«El Sínodo, un
paso hacia la protestantización»
El cardenal
Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, habla
con la Brújula
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
01_11_2023
«Se han perdido
los criterios de la eclesiología católica, (...) no se dice abiertamente pero
el camino tomado es el de la protestantización». Es decididamente preocupante
la valoración que hace el cardenal Gerard L. Müller del Sínodo sobre la
sinodalidad recientemente concluido. Nos reunimos con el prefecto emérito de la
Congregación para la Doctrina de la Fe al margen del Rome Life Forum, un evento
de dos días organizado por LifeSiteNews, del que fue orador. E incluso desde el
escenario, el cardenal Müller advirtió que es pura ilusión pensar en
«modernizar la verdad del Evangelio con la ayuda de filosofías relativistas o
de antropologías ideológicamente corruptas. Basta mirar las realidades locales
donde prevalece esta teología progresista: seminarios vacíos, desaparición de
la vida monástica, abandono de los fieles. Por ejemplo, en Alemania se han
perdido 13 millones de católicos en 50 años, pasando de 33 millones en 1968 a
20 millones en 2023».
Y a la Brújula
reitera: «Con este Sínodo se quiso cambiar la estructura jerárquica de la
Iglesia, se toma como modelo la iglesia anglicana o protestante, pero lo que
vemos es que la sinodalidad destruye la colegialidad».
Su Eminencia, ¿qué
quiere decir con cambio en la estructura de la Iglesia?
Simplemente que
cuando el Papa llamó a los laicos cambió la naturaleza del Sínodo, que en
cambio nació como expresión de la colegialidad de todos los obispos con el
Papa. No es sólo el Papa quien gobierna la Iglesia, como algunos aduladores del
Papa Francisco quisieran hoy, pero los obispos locales también tienen
responsabilidades con toda la Iglesia. Por este motivo Pablo VI, actuando el
Concilio Vaticano II, instituyó el Sínodo.
Podría parecer una
simple reforma para potenciar el papel de los laicos...
... En realidad,
se ignora el sacramento del orden, que no es sólo una función de servicio, sino
una institución directa y especial de Jesucristo. Él estableció la Iglesia con
su jerarquía. Apelar al sacerdocio universal, de todos los creyentes, es en
este caso una manera de negar esta estructura deseada por Cristo. Todos los
fieles recibieron el Espíritu Santo, pero los obispos recibieron la
consagración para gobernar y santificar la Iglesia. Si se quiere hablar con los
laicos, muy bien, existen otras herramientas, por ejemplo, la Comisión
Teológica Internacional. O se pueden crear otras instituciones ad hoc, no hay
problema, pero el Sínodo tiene una naturaleza diferente y el Papa no puede
cambiar la estructura sacramental de la Iglesia. No se puede otorgar autoridad
episcopal a alguien que no es obispo.
¿Es por eso por lo
que usted también criticó la disposición de que los obispos no usen el talar
fileteado durante los trabajos del Sínodo?
La cuestión del
vestido puede parecer un detalle insignificante, pero indica la posición que
decía antes. La comodidad no es un criterio: cuando voy a una boda no voy
vestido como en la playa, sería más cómodo, pero no apropiado para la ocasión.
Un sínodo, como un concilio, es una liturgia, una veneración de Dios, no es una
asamblea cualquiera. Así que incluso el vestido dice en qué se ha convertido el
sínodo: en mera chachara.
Por cierto, dado
que el tema era la sinodalidad, ¿de qué se habló realmente?
En realidad,
después de muchas discusiones nadie sabe qué es la sinodalidad. Se habló de
muchas cosas, en las mesas estaban los “facilitadores” que día a día daban los
temas haciendo preguntas, pero también el debate fue muy rígido, hubo tiempo
limitado para las intervenciones (tres minutos) y todo quedó grabado. Cada uno
de los participantes tenía un monitor delante y cada intervención quedó
grabada, incluso en vídeo. Luego de este continuo “debemos escucharnos”, nadie
quería hacer el papel de “perturbador”, en definitiva, se produjo una
domesticación. E incluso durante la plenaria, muchos obispos se sintieron
decepcionados, se quejaron del bajo nivel de las intervenciones; y además no se
pueden abordar cuestiones teológicas con las emociones.
¿Puede dar un
ejemplo?
Llegó un
testimonio, una mujer habla de una persona cercana a ella que se suicidó porque
era bisexual, y dice que el párroco la había condenado por su bisexualidad. E
inmediatamente después viene la otra intervención: es la demostración de que la
Iglesia debe cambiar la doctrina. En definitiva, al final la culpa es de la
doctrina de la Iglesia, es decir, de Dios que creó al hombre y a la mujer.
¿Cómo se hace para afrontar los temas así? Ahora los LGBT se erigen en
auténticos intérpretes de la Palabra de Dios, pero transmiten una antropología
perversa y falsa: no se interesan por las personas individuales, por su
salvación, sino que explotan a las personas con problemas para afirmar su
ideología. Quieren destruir la familia y el matrimonio.
En este sentido,
usted ya ha declarado que al final este Sínodo sólo quería promover la agenda
LGBT y el diaconado femenino. ¿Qué le dio esta impresión?
Porque sobre esto
se ha dicho mucho y muy poco sobre los temas esenciales de la fe, es decir,
sobre la encarnación, la salvación, la redención, la justificación, el pecado,
la gracia, la naturaleza humana, la finalidad última del hombre, la dimensión
trinitaria y eucarística de la Iglesia, las vocaciones, la educación. Estos son
los verdaderos desafíos, así como la propagación de una gran violencia, por
parte de quienes la justifican en nombre de Dios, como los fundamentalistas
musulmanes. De esto nada, en cambio muchas intervenciones sobre la
homosexualidad, y todas unilaterales.
Después de todo,
basta con mirar a los invitados...
Exacto, ¿por qué
no se invitó a personas que eran homosexuales practicantes y luego
redescubrieron su heterosexualidad?, que escribieron libros sobre su
experiencia, como Daniel Mattson, por ejemplo (autor de “Perché non mi
definisco gay. Come mi sono riappropriato della mia realtà sessuale e ho
trovato la pace”, Cantagalli 2018, ed.).
El padre James Martin estaba allí, sólo estaba allí para hacer
propaganda. Nunca habló de gracia y de salvación para estas personas, sólo que
“la Iglesia debe aceptar, la Iglesia debe..., debe..., debe...”. Pero ¿cómo
puede la Esposa de Cristo ser objeto de nuestras invectivas? No es la Iglesia
la que debe cambiar, sino que somos nosotros los que debemos convertirnos.
También causó
cierto revuelo el hecho de que durante el Sínodo el Papa Francisco recibiera y
elogiara a sor Jeannine Gramick, fundadora de un movimiento LGBT “católico” en
Estados Unidos, condenado en su momento por Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El cardenal
Hollerich (relator general del Sínodo, ed.) dijo que la homosexualidad no fue
el tema del sínodo, pero luego se habló de ello e incluso se hicieron gestos
evidentes, como éste. Y el Papa siempre se presenta con estas personas. La
justificación es pastoral, pero ¿se favorece así la pastoral de estas personas
o se acepta esta condición como expresión legítima de la naturaleza humana y de
la fe cristiana? La cuestión queda abierta, pero claramente se favorece una
cierta interpretación.
Nadie ha tenido el
valor de abordar realmente este tema, sólo ha sido utilizado como pretexto para
atacar al clero. Todo es culpa del clericalismo, pero al final la culpa es de
Jesucristo que estableció el apostolado. El clero es el grupo de todos los
obispos, sacerdotes y diáconos. No es su existencia la causa del abuso, sino el
hecho de que algunas personas no respeten el sexto mandamiento. Pero esto no se
quiere decir, nunca se habla del pecado contra el sexto mandamiento, se
encuentran otras excusas. En cuanto a la bendición de las parejas
homosexuales: se dice que debe evitarse la confusión con el sacramento del
matrimonio. Pero este no es el tema. El tema es que los actos homosexuales y
extramatrimoniales son pecado mortal y, por tanto, no pueden ser bendecidos. La
confusión no tiene nada que ver, siempre se intenta desviar el punto.
¿Cree entonces que
la acusación de clericalismo es un pretexto para atacar a los sacerdotes como
tales?
De hecho, incluso
en el Sínodo siempre se hablaba mal de los sacerdotes y el Papa también lo
hizo. Si hay algunas buenas palabras en el documento final, es obra de los
redactores porque muchos se quejaron. Pero el tono general del Sínodo fue muy
negativo. Se hace una caricatura del sacerdocio católico, como si fuera una
casta en contraste con los laicos. En realidad, somos una sola comunión, pero
con una especificidad porque no todos han recibido esta potestas sacra. Aquí
está la diferencia con el protestantismo, ellos niegan esta diferencia esencial
con el sacerdocio universal de los fieles, Lutero dice que el sacramento del
orden no existe, que es un instrumento del diablo. No es posible llegar a un
acuerdo sobre este punto. Y en cambio en la Iglesia se intenta minimizar el
sacerdocio ministerial, hablando siempre negativamente de los sacerdotes:
abusadores, que someten a las mujeres, que azotan a los pecadores en el
confesionario, siempre negativo. Pobres sacerdotes de hoy, atacados por todos
lados, parece que las vocaciones molestan. ¿Dónde está la pastoral vocacional?
Es Jesús quien llama, no el Papa; los sacerdotes pertenecen a Jesús, no al Papa
y este ejemplo también repercute en muchos obispos que aprenden de esto y
gobiernan contra los sacerdotes en sus diócesis.
En definitiva,
desde el planteamiento del Sínodo hasta la forma de hablar de los sacerdotes,
parece que el ideal hacia el que queremos avanzar es el protestantismo.
No lo expresan
así, pero al final se llega a este punto.