿Tal decisión produce realmente un mayor bien para la Iglesia y un mayor decoro en la liturgia?

 

¡Cuántos santos han perpetuado, a lo largo de los siglos, esta hermosa tradición! Pensemos en los santos que trabajaron en Roma, o que vinieron por un período a la Ciudad Eterna. Normalmente iban a San Pedro a celebrar. ¿Por qué negar a los santos de hoy -que gracias a Dios existen, están entre nosotros y visitan Roma al menos de vez en cuando- así como a todos los demás sacerdotes una experiencia similar, tan profundamente espiritual? ¿En base a qué criterio y por qué hipotético progreso se rompe una tradición más que centenaria y se niega a muchos la posibilidad de celebrar la Misa en San Pedro?

 

Si el objetivo es -como dice el documento- que las celebraciones «sean animadas litúrgicamente, con la ayuda de lectores y cantantes», este resultado podría obtenerse fácilmente con un mínimo de organización, en forma menos dramática y sobre todo menos injusta. El Santo Padre ha lamentado muchas veces la injusticia presente en el mundo actual. Para enfatizar esta enseñanza, Su Santidad ha creado incluso un neologismo, el de «inequidad». ¿La reciente decisión de la Secretaría de Estado es expresión de equidad? ¿Es expresión de magnanimidad, de acogida, de sensibilidad pastoral, litúrgica y espiritual?

 

Así como he hablado de los santos que han celebrado en San Pedro, no olvidemos que la Basílica custodia las reliquias de muchos de ellos y varios altares están dedicados al santo de quien custodian sus restos mortales. Las nuevas disposiciones establecen que no se podrán realizar más celebraciones en dichos altares. El máximo permitido es una Misa al año, en el día en que se recuerda la memoria litúrgica de ese santo. De este modo, estos altares están casi condenados a la muerte.

 

El rol principal, por no decir único, de un altar es, de hecho, que en él se ofrece el sacrificio eucarístico. La presencia de las reliquias de los santos bajo los altares tiene un valor bíblico, teológico, litúrgico y espiritual tan grande que no hace falta ni mencionarlo. Con la nueva normativa, los altares de San Pedro están destinados a servir, salvo un día al año, sólo como tumbas de santos, si no como meras obras de arte. Esos altares, en cambio, deben vivir y su vida es la celebración diaria de la Santa Misa.

 

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7. También es singular la decisión respecto a la forma extraordinaria del rito romano. A partir de ahora, la Forma Extraordinaria -en número máximo de cuatro celebraciones diarias- se permite exclusivamente en la Capilla Clementina de las Grutas Vaticanas y queda totalmente prohibida en cualquier otro altar de la Basílica y de las Grutas.

 

Se especifica incluso que dichas celebraciones serán realizadas únicamente por sacerdotes «autorizados». Esta indicación, además de no respetar las normas contenidas en el Motu Proprio «Summorum Pontificum» de Benedicto XVI, es también ambigua: ¿quién debería autorizar a esos sacerdotes? ¿Por qué razón no se puede volver a celebrar la forma extraordinaria en la Basílica? ¿Qué peligro representa para la dignidad de la liturgia?

 

Imaginemos que un día se presenta en la sacristía de San Pedro un sacerdote católico de un rito distinto al romano. Ciertamente no se le podría imponer concelebrar en el rito romano, por lo que uno se pregunta: ¿podría ese sacerdote celebrar en su propio rito? La Basílica de San Pedro representa el centro del catolicismo, por lo que cabría pensar espontáneamente que una celebración de este tipo sería permitida. Pero si se puede realizar una celebración según uno de los otros ritos católicos, para la igualdad de derechos sería tanto más necesario reconocer la libertad de los sacerdotes del rito romano para celebrar en la forma extraordinaria del mismo.

 

Por todas las razones aquí expuestas y por otras, junto con un número ilimitado de bautizados (muchos de los cuales no quieren o no pueden expresar su pensamiento) suplico humildemente al Santo Padre que disponga el retiro de las recientes normas dictadas por la Secretaría de Estado, las cuales faltan tanto a la justicia como al amor, no corresponden a la verdad ni al derecho, y no facilitan, sino que más bien ponen en peligro el decoro de la celebración, la participación devota en la Misa y la libertad de los hijos de Dios.

 

Roma, 29 de marzo 2021

 

Publicado originalmente en exclusiva por Sandro Magister en Settimo Cielo