Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
15/11/23
1. El 25 de
octubre de 2023 debería conservarse como fecha destacada en los anales de la
Iglesia Argentina. Ese día, Mons. Gabriel Barba, Obispo de San Luis, reformuló
el dogma de la Santísima Trinidad. En la catedral de la diócesis se realizó un
acto ecuménico de amplísima convocatoria. Hasta la Superstición Umbanda estuvo
presente: fue invitada o «se coló». La ceremonia concluyó con la bendición
episcopal. Una bendición inolvidable «en el Nombre del Padre y del Espíritu
Santo». El «ecumenismo» del Obispo incluyó también a no cristianos, a quienes
no se podía ofender mencionando al Hijo, segunda Persona de la Trinidad, que
con el Padre y el Espíritu Santo es un solo Dios. ¿Y el dogma de Nicea? ¡Ha
pasado tanto tiempo desde el 325! El progresismo no participó de aquella
asamblea porque aún no se había inventado.
Conozco muy bien
la diócesis de San Luis; en numerosas ocasiones el inolvidable Obispo Juan
Rodolfo Laise me solicitó hablar a los jóvenes en conferencias y retiros. Sus
dos sucesores inmediatos también me invitaron. Mons. Laise, durante su largo
pontificado de treinta años, levantó un magnífico edificio espiritual y
pastoral que ahora Mons. Barba se dedica sistemáticamente a destruir.
Lo del 25 de
octubre fue un desafuero. Desaforar significa quebrantar, privar,
descomponerse, atreverse. Un desafuero es algo desmedido, descomedido, un
atrevimiento. No puede soslayarse el Nombre del Hijo. Entre cristianos la bendición
se hace «en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». No puede
ofender a nadie.
2. En la Argentina
la escasez del clero es una realidad histórica que se ha agravado en la última
década, en contraste con el aumento de la población. Escasez significa pobreza
o falta de lo necesario para subsistir. Actualmente sobreabundan los obispos,
pero hay una gran penuria de vocaciones sacerdotales. Esta desgracia es una de
las causas de la ineficacia de la Iglesia para cristianizar a la sociedad. Existe
una confusión provocada por el periodismo: cuando se dice «la Iglesia» la
referencia es a declaraciones del Episcopado. Pero la realidad, la sustancia de
la Iglesia son los sacerdotes, en relación inmediata con los fieles laicos y en
contacto también inmediato con la realidad social. La falta de sacerdotes es
proporcional a la descristianización. Un fenómeno ancestral en la Argentina es
que la mayoría de los bautizados no va a Misa. La Dominica dies se ha hecho
secular: un mundo sin Eucaristía. Además, la familia fundada en el matrimonio
sacramental ha dejado su sitio vacante a otras formas de «emparejamiento» y el
número de hijos ha disminuido enormemente; se los reemplaza por las mascotas
domésticas, perros y gatos. ¿De dónde han de salir entonces las vocaciones?
Muchas veces la
intención vocacional se perfila cuando el niño o el adolescente se identifica
con un sacerdote: «Quiero ser como él». Además, es el sacerdote quien puede
acompañar y sostener el proceso vocacional. Puede hacerlo conociendo y viviendo
lo que la Iglesia hoy enseña sobre el sacerdocio de segundo grado que es propio
del presbítero. Apunto algunos datos sobre el tema.
En la sesión IX
del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965 fue promulgado el Decreto
Presbyterorum Ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, una
exposición amplia y profunda. En varios documentos el Concilio presentó a los
presbíteros como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento y colaboradores del
Orden episcopal, y señaló su lugar en la Iglesia. Además, en el Decreto Optatam
totius abordó el tema de la formación sacerdotal, el itinerario que se propone
al candidato a la Ordenación. Los jóvenes con fe e inquietudes vocacionales
deberían conocer esta enseñanza. Sin exageración, se puede pensar que en este
asunto el futuro de la Iglesia está en juego.
3. En nuestro país
la Iglesia está ausente de los ámbitos donde se gestan las nuevas vigencias
culturales. Este hecho social tiene una vertiente ideológica. No se piensa (¡no
se cree!) que sea también misión suya forjar una sociedad cristiana. No siempre
fue así. Esta tendencia se fue imponiendo después del Concilio; el progresismo,
de un modo silente persuadió a los centros laicales de que aquella tendencia de
evangelización de la cultura era un resabio nostálgico de la Cristiandad.
Dos momentos
históricos quedan como modelos de lo que, con características actuales, los
laicos católicos pueden llegar a impulsar. Hacia el final del siglo XIX, en la
década de 1880, un grupo de católicos se hizo presente en la política de la
época haciendo frente a la masonería dominante. Cito sólo algunos nombres:
Estrada, Goyena, Achával Rodríguez, Pizarro… fueron diputados y combatieron
lúcidamente por la libertad cristiana, prolongando lo mejor de nuestros orígenes
patrios.
En el siglo XX, en
un amplio período desde los años 20, se desarrollaron los Cursos de Cultura
Católica, que reunieron lo mejor de la época: filósofos, escritores, artistas
(poesía y pintura, por ejemplo); convocaron aún a personalidades no católicas.
Su testimonio quedó muchas veces impreso, y animó la creación de la Universidad
Católica, cuyos primeros años fueron brillantes. Small is beautiful; hoy día es
una enorme fábrica de títulos, no un centro del pensamiento cristiano en
diálogo con el mundo y de cultivo de las artes. Pero el pasado, hecho presente,
puede ser futuro.
4. No me caben
dudas acerca de la legitimidad del bautismo de los niños. Digo esto porque es
sabido que, en la antigüedad cristiana, el inicio de la vida en Cristo
implicaba una conversión personal: uno se hacía cristiano, elegía el camino del
Señor. La historia registra la elaboración de una teología del bautismo como
fuente de la vida de la gracia y encaminamiento al Cielo, a la salvación. En
este contexto, nada más natural que los padres cristianos desearan ese don
sobrenatural para sus hijos. La Iglesia ha establecido las condiciones para que
un niño reciba el bautismo, fundamentalmente que haya esperanza fundada de que
será educado cristianamente; de allí el compromiso que adquieren sus padres y
padrinos.
Mi experiencia
pastoral como presbítero y como obispo me ha permitido reconocer los problemas
pastorales que han surgido en la Argentina, y que se agravan en una sociedad
descristianizada. En primer lugar, se puede advertir que el número de bautismos
ha disminuido considerablemente. Luego, registremos algunos problemas
principales, que son además urgentes, teniendo en cuenta que el cambio de
actitudes acostumbradas lleva su tiempo. Se hace necesaria una catequesis de
los padres con ocasión del bautismo del niño, con el objeto de que ellos
perciban su responsabilidad y puedan asumirla conscientemente. La relación
entre bautismo y conversión no puede ser olvidada. En este punto estriba una
posibilidad de evangelización progresiva de la sociedad. El padrinazgo se ha
desvirtuado; también los padrinos podrían recibir una breve catequesis para
recuperar el sentido de su condición. La comunidad debería enterarse y
acompañar el bautismo de los niños, de modo que este hecho constituya un
acontecimiento eclesial, y no sea recluido en el orden privado o meramente
familiar. Esta posibilidad requiere que la predicación actualice el misterio
del bautismo y su profundización por los fieles.
Estas pocas
sugerencias proponen un intento de renovación pastoral que tendrá también,
seguramente, efectos culturales y sociales. El ideal es una sociedad cristiana.
5. Este enfoque es
continuidad y complemento del anterior. Así como era muy frecuente bautizar a
los niños, era también común enviarlos a la parroquia para la catequesis
preparatoria de la Primera Comunión. Debo decir, más bien, de la Única
Comunión, ya que la perseverancia ulterior era un problema que nunca pudo
superarse. Este dato no es insignificante: es la incomprensión de la
importancia y la centralidad de la Eucaristía. Alguna vez he definido a la
Argentina como un país en el que los bautizados en la Iglesia Católica no van a
Misa. Efecto cultural y social es la pérdida del sentido religioso de la
Dominica dies, del Día del Señor. El defecto es crónico, y marcadamente mayor
en las grandes ciudades; señala el ritmo de la descristianización.
Asimismo, la
Confirmación era olvidada o postergada indefinidamente. En mi opinión, la
cuestión principal era –y es aún en muchos lugares- el desconocimiento del
orden, histórico y teológico, que estructura la iniciación cristiana. El
sacramento que transmite el Espíritu Santo debe recibirse antes de la Primera
Comunión. En un ciclo catequístico de tres años, se puede confirmar después del
segundo año; es la ocasión de formar sobre el sentido de la Iglesia y de la
pertenencia a ella. Resta el asunto de la edad de la Confirmación. Después del
Vaticano II fue muy común postergar el segundo sacramento de la iniciación
cristiana para bien entrada la adolescencia. Este vicio respondía a un error
teológico y pastoral: confundir el don de la adultez espiritual que otorga el
sacramento con una presunta madurez que sería propia del joven. Esta confusión
era bastante común en la educación en la fe, y como consecuencia muchos
católicos quedaban sin confirmar. Una mala teología tiene efectos ruinosos en
el orden pastoral. No entiendo cómo muchos católicos entusiastas del Concilio
no han comprendido el sentido de la Iglesia reflejado en la Constitución Lumen
gentium. La renovación de la vida eclesial supone como necesario un
conocimiento de los orígenes, de los acentos inconfundibles de la antigüedad
cristiana.
Los enfoques aquí
presentados corresponden a la realidad argentina, pero valen análogamente para
los diversos ambientes de la Iglesia. Responden a mis estudios y a mi
experiencia episcopal.
Suplemento
Ya estaba
concluida la redacción del quinto enfoque cuando me enteré de la insólita
destitución de Mons. Joseph Strickland, obispo de Tyler, Estado de Texas,
Estados Unidos de Norteamérica. Otra «hazaña» de la monarquía absoluta papal.
Se me ocurre recordar ahora que San Pablo enfrentó a Pedro y le echó en cara su
hipocresía. ¿Será aplicable hoy día este episodio ejemplar a las relaciones de
los Sucesores de los Apóstoles con el Sucesor de Pedro?
Sin perjuicio de
mi intención de escribir más detalladamente sobre este asunto, deseo ahora
manifestar mi solidaridad con Mons. Strickland, a quien prometo mis pobres oraciones
por el futuro estado como obispo «cancelado» y por sus intenciones.
Rezo, asimismo,
por los obispos norteamericanos fieles a la Tradición (que no son pocos). El
progresismo es estéril; los jóvenes aspiran a una Iglesia Católica fiel a sus
orígenes y a lo mejor de su historia. Ellos son el futuro de la Katholiké.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
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