En esta entrevista
Monseñor Héctor Aguer comenta sobre el clima turbulento que siguió al Concilio,
con la opción por los pobres, los sacerdotes que velaban las armas y su grave
consecuencia para la fe.
(La Prensa)
10-7-22
Al contemplar la
Iglesia hoy, un católico consciente de su fe puede sentir que, como Alicia, el
célebre personaje creado por Lewis Carroll, atravesó un espejo y entró en un
mundo en el que todo es al revés. Los signos de que este mundo está puesto de
cabeza son tan numerosos como uno se proponga buscar: ya no hay evangelización;
los temas del Credo y la catequesis han desaparecido; lo mismo sucede con la
Redención, el pecado, la gracia, y también con el demonio y sus ardides. El
arzobispo emérito de La Plata, monseñor Héctor Aguer, acaba de enumerar estas
anomalías que hoy son tan frecuentes en un artículo de gran valentía. Claro que
aquí no hay ningún espejo al que culpar. El pasaje al actual sinsentido fue un
largo proceso, con un efecto devastador.
Desde que pasó a
retiro, monseñor Aguer viene describiendo con más claridad que nunca este
sinsentido que hoy nos rodea. Su tono se ha endurecido en los artículos
semanales que escribe, muchos de los cuales se publican en este mismo diario.
Con más libertad que antes, traza un crudo diagnóstico del calamitoso estado de
la Barca de Pedro, para provecho de quienes lo leen.
Con un perfil
intelectual y una irreverencia poco frecuente entre sus pares frente a la
corrección política, este arzobispo que es políglota y nunca temió quedar en
soledad en el Episcopado local fue un testigo privilegiado de la deriva
eclesiástica de las últimas décadas.
Para analizar las
raíces más inmediatas de esta crisis actual, el arzobispo emérito (Buenos
Aires, 1943) citó a La Prensa en el Hogar Sacerdotal Monseñor Mariano Espinoza
donde vive, en el barrio porteño de Flores. La tarde es gris y templada, rara
para un invierno incipiente.
El director del
hogar propone pasar a una pequeña capilla, de escasos ocho bancos de madera,
iluminada por un sol ya menguante. Como lugar de conversación, cohíbe. Sobre
todo, por el sagrario que está al fondo. A la izquierda, unas ventanas de
vidrio partido dejan pasar la claridad que, en algún momento, cruza el ambiente
como un haz de luz.
- Excelencia:
usted entró al seminario en 1964. Por lo tanto, le tocó vivir ya como
seminarista el clima que rodeó al Concilio Vaticano II (1962-65), con todas las
expectativas de renovación que había en la época. Y luego asistió a las grandes
turbulencias posconciliares. ¿Cómo fue aquello?
- Tengo algún
recuerdo a propósito de eso. Yo recibía L"Osservatore Romano y ahí venía
un resumen de la intervención de cada uno de los padres conciliares. Recuerdo
que lo que los padres discutían en el aula nosotros después lo discutíamos en
el comedor. Ese no es el mejor clima para la formación de un sacerdote. Porque
además se tomaban posiciones. Con el tiempo me he formado una idea del Concilio
que es varia. Pero el verdadero Concilio son los documentos. Y como decía
Benedicto XVI deben ser leídos a la luz de la gran tradición de la Iglesia. No
hay que exaltar este Concilio más allá de lo que corresponde. No hay que
confundirlo con el posconcilio ni con el "espíritu del concilio".
Este último fue funesto.
NUEVA TEOLOGIA
- En el Concilio
influyó la "nouvelle theologie". ¿Qué fue?
- La expresión
«nueva teología" hace referencia a la encíclica de Pío XII Humani generis.
¿Quiénes eran esos teólogos? Henri de Lubac, Yves Congar, Dominique Chenu. Sí,
ellos han influido mucho. Louis Bouyer era otro. Yo tengo aprecio por Bouyer.
Era calvinista. Pero era especialista en iniciación cristiana. Esa era la nueva
teología. He leído el libro de Roberto De Mattei sobre el Concilio Vaticano II
(Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita) y ahora estoy leyendo el de
Agostino Marchetto (El Concilio Ecuménico Vaticano II, contrapunto para la
historia), que hace una suerte de síntesis de la literatura sobre el Concilio.
Lo que se planteó en el Concilio fue una polarización entre la nueva teología y
la Curia romana, con la teología tradicional detrás.
- ¿En qué se
percibe la influencia que tuvieron esos teólogos?
- Bueno, hay que
ver por ejemplo lo que fue el catecismo holandés. Ahí es donde se dio una
máxima oficialización de posiciones extremas. O la revista Concilium, contra la
cual después salieron publicaciones diversas en las que tuvo mucho que ver el
cardenal Ratzinger.
- Me interesa
retomar ese clima de ebullición en los seminarios. El resultado de eso, usted
ya lo dijo en alguna oportunidad, es que pareció que todo era provisorio a
partir de entonces. Fue una consecuencia ruinosa para la Iglesia, ¿no es así?
- Efectivamente.
De los que se formaban en mi época muchos salieron del seminario.
- El clima de
contestación dentro de la Iglesia era parejo con el clima de efervescencia que
había afuera a fines de los sesenta. En ese clima surge el Movimiento de
Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM) con la premisa de articular aquella idea de
renovación conciliar con la participación política y social.
- Eso viene sobre
todo de Medellín, como se conoció al documento emitido en esa ciudad por la
Conferencia Episcopal Latinoamericana. Sí, algunos se politizaron. Fue tremendo
ese proceso. Hubo una inspiración de izquierda, digamos. Lo del peronismo yo
creo que fue «pour la gallerie». Algunos de esos sacerdotes llegaron a estar
muy comprometidos con la cosa política y otros guardaban las armas en sus
parroquias. Pocos. Pero a eso se llegó también. Yo viví ajeno a todo eso. Me
ordené en el 72. Estuve en la parroquia de Belgrano cuatro años. Luego estuve
dos años en San Telmo. Y después en San Miguel.
- Ese movimiento
tercermundista fue creciendo...
- Sí, claro. Hay
que decir que Buenos Aires estuvo más tranquilo. El problema eran sobre todo
Córdoba y Rosario.
- Pero se ha dicho
que en el 68 contaban con el apoyo tácito de obispos como Bolatti, Angelelli,
Devoto, Podestá, De Nevares...
- Todos no. No
sé... Bolatti de ninguna manera. Algunos obispos sí, sin dudas, estaban en esa
posición. Es el caso de Angelelli. Por eso digo: Córdoba y Rosario eran los
lugares más conflictivos.
INFILTRACION
- El
tercermundismo terminaría confluyendo con la teología de la liberación. Más o
menos para esa época, Carlos Sacheri publicaba su libro "La Iglesia
clandestina" donde denunciaba precisamente la infiltración marxista dentro
de la Iglesia. ¿Usted llegó a conocerlo bien a Sacheri?
- Sí. El era diez
años mayor que yo. Pero lo conocí bien y también a su familia. La Iglesia
clandestina tenía una información impecable. El conocía todos los contactos que
tenía este grupo en Europa. Sacheri fue un foco, una luz, en un momento muy
difícil. Pero para los obispos era demasiado.
- Si la recepción
de ese libro no fue todo lo buena que podía haber sido seguramente será porque
la infiltración en la Iglesia ya había comenzado...
- Por supuesto.
- ¿Cómo lo conoció
a Sacheri?
- Ambos fuimos
discípulos del padre Julio Meinvielle. Sacheri iba a sus clases los sábados a
la tarde. Estudiaban más bien la doctrina social de la Iglesia. En mi caso,
integraba otro grupo que iba los domingos a la mañana a estudiar teología.
Veíamos la Suma Teológica en la Santa Casa de Ejercicios.
- ¿Eso fue en su
época de seminarista?
- Antes de eso.
Tendría 15 o 16 años. Las clases tenían un recreo en el que se comentaban las
cosas de actualidad. Me acuerdo de que Meinvielle estaba contra Frondizi. El
pensaba que Frondizi era la punta de lanza del comunismo en la Argentina. Yo me
reía. Y él, viéndome, decía: «Aguer no cree». Yo nunca pertenecí a ningún grupo
nacionalista. El estuvo con Tacuara. Después creó la Guardia Restauradora
Nacionalista. Muchos de los que estaban allí eran amigos, pero nunca me
interesó. He leído a todos los autores del revisionismo, me identificaba con
ellos, pero no integré esos grupos. Las cuestiones ideológico-políticas nunca
me interesaron. Yo iba más a lo teológico.
- ¿Cómo era
Meinvielle?
- Meinvielle era
un cura de pueblo. En Versalles está enterrado ahí frente a la iglesia. La
iglesia la hizo él. El cardenal Copello, cuando fue, dijo: «Esto es una
catedral». El creó a los scouts católicos. Creó el Ateneo Cultural de
Versalles.
- Un cura de
pueblo muy formado. Muy lúcido, ¿no es así?
- Sí. Era muy
perspicaz. Un poco estrecho, para mi gusto, en algunas cosas. Pero le digo:
esas clases de tomismo... No sé si hoy en día hay alguien que haga lo mismo que
hacía Meinvielle.
- ¿Era común ese
tipo de estudios en jóvenes de esa edad?
- Bueno, éramos
unos cuantos muchachos. Estaba Alberto Solanet, por ejemplo. Sí, yo tenía 16
años. Y eso te marca un poco la vida. Tanto es así que yo después me he
dedicado personalmente a Santo Tomás.
PARABOLA
- Usted mencionó
antes la inspiración que dio Meinvielle a un grupo como Tacuara. Ahí ocurrió
algo curioso. En ese grupo estaban Joe Baxter y futuros fundadores o miembros
de la organización armada Montoneros. Abal Medina y Galimberti, por ejemplo.
Pero se ha dicho que también Ramus, Firmenich...
- Sí.
- Habiendo
empezado en Tacuara o en la Acción Católica, la parábola que siguieron esos
jóvenes hasta derivar en posiciones marxistas, y en la lucha armada, es difícil
de explicar. ¿Cómo lo explica usted?
- Yo creo que eso
tiene que ver con el proceso mundial del posconcilio.
- A eso quería
llegar. ¿Podría desarrollarlo?
- En el
posconcilio estaban quienes buscaban una renovación interna de la Iglesia, pero
también un acercamiento al mundo a partir de la Constitución Gaudium et Spes,
por ejemplo. Eso hacía que incluso la Acción Católica estuviera muy metida en
las opiniones de carácter social o político. De allí viene la deriva. Yo creo
que hay que mirar en el conjunto de ese mundo posconciliar. Mencioné antes la
influencia del documento de Medellín. El documento de Medellín causó conmoción:
se interpretó como propiamente de izquierda. Se tomó como un instrumento
político. Creo que eso tuvo mucho que ver con esto. Era nada menos que un
documento de una Asamblea Episcopal Latinoamericana.
- ¿Conoció usted a
Mugica?
- Lo conocí, pero
sin trato con él.
- ¿Diría usted que
la teología de la liberación o el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo
fueron también hijos de la herejía modernista?
- Mire: el cardenal
Robert Sarah, que fue hasta hace poco prefecto del Culto Divino, autor de
varios libros de gran profundidad teológica, dice que, comparado con lo que
vendría, el modernismo condenado por San Pío X fue un simple resfrío. Por eso
yo escribí, a partir de eso, un artículo titulado «La pulmonía de la Iglesia».
Porque si aquello fue un resfrío, y esto es mucho peor, tiene que ser una
pulmonía.
- El Movimiento de
Sacerdotes del Tercer Mundo tuvo un crecimiento impresionante: llegó a tener
unos 400 presbíteros...
- Con distinto
grado de compromiso...
- Es cierto. Pero
no es menos cierto que algunos hombres de la Iglesia llegaron a tomar las
armas...
- Si. Yo tuve
algún amigo.
- ...y otros
sacerdotes, sin haber tomado las armas, ampararon a quienes lo habían hecho.
Hablamos antes de Angelelli. Pero no fue el único...
- El caso de
Angelelli... qué sé yo. En la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal,
monseñor Bernardo Witte expuso la conclusión de que su muerte había sido un
accidente. El había traído un equipo de investigadores alemanes para estudiar
el caso. Witte era un hombre muy tranquilo, pero, como alemán, muy riguroso. Y
la conclusión fue esa: que fue un accidente. Monseñor Plaza decía: Sí,
Angelelli siempre manejó mal. Yo creo que ha sido un gran error lo de la
beatificación.
- Lo cierto es que
la Iglesia no habla del tercermundismo ni de los clérigos que tomaron las
armas, ni de quienes fueron solidarios con la guerrilla...
- No. No habla. Yo
he criticado mucho eso.
- Ahí están los
palotinos. Es conocida la versión de que dieron refugio a montoneros, que
guardaban material propagandístico de esa organización...
- No todos. Yo en
esa época estaba en la parroquia Inmaculada Concepción, de Belgrano, la
redonda. Ellos, en San Patricio. El mismo decanato. Así que los he conocido.
Alfredo Kelly, que era el párroco, era un hombre que en las homilías decía
disparates, pero no estaba metido en eso. Después estaba Alfredo Leaden, que
era hermano del obispo, amigo mío. Pedro Duffau era un hombre muy mayor. Luego
estaba Salvador Barbeito, que era estudiante. Había sido seminarista en Buenos
Aires y se pasó a los palotinos. Y finalmente estaba Emilio Barletti. Yo creo
que este muchacho es el que era montonero. Y por él cayeron todos. Fue algo
atroz.
¿DISTANCIA?
- ¿El Movimiento
de Sacerdotes del Tercer Mundo fue objeto de una condena de parte del clero
porteño reunido en asamblea?
- ¿Condena? No
recuerdo. Crítica sí hubo. El Episcopado se despegó de eso, ciertamente.
- Se despegó al
principio. Porque ya para 1972 monseñor Pironio rescataba la entrega y el
compromiso de este movimiento.
- Bueno, no hay
que olvidar que Pironio fue elegido presidente del CELAM. De ahí puede venir
eso. Yo creo que él no era para nada izquierdista. Era un hombre espiritual. En
todo caso era un contemporizador.
- El rescate de
estas figuras se ampliaría. A Mugica ahora lo exalta la jerarquía de la
Iglesia. El cardenal Poli lo trató de "mártir de los pobres".
- ¿Poli dijo eso?
No me acordaba.
- Sí, en 2014, durante
una misa en su homenaje. Como si hubiera seguido las ideas del Concilio, o como
si hubiera dado su vida por los pobres...
- No, de ninguna
manera. Ese es otro tema que da para mucho: la «Iglesia de los pobres». ¿Qué es
la Iglesia de los pobres? Se lo impostó ideológicamente... La Iglesia debe
hacer cristianos a los pobres. Y lo curioso es que muchos de ellos son
bautizados.
- Mencionamos el
gravísimo compromiso de amplios sectores católicos con el marxismo
revolucionario en los setenta. ¿Falta que la Iglesia hable claro sobre eso?
- Sí. Todavía no
está dicho claramente. Hay que hacerse cargo de todo. Hubo presencias
cristianas tanto en el planteo izquierdista y politizado del peronismo de
izquierda como en el planteo del ámbito militar.
- Sobre esto
último se habla mucho. Pero de lo otro, nada. ¿Diría usted, al respecto, que
falta también una revisión profunda de cómo afectó a la fe ese compromiso de la
Iglesia con los movimientos revolucionarios de izquierda?
- Sin dudas. Lo
que pasa es que en esos casos la fe estaba ideologizada. Y la fe es una cosa
muy delicada. Porque tiene una proyección en el mundo de la cultura. Pero esta
proyección puede dañarla íntimamente. Sin dudas falta. Es un error apoyarse en
la fe y pretender que la fe sostenga opciones que de suyo son seculares y nada
tienen que ver con la fe. Antes hablamos de monseñor Pironio. Es la dificultad
de discernir correctamente en esas circunstancias. Eso ha faltado en la
Iglesia. Es el fenómeno del posconcilio.
- Usted asiste a
las Asambleas Plenarias del Episcopado desde 1992. ¿Cómo se produjo el
corrimiento del Episcopado hacia posiciones progresistas? Porque usted había
quedado solo en el último tiempo.
- Nunca me sentí
mal. En las reuniones plenarias yo decía lo que tenía que decir. Hay que tener
presente que los documentos de la Conferencia Episcopal son objeto de una
negociación. A algunos de mis colegas yo les decía: ustedes son extremistas de
centro. No quieren quedar mal con nadie y terminan quedando mal con todos. Por eso
la Iglesia termina por inhibirse de hablar, de juzgar, como corresponde. ¿Cómo
se llegó a posiciones progresistas así? (silencio). Mala teología. Porque si
uno es teólogo en serio se da cuenta de cómo hay que discernir. Así como en la
primitiva Iglesia existía el peligro de que la cultura pagana se metiera en la
comunidad, en la Iglesia de nuestro siglo la cultura secular se ha metido ya en
la Iglesia.
- Usted enumeró en
un reciente artículo las verdades de fe que ya no se expresan. Ahora bien, no
sólo es que la Iglesia no las exponga. Sino que contradice lo que antes
enseñaba. Porque antes se sabía que si uno moría en pecado mortal iba al
Infierno. Hoy directamente dan a entender que no hay Infierno.
- No hay infierno.
Es cierto, es contradictorio. En la encíclica Pascendi, es asombroso ver cómo
San Pío X se dio cuenta de todo y describió a la perfección el modernismo. Hoy
la Iglesia no se da cuenta de cuál es el problema cultural y cómo entra en las
filas de la Iglesia, dañando la fe de los pobres, de los simples. Es terrible.
LECTURAS
Monseñor Aguer
habla relajado, lejos de la incomodidad inicial que le había causado tener que
afrontar otra entrevista. Menciona que está leyendo un volumen que reúne
homilías de Benedicto XVI y se refiere a su antigua biblioteca, ahora
desarmada, con libros de teología, filosofía, literatura universal y poesía, un
género que también dice disfrutar. "Rilke, sobre todo", aclara, para
luego anticipar que tiene algo escrito sobre él que va a publicar.
Más adelante
comenta, al pasar, que Paul Claudel, de quien tiene la obra completa, escribió
en 1936 una oda a los mártires españoles durante la guerra civil y que tiene
"una edición castellana traducida por Marechal, lindísima". También
dice estar escribiendo actualmente "sobre la mariología en san francisco
de Sales".
Pero su rostro se
vuelve a ensombrecer un poco cuando recuerda el destino de sus libros,
guardados en setenta cajas en La Plata, y que ya dispuso a quien dará en su
testamento. "Traje muy pocos libros. Cuando dejé de ser arzobispo quería
ir a vivir al seminario de La Plata. Si hubiera ido, los habría llevado allí.
Pero mi sucesor no quiso".
Quizás el recuerdo
de su testamento lo devuelve a la amargura con el periodismo que había
manifestado al inicio de la charla, y parece ganado por el desánimo. "Mi
necrológica ya está escrita", asegura con una mezcla de resignación y
desdén. "El obispo más discutido, el ultraconservador", dice. Hace
una pausa y luego agrega: "Ya está escrito. No lo va a resolver
usted". El tiempo se termina. Lo están esperando para otra reunión. La
capilla recupera el silencio y la soledad.