el caso del maestro francés que fue a juicio
por responder a esa pregunta de un alumno de 10 años
Por Claudia Peiró
Infobae, 7 de
Febrero de 2021
“¿Quién es ese
señor que hace gimnasia colgado en una cruz a la entrada del pueblo?” “¿Por qué
no tenemos clases en Pascua?” “¿Quién es Jesús?”: esas fueron algunas de las
preguntas que alumnos de entre 9 y 11 años le hicieron a su maestro, Matthieu
Faucher, en una escuela de Malicornay, un pueblo del centro de Francia.
Fue durante el
ciclo escolar 2016-17 y este maestro de 40 años consideró que debía llenar esa
laguna de conocimiento desde el punto de vista histórico y no teológico.
Incluso, en lo que hace a la Biblia, desde un punto de vista literario, algo
que nuestro Borges hubiera entendido muy bien [ver la clase magistral de Julio
Crivelli, sobre las claves bíblicas ocultas en la poesía borgiana].
En opinión de
Faucher, esa descristianización de los niños implicaba “un enorme vacío
cultural”. Preparó una unidad pedagógica con el título “El cristianismo por los
textos: estudio literario de extractos bíblicos”, y tuvo la precaución de
reunir a los padres de sus alumnos y ponerlos al tanto de sus intenciones. Su
plan era hacer trabajar a los chicos sobre algunos textos de la Biblia, y pasarles
extractos del film El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Passolini, y de
la película de animación Príncipe de Egipto.
El maestro no
imaginó el calvario que le esperaba. La denuncia en su contra no vino de los
padres. Al menos no públicamente. Fue acusado de proselitismo religioso a
través de una carta anónima. De inmediato, las autoridades de la escuela lo
suspendieron. Aunque los padres protestaron, el rectorado Orléans-Tours
convalidó la sanción, que unos meses después fue seguida de un traslado
disciplinario, el 2 de junio de 2017.
Faucher no aceptó
la decisión. Estaba convencido de no haber cometido ninguna falta y decidido a
demostrarlo. Se le reprochaba haber “faltado a su deber de neutralidad y
laicismo”, acusaciones que él rechazó de plano. Fue a la justicia, que le dio
la razón en primera instancia. Pero el fallo fue recurrido por el Ministerio de
Educación nacional. Esto lo favoreció, ya que en segunda instancia un tribunal
administrativo de Burdeos ordenó el levantamiento de las sanciones y su
reincorporación a la escuela que debió dejar perentoriamente hace 4 años.
“La Corte
estableció que mi enseñanza se inscribió perfectamente en los programas de
educación de la escuela primaria”, dice Faucher, que se siente rehabilitado y
fortalecido, tras la larga batalla judicial. “Este caso me supera ampliamente.
Están en juego cosas mucho más grandes”, dice. “El tema de la enseñanza laica
del hecho religioso, por ejemplo. Yo fui sancionado por haber trabajado con un
libro que es un pilar de nuestra civilización; eso plantea interrogantes. Yo di
cultura, no catecismo. Sólo cultura. Y los alumnos son los que la piden”.
“Cuando me enteré
de que no sabían quién era Jesús, pensé que había una laguna cultural que
colmar”, explica. En su opinión, “también las otras religiones deben ser
abordadas en los programas escolares, pero con un espacio más amplio para el
cristianismo que es la base de nuestra historia”.
“Esta decisión
-agrega, sobre el fallo que lo exculpa- es una extraordinaria esperanza para todos
los docentes que, como yo, están suspendidos. Hay que entender que es cada vez
más difícil enseñar. Por más que mis colegas tengan el cuero duro, necesitan
apoyo cuando defienden causas justas”.
“El señor Faucher
no manifestó en ningún momento creencia religiosa alguna en el ejercicio de sus
funciones docentes”, dice el fallo, que también afirma que “tanto los textos
como los extractos de películas y dibujos animados presentados por Faucher a
sus alumnos en el marco de la enseñanza de lengua fueron tratados con una
perspectiva geográfica e histórica así como vinculados a otros textos [y]
sirvieron de apertura para abordar temas en relación con el programa de
educación moral y cívica”.
Con este fallo, el
tribunal no sólo exculpó al maestro; también desautorizó al rectorado que lo
sancionó y al Ministerio de Educación, que cuestionó los métodos pedagógicos
del docente, calificándolos de “actitud marcada por el proselitismo”.
En realidad, la
justicia no hizo sino confirmar lo que dicen los programas escolares, pero que
las autoridades del establecimiento donde ejercía Faucher parecieron olvidar,
intimidadas por una carta anónima y, sobre todo, por el clima cultural
ambiente.
En efecto, el caso
repercutió más allá de los límites del pequeño pueblo de Malicornay porque dice
mucho acerca del clima cultural que reina en Francia y en otras sociedades
occidentales. El trasfondo de este episodio es el de una laicidad mal entendida
en un país afectado por la fragmentación -fruto de una diversidad también mal
entendida-, y en el que a la radicalización religiosa de ciertos sectores se le
contrapone un laicismo no menos fanático.
Entrevistado por
La Nouvelle République, Faucher, que, vale reiterar, no es creyente, señalaba
la diferencia entre la “sana laicidad” o “laicidad positiva” y su opuesto que
es el “laicismo”. “Algunos quieren hacer tabla rasa del cristianismo, cuando
esa religión es uno de los cimientos de nuestra cultura judeo cristiana. Ir en
ese sentido, es separarse de 1500 años de nuestra historia”, sostuvo. Y citó en
apoyo una reflexión de Dominique Ponnau, director honorario de la Escuela del
Louvre, que considera que “no es rechazando nuestra cultura como recibiremos
mejor a los demás” y que se preguntaba “cómo acoger al extranjero, si nosotros
mismos nos hemos vuelto extranjeros a nuestra propia cultura”.
Para medir hasta
qué punto ha llegado este fenómeno, baste señalar que hay docentes que se
niegan a datar los años con la expresión “antes de Cristo”, como si, en vez de
un hecho histórico cultural se tratase de una profesión de fe.
Se ignora o no se
valora en su justa medida la dimensión fundante de la religión judeocristiana
en la cultura occidental. No estudiar el hecho religioso implica renegar del
propio pasado y privarse de claves interpretativas básicas para el presente.
En el laicismo
extremista hay un malentendido de base: se defienden los valores republicanos
en oposición a los valores religiosos, cuando los primeros no se entienden sin
los segundos. El grueso de los “credos” republicanos que el laicismo enarbola
como banderas frente a una supuesta intromisión de la Iglesia en el mundo
profano son de cuño religioso: empezando por los conceptos de la tríada
“libertad-igualdad-fraternidad” -consagrada por la muy atea y anticlerical
Revolución Francesa-, cuyos elementos ya habían sido asociados por François
Fénelon, arzobispo de Cambrai, a fines del siglo XVII.
El caso Faucher
evoca una tendencia muy actual: “La civilización occidental y cristiana se
detesta a sí misma”, decía el historiador Jean Sévillia, en una entrevista con
Infobae. “Asistimos a un quiebre de civilización, a una ruptura en la
transmisión de la cultura -señalaba-, además de una sobreinterpretación de la
laicidad”.
En una tribuna
reciente, el profesor y ensayista Jean Paul Brighelli escribía: “A fines de
agosto, nosotros conmemoramos el 2500° aniversario de la batalla de las
Termópilas… ¿Nosotros quiénes? ¿Aquellos para los que Leónidas no es más que
una marca belga de chocolate? ¿Quién se acuerda de que 300 espartanos murieron
para dar tiempo a los griegos y salvar a Europa de una invasión mayor, como don
Juan de Austria la salvó en Lepanto, como Nicolás de Salm en 1529 y Juan III
Sobieski en 1683, frente a Viena, la salvó de las ambiciones turcas? "
“Nuestra
civilización, degradando la Educación, ha reemplazado la Cultura por la
adquisición de ‘competencias’”, sentenciaba. Para Brighelli, si todavía queda
gente cultivada, ésta se esconde. “Y lo bien que hace -agregaba, con la cruda
ironía que caracteriza a este predicador de la educación de excelencia,
rigurosa, frondosa en contenidos y exigente-. Esa gente ya no tiene ningún rol
que jugar en una civilización que ha encogido el estudio del latín y del griego
como piel de zapa (¡lean a Balzac, tontos!), y reemplazado los saberes por el
savoir-faire (triunfo indiscutido del utilitarismo a lo Bentham) y el saber ser
por el agruparse: tener preocupaciones ecológicas, hacer el Ramadán por
solidaridad, y aprobar un bachillerato de vagos: esas son las competencias
modernas indispensables”.
“La Iglesia, no
exclusivamente, pero sí principalmente, hizo a Francia como nación y a Europa
como continente -afirma Philippe Capelle-Dumont, sacerdote católico y profesor
universitario, especialista de las relaciones entre filosofía y teología-. Es
un dato histórico que no necesita de la apologética para ser validado”.
La modernidad
occidental lo niega, dice Capelle-Dumont, pero ha guardado las huellas de lo
religioso “reinvirtiendo o travistiendo muchos de sus temas estructurales”. Y
enumera: la distinción entre lo político y lo religioso, la dignidad intrínseca
y jurídica de la persona, la igualdad hombre-mujer.
De hecho, basta
superponer el mapa de las libertades individuales y de la emancipación de la
mujer con el de las religiones para advertir que es la cultura occidental y
cristiana la que más las ha promovido, a diferencia de lo que sucede en países
de otras confesiones y ni hablar de los que tuvieron o tienen aún regímenes
abiertamente ateos.
“El binomio
César-Dios no consiste, como lamentablemente se repite a piacere, en una
separación entre lo temporal y lo espiritual, sino en una distinción entre el
orden público y el orden divino”, aclara Capelle-Dumont. La consecuencia de
esto es que “César no es Dios, lo político no debería por lo tanto ser
divinizado aun cuando es respetado en su propio orden de decisiones como
gerente de una autoridad recibida”. Establecida esta distinción, vale aclarar
que “lo espiritual ‘inspira’ lo temporal, incluso en la diferenciación de los
órdenes institucionales, religiosos y políticos”.
Al ignorar esto,
se permite el desarrollo de “un laicismo doctrinario que se presenta como único
apto para defender la separación de las instituciones religiosas y políticas”.
El laicismo
radical aboga por desterrar todo lo religioso de la esfera pública, ignorando
que la propia cultura laica occidental tiene raíces religiosas, como lo explica
Tom Holland en un reciente ensayo, Dominio. Una nueva historia del
cristianismo.
Reseñando el libro
para el diario El Mundo, Luis Alemany explica que Holland hila todas las
historias del cristianismo y las presenta como “el marco que explica nuestra
vida actual, tan aparentemente irreligiosa”. Derechos humanos, monogamia y
hasta referencias en la cultura como el “todo lo que necesitas es amor”, de los
Beatles, o los diálogos bíblicos en Pulp Fiction. Holland hace un análisis
histórico, no místico ni apologético. El autor, que no es creyente, compartió
incluso por un tiempo “esa visión crítica de la religión al estilo de William
Blake”, para quien “el éxito del cristianismo” representó “una rémora en la
historia del ser humano; lo ha condenado a ser menos libre, más gregario, a no
vivir con naturalidad su sexualidad”.
“Pero el estudio
de la Historia Antigua le permitió comprender lo insoportablemente cruel y
brutal que era el mundo pagano, de modo que lo que perdimos en libertad,
sostiene Holland, lo ganamos en compasión y generosidad”, agrega Alemany.
Bondad y consuelo
fueron las claves de la atracción del cristianismo y de su rápida expansión,
explica Holland. “El cristianismo -escribe- supo combinar varios ingredientes
ya existentes para crear algo nuevo. Universalizó el atractivo del Dios de
Israel, una deidad que amaba sus creaciones, y que había creado al hombre y a
la mujer a su semejanza (y) lo fusionó con el énfasis de la filosofía griega
sobre la conciencia, añadiéndole un toque de dualismo persa”.
Jesús da su vida
para salvar al mundo y ese era “el consuelo que ofrecía el cristianismo: que el
esclavo podía triunfar sobre el maestro, la víctima sobre su torturador”.
El cristianismo
trajo fenómenos absolutamente rupturistas y novedosos para la época; hoy nos
cuesta entenderlo así porque los hemos naturalizado, dice Holland. Uno de ellos
es el de la fe convertida en estricto código de conducta.
Negarse al estudio
de la Biblia o de la historia del cristianismo no es rechazar un credo, sino
privarse, o privar a los jóvenes, del conocimiento de sus raíces culturales.
¿Por qué no negarse también al estudio de la mitología griega o romana?, ¿o del
latín?
Querer separar a
la iglesia y a la religión de los procesos históricos y culturales es una
operación tan absurda como imposible, a tal punto están imbricadas en todos los
aspectos de la vida y del pensamiento humanos.
Por siglos, el
arte en sus muchas expresiones -pintura, escultura, literatura, arquitectura-
estuvo inspirado en y por la religión. Lo mismo puede decirse del derecho, de
la filosofía, de la moral y de la política.
También de la
ciencia, contrariamente a lo que “vende” el laicismo: la religión como su
enemiga irreconciliable. El físico, filósofo y teólogo Blaise Pascal; el muy
religioso autor de la teoría de la gravedad, Isaac Newton; el canónigo Nicolás
Copérnico, padre de la astronomía moderna; el matemático jesuita Matteo Ricci;
Nicolás Steno, anatomista y geólogo; el sacerdote Marin Mersenne, famoso por
sus “números primos”; y, más contemporáneamente, el jesuita George Lemaitre,
primer postulador de la teoría del Big Bang sobre el origen del universo -reconocido
por Albert Einstein, que fue su amigo-; son sólo algunos ejemplos de hombres de
fe que hicieron avanzar a la ciencia.
Cabe esperar que
el fallo sobre el caso Faucher contribuya a cerrar una fisura y a la
comprensión de que, como dijo hace un tiempo el presidente de Francia, Emmanuel
Macron, “la laicidad no tiene por función negar lo espiritual”.
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