martes, 8 de abril de 2025

VIGENCIA


 de la Encíclica “Quas Primas”

 

POR JOSÉ LUIS RINALDI

La Prensa, 07.04.2025

 

Cumpliéndose este año un siglo de la publicación de la Encíclica “Quas Primas”, se han llevado a cabo actos académicos y La Prensa le dedicó varios artículos.

 

Estas líneas solo pretenden poner en tiempo y espacio el documento, dar una breve explicación de su contenido y busca responder qué vigencia tienen hoy sus enseñanzas.

 

UBICACION HISTORICA

 

Fue dada a conocer por el Papa Pío XI, quien reinó entre los años 1922 y 1939.

 

Le tocó gobernar la Iglesia en lo que podemos denominar el período de “entre guerras”, el cual fue tumultuoso en varios países: la afirmación del comunismo en la ex Unión Soviética, la desunión de los vencedores de la Gran Guerra, la marcha sobre Roma, la expansión y consolidación del fascismo, la guerra civil española, la situación en México gobernado por los masones, la crisis de la República de Weimar y la aparición del nazismo, etc. y fue mostrando las fallas del Tratado de Versailles y la poca utilidad de la Sociedad de las Naciones, en la cual se había puesto la esperanza de que no se repitiera un conflicto mundial.

 

Durante su Papado se resolvió la cuestión romana, así denominado el conflicto entre el Estado italiano y la Santa Sede, durante el cual los Papas se consideraron presos en el Vaticano desde Pío IX. Ello se dio a través de los pactos lateranos.

 

Fue un Papa muy prolífico en cuanto a documentos emitidos, al punto que se lo conoce como “el Papa de las Encíclicas”.

 

Durante su Pontificado, dio a conocer entre otras muchas cinco encíclicas vinculadas directamente con la situación de la Iglesia o los regímenes políticos en cuatro países: “Iniquis afflictisque”. Sobre la situación de la Iglesia en México, en 1926; “Non abbiamo bisogno”, acerca del fascismo en Italia, en 1931; “Divini Illus Magistri”, relacionada con el monopolio de la educación en Italia por el fascismo (1929); “Mit Brennender sorge”, ante el advenimiento del nazismo en Alemania, en el año 1937; “Divini Redemptoris”, condenando al comunismo, también del año 1937.

 

El Papa Ratti, como así se apellidaba, da a conocer la encíclica “Quas Primas” (Q.P.) el día 11 de diciembre de 1925, esto es, antes de la serie de Encíclicas que he mencionado vinculadas a la situación de diversos países. Sin embargo, diría que no puede leerse desvinculada de esos documentos posteriores.

 

SU CONTENIDO

 

El esquema de la encíclica es sencillo y lineal:

 

* Introducción.

 

* Un capítulo acerca de la Realeza de Cristo.

 

* Un segundo capítulo sobre el carácter de la Realeza de Cristo.

 

* Un tercer Capítulo titulado “La fiesta de Jesucristo Rey”.

 

INTRODUCCION

 

Es breve pero importante. La inicia mencionando la primera de las encíclicas que había dictado en su Pontificado, llamada “Ubi arcano”, de Diciembre de 1922, esto es, tres años antes de la “Q.P.”.

 

En la Ubi arcano, el Papa hace una descripción de la situación mundial, de los males que lo aquejan, sus causas, los remedios, etc. Nos interesa destacar aquí que entre esos remedios, en los párrafos 41 a 43, señala al “Reinado de Cristo” como uno de esos remedios. Allí confirma su lema papal y que repetirá en la Q.P.: “Realizar la paz de Cristo en el reino de Cristo”.

 

Nos dice allí textualmente: “no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Cristo”, palabras que nos hacen recordar el lema de su antecesor, San Pío X. Y nos adelanta la razón de la Encíclica: introducir en la liturgia la Fiesta de Cristo Rey.

 

PRIMER CAPITULO

 

Afirma que Cristo Rey lo es en un “sentido metafórico”, y así se lo ha reconocido desde antiguo, sosteniendo que reina en la inteligencia, la voluntad y los corazones de los hombres. Pero también, y quizá es lo más significativo, habla de un reinado “en sentido propio y estricto”, ya que como hombre, Jesucristo recibió “la potestad, el honor y el reino”, con cita del Libro del profeta Daniel.

 

La realeza de Cristo la basa y fundamenta Pío XI en:

 

* El Antiguo Testamento: con citas del Libro de los Números, de los Salmos, de Daniel, de Isaías de Jeremías, la profecía de Zacarías.

 

* El Nuevo Testamento: el mensaje del arcángel Gabriel a la Virgen en la Anunciación; el interrogante de Pilato a Jesús y su respuesta; su mandato antes de su Ascensión al cielo; en el Apocalipsis se lo nombra como “Rey de Reyes y Señor de los que dominan”.

 

* La Liturgia: en la Santa Misa, y en los actos diarios de oración la realeza de Cristo es exaltada y reconocida.

 

* La unión hipostática: a través de la unión de la naturaleza divina y humana en Cristo, Cristo como hombre es Rey y así debe ser adorado.

 

* La redención: Cristo impera sobre nosotros no solo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, ya que nos ha redimido y hemos costado un precio grande, que nos ha hecho incluso miembros de Cristo.

 

SEGUNDO CAPITULO

 

Nos explica el carácter de la realeza de Cristo. Señala que tiene Jesucristo una triple potestad: como legislador (nos da leyes), como Juez (Él es el único que juzga pues el Padre le ha dado esa potestad) y tiene también la potestad ejecutiva, pues debemos obedecer a su mandato.

 

¿Qué abarca esa Realeza respecto a los fieles? Abarca a toda la persona humana. Lo espiritual y lo temporal, los individuos y la sociedad. En todo debe estar la realeza de Cristo.

 

Dos cuestiones quisiera destacar: Al referirse al ámbito de lo temporal, dice textualmente Pío XI: “Erraría gravemente el que negase a Cristo hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas”. Una reiteración de la definición del Concilio de Trento Canon 21 de la sexta sesión.

 

Es dogma de fe que Jesucristo está sentado a la derecha del Padre, y que en palabras de Santo Tomás de Aquino es lo mismo que “compartir junto con el Padre la gloria de la divinidad, la bienaventuranza y la potestad judicial, y esto perpetuamente y como rey” (ST, III, q. 58, a. 1 resp; a. 2 resp.)

 

Y al referirse a los frutos y beneficios que recibirían los hombres si privada y públicamente reconocieran la realeza de Cristo, señala S.S.: “Justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia”. Al fin el Papa proclama la felicidad de que podríamos gozar si dejásemos gobernar a Cristo.

 

TERCER CAPITULO

 

Aquí es donde Pío XI instituye solemnemente en la liturgia la Fiesta de Jesucristo Rey, a fin de que “se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador”. Señala que ya desde fines del siglo XIX se ha venido preparando la institución de esta festividad, habiendo sido muy importantes las celebraciones de los Congresos Eucarísticos.

 

Dispone que se celebre el último domingo de octubre, y que también ese día se renueve la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús.

 

Y concluye la Encíclica reiterando los frutos que esta festividad y reconocimiento de Cristo Rey derramará sobre la Iglesia, la sociedad civil y los fieles.

 

¿Qué significa hoy la realeza social de Cristo? Por una parte, podemos afirmar que la Realeza de Jesucristo cabe interpretarla, además de social, como política, pues debe impregnar también a las instituciones políticas de cada país, conforme al régimen que libremente hayan elegido.

 

Y si Pío XI la concibió como un remedio para la situación del mundo en aquél entonces, año 1925, su valor y vigencia no puede ser puesta en dudas, desde el momento que la humanidad ha ido agudizando su crisis y alejándose aún más de los frutos que traería la implementación de la Realeza de Cristo en la sociedad.

 

Por ello es que mantiene su vigencia el propiciar y trabajar en la búsqueda de un Estado que respete el orden de la Creación, cuyas leyes sean acordes a la ley natural y que facilite así la realización del bien común temporal y trascendente; y ello necesariamente llevará consigo el respeto a la recta libertad religiosa de sus ciudadanos. Que fomente la vida virtuosa del ciudadano, con especial énfasis en la justicia como virtud social, y a la cual el propio Estado debe estar subordinado; un Estado que esté abierto a la dimensión religiosa del hombre.

 

DEBER DE LAS NACIONES

 

Señala Pío XI el deber de las naciones de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, deber que no solo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.

 

No se trata entonces de un Estado Confesional, en el cual se imponga profesar una determinada religión, y menos aún hacer uso de la fuerza para lograrlo en el cual no se respetan las opciones personales. Pero tampoco de un Estado laico o secularizado, en el cual no existe el respeto de la opción religiosa del ciudadano y por el contrario, son términos con una clara connotación negativa, que buscan la ateización de la sociedad. Ni es tampoco el Estado pluralista, donde por sobre un dato sociológico real cual son las diversas etnias, culturas, tradiciones, etc., se terminan poniendo en pie de igualdad todas las cosmovisiones del hombre, por un supuesto respeto a las minorías.

 

Sea entonces la Fiesta de Cristo Rey un punto de partida para implementar un Estado que facilite la vida de Fe, y un punto de llegada al Reino de los Cielos.

 

Instaurar todo en Cristo y restaurar todo en Cristo.

sábado, 1 de marzo de 2025

UN LIBRO

 

 reflota viejos y falsos clichés sobre los Papas, de Pío XII en adelante, incluyendo a Francisco

 

CLAUDIA PEIRÓ

Infobae, 01 Mar, 2025

 

El libro Jesus Wept: Seven Popes and the Battle for the Soul of the Catholic Church (Jesús lloró: Siete Papas y la batalla por el alma de la Iglesia Católica) es presentado como un análisis de la evolución del rol de los Papas en el último siglo, pero antes que nada es una crítica a lo poco que ha evolucionado la Iglesia según los criterios del autor, que se centra casi exclusivamente en las cuestiones de moral sexual.

 

El autor, Philip Shenon, es un periodista estadounidense que presenta el libro como “una historia de investigación de la Iglesia Católica Romana moderna” y dice haber estudiado durante diez años la vida de los últimos Papas. Su tesis es que el rol de los pontífices ha cobrado relevancia, se ha fortalecido, al punto de ser casi autócratas -con el mundo entero está pendiente de sus gestos, actos y pronunciamientos, en especial desde Juan Pablo II y de la mano de la expansión de los medios audiovisuales-, pero la Iglesia que estos hombres dirigen no ha evolucionado en lo más mínimo. Esto, dice Shenon, se refleja en el hecho de que nada ha cambiado en materia de anticoncepción, voto de castidad, ordenación de mujeres, matrimonio homosexual o aborto; según él es por este mismo motivo que la Iglesia ha perdido tantos fieles.

 

En el New York Times, la escritora Mary Jo McConahay publicó una reseña sobre “Jesús lloró” en la que ironiza: “Las disputas sobre la homosexualidad, el celibato sacerdotal y el control de la natalidad aparecen [en el libro] con tanta frecuencia que el lector podría pensar que el sexo (la palabra o sus derivados están unas 400 veces en 514 páginas de texto) es la principal preocupación de la Iglesia moderna”.

 

Poco tiempo después de asumir, en septiembre de 2013, el papa Francisco dijo que la Iglesia no podía “seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”.

 

Esto, que Francisco le reprochaba a la Iglesia, les cabe también a sus críticos, que sólo prestan atención a las cuestiones de índole sexual, tanto para atribuirle al catolicismo retraso o rigidez en esta materia, como para medir su grado de renovación que desde la perspectiva de la ultra corrección política se basa sólo en estos criterios.

 

Shenon apela al recurso populista de contraponer la grey católica -los fieles, “el Pueblo de Dios”- a un “linaje monárquico de Papas”, una dualidad o polarización que pasa por alto el hecho de que si esta institución doblemente milenaria ha sobrevivido y mantiene su influencia es justamente por la conjunción de esos dos elementos.

 

El reproche antes mencionado del papa Francisco fue que no se le prestara suficiente “atención al anuncio del Evangelio” para pasar “a la catequesis, preferentemente al área moral, y dentro de la moral se prefiere hablar de la moral sexual: que si esto se puede, que si aquello no se puede…”

 

Esta frase fue celebrada por muchos como expresión de la llegada de vientos “revolucionarios” al Vaticano. Entonces, cuando al día siguiente el Papa dijo que cada niño “injustamente condenado al aborto, tiene el rostro del Señor”, los mismos aplaudidores de la víspera creyeron ver en esto una contradicción.

 

Como dijo Luke Coppen, editor del semanario británico Catholic Herald, ciertos gestos iniciales de apertura llevaron a algunos a esperar “que el Papa dejase de ser católico”.

 

En concreto, toda la perspectiva de Shenon es lo que podríamos llamar progresista y no debe sorprender: criado en una familia protestante poco practicante de California y declaradamente agnóstico, integra la amplia corriente de críticos de la Iglesia, obsesionados “sólo” con el aborto, la contracepción y el celibato sacerdotal. Es llamativo cómo estas cuestiones parecen molestar más a quienes no perteneces a la grey católica que a sus integrantes.

 

Hasta ahí, podríamos decir que las críticas de Shenon -un no creyente que no se priva de interpretar a Cristo -”Jesús lloró…”-, aunque poco originales, son un punto de vista que tiene derecho a expresar. “Seguramente las lágrimas del Salvador estarían justificadas hoy por las catastróficas fallas de una iglesia que afirma actuar en su nombre”, escribe Shenon.

 

El problema n son sus opiniones sino que se hace eco de las fake news más clásicas, algunas ya rancias, y hace tiempo desmentidas o claramente expuestas como campañas de difamación.

 

Por supuesto que reivindica el Concilio Vaticano II (1962/65), cuyos alcances “revolucionarios” exagera, y que, desde su perspectiva, debía reducir la importancia del Papa en la Iglesia y poner en primer plano a los católicos de a pie. Una simplificación que no contempla el hecho de que la relevancia de la Iglesia católica y su peso en el mundo, además de los factores históricos, se debe justamente a la presencia de una autoridad central y al doble carácter -jefe de la Iglesia y jefe de Estado- de la cabeza de la institución.

 

No es original la perspectiva de Shenon. ¿En qué consiste la novedad de su libro, entonces? Según la reseña del New Yorker, en “la profundidad de la información” que maneja, “combinada con la estricta observancia de la cronología en su narrativa” (algo lógico por ser un libro de historia) “lo que da un nuevo énfasis al material perdido en el ajetreo del ciclo de noticias.”

 

Shenon hace abundante uso de fuentes anónimas. Afirma haber hecho “cientos de entrevistas” con personas “que se arriesgaron a hablar conmigo... la mayoría con la condición de que no revelara sus nombres”.

 

La tesis de Shenon es que la forma de comportarse de los Papas, ha desviado la atención de asuntos graves como los abusos sexuales clericales, algo que se contradice con la amplia y permanente cobertura que han tenido -y siguen teniendo- esos escándalos que, como en el caso del “yo te creo hermana”, han llevado a pasar por encima de las garantías individuales ya que en estos casos no suele correr la presunción de inocencia.

 

Las denuncias de abuso -o de encubrimiento- han sido ampliamente usadas como herramientas para descalificar. El caso más notable, pero no el único, ha sido el del cardenal George Pell que pasó un año tras las rejas por una falsa denuncia. Y no fue el único.

 

Ni hablar de los estridentes y periódicos anuncios de hallazgos de tumbas de niños en las cercanías de Iglesias, que luego resultan ser cadáveres de todas las edades, resultado de que los cementerios se ubicaron por siglos en los predios de las capillas.

 

Pero según Shenon la concentración en torno al espectáculo del papado y sus controversias ha disimulado la resistencia de la Iglesia al cambio.

 

Dado que es cronológico, el libro arranca con el papado de Pío XII, Eugenio Pacelli, haciéndose eco de la infamia de acusarlo de hacer la vista gorda al Holocausto. Como no puede negar que el Vaticano salvó a muchos judíos, Shenon le atribuye el mérito a Angelo Roncalli (el futuro Juan XXIII) y a una monja asistente del papa Pío XII; no es la versión de Golda Meir ni de otras autoridades judías que en reiteradas ocasiones agradecieron públicamente al Papa y a la Iglesia por lo hecho para protegerlos de la persecución. Tampoco es el parecer de las muchas familias judías que bautizaron Eugenio a sus hijos en honor a Pacelli.

 

Lo llamativo es que una investigación de diez años haya pasado por alto que las acusaciones de complicidad con el nazismo lanzadas contra Pío XII fueron parte de una conspiración de los regímenes soviéticos en venganza contra el Papa que levantó una barrera eficaz a a expansión del comunismo en Europa, como lo reveló un agente de inteligencia rumano, que reveló la autoría de la KGB en esa acción de propaganda..

 

Hollywood les ha hecho creer a las generaciones post Segunda Guerra Mundial que los aliados entraron a la contienda para salvar a los judíos. Pero, como llegaron bastante tarde para la faena, ¿qué mejor que buscar un chivo emisario? ¿Y quién es el ideal? ¡El Papa! ¡La Iglesia católica!

 

La crítica principal al papa Pío XII es que no quiso condenar públicamente el conflicto. Es habitual esto, sobre todo en el progresismo para el cual decir es más importante que hacer. Rasgándose las vestiduras ex post facto, creen poder lavar sus conciencias…

 

Pero ni en eso de la no condena tienen razón. Diez años de investigación y tantas fuentes vaticanas no le alcanzaron a Shenon para detectar que la Encíclica Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación), fechada en el Vaticano el 14 de marzo de 1937, firmada por Pío XI, antecesor de Pío XII, y enviada a Alemania para ser leída en todos los templos católicos el Domingo de Ramos de aquel año, había sido en realidad redactada por Eugenio Pacelli, que entonces se desempeñaba como Secretario de Estado vaticano. El documento contenía una dura condena a los fundamentos de la doctrina nazi.

 

Shenon tampoco se ha enterado de que en esos años de preguerra y durante la misma, ningún gobierno levantó la voz contra la persecución a los judíos.

 

No lo hizo Inglaterra, ni Francia, ni los Estados Unidos, todos regímenes que seguramente Shenon considera mucho más republicanos y democráticos que la “autocracia” vaticana.

 

Nadie recrimina a los Estados con poder de fuego su indiferencia cuando no su complicidad con el exterminio de los judíos y en cambio todos señalan al Vaticano, cuya autoridad es de orden espiritual.

 

El papa Francisco, que ordenó la apertura de los archivos vaticanos del pontificado de Pío XII, fue muy duro contra sus críticos: “A veces me da un poco de urticaria existencial cuando veo que todos se la toman contra la Iglesia y Pío XII, y se olvidan de las grandes potencias. ¿Sabe usted que conocían perfectamente la red ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos a los campos de concentración? Tenían las fotos. Pero no bombardearon esas vías de tren. ¿Por qué?”

 

¿El Vaticano es el único Estado que debe dar explicaciones por lo que hizo en la guerra? Olvidan que a Pío XII, en la inmediata posguerra “se lo veía como el gran defensor de los judíos”, agregó Bergoglio.

 

En agosto de 2022, una nota del semanario israelí en castellano Aurora Israel decía: “Muchos acusan a Pío XII de colaboracionista o directamente lo llaman el papa nazi. Pero, ¿qué dijeron Golda Meir, Albert Einstein, Jaim Weizmann, Ytzhak Herzog, Moshé Sharet, Bernard Henry-Levy y otras personalidades sobre el papa Eugenio Pacelli?”

 

Y responde el mismo medio: “Todas estas personalidades y muchas más dicen que Pío XII, viendo la imposibilidad de ser útil en una confrontación directa contra Hitler, optó por dar ayuda en total silencio a los perseguidos por el nazismo. Pío XII impartió órdenes personalmente a todas las iglesias, conventos, parroquias, santuarios y seminarios católicos de toda Europa de proteger a todos los judíos posibles, dándoles asilo, refugio, documentos falsos y toda una batería de elementos disponibles para evitar las deportaciones a los Campos de Exterminio. Se calcula que más de 800.000 judíos salvaron sus vidas gracias a la Iglesia Católica y a Pío XII”.

 

No hay cliché del progresismo en el que no incurra Shenon: los teólogos a los que exalta son el suizo Hans Küng y el jesuita español Pedro Arrupe, ambos en conflicto con la doctrina oficial, Por si no bastara con eso, reivindica la Teología de la Liberación y, para exaltarla aún más y negar su afinidad con el marxismo, dice que uno de sus exponentes fue monseñor Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo asesinado en El Salvador en 1980. Esto es un flagrante mentira, ya que es de todos conocido que el religioso salvadoreño jamás comulgó con esa teología. Ello le confería una autoridad moral y política de la que carecían otras figuras y por eso lo mataron.

 

En el esquema de Shenon, Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron dos reaccionarios que se dedicaron a deshacer lo actuado por el Concilio Vaticano II, y Francisco, que quiere reanudar con aquello, se ve frenado por los conservadores. Nuevamente, las reformas que Shenon espera del Papa son el levantamiento de la prohibición del control de la natalidad, la promoción de mujeres en la curia, etc.

 

El incansable peregrinar de los Papas, en especial de Juan Pablo II en adelante, tendiendo puentes entre culturas y trabajando por la paz y la justicia social, deja indiferente al autor.

 

Un cambio sustantivo para Shenon sería que la Iglesia deje de ser Iglesia. Tal vez se alegre al saber por ejemplo que algunas congregaciones anglicanas ya consideran eliminar la palabra “iglesia” de sus denominaciones.

 

En su reseña, Mary Jo McConahay formula varias preguntas que resumen la perspectiva de Shenon: “¿Se describe mejor el carácter y la identidad de la Iglesia Católica contraponiendo ‘el pueblo de Dios’ a ‘una línea monárquica de Papas’? ¿Se oponían realmente Juan Pablo II y Benedicto XVI al ‘espíritu del Vaticano II’? ¿Pedro Arrupe, antiguo superior general de los jesuitas, ‘dio la vuelta a la orden’? ¿Las revelaciones de abusos sexuales por parte de clérigos hicieron que ‘millones’ abandonaran la Iglesia? ¿Ayudó la encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII a poner fin a la Guerra Fría?”

 

En definitiva, dice Paul Baumann, editor del commonwealmagazine.org, esta “investigación histórica” o “historia investigativa” como la llama Shenon, es “un refrito familiar de las batallas entre los llamados reformistas y los llamados tradicionalistas sobre el legado del Vaticano II”

 

“Evidentemente, Shenon también piensa que la gestión de los abusos sexuales por parte de sacerdotes, obispos y el papado sigue siendo la cuestión que define al catolicismo”, dice, tema en el que el libro se demora con lujo de detalle. “Nadie duda de lo odiosos que fueron esos actos ni de lo cobardes y despistados que resultaron ser a menudo los dirigentes de la Iglesia ante las acusaciones de abusos -dice Baumann-. Pero ya han pasado más de veinte años desde que los obispos estadounidenses adoptaron su Carta de Dallas, y hay buenas razones para creer que los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes católicos ya no son la amenaza que fueron, al menos en Estados Unidos. ¿Fue terrible la crisis de los abusos? Por supuesto que sí. Pero un libro sobre la historia moderna de la Iglesia católica que sitúa el abuso sexual clerical en su centro y sugiere que nada importante ha cambiado es anacrónico y engañoso”.

 

“Como todas las instituciones humanas, la Iglesia ha fallado frecuentemente -agrega Baumann-. Pero ella es más que sus fallas, y mucho más que las interminables querellas sobre el Vaticano II, el papado o la moral sexual. Es primero y principalmente sobre la creencia de que ‘Cristo ha resucitado’, y que quienes ‘se durmieron en Cristo’, también resucitarán en una nueva vida”.

 

“Que el Evangelio está primero es algo sobre lo cual los papas Francisco y Juan XXIII, los héroes del libro de Shenon, y los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, sus villanos, estarían de acuerdo”, concluye.

 

En 2010, el todavía cardenal Jorge Bergoglio decía: “La opción básica de la iglesia en la actualidad no es disminuir o quitar prescripciones o hacer más fácil esto o lo otro, sino salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su nombre. Salir a anunciar el Evangelio”.

 

Algunos confundieron esta actitud con una suerte de secularización, pero a dos meses de haberse convertido en Papa, Francisco pidió a los católicos no tener vergüenza de vivir con “el escándalo de la Cruz”. Jesús no escandalizó por sus obras, sus palabras o sus milagros, sino porque afirmó ser Hijo de Dios. “Esto es lo que no se tolera, el demonio no lo tolera”, agregó. “Cuántas veces escuchamos: ‘Sean un poco más normales, no sean tan rígidos, sean razonables’. ‘¡No nos vengan con que Dios se hizo hombre!’ Podemos hacer todas las obras sociales que queramos, y dirán: ‘¡Qué bien la Iglesia, qué buena tarea social hace!’ Pero si decimos que hacemos esto porque estas personas son la carne de Dios, viene el escándalo”.

 

Publishers Weekly elogió el libro por su “prodigiosa investigación”, que dio como resultado un “retrato ricamente detallado de una institución compleja, jerárquica y secreta que lidiaba con un mundo en proceso de modernización”.

 

Una prodigiosa investigación que no le impide a Shenon repetir la infamia -difundida durante las gestiones kirchneristas- de que Jorge Bergoglio en los 70 había denunciado a dos sacerdotes jesuitas que fueron secuestrados por la dictadura. Una calumnia especialmente perversa ya que fue por la intervención de Bergoglio que ambos sacerdotes salvaron la vida.

 

Pero hubo cosas que sí descubrió Shenon en los diez años que duró su investigación: una, que “el Nuevo Testamento no dice casi nada sobre el control de la natalidad”, como le dijo el autor al periodista radial Dave Davies. Lo raro hubiese sido lo contrario, realmente.

 

La segunda, aparece en relación a su crítica del hecho de que por mucho tiempo la Iglesia seguía usando el latín en las misas, algo que cambiaría recién con el Concilio Vaticano II. Digamos que el latín no fue una excentricidad de la Iglesia sino que deriva del hecho de que ésta fue la heredera del Imperio Romano, tras su disolución. Pero Shenon hace un descubrimiento peculiar: “Algo que aprendí en el transcurso de todo esto (es que) Jesús no habló a sus discípulos en latín, sino en arameo, que era similar al hebreo”. Caramba.

miércoles, 19 de febrero de 2025

NICEA


 y el neoarrianismo

 

Monseñor Héctor Aguer

Infocatólica, 18/02/25

 

En este 2025 se cumplen 1700 años del Concilio de Nicea, celebrado el 325; y que fue completado, luego, por el de Calcedonia y el 1° de Constantinopla. En aquel primero y gran Concilio de la Iglesia, se proclamó el misterio de la Santísima Trinidad, al declarar que el Hijo, Jesucristo, es homoúsios tô Patrí, consustancial al Padre, y por tanto Dios como Él.

 

El Concilio, presidido por el obispo Osio, de Córdoba, reconoció la verdad proclamada por Atanasio de Alejandría contra Arrio (256-336). El arrianismo resulta entonces una doctrina de carácter unitaria, que sostiene que Jesucristo es el Hijo de Dios procedente del Padre pero que no es eterno, no sería coeterno con el Padre. Arrio y su discípulo Eunomio sostienen la total disimilitud entre el Hijo y el Padre. El arrianismo se difundió en el Imperio Romano de Occidente, protegido por los emperadores. También se impuso en varios pueblos germánicos, y luego integró numerosas corrientes heréticas. Se reconocía el carácter singular de Jesucristo y aun su resurrección, pero se negaba su divinidad.

 

En la Iglesia actual, la centralidad del hombre y de los derechos humanos, tiene un carácter semiarriano o neoarriano. Se hace necesario predicar a Jesucristo, verdadero Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Una Cristología auténtica es Trinitaria. El Credo de Nicea ha sido reemplazado por el llamado Credo Apostólico, que es más breve y menos explícito. La Misa Tradicional conserva la profesión del Credo Niceno, que disipa cualquier posible confusión. Lamentablemente, el actual Rito romano adopta el Credo Apostólico y da lugar a la difusión del neoarrianismo. Un antecedente notable puede discernirse en la tradición jesuítica. El célebre Libro compuesto por Ignacio de Loyola, los Ejercicios Espirituales, comienza: «El hombre… fue creado». No dice, en cambio, como debiera: «Dios ha creado al hombre». De ahí procede el antropocentrismo moderno y una concepción ultrahumanista, reforzada por la ideología de la Revolución Francesa. Esta orientación se proyecta en la Cristología como neo-arrianismo.

 

El así llamado «diálogo interreligioso» postula, de hecho, que todas las religiones son la verdad; el mandato evangélico queda devaluado. Ésta es la realidad mundialmente admitida. El ex presidente de Estados Unidos ha elogiado al Papa Francisco por «tender la mano a todas las religiones»; no es como eran los Papas. El «diálogo interreligioso» puede realizarse afirmando la Verdad católica con respeto hacia todos. La Tradición de la Iglesia nos habilita para que roguemos por la conversión del mundo a Jesucristo.

martes, 18 de febrero de 2025

CRISTO

 

 ¿reina o no reina?

 

Por Agustín De Beitia

La Prensa,16.02.2025

 

En el mes de diciembre de 1925, en el cuarto año de su pontificado, el papa Pío XI publicó su sexta carta encíclica, Quas Primas, dedicada a instaurar la fiesta de Cristo Rey. Achille Ratti (1857-1939), llamado el “papa de las encíclicas” porque terminó escribiendo más de una treintena, quería con este nuevo texto resaltar el carácter de esa realeza de Cristo y su doble dominio, espiritual y temporal. La enseñanza de este pontífice pronto sería dejada de lado, olvidada y luego hasta contestada por muchos católicos que han llegado a convencerse de que la fe no debe salir de la esfera privada, tal como exige ese laicismo que este documento se proponía frenar.

 

A cien años de la redacción de aquella encíclica, sus advertencias conservan, por tanto, una vigencia asombrosa.

 

Volver a ese documento tiene aún más sentido desde nuestra atribulada Argentina, donde la confesionalidad del Estado es puesta otra vez en entredicho por reformas que, según se anticipa, buscarían remover algunos de los pocos vestigios formales que aún quedan de la fe católica en nuestra Constitución Nacional, como así también en la Carta Magna de la provincia de Santa Fe.

 

En el caso nacional, trascendió que en una reunión entre oficialistas se planteó la posible derogación del artículo 2 de la Constitución, donde se afirma que “el gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. La difusión de los audios dio lugar a una fugaz polémica en las redes sociales.

 

En el caso de Santa Fe el proyecto para reformar el artículo 3 de la Carta Magna está más avanzado y recibió el aval -por increíble que esto sea- del propio Arzobispado. En efecto, el arzobispo Sergio Fenoy y el obispo auxiliar Matías Vecino, sostuvieron que “la provincia no es, ni puede ser, de ninguna manera católica” y pidieron “reconocer a la Iglesia dentro de la pluralidad, sin privilegios”.

 

UN ERROR COMUN

 

¿Hay razones para oponerse a estas iniciativas? ¿O acaso Iglesia y Estado deben ser asuntos separados, como se reclama con insistencia? ¿Debe la fe replegarse a la esfera interior? Y en ese caso, ¿es lógico que así sea? Debajo de estas dudas que abrigan no pocos católicos asoma una cierta idea de que aquello que debe primar es la convivencia y el respeto por los no católicos, expresiones de un “buenismo” que ha hecho suyo por desgracia nuestra ruinosa jerarquía eclesiástica.

 

La lectura de Quas Primas deja al descubierto la inmensidad de este error. Pío XI, a quien le tocó conducir la Iglesia católica en el turbulento período de entre guerras, empieza remitiendo a su primera carta pastoral, Ubi arcano Dei consiglio, donde ya dedicaba unos puntos al reinado de Jesucristo y a desarrollar el principio que se convertiría en lema de su pontificado Pax Christi in regno Christi (la paz de Cristo en el reino de Cristo).

 

El punto de partida del documento es, precisamente, la constatación de la falta de paz; es decir, se trata de una observación del estado en que se encontraba el mundo en aquel momento de principios del siglo pasado.

 

Retomando lo ya expresado en su primer texto, Pío XI señala que “las calamidades que abruman y afligen al género humano” -o el “diluvio de males” que sufre el mundo, como también lo llama-, se debe al alejamiento personal, familiar y de los gobernantes de Cristo y de su ley santísima. Es este alejamiento el que hace a los hombres “correr hacia la ruina y la muerte por entre incendios de odio y luchas fratricidas”, dice de modo elocuente.

 

Por tanto, puede ya empezar a entreverse una primera razón por la cual llama a buscar la “restauración” (reparemos en la palabra) del reinado de Jesucristo: para hallar la ansiada paz. O, dicho de otro modo: no puede esperarse la paz sin restaurar ese reinado. Una aseveración que está en línea con su predecesor san Pío X y su lema Instaurare omnia in Christo que era un programa de restauración.

 

En Quas Primas -una encíclica que hoy sorprendería por lo breve, compacta y densa- Pío XI explora el concepto de la realeza de Cristo, empezando por su doble sentido: el figurado o metafórico y el propio o estricto. Según el primero es que se dice que Cristo reina en las inteligencias, en la voluntad y en los corazones. Pero en sentido propio, Jesucristo tiene -por su consustancialidad con el Padre- el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

 

 

El Papa demuestra luego cómo fue esbozándose esta doctrina desde muy antiguo y para ello ofrece un condensado repaso que va desde el Antiguo al Nuevo Testamento, desde los salmos y profetas, hasta el Concilio de Nicea y la liturgia.

 

Tras ese repaso, Pío XI recuerda que la Iglesia es “el reino de Cristo en la tierra, destinado a extenderse a todos los hombres y todas las naciones”.

 

FUNDAMENTO

 

El pontífice sigue a San Cirilo de Alejandría para explicar que el fundamento de esa realeza se encuentra en la unión hipostática y en la redención: lo primero demuestra que Cristo tiene potestad sobre la creación universal y, en consecuencia, debe ser adorado como Dios por los ángeles y por los hombres, y asimismo unos y otros están sujetos a su imperio y lo deben obedecer también en cuanto hombre. Y lo segundo viene a señalar que Cristo también impera sobre todos nosotros por derecho de conquista, un derecho adquirido a costa de Su preciosa sangre para nuestra redención.

 

A continuación, el pontífice explica que esta realeza tiene una triple potestad: legislativa (como reflejan los santos Evangelios), judicial (porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se le dio al Hijo) y ejecutiva (porque todos deben obedecer sus mandatos y la rebeldía trae consigo castigos a los que nadie puede sustraerse).

 

Una vez expuesto ese fundamento, queda por ver si esa realeza es sólo espiritual, que es el meollo de la actual confusión.

 

Pío XI confirma en su encíclica que ese reinado de Cristo es principalmente espiritual y se refiere a cosas espirituales, cosa que por otra parte el mismo Cristo proclamó. “En efecto -dice el pontífice sin ambages-, cuando los judíos, y aún los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza”.

 

Por lo tanto, es cierto que no puede confundirse el Reino de Cristo con ningún reinado temporal ni identificarse tampoco con ningún ordenamiento humano.

 

Sin embargo, aclara Pío XI en un tramo de su texto que resulta central para lo que estamos analizando, “incurriría en un grave error el que negase a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada una de las realidades sociales y políticas del hombre, ya que Cristo como hombre ha recibido de su Padre un derecho absoluto sobre toda la creación, de tal manera que toda ella está sometida a su voluntad”.

 

Podrá objetarse válidamente que fue el propio Cristo el que le respondió al gobernador romano: “Mi reino no es de este mundo”.

 

Pero, frente a esta objeción, el pontífice también ofrece una respuesta: así como Cristo se abstuvo de ejercer ese poder mientras vivió en la tierra, y despreció durante ese tiempo la posesión y el cuidado de las cosas humanas, “así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen”.

 

Y para mayor abundancia, el Santo Padre recuerda que “no quita los reinos mortales el que da los celestiales”, como dice el Himno de Epifanía Crudelis Herodes.

 

Más aún: citando a León XIII, explica que el imperio de Cristo se extiende “no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que, por haber recibido el bautismo, pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de tal manera que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano”.

 

Y, finalmente, recuerda algo que resulta insoslayable: que Cristo es la fuente del bien público y privado.

 

EXIGENCIA

 

A partir de esta exposición argumental se comprende mejor el consejo que ofrece a continuación: “No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo”.

 

La razón de tal consejo queda más clara, y revela toda su gravedad, hacia el final del texto: “Porque la dignidad de la realeza de Cristo exige que toda república se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos en la labor legislativa, en la administración de la justicia y, finalmente, en la formación de las almas juveniles en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres”.

 

De lo anterior se deduce que procurar la conformidad del orden social a la ley de Dios, favorecer que las enseñanzas evangélicas impregnen la conducta de los Estados, es un principio de justicia hacia el Creador, pero también hacia el propio hombre. Y esto último porque, si la fuente del bien público y privado es Dios, y sólo de El procede la prosperidad y felicidad de individuos y naciones, luego tal obediencia redundará en el bien común.

 

 

La encíclica ‘Quas Primas’, de Pío XI, es un gran documento a la vez teológico, social y político que expresa la doctrina del Magisterio de la Iglesia.

 

OTRO REINADO

 

Sostener lo contrario, es decir, aceptar que el Estado y la fe sean asuntos separados, o propiciar la libertad religiosa, como acaban de hacer penosamente los obispos santafecinos, lo único que consigue es abrir más y más espacio a lo opuesto de este reinado de Cristo, que es una “ateocracia”, como bien recuerda el monje benedictino español fray Santiago Cantera, teólogo e historiador medievalista, siguiendo en este punto al autor francés Charles-Humbert La Tour du Pin.

 

De esa ateocracia, que rechaza la soberanía de Dios y lo excluye del ordenamiento legislativo y jurídico, para reivindicar la soberanía del hombre, no puede esperarse otra cosa que la destrucción de la armonía en la sociedad, el imperio de la fuerza, la deformación de las almas de los jóvenes y la infiltración de la mentalidad disolvente que hoy campea en las naciones dentro de los hogares cristianos.

 

La reivindicación de la soberanía del hombre lleva a otro equívoco sobre el ejercicio del poder. Pío XI recuerda lo que hoy ya no se quiere admitir: que, si bien se permite a las autoridades civiles que ejerzan el poder, es como poder delegado por Cristo.

 

“Si los gobernantes reconocen que ejercen el poder no por derecho propio, sino como mandato y representación del Rey divino, harán un uso recto y santo de su autoridad y respetarán el bien común y la dignidad humana de los gobernados, mientras que éstos les obedecerán por ser imagen de la autoridad de Cristo: de ahí que se aseguren una justa libertad y un orden tranquilo, con una concordia pacífica que supere los conflictos sociales y una fraternalmente a los hombres”, expone el pontífice.

 

ORIGEN DE LA DERIVA

 

La confusión actual de tantos católicos, convencidos deque ese reinado es sólo espiritual, se explica porque entre los tiempos de Pío XI y el presente ha corrido mucha agua bajo el puente. La doctrina del reinado social de Jesucristo dejó de predicarse desde hace tiempo y los teólogos, para conservar la paz, fueron cediendo a la tentación de justificar una cierta separación entre el poder eclesiástico y el político.

 

Un siglo atrás, la Iglesia podía todavía confiar en que, aun bajo un régimen democrático, los católicos podrían gravitar en las decisiones de una república por ser mayoría. Hoy, con la descristianización tan avanzada, ni el sistema está dispuesto a permitir tal gravitación ni, a decir verdad, los católicos la buscan más, porque -por ignorancia, debilidad, compromisos o cálculo- han perdido de vista el sentido que tenía tal cosa.

 

Quas Primas, un gran documento a la vez teológico, social y político que expresa la doctrina del Magisterio de la Iglesia sustentada sobre la Sagrada Escritura, ayuda a recobrar aquel sentido.

 

Con él, Pío XI quiso introducir en la divina liturgia la fiesta de Cristo Rey para que no sólo el clero sino también el pueblo rindiera testimonio de obediencia y devoción y para que, una vez instruido, “emprendiera un género de vida que fuera verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo”. Por desgracias, la disminución vertical de la asistencia a misa conspira hoy, también, contra ese fruto deseado por el pontífice.

 

Pero haber ignorado hasta hoy las lecciones de esta encíclica, considerada la más importante de aquel pontificado, haberlas dejado de lado por conveniencia diplomática, sólo favoreció que el laicismo al que este Papa ya describía como “una peste” se esparciera con más rapidez, ayudando a erigir ese reinado impío que se va adueñando del mundo.

 

De continuar soslayando estas valiosas enseñanzas sólo puede esperarse un agravamiento de los males ya entrevistos por Pío XI. Pero varias preguntas seguirán en pie para todos los católicos, y sobre todo para aquellos que actúan en política. ¿La dignidad de la realeza de Cristo exige o no exige que las repúblicas se ajusten a los principios cristianos? Y los políticos, ¿deben o no deben dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo? ¿Tiene esto o no tiene consecuencias? La pregunta, en definitiva, es si para ellos Cristo ¿reina o no reina?