el teólogo que sembró el Vaticano III
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
09-04-2021
El teólogo Hans
Küng falleció este 06 de abril, a la edad de 93 años en su casa de Tubinga,
Alemania. Nacido en Sursee, Suiza, en 1928, Küng había decidido dedicarse al
estudio de la teología y a los 32 años se convirtió en profesor titular en la
Facultad de Teología Católica de la Universidad de Tubinga.
Cualquiera,
incluso aquellos que no saben casi nada de teología, conocen el nombre de Hans
Küng y lo consideran el antagonista por excelencia de la doctrina católica.
Desde este punto de vista, la vida teológica de Küng es exactamente lo
contrario de las prescripciones dadas por la Congregación para la Doctrina de
la Fe en su Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo Donum veritatis
de 1990. Aquí se pedía prudencia a los teólogos, se sugería no dirigirse a los
medios de comunicación, de no hacer alarde de posiciones teológicas contrarias
al magisterio, ni siquiera para discutir los temas ya definidos por éste. Küng,
en cambio, siempre se puso en escena, desde que acompañaba al cardenal König de
Viena al Vaticano para el Concilio y ciertamente nunca utilizó la prudencia
“eclesial” que el magisterio pide a los teólogos.
Cuando esto sucede
en un teólogo, como en el caso de Küng, quizás signifique que, de manera más o
menos consciente, ese teólogo piensa que el futuro de la Iglesia depende de él,
o al menos sobre todo de él. Esta actitud personal tiende entonces hacia una
teología historicista y progresista, y esto a su vez anima teóricamente esa
actitud personal. Su camarada Karl Rahner declaró abiertamente que quería ser
el iniciador de una nueva Iglesia y, a juzgar por su vida y su teología,
también lo hizo Hans Küng. La personalidad se funde así a la teología profesada
y viceversa, en la idea querida por los reformadores y herejes de que la
salvación está en el futuro, que el futuro es la salvación y que ellos tienen
las llaves del futuro.
Küng era
filosóficamente muchas cosas, pero sobre todo era hegeliano. En esta clave, la
realidad de la Iglesia coincide con la autoconciencia de la Iglesia y ésta -la
autoconciencia-, está en continuo cambio. No es que se convierta, más bien es
devenir y el devenir está guiado por el futuro, no por el pasado, de modo que
no puede haber una noción teológica válida que no sea también nueva. Esto es lo
que temía Réginald Garrigou-Lagrange en 1946, cuando se preguntó dónde estaba
la Nouvelle theologie (de la que Küng también es en fondo un hijo, aunque más
temerario que otros) y, aún más dramáticamente, se preguntó si todavía era
posible una verdadera teología, aunque no fuese nueva. También se debe a Küng
que muchos teólogos, sin saber que son kungianos, hoy piensan de esta manera:
cualquier posición teológica para ser verdaderamente tal, debe ser nueva. El
presidente de los obispos alemanes, Mons. Georg Bätzing. Küng era suizo por
nacionalidad, pero alemán por teología.
Hans Küng estaba
sintonizado con un Vaticano III y ansioso por encontrar un Juan XXIV. Creía que
la Iglesia se constituía desde abajo y que también se renovaba desde abajo.
Dijo que la nueva Iglesia desde abajo ya había comenzado. Acusó a la Iglesia de
machismo y le hubiera gustado una reconquista femenina de los derechos de la
mujer, desde la anticoncepción hasta el sacerdocio. Los obispos deberían haber
sido elegidos desde abajo y en libertad. Impulsó mucho un ecumenismo nuevo y
más radical, denunció lo que llamó la "obstinación en enfatizar las
diferencias", pidió la abolición de las condenas contra Lutero y Calvino y
con las Iglesias reformadas quiso afirmar una “hospitalidad eucarística como
una expresión de una comunión de fe ya realizada”. Consideró insostenible por
parte de la Iglesia católica que se denominara una sola religión legítima y vio
esta actitud como una consecuencia del “colonialismo europeo y del imperialismo
romano”. Según él, la Iglesia tuvo que aceptar el desafío de la pretensión de
la verdad de las otras religiones.
Internamente,
entonces, debería haber hecho autónomas a las Iglesias regionales y locales en
honor a la “riqueza de variedad” contra la “prepotencia dogmática”, la
“inmovilidad dogmática” y la “censura moralista”. La Iglesia tenía que vivir,
según él, una “relación comunitaria” y abandonar el modelo de Iglesia “desde
arriba, obstinada, tranquilizadora, burocratizada”. Como la URSS había
rehabilitado a sus disidentes, la Iglesia también debía haber rehabilitado a
los suyos, desde Heldel Camara a Leonardo Boff. El futuro de la la Iglesia, así
como en el ecumenismo, también fue visto por él en el pacifismo y en un nuevo
ecologismo.
Los principales
teólogos, por ser puntiagudos, se ganan las primeras páginas de los periódicos
cuando las disparan gruesas y, de hecho, a menudo las disparan gruesas. Como
cuando Küng se deshizo de la infalibilidad del Papa: todos lo recuerdan. Pero
su legado no está necesariamente ahí, en los ataques que encendieron los
reflectores. Su siembra se produce cuando se apagan los focos y en la práctica
de la Iglesia sus indicaciones se viven y encarnan tácitamente, en la oscuridad
del centro de atención. Intente releer la breve reseña de las posiciones de
Küng en el párrafo anterior. Todas las encontramos en la Iglesia alemana de hoy
y en su camino sinodal. Algunas se dicen más cortésmente, pero las encontramos
todas. Pasemos entonces a la Iglesia universal. Aquí también las encontramos,
más o menos, todas ellas: Leonardo Boff escribió las encíclicas pontificias y
de Mons. Camara se quiere la canonización, muchos piensan que ya estamos en el
Vaticano III y que ya ha llegado un Juan XXIV, Lutero y Calvino han sido
bienvenidos nuevamente al redil, la hospitalidad eucarística es la praxis y las
mujeres se acercan al altar. Mientras los medios cubrían sus ataques, Hans Küng
estaba ocupado sembrando semillas.
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