martes, 23 de abril de 2024

UN LIBRO ANALIZA LA GRAN FARSA

 

 de los restos de niños indígenas en Canadá: no hay ni un solo cuerpo

(InfoCatólica) 23-4-2024

 

El 27 de mayo de 2021 marcó un hito en la historia receinte de Canadá tras revelarse que un dispositivo de georradar había detectado «anomalías en el suelo» en un huerto de una antigua escuela residencial en Kamloops, interpretadas como «probables entierros» de 215 «niños desaparecidos». La escuela había sido gestionada por católicos y anglicanos. Tres años después no se ha encontrado ni un solo resto. Los medios de comunicación canadiense, que montaron un gran escándalo, hoy callan.

 

Tras el anuncio por parte de la Primera Nación T'kemlups del «descubrimiento» de tumbas sin marcar en Kamloops, muchos políticos, líderes indígenas y medios de comunicación han dejado de lado el equilibrio, la mesura y la precaución, convirtiendo la verdad en una víctima.

 

Cristina Gauri, basándose en el libro de investigación «Grave Error: How the Media Misled Us (and the Truth about Residential Schools)» de C.P Champion y Tom Flanagan, reconstruye meticulosamente en Il Timone toda la historia, hallando que no se dijo una sola verdad. Todo fue un escándalo mediático falso promovido por los principales medios de comunicación canadienses, que ahora se niegan a conocer la verdad que ellos pisotearon. No es la primera vez que se escribe sobre esta gran fake news, pero el libro detalla todo lo que ocurrió

 

Es necesario recordar que tales falsedades provocaron una oleada de incendios de iglesias en todo el país.

 

La discusión pública sobre los temas de las Escuelas Residenciales Indias ha estado llena de las siguientes afirmaciones, todas las cuales son totalmente falsas o exageradas en gran medida:

 

Miles de «niños desaparecidos» fueron a las escuelas residenciales y nunca se supo de ellos nuevamente.

Estos niños desaparecidos están enterrados en tumbas sin marcar bajo o alrededor de las iglesias y escuelas de las misiones.

Muchos de estos niños desaparecidos fueron asesinados por el personal de la escuela después de ser sometidos a abusos físicos y sexuales, incluso a torturas explícitas.

La matanza se define adecuadamente como genocidio.

Muchos restos humanos ya han sido localizados por radares de penetración terrestre, y se encontrarán muchos más a medida que avance la investigación financiada por el gobierno.

La mayoría de los niños indios asistieron a escuelas residenciales.

Aquellos que asistieron a las escuelas residenciales no lo hicieron voluntariamente, sino que fueron obligados a asistir por la política y la aplicación del gobierno federal.

La asistencia a la escuela residencial ha traumatizado a los pueblos indígenas, creando patologías sociales que se transmiten a través de generaciones.

Las escuelas residenciales destruyeron las lenguas y la cultura indígenas.

 

La huida de la verdad hace que la verdadera Reconciliación sea imposible. ¿Por qué los canadienses querrán extender la mano de amistad a los pueblos indígenas que continúan llamándolos criminales y asesinos? ¿Por qué los pueblos indígenas querrán participar en una cooperación mutua con personas a quienes se les ha hecho ver como criminales y asesinos?

 

Conviene señalar que prácticamente toda la Iglesia en Canadá, y también el Papa Francisco, dio crédito a las falsedades en torno a los restos de niños indígenas. Solo algunas personalidades eclesiásticas, como el obispo emérito de Calgary, se opusieron al bulo. El Papa pidió perdón en repetidas ocasiones en su viaje al país norteamericano. No parece que ahora vaya a reivindicar que se devuelva la buena fama a aquellos religiosos católicos que fueron vilipendiados.

 

La propia Iglesia en Canadá parece feliz viviendo la gran farsa que ha dejado su prestigio por los suelos y recientemente se celebró un acto de reconciliación con una de las naciones indígenas que se han valido de esta gran mentira para presentarse como víctimas de un genocidio.

lunes, 22 de abril de 2024

martes, 16 de abril de 2024

EL CATOLICISMO PUEDE DESAPARECER EN ITALIA

 


Italia, tradicionalmente católica, enfrenta un colapso catastrófico de la fe, ya que la asistencia a misa ha caído precipitadamente al 10 por ciento de la población. En algunas regiones el porcentaje de católicos practicantes es ínfimo.

(LSN/InfoCatólica) 16-4-2024

 

El estudio detallado del constante e incluso acelerado declive en la práctica de la fe católica entre los italianos fue publicado por el profesor Luca Diotallevi de la Universidad de Roma en un libro titulado «La messa è sbiadita: La partecipazione ai riti religiosi in Italia dal 1993 al 2019» (La misa se ha desvanecido: Participación en ritos religiosos en Italia de 1993 a 2019).

 

En el libro, Diotallevi examina las cifras, la demografía y las posibles causas del drástico colapso de la asistencia a la misa dominical en Italia durante los últimos 30 años. Según sus hallazgos, el catolicismo italiano está al borde de la desaparición.

 

Según el estudio de Diotallevi, que se basa en cifras del ISTAT, el Instituto Nacional de Estadística de Italia, la asistencia a misa en Italia ha estado en caída libre desde 1993, con un descenso más marcado desde 2005 y otra caída en 2020 y 2021, coincidiendo con el periodo de la pandemia de COVID-19. En 2017, por primera vez, el número de católicos italianos que «nunca» asisten a misa superó al número que dijo que asistían «al menos una vez a la semana».

 

En 1993, el número de católicos practicantes en relación con la población total de Italia ya era bajo, con un 37,3 por ciento. Esto cayó al 23,7 por ciento en 2019. Diotallevi señala que la asistencia regular declarada a la misa dominical siempre es más alta que la asistencia real, por lo que el porcentaje real de católicos practicantes es incluso más bajo que lo que muestran las estadísticas oficiales.

 

El profesor romano escribió:

 

«En la población italiana (de edad y superior), las declaraciones individuales de participación con una frecuencia de ‘al menos semanal’ en rituales religiosos altamente institucionalizados, y por tanto también caracterizados por alguna forma de regulación significativamente centralizada, en el periodo de 1993 a 2019 (fuente ISTAT, AVQ) han experimentado una disminución drástica: han perdido aproximadamente un tercio de su valor inicial. El indicador (que estructuralmente sobreestima la ‘participación real’) en el periodo indicado ha experimentado no solo un declive constante sino también una aceleración. Tal aceleración experimentó un momento significativo aproximadamente en la mitad de la primera década del siglo XXI».

 

La investigación también destaca un cambio demográfico significativo, especialmente entre las mujeres italianas, quienes históricamente han sido pilares en la transmisión de la fe dentro de los hogares. Este alejamiento de las mujeres de los rituales religiosos sugiere un futuro declive aún más pronunciado en la práctica religiosa.

 

El estudio también apunta a una discrepancia entre la asistencia declarada y la real a la misa, indicando que la asistencia efectiva es incluso menor que la reportada oficialmente. Esta tendencia es más acentuada en las mujeres, que han reducido su participación en los rituales religiosos a un ritmo más rápido que sus pares masculinos. Diotallevi sugiere que el desapego de las mujeres a la religión está alterando una característica tradicional del catolicismo italiano y podría tener consecuencias duraderas para la sociedad y la cultura del país transalpino.

 

Diotallevi también aborda las posibles causas de este declive catastrófico. Identifica los cambios en la forma en que se practican los rituales religiosos, incluyendo una tendencia hacia la «espectacularización» de las liturgias en el Vaticano y las innovaciones litúrgicas que han sido motivo de escándalo entre los católicos fieles. Estos factores, junto con una serie de escándalos morales, doctrinales y financieros en el Vaticano, han contribuido a la desafección de los católicos italianos hacia la iglesia.

 

La investigación de Diotallevi no solo destaca un fenómeno religioso, sino que también lo contextualiza dentro de un marco más amplio de transformaciones sociales y culturales en Italia. Predice que, si la tendencia actual continúa, la práctica de la fe católica podría reducirse a cifras alarmantemente bajas, con profundas implicaciones para el futuro del catolicismo en el corazón mismo de la Iglesia.

 

 

Luca Diotallevi es un destacado sociólogo y profesor en la Universidad de Roma Tre. Nacido en 1959 en Terni, Italia, se graduó en filosofía en la Universidad de Roma «La Sapienza» y obtuvo su doctorado en sociología en la Universidad de Parma. Ha tenido la oportunidad de estudiar y trabajar en prestigiosas universidades internacionales como las de Bielefeld, Oxford, Harvard y Cambridge.

 

Diotallevi es experto en temas de secularización, secularismo y las relaciones entre la religión y la sociedad. Ha contribuido significativamente al entendimiento sociológico de las transformaciones de las instituciones y organizaciones religiosas.

martes, 9 de abril de 2024

DIGNITAS INFINITA

 

 un documento superficial con algunos errores graves

 

Tommaso Scandroglio

 

Brújula cotidiana, 09_04_2024

 

 

Ayer se publicó la Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) Dignitas infinita, sobre la dignidad de la persona humana. Un documento nacido tras nada menos que cinco borradores elaborados en los últimos cinco años.

 

El planteamiento de base, de carácter metafísico, es en principio correcto, pero dado el valor del documento, necesitaba una mayor profundización, por ejemplo tratando el concepto de “persona” en relación con las tres personas de la Santísima Trinidad -porque de aquí proviene en última instancia el valor intrínseco de cada persona- y subrayando después que este valor del hombre deriva secundariamente de la naturaleza particular de su forma actualizada, es decir, de su racionalidad (en el documento sólo hay una brevísima mención a este concepto). Es la cualidad de esta naturaleza la que hace al hombre intrínsecamente valioso y, por tanto, merecedor del nombre de “persona”, que es como una especie de título para indicar una dignidad altísima. Persona es, pues, nomen dignitatis. Tomás de Aquino se expresa al respecto de la siguiente manera: “Entre todas las demás sustancias, los individuos de naturaleza razonable tienen un nombre especial. Y este nombre es persona” (Summa Theologiae, I, q. 29, a. 1 c.). Aunque la estructura es correcta, no se puede decir lo mismo de los argumentos individuales articulados. Hay poca profundidad de análisis, un rasgo característico de todo el presente pontificado.

 

Junto a párrafos que pueden compartirse de esta Declaración, firmada por el Prefecto Víctor Fernández y aprobada por el Papa Francisco, hay otros ambiguos, algunos cuestionables y varios erróneos. En relación a los pasajes ambiguos -dejando de lado por razones de espacio la definición propuesta de “naturaleza humana”- nos detendremos en el punto nº 1 donde se afirma la primacía de la persona humana, tal y como se afirmó anteriormente en la Laudate Deum del Papa Francisco (nº 39). Esto es cierto en el plano natural, pero no en el sobrenatural. De hecho, la primacía pertenece siempre a Dios. En un documento que fundamenta acertadamente la dignidad humana en el hecho de haber sido creados a imagen de Dios, no hacer referencia a la primacía trascendente es una omisión significativa.

 

En cuanto a los pasajes cuestionables y de manera telegráfica: “Esta dignidad ontológica se lee en el documento, en su manifestación privilegiada a través de la libre acción humana, fue subrayada más tarde sobre todo por el humanismo cristiano del Renacimiento” (n. 13). El humanismo, incluso el humanismo cristiano valientemente definido, era antropocéntrico y no teocéntrico. Igualmente crítica es la siguiente afirmación casual: “Es evidente que la historia de la humanidad muestra un progreso en la comprensión de la dignidad y la libertad de las personas” (n. 32). Estamos seguros de que a muchos les parece evidente lo contrario.

 

También es cuestionable la lista propuesta de conductas o fenómenos contrarios a la dignidad de la persona, lista que tiende a fijarse en temas de justicia social: pobreza, guerra, migrantes, trata de personas, abuso sexual, violencia contra la mujer, feminicidio, aborto, gestación subrogada, eutanasia y suicidio asistido, rechazo a las personas con capacidades diferentes, teoría de género, cambio de sexo, violencia digital (en ese orden en el documento). Todas conductas o fenómenos ciertamente censurables, pero a pesar de asegurar que la lista no era exhaustiva (ver Presentación), brillan por su ausencia el divorcio, la anticoncepción, la inseminación artificial, la experimentación con embriones y el ecologismo, por ejemplo. Habría sido más fructífero partir del Decálogo para elaborar dicha lista.

 

Y ahora vamos a los errores, al menos a los que nos parecen más evidentes. El primero está en el título: Dignitas infinita. La dignidad de la persona humana no es infinita (cf. n. 1) porque su ser no es infinito. Sólo la dignidad de Dios es infinita porque su ser es infinito. Nuestra cualidad de criaturas comporta un valor intrínseco, limitado y finito, pero al mismo tiempo inconmensurable, es decir, inmenso y absoluto. Por lo tanto, no sujeto a condiciones, como se indica correctamente varias veces en el texto (Juan Pablo II, citado en el documento, había caído en el mismo error).

 

Segundo error: en el nº 28 se vuelve a citar Laudate Deum: “La vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas” (nº 67) Sin embargo, la Declaración repite no menos de quince veces y con mucha propiedad que la dignidad humana es tal más allá de toda circunstancia. Ahora, en cambio, la dignidad humana parece descender de las demás criaturas: ya no parece tener dignidad absoluta, sino una dignidad relativa en relación con las plantas y los animales. El clásico óbolo debido al ecologismo. Sobre el tercer error -la pena de muerte entra en conflicto con la dignidad humana (cf. n. 34)- sólo podemos remitirnos a otro artículo (hacer clic aquí) y a otros anteriores (hacer clic aquí y aquí).

 

Detengámonos finalmente en el párrafo dedicado a la teoría de género. Esta teoría incluye, entre otros aspectos, un juicio positivo sobre la homosexualidad y la transexualidad. A este segundo aspecto, la Declaración dedica un párrafo especial que adopta un enfoque crítico correcto. Así, era de esperar que el apartado “Teoría de género” tratara de la homosexualidad. Así es en la parte inicial del mismo, pero luego las reflexiones que articula parecen más propias del transexualismo, y sólo vagamente relacionadas con la homosexualidad. Dicho esto, es evidente que falta una condena explícita y razonada de la homosexualidad, refugiándose en vagas referencias a la diferencia sexual entre hombres y mujeres. Algo que no es de extrañar tras la publicación de Fiducia supplicans que bendice la homosexualidad.

 

Hablamos de la parte inicial del apartado “Teoría de género”, dedicada a la homosexualidad. En él, se cita correctamente el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que la persona homosexual debe ser acogida (cf. nº 2358), pero no se cita lo mismo cuando censura tanto la homosexualidad como la conducta homosexual. No sólo eso, sino que inmediatamente después de esta cita, la Declaración continúa así: “Por esta razón, debe denunciarse como contrario a la dignidad humana que en algunos lugares no pocas personas sean encarceladas, torturadas e incluso privadas del bien de la vida únicamente a causa de su orientación sexual” (nº 55). Parece que la aceptación de las personas homosexuales implica la exclusión de la prohibición legal de la conducta homosexual. Sancionar la conducta homosexual sería entonces un malum in se. He aquí, pues, la cuestión de fondo: ¿es moralmente lícito sancionar la conducta homosexual? Una respuesta que sabemos que escuece a muchos: sí, pero no siempre. Vamos por orden. ¿Cuál es el criterio al que hay que referirse para decidir cuándo es correcto sancionar una determinada conducta? El bien común. En el caso de las prohibiciones, deben prohibirse las conductas gravemente perjudiciales para el bien común. La conducta homosexual es potencialmente perjudicial para el bien común por varias razones.

 

En primer lugar, porque la homosexualidad contradice en lo más profundo de sus raíces la naturaleza humana, y por tanto la dignidad humana. Es un desorden violento de la persona que no puede sino repercutir externamente cuando se convierte en conducta, en relación, reverberando negativamente en ese ordo social cuya protección es la primera tarea del gobernante. La práctica de la homosexualidad conduce a la corrupción del pensamiento y de las costumbres, por ejemplo en el ámbito de la conducta sexual, incluso entre heterosexuales, en la educación cuando se enseña la afectividad, etc. Pensemos entonces en los efectos negativos que hemos tenido que registrar en el ámbito familiar donde se han legitimado las uniones civiles o los “matrimonios” homosexuales, incluyendo sobre todo la llamada homogeneización. Pensemos también en el ámbito procreativo, donde la homosexualidad ha fomentado prácticas como la fecundación heteróloga, el útero de alquiler y ha fomentado una cultura anti-vida, porque la homosexualidad es por su estructura íntima una condición infértil.

 

Por lo tanto, en abstracto, la conducta homosexual se puede prohibir legalmente, pero en la práctica hay que asegurarse de que la prohibición sea efectiva, es decir, que prometa más beneficios que perjuicios al bien común. De lo contrario, es mejor tolerar y no prohibir. Conviene, pues, hacer mil distinciones: en algunas culturas, como la africana, la homosexualidad está prohibida porque socialmente ya es profundamente repudiada, sobre todo porque para la cultura africana la descendencia lo es todo y una relación que por su propia naturaleza es infértil se percibe como un insulto muy grave a los valores compartidos. La homosexualidad en esos contextos ya se rechaza radicalmente, y no prohibirla significaría incentivarla y promover así procesos sociales altamente desestabilizadores (en una línea similar, Pío XI pedía a los gobernantes en Casti connubii que castigaran las uniones libres – “turpi connubii” en el texto- que, entre otras cosas, representan una especie moral menos grave que las relaciones homosexuales).

 

Ni que decir tiene que el tipo de sanción y el quantum del castigo deben ser proporcionales, entre otros aspectos a tener en cuenta, a la naturaleza del mal cometido y, por tanto, como recuerda la propia Declaración, deben excluirse la pena de muerte y la tortura, también porque esta última es una acción intrínsecamente mala.

 

Por otra parte, por las mismas razones, parece aconsejable no prohibirla en Occidente -también porque es realistamente imposible decidir lo contrario-, precisamente porque la sociedad acepta esta condición con absoluta benevolencia. La medicina sería peor que el mal que hay que curar. Por lo tanto, en primer lugar es necesario intervenir en el ámbito cultural y, mientras tanto, tolerar el fenómeno, no prohibirlo y, desde luego, no legitimarlo.