«Es tiempo de que la Iglesia reflexione sobre
el desconcierto y la confusión inoculados en muchos fieles»
«POR LA CACOFONÍA QUE REINA
EN LAS ENSEÑANZAS DE LOS OBISPOS Y LOS SACERDOTES»
(InfoCatólica) 7-11-19
En el auditorio de la
Universidad CEU San Pablo, con la presencia, entre otros, de los cardenales
Antonio María Rouco Varela y Antonio Cañizares, el Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos, ha abordado la importancia de la
educación en la misión de la Iglesia, con motivo de la presentación del 21 Congreso Católicos y Vida Pública.
Debido a la gran asistencia
de personas, unas 600, se ha habilitado una sala anexa para seguir la
presentación.
Tras la presentación por el
periodista Francisco Serrano, el Cardenal Sarah ha señalado el momento en el
que «la escuela y la universidad atraviesan una crisis muy profunda, la de una
sociedad laicista, secularizada, sin Dios». Una crisis que proviene del «constante
cuestionamiento de los valores fundamentales que durante miles de años han
apoyado, enseñado, educado y estructurado al hombre internamente».
El cardenal ha señalado que
debemos ser capaces de medir la gravedad de la crisis, «dada la atmósfera atea
o de indiferencia hacia las cuestiones religiosas o morales en la que se
encuentran impregnadas la educación y las estructuras escolares». En este
sentido, el prefecto ha destacado la necesidad de entender que «el núcleo del
acto educativo es que la persona educada adquiera las virtudes que le permitan
desplegar y estructurar su humanidad y su personalidad de acuerdo con la verdad
que les es intrínseca».
La importancia de la familia
en una sociedad sin Dios
Para ello, además de la
escuela y la universidad, «la familia es la primera célula que puede
proporcionar esta fantástica carga emocional, en medio de la confusión de
ideas, de ideologías, del desorden de información e impresiones que asaltan por
todos lados a muchos jóvenes». Sin embargo, el prefecto ha apuntado que «por
desgracia, está desestructurada, demolida, desmantelada; y con frecuencia, en
nuestros días, pide ser reemplazada por la escuela».
El cardenal partió de «la
crisis antropológica y moral sin precedentes que atraviesa nuestro tiempo exige
que la Iglesia asuma una mayor responsabilidad y compromiso para proponer su
enseñanza doctrinal y moral de modo claro, preciso y firme».
Y ha continuado: «Hoy, a
algunas personas les gustaría que la Iglesia se centrara exclusivamente en el
ejercicio de la misericordia, en el trabajo de reducir o incluso erradicar la
pobreza, en la acogida de migrantes, en la acogida y acompañamiento de los
‘heridos de la vida'». «Ciertamente es necesario invertir en la solución de
problemas sociales --ha proseguido--, pero también es necesario, y quizás
incluso más que nada, trabajar contra corriente para evitar que tantos hombres
y mujeres resulten heridos en sus cuerpos, sus almas, su inteligencia, su
afectividad, etc. ¿No es la educación la mejor prevención? Se trata del
ejercicio de la justicia y de la misericordia».
Los desafíos antropológicos
de la crisis actual de la educación: feminismo, mentalidad anticonceptiva,
relación hombre-mujer
El Cardenal Sarah situó las
raíces de la situación actual en la falta de comprensión antropológica, primero
el ataque a la mujer y a la maternidad, después esa separación del aspecto
unitivo y procreativo de las relaciones sexuales sin las cuales la relación hombre-mujer
pierde su sentido:
La desestructuración de la
identidad sexual que a menudo se llama «teoría de género», contra la que el
papa Francisco tiene palabras durísimas y una actitud de intolerancia absoluta,
puede entenderse como la consecuencia antropológica de una mutación práctica.
El primer eslabón del
proceso involucró a la mujer. De hecho, la mentalidad anticonceptiva que se ha
extendido fuertemente después de 1950 ha hecho posible una profunda desconexión
entre la mujer y su cuerpo, desconexión que ha cambiado radicalmente la forma
de entender la sexualidad humana, el matrimonio, la filiación y por supuesto la
educación. Es preciso recordar aquí la frase de Simone de Beauvoir (1908-1986),
que ha dado la vuelta al mundo: «no naces mujer, te conviertes en mujer». La
teoría de género se ha referido ampliamente a ella. Añadamos que para de
Beauvoir, la familia, el matrimonio y la maternidad son la fuente de la
«opresión» y de la dependencia femeninas.
La píldora habría «liberado» a las
mujeres al darles «el control de su cuerpo» y la posibilidad de «disponer
libremente» de él . Bajo el lema feminista «mi cuerpo me pertenece» en realidad
se oculta una profunda alienación del sujeto encarnado. De hecho, detrás de
esta afirmación de «libertad» yace una instrumentalización del propio cuerpo
como material a disposición de los deseos más indeterminados.
La mentalidad
anticonceptiva ha engendrado un dualismo entre la libertad individual vista
como ilimitada y todopoderosa, por un lado, y el cuerpo como instrumento de
disfrute, por otro. En esa perspectiva, el cuerpo sexuado ya no puede ser
vivido como signo e instrumento del don de sí, cuya finalidad es la comunión de
los esposos. El vínculo intrínseco entre los dos significados del acto
conyugal, la dimensión procreadora y la dimensión unitiva, se rompe . Este
vínculo se vuelve opcional y lógicamente la sexualidad termina siendo
considerada solo en su dimensión relacional y agradable. Los efectos
desestabilizadores de tal mentalidad no se han hecho esperar.
En unos pocos años, esta
desconexión engendró simultáneamente la tecnificación de la procreación
(reproducción asistida) y la legitimación social de la homosexualidad. De
hecho, si la sexualidad ya no se percibe a la luz del don de la vida, ¿cómo se
puede considerar la homosexualidad como una perversión, un desorden objetivo y
grave? Pero junto a estos cambios importantes va una redefinición de la
identidad sexual, considerándola como puramente construida. Si se niega el
vínculo intrínseco entre los dos significados del acto conyugal, la diferencia
de los sexos pierde el primer fundamento de su inteligibilidad.
A partir de
entonces, el cuerpo sexuado se niega en su naturalidad para ser considerado
como un simple material que la conciencia individual puede modelar a su agrado.
En nombre de la lucha contra las «discriminaciones» de las que serían víctimas
las «minorías sexuales», los agentes de la subversión antropológica toman como
rehenes en sus revindicaciones a las autoridades públicas y al legislador. En
nombre de la «igualdad» y la «libertad», exigen que todo discurso social, especialmente
en las escuelas y los medios de comunicación, sea «respetuoso» con la
indeterminación sexual de los individuos y la libre elección de su identidad.
Entonces, cada uno puede afirmar que es por auto-designación y proclamar: «Yo
hago mi propia elección. Estoy orgulloso de ello y me afirmo en esa elección.
No admito que otro o la sociedad me digan lo que yo soy. No recibo mi ser y mi
existencia de nadie más que de mí mismo. Yo decido por mí mismo quien soy. La
sociedad debe asumir mi elección y adaptarse a mis cambios de orientación. Yo
soy el dueño del mundo».
Educación en las virtudes
intelectuales y morales: subjetivación adecuada
El Cardenal animó a no caer
en los dos extremos que lastran la educación: el laxismo y el paternalismo, y
centrarse en el objetivo real de la educación siguiendo la enseñanza de Juan
Pablo II
La meta es, por tanto, lo
que Karol Wojtyla (¡san Juan Pablo II!) llama en su gran libro de filosofía
Persona y acción (1969) «la adecuada subjetivación».
Esta es la apropiación
plena por parte del sujeto actuante de la verdad objetiva de su ser cuando lo
recibe de Dios; de tal manera que la persona se vuelve adecuada, conforme con
el plan de Dios para ella, tanto como persona humana como persona única. Por lo
tanto, toda su vida consiste en responder de manera práctica a estas dos
preguntas: «¿qué soy yo?» y «¿quién soy yo?».
E incidió en la
responsabilidad de formadores y padres:
El educador tiene el noble e
importante papel de ser el mediador entre la verdad (universal y objetiva) del
ser humano inmanente a este niño y el niño mismo como ser singular. Es el papel
por el cual la atracción hacia lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo bello puede
resonar efectivamente en la subjetividad del niño, de manera que pueda hacerlos
suyos.
Por lo tanto, la educación
solo es adecuada a su misión si se centra en ese niño en concreto. ¡El educador
no educa a un niño en sí! Educa a aquel que le ha sido confiado por Dios para
que se convierta en sujeto pleno de sus actos. Hay que estar atentos a su carácter,
a sus dones, a los talentos que le son propios. En definitiva, el educador ha
de estar al servicio de la vocación de ese niño; como tal, es el propio
mediador de Dios; no suele ser el único, porque el niño está inmerso en un
contexto educativo complejo y recibe también de otros educadores.
Sabemos lo
valioso que a veces es para los padres confiar en otros para algún aspecto del
crecimiento de sus hijos. Esta delegación a un tercero se ejerce siempre bajo
su responsabilidad, porque en última instancia se basa en el hecho de que
tendrán que responder ante Dios mismo por la forma en que han asumido su
misión.
Papel de la Iglesia
Sarah incidió en el papel de
la Iglesia como Madre y Maestra y citando numerosas veces la encíclica
Veritatis Splendor, apuntaló el verdadero papel de la conciencia y de la verdad
objetiva.
No escatimó en señalar el
papel de los que tienen la función de enseñar y su responsabilidad.
Es tiempo de que la Iglesia,
Mater y Magistra, reflexione sobre el desconcierto y la confusión inoculados
hoy en el espíritu de muchos fieles cristianos y personas de buena voluntad por
la cacofonía que reina en las enseñanzas de los Obispos y los sacerdotes.
Pues,
«si una trompeta emitiera un sonido indefinido -- dice san Pablo en la primera
carta a los Corintios -, ¿quién se preparía para la batalla?» (1 Cor 14, 8).
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