el Papado está en grave peligro
ECCLESIA,15-01-2021
(Fuente: Brújula
cotidiana)
Gracias también al
poder de los medios de comunicación actualmente existe una considerable
confusión en la Iglesia sobre el significado del Papado. Por un lado, la
renuncia de Benedicto XVI ha dado la idea de la existencia de “dos Papas”, lo
cual es absolutamente inconcebible. Y por otro lado, el Papa Francisco, entre
las relativizaciones de su papel y los “cambios de paradigma”, se arriesga a
predicar “una hermandad humana sin Jesucristo” y a entablar un diálogo con el
Islam bajo la bandera del relativismo religioso. Se hace más que nunca
necesario redescubrir el carácter cristocéntrico del papado. De todo esto ha
hablado el cardenal Gerhard L. Müller en una intervención sobre el verdadero
significado del Papado.
“La causa y el
centro del ministerio petrino es la confesión de la fe en Cristo”, un centro
que hoy en día parece ser cuestionado por los muchos acontecimientos que
caracterizan a la Cátedra de Pedro. Esto
es lo que ha impulsado al cardenal Gerhard L. Müller a escribir un nuevo y
breve ensayo titulado “El cristocentrismo del servicio de Pedro o por qué hay
un solo Papa”.
El cardenal Müller
observa un gran riesgo en la Iglesia de perder el significado del papado bajo
la presión del “dominio de los medios”, que inevitablemente ofrece un mayor
poder comunicativo a las imágenes y a las noticias y menor a los criterios
teológicos. Predominio que el pontificado de Francisco privilegia
voluntariamente, dado que “ha aumentado el número de colaboradores del
Dicasterio para la Comunicación y que, comparado con la Congregación para la
Doctrina de la Fe –que para el Magisterio de los papas es mucho más importante-
ha aumentado treinta veces”.
Esta
preponderancia de los medios de comunicación es un elemento fuertemente
distorsionador junto con algunas situaciones objetivamente controvertidas en
relación con el Papado: por un lado la renuncia de Benedicto XVI y la
reivindicación de un papado emérito sin precedentes y por otro lado la
intención “revolucionaria” del pontificado de Francisco.
En el primer caso,
el antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe considera
preocupante la percepción de la existencia de “dos Papas”, algo muy engañoso,
creando entre otras cosas un antagonismo perjudicial para la Iglesia.
Hay y puede haber
un solo Papa, explica Müller, no puede haber dos sucesores del Apóstol Pedro:
“Dos personas no pueden encarnar 'el principio y fundamento perpetuo y visible
de la unidad tanto de los obispos como de la multitud de los fieles' (LG 23)”.
Continúa: “El obispo de Roma es el sucesor de Pedro sólo mientras esté vivo o
hasta que haya renunciado voluntariamente”. Así que “con la renuncia voluntaria
al cargo, las prerrogativas papales o los plenos poderes petrinos también
caducan definitivamente”, continúa el cardenal alemán, concluyendo luego: “Todo
obispo de Roma es sucesor de Pedro sólo mientras sea el actual obispo de Roma.
No es sucesor de su predecesor y por lo tanto dos obispos de Roma, papas y
sucesores de Pedro, no pueden existir al mismo tiempo”. Por lo tanto aún queda
por aclarar la comprensión teológica de la posición de Benedicto XVI.
Pero los mayores
desafíos al Papado parecen venir de algunas de las decisiones de Francisco. A
partir de los cambios en el Anuario Pontificio donde las características del
ministerio petrino han sido relegadas a “meros títulos históricos”: una
elección “desde un punto de vista dogmático muy cuestionable”, responde. “Los
títulos de 'sucesor de Pedro, vicario de Cristo y cabeza visible de toda la
Iglesia' (LG 18)” –dice Müller-, “marcan la verdad intrínseca del primado
romano, aunque estos títulos se hayan aplicado al papa romano sólo en el
transcurso del tiempo”. La eliminación de esos títulos no es, por tanto, una
manifestación de humildad, ni mucho menos: “La humildad es una virtud personal
–dice el cardenal alemán- que se adapta muy bien a todo siervo de Cristo. Pero
no justifica una especie de relativización de los plenos poderes que Cristo
transmitió a los apóstoles y a sus sucesores para la salvación de los hombres y
la edificación de la Iglesia”.
“Así como Pedro no
es el centro de la Iglesia” –afirma Müller-, “ni el punto central del
cristianismo (gracia santificante y filiación divina), así, sin embargo, los
sucesores de su cátedra romana son, como él, los primeros testigos del
verdadero fundamento y único principio de nuestra salvación: Jesucristo, el
Verbo de Dios, su Padre, hecho carne”.
Existe, por tanto,
una unicidad e irreductibilidad de la tarea del Papa y de la misión de la
Iglesia –“’La Iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad’ (1 Tim 3,
15) es testigo y mediadora de la irrevocable autocomunicación de Dios, como verdad
y vida de todo hombre”- que se ve amenazada por otra tentación muy evidente: la
de reducir la propia tarea al orden terrenal.
Citando “Un breve
relato del Anticristo” de Vladimir Soloviev, Müller recuerda que la Iglesia “no
puede someterse a los objetivos generales de un nuevo orden mundial
religioso-moral y económico-social, realizado por los hombres, aunque sus
‘creadores y custodios’ reconocieran como su guía espiritual al Papa por
razones honoríficas”. Las referencias son obvias. Pero el ex Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe no se detiene ahí, también ataca algunas
expresiones que se han vuelto típicas de este pontificado: “Ni en la doctrina
de la fe revelada ni en la constitución sacramental de la Iglesia puede haber
‘revoluciones’ según el lenguaje político-sociológico, o ‘cambios de paradigma’
científico-teóricos”.
Pero la hermandad
humana, tal como se comunica y se percibe comúnmente, también es un problema:
“Cualquier apelación a una ‘hermandad universal’ sin Jesucristo, el único y
verdadero Salvador de la humanidad, se convertiría, desde el punto de vista de
la Revelación y la Teología, en una loca carrera hacia la tierra de nadie”.
Por lo tanto, nada
de “pluralismo y relativismo religioso en la búsqueda de la verdad” y, sobre
todo en las relaciones con el Islam “debemos decir francamente que Jesucristo
no es ‘uno de los profetas’ (Mt 16,14), lo que nos devolvería a un dios común
más allá de la autorrevelación en el Hijo de Dios hecho hombre, ‘como si’ fuera
de la enseñanza de la fe, en la nada de los sentimientos religiosos –según
vanas palabras religiosas- ‘en el fondo todos creemos lo mismo’”. “Sólo Jesús
revela con poder divino el misterio de Dios: ‘Todo me ha sido entregado por mi
Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien
nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’ (Mt 11,27)”,
continúa Müller.
“Este es el
cristocentrismo” –dice finalmente Müller-, “alrededor del cual gira el
ministerio petrino, es decir, la primacía de la Iglesia Romana, que le da a
este ministerio su significado irremplazable para la Iglesia en su origen, vida
y misión hasta el regreso de Cristo al final de los tiempos”.