sino también con Benedicto XVI
Brújula cotidiana,
20-07-2021
El cardenal Sarah
acababa de decir hace unos días que el motu proprio Summorum pontificum con el
que Benedicto XVI había vuelto a permitir la celebración según el misal de 1962
de Juan XXIII (el Vetus Ordo Missae que se remonta a San Pío V) era la obra
maestra de su pontificado. Sin embargo, esta obra maestra fue aniquilada por el
nuevo motu proprio Traditionis custodes del Papa Francisco. Es lógico pensar
que Benedicto XVI, que no se representaba ni se representa sólo a sí mismo,
también se aniquiló con él. Por lo tanto, se ha acabado con mucho más que
Benedicto XVI.
Leyendo las
explicaciones que el Papa Francisco comunica a los obispos del mundo en la
carta personal que acompaña al motu proprio, uno se da cuenta enseguida de que
ni siquiera se mencionan las profundas razones que llevaron al Papa Ratzinger a
restaurar la Misa antigua, considerándola una forma extraordinaria de la única
lex orandi de la Iglesia romana. Puede ser que no se hayan entendido, como
también podría ser que se hayan querido ocultar para imponer la idea de
“continuidad” entre este motu proprio y Summorum Pontificum.
Francisco, de
hecho, propone a los obispos la tesis de que las mismas preocupaciones que
habían animado a Juan Pablo II y a Benedicto XVI en sus disposiciones
liberalizadoras del rito antiguo son las que ahora le animan a él a
eliminarlas. Esta explicación es, obviamente, un poco rebuscada, y las
supuestas desviaciones que, según Francisco, se han producido en los últimos
años respecto a las mismas expectativas de los dos santos pontífices resultan
muy desconcertantes. Serían estas las que le han llevado a suprimir sus
disposiciones en continuidad con sus motivaciones.
Según Francisco,
las motivaciones con las que (sobre todo) Benedicto XVI había restaurado el
rito antiguo eran meramente pastorales y pretendían evitar una fractura en la
Iglesia, satisfaciendo a una pequeña franja de fieles apasionados por el rito
antiguo. Pero tal explicación de Summorum Pontificum es gravemente insuficiente
y, podemos decir, muy superficial. Habría sido cuestión de dar un “contenido”,
de tirar un hueso al perro. Hay mucho más en las intenciones de Benedicto XVI
respecto a la restauración del Vetus Ordo, en particular la gran cuestión de la
Tradición.
¿Cómo es posible
que hoy sea ilegal lo que ayer era obligatorio? Cualquier institución que haga
esto -dijo y escribió Benedicto XVI- se ridiculiza a sí misma y se condena a la
insignificancia. Lo que es válido hoy puede no serlo mañana. Dado que la lex
orandi coincide con la lex credendi, restaurar con Summorum pontificum el rito
de Pío V actualizado por Juan XXIII supuso devolver el aire a la Tradición y
reafirmar que la Iglesia nunca parte de cero. No se trata -como cree Francisco-
de un grupo residual de fieles nostálgicos, atados estéticamente a ciertas
fórmulas, ajenos a la historia y que necesitan ser satisfechos para que no
hagan demasiado ruido. Había mucho más en juego. Francisco aniquila a Benedicto
XVI, incluso antes del nuevo motu proprio Traditionis custodes, con esta
ridícula subestimación de lo que había detrás de su “obra maestra”, tal y como
la calificó el cardenal Sarah.
Las aperturas al
Vetus Ordo de Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron, en efecto, por la unidad de
la Iglesia, pero no porque quisieran reunir a unos cuantos amantes del pasado
dispersos para devolverlos al redil, sino porque volvían a proponer el enorme
compromiso de construir la unidad de la Iglesia sobre la Tradición, es decir,
sobre lo que la Iglesia es, siempre ha sido y siempre será. Esto es imposible
de hacer con rupturas con el pasado y con “nuevos paradigmas”. Sobre todo con
las rupturas litúrgicas que son siempre rupturas dogmáticas, más que
pastorales.
El Papa Francisco
borra a Benedicto XVI porque acaba con su esfuerzo por construir el desarrollo
de la Iglesia en continuidad con la Tradición. Ésta fue su lectura del Vaticano
II, que debía ser leído en la tradición de la Iglesia y no como un nuevo dogma
o un nuevo comienzo. Ésta fue la lectura que hizo del desarrollo de la teología
moral, que, abriéndose a nuevas exigencias, no podía renunciar al derecho
natural católico, es decir, a la existencia de un derecho natural y de una ley
moral natural. Ésta fue la lectura que hizo del diálogo interreligioso, que no
puede prescindir del anuncio de Cristo, el único Salvador. Ésta fue la lectura
que hizo incluso de la Doctrina Social de la Iglesia, que no debe ser dividida
con un muro entre las formas preconciliares y postconciliares. Se puede decir
que Benedicto XVI no tuvo éxito en todo y que varios aspectos de su trabajo
quedaron inconclusos, pero no se puede negar la obra.
El nuevo motu
proprio no se limita a derogar el Summorum pontificum, sino que propone
eliminar el fenómeno de la Misa tradicional mediante una muerte lenta. La
prohibición de nuevos grupos y la imposibilidad de que los futuros sacerdotes
aprendan su celebración indican un diagnóstico eutanásico. Sin embargo, como no
se trataba sólo de una cuestión estrictamente litúrgica, todo lo que había
supuesto su restauración está condenado a muerte. Borrar Summorum pontificum
significa borrar a Benedicto XVI y esto significa acabar con toda su obra.
Significa volver a empezar desde cero, pretendiendo además que se hace para
proteger la tradición.
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