martes, 28 de febrero de 2023
viernes, 10 de febrero de 2023
CURSO DE CULTURA CATÓLICA
2023
“Cuando
es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o
unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como
imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.”
Francisco,
Fratelli Tutti, p. 206
Programa:
*Análisis del Catecismo
*Doctrina Social de la Iglesia
*Doctrina política católica
*Dogmas y herejías
Modalidad:
Se dictarán 8
horas por Módulo; las clases se realizarán los viernes (18 a 19,30 horas) y sábados
(10 a 11,30 horas), desde el 24 de
febrero al 28 de abril. Ejercicio final: 6 de mayo.
El curso será gratuito, previa inscripción (desde el
10 de febrero). Quienes asistan a 14 encuentros, como mínimo, y realicen el
ejercicio, recibirán un certificado.
Docentes:
Pilar Caballero, Flavia Villani, Andrés Torres, Mario Meneghini, Fr. Juan Pablo
Corsiglia op.
Lugar: Cofradía
del Rosario, galería Santo Domingo, local 7.
Correo: guardiadehonor@gmail.com
EL 2023
año de huida de la Iglesia Católica. Aun así,
sigue siendo la única verdadera
Luisella Scrosatti
Brújula cotidiana,
09-02-2023
Estamos inmersos
en una dramática crisis de fe, desgraciadamente alimentada también por la cúpula
de la Iglesia, que está llevando a muchos fieles a ceder a la tentación de
otros caminos, desde la ortodoxia al sedevacantismo, pasando por las
comunidades lefevrianas. Pero estas posturas no tienen nada de católicas, y en
este artículo explicamos por qué.
La lámpara se ha
puesto bajo el celemín y hay oscuridad en todas partes. Y en la oscuridad hay
confusión, desorientación, miedo. Por lo tanto, es absolutamente comprensible
que en esta situación, en cuanto uno ve una llama encendida, extienda la mano
para disfrutar un poco de esa luz y ese calor.
La tremenda crisis
de fe que estamos viviendo es, en efecto, una gran prueba, más aun cuando
parece estar alimentada por ese mismo centro de unidad que encuentra su razón
de ser en confirmar a los hermanos (cf. Lc 22,32) y no en seguir todo “viento
de doctrina” (Ef 4,14). Una crisis que hace que los católicos aprueben
cualquier acto, palabra y escrito del Pontífice por el simple hecho de que
proviene del Papa, o que reconsideren el ministerio petrino de una manera que
no es católica.
Por un lado, se
olvida que el Papa no es la Iglesia, sino el centro de unidad de la Iglesia.
Que el Papa no es un monarca absoluto, como si pudiera actuar legítimamente
incluso destruyendo la Iglesia. Que el Papa no es la fuente de la verdad, sino
el primero que tiene que obedecer a la verdad revelada. Que la referencia
última no es su voluntad, sino la voluntad de Dios, hacia la que se dirigen
Papa, obispos, sacerdotes y fieles. Y por eso la tradición teológica prevé el
caso en que se puede y se debe resistir a las órdenes injustas del Papa, a sus
enseñanzas o disposiciones objetivamente contrarias al bien de la Iglesia y a
la verdad.
En el segundo
lado, hay un amplio abanico de situaciones en juego diferentes entre sí: la
transición a la autocefalia ortodoxa, las diversas posturas que consideran
vacante la Sede, formaciones que reconocen oficialmente al pontífice legítimo
pero que se consideran la última instancia de las decisiones doctrinales y que han
dado lugar a una jerarquía autocéfala de facto nacida de ordenaciones sin
mandato pontificio y que de hecho se mantiene canónicamente independiente de la
Sede romana. La enorme confusión está causando que los católicos, incluso entre
los sacerdotes, se busquen unos a otros para recuperar el sentido de la fe.
La posición
católica entiende la sucesión petrina dentro de la sucesión apostólica, pero
con una singularidad: la de la sucesión del jefe del colegio apostólico. En los
Evangelios queda claro que Pedro no es simplemente uno de los Doce; dentro del
colegio apostólico es la cabeza, por voluntad de Cristo, y es la roca sobre la
que se construye la Iglesia. Esto es algo que generalmente reconocen los
ortodoxos, mientras que carecen del hecho de la sucesión petrina; pueden
aceptar que sólo a Pedro le fue concedido este primado, mientras que rechazan
la sucesión lineal de los sucesores de Pedro, aceptando sólo la sucesión del
colegio apostólico al colegio episcopal. Por tanto, el centro de la unidad de
la Iglesia no se encontraría en los sucesores de Pedro, sino en Cristo mismo y
en el Espíritu Santo.
No se trata de
negar esta última afirmación, sino de reflexionar sobre la necesaria
“visibilidad” y “encarnación” de las cuatro notae de la Iglesia que profesamos
en el Credo, y que son sus propiedades indefectibles.
La Iglesia es
visiblemente apostólica en el colegio episcopal; en los sucesores de los
apóstoles se encarna su apostolicidad.
Es visiblemente
católica (kath'olon, es decir, según la totalidad) en su universalidad y en la
plenitud de la verdad y de los medios de gracia; su presencia en todos los
rincones de la tierra, su Magisterio y los sacramentos encarnan su catolicidad.
Es visiblemente
santa porque, santificada por Cristo, se santifica: es decir, posee medios
visibles de santificación y frutos visibles de santificación; de ahí el sentido
de las canonizaciones, que manifiestan la encarnación de la santidad. ¿Dónde
podemos ver a la Iglesia visiblemente una? ¿Dónde se materializa esta unidad?
En la unidad del primado de Pedro, que tiene la tarea de “presidir esta
comunión universal; de mantenerla presente en el mundo como unidad visible y
encarnada” (Benedicto XVI, Homilía, 29 de junio de 2006). Sin la sucesión
petrina, la palabra “una” no encontraría su expresión visible y tangible. Sin
la sucesión petrina, Pedro no transmitiría nada “propio” y esa piedra sobre la
que se funda la Iglesia seguiría siendo una reliquia histórica.
A su vez, el
colegio episcopal es identificable precisamente por su comunión con el sucesor
de Pedro, y no puede existir como colegio sin él. El carácter sacramental del
orden episcopal remite, a su vez, a la comunión jerárquica. Por tanto, si un
obispo rechaza el primado, subvierte el sentido del sacramento que se le ha
conferido. Y es por esta razón que, para una ordenación episcopal, es necesario
(no ad validitatem, sino ad liceitatem) que haya un mandato papal, o que éste
sea, en situaciones de grave necesidad para la Iglesia, al menos presunto.
Además, el sucesor
de Pedro, siendo “principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto
de los obispos como de la multitud de los fieles” (LG, 23), está en estrecha
relación con el sacramento de la unidad, es decir, la Eucaristía. Por tanto, la
comunión con el Papa “es una exigencia intrínseca de la celebración del
Sacrificio eucarístico” (Ecclesia de Eucharistia, 39).
Es Cristo quien ha
querido que su Iglesia sea una, y ha querido que esta unidad sea claramente
visible y tangible, que tenga una referencia cierta e identificable. Y estamos
obligados a esta voluntad expresa del Señor. No hay razón en el mundo que nos
autorice a contradecir esta voluntad Suya. Por eso, en la estructura de la
Iglesia, aparte de la flexibilidad de ciertas formas organizativas, nunca puede
faltar la expresión concreta de esta unidad. Tampoco puede faltar esta
referencia concreta a la unidad en sus “partes”: diócesis, comunidades,
monasterios, institutos.
La autocefalia del
mundo ortodoxo es una de esas formas que contradice la voluntad de Cristo. No
negamos los innumerables elementos de verdad, bondad y belleza, pero tampoco se
puede callar que la falta de reconocimiento del primado petrino es un grave
problema, causa de los innumerables problemas de unidad en él. El teólogo
ortodoxo Alexander Schmemann señaló, por ejemplo, que desde el punto de vista
canónico, el principio afirmado de la plena catolicidad de cada iglesia local,
unida en torno a su obispo, no se aplica de hecho, ya que el poder de
jurisdicción del obispo lo recibe del primado (de forma similar a como, en la
Iglesia católica, el obispo lo recibe del Papa). Este problema está en el
origen de los diversos cismas y tensiones en torno a la cuestión de la
Diáspora.
Luego está toda la
vertiente del sedevacantismo, que teoriza la Sede vacante por herejía desde Juan
XXIII (para otros desde Pablo VI), o en su versión más reciente, que no
reconoce a Francisco como papa. Las
justificaciones de estas posturas son claramente diversas, pero el efecto es
que la Iglesia universal ha estado sin su centro de unidad desde un tiempo
mínimo de casi diez años (para quienes consideran “sólo” a Francisco un
antipapa) hasta un máximo de más de sesenta. En este periodo de tiempo, con el
Papa desaparecido, no se puede hacer nada de valor para la Iglesia universal,
que permanece, en cierta medida, suspendida.
La historia de la
Iglesia ha conocido un tiempo máximo de sede vacante de 1006 días, es decir, el
tiempo transcurrido entre la muerte del beato Clemente IV y la elección del
beato Gregorio X; se necesitaron casi tres años para elegir un nuevo papa,
porque los cardenales reunidos en cónclave en Viterbo, en el Palacio de los
Papas, no se ponían de acuerdo. Fue
una situación única y extraña que llevó a los habitantes de Viterbo a reducir
su comida y a destapar el techo de la sala para intentar acelerar la elección.
En cualquier caso, se trató de algo motivado por el momento de unas elecciones.
Fueron situaciones similares se produjeron con la Sede vacante durante algo más
de dos años que llevaron a la elección de Juan XXII y después de Celestino
V. Otro caso se refiere a la elección de
Martín V, que puso fin al Cisma de Occidente tras dos años de antipapas.
El problema del
sedevacantismo radica en que, en el fondo, ya no se sabe cómo acabar con la
situación de Sede vacante: unos eligen papa reuniendo a unos cuantos fieles,
otros esperan a uno “católico” (y no está claro quién decide sobre la
integridad doctrinal del recién elegido). Mientras tanto, la Iglesia como
universal permanece inerte, vaciando esencialmente de sentido la promesa del
Señor de que las puertas del infierno no prevalecerían.
Luego queda la
posición de los que reconocen formalmente al pontífice reinante, lo mencionan
en el Canon de la Misa, y, aunque no están en una situación de autocefalia, ya
que los obispos no reclaman ninguna jurisdicción, están en una de
autorreferencialidad sustancial. Es el caso de la Fraternidad Sacerdotal San
Pío X (FSSPX) y de la llamada “Resistencia”, fundada por monseñor Richard
Williamson, uno de los cuatro obispos consagrados por Lefebvre en 1988.
El problema de
esta postura no radica en las críticas vertidas contra determinados documentos
del Vaticano II o contra la reforma litúrgica, críticas que fueron consideradas
legítimas por la propia Santa Sede en el momento de las conversaciones bilaterales
con la FSSPX, sino en que “por prudencia” se considera que todo el Magisterio
de la Iglesia, desde el Vaticano II inclusive hasta el Papa Francisco, carece
de autoridad magisterial real. De ahí el rechazo de las encíclicas, del
Catecismo de la Iglesia Católica, del nuevo Código de Derecho Canónico, de los
“nuevos” santos canonizados, así como la prohibición de la participación activa
en la “nueva misa” y, para todo sacerdote, el uso de partículas consagradas en
la “nueva misa”. Además, se niegan categóricamente a aceptar la invitación a
situarse en el horizonte de la “hermenéutica de la reforma en continuidad” y de
la “reforma de la reforma”. Aun así, la Santa Sede no es la última instancia
que definirá la herejía u ortodoxia de susodicha “autorreferencialidad”.
martes, 7 de febrero de 2023
LA INQUISICIÓN
de mito a realidad
Por: Jesús Colinas
Fuente:
Catholic.net
«La petición de
perdón que debe hacer la Iglesia por los pecados de sus hijos a través de la
Historia, en particular en el caso la Inquisición, exige conocer con rigor
científico los hechos tal y como fueron», considera Juan Pablo II.
En respuesta a
esta convicción profunda del Santo Padre, lanzada para preparar el gran Jubileo
del año 2000, la Santa Sede convocó, a finales de 1998, a historiadores
universalmente reconocidos de todos los credos en un Simposio Internacional
acerca de esos tribunales eclesiásticos. El pasado 15 de junio fueron
presentadas, en la Sala de Prensa de la Santa Sede, las Actas de aquel
Congreso. Para el Papa se trata de un acontecimiento tan importante que, con
este motivo, escribió una Carta especial, leída ante los periodistas por el
cardenal Roger Etchegaray, ex Presidente del Comité para el gran Jubileo del
año 2000, en la que presenta la actitud con la que la Iglesia debe repasar las
páginas de Historia del cristianismo, desde la institución de los primeros
inquisidores, por parte del Papa Gregorio IX (12271241), hasta la abolición del
último de estos tribunales eclesiásticos, el español, en 1834.
«Ante la opinión
pública, la imagen de la Inquisición representa de alguna forma un símbolo de
antitestimonio y escándalo. ¿En qué medida esta imagen es fiel a la realidad?»,
se pregunta el Papa; y advierte después: «Antes de pedir perdón es necesario
conocer exactamente los hechos, y reconocer las carencias ante las exigencias
evangélicas en los casos en que sea así». Por este motivo, el obispo de Roma
instituyó, para preparar a la Iglesia al cambio de milenio, una Comisión
histórico teológica del Comité para el gran Jubileo del año 2000, a la que le
encomendó esta tarea, y en la que puso al frente a su teólogo de confianza, el
actual cardenal Georges Cottier, dominico, teólogo de la Casa Pontificia.
«La verdad no se
impone de otra manera sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave
y fuertemente en las almas. Los hijos de la Iglesia deben revisar con espíritu
arrepentido la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con
métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad. Este
espíritu de arrepentimiento comporta el firme propósito de buscar en el futuro
caminos de testimonio evangélico de la verdad».
Las Actas del
Simposio Internacional La Inquisición, volumen de 783 páginas, editadas por la
Biblioteca Apostólica Vaticana –según aclaró el cardenal Cottier, en su
presentación–, sirven para que los teólogos puedan tener elementos de respuesta
a preguntas como: ¿Qué significa la paradoja: la Iglesia santa comprende en su
seno a los pecadores? «Es obvio –aclaró el purpurado suizo– que una petición de
perdón sólo puede afectar a hechos verdaderos y reconocidos objetivamente. No
se pide perdón por algunas imágenes difundidas a la opinión pública, que forman
parte más del mito que de la realidad».
El libro ha sido
coordinado por Agostino Borromeo, experto en Inquisición y Presidente del
Instituto Italiano de Estudios Ibéricos, quien, en la rueda de prensa, constató
que, «hoy por hoy, los historiadores ya no utilizan el tema de la Inquisición
como instrumento para defender o atacar a la Iglesia. A diferencia de lo que
antes sucedía, el debate se ha trasladado a nivel histórico, con estadísticas
serias. Esto se debe al gran paso adelante que supuso la apertura de los
archivos secretos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo
Oficio), ordenada por Juan Pablo II en 1998, en donde se encuentra una base
documental amplísima».
La Inquisición en
España –explicó Borromeo recogiendo datos publicados por las Actas– celebró,
entre 1540 y 1700, 44.674 juicios. Los acusados condenados a muerte
constituyeron el 1,8%; de ellos, el 1,7% fueron condenados en contumacia, es
decir, no pudieron ser ajusticiados por estar en paradero desconocido, y en su
lugar se quemaba o ahorcaba a muñecos. La cacería de brujas fue mucho más
salvaje en el centro y norte de Europa, muchas veces en zonas que acogieron la
Reforma. De los 125.000 procesos de su historia, la Inquisición española
condenó a la muerte a 59 brujas. En Italia, fueron 36; y en Portugal, 4.
«Si sumamos estos
datos –reveló el historiador, citando fuentes ofrecidas por las Actas–, no se
llega ni siquiera a un centenar de casos, contra las 50.000 personas
condenadas a la hoguera, en su mayoría por los tribunales civiles, durante la
Edad Moderna. Proporcionalmente, las matanzas de brujas más numerosas tuvieron
lugar en Suiza (se quemaron a 4.000, en una población aproximada de un millón
de habitantes); PoloniaLituania (unas 10.000, en una población de 3.400.000);
Alemania (25.000, en una población de 16.000.000); y Dinamarca Noruega (unas
1.350, en una población de 970.000).
Borromeo alentó a
los investigadores a profundizar en la gran masa de fuentes históricas que
ahora son consultables, para superar definitivamente, por una parte, la leyenda
negra creada contra la Inquisición en países protestantes, y, por otra, la
apologética católica propagandista que surgió como reacción.
¿CUÁNDO Y PORQUÉ
nació el tribunal
de la inquisición?
Por: Jorge Balvey
| Fuente: www.arvo.net
Entrevista con
Beatriz Comella, Historiadora
La Inquisición fue
y sigue siendo un tema polémico para el gran público. Los historiadores se han
ocupado de esta institución de modo científico y sin prejuicios ideológicos,
especialmente desde un Congreso internacional celebrado en Cuenca en 1978.
Recientemente la Santa Sede convocón -en 1998- en Roma a expertos de diversos
credos y nacionalidades para clarificar la actuación histórica del Santo
Oficio. Sobre este argumento responde para Escritos ARVO, Beatriz Comella,
autora del libro La Inquisición española (Rialp, 1988; 3ª edición en noviembre
1999).
¿Cuándo y porqué
nació el tribunal de la inquisición?
El primer tribunal
inquisitorial para juzgar delitos contra la fe nació en el siglo XIII. Fue
fundado por el Papa Honorio III en 1220 a petición del emperador alemán
Federico II Hohenstaufen, que reinaba además en el sur de Italia y Sicilia. Parece que el emperador solicitó el tribunal para
mejorar su deteriorada imagen ante la Santa Sede (personalmente era amigo de
musulmanes y no había cumplido con la promesa de realizar una cruzada a Tierra
Santa) y pensó que era un buen modo de congraciarse con el Papa, ya que en
aquella época el emperador representaba el máximo poder civil y el Papa, el
religioso y, era conveniente que las relaciones entre ambos fueran al menos
correctas. El romano pontífice exigió que el primer tribunal constituido en
Sicilia estuviera formado por teólogos de las órdenes mendicantes (franciscanos
y dominicos) para evitar que se desvirtuara su misión, como de hecho intentó
Federico II, al utilizar el tribunal eclesiástico contra sus enemigos.
—¿Existía en el
siglo XIII alguna razón de justificara la creación de ese tribunal que
consideraba la herejía como delito punible?
—Conviene aclarar
que los primeros teólogos cristianos de la talla de Tertuliano, San Ambrosio de
Milán o San Martín de Tours sostuvieron que la religión y la violencia son
incompatibles. Eran más partidarios de la doctrina evangélica que recomienda
corregir y amonestar a quien dilapida el bien común de la fe. La represión
violenta de la herejía es, como ha señalado Martín de la Hoz, un error
teológico de gravísimas consecuencias, implicado en la íntima relación que de
hecho se trabó entre el poder civil y la Iglesia en la Edad Media. La herejía
pasó a ser un delito comparable al de quien atenta contra la vida del rey, es
decir, de lesa majestad, castigado con la muerte en hoguera como en el siglo
IV, bajo los emperadores Constantino y Teodosio.
A principios del
siglo XIII aparecieron dos herejías (albigense y valdense) en el sur de Francia
y norte de Italia. Atacaban algunos pilares de la moral cristiana y de la
organización social de la época. Inicialmente se intentó que sus seguidores
abandonaran la heterodoxia a través de la predicación pacífica encomendada a
los recién fundados dominicos; después se procuró su desaparición mediante una
violenta cruzada. En esas difíciles circunstancias nace el primer tribunal de
la Inquisición.
—Es lógico, pues,
que la Inquisición resulte una institución polémica.
—Desde luego,
porque, afortunadamente, hoy sabemos que es injusto aplicar la pena capital por
motivos religiosos. Los católicos de hoy conocemos la doctrina del Concilio
Vaticano II sobre la libertad religiosa, que coincide, en sus planteamientos
básicos con la de muchos teólogos cristianos de los cuatro primeros siglos de
nuestra era. Por este motivo, el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica
Tertio Milenio Adveniente (10-11-94) subrayó la necesidad de revisar algunos
pasajes oscuros de la historia de la Iglesia para reconocer ante el mundo los
errores de determinados fieles, teniendo en cuenta la unión espiritual que nos
vincula con los miembros de la Iglesia de todos los tiempos.
—¿Entonces, la
"leyenda negra", más que leyenda es una realidad histórica?
—Es preciso
advertir que la polémica sobre la Inquisición se nutre de otra actitud muy
distinta a la ya expuesta; me refiero a la ignorancia histórica, la falta de
contextualización de los hechos, el desconocimiento de las mentalidades de
épocas pasadas, la escasez de estudios comparativos entre la justicia civil y
la inquisitorial... Todo esto contribuye a formar no sólo una polémica
justificada sino una injusta leyenda negra en torno a la Inquisición.
—¿Qué hay, pues,
de verdad sobre la actividad de la Inquisición, concretamente en España?
—Se formaron los
primeros tribunales en 1242, a partir de un Concilio provincial de Tarragona.
Dependían del obispo de la diócesis y, por regla general, su actuación fue
moderada. Con la llegada de los Reyes Católicos al poder, el Santo Oficio
cambió de modo notable. Isabel y Fernando consideraron que la unidad religiosa
debía ser un factor clave en la unidad territorial de sus reinos. La conversión
de las minorías hebrea y morisca era la condición para conseguirlo; algunos se
bautizaron con convencimiento, otros no y éstos fueron perseguidos por la
Inquisición.
En 1478 los Reyes
Católicos consiguen del Papa Sixto IV una serie de privilegios en materia
religiosa, entre ellos, el nombramiento del Inquisidor General por la monarquía
y el control económico del Santo Oficio. Por otra parte, la actitud de los
cristianos ante las comunidades judía y morisca en España fue muy variada a lo
largo de la Historia. Había judíos asentados en España desde el final del
Imperio Romano. Durante la etapa visigoda fueron tolerados y perseguidos en
distintas épocas. Algunos reyes castellanos y aragoneses supieron crear
condiciones de convivencia pacífica, pero el pueblo llano no miraba con buenos
ojos a los hebreos prestamistas (el interés anual legal de los préstamos
ascendía al 33%); además se les consideraba, de acuerdo con una actitud muy
primaria, culpables de la muerte de Jesucristo. El malestar se transformó a
finales del siglo XIV en revueltas y matanzas contra los judíos en el sur y
levante español.
Los Reyes
Católicos no sentían animadversión personal contra los hebreos (el propio rey
Fernando tenía sangre judía por parte de madre) y en su corte se hallaban
financieros, consejeros, médicos y artesanos hebreos. Los judíos vivían en
barrios especiales (aljamas) y entregaban tributos directamente al rey a cambio
de protección. El deseo de unión religiosa y de evitar matanzas populares
impulsaron a los Reyes a decretar la expulsión de los judíos españoles (unos
110.000) en marzo de 1492. La alternativa era recibir el bautismo o abandonar
los reinos, aunque se preveían consecuencias económicas negativas en los
territorios españoles. Sólo unos 10.000 hebreos se adhirieron a la fe cristiana
y, entre ellos, bastantes por intereses no religiosos. Entonces surgió el
criptojudaísmo, la práctica oculta de la religión de Moisés mientras se
mantenía externamente el catolicismo. Contra estos falsos cristianos, como se
ha dicho, actuó la Inquisición.
Respecto a los
moriscos, unos 350.000 en el siglo XV, la política fue similar. Se intentó de
modo más o menos adecuado su conversión tras la toma de Granada, pero al
comprobar que su asimilación no era satisfactoria se procedió a la expulsión de
los no conversos, tras violentos enfrentamientos, en 1609, bajo el reinado de
Felipe III. Durante el siglo XVII aparece con fuerza el fenómeno social de la
limpieza de sangre: para acceder a determinados cargos u oficios era necesario
ser cristiano viejo, es decir, no tener sangre judía o morisca en los
antepasados recientes.
—¿Qué delitos
juzgaba el Tribunal de la Inquisición y cuáles eran las penas?
—Inicialmente el
tribunal fue creado para frenar la heterodoxia entre los bautizados: las causas
más frecuentes eran las de falsos conversos del judaísmo y mahometismo; pronto
se añadió el luteranismo con focos en Sevilla y Valladolid; y el alumbradismo,
movimiento pseudo-místico. También se consideraban delitos contra la fe, la
blasfemia, en la medida que podía reflejar la heterodoxia, y la brujería, como
subproducto de religiosidad. Además, se perseguían delitos de carácter moral
como la bigamia. Con el tiempo se introdujo el delito de resistencia al Santo
Oficio, que trataba de garantizar el trabajo del tribunal.
La pena de muerte
en hoguera se aplicaba a hereje contumaz no arrepentido. El resto de los delitos
se pagaban con excomunión, confiscación de bienes, multas, cárcel, oraciones y
limosnas penitenciales. Las sentencias eran leídas y ejecutadas en público en
los denominados autos de fe, instrumento inquisitorial para el control
religioso de la población.
Desde el siglo
XIII, la Iglesia admitió el uso de la tortura para conseguir la confesión y
arrepentimiento de los reos. No hay que olvidar que el tormento era utilizado
también en los tribunales civiles; en el de la Inquisición se le dio otra
finalidad: el acusado confeso arrepentido tras la tortura se libraba de la
muerte, algo que no ocurría en la justicia civil. Las torturas eran terribles
sufrimientos físicos que no llegaban a mutilar o matar al acusado.
—Una figura
inevitable en la polémica sobre la Inquisición es Torquemada. ¿Es tan fiero el
león como lo pintan? ¿Qué hubo en los juicios contra Carranza y Antonio Pérez?
—Fray Tomás de
Torquemada fue Inquisidor General entre 1485 y 1496. Gozó de la confianza de
los Reyes Católicos. Lo cierto es que no existe todavía una biografía
definitiva sobre este importante personaje. Desde luego sentía animadversión
hacia los judíos e influyó decisivamente en el decreto de expulsión de 1492,
sin embargo no era sanguinario, como cierta leyenda injustificada pretende
hacernos creer, aunque sí es obvio que presidió el tribunal en años de intensa
actividad . No obstante, redactó una serie de normas y leyes para garantizar el
buen funcionamientos del tribunal y evitar abusos.
Carranza era
arzobispo de Toledo y Primado de España. Fue acusado injustamente de
luteranismo y condenado a la pena capital por la inquisición española; por
tratarse de un prelado, la causa se inició con el permiso de Roma y fue
revisada por el Papa que no vio motivos proporcionados para tal veredicto.
Aunque éste no llegó a aplicarse, Felipe II destituyó a Carranza para subrayar
la autonomía del tribunal español respecto a la Santa Sede. Antonio Pérez era
secretario del rey y fue acusado de asesinato; como consiguió huir de la
justicia de Castilla, la Inquisición le imputó de ciertos cargos para poder
detenerlo. El reo salió de España y dio a conocer su caso en las cortes de
Francia e Inglaterra. Es un claro ejemplo de utilización política del tribunal
por parte del rey, que supo airear oportunamente su antiguo secretario. Por
otra parte, los casos de Carranza y Pérez ponen de relieve algo característico
del Tribunal de la Inquisición: su poder no hacía distinciones a la hora de
acusar a prelados, cortesanos , nobles o ministros; fue, en ese sentido, un
tribunal democrático con una jurisdicción sólo inferior a la del Papa.
—¿Cuál fue la
actitud del Santo Oficio español ante la brujería?
—En España hubo
pocos casos de brujería en comparación al resto de Europa. Fue un fenómeno más
destacado entre la población bautizada de los territorios americanos, por el
apego a sus ritos y tradiciones seculares. En la Península fueron
desgraciadamente famosas las brujas de Zugarramurdi (Navarra) condenadas en
1610. Desde entonces se tuvo en cuenta la acertada observación de un
inquisidor, para quien cuanto menos se hablara de ellas, menos casos habría; la
Inquisición prefirió considerarlas personas alucinadas o enfermas.
—Otra cuestión
espinosa que suscita la Inquisición es el número de víctimas ¿es posible saber
cuántas fueron?
La Inquisición
tuvo una larga vida en España: se instauró en 1242 y no fue abolida formalmente
hasta 1834 durante la regencia de María Cristina. Sin embargo, su actuación más
intensa se registra entre 1478 y 1700, es decir, durante el gobierno de los
Reyes Católicos y los Austrias. En cierto sentido no se puede calcular el
número de personas afectadas por la Inquisición: la migración forzosa de
millares de judíos y moriscos; la deshonra familiar que comportaba una
acusación del tribunal durante varias generaciones; la obsesión colectiva por
la limpieza de sangre, lo hacen imposible.
Respecto al número
de ajusticiados no hay datos definitivos porque hasta ahora no se han podido
estudiar todas las causas conservadas en archivos. Aunque parciales, son más
próximos a la realidad los estudios realizados por los profesores Heningsen y
Contreras sobre 50.000 causas abiertas entre 1540 y 1700: concluyen que fueron
quemadas 1.346 personas, el 1,9% de los juzgados. Es posible, aunque la cifra
no sea definitiva, que los ajusticiados a lo largo de la historia del tribunal
fueran unos 5.000. Afortunadamente, el cristianismo, a diferencia de las
ideologías, tiene siempre una doctrina buena, cierta y definitiva que le
permite rectificar los errores prácticos en los que pueden incurrir algunos de
sus miembros: el Evangelio.
sábado, 4 de febrero de 2023
¿DEL ELOGIO VATICANO
a Dietrich Bonhoeffer hacia una cierta
reivindicación del tiranicidio?
Padre Federico
Infocatólica,
24.12.22
I.-
Hace unos días,
S.S. Francisco reabrió la «Comisión Testigos de la Fe», la cual fue fundada por
S.S. Juan Pablo II para estudiar los casos de ciertos cristianos no-católicos
que habrían estado en el error de buena fe y aparentemente habrían sido fieles
a su conciencia en casos extremos, como podría haber sido el caso de algunos
protestantes y focianos que cayeron en manos de regímenes no-cristianos, v.gr.,
en los gulags soviéticos, donde los comunistas ponían en práctica la utopía
marxista de la igualdad y la no-plusvalía, masacrando cristianos en el medio
del hielo o bajo el nacionalsocialismo, sistema este que, en palabras del Padre
Julio P. Meinvielle, fue un neo-paganismo estatolátrico. Así lo explica: «ésta
es la gran tarea del Tercer Reich alemán: Forjar un pueblo con un ideal nuevo,
ideal racista, pagano, estatolátrico, en el cual se haga carne la idea de una
grandeza nueva que lo absorbe todo, es a saber, que cada alemán es una
partícula del Tercer Imperio Alemán, el cual con su fuerza de pura raza aria va
a salvar a la humanidad» (1).
Allende la
imposibilidad teológica de canonizar almas acatólicas (y, por tanto, de
trascender un cierto elogio per accidens de algunas de ellas) y el enorme
riesgo objetivo de que las masas confundan «loas secundum quid» con
incorporaciones al Santoral, no deja de ser interesante, en el plano teórico,
el estudio biográfico (que nunca puede ser hagiográfico) de aquestos casos
límites donde el hombre se enfrenta a la muerte para no contradecir el dictum
de su conciencia. De todos modos, no es este el tópico de la presente nota.
Lo que nos
interesa en estas breves líneas es que la Santa Sede, por medio del Cardenal
Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos Su Eminencia Rev.
Marcello Semeraro, ha puesto como ejemplo paradigmático de los dichos cristianos
acatólicos, secundum quid supuestamente ejemplares, al pastor luterano Dietrich
Bonhoeffer. El Cardenal, durante una conferencia intitulada «La santidad hoy»
que tuvo lugar en el Augustinianum el 5-X-22, lo enalteció con estas palabras:
“Pongo un ejemplo:
me viene inmediatamente a la mente Dietrich Bonhoeffer, teólogo y pastor de la
Iglesia que fue asesinado por oponerse al nazismo. La Iglesia no lo proclama
mártir porque no era católico. Sin embargo, es una figura emergente como
testigo cristiano. Como Bonhoeffer hay muchos otros. La santidad no siempre es
inmediatamente evidente a los ojos de los fieles. Nuestro servicio es sacarla a
la luz”
(2).
En suma, para el
Prefecto encargado de las causas de canonización, Bonhoeffer se asemejó a los
mártires y es un testigo excepcional de la fe.
¿Y por qué es
interesante esto? No para reinvidicar a Bonhoeffer (ya que, como enseña S.S.
Pelagio II, «si fuera de la Iglesia [alguien] fuere muerto, no puede llegar a
los premios de la Iglesia» (3)), sino porque el elogiado Bonhoeffer fue un
tiranicida in voto, esto es, fue copartícipe de un complot (o conspiración)
para matar a Adolf Hitler. Y decimos in voto ya que la “operación tiranicida”
fracasó y el III Reich ejecutó a Bonhoeffer en las horcas del régimen.
Así lo reconocen
hasta los protestantes, como atestigua, v.gr., el evangélico William Mcleod,
quien da por hecho que «Bonhoeffer murió por estar involucrado en un complot
para asesinar a Hitler»(4); el diario «Protestante Digital» que festeja a este
pastor luterano no sólo por considerarlo «una de las figuras más fascinantes de
la iglesia luterana alemana del siglo XX» sino por «su participación en el
complot para asesinar a Adolf Hitler» y sobre todo quien es quizá el máximo
biógrafo de D. Bonhoeffer, Eric Metaxas, quien dedica los capítulos 23 («De la
Confesión a la Conspiración»), 24 («Complotando contra Hitler»), 27 («Matando a
Adolfo Hitler») y 29 («Valkyrias y el complot Stauffenberg») de su obra a
relatar y reivindicar la «operación tiranicida» bonhoefferiana, explicando
parte de la conspiración con sumo detalle y suspenso, la cual incluyó un plan
de «misión suicida» a la que se ofreció el Mayor Rudolf-Christoph von
Gersdorff, quien recibió a este fin unas bombas de manos de Schlabrendorff en
el Hotel Eden, un día antes de que la mayor parte del «clan Bonhoeffer» se
reuna en la casa de un tal Scheicher (5).
II.-
Hace unas décadas
que la Iglesia ya no canoniza guerreros o héroes que tomaron las armas, salvo
el caso del pequeño San José Sánchez del Río que llegó a combatir unos
instantes en las vísperas de su martirio, pero parece que ahora esta decisión
prudencial provisoria está cambiando ya que el Cardenal Prefecto de la
Congregación para las Causas de los Santos está reivindicando con bombos y
platillos a un tiranicida.
¿Acaso se está
alentando a los católicos a recurrir al tiranicidio en ciertos casos? ¿Puede en
ciertos casos asemejarse al mártir quien muere ejecutado por el tirano cuando
fracasa el plan tiranicida? Son preguntas interesantes que se plantean, mas no
porque un luterano pueda ser canonizado sino porque si podría ser digno de
cierto elogio un protestante tiranicida, ¿cuánto más no será digno de encomio
el católico que, buscando dar testimonio de la fe y dadas ciertas condiciones,
intenta matar al tirano?
Dejamos las
preguntas abiertas, que son todo menos fáciles, máxime cuando S.S. Martín V,
rubricando el Concilio de Constanza (1414-1418), condenó la proposición que
exige que todo tirano sea matado por cualesquier persona, pero parece haber
guardado silencio sobre muchas hipótesis tiranicidas(6), y cuando Santo Tomás
parece quizá haber dejado la cuestión algo abierta ya que en sus obras de
madurez enumera tres medios legítimos para deponer el tirano (la deposición
papal, el tiranicidio a cargo de una autoridad superior y la oración) y en otra
obra suya, si bien es de juventud, el Comentario a las Sentencias, parece
aprobar la clásica sentencia de Cicerón que reza «qui ad liberationem patriae
tyrannum occidit, laudatur, et praemium accipit», esto es, «aquel que mate a un
tirano en orden para liberar a su país es alabado y recompensado»(7). De todos
modos, pensamos, no necesariamente la enumeración tripartita de madurez se
opondría a la sentencia ciceroniana.
La realidad es que
ni la sentencia constanziana ni la doctrina tomasiana al respecto son del todo
claras y definitivas, lo cual deja la cuestión tan abierta que hay tomistas que
se oponen totalmente al tiranicidio, como el Padre Miguel Ángel Fuentes, y otros que lo defienden, incluso antes del célebre
jesuita Juan de Mariana –que legitima el tiranicidio bajo ciertas condiciones–,
como Vázquez de Menchaca, quien polemizando contra Domingo de Soto, en su
Controversiarum illustrium aliarumque usu frequentium (Barcelona, 1563)
interpreta la doctrina de Santo Tomás sobre el tiranicidio(8) y así este autor,
“Después de evocar
lo que se puede asimilar a un deber de injerencia (en realidad ya esbozado por
Vitoria en sus reflexiones sobre la guerra), añade que, en ausencia de ayuda
exterior, los propios súbditos pueden intervenir, hasta matar al tirano,
incluso si es un rey legítimo: “si el príncipe abusase intolerablemente del
supremo poder, pueden los mismos ciudadanos darle muerte” (9).
La realidad es que
el complotista Bonhoeffer y el Cardenal Semeraro, queriéndolo o no, explícita o
implícitamente, de facto reintroducen la célebre y compleja quaestio disputata
del tiranicidio, la cual hoy parece devenir más actual que nunca.
Padre Federico
Highton, S.E.
Diciembre de
MMXXII
Fuentes
Diario Protestante
Digital, «Bonhoeffer, el pastor asesinado por conspirar contra Hitler»,
16-11-12.
Lomonaco, A.,
«Jubileo: nace la Comisión para los testigos de la fe», Vatican News, 5-10-22.
Macleod, W., «Bonhoeffer – A Reliable Guide?»,
Banner of Truth, 23-9-16.
Meinvielle, J.,
Entre la Iglesia y el Reich, Adsum, Buenos Aires 1937.
Merle, A., «El De
rege de Juan de Mariana (1599) y la cuestión del tiranicidio: ¿un discurso de
ruptura?», Criticón [en línea], 120-121 [2014], 89-102.
Metaxas, E., Bonhoeffer. Pastor, Martyr,
Prophet, Spy. A righteous gentile VS. The Third Reich, Thomas Nelson, Dallas
2010.
S.S. Pelagio II,
Carta 2 Dilectionis Vestrae a los obispos cismáticos de Istria en Denzinger,
E., Manual de los símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en
materia de fe y costumbres, Herder, Barcelona 1963.
Santo Tomás de
Aquino, Scriptum super libri Sententiarum, VI, Parm., París 1856.
Notas al pie:
(1) Meinvielle,
J., Entre la Iglesia y el Reich, Adsum, Buenos Aires 1937.
(2) Lomonaco, A.,
«Jubileo: nace la Comisión para los testigos de la fe», Vatican News, 5-10-22.
(3) S.S. Pelagio
II, Carta 2 Dilectionis Vestrae en Denzinger, E., Manual de los símbolos,
definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres,
Herder, Barcelona 1963, 88: D-247. Sin perjuicio, claro está, de que la
pertenencia a la Iglesia puede ser invisible, como enseña el Magisterio y Santo
Tomás.
(4) El texto original dice así: «Bonhoeffer
died for being involved in a plot to assassinate Hitler» (Macleod, W.,
«Bonhoeffer – A Reliable Guide? », Banner of Truth, 23-9-16).
(5) Cf. Metaxas, E., Bonhoeffer. Pastor,
Martyr, Prophet, Spy. A righteous gentile VS. The Third Reich, Thomas Nelson,
Dallas 2010, 429-431.
(6) El texto
magisterial dice así: « El sagrado Concilio, el 6 de julio de 1415, declaró y
definió que la siguiente proposición: «Cualquier tirano puede y debe ser muerto
lícita y meritoriamente por cualquier vasallo o súbdito suyo, aun por medio de
ocultas asechanzas y por sutiles halagos y adulaciones, no obstante cualquier
juramento prestado o confederación hecha con él, sin esperar sentencia ni
mandato de juez alguno»… es errónea en la fe y costumbres, y la reprueba y
condena como herética, escandalosa y que abre el camino a fraudes, engaños,
mentiras, traiciones y perjurios. Declara además, decreta y define que quienes
pertinazmente afirmen esta doctrina perniciosísima son herejes» (S.S. Martín V,
Concilio de Constanza en Denzinger, E., Manual de los símbolos…, 199-200:
D-690).
(7) Santo Tomás de
Aquino, Scriptum super Sententiis II, d.44, q.2, a.2, ad 5um (p. 788): «Ad
quintum dicendum, quod Tullius loquitur in casu illo quando aliquis dominium
sibi per violentiam surripit, nolentibus subditis, vel etiam ad consensum
coactis, et quando non est recursus ad superiorem, per quem judicium de
invasore possit fieri: tunc enim qui ad liberationem patriae tyrannum occidit,
laudatur, et praemium accipit». Merle intenta componer un equilibrado resumen
de la posición del Aquinate: «Compuesto hacia 1265-1267 y dejado inacabado por
santo Tomás, el De regno, ad regem Cypri (también conocido como De regimine
principum, título de la edición en latín de 1486) fue probablemente terminado
por su discípulo Ptolomeo de Luca, quien murió en 1327. En ciertos fragmentos,
el autor parece desaconsejar toda intervención contra el tirano, puesto que en
muchos casos el remedio se revela peor que el mal. Pero también evoca la
opinión de «algunos» que legitiman el tiranicidio en casos extremos; tras
observar que la licitud del tiranicidio puede incitar a matar sin motivo a los
gobernantes, parece concluir que la acción contra los tiranos debe ser decidida
por la autoridad pública y no dejarse a la iniciativa privada. La naturaleza de
la autoridad en quien recae dicha responsabilidad es variable según las
modalidades de designación del gobernante (la comunidad entera, si tiene la
posibilidad de elegir a su gobernante, o el superior quien lo ha nombrado…). En
el caso en que la intervención de esta autoridad superior sea imposible o
inoperante, no queda más remedio que dirigirse a Dios. Pero a continuación se
lee que el poder de un tirano no puede ser duradero, puesto que todos le odian.
Estas ambigüedades permitieron que, en la famosa querella desencadenada por el
asesinato del duque de Orléans por el duque de Borgoña, tanto Jean Petit, quien
defendía a este último, como su adversario Gerson, se valieran de la autoridad
de santo Tomás. También fueron de uso para tratar el tema del tiranicidio el
Commentum in IV Libros Sententiarum magistro Petri Lombardi, una obra de
juventud en la que santo Tomás cita a Cicerón (quien, en el De Officiis, se
hace eco de los elogios dirigidos a los tiranicidios) aunque sin dar a conocer
su opinión personal, y la Summa theologiae» (Merle, A., «El De rege de Juan de
Mariana (1599) y la cuestión del tiranicidio: ¿un discurso de ruptura?»,
Criticón [en línea], 120-121 [2014], 89-102, 93, n. 14).
(8) Cf. Merle, A.,
«El De rege de Juan de Mariana…», 94.
(9) Merle, A., «El
De rege de Juan de Mariana…», 94-95. De todos modos, aclara Merle, Vázquez de
Menchaca, «no dice con claridad es si un simple particular puede tomar esta
iniciativa, sin decisión previa de alguna asamblea» (Merle, A., «El De rege de
Juan de Mariana…», 95).