¡Qué alegría la causa de canonización!”
Wlodzimiesrz
Redzioch
Brújula cotidiana,
08-04-2021
“Entre los
testigos había tanto laicos como sacerdotes, todos hablaban de Wojtyla como
‘nuestro Papa’. Llamaba la atención que fueran personas de toda condición y de
todo el mundo, pero con una opinión muy arraigada de su santidad". La
Brújula Cotidiana entrevista a monseñor Sławomir Oder, de vuelta a Polonia
después de 36 años en Roma y conocido postulador de la causa de canonización de
Juan Pablo II, cuyo 16º aniversario de muerte se ha cumplido esta semana.
Ha transcurrido 36
años en Roma: allí ha estudiado y se ha formado como sacerdote, allí ha
trabajado durante casi 30 años en el Vicariato, durante algún tiempo como Presidente
del Tribunal de Apelación y los últimos ocho años como Presidente del Tribunal
Ordinario de la Diócesis de Roma. Pero monseñor Sławomir Oder es más conocido
como postulador en el proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II.
Este año, este sacerdote polaco ha decidido volver a su país, a su diócesis de
Toruń. El periodista que escribe ha estado con monseñor Oder después de la
última misa que ha celebrado en la iglesia romana de San Juan Bautista de los
Florentinos (en la foto, cerca del relicario de Juan Pablo II).
Monseñor Oder,
usted ha trabajado durante muchos años en el Vicariato de Roma, pero es
conocido sobre todo como postulador en el proceso de beatificación y
canonización de Juan Pablo II...
Es cierto. La
Divina Providencia se encargó de que no me aburriera. En 2005 fui nombrado
postulador del proceso de beatificación del Papa Wojtyla. Fue un periodo de
trabajo muy intenso, pero también una gran aventura espiritual que ha llenado
por completo mi existencia.
Durante sus años
en Roma pudo seguir “en directo” las actividades de Juan Pablo II y, como
postulador, también estudió los testimonios de personas que tuvieron contacto
con el Papa en diferentes momentos de su vida. ¿Qué es lo que más le ha llamado
la atención de estos testimonios?
Hubo muchos
testigos en este proceso, porque la figura del candidato a los altares era
excepcional y requería un análisis a muchos niveles. Entre los testigos había
tanto laicos como sacerdotes, monseñores y cardenales, religiosos y religiosas.
Había laicos que conocían al Santo Padre como jefe de Estado, es decir,
presidentes, primeros ministros, personalidades de casas reales, pero también
los que le ayudaban en el apartamento papal, el personal de los servicios
técnicos y de seguridad. Todos decían con una sola voz que era “nuestro
hombre”, “nuestro Papa”: esto se debía a que Juan Pablo II tenía la capacidad
de entrar en una relación individual con cada persona. La gente sentía su
presencia en sus vidas como alguien cercano. También llama la atención en los
testimonios la convicción de los testigos sobre su santidad, de la que nadie
dudaba. Esta santidad se manifestaba en su forma de celebrar la Eucaristía, en
su celo por anunciar el Evangelio, por llevar a Cristo a los pueblos de todo el
mundo. Era un hombre que desprendía una profundidad de espíritu que expresaba
su relación más íntima con Dios, pero al mismo tiempo sabía entrar en una
relación auténtica y directa con cada ser humano. Este fue el denominador común
de los distintos testimonios.
Entonces, ¿durante
el proceso se convenció de la opinión general sobre la santidad de Juan Pablo
II?
Sí, viajé mucho
con los miembros del tribunal y tuve la oportunidad de experimentar una opinión
muy arraigada sobre la santidad de Juan Pablo II. Lo que llama la atención es
que estas opiniones proceden de personas de toda condición y de todo el mundo.
También quiero llamar la atención sobre el hecho de que Benedicto XVI dio su
consentimiento para iniciar el proceso de beatificación (en la foto, un momento
de la ceremonia de proclamación como beato) sin esperar cinco años desde el
momento de su muerte, como exigen las normas. La dispensa se debió a que Juan
Pablo II volvió a la casa del Padre ya con fama de santidad, como atestiguan
también sus funerales, que se convirtieron en un acontecimiento mundial.
Millones de personas acudieron a Roma para rendirle homenaje, convencidas de su
santidad. Cuando durante el proceso visité países no cristianos, donde el
concepto de santidad es desconocido, la gente se refería a Juan Pablo II como
“hombre de Dios”, “hombre bueno”. Por ejemplo, en Egipto, donde fuimos con el
tribunal a recoger los testimonios, la gente recordaba con gran emoción la
persona y la visita del Papa a ese país. Tras su muerte, Egipto, un país
musulmán, declaró luto nacional. Otra prueba de la fama de santidad fueron las
decenas de miles de cartas que la postulación recibió de todo el mundo, así
como las numerosas gracias –recibidas por su intercesión- que nos fueron
comunicadas.
Incluso después de
la canonización de Juan Pablo II, usted siguió viajando mucho y fue testigo del
culto mundial a Wojtyła. ¿Podría decir algo al respecto?
Tras la
canonización, el interés por la persona de San Juan Pablo II y su culto no han
disminuido, sino todo lo contrario. Su magisterio y su legado siguen vivos hoy
en día. Por ejemplo, no todo el mundo sabe que se han creado varias
congregaciones religiosas cuyo carisma es difundir y cultivar el legado de Juan
Pablo II. En Estados Unidos se ha fundado la congregación de las Hermanas del
Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón de María, que trabajan entre los laicos,
organizan simposios sobre Juan Pablo II y peregrinaciones de sus reliquias en
Estados Unidos y Sudamérica. Estoy impresionado por sus actividades. Otra
congregación inspirada en su espiritualidad es la pequeña congregación de los
Apóstoles de San Juan Pablo II, que trabaja en Birmania, proclamando el
Evangelio de la Misericordia entre los más pobres y entrando en relación con el
mundo budista. Hay muchas iniciativas de este tipo.
La Iglesia
presenta a los santos y beatos como modelos para los fieles, tanto para los
laicos como para los sacerdotes...
Juan Pablo II
puede ser un ejemplo de cómo vivir la vida de forma auténtica, como un tiempo
de amor. Al principio de su pontificado, el Papa escribió unas palabras que
explicaban lo que le había llevado a ser elegido para la Sede de Pedro:
“Debitor factus sum”, “Me he convertido en un deudor”. Estaba pagando su deuda
de amor. Por eso Juan Pablo II enseña a todos, laicos y sacerdotes, a vivir
cada momento de la vida como el pago de una deuda de amor.
¿Qué enseña San
Juan Pablo II más específicamente a los sacerdotes?
Lo que más me
llamó la atención del Papa fue su experiencia del sacerdocio, que determinó
quién era. Su fuerza provenía de ser un auténtico sacerdote unido a Cristo.
Vivió su identidad sacerdotal en todas las funciones para las que fue llamado:
simple sacerdote, capellán académico, profesor universitario, obispo, cardenal
y, finalmente, Papa. Le encantaba el pasaje evangélico del diálogo de Pedro con
el Resucitado: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. En este diálogo,
se encontró a sí mismo como discípulo. Esto dio lugar a su gran humildad, que
le llevó a encontrarse con Cristo cada día de rodillas, ante el sagrario,
escuchando la palabra de Dios, mirando el ejemplo de su cruz. Por eso el icono
de su pontificado es la escena del último Viernes Santo, cuando abraza la cruz
mirándola fijamente.
¿Qué ocurre en
Polonia? ¿Por qué san Juan Pablo II, el mayor polaco de la historia, es hoy
atacado y denigrado en ciertos círculos polacos?
Esta es una
pregunta muy dolorosa para mí. En general, podemos decir que estamos asistiendo
a una revolución neomarxista que tiene lugar no sólo en Polonia sino en todo el
mundo. Esta revolución quiere acabar con el símbolo de los valores que
representa el cristianismo y que recientemente se identifican con la persona y
las enseñanzas de Juan Pablo II. No se trata sólo del Papa, sino de la confrontación
general de dos visiones del mundo y del hombre: la visión de una “nueva
civilización” impuesta por los círculos neomarxistas y liberales que quiere
sustituir a una civilización inspirada en los valores cristianos, simbolizada
por Juan Pablo II.
No debemos
olvidar, sin embargo, que la Iglesia es una realidad divino-humana y, por
tanto, marcada por los pecados y debilidades humanas. Y son precisamente los
pecados humanos los que se convierten en la cara expuesta del Cuerpo Místico de
Cristo. De ahí el intento de atacar a la Iglesia y a Juan Pablo II desde la
perspectiva de los aspectos negativos de la vida de la Iglesia marcados por el
pecado humano.
Durante la última
misa que ha celebrado en la iglesia de San Juan Bautista, ha hablado de sí
mismo como “sacerdote romano”. ¿Qué significa eso?
Ser “sacerdote
romano” significa estar formado en el espíritu de la Iglesia universal. He
tenido el gran privilegio de servir a la Iglesia local de Roma, dirigida por el
obispo de Roma, el Papa. Ha sido un gran honor y alegría para mí, también
porque mi papel como postulador del proceso de beatificación de Juan Pablo II
formaba parte de este servicio.
Después de 36 años
en Roma, vuelve a Polonia. ¿Cuáles son sus proyectos?
Vuelvo a Toruń y
me pongo a disposición del obispo, que decidirá lo que haré según las
necesidades de la Iglesia local. Y trataré de servir a mi Iglesia de Toruń, a
la que siempre me sentí vinculado, con el mismo amor con el que serví a la
Iglesia romana.
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