marcado por el “cambio de paradigma”
Luisella Scrosati
Brujula
cotidiana, 22_04_2025
El pontificado del
primer Papa jesuita de la historia ha llegado a su fin: las oraciones de todo
el pueblo cristiano se ofrecerán en sufragio por el alma del Pontífice
fallecido durante los tradicionales novenarios. Desde la tarde de aquel 13 de
marzo de 2013, cuando Francisco se asomó a la abarrotada plaza saludando a
todos con un sencillo “buenas noches”, han pasado ya más de doce años. Años en
los que el “cambio de paradigma” arrancó con el acelerador a fondo, pero
también con el freno de mano echado dada la presencia de un Benedicto XVI
silencioso, pero vigilante.
Este juego de
fuerzas opuestas se entendió muy bien durante el Sínodo sobre la Familia, que
dio lugar a la conocida exhortación postsinodal Amoris Lætitia, en la que
quienes querían introducir elementos evidentes de ruptura tuvieron que
contentarse con “desviarlos” en las notas. Luego vinieron los Dubia de cuatro
cardenales —Caffarra, Burke, Brandmüller, Meisner— que nunca obtuvieron
respuesta, señal de que el Papa quería seguir su camino sin dar razones de su
actuación, ni siquiera a quienes están más estrechamente unidos al papa en el
gobierno de la Iglesia universal, en razón de su nombramiento cardenalicio. La
línea inicial fue, en cualquier caso, el intento desesperado de mostrar una
supuesta “continuidad” entre el Papa alemán y el argentino, lo que llevó al
ridículo caso de monseñor Darío Edoardo Viganò, obligado a manipular la
respuesta de Benedicto XVI a la solicitud de un texto de respaldo a la teología
del Papa Francisco, presentado en una colección de once pequeños volúmenes
editados por la Librería Editrice Vaticana.
Luego fue el turno
del Sínodo sobre la Amazonía, con el claro intento de hacer facultativo el
celibato sacerdotal, que naufragó por la oportuna publicación del libro Desde
lo más profundo de nuestro corazón, de Benedicto XVI y el cardenal Robert
Sarah. Luego se publicaron las encíclicas sociales Laudato si' y Fratelli
tutti, cuya carga no será fácil de eliminar, dado que difieren en muchos puntos
de la enseñanza de la doctrina social católica.
Un nuevo Sínodo
sobre la sinodalidad sellaba la “conversión sinodal” de la Iglesia, con
posiciones de apertura sobre temas candentes como las bendiciones de parejas
del mismo sexo, el diaconado femenino, el ejercicio de la autoridad en la
Iglesia; todos ellos aspectos que provocaron una nueva serie de Dubia por parte
de cinco cardenales: Burke, Brandmüller, Sarah, Zen y Sandoval. El 2021 fue el
año de Traditionis custodes, que borró de un plumazo el otro motu proprio del
Papa Benedicto, Summorum Pontificum, y puso de manifiesto una ceguera llena de
rencor hacia células vivas de la Iglesia y del rito más difundido, hasta hace
unos pocos años, además de uno de los más longevos de la Iglesia latina. Fue un
golpe al corazón para muchos católicos, practicantes o no del rito antiguo,
pero también para el propio Ratzinger, que había dedicado su vida a esta
laboriosa e indispensable reconciliación interna de la Iglesia.
Con la muerte de
Ratzinger se produjo el colapso: tras la destitución del cardenal Ladaria, el
nombramiento de Fernández para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe aceleró
aún más la disolución interna del catolicismo, que alcanzó una crisis sin
precedentes con la publicación de la declaración Fiducia supplicans. Éste y
otros nombramientos de hombres totalmente desprovistos del sentido de la
Iglesia, ampliamente ideologizados y caracterizados hasta la médula por lo que
el Papa Benedicto había bautizado como “la hermenéutica de la ruptura”. Y, en
no pocos casos, también por una conducta moral que resultaría ser todo menos
íntegra.
Por si fuera poco,
la propia figura del Papa sale destrozada tras estos años de pontificado. Desde
la primera “tímida” entrevista a Eugenio Scalfari, comenzó un pontificado que
se desarrolló en la plaza mediática, complaciendo sus cánones y expectativas,
hasta el “sello mediático” de un pontificado que se ha cerrado con las dos
últimas apariciones públicas de Francisco, si se exceptúan las fugaces y
“silenciosas” apariciones en silla de ruedas de estos últimos días, en el
programa de Fabio Fazio y en el Festival de San Remo respectivamente.
Intelligenti pauca.
El sucesor del
apóstol Pedro, que existe para confirmar con su palabra franca y ponderada la
fe de los hermanos, se volvió omnipresente en los medios de comunicación:
entrevistas “oficiales” concedidas en el avión al regreso de sus viajes
apostólicos y otras menos oficiales, apariciones habituales en programas de
televisión, documentales e incluso mensajes en TikTok. La salvación eterna, la
vida moral y sacramental y la persona de Jesucristo se llevaron a la plaza
pública con expresiones chapuceras y descuidadas, enseñanzas incompletas o
afirmaciones engañosas. Como cuando el Papa Francisco se inventó que “todas las
religiones son un camino para llegar a Dios”, sin más precisiones, anulando con
estas pocas palabras la verdad de que solo en Jesucristo hay salvación, por
ejemplo.
Esta “omnipresencia”
mediática ha sufrido la consecuencia inevitable de toda sobreexposición: la
palabra del Papa se ha convertido en una más, quizás un poco más autoritaria
por su antigüedad y su prestigio moral, pero nada más. Lo que el público lee o
escucha ya no se considera la palabra del sucesor de Pedro, que aún hoy hace
resonar la fuerza de la palabra del Señor, sino la opinión de un hombre que se
mezcla con la cacofonía de muchas otras voces.
Si el Papa ya no
habla para enseñar la verdad de Jesucristo, sino para expresarse con
improvisación sobre los temas más variados del momento, entonces, a los ojos de
los hombres, el sentido del cargo que Dios le confió en el momento de su
aceptación se diluye hasta ocultarse detrás del simple hombre que ocupa ese cargo.
El Papa “no debe proclamar sus propias ideas, sino vincular constantemente a sí
mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los
intentos de adaptación y dilución, como frente a todo oportunismo”. Así lo dijo
Benedicto XVI en su homilía de investidura en la Cátedra Romana: Francisco ha
hecho exactamente lo contrario. El justo duelo por la muerte del Papa no debe
borrar hipócritamente esta amarga realidad. Por el bien de la Iglesia.
¿Se percibe ahora
la Iglesia más cercana al hombre de hoy, con esta sobreexposición mediática de
Francisco? La dramática verdad es otra y hay que tener el valor de reconocerla:
lo que ha llegado al hombre moderno no es “la Iglesia del Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad” (1 Tim 3, 15), sino aquella imagen de la Iglesia que
queda tras el “lifting” de los criterios mediáticos, más parecida a una modesta
organización espiritual y humanitaria, útil al sistema de moda mientras le
sirva mansamente. El pontificado de Francisco, que ha hecho de la denuncia de
la mundanidad su caballo de batalla, ha imprimido de hecho una aceleración sin
precedentes a la autosecularización de la Iglesia. Recemos para que el nuevo
pontífice tenga la fuerza de la verdad para un decidido cambio de rumbo.
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