frases
repetitivas, confusión garantizada
Stefano Fontana
Brújula
cotidiana, 29_08_2023
Durante el viaje a
Lisboa para la Jornada Mundial de la Juventud, como es costumbre, Francisco
también se encontró con sus hermanos jesuitas, respondiendo a sus preguntas. El
texto de esta conversación fue publicado por La Civiltà Cattolica.
Siempre se espera
que de estos encuentros pueda surgir alguna importante y clara enseñanza, a
pesar de que el lenguaje utilizado sea más bien informal, como en un diálogo
entre amigos. Pero muchas veces esto no es así por dos razones principales. La
primera es que Francisco continúa con su propia línea de pensamiento y no se
deja cuestionar en lo más mínimo por los problemas planteados. No es que los
hermanos jesuitas, siendo jesuitas, hagan preguntas embarazosas, claro está,
pero en cualquier caso plantean problemas que se abordan inmediatamente según
los patrones de pensamiento habituales y con el abuso de las mismas palabras: retrógrado,
clerical, etc.
La segunda razón
es que Francisco hace juicios generales sobre situaciones muy complejas. Está
claro que en una conversación breve no se puedan escribir novelas, pero por eso
mismo conviene tener cierta precaución. Por ejemplo, el Papa expresa aquí un
juicio muy duro y absolutamente esquemático sobre el clero y los católicos
americanos, acusándolos sumariamente de atraso ideológico: “hay una actitud
reaccionaria muy fuerte, organizada, que estructura un sentido de pertenencia,
incluso afectivo. Quiero recordarles a estas personas que el atraso es inútil”.
La impresión es
que, en cada entrevista con los hermanos jesuitas, pero también se podría decir
en cada entrevista tout court, las respuestas de Francisco son estándar,
pertenecen a un repertorio conceptual y lingüístico fijo y no conocen una
evolución real. También esta vez, como ya sucedió en el pasado, Francisco cita
a Vicenzo di Lerino sobre el desarrollo del dogma, pero lo hace a medias,
citando las palabras que indican progreso, pero nunca aquellas que indican una
perfecta continuidad, es decir, que “de todos, siempre y en todas partes”. A
pesar de que muchos expertos se lo han señalado, como don Nicola Bux, por
ejemplo, pero él continúa impertérrito.
Esta aproximación,
que anima a emitir juicios apresurados e injustos, se manifestó en este diálogo
con los hermanos jesuitas de Portugal, también sobre un tema que atañe a la
Doctrina social de la Iglesia. Respondiendo a una pregunta sobre la inclusión
de los homosexuales y transexuales en la Iglesia (¿podía faltar?...), Francisco
subrayó: “Pero lo que no me gusta en absoluto, en general, es que se mira a los
llamados ‘pecados de carne’ con lupa, así como se hace desde hace mucho tiempo
con el sexto mandamiento. Si explotabas a los trabajadores, si mentías o
engañabas, no contaba, y en cambio los pecados por debajo del cinturón eran
relevantes”.
Esta intervención
es deficiente en muchos aspectos. En primer lugar, expresa un juicio en tres
palabras y resultado de una impresión personal sobre un tema muy importante y
complejo. Juzga épocas históricas enteras, a muchos sacerdotes en los
confesionarios, a educadores y padres con un juicio agudo e inapelable. En
segundo lugar, es sin duda un juicio erróneo porque no tiene en cuenta la gran
atención que la Doctrina social de la Iglesia, la moral católica y los manuales
para confesores habían asignado a los llamados “pecados sociales”.
El Catecismo
enumeraba entre las acciones que claman venganza ante Dios defraudar a los
trabajadores del salario justo. En Rerum novarum, León XIII puso en el centro
de la acción de la Iglesia a quienes estaban “solos e indefensos a merced de la
codicia de los patrones y de la competencia desenfrenada”. Este juicio de
Francisco no da cuenta de “ese gran movimiento en defensa de la persona
humana”, del que hablaba la Centesimus annus (n. 3) de Juan Pablo II, que
trabajó intensamente por una sociedad más justa.
Sin duda, en el
pasado la atención a los pecados “de la carne” era mucho más acalorada que hoy,
cuando -como revelan muchos confesores- ya nadie se confiesa por actos
contrarios al sexto mandamiento. Pero ciertamente no faltaron los exámenes de
conciencia por los actos de injusticia y explotación social, no faltaron los
actos de reparación de esos pecados, no faltaron las intervenciones públicas de
caridad como atestiguan los santos sociales y sus obras de caridad. La Rerum
novarum, de hecho, terminaba con un himno a la caridad. ¿Y a cuántas
generaciones de sacerdotes y laicos inspiró y sirvió de guía esa encíclica?
Después de todo,
si hoy nadie se confiesa por el sexto mandamiento, ¿quizás todos se confiesen
por el séptimo? Esta extraña intervención de Francisco parece olvidar que al
final sólo hay una virtud y la atención por la dignidad del propio cuerpo y del
de los demás ayuda también a ser respetuoso con el trabajador o con los pobres.
El sexto mandamiento no es algo privado, sino que tiene amplias
repercusiones en la vida social y política porque todos los problemas de la
sociedad surgen del cultivo de pasiones desenfrenadas. En el discurso de
Lisboa, Francisco habló mucho de la inclusión de los homosexuales y
transexuales. No quisiéramos que se le escapara esta conexión entre el
respeto al cuerpo y la justicia, entre el sexto y el séptimo mandamiento.