puede aprobar la legalización del suicidio
asistido
Jean-Marie Le Méné
*
Brújula cotidiana,
17-02-2022
Dos textos
siembran la confusión sobre el suicidio asistido que actualmente se debate en
Italia. El primero es un artículo del padre Carlo Casalone, jesuita, publicado
el 15 de enero en la revista La Civiltà Cattolica, con el título “El debate
parlamentario sobre el suicidio asistido”. El segundo es un comentario de
Marie-Jo Thiel en un periódico. Ambos firmantes son miembros de la Academia
Pontificia para la Vida y tienen en común que sus respectivas posiciones son
contrarias a la doctrina de la Iglesia.
De un artículo a
otro, el caso italiano lleva a una generalización que anticiparía una inversión
de la posición de la Iglesia universal sobre el suicidio asistido. El diario La
Croix titula: “El suicidio asistido, punto de inflexión estratégico del
Vaticano en materia de bioética”, como si el asunto estuviera decidido. El
artículo no duda en afirmar que “la Academia Pontificia para la Vida se ha
mostrado recientemente a favor de que la Iglesia italiana no se oponga a la
legislación sobre el suicidio asistido”. Ahora bien, que la gente se exprese a
título personal es una cosa. Sin embargo, el hecho de que sus cargos comprometan
oficialmente a la Academia Pontificia para la Vida es otro.
El segundo punto
es el más importante. Permítanme que el autor de estas líneas, miembro de la
Academia Pontificia para la Vida, disipe cualquier duda. Está claro que los
miembros de la Academia no fueron consultados, y menos mal. Deseada por Su
Santidad el Papa Juan Pablo II y creada por el profesor Jérôme Lejeune, que fue
su primer presidente, la Academia no puede, por definición, sostener posiciones
contrarias al Magisterio de la Iglesia en un ámbito en el que, además, se
limita a transmitir una sabiduría milenaria. Es un hecho que el respeto de
la Iglesia por la vida humana es una regla de oro anterior a la revelación
cristiana. El mandamiento negativo de no matar para los creyentes se remonta al
Decálogo, pero también existe para los no creyentes: por ejemplo, el juramento
hipocrático (400 años antes de Cristo). No matar es una de las leyes no
escritas pero inscritas en el corazón humano. Ni la Academia ni la Iglesia
Católica tienen poder alguno sobre esta prohibición fundamental.
“La asistencia al
suicidio es ya una forma de eutanasia”. Queda por decir una palabra sobre estos
dos textos. El artículo del padre Casalone considera que puede encontrar en el
suicidio asistido una forma de obstaculizar la legalización de la eutanasia.
Utilizar el mal menor como pretexto para escapar del mayor. La consecuencia es
ineludible. Cuando se tolera ya es demasiado tarde. El colmo es invocar al Papa
Francisco que siempre ha sido claro. El 9 de febrero, durante la Audiencia
General, recordó: “Tenemos que acompañar hasta la muerte, pero no provocar la
muerte, ni contribuir a ninguna forma de suicidio”. También es engañoso hacer una interpretación
personal de lo que la Iglesia enseña sobre las “leyes imperfectas”.
La encíclica
Evangelium Vitae (artículo 73) afirma que es legítimo votar una ley más
restrictiva para cambiar una ley más permisiva, pero sólo si esta última ya
está en vigor. En ese caso, no habría colaboración con una ley injusta, sino,
por el contrario, una limitación de sus efectos. En el caso del suicidio
asistido el razonamiento no funciona, ya que se trataría de establecer
deliberadamente una ley mala para evitar una futura que sería aún peor. Ahora
bien, el suicidio asistido ya es una forma de eutanasia. Y la ley que pretende
evitar llegará aún más rápido. Nada ni nadie impedirá la extensión de la
transgresión inicial, que invita a la medicina a procurar la muerte.
Al igual que la
regulación del aborto conduce –como podemos ver- a su reconocimiento como
derecho fundamental, también la eutanasia seguirá el mismo camino.
El comentario de
Thiel, por su parte, apoya en Francia la injerencia de los jesuitas en la
política italiana y estigmatiza a “los partidarios de la sacralización absoluta
de la vida que no pierden ocasión de criticar y condenar”. Aunque el padre
Casalone no menciona su pertenencia a la Academia Pontificia, la señora Thiel
considera que debe hacer esta aclaración tanto para él como para ella. Hubiera
sido más respetuoso no comprometer a la Academia Pontificia para la Vida. Sus
miembros, que por estatuto son defensores de la vida, no quieren que se piense
que la Iglesia está poniendo la primera piedra de la eutanasia en Italia. Ni
tampoco en otros lugares.
* Presidente de la
Fundación Lejeune, miembro de la Academia Pontificia para la Vida. Este
artículo apareció originalmente en Le Figaro el 14 de febrero.
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