Autor: Santiago MARTÍN,
sacerdote FM
Católicos-on-line, mayo 2020
A pesar de estar aún
confinados, aunque ya menos que antes, ésta ha sido una semana de noticias con
largo recorrido: Sínodo de Alemania, biografía del Papa emérito, carta del
cardenal Müller y, para terminar, una carta firmada por varios cardenales,
obispos y laicos pidiendo que se reabra el culto público.
Los documentos aprobados en
las comisiones preparatorias del Sínodo alemán, que se han conocido esta
semana, no dejan lugar a dudas sobre lo que pretenden. No se aprobarán tal y
como se han presentado, pero el hecho de que se hayan aceptado esas propuestas
para su discusión ya indica cuál es la meta, aunque ahora sólo se logre dar
unos pasos hacia ella. Piden que la mujer pueda llegar incluso al episcopado (y
por lo tanto al papado, puesto que el Papa es un obispo, el de Roma), que los
obispos sean elegidos democráticamente por los fieles, la abolición de la
actual moral sexual católica (acusada de estar impregnada de lo que ellos
llaman “pesimismo agustiniano” que considera malo el placer sexual), y la
aceptación de la legalización de todo tipo de relación sexual siempre que sea
consentida.
La respuesta ha venido
también de Alemania. El cardenal Müller ha publicado un esclarecedor artículo
en el que afirma que todo lo que se está debatiendo en el Sínodo alemán no es
fruto del Espíritu Santo, pues supone una ruptura completa con la Palabra de
Dios, con la Tradición y con el Magisterio. Pero lo más interesante del
artículo es que Müller apunta por primera vez al origen del mal, el “think
tank” de todo el pensamiento que subyace en lo que los alemanes quieren
aprobar: la escuela teológica de Bolonia, a la que no duda en llamar
“herética”.
El cardenal alemán justifica su dura acusación: esta escuela de
teología ha promovido y justificado la ruptura con todo lo anterior al Concilio
Vaticano II y ha hecho una lectura de los textos conciliares según lo que se
llamó “el espíritu del Concilio”, el cual no se vería reflejado en los documentos
que fueron aprobados porque una minoría retrógrada (así la llaman ellos),
apoyada por Pablo VI, logró evitarlo; para la “escuela de Bolonia”, el Vaticano
II debe ser leído en ruptura con lo anterior y no en continuidad, como
intentaron hacer Juan Pablo II y Benedicto XVI.
La “Iglesia nueva”
posconciliar no puede estar atada no sólo por la Escritura, por la Tradición o
por el Magisterio, sino ni siquiera por la mismísima figura de Cristo, de la
que hay que desembarazarse progresivamente, porque es alguien del que no
podemos estar seguros ni siquiera de si existió y mucho menos de que dijo lo
dicen que dijo. La “Iglesia nueva” es una religión nueva, con una vaga y
abstracta fe en una aún más vaga y abstracta divinidad, asimilable y compatible
con otras divinidades, en la que la referencia a Cristo es cada vez más nominal
y retórica. Pero es que este ataque abierto y frontal de Müller a la “escuela
de Bolonia” cobra su pleno significado cuando se tiene en cuenta que un
importantísimo cardenal de la Curia vaticana, del que se dice que tiene mucho
futuro, ha estado relacionado con ella, desde la publicación del libro señero
de dicha escuela, la “Historia del Concilio Vaticano II”. Se está advirtiendo a
propios y extraños de quién es quién y de lo que puede pasar.
En el mismo sentido, de otra
manera, hay que entender la publicación de la biografía del Papa emérito,
Benedicto XVI, como fruto de una serie de entrevistas con el periodista alemán
Peter Seewald. Mientras aparece su edición en español hay que conformarse con
lo que han publicado los periódicos. El Papa Benedicto habla del odio que le
tienen los teólogos alemanes por defender razonadamente los principios
católicos y de que su renuncia fue al ejercicio del pontificado pero no a la
dimensión espiritual del mismo. Además, el Papa emérito denuncia la creación,
en la sociedad actual, de un “credo laico” que “excomulga”, que margina y
acosa, a todos los que no lo profesan y que se caracteriza, entre otras cosas,
por la aceptación del aborto y del matrimonio homosexual.
Para terminar el resumen de
lo que ha ocurrido esta intensa semana de ligero alivio del coronavirus, hay
que citar la carta que el propio cardenal Müller, otros dos cardenales ya
jubilados, varios obispos -entre ellos Viganó- y muchos laicos, han publicado
denunciando el control de las autoridades políticas sobre la celebración del
culto católico. Este control llega a extremos tan surrealistas como lo que está
ocurriendo en Italia; aquí las normas litúrgicas sobre cómo se deberán celebrar
las Misas -por ejemplo, que el sacerdote debe usar guantes para dar la comunión
y que debe lavarse las manos visiblemente antes de hacerlo- no las da la
Conferencia Episcopal o el obispo diocesano, sino el Gobierno; que sean los
políticos los que establezcan hasta en los mínimos detalles cómo tienen que
celebrarse las Misas y no sólo cuándo, es ya muy significativo.
Lamento que mis deseos de
unidad en torno a Cristo, su mensaje y la interpretación de su mensaje de forma
coherente a través de los siglos -pues en eso consiste la Tradición-, no se
esté cumpliendo. La lucha sigue abierta, para daño de todos. Tendremos que
seguir rezando para que al Señor no lo tiren por la borda de su barca, que es
la Iglesia, con la excusa de que es Él el que molesta, el que nos impide vivir
en paz con el mundo, el que provoca la tormenta, como hicieron con Jonás.
Cristo no sólo es el dueño de la barca, sino que es la misma barca y sin Él en
ella sólo quedará un cascarón vacío y resquebrajado, aunque de momento siga
siendo muy aparente.
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