jueves, 17 de febrero de 2022

LA IGLESIA

 


 puede aprobar la legalización del suicidio asistido


Jean-Marie Le Méné *


Brújula cotidiana, 17-02-2022

 

Dos textos siembran la confusión sobre el suicidio asistido que actualmente se debate en Italia. El primero es un artículo del padre Carlo Casalone, jesuita, publicado el 15 de enero en la revista La Civiltà Cattolica, con el título “El debate parlamentario sobre el suicidio asistido”. El segundo es un comentario de Marie-Jo Thiel en un periódico. Ambos firmantes son miembros de la Academia Pontificia para la Vida y tienen en común que sus respectivas posiciones son contrarias a la doctrina de la Iglesia.

 

De un artículo a otro, el caso italiano lleva a una generalización que anticiparía una inversión de la posición de la Iglesia universal sobre el suicidio asistido. El diario La Croix titula: “El suicidio asistido, punto de inflexión estratégico del Vaticano en materia de bioética”, como si el asunto estuviera decidido. El artículo no duda en afirmar que “la Academia Pontificia para la Vida se ha mostrado recientemente a favor de que la Iglesia italiana no se oponga a la legislación sobre el suicidio asistido”. Ahora bien, que la gente se exprese a título personal es una cosa. Sin embargo, el hecho de que sus cargos comprometan oficialmente a la Academia Pontificia para la Vida es otro.

 

El segundo punto es el más importante. Permítanme que el autor de estas líneas, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, disipe cualquier duda. Está claro que los miembros de la Academia no fueron consultados, y menos mal. Deseada por Su Santidad el Papa Juan Pablo II y creada por el profesor Jérôme Lejeune, que fue su primer presidente, la Academia no puede, por definición, sostener posiciones contrarias al Magisterio de la Iglesia en un ámbito en el que, además, se limita a transmitir una sabiduría milenaria. Es un hecho que el respeto de la Iglesia por la vida humana es una regla de oro anterior a la revelación cristiana. El mandamiento negativo de no matar para los creyentes se remonta al Decálogo, pero también existe para los no creyentes: por ejemplo, el juramento hipocrático (400 años antes de Cristo). No matar es una de las leyes no escritas pero inscritas en el corazón humano. Ni la Academia ni la Iglesia Católica tienen poder alguno sobre esta prohibición fundamental.

 

“La asistencia al suicidio es ya una forma de eutanasia”. Queda por decir una palabra sobre estos dos textos. El artículo del padre Casalone considera que puede encontrar en el suicidio asistido una forma de obstaculizar la legalización de la eutanasia. Utilizar el mal menor como pretexto para escapar del mayor. La consecuencia es ineludible. Cuando se tolera ya es demasiado tarde. El colmo es invocar al Papa Francisco que siempre ha sido claro. El 9 de febrero, durante la Audiencia General, recordó: “Tenemos que acompañar hasta la muerte, pero no provocar la muerte, ni contribuir a ninguna forma de suicidio”.  También es engañoso hacer una interpretación personal de lo que la Iglesia enseña sobre las “leyes imperfectas”.

 

La encíclica Evangelium Vitae (artículo 73) afirma que es legítimo votar una ley más restrictiva para cambiar una ley más permisiva, pero sólo si esta última ya está en vigor. En ese caso, no habría colaboración con una ley injusta, sino, por el contrario, una limitación de sus efectos. En el caso del suicidio asistido el razonamiento no funciona, ya que se trataría de establecer deliberadamente una ley mala para evitar una futura que sería aún peor. Ahora bien, el suicidio asistido ya es una forma de eutanasia. Y la ley que pretende evitar llegará aún más rápido. Nada ni nadie impedirá la extensión de la transgresión inicial, que invita a la medicina a procurar la muerte.

 

Al igual que la regulación del aborto conduce –como podemos ver- a su reconocimiento como derecho fundamental, también la eutanasia seguirá el mismo camino.

 

El comentario de Thiel, por su parte, apoya en Francia la injerencia de los jesuitas en la política italiana y estigmatiza a “los partidarios de la sacralización absoluta de la vida que no pierden ocasión de criticar y condenar”. Aunque el padre Casalone no menciona su pertenencia a la Academia Pontificia, la señora Thiel considera que debe hacer esta aclaración tanto para él como para ella. Hubiera sido más respetuoso no comprometer a la Academia Pontificia para la Vida. Sus miembros, que por estatuto son defensores de la vida, no quieren que se piense que la Iglesia está poniendo la primera piedra de la eutanasia en Italia. Ni tampoco en otros lugares.

 

* Presidente de la Fundación Lejeune, miembro de la Academia Pontificia para la Vida. Este artículo apareció originalmente en Le Figaro el 14 de febrero.

martes, 15 de febrero de 2022

¿ESTUDIO O PASTORAL?


Monseñor Héctor Aguer


Infocatólica, 10-2-21

 

Una de las fantasías o mitos posconciliares es afirmar una oposición entre estudio y pastoral: dedicarse al estudio, la investigación filosófica o teológica, la enseñanza de esas disciplinas y las publicaciones, no sería «pastoral». En realidad ocurre a menudo que lo que consideran «pastoral» es un macaneo inconsistente [N.d.R. algo así como «andar muy ocupados en tonterías»], un activismo «sin cabeza».

 

Se envía a los seminaristas a las parroquias prematuramente, con el consiguiente deterioro y postergación del estudio; así se menoscaba la formación que debe brindarse en el Seminario, y luego se implanta la desorientación en la vida sacerdotal. El estudio, en el proceso de formación al sacerdocio, debe ir hermanado a la oración, el silencio y la separación de la prisa y la agitación «pastoral» (si se quiere llamar así). Este ha sido un criterio tradicional en la Iglesia; un criterio que el Concilio Vaticano II ha acogido en sus decretos: Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros y Optatam totius Ecclesiae renovationem, sobre la formación sacerdotal.

 

Estas desviaciones, por lo que dio en llamarse «espíritu del Concilio», han provocado que queden pocos seminarios donde se brinde una preparación robusta y profunda. Venerables casas de formación al Sacerdocio que, en otros tiempos, contaron con brillantes maestros; de sólida formación filosófica y teológica, y por lo tanto de delicado empeño por la salvación de las almas, hoy se debaten entre el raquitismo, la agonía, y el más que probable cierre, en el corto plazo. La «pastoral» terminó eclipsando, y hasta desterrando al Pastor.

 

Esta falsa oposición entre estudio y pastoral ha llevado, también, como hemos visto recientemente, al cierre de seminarios prósperos en vocaciones. Cuando yo era seminarista, en el Seminario de la Inmaculada Concepción, de Buenos Aires, se formaban jóvenes de todo el país. Cada uno podía elegir libremente, el Seminario en el cual deseaba prepararse para el Sacerdocio. Pero, después del Concilio Vaticano II, se produjo una irreparable división en la Iglesia. Muchos seminarios quedaron entrampados en posiciones progresistas. Unos pocos, en cambio, asumieron el estilo tradicional, adecuado a las nuevas circunstancias. Y tuvieron que sobrellevar numerosas dificultades, causadas por una oposición mayoritaria; fueron calumniados, y se los acusaba de no haber incorporado las novedades del Concilio.

 

Por mi parte, tanto como Rector del Seminario diocesano de San Miguel, que el Obispo de esa diócesis me pidió organizar; y, luego, como coadjutor durante un año y medio, y en mis posteriores 18 años como Arzobispo de La Plata (fui el séptimo), he comentado incansablemente los documentos del Concilio. Lamentablemente, el progresismo más intenso o más tenue ha invadido, en general, la vida de la Iglesia; con las consecuencias gravísimas que se hacen notar: seminarios vacíos, o semivacíos; congregaciones religiosas arruinadas, sin vocaciones; y desorientación y división entre los fieles.

 

Quedan obispos, es cierto, que se preocupan con seriedad por sus seminarios –sabiamente considerados como el «corazón de una diócesis»– y que, con la colaboración de bien escogidos y preparados formadores, se empeñan en formar pastores según el Corazón de Cristo, y no funcionales al espíritu del mundo. Y que, una vez ordenados, envían a sacerdotes que reúnen los requisitos correspondientes para especializarse en universidades romanas, o en otros prestigiosos claustros europeos. Allí tienen plena disponibilidad para los estudios, no hacen pastoral; es decir no se integran a alguna parroquia o movimiento, simplemente celebran la Santa Misa en una casa de religiosas vecinas. Como se ve, plena y variada ocupación pastoral.

 

Lamentablemente, hay otros obispos que profesan el mito que opone estudio y pastoral. Las consecuencias son, en no pocos casos, deplorables. Sin una sólida preparación se constata cómo no pocos presbíteros son devorados por el mundo; y la propia pastoral termina haciéndose trizas, frecuentemente en medio de dolorosas deserciones, y hasta escándalos…

 

La segura, amplia y profunda formación intelectual obtenida como fruto de años de estudio, asegura la seria dedicación a la acción pastoral directa, que adquiere sentido de inspiración merced a una clara, sólida e iluminada dimensión intelectual. El mito posconciliar de la oposición ha causado enormes daños a la Iglesia; varias generaciones sacerdotales, carentes de preparación intelectual han confundido a los fieles, o peor, los han extraviado con doctrinas extravagantes, ocurrencias de teólogos que no responden a la gran tradición eclesial, o bien los han dejado inermes ante todos los errores del mundo moderno. El pastoralismo es relativista; y su populismo falso y ruinoso para los fieles.

 

Hay que leer nuevamente los Evangelios, para reconocer que Jesús no sólo anunciaba la próxima venida del Reino, sino que enseñaba una doctrina. Los Apóstoles, como vemos en las Cartas de San Pablo, concedieron lugar importante a la dimensión doctrinal, contemplativa y orante de la vida cristiana. Esa vivencia interior de la doctrina de la fe permitía reconocer los errores y combatirlos. Tal, el encargo de Pablo a sus discípulos; por ejemplo, lo que leemos en la Segunda Carta a Timoteo:

 

«Te conjuro ante Dios y Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su venida y por su reino: predica la palabra, insta con oportunidad o sin ella, argumenta, increpa, amenaza con toda paciencia y doctrina (o afán de enseñar). Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que para satisfacer sus deseos se buscarán maestros que les halaguen los oídos, y apartarán sus oídos de la verdad y se volverán hacia los mitos. Tú, en cambio, vigilia en todas las cosas, trabaja, haz obra de evangelista, cumple a la perfección tu ministerio» (2 Tim 4, 1-5).

 

Esta imprecación del Apóstol va dirigida (así debemos entenderla) a los pastores de la Iglesia de todos los tiempos; y ¿cómo podrían asumirla si no basaran su acción pastoral en el estudio asiduo y la oración, ambas ejercidas desde la fe?

 

Además, para concluir, debo decir que quienes se dedican exclusivamente a la investigación de la verdad, la enseñanza y la difusión mediante las publicaciones gráficas, que hoy adquieren la nueva modalidad de una rápida circulación por internet, están cumpliendo un oficio estrictamente pastoral. El populismo relativista es una calamidad que debe ser superada.

 

Una muestra superior de la reputación que he expresado, se encuentra en el modelo que es la obra de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI; hoy, una vez más, ferozmente calumniado por los enemigos de Cristo, y de la Iglesia. Un gran teólogo, que ha pasado su vida en la investigación de la verdad y la enseñanza universitaria, llega a ser Pastor de la Iglesia entera, a la que guía con decisión a la búsqueda de Dios ya que sólo Él asegura la supervivencia del hombre. Un teólogo humilde, silencioso y orante devenido Pastor ejemplar, explica qué debe concebirse como auténticamente pastoral. La inspiración de Benedicto XVI está en la obra de San Benito expresada en la Regula Monachorum, el triple compromiso cotidiano de oración, estudio y trabajo.

viernes, 11 de febrero de 2022

LA NIÑA

 


que vio 18 veces a la Virgen de Lourdes y permanece incorrupta y los milagros que confirmó la ciencia


Gerardo Di Fazio


Infobae, 11 de Febrero de 2022

 

Todo sucedió a principios de 1858 en la gruta de Massabielle en Lourdes, Francia. Allí, a los pies de los Pirineos, y desde el 11 de febrero de ese año, una joven llamada María Bernardette Soubirous presenció dieciocho apariciones de la Virgen. Bernardette tenía 14 años y creció en el seno de una familia pobre y analfabeta. Un día estaba con su hermana y una amiga recogiendo leña y entonces una ráfaga de viento dio paso a la primera aparición de la Virgen María. La joven declaró que: “Vi a una Señora vestida de blanco: llevaba un vestido blanco, un velo también de color blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie”. La aparición siempre hablaba con Bernardette en patois, lengua occitana que se usa en la zona y la aparición siempre se dirigió a ella usando el “usted” (voi) por ejemplo como cuando le solicita a Bernardita: “Boulet aoue era gracia de bié aci penden quinze días” (”Me haría usted el favor de venir aquí durante quince días”).

 

El domingo 21, de luego de la sexta aparición por la tarde, el comisario Jacomet, convencido de que la historia es un montaje, interroga a Bernardette. En esta ocasión usa el término Aquerò, que en la lengua Patois lenguaje coloquial que se utilizaba en los Pirineos significa: “aquello, eso” para referirse a lo que ve. Hasta el 25 de marzo en el cual la Virgen revela su nombre, Bernardette nunca dijo que veía a la Virgen. En el textual de la trascripción de la indagatoria podemos leer: “Entonces, Bernardette, ¿vas todos los días a Massabielle?”. “Sí, señor”. “¿Y ves salgo bonito?”. “Sí, señor”. “¿Así que ves a la santa Virgen?”. “Yo no digo que he visto a la santa Virgen”. “Ah, bueno. Tú no has visto nada”. “Sí. Algo he visto”. “¿Qué has visto?”. “Algo que era blanco”. “¿Algo o alguien?». “Aquerò tiene la forma de una joven”. “¿Y no te ha dicho: soy la santa Virgen?”. “Aquerò no me lo ha dicho”.

 

El miércoles 24 de febrero en la octava aparición, Bernardette nos dirá: “Hoy Aquerò ha pronunciado una nueva palabra: ¡Penitencia! Añadió también: ‘Rogad a Dios por la conversión de los pecadores’. Y yo contesté: ‘Sí’. Me preguntó si esto me acarreaba molestias. Le dije que no. Luego me rogó que subiera de rodillas hacia el fondo de la gruta y que besara la tierra en señal de penitencia por los pecadores”. Y así. durante las demás apariciones, Bernardette se referirá a la misma como “Aquerò”.

 

Pero el jueves 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de María, todo cambiará. Leemos el textual de Bernardette: “Señorita (le dice a la aparición), ¿tendría la bondad de decirme quien sois, por favor?”. Aquerò sigue sonriendo en silencio, pero Bernardette esta vez insiste. Entonces, levantando los ojos al cielo y juntando las manos a la altura del pecho le responde: “Que soy Immaculada Councepciou”” que traducido significa “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Y esa es la posición escultórica de la Virgen de Lourdes que se observan en todas las grutas del mundo. La posición que adopta en el momento que dice su nombre.

 

Otro dato de relevancia es que la Virgen se reía y sonreía a Bernardette. Este dato es muy interesante, porque para la mariología de la época la virgen era representada escultóricamente casi siempre con rosto adusto, mirando al cielo, o la Dolorosa. Que la Virgen sonriera no era muy bien visto por las autoridades eclesiásticas del momento, pero Bernardette defendió esta visión sonriente con gran vehemencia ante el clero. No obstante la representación iconográfica de la Virgen de Lourdes, prevaleció la postura clerical de gesto adusto. Aún ante el disgusto de Bernardette cuando le fue mostrada la primera escultura realizada sobre el modelo que ella describió, obra del escultor Joseph Hughes Fabisch.

 

Solo cuatro años después de la primera aparición, el 18 de Enero 1862, el obispo de Tarbes Monseñor Bertrand-Sévère Laurence firmó el decreto aprobando las apariciones: “Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se ha aparecido realmente a Bernardette Soubirous, el 11 de febrero de 1858 y los días siguientes, hasta dieciocho veces, en la Gruta de Massabielle, cerca de la ciudad de Lourdes. Que esta aparición reviste todos los caracteres de la verdad, y que los fieles tienen fundamento para creerla como cierta. Humildemente sometemos nuestro juicio al Juicio del soberano pontífice, que está encargado del gobierno de la Iglesia universal”.

 

En centro focal de Lourdes es el manantial de agua que la Virgen hizo cavar a Bernardette. El 25 de febrero la virgen le dirá: “Vete a beber y a lavarte en la fuente”. Bernardette irá rápidamente hacia el rio Gave, que se ubica delante de la gruta de Massabielle, pero la aparición le señalará el piso de la gruta. La joven cavará con sus manos un pozo de donde, mas tarde, surgirá una vertiente de agua fresca y pura. El hecho fue considerado como un milagro y esa agua con dones especiales. Pero no es el agua, sino la fe del peregrino que deposita en la Virgen como mediadora para que Dios escuche su oración e interceda. La misma Bernardette dirá que las personas se curaban con la fe y las oraciones, y el agua es solo un símbolo de esa fe. Cabe aclarar que para la teología católica la Virgen “no hace milagros”; aunque de manera coloquial se dice que la virgen o un santo son “milagroso”, es solo una frase corriente, nada más. Es Dios quien puede realizar milagros por mediación de la Virgen o de algún santo o santa. El agua de Lourdes fluye de un manantial en la parte trasera de la gruta en el mismo lugar donde fue descubierta por Bernadette. Como máximo, el agua corre a 40 litros por minuto. Esta es recogida en una cisterna y se dispensa a través de un sistema de grifos cerca del santuario, donde los peregrinos pueden beberla o recogerla en botellas u otros recipientes para llevar consigo. El pozo original se puede ver dentro de la gruta, iluminado desde abajo y protegido por una pantalla de vidrio.

 

Las sanaciones corporales en Lourdes siguen ocurriendo. La Iglesia Católica decidió crear el departamento médico de Lourdes, constituido y dirigido por médicos y científicos. El objetivo del bureau, como también es llamado, es evaluar los supuestos casos milagrosos y verificar, entre otros criterios si la curación en cuestión fue casi instantánea, si la salud restablecida se mantuvo durante un breve lapso de tiempo o el resto de la vida y si la curación es científicamente inexplicable. El bureau está constituido por 20 médicos y científicos, muchos de ellos de la universidad de la Sorbona. Sus informes están abiertos a cualquier médico o científico que quiera hacer su propia investigación particular o estudiar cualquier caso específico reconocido como milagroso.

 

Uno de los casos más significativos registrados en Lourdes fue la curación de Marie Bailly, testimoniada por un médico entonces agnóstico y muy contrario a los fundamentos y doctrina de la Iglesia católica el Dr. Alexis Carrel. Él mismo terminó convirtiéndose a la fe católica después de estudiar la inexplicable curación que había presenciado sobre la mujer que padecía peritonitis tuberculosa aguda y su abdomen estaba considerablemente distendido, con grandes masas duras. A llegar a Lourdes, tres jarras de agua fueron derramadas sobre sobre el abdomen y tomo varios vasos de la misma. Su estómago empezó a aplanarse y su pulso volvió a la normalidad. Carrel estaba de pie detrás de Marie, junto con otros médicos, tomando notas mientras el agua era derramada sobre su abdomen. Él escribió: “El abdomen, enormemente distendido y muy duro, empezó a aplanarse. En 30 minutos [la protuberancia] había desaparecido completamente. No se observó ninguna descarga del cuerpo”. Carrel se convirtió al catolicismo y más tarde ganó el Premio Nobel de medicina. Retorno a Lourdes muchas veces y fue testigo de otro milagro: la curación instantánea de un niño ciego de 18 meses.

 

Dr. Luc Montagnier descubridor del virus VIH-SIDA, nos reseña sobre los hechos de Lourdes: “Muchos científicos cometen el error de rechazar lo que no entienden. No me gusta esa actitud. Con frecuencia cito la frase del astrofísico Carl Sagan: ‘La ausencia de prueba no es prueba de ausencia’ (…) En cuanto a los milagros de Lourdes que yo estudié, creo que realmente se trata de algo inexplicable (…) No logro entender esos milagros, pero reconozco que existen curaciones que no están previstas en el estado actual de la ciencia”.

 

Aunque los informes de “curaciones inexplicables” que suceden todos los años en el santuario mariano de Lourdes son miles, muy pocas son curaciones efectivamente milagrosas para la Iglesia, que adopta criterios rigurosos en su minuciosa evaluación científica de cada caso. Desde 1858 hasta la actualidad solo fueron declarados oficialmente “curaciones milagrosas” 70 casos. En 2013, se reconoció como milagro un hecho ocurrido en 1989. A una mujer llamada Danila Castelli se le diagnosticó un cáncer incurable que inundó de tumores todo su cuerpo. Sin embargo, fue rezar al santuario de Lourdes y de repente dijo sentirse aliviada. Su enfermedad había desaparecido por completo.

 

¿Qué fue de la vida de Bernadette? Luego de las apariciones se la acoge como interna en el hospicio de Lourdes dirigido por las hermanas de la caridad de Nevers, allí pasó 8 años. En agosto de 1864 solicita ser admitida en la congregación de las hermanas y así, el 3 de junio de 1866 abandona para siempre su pequeña ciudad y, sobre todo, se despedirá de la gruta. Nunca más volverá a ella. El 30 de octubre de 1867 Bernadette pronunció sus votos temporarios y finalmente los votos perpetuos. Ahí se transforma en Sor María Bernarda. Sufrió mucho en su vida un tumor en la rodilla y una tuberculosis pulmonar, iban erosionando su existencia y le causaban grandes dolores. Con solo 35 años fallecerá el 16 de abril de 1879 a las 15:15. Sus últimas palabras fueron: “La he visto otra vez... ¡Qué hermosa es! Madre, ruega por mí que soy pecadora”. Fue enterrada en la Capilla Saint Joseph, situada en el jardín del convento.

 

Su cuerpo fue sometido a tres exhumaciones en 1909, 1919 y 1925. Estas exhumaciones certificaron que sus restos se han mantenido relativamente intactos. La primera exhumación en 1909 se comprobó que el cuerpo había permanecido intacto, en los detalles de las uñas, el cabello y los dientes. Mientras que la fuerte humedad había hecho desaparecer los rastros de ropa y el Rosario, se la volvió a vestir y sepultar. La segunda exhumación en 1919, los médicos confirmaron la misma situación de diez años antes, con la diferencia de que el cuerpo ahora parecía más oscuro. La tercera exhumación tuvo lugar en la víspera de la beatificación de Bernardette en 1925. Esta vez, el cuerpo mostró claros signos de descomposición. La humedad había realizado su trabajo. En esta ocasión también se realizó una autopsia del cuerpo, que mostró que los órganos internos estaban en parte intactos, en particular el hígado. Dado que se autorizó que el cuerpo sea expuesto, se cubrió su rostro y manos con una capa de cera color natural, dando la apariencia que posee hoy. Se la vistió con el hábito y se la guardó en un precioso relicario en la capilla del convento de Saint Gildard, en Nevers, donde permanece hasta nuestros días, en la posición con la cual fue sepultada: la cabeza girada un poco hacia el hombre izquierdo y sus manos entrelazadas en forma de oración. El 8 de diciembre de 1933, durante el “año santo de la Redención y Jubileo extraordinario el papa Pío XI proclamó “santa” a Bernadette Soubirous. Hoy, con una población de aproximadamente 15.000 habitantes, Lourdes recibe la visita de unos 9.000.000 de peregrinos por año.

 

Los milagros y las gracias que se propagan a través de Lourdes, solo se mide por la fe. Para aquellos que la poseen todo es posible; para aquellos que no la tienen, todo es imposible y absurdo.

martes, 8 de febrero de 2022

HOLLERICH Y LA HOMOSEXUALIDAD

 


 Los errores del cardenal


Tommaso Scandroglio


Brújula cotidiana, 08-02-2022

 

Hace unas semanas, 125 empleados de diversas organizaciones católicas “salieron del armario” en Alemania. El cardenal Jean Claude Hollerich, presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (Comece) y relator general del Sínodo de los Obispos, ha hablado sobre el tema de la homosexualidad en una entrevista con la agencia de noticias alemana KNA. El prelado ha dicho: “Creo que la base sociológica-científica de esta enseñanza ya no es correcta”. El cardenal se equivoca. El fundamento de la condena de la Iglesia católica a la homosexualidad y a los actos homosexuales no se encuentra en las ciencias empíricas y en la sociología, sino en la moral y, en particular, en la moral natural.

 

¿Por qué afirma la Iglesia que la homosexualidad y, por tanto, la conducta homosexual son intrínsecamente desordenadas? La homosexualidad es una condición moralmente desordenada porque es contraria a la naturaleza racional del hombre. La naturaleza, en su sentido metafísico, significa un conjunto de inclinaciones que tienden a su fin. La persona humana se siente inclinada/atraída a buscar a una persona del sexo opuesto. Se podría argumentar que también existe una inclinación homosexual natural. La respuesta a la objeción se basa en el principio de proporción: una inclinación es natural si la persona está en posesión de los medios necesarios para satisfacer los fines a los que esta inclinación tiende. El fin debe ser proporcional a las facultades del hombre. Por ejemplo, podemos decir que el conocimiento es un fin natural porque el hombre está dotado del instrumento del intelecto adecuado para satisfacer este fin. Por lo tanto, si una persona persigue un fin que es imposible de satisfacer no por meras circunstancias externas, sino porque está naturalmente privada de los instrumentos adecuados para satisfacerlo, este fin no sería un fin natural y estaría actuando en contra de la naturaleza racional del hombre.

 

Dado que la homosexualidad es una atracción hacia personas del mismo sexo, esta atracción, para encontrar su perfecta realización, debe conducir a la relación carnal. Los objetivos del coito –tanto el procreativo como el unitivo- no pueden ser cumplidos por el coito carnal homosexual: el instrumento no es adecuado para el fin. Y, como explica el Aquinate, “todo lo que hace que una acción sea inadecuada para el fin previsto por la naturaleza debe definirse como contrario a la ley natural” (Summa Theologiae, Supp. 65, a. 1 c), es decir, contrario a la naturaleza racional del hombre. La relación genital de tipo homosexual es incapaz de satisfacer el fin natural de la procreación y la unión. Por lo tanto, es contradictorio decir que la homosexualidad es conforme a la naturaleza cuando es incapaz de satisfacer los fines naturales de la relación sexual.

 

El contraargumento que se suele hacer a esta reflexión es el siguiente: muchas parejas heterosexuales también son estériles o infértiles. Pero las razones de la infertilidad son diametralmente opuestas: la relación homosexual es fisiológicamente infértil, la relación heterosexual estéril es patológicamente infértil; la primera por su naturaleza es infértil, la segunda por su naturaleza es fértil; la primera por necesidad, es decir, siempre y en cualquier caso, es infértil (la relación homosexual sólo puede ser infértil), la segunda sólo posiblemente (la relación sexual heterosexual puede ser infértil); la primera es normal que sea infértil, la segunda no es normal que sea infértil.

 

Otra razón para afirmar que la homosexualidad es contraria a la moral natural es la complementariedad del amor. Física y psicológicamente, el hombre y la mujer son complementarios porque son diferentes (la diversidad de los genitales externos del hombre y de la mujer es una prueba plástica de esta complementariedad: uno tiene una conformación anatómica adecuada para encontrarse con el otro). En efecto, uno no puede encontrar su propia culminación en lo que es igual (homo) a uno mismo. La complementariedad requiere la diferencia (hetero).

 

Volviendo al cardenal Hollerich, éste añadió en la entrevista que “la forma en que el Papa se ha expresado en el pasado [sobre la homosexualidad] puede llevar a un cambio de doctrina. […] Creo que ha llegado el momento de una revisión fundamental de la doctrina”. La doctrina que hay que cambiar sería la contenida en: Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2357-2358; Congregación para la Doctrina de la Fe, Persona humana, núm. 8; Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, núm. 3; Algunas consideraciones sobre la respuesta a la propuesta de legislación sobre la no discriminación de las personas homosexuales, núm. 10; Consideraciones sobre los planes para el reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, núm. 4. Pero la doctrina que el cardenal quiere modificar debe ser considerada como definitiva e irreformable. Por lo tanto, es inútil pedir que se cambie lo que nunca se puede cambiar.

 

Evidentemente se insiste en la doctrina para cambiar la pastoral, que entonces estará en disonancia con la doctrina. De hecho, por poner un ejemplo entre mil, el cardenal Reinhard Marx, en una rueda de prensa hace unos días, afirmó que si una persona declara públicamente su homosexualidad, esto no debería representar “un límite a su capacidad para ser sacerdote. Ésta es mi posición y tenemos que defenderla”. Esta puede ser la posición del cardenal Marx, pero no es la posición de la Iglesia. Una instrucción de 2005 de la Congregación para la Educación Católica afirma que “si un candidato practica la homosexualidad o muestra tendencias homosexuales profundamente arraigadas, tanto su director espiritual como su confesor tienen el deber de disuadirle en conciencia de proceder a la ordenación” y que “sería gravemente deshonesto que un candidato ocultara su homosexualidad para proceder, a pesar de todo, a la ordenación”. Encontramos los mismos principios en un documento de 2016 de la Congregación para el Clero sobre la formación de los sacerdotes.

 

El cardenal Hollerich continua así: “Lo que se condenaba en el pasado era la sodomía. En aquella época [¿qué época?] se pensaba que todo el niño estaba contenido en el esperma del hombre. Y esto se trasladó simplemente a los hombres homosexuales”. Creemos que el cardenal se refiere, aunque de forma muy imprecisa, a la teoría medieval que sobrevivió hasta la evolución de los conocimientos científicos, según la cual el principio activo de la persona (el alma vegetativa que luego se convertiría en sensorial y finalmente en racional) estaba contenido en el semen masculino y en cambio el gameto femenino ofrecía sólo el principio pasivo, es decir, sólo la mera materia biológica (cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 118, a. 1, ad 4). El razonamiento del prelado parece, pues, ser el siguiente: como antes se pensaba que el principio activo –que para el cardenal es erróneamente “el hijo completo” en el sentido “espiritual”- estaba sólo en el semen masculino, entonces ese principio activo, en las relaciones homosexuales, se transfería de varón a varón, pero eso significaba que esa relación nunca tendría la posibilidad de generar un hijo de carne y hueso porque le faltaba el principio pasivo/material que le daba el gameto femenino. Sin embargo, hoy sabemos que no es la semilla masculina la que contiene el alma del niño que ha de nacer, sino que es el encuentro entre los dos gametos, el masculino y el femenino, el que concibe al ser humano, y donde hay un ser humano, hay una persona.

 

En definitiva, parece que el cardenal Hollerich quiere tranquilizarnos diciéndonos que no se “pierde” ningún niño en las relaciones homosexuales, ya que la ciencia nos ha dicho que los espermatozoides no contienen ciertamente un alma personal. La Iglesia pensaba así porque aún no existía la embriología, pero hoy, con los conocimientos científicos actuales, la Iglesia debería cambiar su opinión. Respondemos que la condena de la Iglesia a la homosexualidad, tanto en la actualidad como en la Edad Media, no se basa ni se basaba en el pensamiento articulado por el cardenal (también porque, si hubiera sido así, los actos homosexuales de las lesbianas se habrían considerado lícitos, ya que en este caso no se “perdía” ningún niño), sino más bien por las razones mencionadas anteriormente.

 

Hollerich continúa: “No hay homosexualidad en el Nuevo Testamento. Sólo se mencionan los actos homosexuales, que en parte eran actos rituales paganos. Esto estaba, por supuesto, prohibido”. Suponiendo que fuera cierto lo de que “no hay homosexualidad en el Nuevo Testamento”, ¿qué significa esto? ¿Que el Antiguo Testamento, en el que se condena muchas veces la homosexualidad y los actos relacionados con ella, vale menos que el Nuevo? ¿Piensa el cardenal que lo que viene después, por el simple hecho de serlo, vale más? ¿Es el Nuevo Testamento, en tanto que nuevo testamento, más fiable, más eficaz?

 

Y además, en cuanto a que el Nuevo Testamento sólo condena los actos homosexuales pero no la homosexualidad, no es cierto. San Pablo escribe: “igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros” (Rom 1,27). El término “deseo”, que en otras traducciones encontramos como “pasión” o “lujuria”, expresa plena y perfectamente la atracción homosexual, es decir, la orientación homosexual que, si es constante, se convierte en una condición que es un estatus diferente de la conducta homosexual que le sigue. Además, parece que para el alto prelado sólo son un problema los actos, no la condición. Pero las cosas no son así. También se puede hacer un juicio moral en relación con las condiciones: piénsese en el estado de pecado mortal, en el vicio que es un hábito, en la condición de divorciado (el juicio en este caso es negativo si la persona ha decidido divorciarse, no si ha sufrido el divorcio). Además, dado que los actos homosexuales son consecuencia de una condición homosexual, ¿cómo podría censurarse lo primero sin censurar lo segundo? Sólo si la condición es desordenada puede producir actos desordenados, y por lo tanto los actos desordenados sólo pueden ser causados por una condición desordenada.

 

Por último, parece que, siempre según el cardenal Hollerich, los actos homosexuales en el Nuevo Testamento sólo se condenaban cuando representaban actos de culto pagano. Pero incluso esta vez el cardenal se equivoca. Basta con leer a san Pablo (Rom 1,24-28; Rom 1,32; 1 Cor 6; 1 Cor 9-10; 1 Tim 1,10) para darse cuenta de que el juicio negativo del Apóstol se refería a la homosexualidad como tal y a los actos homosexuales como tales.

viernes, 4 de febrero de 2022

LOS APÓSTATAS

 


¿beneficiarios de la comunión de los santos?


Por Carlos Esteban


Infovaticana,  03 febrero, 2022

 

La afirmación realizada ayer por el Santo Padre en su catequesis de la audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI, en el sentido de que también los apóstatas participan de la comunión de los santos, ha provocado un encendido debate entre los comentaristas católicos.

Empecemos por lo obvio: Nadie, ni siquiera el Papa, puede cambiar una coma de las verdades reveladas por la Escritura y la Tradición. Ese sutil concepto de ‘desarrollo de doctrina’ solo puede significar una aclaración o ampliación de un punto oscuro o poco atendido de la verdad ya revelada.

 

La apostasía, el mal mayor que puede sufrir un hombre, es el abandono total y voluntario de la religión cristiana. En la abrumadora mayoría de los casos, este abandono es privado e informal, pero últimamente se ha convertido en deplorable moda formalizarlo y publicitarlo como ‘protesta’ contra lo que se considera un abuso estadístico de las iglesias nacionales cuando, al hablar del número de católicos, se basan en las actas de bautismo.

 

En principio, la frase del Papa parecería un desliz, un ‘planchazo’: la comunión de los santos afecta solo a los miembros de la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo, y el apóstata ha elegido eximirse voluntariamente de esa pertenencia. Dios respeta la libertad humana hasta el extremo, de modo que parecería que seguir considerando al apóstata beneficiario de la comunión de los santos sería convertir la libertad humana en una farsa, una ficción; como si Dios no se tomara en serio nuestras decisiones libres.

 

Sin embargo, el propio Catecismo del Concilio de Trento, al hablar del sacramento del Bautismo, señala que el carácter que confiere es indeleble, de modo que ni tan siquiera la apostasía puede borrarlo por completo. Es decir, uno puede separarse jurídicamente de la pertenencia a la Iglesia, pero mientras viva en esta tierra no dejará de mantener una comunión, siquiera incompleta, con la Iglesia.

 

Eso es lo que explicaría que, cuando se readmite formalmente a un apóstata en la Iglesia, se hablar de que vuelve a estar “en plena comunión”, lo que parece indicar que se ha mantenido, al menos, en comunión parcial con ella por la marca imborrable de su bautismo.

 

Por otra parte, que la permanencia de la señal del bautismo signifique necesariamente el mantenimiento del apóstata en la comunión de los santos es algo que dejo a los teólogos que puedan leer estas líneas y aclarar el punto, ya que también un condenado al Infierno puede estar bautizado y la Doctrina niega sin asomo de duda que no participa en dicha comunión.