La visión “teológica” del Gran Reinicio. El
cual es una religión
Marco Tosatti
Civitas, 1-9-2022
Queridos amigos y
enemigos de Stilum Curiae, creo que es interesante poner en vuestro
conocimiento esta conferencia pronunciada hace unos días por el arzobispo Carlo
Maria Viganò en la Université d’Éte Civitas. Disfruten su lectura.
*****
Cuando el ser
humano actúa, primero tiene un propósito. Su acción, lo que realiza, representa
un medio ordenado a un fin, el cual puede ser moralmente bueno o malo. La
acción es un acto de la voluntad y surge del pensamiento, que es un acto del
intelecto. Lo que hacemos, en definitiva, está determinado por lo que somos (el
conjunto de nuestras facultades: memoria, inteligencia y voluntad): la
escolástica resume perfectamente este concepto en tres palabras: agere sequitur
esse [el actuar sigue al ser].
Nadie actúa sin un
propósito, e incluso lo que está ocurriendo ante nuestros ojos desde hace más
de dos años es la consecuencia de un conjunto de causas concomitantes que
presuponen un pensamiento inicial, un principio informador, por así decir. Y
cuando nos damos cuenta de que las razones que nos dan para justificar las
acciones emprendidas no tienen ninguna razonabilidad, significa que estas
razones son pretextos, motivos falsos que sirven para ocultar una verdad
inconfesable.
Esta es, en
realidad, la forma de proceder del Maligno. Cuando nos tienta, miente para
hacernos creer que es nuestro amigo, preocupado por nosotros, por nuestro bien.
Al igual que un feriante, el diablo nos propone sus remedios milagrosos, sus
elixires de felicidad y riqueza, al módico precio de nuestra alma inmortal.
Pero esto, obviamente, lo calla, y como un estafador escribe en letra pequeña
las cláusulas del contrato.
Todo es mentira
cuando se trata de Satanás. Falsas premisas: tu Dios te oprime con preceptos
gravosos. Falsas promesas: puedes decidir y conseguir lo que quieras. Y todo es
mentira cuando los siervos de Satanás se organizan para instaurar la distopía
del Nuevo Orden Mundial.
Ahora bien, como
no podemos pretender que todos los conspiradores del Gran Reinicio nos digan
con claridad cuál es su objetivo final -pues es algo inconfesable y criminal-,
sí podemos reconstruir la mens de sus acciones conociendo los principios
inspiradores de su actuar y respaldándolas con sus mismas palabras. Y también
estamos en condiciones de comprender que las razones aducidas son sólo
pretextos. De hecho, precisamente los pretextos, tal como se presentan, demuestran
la malicia y la premeditación, ya que si su plan fuera honesto y bueno no
tendrían necesidad de disimularlo con excusas ilógicas e incoherentes.
¿Pero qué es este
Gran Reinicio? Es la imposición forzosa de una cuarta revolución industrial que
lleve a la implosión del sistema económico y social actual y permita, mediante
el empobrecimiento general y una drástica reducción de la población, la
centralización del poder en manos de una élite de aspirantes a la inmortalidad
y al dominio del mundo. Les gustaría reducirnos a una masa amorfa de
clientes/esclavos confinados en cubículos y perpetuamente conectados a la red.
A través del Gran
Reinicio quieren borrar la sociedad cristiana occidental para instaurar una
sinarquía liberal-comunista calcada de la dictadura china, en la que toda la
población sea controlada y manipulable a voluntad. En una sociedad inspirada,
aunque sea sólo en parte, en los valores del catolicismo, los grupos de poder
financiero y la élite de la Nuevo Orden Mundial no tendrían cabida, pero esto
no debe hacer pensar a algunos que su oposición a la sociedad cristiana tiene
una motivación esencialmente económica y de poder. En realidad, lo que
desencadena ese odio es que pueda existir, aunque sea en el más remoto rincón
del planeta, una alternativa posible a la distopía globalista, un mundo en el
que los empresarios puedan pagar honestamente a sus empleados, en el que el
Estado exija a sus ciudadanos unos impuestos razonables, en el que las
organizaciones benéficas realicen gratuitamente y sin especulación aquellos
servicios que hoy se subcontratan a particulares con ánimo de lucro, en el que
se respete la inocencia de los niños y no se permita la propaganda Lgbtq+. Un
mundo en el que el reino social de Cristo se muestre no sólo como posible, sino
como la mejor forma de sociedad, administrada para el bien común y la gloria de
Dios.
La mera existencia
de un punto de comparación es una derrota abrasadora del engaño globalista,
muestra su fracaso y su horror. Las mentiras sobre la necesidad de los
confinamientos están desmentidas por la evidencia de que donde no se los adoptó
hubo menos casos de enfermedades graves que donde se impusieron encierros y
toques de queda. Las mentiras sobre la eficacia del suero génico están
desmentidas por los casos de reinfección de personas muchas veces vacunadas,
por los efectos adversos graves y por las muertes súbitas. Las mentiras sobre
el pueblo soberano y los derechos inviolables del individuo han sido
desmentidas por normas absurdas, normas inconstitucionales, leyes
discriminatorias en el silencio del poder judicial. Y, para ser honestos,
incluso el término de comparación constituido por la Misa de todos los tiempos
hace imposible preferir su falsificación montiniana: por eso la Iglesia
bergogliana quiere impedir su celebración y alejar a los fieles de ella.
También se recurrió al engaño para imponernos este horror, diciendo a los
fieles que la Misa antigua era incomprensible, y que había que traducirla y
simplificarla para que los fieles apreciaran mejor su significado. Pero eso era
mentira, y si nos hubieran explicado que su objetivo era exactamente el mismo
que el de los heresiarcas protestantes -destruir el corazón de la Iglesia
católica- habríamos ido a por ellos con horcas.
En consecuencia,
el mundo globalista no tolera la confrontación. Exige la exclusividad que
denuncia con horror en cuanto no es él quien la reivindica. Se rasga las
vestiduras sobre el poder temporal de la Iglesia -con la complicidad de
clérigos herejes y fornicarios- sólo para exigir después una obediencia
absoluta e irracional a los dogmas que proclama desde Davos o Bruselas. Celebra
la libertad de expresión y de prensa que financia generosamente, pero no tolera
ni el disenso ni la verdad, que pretende hacer simplemente inaccesible e
invisible.
Más aún: el mundo
globalista no tiene ningún pasado para mostrarnos que confirme la grandeza de
sus ideas, de su filosofía, de su fe. Por el contrario, se nutre de la
falsificación de la historia, del borrado del pasado, de su eliminación de las
nuevas generaciones, de tal modo que no haya nadie que, frente a la catedral de
Chartres, esté en condiciones de reconocer las imágenes de Cristo y de los
santos. De tal modo que nadie sepa que en la Capilla Santa se guardaba la
ampolla del Crisma llevado por un Ángel para consagrar a los Reyes de Francia.
De tal modo que no pueda conocer sus hechos, no encuentre sus tumbas, no
comprenda los tesoros del arte y la literatura que han hecho grandes a las
naciones católicas. La eliminación de la cultura revela la radical
inconsistencia ontológica del globalismo frente al esplendor del cristianismo.
El mundo
globalista no tiene futuro. O más bien: el futuro que pretende para nosotros es
tan sombrío y aterrador como puede concebir la mente humana. Por lo tanto, el
futuro que prevé para nosotros es falso e irrealizable. “No tengo casa, no
poseo nada y soy feliz”, intentan convencernos Schwab y los promotores de la
Agenda 2030. Pero su objetivo no es hacernos felices -lo que puntualmente no
ocurrirá, por supuesto- sino confiscar nuestras casas y posesiones y ponerlas a
nuestra disposición a cambio de una cuota. Cuando nos hablan de pacifismo y
desarme no es porque quieran la paz, sino porque al estar nosotros desarmados y
sin ideales nos dejaremos invadir y dominar sin reaccionar. Al imponernos la
acogida y la “inclusividad” -adoptando un léxico iniciático- no quieren que
realmente acojamos e integremos a personas de otras culturas y religiones, sino
crear las condiciones previas para el desorden social y la consiguiente
eliminación de nuestras tradiciones y de nuestra Fe.
Cuando nos hablan
de “resiliencia”, no nos dicen que nos protegerán de los acontecimientos
adversos, sino que debemos resignarnos a absorberlos sin protestar. Cuando nos
acusan de extremismo o integrismo, es sólo porque saben que los creyentes y los
ciudadanos con ideales nobles y santos pueden resistir, organizar la oposición,
difundir el disenso. Y cuando nos imponen la inoculación masiva con un suero
génico ineficaz pero lleno de efectos adversos graves y letales, no lo hacen
por nuestra salud, sino para modificar nuestro ADN y convertirnos en enfermos
crónicos, con un sistema inmunológico definitivamente comprometido y una
esperanza de vida inferior al promedio de las personas sanas, y para insertar
en nuestros órganos nanoestructuras de grafeno autoensamblables -como se
desprende de la denuncia presentada recientemente por el abogado Carlo Alberto
Brusa- capaces de hacernos geolocalizables, incluidos los militares.
Nunca esperen la
verdad por parte de los defensores del Gran Reinicio. Porque donde no hay
Cristo, no puede haber Verdad, y sabemos cuánto odio sienten por Nuestro Señor.
Un odio que no pueden disimular, del que hacen gala en los espectáculos de
inauguración de los eventos europeos (pensemos en la inauguración del túnel de
San Gotardo, en los Juegos Olímpicos de Londres y, recientemente, en la
inauguración de los Juegos de la Commonwealth en Birmingham), en sus “recomendaciones”
de no celebrar la Navidad y de no utilizar nombres cristianos para nuestros
hijos. Su odio emerge lívido cuando teorizan el aborto como un “derecho
humano”, ocultando su atrocidad detrás de la hipócrita expresión “salud
reproductiva”: porque es la vida lo que odian, en la que ven la imagen y
semejanza de ese Dios que han perdido para siempre.
En realidad, esta
imagen y semejanza es mucho más profunda de lo que pensamos. Consiste en la
dimensión trinitaria del hombre, con sus facultades referidas a las Tres
Personas Divinas: la memoria (el Padre), la inteligencia (el Hijo), la voluntad
(el Espíritu Santo). Y como en la Santísima Trinidad el Espíritu es el Amor que
procede del Padre y del Hijo, en el hombre la voluntad es la facultad que se
origina en la memoria de las cosas pasadas y en la comprensión de las cosas
presentes. No es casualidad si, en la agitación infernal del mundo
contemporáneo, el hombre se encuentre desprovisto de sus recuerdos, de su
historia y de sus tradiciones (pensemos en la cultura de la cancelación de las
culturas y en los pedidos de “perdón” por las acciones de nuestro pasado que
han sido falseadas o tergiversadas), incapaz de expresar un juicio crítico
(pensemos en la disonancia cognitiva generada por la psico pandemia) y de ordenar
su voluntad subordinándola al intelecto (pensemos en la incapacidad de
reaccionar frente al mal impuesto o al bien del que se nos priva).
La sociedad
moderna, con su fábula de la democracia, nos ha enseñado a pensar que también
podemos ser católicos, quizá incluso tradicionalistas, siempre que no
cuestionemos que la igualdad de derechos debe reconocerse a todos los demás.
Hay que respetar las ideas de los demás, nos dicen. Pero en el mundo
metafísico, en la eternidad de Dios, esta batalla entre el Bien y el Mal no
tiene nada de secular o ecuménico: es real, tan real como los ejércitos
alineados, el de la Civitas Dei y el de la civitas diaboli. Los Ángeles del
paraíso y los espíritus apóstatas del infierno no saben qué hacer con el
buenismo conciliar: libran una batalla en la que arrebatan al adversario el
mayor número de almas posible. Los Santos que interceden por nosotros no han
leído Hermanos Todos, y la balanza de San Miguel no está calibrada en base a la
moral de la situación de algún jesuita hereje o a las contorsiones pastorales
del Camino Sinodal [alemán].
Dejemos de ser
políticamente correctos, siempre presos del temor de que nuestras convicciones
puedan ultrajar las sensibles conciencias de quienes no dudan en despedazar a
una criatura indefensa en el vientre materno o asfixiar a ancianos y enfermos
mientras duermen. Con demasiada frecuencia hemos callado ante cosas que ni
siquiera deberían mencionarse, desde la normalización de los vicios hasta las
transgresiones más degradantes. Sin embargo, como católicos debemos saber que
Dios está vivo y es verdadero a pesar de los ateos, y que Cristo tiene el
título de soberanía sobre nosotros como nuestro Creador y Redentor a pesar de
los liberales. Si no estamos persuadidos de estas realidades, no podemos
comprender ni siquiera la acción del enemigo, que es perfectamente consciente
de esta realidad. Si no nos persuadimos de estas realidades, no daremos ningún
ejemplo creíble a quienes con nuestras palabras y acciones podrían hacerse
dóciles a la Gracia abriendo los ojos. Es difícil creer a quienes en primer
lugar no aman lo que profesan, así como es difícil prestar fe a los
modernistas, que con su comportamiento carente de caridad reniegan de toda su
verborrea. También es difícil creer a los que nos piden que comamos saltamontes
y cucarachas para salvar el planeta, mientras no renuncian a sus preciados
cortes de carne de Kobe, o que renunciemos a los coches con diésel, mientras
usan jets privados para desplazarse.
Debemos
redescubrir esa dimensión de realismo y objetividad, de conciencia del combate
espiritual que nos han hecho perder poco a poco, o de la que nos han enseñado a
avergonzarnos. Somos milites Christi, llamados a combatir a un enemigo que
quisiera golpearnos por la espalda o hacernos desertar cobardemente, porque
sabe que cuando nos combate en campo abierto, detrás de nosotros encuentra a la
Virgen Inmaculada, terribilis ut castrorum acies ordinata. Esa Madre a la que
el Enemigo odia en todas las madres de la tierra, esa Esposa del Cordero a la
que vilipendia atacando la santidad del Matrimonio y las virtudes domésticas,
esa Mujer a la que humilla desfigurando la feminidad o haciendo una parodia
obscena de ella.
La doctrina
globalista es esencialmente satánica, porque es la aplicación social y global
más directa y más coherente de la rebelión de Satanás. Encontramos en ella esa
hybris, ese desafío al Cielo que la civilización clásica -todavía pagana pero
ya preordenada para la llegada del mensaje de Cristo en la plenitud de los
tiempos- había estigmatizado sabiamente y que nos remite a la rebelión de
Lucifer. La hybris, la soberbia insana de quienes se creen Dios y usurpan sus
atributos divinos, lleva hoy a la ciencia a renegar de su vocación de servir al
bien para transformarla en sierva del Nuevo Orden, para lograr con el progreso
tecnológico lo que era impensable en el pasado: borrar la separación entre el
hombre y la máquina, entre su mente y la inteligencia artificial.
Por lo tanto, no
debe sorprendernos si el transhumanismo es uno de los puntos irrenunciables de
la Agenda 2030. Detrás de este loco proyecto de poner las manos sobre la
Creación e incluso atreverse a manipular el santuario de la conciencia al que
sólo Dios desciende con la Gracia, detrás de este designio de violentar al ser humano
para “hacerlo más eficiente” hay, una vez más, un error doctrinal, una mentira
opuesta a la Verdad de Dios. Crear un ser inmortal -como pretenden algunos- es
la reiteración de una propuesta tecnológica de un delirio infernal, en cuya
base está la presunción de poder borrar las consecuencias sobre la humanidad
del Pecado Original, devolviéndola el estado de perfección en que se encontraba
antes de sucumbir a la tentación de la Serpiente. Donde el pecado de Adán trajo
la muerte y la enfermedad, el engaño del transhumanismo promete inmortalidad y
la salud; allí donde se ha producido el debilitamiento del intelecto y la
inclinación al mal de la voluntad, el fraude del hombre-máquina promete el
acceso al conocimiento y la posibilidad de ser ley para sí mismo. Allí donde ha
llevado al cansancio del trabajo, a la guerra y a las pestilencias, la distopía
globalista promete la renta universal, la paz y la prevención de todas las
enfermedades. Pero la muerte, la enfermedad, el debilitamiento del intelecto y
la inclinación al mal de la voluntad, el cansancio del trabajo, la guerra y las
pestilencias son el justo castigo por la ofensa infinita que toda la humanidad,
en sus Progenitores, ha hecho a la Majestad de Dios al desobedecerle. Quien se
engañe a sí mismo pensando que no hay consecuencias para esa desobediencia, es
porque no quiere ni siquiera aceptar que es hijo de la ira, ni reconocer la
obra de la Redención de Jesucristo, quien vino a la tierra propter nos homines
et propter nostram salutem [por nosotros los hombres y por nuestra salvación] y
murió en la Cruz para redimirnos del yugo de Satanás.
Aquí está la
verdadera perspectiva teológica desde la que considerar la crisis de la
sociedad y de la Iglesia. El delirio del transhumanismo no pretende hacer más
rápida la carrera del atleta o más aguda la puntería del soldado, sino
corromper al hombre en el cuerpo, después de haberlo golpeado en el alma.
Satanás no se resigna a la derrota, que es tanto más tremenda cuanto mayormente
en ella ha aparecido la obediencia de nuestro Señor al Padre Eterno, en
oposición a la soberbia del Non serviam luciferino. Y si Dios, a través de los
caminos de la Gracia, consigue tocar las almas y conducirlas de nuevo hacia Él,
restituyéndoles a la vida eterna, Satanás se ensaña ahora también con los
cuerpos, para contaminar la obra del Creador y desfigurar a la criatura. De
hecho, su obra devastadora se extiende también a los animales y a las plantas,
con resultados abominables que nunca podrán competir con la magnificencia de
Dios.
Esta es la agenda
del conflicto entre el Bien y el Mal, que desde la creación de Adán incluye
también a los seres humanos, que siguen eligiendo un bando, incluso cuando
deciden no elegir. Porque la neutralidad es ya una alianza con los que merecen
la derrota. Sabemos lo poderoso que es el enemigo del Nuevo Orden Mundial y
cuál es su organización. También sabemos lo que le mueve y lo que quiere
conseguir. Pero precisamente por eso sabemos que sus victorias son sólo
aparentes y están condenadas al fracaso; y que nuestro deber, en esta guerra ya
ganada por Cristo en la Cruz, es tomar partido y luchar, en primer lugar,
abriendo los ojos ante las mentiras con las que nos alimenta la información
dominante.
Comprender que
puede haber personas malvadas, dedicadas al mal, que deliberadamente eligen
ponerse del lado de Lucifer en contra de Dios, es el primer paso que deben dar
los que quieren resistir el golpe blanco en curso. Estas personas constituyen,
en cierto modo, el “cuerpo místico” de Satanás, y actúan como tal para propagar
el mal en el mundo y borrar el nombre de Cristo: al igual que el Cuerpo Místico
de Cristo, que es la Iglesia, actúa en la Comunión de los Santos para propagar
la Gracia. De nuevo, civitas diaboli y Civitas Dei. Si pensamos que la
emergencia de la pandemia fue gestionada por incompetentes y no por
exterminadores cínicos, estamos completamente equivocados, de la misma manera
que estamos equivocados si creemos que nuestros gobernantes no están sometidos
como esclavos a esta élite de delincuentes, usureros y malversadores, después
de haber hecho carrera con ellos.
Hubo una época en
que era normal que los súbditos de un reino cristiano vivieran respetando los
mandamientos, que estuvieran prohibidos el aborto, el divorcio, la sodomía y la
usura. Ese mundo, gracias al lento y paciente trabajo de los conspiradores, ha
sido sustituido por éste, que aún no es del todo suyo, en el que reinan poderes
que no obtienen su legitimidad ni de Dios ni del pueblo. Son estos poderes los
que impiden lo que antes se fomentaba y premiaba, y fomentan lo que estaba
prohibido y se castigaba.
Si Cristo reina en
la Civitas Dei, ¿quién reina en la civitas diaboli, sino el Anticristo? Así, si
en la res publica bien ordenada lo verdadero, lo bueno y lo bello son
expresiones teológicas, por así decir, de las perfecciones de Dios; en la
república globalista lo falso, lo malo y lo feo serán su manifestación más
inequívoca, hasta el punto de tener que convertirse en una norma general, en
una ley del Estado, en un precepto moral al que atenerse. También en este caso,
si nos fijamos, se repite aquí otro engaño: aquel según el cual la tiranía de
los soberanos y del clero, justificada por la superstición papista, habría sido
eliminada definitivamente por la sociedad revolucionaria, para ser sustituida
por el gobierno del pueblo bajo los auspicios de la diosa Región. Hoy vemos
cuánto más tiránicos son el Leviatán globalista y el Sanedrín bergogliano,
unidos por haber renegado y traicionado su rol de gobernantes del Estado y de
pastores de la Iglesia.
Queridos amigos,
vuestra tarea -como la que realizan muchas personas de buena voluntad en tantas
otras naciones- es una tarea sagrada y muy importante: es la tarea de la
reconstrucción, de la restauración, de la edificación. Exactamente lo contrario
de lo que saben hacer los seguidores de la civitas diaboli, capaces sólo de
destruir, de demoler, de amontonar escombros. Y para reconstruir es necesario
que volver a empezar desde los fundamentos que son las bases del edificio social,
poniendo a Cristo como piedra angular, como piedra clave.
Recuerden que esta
generación perversa y corrupta no tiene futuro: es víctima de su propia
ceguera, de su propia esterilidad, de su propia incapacidad de generar. Porque
dar la vida es obra divina, y vale tanto para la vida del cuerpo como para la
del alma; mientras que el demonio sólo es capaz de dar la muerte, y con ella la
sorda desesperación del alma arrancada de su fin último y supremo, que es Dios.
El Nuevo Orden
Mundial no prevalecerá, estén seguros de ello. No prevalecerá su furia
devastadora, que querría reducir la población mundial a 500 millones de seres
humanos. No prevalecerá su odio a la vida naciente y a la vida que va
apagándose. No prevalecerá su plan de tiranía, porque es precisamente en la
privación del Bien que nos damos cuenta de lo que nos han quitado y encontramos
la determinación y la fuerza para combatir y resistir. Tampoco prevalecerá la
apostasía que aflige a la Jerarquía católica, convertida en sierva del mundo: los
sembradores de discordia y error que infestan nuestras iglesias se extinguirán
inexorablemente, dejando vacías aquellas catedrales e iglesias, desiertos
aquellos conventos y seminarios que ocuparon hace setenta años con la falsa
promesa de la primavera conciliar. Porque detrás de todo esto siempre está el
fraude y la malicia del Mentiroso.
Queridos amigos,
Estoy muy feliz
por la oportunidad que me han dado de participar en esta edición de vuestra
Universidad de Verano. Es un gran honor para mí poder saludar calurosamente a
los militantes de Civitas, empezando por su presidente Alain Escada, el
secretario general Léon-Pierre Durin, su querido capellán, el padre Joseph, y
los Capuchinos de la Resistencia.
En su combate por
la restauración del Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo y contra la
oligarquía masónica y la secta de Davos, Civitas se encuentra -como David
contra Goliat- en el centro de la lucha de la Alianza Antiglobalista que he
lanzado bajo los mejores auspicios.
No puedo más que
alegrarme al saber que Suiza, Bélgica, Italia, Canadá y España han fundado
también sucursales en su territorio, siguiendo el ejemplo de Francia; creo que
es muy deseable que la misma iniciativa se difunda por todas partes. Es hora de
que los católicos de todo el mundo se unan en un frente común contra la tiranía
globalista.
La casa construida
sobre la Roca es la Iglesia Católica y la Civilización Cristiana. Es también la
Francia bautizada en Reims por San Remigio, fundada en la alianza del Trono y
el Altar el día de la Coronación de Clodoveo, rey de los francos.
No puede haber
remedio para los males de nuestro tiempo sino en el Reino Social de Nuestro
Señor Jesucristo, en una sociedad reconciliada con Dios que le honre y profese
públicamente la Fe Católica recibida de los Apóstoles y transmitida fielmente
por la Santa Iglesia a lo largo de los siglos.
Esta es la
verdadera contrarrevolución.
Queridos amigos,
guarden en sus corazones y en sus mentes el ejemplo de los mártires para
preservar la Cristiandad y promover el Reino Social de Nuestro Señor
Jesucristo; de estos mártires que han fecundado con su sangre el futuro de la
Iglesia, de la sociedad y de los pueblos. No puede haber una sociedad justa y
próspera sino donde reina Cristo Rey y Príncipe de la Paz. Porque la paz de
Cristo sólo puede existir en el Reino de Cristo: Pax Christi in regno Christi.
El señor Durin
anticipó que le gustaría hacerme algunas preguntas.
-Pregunta
Excelencia, el
Vaticano II tuvo lugar hace más de 60 años, la destrucción de la liturgia hace
50 años, Asís hace casi 50 años; después de 60 años de un desastre religioso y
político que lo ha destruido todo, durante el cual los fieles católicos son
despreciados, incluso injustamente condenados, Su Excelencia se ha convertido,
a sus más de 80 años, en un implacable anti conciliar. ¿Cuál es la razón por la
que sólo ahora Usted ha decidido a actuar?
–Respuesta
Ya he tenido
ocasión de dar testimonio en mis anteriores intervenciones de mi progresiva
conciencia de la crisis que aflige a la Iglesia católica y de las causas
profundas de la actual apostasía. Como dije entonces, mi compromiso con el
servicio diplomático de la Santa Sede (primero como joven secretario en las
Representaciones Pontificias en Irak y Kuwait, luego en Londres; en la
Secretaría de Estado; y después como Jefe de Misión en Estrasburgo en el
Consejo de Europa; luego como Nuncio Apostólico en Nigeria; y de nuevo en la
Secretaría de Estado como Delegado para las Representaciones Pontificias,
después como secretario general de la Gobernación y finalmente como Nuncio
Apostólico en Estados Unidos); mi compromiso -decía- al servicio de la Santa
Sede, que trataba de ejercer dedicándole todo mi tiempo y mis fuerzas, me
absorbió por completo, haciéndome prácticamente imposible reflexionar en profundidad
sobre los acontecimientos que se desarrollaban en la Iglesia.
Sin embargo, esto
no me impidió albergar fuertes perplejidades en mi interior e incluso críticas
a las “novedades” introducidas después del Concilio Vaticano II. Pienso en
particular en los graves abusos litúrgicos, en la crisis de la vida religiosa,
pienso en el panteón de Asís, en las deplorables peticiones de perdón por las
Cruzadas, por ejemplo, durante el Jubileo del año 2000. También pienso en lo
que había percibido como joven estudiante en la Universidad Gregoriana de Roma.
Entendí que todo esto se derivaba de los nuevos principios establecidos por el
Concilio.
Pero fue mucho más
tarde, ante los gravísimos escándalos del entonces cardenal McCarrick y toda su
red homosexual, y frente a los escándalos aún más graves de Bergoglio, cuando
me apareció en toda su claridad el vínculo intrínseco entre la corrupción
doctrinal y la corrupción moral, así como las causas profundas de la crisis que
desde hace décadas azota a la Iglesia, generada por la revolución conciliar.
Y no pude quedarme
callado.
El desastre era
previsible desde el principio. Pero como he explicado, habíamos sido educados
-en nuestra formación para el ministerio sacerdotal y más todavía en nuestra
formación para el servicio diplomático- para considerar que era impensable que
el Papa y toda la Jerarquía católica pudieran abusar de su autoridad,
ejerciéndola para un fin contrario al que Nuestro Señor ha querido para su
Iglesia. Habíamos sido formados para no cuestionar la autoridad de los
superiores. Y esto fue usufructuado por quienes, precisamente aprovechando
nuestra obediencia y nuestro amor a la Iglesia de Cristo, nos llevaron
lentamente, paso a paso, a aceptar nuevas doctrinas, extrañas a las que la
Santa Iglesia ha enseñado siempre, especialmente en lo que se refiere al
ecumenismo y a la libertad religiosa.
Al fin y al cabo,
al igual que en la Iglesia la Iglesia profunda se ha ido extendiendo por etapas
hacia la disolución del cuerpo eclesial, en la esfera civil el Estado profundo
se ha desarrollado de una manera que yo diría que es similar, a través de la
infiltración progresiva hacia las formas tiránicas del Nuevo Orden Mundial, del
Foro Económico Mundial y de la Agenda 2030.
También en este
caso podría preguntarse: ¿por qué los ciudadanos no se rebelaron contra la
subversión del Estado por parte de los insurgentes que tomaron el poder con el
objetivo de destruir las instituciones que, en cambio, deberían haber servido
al bien común?
Muchos
responderían: no podíamos imaginar su malvado diseño, su plan para
esclavizarnos a un sistema injusto. No podíamos creer que cuando hablaban de
democracia o de soberanía popular, quisieran someternos gradualmente a un poder
totalitario radicalmente anticristiano.
Considero que el
hecho de no haber comprendido ayer la naturaleza del proceso revolucionario en
curso puede ser excusable; mientras que el hecho de no comprenderlo hoy es
irresponsable y nos hace cómplices de un golpe de Estado mundial en los asuntos
temporales y de la apostasía en el ámbito eclesial.
Por ello,
agradecemos a quienes, mucho antes que nosotros, con su voz profética, dieron
la voz de alarma sobre la amenaza que se cernía sobre la sociedad civil y la
Iglesia católica.
-Pregunta
Gracias, monseñor.
Permítame hacerle una segunda pregunta: ¿qué piensa de monseñor Marcel Lefebvre
y de su lucha, especialmente en su acto polémico como las consagraciones
[episcopales] de 1988?
-Respuesta
Miro al arzobispo
Lefebvre con admiración y gran gratitud por su fidelidad y su valor. Coraje y
fidelidad invencibles frente a tanta adversidad, hostilidad e incluso
obstinación por parte de una Jerarquía conquistada por las ideas de la
modernidad e infiltrada por los partidarios masónicos de un proyecto de
destrucción capilar y sin precedentes, cuyo impacto devastador comprobamos hoy
en sus consecuencias extremas.
¡Monseñor Lefebvre
debe ser considerado un hombre santo, no un cismático! Como ferviente misionero
y confesor de la Fe, celoso defensor de la Tradición, del Sacerdocio y de la
Misa Católica. Se expuso a severas sanciones, hasta la excomunión, porque
consideraba más justo obedecer a Dios que a los hombres, mantener y transmitir
la Tradición antes que abrazar las doctrinas modernistas.
Su vida está
marcada por la piedad, por el espíritu de sacrificio, por el sentido del deber,
por la rectitud de conciencia y por una gran coherencia interior. La suya fue
una vida entregada a Dios y a la Iglesia, dedicada al servicio de las almas, a
la evangelización, a la enseñanza y predicación de la sana doctrina, a la
celebración del Santo Sacrificio y a la formación de los jóvenes llamados al
Sacerdocio.
Una vida que es
todo un testimonio de la solidez de la Fe que nos transmitieron los Apóstoles,
los Romanos Pontífices, los Concilios y los Santos Doctores de la Fe, y por la
que los Mártires derramaron su sangre.
Algunos juzgan que
las consagraciones de 1988 fueron “un paso demasiado lejos”; otros reconocen en
ellas una necesidad vital para la conservación de la Misa de todos los tiempos.
Monseñor Lefebvre
captó la urgencia de los tiempos que vivimos y el drama de una situación que
posteriormente empeoró en los últimos años, haciendo más evidente el estado de
excepción en el que nos encontramos. ¡Algunos hablan de desobediencia; nosotros
hablamos de fidelidad!
Monseñor Marcel
Lefebvre siguió enseñando y haciendo lo que la Santa Iglesia siempre ha hecho y
enseñó. Se opuso al liberalismo, a la destrucción de la Misa y de todo el
edificio litúrgico de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, de la vida
religiosa y de la moral cristiana.
Lo repito:
¡algunos hablan de desobediencia, nosotros de fidelidad!
-Pregunta
Gracias, monseñor.
Tengo una última pregunta para usted antes de darle la palabra para una breve
intervención final. Excelencia, ¿podría explicarnos en pocas palabras el
proyecto de la Alianza Antiglobalista de la que ha hablado, y cómo se puede
participar concretamente en él?
-Respuesta
La Alianza
Anti-Globalista es un llamamiento que lancé el pasado mes de noviembre,
consciente de la gravísima amenaza sin precedentes que se cierne sobre toda la
humanidad en esta hora de la Historia. Consciente también de la urgencia de
formar un frente de resistencia en todas partes para contrarrestar el golpe de
Estado planetario orquestado por una poderosísima élite con vistas a la
instauración del inherentemente inhumano y anticristiano Nuevo Orden Mundial.
Nunca he
pretendido ser el líder de un movimiento ni hacerme cargo de su organización.
Como un sembrador, he sembrado la semilla a los cuatro vientos, para que sea
sabiamente cosechada y dé fruto. No puedo medir el estado de su germinación.
La situación
actual, tanto a nivel de las distintas naciones como en la escena
internacional, es muy compleja, oscura y difícil de descifrar. Sólo sabemos que
debemos prepararnos interiormente para los acontecimientos que se avecinan e
implorar al Cielo por una intervención de Dios.
Sólo una cosa es
cierta: es imposible resolver con medios humanos la crisis civil y eclesial en
la que nos estamos hundiendo. El hombre debe arrodillarse primero ante su Dios
y su Rey, Nuestro Señor Jesucristo. Las naciones y los pueblos deben reconocer
su Señorío, y la Iglesia debe devolver primero al Rey la Corona que los
usurpadores le arrebataron. Por tanto, volvamos a poner a Cristo en el centro
de nuestro corazón y en el centro de todo, Él, que es el Alfa y el Omega.
Busquemos primero el Reino y su justicia, y lo demás se nos dará en abundancia.
Durin
Gracias,
Excelencia. Es una pena que no pueda ver a la gente en la sala y su alegría por
haber escuchado a un verdadero obispo dirigirse a ellos, repitiendo las
verdades eternas de la Iglesia. Gracias de nuevo de parte de los Capuchinos, de
los Dominicos de Avrillé que están aquí, del padre Morgan que está aquí con
nosotros. Gracias por todo, monseñor. Le doy la palabra por última vez,
agradeciéndole personalmente todo lo que ha hecho por nosotros.
Monseñor Viganò
Querido señor
Durin, yo también lamento mucho no haber tenido la oportunidad de verles y
sobre todo de estar con ustedes en esta feliz ocasión de encontrarnos, de dar
gracias, de rezar juntos a la Virgen María en esta víspera de la fiesta de su
Asunción, Ella que es la Patrona principal de Francia. Renovemos, pues, nuestro
acto de esperanza y dirijamos nuestra mirada a las cosas del cielo. Sostenidos
por la protección maternal y la intercesión de la Virgen María, la Mujer
vestida de Sol, que aplasta bajo sus pies la cabeza del Dragón infernal,
perseveremos en las batallas de aquí abajo, con mayor fuerza y valor, pero
también con humildad y confianza. Con todo mi corazón los bendigo a todos:
Benedicat vos omnipotens Deus Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amén.