Francisco José
SOLER, doctor en Filosofía de la Física
catolicos-on-line, 12-7-16
Posiblemente todos hemos conocido a alguna de esas
personas de las que se sabe que no se les debe mencionar determinado tema,
porque se descontrolan. Se trata de un reflejo compulsivo que, a falta de
tratamiento, los familiares y amigos del que lo padece deben de esforzarse en
sobrellevar, al tiempo que procuran, en la medida de lo posible, que el sujeto
en cuestión no se vea expuesto a las situaciones que lo desatan.
Pues bien, entre los partidarios del cientifismo
decimonónico de toda la vida ―que aún quedan, desde luego, aunque han ido
cambiando de marca para su producto, y últimamente parece que prefieren
llamarse «nuevos ateos», o «brillantes», o simplemente «naturalistas»― abundan
esos tics. Uno menciona descuidadamente ciertos nombres (como por ejemplo
«Darwin», o «Galileo»), o ciertas palabras clave (como por ejemplo «religión»,
«alma», «creación», o incluso «decisión libre»), y el desbarajuste está
servido.
A veces, este tipo de reflejos adopta formas
peregrinas, y aparece en las situaciones más insospechadas. Sin ir más lejos,
hay un bloguero sobre temas científicos del diario El Mundo, que parece
sentirse obligado a lanzar puyazos a la religión cada vez que una sonda
espacial alcanza su destino. El año pasado la crisis le vino a consecuencia del
paso junto a Plutón de la sonda «New Horizons», de manera que, lo que había
comenzado como un artículo explicativo del viaje de dicha sonda, acabó con un
repaso a «los curas de todas las religiones... incapaces de plantearse el menor
cambio en sus ideas», a «sus dogmas», y hasta con «el agua de la fuente de
Lourdes» la emprendió. Impresionante. No dejó títere con cabeza.
Y este año ha sido la llegada a Júpiter de la nave
Juno la que ha acabado desbaratándole un artículo. ¡Ay!, la nave Juno llegó a
Júpiter ―un hecho del que todos nos alegramos― pero el articulista a donde
llegó es a la explicación definitiva del origen del fenómeno religioso:
«estafadores que aparecen de vez en cuando en las sociedades humanas, gentes
que lo único que buscan es el poder y con el dinero a base de decir
''¡Créame!" sin aportar pruebas». Impresionante, de nuevo.
Si algún lector curioso busca los artículos ―cuyo
título he olvidado mencionar― y los repasa, comprobará que su estructura
obedece, en líneas generales, a un reflejo compulsivo frecuentísimo entre los
cientifistas, y que adopta la apariencia (superficial) de un argumento, que
cabe resumir así:
«La ciencia ha conseguido el resultado X. Eso sí que
es un conocimiento sólido, y no como la religión que patatín patatán...»
Y la idea de fondo es aún más sintética: «A más
ciencia, menos religión».
Ahora bien, ocurre que los reflejos compulsivos son
irracionales, y este también lo es. Para darse uno cuenta de hasta qué punto lo
es, basta, por lo demás, con un ejercicio muy sencillo (se pueden proponer
también ejercicios más complicados, pero no es necesario): Repasar los logros
científicos reverenciados en tales artículos, e indagar la actitud religiosa de
sus descubridores. Tomemos, por ejemplo, el texto que recorre la distancia
sideral que media entre la sonda Juno y el origen de la religión, y vayamos
siguiendo el hilo.
En primer lugar, nos habla el autor de los cálculos
elementales acerca de la aceleración necesaria para que una sonda venza la
gravedad terrestre y viaje por el espacio. Pero resulta que todos esos cálculos
elementales tienen su origen en la mecánica de Newton (1642-1726). ¿Y cuál era
la actitud de Newton ―posiblemente el mayor físico de la historia― ante la
religión? ¿Compartía acaso hacia la misma el enfadado desprecio del bloguero?
En modo alguno. Basta consultar cualquier biografía solvente de Newton para
comprobar la profunda religiosidad del padre de la mecánica clásica. Más aún,
su interés por la religión era tal que el 27,5% de los 1.752 volúmenes contenidos
en su biblioteca personal trataban de asuntos teológicos, mientras que solo el
11,6% correspondían a obras de física, matemática o astronomía. Y como
fundamento de su trabajo solía citar un versículo del libro de la Sabiduría:
«Tú hiciste todas las cosas con medida, número y peso».
Seguidamente, el artículo pasa a tratar de la energía
fotovoltaica, que le sirve a la nave para poder realizar pequeños movimientos
correctivos durante su viaje. Pero resulta que esa energía recibe su nombre del
físico italiano, Alessandro Volta (1745-1827), pionero en el estudio de los
fenómenos eléctricos, sobre cuyas opiniones religiosas baste con mencionar una
cualquiera de sus declaraciones:
«Yo confieso la fe santa, apostólica, católica y
romana. Doy gracias a Dios que me ha concedido esta fe, en la que tengo el
firme propósito de vivir y de morir.»[1]
No obstante, el autor del artículo que estoy
comentando ―autor cuyo nombre, ¡vaya por Dios!, también he olvidado mencionar―,
no habla de Volta, sino que hace referencia a los indudables logros de Albert
Einstein (1879-1955). Pues bien, resulta que la investigación más detallada
sobre las ideas religiosas de Einstein es el libro «Einstein and Religion» del
notabilísimo historiador de la ciencia Max Jammer, en el que encontramos
(después de un recorrido exhaustivo de las fuentes) conclusiones tales como
esta:
«No solamente no era ateo Einstein, sino que sus
escritos han influido en gente para alejarse del ateísmo, si bien él no trató
nunca de convertir a nadie a su propia convicción.»[2]
Continuamos leyendo el artículo, y encontramos que el
siguiente protagonista es el electrón. Y resulta que el primero que consiguió
medir la carga del electrón fue el gran físico experimental norteamericano
Robert Millikan (1868-1953). Un físico que, en pleno siglo XX, cuando ya el
materialismo ateo campaba a sus anchas sobre buena parte del mundo
universitario occidental, hizo gala de sus convicciones cristianas en numerosos
escritos, y declaró cosas como esta:
«La religión y la ciencia, son entonces, en mi
análisis, las dos grandes fuerzas hermanas que han llevado, y siguen llevando,
a la humanidad hacia adelante y hacia arriba.»[3]
Declaraciones, por cierto, que coinciden casi
literalmente con las de otro físico excepcional de aquella época: Max Planck
(1858-1947). Pero, en fin, no nos desviemos...
El artículo pasa, como es natural, del electrón al
electromagnetismo, que es una parte de la física desarrollada fundamentalmente
gracias a los trabajos teóricos de James Clerk Maxwell (1831-1879) y los
experimentales de Michael Faraday (1791-1867). Sin embargo, resulta que Faraday
dejó escritas cosas como la siguiente:
«El libro de la naturaleza, que debemos leer, está
escrito por el dedo de Dios»[4]
Y gustaba de citar en sus textos el pasaje de la Carta
a los Romanos de San Pablo en el que se hace referencia a que «desde la
creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son
conocidos por sus criaturas».
Mientras que Maxwell, por su parte, recomendaba al
científico la reflexión sobre otro texto de San Pablo:
«Cada ser humano debe esforzarse en apreciar la
extensión, el orden y la unidad del universo y debería considerar estas ideas
mientras lee pasajes como el primer capítulo de la Epístola de San Pablo a los
Colosenses»[5]
¿Y qué nos recomienda, a todo esto, el autor del
artículo que nos ha hecho pasar un rato tan entretenido? Pues que nos demos
cuenta de que la ciencia no es un conocimiento entre otros, sino el
conocimiento único y verdadero, mientras que:
«casi todas las demás vías de acercarse a la realidad
nos dejan siempre pensando en el engaño, en la estafa».
¿Y qué tendremos que pensar entonces de Newton, Volta,
Faraday, Maxwell, Planck, Einstein, Millikan y etc. etc., que apoyaron sus
investigaciones físicas en sus más hondas convicciones religiosas? ¿Habrá que
sostener que los pobres no alcanzaban a distinguir el conocimiento verdadero
(científico) de la estafa (religión)? ¿Habrá que suponer que tuvieron que
apoyarse en un engaño para llegar a la verdad?
Definitivamente, el cientifismo compulsivo es una
enfermedad que, de tener algún remedio, habrá que buscarlo en la lectura.
Por cierto, entretanto, la sonda «New Horizons» se
adentra más y más en la misteriosa zona conocida como cinturón de Kuiper, de
manera que, si la NASA aprueba la ampliación de la misión, la nave podría
llegar el próximo 1 de enero de 2019 al objeto de ese cinturón conocido como
«2014 MU69». Que se vayan preparando los curas, y los creyentes.
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