en la sagrada
Hostia
Por Gonzalo
Wilfredo Gomez Olivas.
Tradición Viva, 30-11-21
Cuando nos
estábamos preparando para recibir nuestra primera Comunión se nos instruyó ya
sea por parte de nuestros padres ya sea por parte de nuestros catequistas, en
que Jesús estaba real y verdaderamente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad
en la Hostia y en el vino consagrado, de acuerdo a lo que Él mismo dijo
(Mt XXVI, XXVI. Ju VI, LVI – LXXI).
Es de entender
entonces que estuviéramos tan entusiasmados con la idea de probar que sabor,
olor y textura tenía la Hostia, ya que
en nuestra inocencia esperábamos que
tuviera el sabor, el olor y la textura
de Cristo (sonrio al recordar
esto). Vaya fiasco que nos llevamos cuando llegó el tan ansiado
día y al recibir la Comunión no sentimos otro sabor sino simplemente el sabor
del pan.
¿Por qué es esto
así? ¿por que la Hostia no cambia
aparentemente en nada luego de la transubstanciación que ocurre en el momento
de la consagración, siendo que se convierte en el cuerpo de Cristo?
Bueno, a
continuación trataremos brevemente de dar respuesta a esta curiosa e
interesante pregunta.
Términos
metafísicos
Lo primero que
haremos es definir dos términos filosóficos que son fundamentales para entender
la posterior explicación, estos términos
son: substancia y accidente.
Se entiende por
substancia aquello que es esencial en una cosa, aquello que si se le quitará
dejaría de ser lo que es.
Por ejemplo en un
vehículo lo substancial sería su motor y sus ruedas, ya que si se le quitara
uno de esos dos elementos esenciales dejaría de ser un vehículo y se convertiría en un simple pedazo de
metal.
Se entiende por
accidente aquello que no es substancial
en una cosa, aquello que si se le quitara no dejaría de ser por eso lo
que es.
Siguiendo el
ejemplo del automóvil diremos que lo accidental
o no substancial en un vehículo
es: el color, el tamaño, la forma, el peso…
Ya que sin importar cuanto varíen estos elementos, el vehículo no deja
de ser vehículo mientras permanezca en él lo substancial.
Esto mismo se
puede aplicar a cualquier otra cosa, por ejemplo el hombre es unión substancial de alma y
cuerpo, de ahí el color de piel, el color de ojos, la altura, el tono de vos…
Son todos accidentes.
Pasemos ahora a
aplicar estos conceptos filosóficos a la Eucaristía.
Se lee en el Nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica: «en
la Eucaristía permanecen
el olor, color
y sabor del
pan y del vino;
pero su substancia
se ha convertido
en el Cuerpo
y en la
Sangre de Jesucristo» (nº
1374ss ).
Como vemos lo que
permanece en la Hostia y en el vino son los accidentes del pan y del vino,
mientras que cesan las sustancias
del pan y
del vino porque
suceden en su lugar
el cuerpo y
la sangre de
Cristo.
El término transubstanciación significa cambio de
sustancia, así como el término
transformación indica cambio de forma,
ya que la raíz «trans» indica cambio.
Cuando alguien
pregunta que es algo respondemos haciendo referencia a la substancia de ese
algo y no a sus accidentes.
Por ejemplo, si
alguien preguntara que es Socrates, no responderemos que Socrates es gripe,
solo por que tuvo gripe de vez en cuando, algo que fue accidental en él, sino
que responderemos que Socrates es una persona ya que la persona es lo substancial en él; de igual forma cuando
alguien pregunta que es la Hostia luego de la consagración, respondemos que es
el cuerpo de Cristo, ya que en substancia eso es, aunque en apariencia sea pan
porque permanecen los accidentes: olor, sabor, textura…
Conclusión
Llegados a este
punto hemos dado respuesta a la pregunta que nos ocupaba, sobre porque cada vez que comulgamos no
sentimos más que simple pan en nuestra boca, a pesar de que por fe sabemos que
es el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo que se ha transubstanciado
milagrosamente, ¡Jesús lo dijo y Él no
puede mentir!
Digamos pues con
Santo Tomás de Aquino: » Praestet fides supplementum
Sensuum defectui», «la fe supla la incapacidad de los
sentidos» ( Tantum ergo)
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