lunes, 25 de noviembre de 2019

OBISPOS PUBLICAN LISTA



de verdades cuestionadas y negadas por los errores de nuestro tiempo

Voto Católico Colombia, 11 de junio de 2019

Dos cardenales y tres obispos han publicado una “Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo” como una especie de reedición del Syllabus de los errores modernos que publicó en su momento el beato papa Pío IX. 
Los cardenales Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta, y Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga, y los obispos Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima in Astana, Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda, y Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana, han firmado conjuntamente esa declaración de 40 verdades como forma de combatir la difusión de errores al interior de la Iglesia.

Buena parte de las verdades de Fe que los obispos presentan, son negadas actualmente por un importante número de católicos, jerarcas incluidos y hasta documentos del Papa Francisco. La declaración de verdades apunta, pues, a suplir la ausencia de verdadero gobierno pastoral que vive la Iglesia en los tiempos actuales.
La declaración de verdades está acompañada de una Nota Explicativa en la cual los firmantes expresan su intención y motivos a la hora de hacer esta declaración. Publicamos ambas íntegramente.

Nota explicativa a la Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo

La Iglesia actual sufre una de las mayores epidemias espirituales. Es decir, una confusión y desorientación doctrinal de alcance casi universal, que suponen un peligro seriamente contagioso para la salud espiritual y la salvación eterna de numerosas almas. Al mismo tiempo, es preciso reconocer un letargo espiritual generalizado en el ejercicio del Magisterio a diversos niveles de la jerarquía de la Iglesia de hoy. En buena parte, ello obedece a que no se ha observado el deber Apostólico – según lo declarado también por el Concilio Vaticano II – que los obispos deben «con vigilancia, apartar de su grey los errores que la amenazan» (Lumen gentium, 25).

Los tiempos que vivimos se caracterizan por una aguda hambre espiritual de los fieles católicos de todo mundo para que se reafirmen las verdades que han sido oscurecidas, socavadas y negadas por algunos de los más peligrosos errores de nuestra época. Los fieles que padecen esta hambre espiritual se sienten abandonados, y se encuentran por eso en una especie de periferia existencial. Semejante situación requiere con urgencia un remedio concreto. No admite más demora una declaración pública de las verdades que se oponen a dichos errores. Tenemos, por tanto, presentes las siguientes palabras del papa San Gregorio Magno, válidas para todos los tiempos: «No flaquee nuestra lengua para exhortar y, habiendo asumido el cargo de obispo, no nos condene nuestro silencio ante el tribunal del justo Juez (…) La grey que nos ha sido encomendada abandona a Dios, y callamos. Vive en pecado, y no alargamos la mano para corregirla» (Hom. In ev., 17,3.14).

Somos conscientes de la grave responsabilidad que tenemos como obispos católicos conforme a la amonestación de San Pablo, que enseña que Dios dio a su Iglesia «pastores y doctores a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, al estado de varón perfecto, alcanzando la estatura propia del Cristo total, para que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error. Sino que, andando en la verdad por el amor, en todo crezcamos hacia adentro de Aquel que es la cabeza, Cristo. De Él todo el cuerpo, bien trabado y ligado entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándole en el amor» (Ef 4, 12-16).

Con espíritu de caridad fraterna, publicamos la presente Declaración de verdades a modo de ayuda espiritual concreta para que los obispos, sacerdotes, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones de fieles laicos y particulares tengan oportunidad de confesar en privado o en público las verdades que más se niegan o desfiguran en nuestros tiempos. La siguiente exhortación del apóstol San Pablo debe entenderse como dirigida a cada obispo y fiel laico de hoy: «Lucha la buena lucha de la fe; echa mano de la vida eterna, para la cual fuiste llamado, y de la cual hiciste aquella bella confesión delante de muchos testigos. Te ruego, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús –el cual hizo bajo Poncio Pilato la bella confesión– que guardes tu mandato sin mancha y sin reproche hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo» (1Tim 6,12-14).

Ante la mirada del Divino Juez y en su propia conciencia, todo obispo, sacerdote y fiel laico tiene el deber moral de dar testimonio inequívoco de las verdades que hoy en día se oscurecen, socavan y niegan. Declarando dichas verdades mediante actos públicos y privados se podría iniciar un movimiento de confesión de la Verdad, de defensa y reparación por los pecados generalizados contra la Fe y por los pecados secretos y públicos de apostasía, disimulada o manifiesta, de no pocos clérigos y seglares. Eso sí, hay que tener presente que lo que importa en tal movimiento no es el número de sus miembros, sino la verdad, como afirmó San Gregorio Nacianceno ante la confusión doctrinal generalizada de la crisis arriana, cuando declaró que Dios no se complace en los números (cf. Or. 42,7).
Al dar testimonio de la perenne fe católica, clero y fieles recordarán la verdad de que «la totalidad de los fieles no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 12).

Los santos y los grandes obispos que vivieron en tiempos de crisis doctrinales pueden interceder por nosotros y guiarnos mediante su enseñanza, como lo hacen las siguientes palabras de San Agustín dirigidas al Papa San Bonifacio I: «Dado que todos los que ejercemos el episcopado compartimos una misma atalaya pastoral (si bien tu vigilas desde una altura superior), hago lo que está en mis manos con respecto a mi pequeña porción del rebaño en la medida en que el Señor se digna concederme autoridad mediante la ayuda de tus oraciones » (Contra ep. pel., 1,2).
La voz unánime de los pastores y los fieles en una precisa declaración de verdades será indudablemente un medio eficaz de ayuda fraternal y filial al Sumo Pontífice en la extraordinaria situación actual de confusión doctrinal generalizada y desorientación que reina en la vida de la Iglesia.

Hacemos esta Declaración con espíritu de caridad cristiana, la cual se manifiesta velando por la salud espiritual de los pastores y los fieles; es decir, de todos los miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, teniendo presentes las siguientes palabras de San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios: «Que no haya disensión en el cuerpo, sino que los miembros tengan el mismo cuidado los unos por los otros. Por donde si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; y si un miembro es honrado, se regocijan con él todos los miembros» (1Cor 12, 25-27), y en la carta a los Romanos: «Pues así como tenemos muchos miembros en un solo cuerpo, y no todos los miembros tienen la misma función, del mismo modo los que somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, pero en cuanto a cada uno somos recíprocamente miembros. Y tenemos dones diferentes conforme a la gracia que nos fue dada, ya de profecía para hablar según la regla de la fe, ya de ministerio, para servir; ya de enseñar, para la enseñanza; ya de exhortar, para la exhortación. (…) Aborreced lo que es malo, apegaos a lo que es bueno. En el amor a los hermanos sed afectuosos unos con otros; en cuanto al honor, daos preferencia mutuamente. En la solicitud, no seáis perezosos; en el espíritu sed fervientes; para el Señor sed servidores» (Rm 12, 4-11).

Los cardenales y obispos que firman esta “Declaración de verdades” la encomiendan al Corazón Inmaculado de la Madre de Dios bajo la advocación “Salus populi romani” (“Salvación del pueblo romano”) considerando el privilegiado significado espiritual que este ícono tiene para la Iglesia Romana. Que toda la Iglesia Católica, bajo la protección de la Virgen Inmaculada y Madre de Dios, “luche intrépidamente la buena batalla de la fe, persevere firmemente en la doctrina de los apóstoles y proceda seguramente entre las tempestades del mundo hasta llegar a la ciudad celestial” (Prefacio de la misa en honor de la Bienaventurada Virgen María “Salvación del pueblo romano”).

31 de mayo de 2019


Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo

«La Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad» (1Tim 3,15)


Fundamentos de la Fe
El sentido correcto de las expresiones tradición viva, Magisterio vivo, hermenéutica de la continuidad y desarrollo de la doctrina incluye la verdad que cada vez que se profundice en el entendimiento del Depósito de la Fe, sin embargo esta profundización no puede ser contraria al sentido que ha expuesto siempre la Iglesia en el mismo dogma, el mismo sentido y el mismo entendimiento (cf. Concilio Vaticano I, Dei Filius, sess. 3, c. 4: «in eodem dogmate, eodem sensu, eademque sententia»).

«El significado mismo de las fórmulas dogmáticas es siempre verdadero y coherente consigo mismo dentro de la Iglesia, aunque pueda ser aclarado más y mejor comprendido. Es necesario, por tanto, que los fieles rehúyan la opinión según la cual en principio las fórmulas dogmáticas (o algún tipo de ellas) no pueden manifestar la verdad de modo concreto, sino solamente aproximaciones mudables que la deforman o alteran de algún modo; y que las mismas fórmulas, además, manifiestan solamente de manera indefinida la verdad, la cual debe ser continuamente buscada a través de aquellas aproximaciones.» Así pues, «los que piensan así no escapan al relativismo teológico y falsean el concepto de infalibilidad de la Iglesia que se refiere a la verdad que hay que enseñar y mantener explícitamente» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la doctrina católica acerca de la Iglesia para defenderla de algunos errores actuales, 5).

Credo
«El reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres. Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. 
Porque, mientras no cesa de amonestar a todos sus hijos que no tienen aquí en la tierra ciudad permanente (cf. Heb 13,14), los estimula también, a cada uno según su condición de vida y sus recursos, a que fomenten el desarrollo de la propia ciudad humana, promuevan la justicia, la paz y la concordia fraterna entre los hombres y presten ayuda a sus hermanos, sobre todo a los más pobres y a los más infelices. Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en Aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o se resfriase el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.» (Pablo VI, Constitución apostólicaSolemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 27). Es, por tanto, erróneo afirmar que lo que más glorifica a Dios es el progreso de las condiciones terrenas y temporales de la especie humana.

Después de la institución de la Nueva y Eterna Alianza en Cristo Jesús, nadie puede salvarse obedeciendo solamente la ley de Moisés, sin fe en Cristo como Dios verdadero y único Salvador de la humanidad (cf. Rm 3,28; Gal 2,16).
Ni los musulmanes ni otros que no tengan fe en Jesucristo, Dios y hombre, aunque sean monoteístas, pueden rendir a Dios el mismo culto de adoración que los cristianos; es decir, adoración sobrenatural en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,24; Ef 2,8) por parte de quienes han recibido Espíritu de filiación (cf. Rm 8,15).

Las religiones y formas de espiritualidad que promueven alguna forma de idolatría o panteísmo no pueden considerarse semillas ni frutos del Verbo puesto que son imposturas que impiden la evangelización y la eterna salvación de sus seguidores, como enseñan las Sagradas Escrituras: «El dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca para ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2Cor 4,4).
El verdadero ecumenismo tiene por objetivo que los no católicos se integren a la unidad que la Iglesia Católica posee de modo inquebrantable en virtud de la oración de Cristo, siempre escuchada por el Padre: «para que sean uno» (Jn 17,11), la unidad, la cual profesa la Iglesia en el Símbolo de la Fe: «Creo en la Iglesia una». Por consiguiente, el ecumenismo no puede tener como finalidad legítima la fundación de una Iglesia que aún no existe.
El Infierno existe, y quienes están condenados a él a causa de algún pecado mortal del que no se arrepintieron son castigados allí por la justicia divina (cf. Mt 25,46). Conforme a la enseñanza de la Sagrada Escritura, no sólo se condenan por la eternidad los ángeles caídos sino también las almas humanas (cf. 2Tes 1,9; 2Pe 3,7). Es más, los humanos condenados por la eternidad no serán exterminados, porque según la enseñanza infalible de la Iglesia sus almas son inmortales (cf. V Concilio de Letrán, sesión 8.)

La religión nacida de la fe en Jesucristo, Hijo encarnado de Dios y único Salvador de la humanidad, es la única religión positivamente querida por Dios. Por tanto, es errónea la opinión según la cual del mismo modo que Dios ha querido que haya diversidad de sexos y de naciones, quiere también que haya diversidad de religiones.
«Nuestra religión [la cristiana] instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo» (Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 53).
El don del libre albedrío con que Dios Creador dotó a la persona humana, concede al hombre el derecho natural de elegir únicamente el bien y lo verdadero. Ningún ser humano tiene, por tanto, el derecho natural a ofender a Dios escogiendo el mal moral del pecado o el error religioso de la idolatría, de la blasfemia o una falsa religión.

La Ley de Dios
Mediante la gracia de Dios, la persona justificada posee la fortaleza necesaria para cumplir las exigencias objetivas de la ley divina, dado que para los justificados es posible cumplir todos los mandamientos de Dios. Cuando la gracia de Dios justifica al pecador, por su propia naturaleza da lugar a la conversión de todo pecado grave (cf. Concilio de Trento, sesión 6, Decreto sobre la justificación, cap. 11 y 13).
«Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios, Creador y Señor. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables de la observancia de los mandamientos de la Alianza, renovada en la sangre de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo» (Juan Pablo II, encíclica Vertitatis splendor, 76). 
De acuerdo con la enseñanza de la misma encíclica, es errónea la opinión de quienes «creen poder justificar, como moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a los mandamientos de la ley divina y natural». Por ello, «estas teorías no pueden apelar a la tradición moral católica» (íbid.).
Todos los mandamientos de la Ley de Dios son igualmente justos y misericordiosos. Es, por tanto, errónea la opinión de que obedeciendo un mandamiento divino – como, por ejemplo, el sexto mandamiento que prohibe cometer adulterio – una persona puede, en razón de esa misma obediencia, pecar contra Dios, perjudicarse a sí misma moralmente o pecar contra otros.

“Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia” (Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62). La divina revelación y la ley natural contienen principios morales que incluyen prohibiciones negativas que vedan terminantemente ciertas acciones, por cuanto dichas acciones son siempre gravemente ilegítimas por razón de su objeto. De ahí que sea errónea la opinión de que una buena intención o una buena consecuencia, pueden ser suficientes para justificar la comisión de tales acciones (cf. Concilio de Trento, sesión 6, de iustificatione, c. 15; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica,Reconciliatio et Paenitentia, 17; Encíclica Veritatis splendor, 80).

La ley natural y la Ley Divina prohíben a la mujer que ha concebido a un niño matar la vida que porta en su seno, ya sea que lo haga ella misma o con ayuda de otros, directa o indirectamente (cf. Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62).
Las técnicas de reproducción «son moralmente inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 14).

Ningún ser humano puede estar jamás moralmente justificado, ni se le puede permitir desde el punto de vista moral, de quitarse la vida o hacérsela quitar por otros con el fin de escapar el sufrimiento. «La eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65).

Por mandato divino y por la ley natural, el matrimonio es la unión indisoluble de un hombre y una mujer, ordenada por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole y al amor mutuo (cf. Gn 2,24; Mc 10,7-9; Ef 5,31-32). “Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 48)

Según el derecho natural y el divino, todo ser humano que hace uso voluntario de sus facultades sexuales fuera del matrimonio legítimo peca. Por tanto, es contrario a las Sagradas Escrituras y a la Tradición afirmar que la conciencia es capaz de determinar legítimamente y con acierto que los actos sexuales entre personas que han contraído matrimonio civil pueden en algunos casos considerarse moralmente correctos o hasta ser pedidos e incluso ordenados por Dios, aunque una de ellas o las dos estén casadas sacramentalmente con otra persona (cf. 1Cor 7, 11; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 84).

La ley natural y Divina prohibe “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.” (Pablo VI, encíclica Humanae vitae, 14).
Todo marido o esposa que se haya divorciado del cónyuge con quien estaba válidamente casado y contraiga después matrimonio civil con otra persona mientras aún vive su cónyuge legítimo, conviviendo maritalmente con su pareja civil, y que opte por vivir en ese estado con pleno conocimiento de la naturaleza de este acto y pleno consentimiento de la voluntad a este acto, está en pecado mortal y no puede por tanto recibir la gracia santificante ni crecer en la caridad. Por consiguiente, a no ser que tales cristianos convivan como hermano y hermana, no pueden recibir la Sagrada Comunión (cf. Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 84).

Dos personas del mismo sexo pecan gravemente cuando se procuran placer venéreo mutuo (cf. Lev 18,22; 20,13; Rm 1,24-28; 1Cor 6,9-10; 1Tim 1,10; Jds 7). Los actos homosexuales “no pueden recibiraprobación en ningún caso” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2357). Así pues, es contraria a la ley natural y a la Divina Revelación la opinión que sostiene que del mismo modo que Dios el Creador ha dado a algunos seres humanos la inclinación natural a sentir deseo sexual hacia las personas del otro sexo, así también el Creador ha dado a otros la inclinación a desear sexualmente a personas del mismo sexo, y que es la voluntad del Criador que en determinadas circunstancias esa tendencia se lleve a efecto.

Ni las leyes de los hombres ni ninguna autoridad humana pueden otorgar a dos personas del mismo sexo el derecho a casarse, ni declararlas casadas, ya que ello es contrario al derecho natural y a la ley de Dios. “En el designio del Creador complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen, por lo tanto, a la naturaleza misma de la institución del matrimonio” (Congregación para la doctrina de la fe,Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuals, 3 de junio de 2003, 3).
Aquellas uniones que reciben el nombre de matrimonio sin corresponder a la realidad del mismo, no pueden obtener la bendición de la Iglesia, por ser contrarias al derecho natural y divino.

Las autoridades civiles no pueden reconocer uniones civiles o legales entre dos personas del mismo sexo que claramente imitan la unión matrimonial, aunque dichas uniones no reciban el nombre de matrimonio, porque fomentarían pecados graves entre sus integrantes y serían motivo de grave escándalo (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, 3 de junio de 2003).

Los sexos masculino y femenino, hombre y mujer, son realidades biológicas, creadas por la sabia voluntad de Dios (cf. Gn 1, 27; Catecismo de la Iglesia Católica, 369). Es, por tanto, una rebelión contra la ley natural y Divina y un pecado grave que un hombre intente convertirse en mujer mutilándose, o que simplemente se declare mujer, o que del mismo modo una mujer trate de convertirse en hombre, o bien afirmar que las autoridades civiles tengan el deber o el derecho de proceder como si tales cosas fuesen o pudieran ser posibles y legítimas (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2297).

De conformidad con las Sagradas Escrituras y con la constante Tradición del Magisterio ordinario y universal, la Iglesia no erró al enseñar que las autoridades civiles pueden aplicar legítimamente la pena capital a los malhechores cuando sea verdaderamente necesario para preservar la existencia o mantener el orden justo en la sociedad (cf. Gn 9,6; Jn 19,11; Rm 13,1-7; Inocencio III, Professio fidei Waldensibus praescripta; Catecismo Romano del Concilio de Trento, p. III, 5, n. 4; Pio XII, Discurso a los juristas Católicos, 5 de diciembre de 1954).
Toda autoridad en la Tierra y en el Cielo pertenece a Jesucristo; de ahí que las sociedades civiles y cualquier otra asociación de hombres esté sujeta a su realeza, por lo que «el deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2105; cf. Pio XI, Encíclica Quas primas, 18-19; 32).

Los sacramentos
En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía tiene lugar una maravillosa transformación de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su Sangre, transformación que la Iglesia Católica llama muy apropiadamente transubstanciación (cf. IV Concilio de Letrán, cap.1; Concilio de Trento, sesión 13, c.4). «Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino» (Pablo VI, carta apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 25).

Las palabras con las que expresó el Concilio de Trento la fe de la Iglesia en la Sagrada Eucaristía son idóneas para los hombres de todo tiempo y lugar, ya que son «doctrina siempre válida» de la Iglesia (Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistia, 15).
En la Santa Misa se ofrece a la Santísima Trinidad un sacrificio verdadero y propio, y este sacrificio tiene un valor propiciatorio tanto para los hombres que viven en la tierra como para las almas del purgatorio. Es, por lo tanto, errónea la opinión según la cual el Sacrificio de la Misa consistiría simplemente en el hecho de que el pueblo ofrezca un sacrificio espiritual de oración y alabanza, así como la opinión de que la Misa puede o debe definirse solamente como la entrega que hace Cristo de Sí mismo a los fieles como alimento espiritual para ellos (cf. Concilio de Trento, sesión 22, c. 2).

«La misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial» (Pablo VI, Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 24).

«Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles. (…) Que los fieles ofrezcan el sacrificio por manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro del altar representa la persona de Cristo, como Cabeza que ofrece en nombre de todos los miembros. Pero no se dice que el pueblo ofrezca juntamente con el sacerdote porque los miembros de la Iglesia realicen el rito litúrgico visible de la misma manera que el sacerdote, lo cual es propio exclusivamente del ministro destinado a ello por Dios, sino porque une sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote, más aún, del mismo Sumo Sacerdote, para que sean ofrecidos a Dios Padre en la misma oblación de la víctima, incluso con el mismo rito externo del sacerdote”. (Pío XII, encíclica Mediator Dei, 112).

El sacramento de la Penitencia es el único medio ordinario por el que se pueden absolver los pecados graves cometidos después del Bautismo. Según el derecho divino todos esos pecados deben confesarsesegún su especie y su número (cf. Concilio de Trento, sesión 14, canon 7).
El derecho divino prohíbe al confesor violar el sigilo del sacramento de la penitencia fuere por el motivo que fuere. Ninguna autoridad eclesiástica tiene potestad para dispensarlo del secreto del sacramento, y tampoco las autoridades civiles están facultadas para obligarlo a ello (cf. CIC 1983, can. 1388 § 1; Catecismo de la Iglesia Católica 1467).
Por la voluntad de Cristo y por la inmutable tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes estén objetivamente en estado de grave pecado público, y tampoco se debe dar la absolución sacramental a quienes manifiesten no estar dispuestos a ajustarse a la Ley de Dios, aunque esa falta de disposición corresponda a una sola materia grave (cf. Concilio de Trento, sess. 14, c. 4; Juan Pablo II, Mensaje al Cardinal William W. Baum,  22 de marzo de 1996).
Conforme a la constante tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes nieguen alguna verdad de la fe católica profesando formalmente adhesión a una comunidad cristiana herética o oficialmente cismática (cf. Código del Derecho Canónico 1983, can. 915; 1364).

La ley que obliga a los sacerdotes a observar la perfecta continencia mediante el celibato tiene su origen en el ejemplo de Jesucristo y pertenece a una tradición inmemorial y apostólica, según el testimonio constante de los Padres de la Iglesia y de los Romanos Pontífices. Por esta razón, no se debe abolir esta ley en la Iglesia Romana por medio de la innovación de un supuesto celibato opcional de los sacerdotes, ya sea a nivel regional o universal. El testimonio válido y perenne de la Iglesia afirma que la ley de la continencia sacerdotal «no impone ningún precepto nuevo. Dichos preceptos deben observarse, porque algunos los han descuidado por ignorancia y pereza. Con todo, los mencionados preceptos se remontan a los apóstoles y fueron establecidos por los Padres, como está escrito: “Así pues, hermanos, estad firmes y guardad las enseñanzas que habéis recibido, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2Tes 2,15). Lo cierto es que muchos, desconociendo los estatutos de nuestros predecesores, han violado con su presunción la castidad de la Iglesia y se han guiado por la voluntad del pueblo, sin temor a los castigos divinos» (Papa Siricio, decretal Cum in unum del año 386).

Por voluntad de Cristo y por la divina constitución de la Iglesia, sólo los varones bautizados pueden recibir el sacramento del Orden, ya sea para el episcopado, el sacerdocio o el diaconado (cf. la carta apostólica de Juan Pablo II Ordinatio sacerdotalis, 4). Es más, la afirmación de que sólo un concilio ecuménico puede dirimir esta cuestión es errónea, dado que la autoridad de un concilio ecuménico no es mayor que la del Romano Pontífice (cf. V Concilio de Letrán, sesión 11; Concilio Vaticano I, sesión 4, c.3).

31 de mayo de 2019


Cardenal Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta
Cardinal Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga
Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima en Astana
Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda
Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

martes, 12 de noviembre de 2019

CARDENAL BURKE



«Se ha producido un colapso de la autoridad magisterial central del Romano Pontífice»


El cardenal estadounidense Raymond Burke ha concedido una entrevista a Ross Douthat, del New York Times, en la que aborda su postura ante la deriva a la que el papa Francisco está llevando a la Iglesia. El purpurado advierte que aunque no piensa formar parte de ningún cisma, el propio Pontìfice lo encabezaría si aprobara algo contrario a la Tradición en la exhortación sobre el Sínodo para la Amazonia.

(NYT/InfoCatólica) 12-11-19

Extractos de la entrevista de Ross Douthat al cardenal Burke:

Empecemos con un tema personal, en lugar de con uno teológico. Cuénteme cómo llegó a ser sacerdote.

Bueno, crecí en una pequeña vaquería en el campo de Wisconsin. Mis padres eran buenos católicos. Era una cosa normal en aquellos tiempos: todos los niños pensaban alguna vez en ser sacerdotes.

Cuando estaba en el segundo curso de educación primaria, en 1955, a mi padre le diagnosticaron un tumor cerebral canceroso y le operaron en la Clínica Mayo, pero realmente no había mucho que pudieran hacer. Permaneció en casa durante los últimos meses de su vida y un sacerdote solía venir a confesarle y traerle la Sagrada Comunión. En aquellos días, cuando el sacerdote venía a una casa a dar la Comunión, iba a la puerta y le recibía con una vela encendida. Tuvimos una pequeña procesión hasta el dormitorio donde estaba mi padre en su lecho de enfermo y el sacerdote escuchó la confesión de mi padre y después nos invitó a entrar para que estuviéramos en el rito de la Sagrada Comunión. Esto me causó una tremenda impresión. Solo con el correr de los años comprendí por completo el significado del sufrimiento y la muerte de mi padre, pero en la medida en que un niño podía hacerlo entendí lo que estaba sucediendo. Vi que este sacerdote traía lo que me parecía la ayuda más importante para mi padre.

Así que la idea simplemente fue creciendo en mí. Cuando estaba en octavo curso, pregunté a mi madre si podía ir al seminario menor de la diócesis. Ella se preocupó un poco. Yo era el más joven de seis hermanos, no era muy fuerte y el seminario era algo así como una escuela militar. Pero me dijo que sí.

Volviendo al Santo Padre, usted ha dicho que le han acusado de ser el enemigo del Papa. ¿Cree usted que Francisco le considera un enemigo?

No lo creo. Nunca me lo ha dicho. No me encuentro con él muy a menudo, pero cuando le he visto nunca me ha regañado ni acusado de tener pensamientos o actitudes de enemistad hacia él.

Pero sí que le degradó.

Sí.

Sin embargo, desde el Sínodo de la Familia, usted ha criticado acciones específicas y tendencias generales de este pontificado.

Sigo diciendo que ese es mi deber como cardenal. Siempre intenté hablar directamente con el Papa sobre ello. No me gusta jugar con la gente y fingir que pienso una cosa cuando pienso lo contrario. Nunca critico al Papa personalmente, pero cuando vi lo que me pareció una dirección nociva de la Iglesia, cuando vi todo este debate en el Sínodo de la Familia que cuestionaba los cimientos de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad, tuve que alzar la voz, porque era mi deber.

¿Cómo resumiría su crítica de la forma en que el Papa está gestionando los debates que ha abierto?

Supongo que podría resumirse así: se ha producido un colapso de la autoridad magisterial central del Romano Pontífice. El Sucesor de Pedro desempeña una misión esencial de enseñanza y gobierno y el Papa Francisco, en muchos sentidos, se ha negado a ejercer esa misión. Por ejemplo, la situación en Alemania: la Iglesia Católica en Alemania está en proceso de convertirse en una iglesia nacional, con prácticas que no están en consonancia con la Iglesia universal.

El cisma nunca puede ser la voluntad de Cristo. Cristo nunca puede querer que se produzca una división en su Cuerpo. Hay gente que viene y me dice ‘Mire, cardenal, ya es hora, tenemos que hacer un cisma’. Y yo les digo ‘No, no es posible. Nuestro Señor no puede querer eso y yo no voy a formar parte de ningún cisma’.

¿Cree que Francisco es el Papa legítimo?

Sí, sí. La gente me ha presentado todo tipo de argumentos, cuestionando la elección del Papa Francisco, pero yo le nombro cada vez que ofrezco la Santa Misa y le llamo Papa Francisco. Para mí no son meras palabras. Creo que es el Papa. E intento decírselo siempre a la gente, porque tiene usted razón: también yo he notado que la gente cada vez responde de forma más extrema a lo que está pasando en la Iglesia.

Sobre el Sínodo de la Amazonia

En relación al reciente sínodo amazónico, el cardenal dice:

Si bien el documento final es menos explícito en adoptar el panteísmo, no repudia las afirmaciones del documento de trabajo que constituyen una apostasía de la fe católica.

El documento de trabajo no tiene valor doctrinal, pero ¿qué pasaría si el Papa aprobase ese documento? La gente dice que, si no lo aceptara, estaría en un cisma, pero yo mantengo que no sería yo quien estaría en un cisma, porque el documento contiene elementos que se apartan de la Tradición apostólica. Así que, en mi opinión, es el documento el que es cismático, no yo.

Pero ¿cómo puede pasar eso? Está dando a entender que, en ese caso, el Papa estaría a la cabeza de un cisma.

Sí.

¿No contradice eso profundamente la forma en que los católicos entienden el Papado?

Por supuesto, exactamente. Es una contradicción completa. Y ruego que no suceda. Y, para ser sincero, no sé cómo afrontar algo así. Hasta donde puedo ver, no hay ningún mecanismo en la legislación universal de la Iglesia para afrontar una situación de ese tipo.

viernes, 8 de noviembre de 2019

EL CARDENAL CAMILLO RUINI




El alto prelado italiano, un conservador de 88 años, fue presidente de la Conferencia Episcopal de su país


Elisabetta Piqué
La Nación, 8 de noviembre de 2019 

Habemus nuevo adversario papal. No son tiempos fáciles para el papa Francisco. Al escándalo financiero que estalló el mes pasado, que ha sacudido como nunca la curia romana -bajo investigación del Vaticano-, la consecuente salida poco clara de su ex ángel de la guarda y los habituales ataques por parte de medios católicos norteamericanos ultraconservadores, se ha sumado un nuevo enemigo.

Se trata del cardenal italiano Camillo Ruini, personaje de lo más influyente en la Iglesia italiana, muy poderoso porque fue durante 16 años presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), al frente de la cual se caracterizó por su intervención directa en asuntos políticos italianos.

Miembro del ala conservadora que quedó descolocada después de la elección de Jorge Bergoglio, un outsider demasiado reformista, Ruini concedió el domingo pasado una entrevista al diario Corriere della Sera que fue interpretada como una señal, muy sutil, en la que declaró la guerra.



En forma muy fina y diplomática, típicamente clerical e italiana, si bien el purpurado definió a Francisco "mi papa, al que le debo respeto, obediencia y amor", también le lanzó un guante. ¿Por qué? Porque le dio un virtual "apoyo" a Matteo Salvini, una figura antitética al Papa, al llamar a la Iglesia Católica local a abrir un diálogo con él, que es el líder de la ultraderechista y xenófoba Liga, el partido en este momento más fuerte en Italia. Y que, de haber otra crisis y nuevas elecciones, nadie duda de que triunfaría.

Como ministro del Interior del anterior gobierno de coalición con el Movimiento Cinco Estrellas -que colapsó en agosto pasado-, Salvini fue una especie de antipapa.

En los 14 meses que estuvo en el poder, hizo todo lo contrario a su prédica al cerrarle los puertos a los migrantes, endurecer la política inmigratoria e incentivar con su retórica inflamada el racismo contra extranjeros y gitanos, en virtud de su soberanismo populista y de su caballito de batalla, "los italianos primero". Salvini actuó de forma poco evangélica, empuñando al mismo tiempo el rosario y la Biblia en actos públicos, causando gran escozor en ambientes católicos y convirtiéndose en el primer ministro "de facto" del anterior gobierno, Salvini nunca fue recibido en audiencia por el Papa.


"No comparto la imagen totalmente negativa de Salvini que es propuesta en algunos ambientes", dijo Ruini en su sorprendente entrevista con el Corriere. "Pienso que Salvini tiene notables perspectivas frente a sí, aunque necesita madurar bajo varios aspectos. El diálogo con él, por lo tanto, me parece obligado", agregó. Al ser consultado por el uso del rosario del "capitán", Ruini minimizó: "Aunque puede parecer un gesto instrumental y herir nuestra sensibilidad, si bien poco feliz, puede ser una forma de afirmar el rol de la fe en el espacio público".

Ruini tampoco tuvo problemas en hablar sobre el reciente sínodo amazónico, en el que se le propuso al Papa ordenar diáconos casados para suplir la carencia de curas en zonas remotas, una medida que los sectores ultraconservadores temen que pueda degenerar en el fin de la ley del celibato . "Para mí es un error. Espero y rezo para que el Papa no confirme esta decisión", dijo el cardenal, de 88 años.

El ataque solapado de Ruini cayó como una bomba en distintos ámbitos católicos y pareció marcar un salto cualitativo en lo que tiene que ver con maniobras de oposición a Francisco. "La entrevista es un primer ataque en gran estilo a la visión política del papa Francisco con respecto al soberanismo iliberal y clerical", aseguró el prestigioso vaticanista Marco Politi en un artículo en Il Fatto Quotidiano en el que destacó que Ruini, lejos de ser un "cardenal cualquiera jubilado", sigue siendo una figura muy poderosa y escuchada.

"No hay que subestimar de ningún modo su decisión de salir de forma tan pesada en contra de las líneas guía ideales de papa Bergoglio en cuanto al soberanismo, que incita la xenofobia y manipula los símbolos religiosos", advirtió Politi, que consideró que en otras épocas hubiera sido totalmente "impensable" que un expresidente de la CEI se posicionara de esta forma contra el Papa.

"Con esta entrevista pensada y calculada hasta en las comas, el cardenal que le susurra a Salvini se propone como convergencia de todos los que por ahora van por su cuenta en contra del Obispo de Roma", advirtió, por otro lado, el sacerdote Paolo Farinella.

En su blog personal, Farinella recordó que siendo presidente de la CEI, Ruini no dudó en respaldar al expremier Silvio Berlusconi y a la derecha, para que el Parlamento frenara leyes en favor del matrimonio homosexual o la procreación asistida. Además, no tardó en definir al anciano cardenal, también apodado "don Camilo", como a un "individuo más peligroso que cualquier otro que ataca directamente al Papa".

jueves, 7 de noviembre de 2019

CARDENAL SARAH



 «Es tiempo de que la Iglesia reflexione sobre el desconcierto y la confusión inoculados en muchos fieles»

«POR LA CACOFONÍA QUE REINA EN LAS ENSEÑANZAS DE LOS OBISPOS Y LOS SACERDOTES»

(InfoCatólica) 7-11-19

En el auditorio de la Universidad CEU San Pablo, con la presencia, entre otros, de los cardenales Antonio María Rouco Varela y Antonio Cañizares, el Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha abordado la importancia de la educación en la misión de la Iglesia, con motivo de la presentación del 21 Congreso Católicos y Vida Pública.

Debido a la gran asistencia de personas, unas 600, se ha habilitado una sala anexa para seguir la presentación.
Tras la presentación por el periodista Francisco Serrano, el Cardenal Sarah ha señalado el momento en el que «la escuela y la universidad atraviesan una crisis muy profunda, la de una sociedad laicista, secularizada, sin Dios». Una crisis que proviene del «constante cuestionamiento de los valores fundamentales que durante miles de años han apoyado, enseñado, educado y estructurado al hombre internamente».

El cardenal ha señalado que debemos ser capaces de medir la gravedad de la crisis, «dada la atmósfera atea o de indiferencia hacia las cuestiones religiosas o morales en la que se encuentran impregnadas la educación y las estructuras escolares». En este sentido, el prefecto ha destacado la necesidad de entender que «el núcleo del acto educativo es que la persona educada adquiera las virtudes que le permitan desplegar y estructurar su humanidad y su personalidad de acuerdo con la verdad que les es intrínseca».

La importancia de la familia en una sociedad sin Dios
Para ello, además de la escuela y la universidad, «la familia es la primera célula que puede proporcionar esta fantástica carga emocional, en medio de la confusión de ideas, de ideologías, del desorden de información e impresiones que asaltan por todos lados a muchos jóvenes». Sin embargo, el prefecto ha apuntado que «por desgracia, está desestructurada, demolida, desmantelada; y con frecuencia, en nuestros días, pide ser reemplazada por la escuela».
El cardenal partió de «la crisis antropológica y moral sin precedentes que atraviesa nuestro tiempo exige que la Iglesia asuma una mayor responsabilidad y compromiso para proponer su enseñanza doctrinal y moral de modo claro, preciso y firme».

Y ha continuado: «Hoy, a algunas personas les gustaría que la Iglesia se centrara exclusivamente en el ejercicio de la misericordia, en el trabajo de reducir o incluso erradicar la pobreza, en la acogida de migrantes, en la acogida y acompañamiento de los ‘heridos de la vida'». «Ciertamente es necesario invertir en la solución de problemas sociales --ha proseguido--, pero también es necesario, y quizás incluso más que nada, trabajar contra corriente para evitar que tantos hombres y mujeres resulten heridos en sus cuerpos, sus almas, su inteligencia, su afectividad, etc. ¿No es la educación la mejor prevención? Se trata del ejercicio de la justicia y de la misericordia».

Los desafíos antropológicos de la crisis actual de la educación: feminismo, mentalidad anticonceptiva, relación hombre-mujer
El Cardenal Sarah situó las raíces de la situación actual en la falta de comprensión antropológica, primero el ataque a la mujer y a la maternidad, después esa separación del aspecto unitivo y procreativo de las relaciones sexuales sin las cuales la relación hombre-mujer pierde su sentido:
La desestructuración de la identidad sexual que a menudo se llama «teoría de género», contra la que el papa Francisco tiene palabras durísimas y una actitud de intolerancia absoluta, puede entenderse como la consecuencia antropológica de una mutación práctica.

El primer eslabón del proceso involucró a la mujer. De hecho, la mentalidad anticonceptiva que se ha extendido fuertemente después de 1950 ha hecho posible una profunda desconexión entre la mujer y su cuerpo, desconexión que ha cambiado radicalmente la forma de entender la sexualidad humana, el matrimonio, la filiación y por supuesto la educación. Es preciso recordar aquí la frase de Simone de Beauvoir (1908-1986), que ha dado la vuelta al mundo: «no naces mujer, te conviertes en mujer». La teoría de género se ha referido ampliamente a ella. Añadamos que para de Beauvoir, la familia, el matrimonio y la maternidad son la fuente de la «opresión» y de la dependencia femeninas. 

La píldora habría «liberado» a las mujeres al darles «el control de su cuerpo» y la posibilidad de «disponer libremente» de él . Bajo el lema feminista «mi cuerpo me pertenece» en realidad se oculta una profunda alienación del sujeto encarnado. De hecho, detrás de esta afirmación de «libertad» yace una instrumentalización del propio cuerpo como material a disposición de los deseos más indeterminados. 
La mentalidad anticonceptiva ha engendrado un dualismo entre la libertad individual vista como ilimitada y todopoderosa, por un lado, y el cuerpo como instrumento de disfrute, por otro. En esa perspectiva, el cuerpo sexuado ya no puede ser vivido como signo e instrumento del don de sí, cuya finalidad es la comunión de los esposos. El vínculo intrínseco entre los dos significados del acto conyugal, la dimensión procreadora y la dimensión unitiva, se rompe . Este vínculo se vuelve opcional y lógicamente la sexualidad termina siendo considerada solo en su dimensión relacional y agradable. Los efectos desestabilizadores de tal mentalidad no se han hecho esperar.

En unos pocos años, esta desconexión engendró simultáneamente la tecnificación de la procreación (reproducción asistida) y la legitimación social de la homosexualidad. De hecho, si la sexualidad ya no se percibe a la luz del don de la vida, ¿cómo se puede considerar la homosexualidad como una perversión, un desorden objetivo y grave? Pero junto a estos cambios importantes va una redefinición de la identidad sexual, considerándola como puramente construida. Si se niega el vínculo intrínseco entre los dos significados del acto conyugal, la diferencia de los sexos pierde el primer fundamento de su inteligibilidad. 

A partir de entonces, el cuerpo sexuado se niega en su naturalidad para ser considerado como un simple material que la conciencia individual puede modelar a su agrado. En nombre de la lucha contra las «discriminaciones» de las que serían víctimas las «minorías sexuales», los agentes de la subversión antropológica toman como rehenes en sus revindicaciones a las autoridades públicas y al legislador. En nombre de la «igualdad» y la «libertad», exigen que todo discurso social, especialmente en las escuelas y los medios de comunicación, sea «respetuoso» con la indeterminación sexual de los individuos y la libre elección de su identidad. Entonces, cada uno puede afirmar que es por auto-designación y proclamar: «Yo hago mi propia elección. Estoy orgulloso de ello y me afirmo en esa elección. No admito que otro o la sociedad me digan lo que yo soy. No recibo mi ser y mi existencia de nadie más que de mí mismo. Yo decido por mí mismo quien soy. La sociedad debe asumir mi elección y adaptarse a mis cambios de orientación. Yo soy el dueño del mundo».

Educación en las virtudes intelectuales y morales: subjetivación adecuada
El Cardenal animó a no caer en los dos extremos que lastran la educación: el laxismo y el paternalismo, y centrarse en el objetivo real de la educación siguiendo la enseñanza de Juan Pablo II
La meta es, por tanto, lo que Karol Wojtyla (¡san Juan Pablo II!) llama en su gran libro de filosofía Persona y acción (1969) «la adecuada subjetivación». 

Esta es la apropiación plena por parte del sujeto actuante de la verdad objetiva de su ser cuando lo recibe de Dios; de tal manera que la persona se vuelve adecuada, conforme con el plan de Dios para ella, tanto como persona humana como persona única. Por lo tanto, toda su vida consiste en responder de manera práctica a estas dos preguntas: «¿qué soy yo?» y «¿quién soy yo?».

E incidió en la responsabilidad de formadores y padres:
El educador tiene el noble e importante papel de ser el mediador entre la verdad (universal y objetiva) del ser humano inmanente a este niño y el niño mismo como ser singular. Es el papel por el cual la atracción hacia lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo bello puede resonar efectivamente en la subjetividad del niño, de manera que pueda hacerlos suyos.

Por lo tanto, la educación solo es adecuada a su misión si se centra en ese niño en concreto. ¡El educador no educa a un niño en sí! Educa a aquel que le ha sido confiado por Dios para que se convierta en sujeto pleno de sus actos. Hay que estar atentos a su carácter, a sus dones, a los talentos que le son propios. En definitiva, el educador ha de estar al servicio de la vocación de ese niño; como tal, es el propio mediador de Dios; no suele ser el único, porque el niño está inmerso en un contexto educativo complejo y recibe también de otros educadores. 

Sabemos lo valioso que a veces es para los padres confiar en otros para algún aspecto del crecimiento de sus hijos. Esta delegación a un tercero se ejerce siempre bajo su responsabilidad, porque en última instancia se basa en el hecho de que tendrán que responder ante Dios mismo por la forma en que han asumido su misión.

Papel de la Iglesia
Sarah incidió en el papel de la Iglesia como Madre y Maestra y citando numerosas veces la encíclica Veritatis Splendor, apuntaló el verdadero papel de la conciencia y de la verdad objetiva.
No escatimó en señalar el papel de los que tienen la función de enseñar y su responsabilidad.
Es tiempo de que la Iglesia, Mater y Magistra, reflexione sobre el desconcierto y la confusión inoculados hoy en el espíritu de muchos fieles cristianos y personas de buena voluntad por la cacofonía que reina en las enseñanzas de los Obispos y los sacerdotes. 

Pues, «si una trompeta emitiera un sonido indefinido -- dice san Pablo en la primera carta a los Corintios -, ¿quién se preparía para la batalla?» (1 Cor 14, 8).

LA NATURALIZACIÓN DE LO ANTINATURAL


El relativismo y el subjetivismo dominan en una especie de moral existencialista e individualista, ajena a la dimensión social del ser humano. El favor oficial promueve estas nuevas orientaciones culturales.

Monseñor Héctor Aguer
Infocatólica,  06/11/19 

Uno de los datos definitorios de la cultura que va imponiéndose globalmente es la negación del concepto y la realidad de la naturaleza. Esta negación es de carácter metafísico, con una proyección inmediata en la antropología, en la concepción del hombre. El Diccionario de la Real Academia nos ilustra así: la naturaleza es «la esencia y propiedad característica de cada ser». Según la nueva visión de las cosas, no hay nada que sea dado, lo recibido, aquello que nosotros no construimos y que constituye la identidad nativa de cuanto existe. 

Precisamente, se llama constructivismo la teoría gnoseológica y sociológica que afirma que la realidad -incluso el ser humano en su original bipolaridad de varón y mujer- es producto de la evolución de la cultura, del ingenio y la industria del hombre. En términos teológicos equivale a la negación de la Creación, es una rebelión contra ella, no recibimos nada, ya que todo es fruto del devenir histórico; lo hacemos nosotros.

El ejemplo más claro de esta posición es la ideología de género, que altera íntimamente la realidad humana; de acuerdo con esta ficción ideológica en la que culmina la revolución sexual desarrollada en las últimas décadas y acelerada recientemente, no existe una naturaleza de la persona varón y una naturaleza de la persona mujer. La famosa feminista Simone de Beauvoir, en su libro «El segundo sexo», afirma que «mujer no se nace, se hace»; más aún, según ella, la mujer sería un «producto intermedio entre el macho y el castrado».

El reemplazo de «sexo» por «género» se ha hecho corriente en el lenguaje, sobre todo por influjo de un periodismo ignaro e ideologizado, y por quienes repiten como loros lo que se pone de moda. Paradójicamente, en una época en la cual se diviniza al cuerpo y se le rinde culto, también se lo desprecia y contradice; la realidad biológica impresa en el cuerpo sería inconsistente. El género se elige según la inclinación subjetiva y el cuerpo es acomodado a la percepción interior mediante cirugía o ingesta de hormonas. 

Puede verse en internet un caso en el cual la confusión llega a un extremo irrisorio -mueve más bien a llanto que a risa- un hombre, que es en realidad una mujer, embarazado por una mujer, que en realidad es un hombre. La exhibición filmada de conductas contra la naturaleza alcanza un grado de perversión sorprendente para las personas normales en lo que se llama «fisting»; por delicadeza me abstengo de explicar en qué consiste.

El «colectivo» que reúne a personas cuyas conductas son hechas públicas y reivindicadas como derechos, intenta que se reconozcan como naturales y legítimas múltiples combinaciones caprichosas en nombre de la no discriminación. Cabe aquí una digresión sobre este punto. El verbo «discriminar» tiene dos sentidos. El primero es positivo: «separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra»; al discriminar no se infiere agravio ni trato de inferioridad a nadie; no es posible pensar ni hablar sin discriminar. El segundo sentido designa una actitud inaceptable, ya que todas las personas merecen ser respetadas, no deben ser víctimas de desprecio y exclusión.

Los cristianos hemos de rezar y hacer objeto de nuestro amor a quienes han sido absorbidos por la manera de pensar y de vivir «contra naturam». Ahora bien, quienes niegan que exista la categoría de lo natural, suelen acusar falazmente de discriminadores a quienes afirman que existe una naturaleza humana de la cual se siguen determinados comportamientos objetivos, que son los propiamente humanos. 

El INADI funciona según este lamentable criterio. Quienes profesan la ideología de género discriminan malamente a la única discriminación válida en este ámbito, la que establece la distinción original recogida en las primeras páginas de la Biblia: «Dios creó al ser humano a su imagen.. varón y mujer los creó» (Génesis 1, 27). La Sagrada Escritura asume un dato del sentido común: el varón, «ish» en hebreo, es para la mujer, «ishshá», y viceversa (Génesis 2, 18. 21-25); sus cuerpos ajustan el uno en el otro, y también sus almas.

Como ya se ha indicado, de la naturaleza proceden los comportamientos acordes, que configuran un orden propiamente humano, del que se siguen la ley natural y el derecho natural, que ha sido expuesto por eminentes juristas. Que muchas personas incurran en comportamientos antinaturales, no invalida la realidad objetiva. Para ser concretos, estas afirmaciones que son -como se ha dicho- de dimensión metafísica, caben en un argumento muy sencillo e irrefutable: el miembro viril no ha sido hecho para introducirse en el ano de otro varón, y para ser succionado por este; si tal cosa ocurre se frustra su finalidad, pues el semen, poblado de millones de semillas de vida, tiene por destino la vagina de la mujer. Así puede juzgarse de otras combinaciones antinaturales. Las conductas que encuentran sentido como expresión física del amor se degradan en la búsqueda prevalente de un placer egoísta, que Freud calificó acertadamente de perverso e impúdico.

La propaganda gay es apabullante y va trastornando el cerebro de multitudes, de jóvenes especialmente, que suelen razonar así: «yo no lo hago, personalmente no me gusta, pero cada uno es libre de vivir como le parece; si les gusta, para ellos es bueno». El relativismo y el subjetivismo dominan en una especie de moral existencialista e individualista, ajena a la dimensión social del ser humano. 

El favor oficial promueve estas nuevas orientaciones culturales. El presidente de la Nación, hablando en una reunión de mujeres del G20 se jactó de haber habilitado el debate sobre la legalización del aborto, y afirmó que en la Argentina «rige transversalmente la perspectiva de género». 
Con todo respeto: es probable que no sepa bien de qué se trata. La perspectiva es una manera de ver o representarse las cosas desde un punto; en cambio, el discurso sobre el género es una ideología, un conjunto completo de afirmaciones que pretende interpretar reductivamente toda la realidad humana, y que reemplaza las nociones de naturaleza y de sexo. No me pasó inadvertido este detalle: para la reciente elección, la propaganda del partido o alianza oficial exhibía, subrayando el nombre de la agrupación, una franja con los colores del arco iris. ¿Un alarde de exquisitez estética, o un pícaro guiño al sector del electorado que enarbola esos colores como bandera?. Otra ridiculez de la política argentina: la izquierda asume las reivindicaciones de la burguesía, ¿sabrán qué piensan los pobres?.

Los medios de comunicación son un factor principal en el intento de cambiar la mentalidad de la gente, a pesar de que el uso anárquico de «las redes» altera un tanto el panorama, para bien y para mal. Otras conductas destructivas son difundidas elogiosamente, como si fueran lo normal, lo que ahora se acostumbra, lo natural. Por ejemplo, se exponen a la curiosidad pública, con lujo de detalles y actualización permanente, los amoríos fugaces de gente de la farándula. Basta desplegar la Sección Espectáculos de algunos diarios, o conectarse con el demonio de la mañana que anda suelto en un canal de televisión.

Otro de los principales responsables: el showman con probables posibilidades políticas, que también exhibe en el espectáculo la vida privada de sus bailarines, y promueve entre ellos superficiales emparejamientos; que semejante engendro tenga buen «rating» mide hasta qué nivel hemos caído. No voy a acudir, para explicar este amplio fenómeno, a una teoría de la conspiración, pero -insisto- tales hechos revelan la dimensión de la decadencia cultural en la que se ha precipitado nuestra sociedad. Si argumentamos que también ocurre en otros lugares, podríamos aplicarnos el refrán: «mal de muchos, consuelo de tontos».

Por fortuna, gracias a Dios, queda gente que se sobrepone a semejante desmadre. La naturaleza vuelve por sus fueros, como en algunos casos de hombres convertidos en mujeres, a fuerza de aplicaciones hormonales; con el tiempo asoman pertinazmente rasgos de la virilidad. Así también, no se podrá abolir totalmente la realidad; muchas familias «normales» -padre, madre, hijos, matrimonios que duran para siempre-. en silencio, no sin luchas, van edificando el futuro de una sociedad digna de la condición humana.

Finalmente, remito a los lectores a mi artículo «Su dios es el vientre», publicado en InfoCatólica el 22 de mayo pasado, del cual esta nota es continuación y complemento. Aunque todavía queda mucho por decir.

+ Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata