sábado, 27 de febrero de 2021

CARDENAL BRANDMULLER

 

No perdáis fácilmente la cabeza…

 

Infocatólica, 19/02/21

 

Ha comenzado, entonces, la terceraa década del tercer milenio del calendario cristiano, de la historia de la Iglesia católica. ¿Qué ve y experimenta en estos nuestros días un católico europeo que está en unión con la Iglesia?

 

¡Un incalculable éxodo masivo de la Iglesia! Las ramas del «árbol de la Iglesia» son atravesadas por las fuertes ráfagas de viento de un espíritu de época anticristiano y contrario a Dios, y barre implacablemente las hojas marchitas: abandonos masivos de la Iglesia, apostasía de la fe en una dimensión que habría sido inimaginable incluso en medio de las dictaduras del siglo XX.

 

Ahora bien, ya no son solo los tibios e indiferentes «cristianos de fachada» los que abandonan la Iglesia, sino también los –no pocos– que protestan contra un aparato «Iglesia» entregado al espíritu de la época: el secretariado de la Conferencia episcopal alemana, el Comité central de los católicos alemanes, las academias católicas, etc. ¿El aparato que gira despreocupadamente en torno a sí mismo ha de ser considerado como la Iglesia de Jesucristo?

 

Hay muchos que, desilusionados y desconcertados, ya no reconocen el rostro de su Iglesia. No pocos buscan un hogar espiritual en las comunidades tradicionalistas. ¿De qué otra forma, si no, podría explicarse que justo el crecimiento y florecimiento de dichas comunidades ocurre sin la contribución de los millones provenientes del impuesto eclesial y que además sus seminarios estén llenos? ¿Qué es, pues, lo que está en marcha en el catolicismo alemán?

 

¿Pero acaso Jesús mismo no alude a la desaparición de la fe, a la arbitrariedad moral, al «enfriamiento de la fe» cuando menciona las señales de su próxima venida? Muchos ven esto paralizados de miedo y con desconcierto.

 

¿Cómo –se preguntan muchos– se pudo llegar tan lejos? Miremos por el espejo retrovisor hacia los siglos pasados de la historia de la Iglesia alemana. No se trata aquí de nostalgia. Se trata de una mirada sobria y crítica. No anhelamos la «Casa plena de gloria» [mención a una famosa canción religiosa alemana alusiva a la Iglesia], sabiendo que, entre tanto, la tormenta ya no solo «golpea los muros» [alusión a la misma canción], sino que pasa bramando fuertemente por en medio de la casa.

 

Naturalmente, es verdad que una vez los católicos –bajo la guía de sus obispos– se mantuvieron generalmente firmes y fieles frente a los regímenes ateos y totalitarios en el este y el occidente de Europa. Al colapsar Alemania, la Iglesia católica fue también la única estructura social que permaneció intacta.

 

Pero igualmente cierto es que dos décadas después se reactivaron los virulentos gérmenes del modernismo, que habían estado entre bambalinas desde finales del siglo XIX. Las dos guerras mundiales y la resistencia contra las ideologías de la época solo interrumpieron los debates teológicos con el modernismo. Esto se hizo evidente cuando Pío XII abordó el tema en su encíclica Humani generis (1950), la cual suscitó una categórica resistencia, particularmente en Alemania. Ese desarrollo culminó casi dos décadas después en las furiosas protestas que con maneras vulgares se hicieron contra la encíclica Humane vitae, escrita por Paulo VI en 1968, el annus fatalis de la Iglesia y la cultura alemanas.

 

En seguida, los teólogos morales apoyaron –con solo dos notables excepciones– el rechazo a la encíclica. Este rechazo correspondía a la creciente incomprensión con la que se volvía a hablar en contra del celibato sacerdotal en amplios círculos eclesiales. Con frecuencia, las comunidades parroquiales reaccionaban aplaudiendo espontáneamente cuando un sacerdote comunicaba su deseo de casarse. Si a esto se suma que, desde entonces, en muchas iglesias reina el caos litúrgico, y los textos litúrgicos de la Iglesia son reemplazados por discutibles textos propios, que los sacerdotes celebran misas inventadas por ellos mismos, y que incluso cambian las palabras de la consagración, entonces queda claro que la disolución y el desbarajuste penetraron en el corazón de la Iglesia alemana. Uno piensa involuntariamente en las palabras de Jesús sobre «la abominación de la desolación […] erigida en el lugar santo», como una señal del fin (Mt 24, 15 ss).

 

Se incrementan los síntomas de la autodestrucción

 

Frente a todo esto, en lugar de caer en un piadoso alarmismo que cree vislumbrar ya en el horizonte los relámpagos del juicio final, lo que hay que hacer es mirar hacia el tesoro de experiencias de la Iglesia.

 

Basta con recordar los sucesos que se dieron comenzando el siglo XIX: el colapso de las estructuras eclesiales por la secularización, diócesis sin obispos durante varias décadas, el olvido del sacramento de la Confirmación; la huida del cargo de muchos sacerdotes, particularmente de religiosos; seminarios vacíos. Y, además, sacerdotes que, entregados totalmente a las ideas de la Ilustración racionalista, se consideraban a sí mismos educadores del pueblo, funcionarios eclesiásticos, trabajadores sociales.

 

Desorden litúrgico; más tarde, los «ensayos litúrgicos» (como en el caso de Ludwig Busch [1803]); disminución de la asistencia a la Misa y de la práctica sacramental, eran lo común a comienzos del siglo XIX. La elección de los temas de la predicación revela la pérdida de fe en amplios círculos del clero. En Navidad, por ejemplo, se predicaba sobre la asistencia en los partos y el cuidado de los lactantes; en la Pascua, sobre el renacer de la naturaleza luego del invierno. También se aprovechaba el momento para exponer problemas relacionados con la cría de las ovejas (Cordero pascual), y sobre el peligro de enterrar a personas aparentemente muertas. En Pentecostés (vendaval y lenguas de fuego) se recomendaba el uso del pararrayos inventado por Benjamín Franklin.

 

Y ahora la pregunta: ¿no experimentamos hoy en día algo semejante? ¿No son menos a-teos el medio ambiente, la migración, las selvas tropicales, la transformación energética, y los conflictos sociales como temas de la predicación? ¿No están, por ello, fuera de lugar en el púlpito?

 

También el amplio desplome de la práctica religiosa que experimentamos hoy en día no es, en absoluto, nada nuevo. En aquel entonces, como hoy en día, es consecuencia de una predicación –verdaderamente a-tea– que banaliza y desvirtúa el Evangelio, tal como se escucha hoy en los púlpitos.

 

No obstante, el siglo XIX fue testigo no solo del fin del régimen revolucionario de París, sino también del florecimiento casi inesperado de la vida religiosa, que tuvo su origen en Francia. En alusión a los miles que fueron ejecutados por la revolución francesa a causa de su fe, se citaban de buena gana las palabras de Tertuliano sobre la sangre de los mártires como semilla para nuevos cristianos.

 

Surgieron, entonces, numerosas comunidades religiosas. Solo en el pontificado de Pío IX (1846-1878) fueron más de cien (¡), que se dedicaron a la transmisión de la fe, a la educación, al cuidado de los enfermos y a la misión fuera de Europa. La vida monástica también experimentó una nueva primavera. Un desarrollo impresionante en una Europa cuyos dirigentes estaban obnubilados por un inaudito avance científico e industrial, pero también por las corrientes materialistas y ateas de la filosofía. Esa Europa, que se había emancipado de sus raíces cristianas con aquella arrogancia producida por el entusiasmo en el progreso, sucumbió en las batallas de la Primera guerra mundial y su gran despliegue de material bélico. No obstante, ya en las negociaciones de paz de 1918 se dibujaban en el horizonte las catástrofes del siglo XX.

 

Hasta aquí el pasado. ¿Y el futuro?

 

Si pensamos en ellos, deberíamos seguir la exhortación del apóstol Pablo, que, al dirigirse a los cristianos de Tesalónica, escribe: «No perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis…» (2 Ts 2, 2). Así, pues, si miramos con sobriedad y serenidad el momento actual, y miramos hacia el mañana, podremos reconocer el presente con todas sus tribulaciones, pero también en su transitoriedad.

 

No olvidemos lo que Jesús dice a su Iglesia acerca del futuro. Sus palabras no tienen ningún tono triunfalista. Por el contrario, habla de persecuciones, de cargar la cruz, y de muertes violentas; sí, incluso de catástrofes que estremecerán el cosmos.

 

Nada diferente es el mensaje de la Virgen María, «autenticado» por el indudable «milagro del sol» ocurrido el 13 de octubre de 1917 en Fátima. Es evidente: la Iglesia, el «misterioso cuerpo de Cristo», tiene que hacer también el camino de Cristo, que, terminando en la eternidad, pasa por el Gólgota. Solo el cielo sabe en qué punto, en qué curva de este camino nos encontramos hoy. El futuro esplendoroso y glorioso de la Iglesia comienza solo con el día del juicio final, y se hará realidad en la Jerusalén celestial. Esta es la meta. El Apocalipsis de san Juan es el que anuncia su gloria con fascinantes imágenes. Desde entonces, nos encontramos en camino hacia allá.

 

El cristiano que no quiera perder la orientación tiene una brújula confiable en el Catecismo de la Iglesia católica, que fue promulgado por el papa Juan Pablo II, y escrito bajo la dirección del entonces prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, Joseph Ratzinger. Fue publicado en 1992 y traducido a varias lenguas, entre ellas al latín.

 

Aquí, entonces, encontramos la doctrina de la Iglesia, que en el proceso de transmisión y bajo la guía del Espíritu Santo, tomó forma en las Sagradas Escrituras y en la tradición. La vida de la fe, la liturgia, la pastoral deben orientarse por estas normas si quieren «permanecer en la verdad», tal como lo formulan el evangelio y las cartas del apóstol san Juan. Si seguimos esta brújula, podemos estar seguros de no perder la meta.

 

A esto se suma el esfuerzo que durante toda la vida debe hacer el cristiano para corresponder a esas normas morales en su vida diaria tanto en la familia, en el trabajo como en la sociedad.

 

Respecto a la actual situación de la Iglesia, caracterizada por una confusión en la doctrina de la fe y la arbitrariedad moral individual, etc., se evidencia la importancia que tiene un sólido conocimiento de la doctrina de la Iglesia y sus orientaciones para la vida moral, sacramental y litúrgica.

 

Es evidente que al aspirar a corresponder a estas exigencias se den tensiones y conflictos en un entorno que se muestra crítico con Roma. No obstante, en tales circunstancias se requiere, además de un claro testimonio de la verdad, un estilo propio del debate intraeclesial que corresponda a las exigencias del Evangelio. ¡El servicio a la verdad en el amor –también el amor a los enemigos– es lo único que persuade!

 

El lector habrá podido notar que en estos últimos párrafos se habla de la fe, la esperanza y el amor: las virtudes teologales. Se llaman así, porque la capacidad para creer, para esperar y para amar son gracias de Dios, que le son infundidas al hombre redimido en el sacramento del Bautismo. La fuerza que nos dan nos capacitan para resistir las múltiples contrariedades, hasta que el Señor vuelva. Hasta entonces, hay que tener en cuenta: «No perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis …» (2 Ts 2, 1-3).

martes, 16 de febrero de 2021

TODOS TIENEN EL DEBER

 


de luchar contra la mentira en la Iglesia

Cardenal Burke

Brújula cotidiana, 16-02-2021

 

El mejor término para describir el estado actual de la Iglesia es confusión; confusión que a menudo roza el error. La confusión no se limita a una u otra doctrina o disciplina o aspecto de la vida de la Iglesia: afecta a la identidad misma de la Iglesia.

 

La confusión tiene su origen en una falta de respeto a la verdad, o en la negación de la verdad, o en la pretensión de no conocer la verdad, o en la falta de declaración de la verdad conocida. En su confrontación con los escribas y fariseos en la Fiesta de los Tabernáculos, Nuestro Señor habló claramente de aquellos que promueven la confusión, negándose a reconocer la verdad y a decir la verdad. La confusión es obra del Maligno, como enseñó Nuestro Señor mismo, cuando dijo estas palabras a los escribas y fariseos: “¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os digo la verdad, no me creéis” (Jn 8, 43-45).

 

La cultura de la mentira y la confusión que genera no tiene nada que ver con Cristo y su Esposa, la Iglesia. Recuerda la advertencia de Nuestro Señor en el Sermón de la Montaña: “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,37).

 

¿Por qué es importante que reflexionemos sobre el estado actual de la Iglesia, marcado por tanta confusión? Cada uno de nosotros, como miembro vivo del Cuerpo Místico de Cristo, está llamado a librar el buen combate contra el mal y el Maligno, y a mantener la carrera del bien, la carrera de Dios, con Cristo. Cada uno de nosotros, según su vocación en la vida y sus dones particulares, tiene la obligación de disipar la confusión y manifestar la luz que sólo proviene de Cristo, que está vivo para nosotros en la Tradición viva de la Iglesia.

 

No debería sorprender que en el estado actual de la Iglesia, los que se aferran a la verdad, que son fieles a la Tradición, sean tachados de rígidos y de tradicionalistas porque se oponen a la agenda de confusión imperante. Los autores de la cultura de la mentira y la confusión los presentan como si fueran pobres y deficientes, como enfermos que necesitan una cura.

 

En realidad, sólo queremos una cosa, y es poder declarar, como San Pablo al final de sus días terrenales: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido la buena batalla, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el Juez justo; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su manifestación” (2 Tim 4, 6-8).

 

Es por amor a nuestro Señor y a su presencia viva con nosotros en la Iglesia que luchamos por la verdad y la luz que siempre trae a nuestras vidas.

 

Además del deber de combatir la falsedad y la confusión en nuestra vida cotidiana, como miembros vivos del Cuerpo de Cristo, tenemos el deber de dar a conocer nuestras preocupaciones por la Iglesia a nuestros pastores: el Romano Pontífice, los obispos y los sacerdotes que son los principales colaboradores de los obispos en el cuidado del rebaño de Dios. El canon 212, uno de los primeros cánones del Título I, “De las obligaciones y derechos de todos los fieles”, del Libro II, “Del pueblo de Dios”, del Código de Derecho Canónico dice:

 

“§ 1. Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están obligados a seguir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia.

 § 2. Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos.

 § 3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.

 

Las fuentes del canon 212, que es nuevo en el Código de Derecho Canónico, son las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II, especialmente el n. 37 de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, y el n. 6 del Decreto sobre el Apostolado de los Laicos, Apostolicam Actuositatem.

 

Como señala la legislación canónica, los fieles laicos están llamados a dar a conocer sus preocupaciones por el bien de la Iglesia, incluso haciéndolas públicas, respetando siempre el oficio pastoral tal y como fue constituido por Cristo en la fundación de la Iglesia a través de su ministerio público, especialmente por su Pasión, Muerte, Resurrección, Ascensión y el Envío del Espíritu Santo en Pentecostés. En efecto, las intervenciones de los fieles laicos con sus pastores para la edificación de la Iglesia no sólo no disminuyen el respeto por el oficio pastoral, sino que, de hecho, lo confirman (cf. Lumen Gentium n. 37). Desgraciadamente, hoy, por parte de algunos en la Iglesia, la expresión legítima de la preocupación por la misión de la Iglesia en el mundo por parte de los fieles laicos se juzga como una falta de respeto al oficio pastoral.

 

El de por sí enorme desafío que presenta una secularización cada vez más creciente y agresiva se hace aún más enorme por varias décadas de falta de catequesis sólida en la Iglesia. Sobre todo, en nuestro tiempo, los fieles laicos esperan que sus pastores expongan claramente los principios cristianos y su fundamento en la tradición de la fe, tal como se transmite en la Iglesia en una línea ininterrumpida.

 

Una manifestación alarmante de la actual cultura de la mentira y la confusión en la Iglesia es la confusión sobre la propia naturaleza de la Iglesia y su relación con el mundo. Hoy escuchamos cada vez más a menudo que todos los hombres son hijos de Dios y que los católicos tienen que relacionarse con las personas de otras religiones y de ninguna religión como si fueran hijos de Dios. Ésta es una mentira fundamental y fuente de una de las confusiones más graves.

 

Todos los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero desde la caída de nuestros primeros padres, con la consiguiente herencia del pecado original, los hombres sólo pueden llegar a ser hijos de Dios en Jesucristo, Dios Hijo, a quien Dios Padre envió al mundo para que los hombres volvieran a ser sus hijos por medio de la fe y el Bautismo. Sólo a través del sacramento del Bautismo nos convertimos en hijos de Dios, en hijos adoptivos de Dios en su Hijo unigénito. En nuestras relaciones con las personas de otras religiones o sin religión ninguna debemos mostrarles el respeto que merecen quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero, al mismo tiempo, debemos dar testimonio de la verdad del pecado original y de la justificación por el Bautismo. De lo contrario, la misión de Cristo, su encarnación redentora y la continuación de su misión en la Iglesia carecen de sentido.

 

No es cierto que Dios quiera una pluralidad de religiones. Envió a su único Hijo al mundo para salvar al mundo. Jesucristo, Dios Hijo Encarnado, es el único Salvador del mundo. En nuestras relaciones con los demás, debemos dar siempre testimonio de la verdad sobre Cristo y la Iglesia, para que los que siguen una religión falsa o no tienen religión alguna reciban el don de la fe y busquen el Sacramento del Bautismo.

miércoles, 10 de febrero de 2021

UN TRANS

 


en la iglesia para casarse; la ambigüedad del obispo

Germán Masserdotti

Brújula cotidiana, 10-02-2021


En Tierra del Fuego (Argentina), una pareja de trans se "casa" en una iglesia católica gracias a la complicidad de un sacerdote. El obispo aclara que no se trató de un matrimonio pero no aclara sobre el sacrilegio cometido contra el sacramento y alude a una bendición en general. Sin embargo, el párroco y el obispo deberían repasar el Catecismo.

 

El pasado sábado 6 de febrero de 2021, en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Ushuaia, la capital de la provincial de Tierra del Fuego (Argentina), se profanó uno de los sacramentos insituidos por Jesucristo: el Matrimonio. Efectivamente, Pablo López Silva, de 54 años, y un varón trans conocido como Victoria Castro, de 46 años, participaron de un simulacro de boda con el acuerdo de un sacerdote salesiano que, según informa la agencia Telam, se trata de Fabián Colman y que ofición de “celebrante”. “La boda no fue inscripta como un matrimonio en los documentos eclesiásticos porque las normas del derecho canónico todavía lo impiden, aunque se trató de la primera de estas características en la historia provincial, y una de las primeras del país, según precisaron fuentes del clero”, agrega Telam.

 

“Tanto Victoria como Pablo se desempeñan actualmente como funcionarios del Gobierno de Tierra del Fuego: ella es la subsecretaria de Diversidad de la provincia, y él es el secretario de Educación”, informa la misma agencia de noticias.

 

Telam recoge las siguientes declaraciones de Castro: “Hablamos con el padre Fabián [Colman], con la idea de hacer esta ceremonia, y él aceptó. Nos dijo que solo evalúa de las personas su capacidad de amar. Por supuesto hizo consultas con el Obispado, pero personalmente siempre se mostró predispuesto”.

 

La Agencia de Información Católica Argentina, a su vez, subió en la web el texto del comunicado del Obispado de Río Gallegos, diócesis a la que pertenece la ciudad de Ushuaia y cuyo Obispo es Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, que dice de la siguiente manera:

“Desde la sede episcopal de la diócesis de Río Gallegos, y en referencia al acontecimiento sucedido en el día de ayer (sábado) en la parroquia Nuestra Señora de la Merced de la ciudad de Ushuaia, al haber tomado conocimiento del mismo expresamos que no se autorizó desde este Obispado dicha celebración.

Al tiempo que acompañamos a todas las personas sin excepción alguna en su legítimo deseo de recibir la bendición de Dios, dejamos constancia de que en este caso no se trata del sacramento del matrimonio tal como lo cree y sostiene la Iglesia.

El sacerdote en cuestión ya fue advertido convenientemente.

Como pastor propio de esta Iglesia diocesana quiero hacer llegar a todo el pueblo de Dios que peregrina en Santa Cruz y Tierra del Fuego mi cercanía, pidiendo que todos recemos para que siempre mantengamos la caridad cristiana hacia nuestro prójimo, acompañando sus dolores y sufrimientos, sus gozos y esperanzas, y a la vez conservando el depósito de la enseñanza de Jesús, el Señor.+”.

 

Como resulta evidente, la profanación de un sacramento, en este caso el del Matrimonio, es un cosa gravísima. El comunicado del Obispado, a su vez, era algo necesario pero resulta insuficiente.

 

En primer lugar, salvo que leamos las agencias de noticias o los diarios, no queda claro cuál es ese “acontecimiento”, es decir, el simulacro de matrimonio que protagonizaron el sacerdote Colman y los falsos contrayentes López Silva y Castro. Precisamente, Castro es un varón trans que intentó “casarse” con otro varón pero, como afirma el Código de Derecho Canónico: “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (canon 1055, § 1)[1].

 

Nótese que Jesucristo eleva a la dignidad de sacramento una institución natural, es decir, el matrimonio, que por sí mismo exige la unión entre un varón y una mujer. Nada de esto se dice en el comunicado firmado por el Obispo de Río Gallegos. ¿Será que el Código de Derecho Canónico, por “políticamente incorrecto”, no merecía ser citado? Recién en el siguiente párrafo se afirma que “en este caso no se trata del sacramento del matrimonio tal como lo cree y sostiene la Iglesia”. Dicho esto, tampoco se aclara qué es “lo cree y sostiene la Iglesia”.

 

Antes el comunicado afirma que se acompaña “a todas las personas sin excepción alguna en su legítimo deseo de recibir la bendición de Dios”. Debería entenderse, en el mejor de los casos, que se trata de los individuos pero no –lo que no queda claro– de una bendición de una unión entre dos varones uno de los cuales, además, es “trans”.

 

“El sacerdote en cuestión ya fue advertido convenientemente”. Esta advertencia –un término tan anodino–, ¿incluiría que el P. Fabián Colman repase la enseñanzas del Catecismo sobre el sacramento del Matrimonio? El hecho gravísimo de la profanación ¿no requería algo más que una advertencia?

 

Por último, salvo que se viva en el mundo de La isla de la fantasía, es sabido que el lobby LGBTI+ ejerce presión en la vida de la Iglesia mediante acciones como el simulacro de matrimonio entre López Silva y Castro para legitimar costumbres contrarias al orden natural y cristiano. Nos parece que se ha perdido una excelente oportunidad para ofrecer una Catequesis auténticamente católica sobre el sacramento del Matrimonio.

 

[1] “Can. 1055 - §1. Il patto matrimoniale con cui l'uomo e la donna stabiliscono tra loro la comunità di tutta la vita, per sua natura ordinata al bene dei coniugi e alla generazione e educazione della prole, tra i battezzati è stato elevato da Cristo Signore alla dignità di sacramento”.

domingo, 7 de febrero de 2021

¿QUIÉN ES JESUS?


 el caso del maestro francés que fue a juicio por responder a esa pregunta de un alumno de 10 años

Por Claudia Peiró

Infobae, 7 de Febrero de 2021

 

“¿Quién es ese señor que hace gimnasia colgado en una cruz a la entrada del pueblo?” “¿Por qué no tenemos clases en Pascua?” “¿Quién es Jesús?”: esas fueron algunas de las preguntas que alumnos de entre 9 y 11 años le hicieron a su maestro, Matthieu Faucher, en una escuela de Malicornay, un pueblo del centro de Francia.

 

Fue durante el ciclo escolar 2016-17 y este maestro de 40 años consideró que debía llenar esa laguna de conocimiento desde el punto de vista histórico y no teológico. Incluso, en lo que hace a la Biblia, desde un punto de vista literario, algo que nuestro Borges hubiera entendido muy bien [ver la clase magistral de Julio Crivelli, sobre las claves bíblicas ocultas en la poesía borgiana].

 

En opinión de Faucher, esa descristianización de los niños implicaba “un enorme vacío cultural”. Preparó una unidad pedagógica con el título “El cristianismo por los textos: estudio literario de extractos bíblicos”, y tuvo la precaución de reunir a los padres de sus alumnos y ponerlos al tanto de sus intenciones. Su plan era hacer trabajar a los chicos sobre algunos textos de la Biblia, y pasarles extractos del film El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Passolini, y de la película de animación Príncipe de Egipto.

 

El maestro no imaginó el calvario que le esperaba. La denuncia en su contra no vino de los padres. Al menos no públicamente. Fue acusado de proselitismo religioso a través de una carta anónima. De inmediato, las autoridades de la escuela lo suspendieron. Aunque los padres protestaron, el rectorado Orléans-Tours convalidó la sanción, que unos meses después fue seguida de un traslado disciplinario, el 2 de junio de 2017.

 

Faucher no aceptó la decisión. Estaba convencido de no haber cometido ninguna falta y decidido a demostrarlo. Se le reprochaba haber “faltado a su deber de neutralidad y laicismo”, acusaciones que él rechazó de plano. Fue a la justicia, que le dio la razón en primera instancia. Pero el fallo fue recurrido por el Ministerio de Educación nacional. Esto lo favoreció, ya que en segunda instancia un tribunal administrativo de Burdeos ordenó el levantamiento de las sanciones y su reincorporación a la escuela que debió dejar perentoriamente hace 4 años.

 

“La Corte estableció que mi enseñanza se inscribió perfectamente en los programas de educación de la escuela primaria”, dice Faucher, que se siente rehabilitado y fortalecido, tras la larga batalla judicial. “Este caso me supera ampliamente. Están en juego cosas mucho más grandes”, dice. “El tema de la enseñanza laica del hecho religioso, por ejemplo. Yo fui sancionado por haber trabajado con un libro que es un pilar de nuestra civilización; eso plantea interrogantes. Yo di cultura, no catecismo. Sólo cultura. Y los alumnos son los que la piden”.

 

“Cuando me enteré de que no sabían quién era Jesús, pensé que había una laguna cultural que colmar”, explica. En su opinión, “también las otras religiones deben ser abordadas en los programas escolares, pero con un espacio más amplio para el cristianismo que es la base de nuestra historia”.

 

“Esta decisión -agrega, sobre el fallo que lo exculpa- es una extraordinaria esperanza para todos los docentes que, como yo, están suspendidos. Hay que entender que es cada vez más difícil enseñar. Por más que mis colegas tengan el cuero duro, necesitan apoyo cuando defienden causas justas”.

 

“El señor Faucher no manifestó en ningún momento creencia religiosa alguna en el ejercicio de sus funciones docentes”, dice el fallo, que también afirma que “tanto los textos como los extractos de películas y dibujos animados presentados por Faucher a sus alumnos en el marco de la enseñanza de lengua fueron tratados con una perspectiva geográfica e histórica así como vinculados a otros textos [y] sirvieron de apertura para abordar temas en relación con el programa de educación moral y cívica”.

 

Con este fallo, el tribunal no sólo exculpó al maestro; también desautorizó al rectorado que lo sancionó y al Ministerio de Educación, que cuestionó los métodos pedagógicos del docente, calificándolos de “actitud marcada por el proselitismo”.

 

En realidad, la justicia no hizo sino confirmar lo que dicen los programas escolares, pero que las autoridades del establecimiento donde ejercía Faucher parecieron olvidar, intimidadas por una carta anónima y, sobre todo, por el clima cultural ambiente.

 

En efecto, el caso repercutió más allá de los límites del pequeño pueblo de Malicornay porque dice mucho acerca del clima cultural que reina en Francia y en otras sociedades occidentales. El trasfondo de este episodio es el de una laicidad mal entendida en un país afectado por la fragmentación -fruto de una diversidad también mal entendida-, y en el que a la radicalización religiosa de ciertos sectores se le contrapone un laicismo no menos fanático.

 

Entrevistado por La Nouvelle République, Faucher, que, vale reiterar, no es creyente, señalaba la diferencia entre la “sana laicidad” o “laicidad positiva” y su opuesto que es el “laicismo”. “Algunos quieren hacer tabla rasa del cristianismo, cuando esa religión es uno de los cimientos de nuestra cultura judeo cristiana. Ir en ese sentido, es separarse de 1500 años de nuestra historia”, sostuvo. Y citó en apoyo una reflexión de Dominique Ponnau, director honorario de la Escuela del Louvre, que considera que “no es rechazando nuestra cultura como recibiremos mejor a los demás” y que se preguntaba “cómo acoger al extranjero, si nosotros mismos nos hemos vuelto extranjeros a nuestra propia cultura”.

Para medir hasta qué punto ha llegado este fenómeno, baste señalar que hay docentes que se niegan a datar los años con la expresión “antes de Cristo”, como si, en vez de un hecho histórico cultural se tratase de una profesión de fe.

 

Se ignora o no se valora en su justa medida la dimensión fundante de la religión judeocristiana en la cultura occidental. No estudiar el hecho religioso implica renegar del propio pasado y privarse de claves interpretativas básicas para el presente.

 

En el laicismo extremista hay un malentendido de base: se defienden los valores republicanos en oposición a los valores religiosos, cuando los primeros no se entienden sin los segundos. El grueso de los “credos” republicanos que el laicismo enarbola como banderas frente a una supuesta intromisión de la Iglesia en el mundo profano son de cuño religioso: empezando por los conceptos de la tríada “libertad-igualdad-fraternidad” -consagrada por la muy atea y anticlerical Revolución Francesa-, cuyos elementos ya habían sido asociados por François Fénelon, arzobispo de Cambrai, a fines del siglo XVII.

 

El caso Faucher evoca una tendencia muy actual: “La civilización occidental y cristiana se detesta a sí misma”, decía el historiador Jean Sévillia, en una entrevista con Infobae. “Asistimos a un quiebre de civilización, a una ruptura en la transmisión de la cultura -señalaba-, además de una sobreinterpretación de la laicidad”.

 

En una tribuna reciente, el profesor y ensayista Jean Paul Brighelli escribía: “A fines de agosto, nosotros conmemoramos el 2500° aniversario de la batalla de las Termópilas… ¿Nosotros quiénes? ¿Aquellos para los que Leónidas no es más que una marca belga de chocolate? ¿Quién se acuerda de que 300 espartanos murieron para dar tiempo a los griegos y salvar a Europa de una invasión mayor, como don Juan de Austria la salvó en Lepanto, como Nicolás de Salm en 1529 y Juan III Sobieski en 1683, frente a Viena, la salvó de las ambiciones turcas? "

 

“Nuestra civilización, degradando la Educación, ha reemplazado la Cultura por la adquisición de ‘competencias’”, sentenciaba. Para Brighelli, si todavía queda gente cultivada, ésta se esconde. “Y lo bien que hace -agregaba, con la cruda ironía que caracteriza a este predicador de la educación de excelencia, rigurosa, frondosa en contenidos y exigente-. Esa gente ya no tiene ningún rol que jugar en una civilización que ha encogido el estudio del latín y del griego como piel de zapa (¡lean a Balzac, tontos!), y reemplazado los saberes por el savoir-faire (triunfo indiscutido del utilitarismo a lo Bentham) y el saber ser por el agruparse: tener preocupaciones ecológicas, hacer el Ramadán por solidaridad, y aprobar un bachillerato de vagos: esas son las competencias modernas indispensables”.

 

“La Iglesia, no exclusivamente, pero sí principalmente, hizo a Francia como nación y a Europa como continente -afirma Philippe Capelle-Dumont, sacerdote católico y profesor universitario, especialista de las relaciones entre filosofía y teología-. Es un dato histórico que no necesita de la apologética para ser validado”.

 

La modernidad occidental lo niega, dice Capelle-Dumont, pero ha guardado las huellas de lo religioso “reinvirtiendo o travistiendo muchos de sus temas estructurales”. Y enumera: la distinción entre lo político y lo religioso, la dignidad intrínseca y jurídica de la persona, la igualdad hombre-mujer.

 

De hecho, basta superponer el mapa de las libertades individuales y de la emancipación de la mujer con el de las religiones para advertir que es la cultura occidental y cristiana la que más las ha promovido, a diferencia de lo que sucede en países de otras confesiones y ni hablar de los que tuvieron o tienen aún regímenes abiertamente ateos.

 

“El binomio César-Dios no consiste, como lamentablemente se repite a piacere, en una separación entre lo temporal y lo espiritual, sino en una distinción entre el orden público y el orden divino”, aclara Capelle-Dumont. La consecuencia de esto es que “César no es Dios, lo político no debería por lo tanto ser divinizado aun cuando es respetado en su propio orden de decisiones como gerente de una autoridad recibida”. Establecida esta distinción, vale aclarar que “lo espiritual ‘inspira’ lo temporal, incluso en la diferenciación de los órdenes institucionales, religiosos y políticos”.

 

Al ignorar esto, se permite el desarrollo de “un laicismo doctrinario que se presenta como único apto para defender la separación de las instituciones religiosas y políticas”.

 

El laicismo radical aboga por desterrar todo lo religioso de la esfera pública, ignorando que la propia cultura laica occidental tiene raíces religiosas, como lo explica Tom Holland en un reciente ensayo, Dominio. Una nueva historia del cristianismo.

 

Reseñando el libro para el diario El Mundo, Luis Alemany explica que Holland hila todas las historias del cristianismo y las presenta como “el marco que explica nuestra vida actual, tan aparentemente irreligiosa”. Derechos humanos, monogamia y hasta referencias en la cultura como el “todo lo que necesitas es amor”, de los Beatles, o los diálogos bíblicos en Pulp Fiction. Holland hace un análisis histórico, no místico ni apologético. El autor, que no es creyente, compartió incluso por un tiempo “esa visión crítica de la religión al estilo de William Blake”, para quien “el éxito del cristianismo” representó “una rémora en la historia del ser humano; lo ha condenado a ser menos libre, más gregario, a no vivir con naturalidad su sexualidad”.

 

“Pero el estudio de la Historia Antigua le permitió comprender lo insoportablemente cruel y brutal que era el mundo pagano, de modo que lo que perdimos en libertad, sostiene Holland, lo ganamos en compasión y generosidad”, agrega Alemany.

 

Bondad y consuelo fueron las claves de la atracción del cristianismo y de su rápida expansión, explica Holland. “El cristianismo -escribe- supo combinar varios ingredientes ya existentes para crear algo nuevo. Universalizó el atractivo del Dios de Israel, una deidad que amaba sus creaciones, y que había creado al hombre y a la mujer a su semejanza (y) lo fusionó con el énfasis de la filosofía griega sobre la conciencia, añadiéndole un toque de dualismo persa”.

 

Jesús da su vida para salvar al mundo y ese era “el consuelo que ofrecía el cristianismo: que el esclavo podía triunfar sobre el maestro, la víctima sobre su torturador”.

El cristianismo trajo fenómenos absolutamente rupturistas y novedosos para la época; hoy nos cuesta entenderlo así porque los hemos naturalizado, dice Holland. Uno de ellos es el de la fe convertida en estricto código de conducta.

 

Negarse al estudio de la Biblia o de la historia del cristianismo no es rechazar un credo, sino privarse, o privar a los jóvenes, del conocimiento de sus raíces culturales. ¿Por qué no negarse también al estudio de la mitología griega o romana?, ¿o del latín?

 

Querer separar a la iglesia y a la religión de los procesos históricos y culturales es una operación tan absurda como imposible, a tal punto están imbricadas en todos los aspectos de la vida y del pensamiento humanos.

 

Por siglos, el arte en sus muchas expresiones -pintura, escultura, literatura, arquitectura- estuvo inspirado en y por la religión. Lo mismo puede decirse del derecho, de la filosofía, de la moral y de la política.

 

También de la ciencia, contrariamente a lo que “vende” el laicismo: la religión como su enemiga irreconciliable. El físico, filósofo y teólogo Blaise Pascal; el muy religioso autor de la teoría de la gravedad, Isaac Newton; el canónigo Nicolás Copérnico, padre de la astronomía moderna; el matemático jesuita Matteo Ricci; Nicolás Steno, anatomista y geólogo; el sacerdote Marin Mersenne, famoso por sus “números primos”; y, más contemporáneamente, el jesuita George Lemaitre, primer postulador de la teoría del Big Bang sobre el origen del universo -reconocido por Albert Einstein, que fue su amigo-; son sólo algunos ejemplos de hombres de fe que hicieron avanzar a la ciencia.

 

Cabe esperar que el fallo sobre el caso Faucher contribuya a cerrar una fisura y a la comprensión de que, como dijo hace un tiempo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, “la laicidad no tiene por función negar lo espiritual”.