Juan Luis Lorda
Son muchos los que se convierten: muchos más de los
que algunos piensan. La mayoría lo hace calladamente, pero a veces —dice — «nos
encontramos con casos de intelectuales que han vivido conscientemente su
conversión como un proceso y son capaces de relatar sus etapas. Tiene un gran
interés que personas con vida intelectual nos cuenten su conversión. Porque son
más capaces de analizar y describir sus situaciones y evolución. Así su relato
adquiere una fuerza, que es verdaderamente literaria, no por artificio, sino
por la realidad que toca, que es profundamente humana.»
De G. K. Chesterton ha dicho Juan Manuel de Prada que
«quizá ha sido el gran escritor católico del siglo XX, y uno de los grandes
escritores de ese siglo».
Dice en Alfa y Omega, hablando del mismo Chesterton:
«Murió en 1936, pero predijo el Holocausto, la guerra más horrible de la
Historia (y dónde empezaría), el nacimiento y la caída del comunismo ruso; que
«se exaltaría la lujuria y se prohibiría la fertilidad», que el aborto sería un
signo de progreso…; que el Estado sustituiría a la autoridad paterna; que
algunos cristianos alabarían «todos los credos menos el propio». Así vio
Chesterton un mundo del que decía que había que odiarlo tanto como para querer
cambiarlo, y amarlo tanto para creer que vale la pena cambiarlo.»
El siglo XX ha estado marcado por choques ideológicos
muy fuertes que influyeron en el modo de pensar de sus personajes más lúcidos,
entre los cuales, sin duda, se encuentran los escritores.
Joseph Pearce
ha publicado recientemente Escritores Conversos, ed. Palabra, 2006. (Literary
Converts, ed. Ignatius Press, 2000). Estudia en este extenso libro las
repercusiones que las teorías de Marx y Nietszche tuvieron en escritores como
Bernard Schaw o H.G. Wells y en muchos otros, y como, en ese ambiente, se
produjo un importante renacimiento artístico y espiritual que alcanzó a
intelectuales y artistas que, desde el mundo anglosajón, ejercieron y siguen
ejerciendo notable influencia en el mundo de trata de los que Pearce califica
«Escritores conversos», entre los que se encuentran C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien,
Evelyn Waugh, Chesterton, T.S. Eliot, Hilaire Belloc, Graham Greene,
Christopher Dawson, Malcolm Muggeridge, Ronald Knox, Robert Benson, Dorothy
Sayers, Edith Sitwell, Maurice Baring, Siegfred Sassoon, etc., con cuyas vidas
se cruzan actores como Alec Guinnes o Ernest Milton.
A una época marcada fuertemente por la incredulidad de
una filosofía materialista, se le ofreció el contrapeso de una literatura más
profunda, cargada de valores trascendentes, que constituyó una «red» de
inteligencias sensibles, que generó un renacimiento cultural, un nuevo
testimonio de la fuerza creadora del cristianismo.
Dice Joseph Pearce: «Personalmente, yo soy un converso
al catolicismo a través de la lectura de Chesterton, Belloc, Tolkien, Lewis y
otros. Si no hubiera sido por esta corriente, puede que nunca me hubiera hecho
católico. En mis viajes y mi correspondencia conozco a mucha gente que ha llegado
o ha vuelto a Roma, al menos en parte, leyendo a estos grandes escritores. Todo
lo que hace cada persona tiene consecuencias permanentes, porque estamos hechos
para la eternidad, y en ella está nuestro destino. Estoy seguro de que el
renacimiento católico ha ayudado a mucha gente a llegar al Cielo, o la ha
salvado del infierno -¡quizá a mí también!-»
Se dice en Almudí sobre el libro de Pearce: «Llama la
atención que, dejando de lado el influjo de la gracia de Dios, la mayor parte
de esas conversiones obedecieron —como había ocurrido anteriormente con J.H.
Newman— más a motivos racionales que a factores afectivos. Así, son frecuentes
los casos de polemistas anticatólicos que acaban pasándose al lado de sus
‘adversarios’. En este sentido, admira su vigor y honradez intelectual.»
«Prácticamente todos ellos, a raíz de su conversión y
hasta el fin de sus vidas, realizaron una eficaz labor apologética, acometida
incluso con mayor entusiasmo al de su anterior combate contra la fe.»
«Son conscientes de que cuando desarrollan ese
apostolado están prestando un impagable servicio a la cultura y civilización de
un mundo que ha perdido sus referencias, no ya específicamente religiosas, sino
humanas. Esta convicción resulta estimulante para los católicos del siglo XXI.»
Publicamos a continuación un escrito de titulado
Conversos del siglo XX. «No se trata sólo de conversos en el mundo anglosajón,
sino que habla de otras vetas»: francesa, germánica, hispánica, eslava,…
Este texto procede en su origen de una conferencia publicada
en Diálogos de Teología, V, Edicep, Valencia 2003, pp. 31- sido notablemente
ampliado y puesto al día por el autor.]
1. Introducción
La importancia de los testimonios intelectuales de
conversión
La fe cristiana, desde el principio, ha suscitado
conversiones a su alrededor. Porque es una llamada a la conversión («convertíos
y creed en el Evangelio» Mc 1,15). Por eso son muchos los casos de conversiones
a lo largo de la historia. De la mayoría no nos queda testimonio o solo un
testimonio genérico. En parte, por el comprensible pudor con que estas cosas se
tratan. En parte también por la dificultad de poner por escrito un itinerario
interior tan delicado: que exige percibir a cada paso lo que sucede y
conservarlo con claridad en la memoria.
Pero algunas veces nos encontramos con casos de
intelectuales que han vivido conscientemente su conversión como un proceso y
son capaces de relatar sus etapas. Ya lo hizo, de una manera magistral, san
Agustín. Y sus Confesiones han quedado como un modelo en este género de
literatura religiosa. Y también mostraron su interés y su papel para el mejor
conocimiento y la difusión del mensaje evangélico.
Tiene un gran interés que personas con vida
intelectual nos cuenten su conversión. Son más capaces de analizar y describir
evolución, las distintas situaciones por las que han pasado con su contexto, y
el peso que tuvieron diversos elementos e ideas. Así su relato adquiere una
fuerza, que es verdaderamente literaria, no por artificio, sino por la realidad
que toca, que es profundamente humana.
No es que, necesariamente, estas conversiones sean, en
sí mismas, más perfectas, más valiosas o más auténticas que otras menos
conocidas o que no han dejado huella literaria. No se pueden establecer tales
baremos en estas experiencias. Se trata simplemente de que, al haber sido
expresadas, se prestan al análisis. Y éste tiene un alto interés, tanto para la
teología, que piensa el mensaje cristiano en sus implicaciones intelectuales,
como para la evangelización, que trata de difundirlo y hacer que llegue a los
corazones de los hombres.
De una manera semejante a lo que sucede con los
experimentos cruciales en el ámbito de una ciencia, con estos testimonios
podemos acceder a estratos del espíritu humano y de la vida cristiana, que, en
las circunstancias normales, no se nos muestran tan claramente. La conversión
afecta a muchas dimensiones del ser humano: Desde el punto de vista
antropológico, nos sumerge en las profundidades de los resortes del espíritu.
Desde el punto de vista literario, es un tema privilegiado, por su dramatismo y
profundidad. Desde el punto de vista teológico, nos descubre con trazos vivos
la verdad existencial de los misterios cristianos (Palabra, Gracia, Sacramentos,
Iglesia). Desde el punto de vista de la evangelización, nos señala prioridades
y nos sugiere formas mejores de ofrecer el mensaje. Y siempre nos recuerdan la
absoluta primacía de la gracia de Dios.
Los grandes relatos de Newman, Edith Stein, Chesterton,
García Morente y Lewis, siguen la huella trazada por San Agustín en sus
Confesiones, y se convierten, ellos mismos, en grandes testimonios humanos y
literarios y en caminos de conversión.
El converso es un antídoto contra la mediocridad,
contra el acostumbramiento, contra la inercia de las sociedades
sociológicamente cristianas. El converso percibe la novedad, se da cuenta de la
maravilla de la fe. Tiene la sensibilidad entera y despierta: lo ve todo junto,
con ojos nuevos, no acostumbrados, con todos sus perfiles. Tiene capacidad de
admirarse ante lo admirable. Está en una situación peculiar (que no resiste la
naturaleza humana por mucho tiempo). Es un revulsivo para los cristianos
acostumbrados. Nos presta ese extraordinario servicio. Abre un camino y su vida
se convierte en un argumento, en una manera particularmente viva de mostrar la
fe. (En cambio, para el converso, la mediocridad de lo que encuentra a su
alrededor, la falta de entusiasmo en la fe, frecuentemente se convierte en una
nueva prueba). Y, en muchos casos, los grandes relatos de conversos son una
ayuda inestimable para los que están en el mismo camino de conversión y pasan
por pruebas semejantes. Se sienten animados y acompañados.
Hay que tener en cuenta que el ser humano es un ser
profundamente social. Aunque hoy esté de moda pensar que cada uno puede hacerse
una fe a su medida, el hecho es que cada persona es muy dependiente de sus
tradiciones y de las posiciones que existen en su ambiente. Ni se parte de
cualquier sitio, ni se llega de cualquier modo. Ordinariamente, sólo con una
gran honestidad y esfuerzo personal, y conducido por alguna manifestación de lo
cristiano (y por la gracia de Dios), se consigue el grado de independencia
necesario para convertirse. Por eso, son, en general, casos solitarios,
bastante conscientes de su proceso espiritual.
Tipos de conversiones
La palabra «conversión» (metanoia; en griego) tiene un
sentido dinámico: significa un cambio de dirección de la mirada o del avance;
en sentido espiritual, es un volverse hacia Dios y caminar hacia Él. Lo
contrario de la famosa definición de pecado atribuida a San Agustín: «aversio a
Deo et conversio ad creaturas»: separarse de Dios para convertirse a las criaturas.
Ahora se trata de apartarse de otras cosas y volverse hacia Dios. Convertirse,
para el cristianismo, es encontrar el verdadero rostro de Dios, tal como nos ha
sido revelado en Cristo, «Camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como desea la
hermosa bendición israelita, «que el Señor te muestre su rostro» (Nm 6, 24-26).
Generalmente, cuando hablamos de conversiones, nos
referimos a procesos de personas que llegan a la fe. Pero también existen
conversiones morales. Siempre ha habido personas que han sentido una llamada
apremiante a seguir de cerca a Jesucristo. Así nos consta de San Bernardo, San
Francisco de Asís, B. Ramón Llull, Pico della Mirandola, S. Ignacio de Loyola,
Pascal, Chateaubriand, los románticos alemanes Friedrich von Schlegel y
Novalis. En algunos casos, es sólo decidirse a vivir la vocación cristiana en
serio. En la literatura espiritual, se llama « segunda conversión», a este
cambio. Y el ejemplo tradicional es el de santa Teresa, cuando, después de
muchos años de ser monja, siente una vibrante llamada a tomárselo
definitivamente en serio.
Las conversiones a la fe son otra cosa. Parten,
obviamente, de una situación de increencia. Los protagonistas tienen que ser
personas que han abandonado la fe, o que pertenecen a grupos que tienen otra fe
o ninguna. En la antigüedad, en la primera expansión del cristianismo, se
dieron muchas conversiones de personas que procedían de otras religiones. Era
un caso normal y estadísticamente frecuente, y lo siguió siendo durante varios
siglos, cuando se convirtieron los pueblos de Europa. Durante el primer
milenio, Europa se convirtió en un espacio cristiano, con escasas minorías
religiosas (sobre todo, judíos y, en el sur, musulmanes).
Desde la mitad del segundo milenio (s. XVI), el
cristianismo se expandió hacia otras zonas geográficas y fueron evangelizados
los pueblos americanos, africanos (subsaharianos) y asiáticos (Filipinas). Es
una época misional, que después será continuada hasta bien entrado el siglo XX.
En la misma mitad del siglo XVI se produjo también la ruptura de la unidad
religiosa del occidente cristiano y aparecieron varias confesiones cristianas
(anglicanos, luteranos, calvinistas, etc.), que después darían lugar a muchas
otras al trasladarse a los Estados Unidos.
En un tercer momento, después de cien años de guerras
religiosas y, en parte por cansancio de ellas, se desarrolló en Occidente un
proceso de secularización, impulsado por una rama de la Ilustración (francesa y
alemana). Por primera vez, surgieron formas sociales de increencia, con sus
propias tradiciones, que se perpetúan. Desde entonces, hay familias y ambientes
«laicos», refractarios, ajenos o críticos ante la fe: materialista-cientifista,
republicano-laicista-liberal, socialistas y comunistas; y más modernamente,
algunos grupos verdes, alternativos y libertarios. Esta es una nueva clase de
ateos o incrédulos con respecto al mundo antiguo.
Con este breve marco histórico, podemos establecer las
distintas situaciones de las que proceden los conversos del siglo XX y
dividirlos en cinco grupos:
- los católicos que habían pedido la fe o apenas la
llegaron a tener y la recuperan;
- los que proceden de una tradición «laica»,
materialista, atea o agnóstica; son muchos.
- los que proceden de otras confesiones religiosas en
las que se ha dividido históricamente el cristianismo (luteranos, calvinistas,
anglicanos, baptistas, metodistas, etc.) o de sectas de origen más o menos
cristianos.
- los que proceden del judaísmo; que es un grupo
significativo en la primera mitad del siglo XX.
- los que proceden de otras religiones no cristianas
(Islam, Budismo, Hinduismo, etc.): esto sucede principalmente en los
territorios de misión propiamente dicha.
Son casos muy distintos. Para aquellos que han perdido
la fe o no llegaron a tenerla muy viva, se trata de un redescubrimiento, cosas
que sabían vagamente se vuelven vivas y operativas. Para los que proceden del
agnosticismo o del ateísmo o de otras religiones, la fe es una luz que cambia
totalmente el sentido y el marco de sus vidas. En el caso de los que proceden
de otras confesiones cristianas, se trata de una recuperación de la unión
original de la Iglesia: frecuentemente, sienten la incorporación como un volver
a casa, sin que tengan que separarse de lo auténticamente cristiano que ya han
vivido. Para los que proceden del judaísmo, si han tenido formación religiosa,
perciben la relación entre el Antiguo y Testamento y recorren un camino
semejante al que recorrieron los primeros cristianos al encontrar a Cristo y
reconocerlo como el Mesías esperado por Israel; en muchos otros casos, más bien
proceden del ateísmo materialista o del agnosticismo.
La minoría judía
El caso de los judíos centroeuropeos resulta
particular por varios motivos. Hasta finales del siglo XX ha sido la minoría
religiosa no cristiana más importante en Europa (ahora son los musulmanes). Hay
que recordar que, hasta principios del XIX, vivía segregada, manteniendo su
identidad, aunque en medios pobres y poco cultos, salvo excepciones. Con la
expansión de las nuevas ideas políticas democráticas, se desarrolla un proceso
de emancipación e integración política y civil, de las minorías judías europeas
(Prusia y el Imperio Austrohúngaro, Rusia, Holanda, Suiza, Francia e Italia).
En una segunda o tercera generación, las familias
judías centroeuropeas adineradas y cultas tendieron a la asimilación cultural y
se bautizaron o educaron a sus hijos en el cristianismo (Max Scheler). En
muchos casos, no significaba gran cosa. Especialmente, en los estados de
tradición luterana, muy descristianizados, donde las iglesias llevaban el
registro civil. El poeta Heine dijo que se bautizaba como si se tratara de un
pasaporte social. Así sucede también con la familia de Wittgenstein, o con el
propio Husserl); su bautismo apenas tuvo significado religioso (aunque más
tarde ambos manifestaran cierto interés por el cristianismo).
En otros casos, supuso una verdadera y plena
incorporación a la Iglesia, como se aprecia, por ejemplo, en la novelista de
origen ruso y judío Irène Némirovsky. Muchos intelectuales judíos se
interesaron personalmente por el cristianismo (Gustav Mahler, Franz Werfel,
Henri Bergson). Una minoría mantuvieron y en algunos casos renovaron la fe
judía (Buber o Rosenzweig). En otros muchos casos tendieron hacia el materialismo
agnóstico o hacia posiciones de izquierda radical (comunistas). La tremenda
experiencia del genocidio judío a manos de los nazis dio una nueva identidad
(más histórica que religiosa) a la minoría judía restante, muy reducida. Y
haría las conversiones más raras y más conscientes (Zolli, Lustiger). Hoy,
además de Israel, la minoría judía más importante está en los Estados Unidos,
donde hay que señalar también algunas conversiones (Nathanson. Novak).
2. Panorámica general antes del Concilio Vaticano II
Sin ningún ánimo de exhaustividad, vamos a hacer un
repaso de algunos conversos que han tenido mayor impacto cultural. Nos
limitaremos al área occidental. Sin olvidar nunca que la Iglesia está muy viva
y crece en otras áreas geográficas, como Corea, el Africa subsahariana, la
India, China o Taiwan. Donde también son frecuentes las conversiones, incluidas
conversiones de intelectuales.
Nuestro objetivo es trazar una panorámica, que nos
permita identificar un poco las dimensiones de este fenómeno. Vamos a agrupar a
los conversos por áreas lingüísticas. Se trata de un criterio algo arbitrario,
pero nos permitirá ordenarlos según una cierta homogeneidad cultural. Son
individualidades que no siempre es posible conectar entre sí, como si formaran
una red o una secuencia. Lo más característico de una conversión es lo que
tiene de relación personal con Dios, cosa que difícilmente se somete a
clasificaciones. En todo caso, dividiremos la exposición en dos periodos: la
«primera mitad» de siglo (que hacemos llegar hasta la preparación del Concilio
Vaticano II; y la «segunda mitad», a partir de los años sesenta.
1) La veta francesa
La primera mitad de siglo significa en Francia un gran
crecimiento de la presencia cristiana. Aunque esto no quiere decir que sea un
crecimiento general, o que se hayan resuelto las dificultades culturales
arrastradas desde la Revolución francesa y la instauración de un régimen
republicano de fuerte sesgo laicista. El siglo XIX fue un siglo de renovación
cristiana y de muchas fundaciones, después del tremendo trauma de la
Revolución. Entre muchos otros, llama la atención la actividad de un converso,
el P. Lacordaire, refundador de los dominicos en Francia, después de que esta
orden de tanto arraigo hubiera sido suprimida por la Revolución. Al inicio del
siglo XX, tenemos una pléyade de grandes dominicos intelectuales. Y, en otro
grado, lo mismo sucede en otras órdenes y congregaciones. Como muestra del
vigor intelectual de la época, tan llena de personalidades, ha quedado un
notable conjunto de obras enciclopédicas cristianas, además de una infinidad de
revistas.
En ese clima de vigor intelectual y espiritual, se
producen algunas conversiones de enorme y permanente impacto. Basta pensar en
los poetas Charles Péguy o Paul Claudel; y en los pensadores como el matrimonio
Maritain (Jacques y Raissa) y Gabriel Marcel. Es difícil exagerar la
importancia que tienen estos cinco personajes dentro de la cultura católica
francesa de la primera mitad de siglo. Tanto por su actividad como escritores,
como por sus contactos con muchas otras personas a las que ayudan en el camino
de la fe.
Pero también hay más poetas, novelistas y dramaturgos
(Max Jacob, Leon Bloy, Charles du Bos, Jean Cocteau, Huysmans, Julien Green);
científicos (Alexis Carrel, Pierre Lecomte du Noüy); y militares (Charles de
Foucault). Es de notar la del teólogo Louis Bouyer (Du protestantisme à l
Église), después sacerdote oratoriano, experto en muchos temas de liturgia y
diálogo interconfesional. Más adelante, la conversión de Lustiger, que sería
cardenal arzobispo de París y procedía del judaísmo.
El clima de origen de casi todos los conversos
franceses es el republicanismo radical típicamente francés, más o menos teñido
de socialismo, según los casos. Son hijos tardíos de la ilustración laicista y
anticlerical, que domina la mentalidad y las estructuras del Estado, y, de
manera especial, la educación oficial, en los liceos y en las universidades.
Como testimonio de toda esta época de conversiones, quedan los volúmenes de Convertis
du 20 siècle, que editó Casterman, en los años cincuenta. Eran cuadernillos con
las narraciones de las conversiones de mayor interés, muchas de ellas
francesas, aunque no se limita al ámbito francés.
2) La veta anglosajona
Los cincuenta primeros años del siglo XX son muy
importantes para la historia de la Iglesia católica en Inglaterra. Está dando
sus primeros pasos desde el cisma provocado por Enrique VIII. A lo largo del
siglo XIX el Estado ha suprimido progresivamente las leyes discriminatorias que
existían contra los católicos. Se ha establecido la jerarquía católica y están
creciendo todas sus instituciones con notable vigor. Por contraste, el
anglicanismo padece una crisis doctrinal y espiritual que le lleva hacia posturas
cada vez más liberales y, como ellos dicen, latitudinarias, ampliando
constantemente los límites para no perder adeptos. Se puede decir que el
proceso ha seguido hasta nuestros días, originando un flujo constante de
recepciones en la Iglesia católica entre los elementos más preocupados por la
identidad cristiana o con mayor amor por la tradición.
En este contexto, tiene una gran importancia, en el
siglo XIX, el «movimiento de Oxford». Fue un intento, nacido en el seno de la
Universidad de Oxford, para recuperar la identidad espiritual de la Iglesia
anglicana. Supone un renacimiento en el terreno de los estudios doctrinales, de
la práctica litúrgica y sacramental y de la devoción cristiana. Pero no
consigue vencer los obstáculos interiores: por eso, una parte importante de sus
miembros pasarán a la Iglesia Católica (Newman), mientras otros permanecen
anglicanos (Keble), reforzando su corriente anglocatólica hasta el final del
siglo XX. Todo esto será bellamente contado por el historiador Charles Dawson, él
mismo converso. Dejará una huella muy honda en la tradición anglocatólica.
Evidentemente, la figura más relevante es el cardenal
Newman, quien, al ser obligado a justificar su conversión escribe,
probablemente, el relato más famoso que existe sobre una conversión, después de
Las confesiones de San Agustín (Apología pro vita sua).
A su vez, Newman influye mucho en otros dos grandes
conversos que nos han dejado también espléndidos relatos de sus itinerarios
espirituales: G, K, Chesterton (Ortodoxia, Autobiografía), ensayista y
columnista, lleno de simpatía y vitalidad. Y C. S. Lewis (Cautivado por la
alegría), inteligente ensayista y profesor de literatura en Oxford y Cambridge
(después de haber perdido su fe protestante en la infancia, se incorporó a la
Iglesia anglicana). Son conversiones, preciosamente narradas, verdaderas obras
maestras de la literatura. Se han convertido, ellas mismas, en camino de
conversión, con un permanente impacto dentro del mundo anglosajón.
Además, hay notables incorporaciones al catolicismo
entre clérigos anglicanos intelectuales (Hugh Benson, Ronald Knox, que llegarán
a ser capellanes de Cambridge y Oxford), filósofos (Elisabeth Ascombe y Peter
Geach), novelistas (Evelyn Waugh, Graham Greene, Muriel Spark) poetas (Gerard Manley
Hopkins, Edith Sitwell); incluso notables actores (Sir Alec Guinnes). De muchas
de ellas nos quedan interesantes testimonios. Todo este ambiente está
maravillosamente narrado por Joseph Pearce, Escritores conversos. La
inspiración espiritual en una época de incredulidad. En 1925 pasó del
anglicanismo al catolicismo Frederic Copleston (1902-1994), mientras estudiaba
en Oxford: después, jesuita y autor de una monumental historia de la filosofía.
También fue importante el acercamiento de Thomas S. Eliot a la Iglesia
anglicana, en su versión anglocatólica.
Este movimiento tiene un amplio impacto al otro lado
del Atlántico, donde los tres autores (Newman, Chesterton, Lewis) marcan el
itinerario de muchos conversos al catolicismo, hasta nuestros días. El mundo
americano merecería por sí solo un estudio, teniendo en cuenta su honda
tradición de revivals religiosos. El catolicismo ha tenido una presencia
creciente y los testimonios de conversos son muy numerosos; algunos muy
famosos. Especialmente, Thomas Merton, (1915-1968), de origen cuáquero, se
convirtió en 1938, después de muchos viajes y el encuentro con El espíritu de
la filosofía medieval, de Gilson. Se haría trapense. Lo cuenta en La montaña de
los siete círculos. También se convirtió en 1927, la activista Dorothy Day
(1897-1980), alma del Catholic Worker Movement. Lo contó en su novela de fondo
autobiográfico The Eleventh Virgin. Menos famosa en su día, pero significativa,
la conversión de Avery Dulles, hijo de un Secretario de Estado norteamericano,
de origen presbiteriano no practicante. Sería jesuita y famoso teólogo, hecho
cardenal por Juan Pablo II. Contó su itinerario en unas primeras memorias (A
testimonial to Grace). También se convirtió en 1937, Marshall Mc Luham que
llegaría a ser un famoso ensayista.
3) La veta germánica
Tras la primera guerra mundial, se produce en Alemania
(y Austria) una convulsión política y cultural, que produce un fuerte efecto
espiritual. Hay una crisis de identidad y de sentido que mueve todas las
preguntas. Esto produce también un aluvión de conversiones. Las más importantes
proceden del luteranismo, muchas veces con una tradición ilustrada laicista
(kantiana y ghoetiana), y desde el judaísmo, generalmente no confesante.
Merece la pena recordar a dos grandes profesores de
Sagrada Escritura luteranos, Erik Peterson y Heinrich Schlier que se integraron
en la Iglesia católica. También cabe recordar a pensadores como Peter Wust, que
recupera la fe, y a Theodor Haecker, que, impresionado por la figura de Newman
(y de Kierkegaard) se incorpora a la Iglesia desde el luteranismo. Pero el
grupo más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el que rodeó a
Husserl en Gotinga: los primeros discípulos de la fenomenología, el Círculo de
Gotinga.
La fenomenología propiciaba una gran apertura a las
cosas y obligaba a poner cuidado en evitar los prejuicios. Esto hizo que entre
los fenómenologos de la primera hora se diera algo así como un esfuerzo de
sinceridad, una apertura ante los misterios de la realidad, que los hizo
abiertos y respetuosos ante las realidades del espíritu. De este modo, pudieron
escuchar las distintas voces del mensaje cristiano. Muchos de ellos,
procedentes de un judaísmo apenas practicante, se convirtieron sinceramente al
cristianismo luterano (Von Reinach) o católico (E. Stein, Von Hildebrand; y Max
Scheler que, después de varias oscilaciones, acabaría fuera de la Iglesia). Son
particularmente importantes el testimonio de Edith Stein, en sus escritos
biográficos; y el de Von Hildebrand, cuyas memorias todavía no se han publicado
(pero existe una agradable biografía escrita por su esposa Alice). Edith Stein,
después carmelita exterminada en un campo nazi de concentración, sería
canonizada por Juan Pablo II y se convertiría en patrona de Europa. Hildebrand
llegaría a ser un gran pensador de filosofía y ética en los Estados Unidos
(Fordham) y dejaría una gran huella intelectual. Intervino en otras
conversiones, por ejemplo de Hellmut Laun (Cómo encontré a Dios).
En el ámbito de la literatura alemana, merece la pena
recordar a Gertrud von Le fort (antes luterana); y al novelista Alfred Döblin
(antes judío); también a Franz Werfel, checo, de cultura alemana, que estaría
siempre a las puertas del bautismo. Después, el dominio nazi y la Segunda
Guerra mundial producirán una amarga crisis en la conciencia alemana, con un
alto grado de problematización, que afecta también a los intelectuales
cristianos (Heinrich Böll). Y se agudizará, mezclándose con problemas
doctrinales (y también con el «complejo antirromano»), produciendo una
situación difícil. Con todo, después de una dilatada vida narrada en sus
diarios, al final del siglo, hay que notar la conversión del casi centenario
Ernst Jünger, premio Nobel de Literatura.
4) La veta hispánica
En España o, más en general, en el ámbito de habla
española, no tenemos muchos grandes relatos de conversión. En parte, porque el
clima general es católico y las conversiones pueden suscitar menos impacto. En
parte también porque se realizan de una manera progresiva. En nuestro ámbito
escasean las grandes conversiones intelectuales, aunque sean frecuentes las
conversiones de intelectuales. Ha sido frecuente, por ejemplo, el caso de
pensadores laicistas, bautizados en su infancia, que, por la influencia de una
esposa practicante, con la edad, se reconcilian con la Iglesia.
Aparte del caso singular de Donoso Cortés en el XIX,
en la primera mitad del siglo veinte, encontramos otros casos notables. Quizá
el más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el de Manuel García
Morente, amigo y colaborador de Ortega, Decano de la renovada facultad de
filosofía de la Universidad Central de Madrid. Gran intelectual que deja un
estupendo relato de su conversión (El hecho extraordinario), que podría ponerse
dentro del grupo de los grandes relatos, junto a los de Chesterton o Lewis.
También se puede destacar el caso de la novelista
Carmen Laforet, autora de una famosa novela premiada (Nada), que refleja el
vacío existencial y de una segunda novela, de menos éxito, pero donde se
reflejan aspectos de su conversión (La mujer nueva). Y el de la poetisa
Ernestina de Champourcin, conversa durante su exilio en México, después de la
Guerra Civil. Además, en el ambiente de la guerra civil, se puede añadir la
conversión de Ramiro de Maeztu. Posteriormente, los libros-entrevistas de José
Mª Gironella, 100 españoles y Dios; y Nuevos 100 españoles y Dios, permiten
reconocer otros rastros e impactos varios. Hay muchas historias interiores,
pero, quizá, el pudor español a mostrar la interioridad y también la
politización de la posguerra, han hecho que no abunden o no sean conocidos.
5) La veta eslava
En Rusia, un cierto sector de la Intelligentsia, muy
desengañado de las ofertas de la ideología comunista, redescubrió sus raíces cristianas
(y ortodoxas). Rebroto en ellos el carisma del viejo cristianismo del pueblo
ruso. Tenemos el precedente, en el XIX, de la conversión moral de Dostoievsky
(y en parte, también, de Soloviev). Dostoievsky sufrió una honda transformación
espiritual mientras estaba deportado en Siberia, en lo que él interpretó como
un profundo encuentro con las honduras del alma rusa.
Un proceso paralelo se observa en la conversión de
Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y desvelador del
Archipiélago Gulaj. Su itinerario personal está jalonado de encuentros con
cristianos en los campos de concentración soviéticos. Allí muchos recuperaron
la fe. Muchos testimonios de fe, vivida en los campos de concentración, y en
otras circunstancias de martirio, han sido recogidas por Andrea Ricardi, Ils
sont morts pour leur foi. La persécution des chrétiens au XX siècle (Plon/Mame,
Paris 2002), a petición de Juan Pablo II.
También hay que notar los testimonios de Tatiana
Goricheva, que narra su propia conversión y refleja un ambiente de recuperación
de lo cristiano entre algunas minorías intelectuales, antes de la caída del
muro de Berlín.
6) Otras vetas
Hay más por supuesto, que los que hemos visto.
Podríamos incluir, por ejemplo, a la historiadora holandesa Cornelia J. de
Vogel. A la novelista sueca y premio Nobel, Sigrid Undset. En Italia, es
notable el caso de Israel Zolli (Zoller), rabino de la Sinagoga de Roma, que se
hizo católico tras la segunda guerra mundial y dejó un gran relato. Y del
escritor Giovanni Papini. En Canadá, el psiquiatra K. Stern, también de origen
judío, dejó un estupendo testimonio, además de una honda influencia
intelectual.
Constituye un testimonio del todo singular, el de la
conversión del doctor Paul (Takashi) Nagaï, médico japonés de cultura
sintoísta, pero ateo convencido. Removido por su experiencia clínica, se
removió su materialismo y acabó encontrando la fe católica. Era profesor de
medicina en Nagasaki cuando calló la bomba atómica y se convirtió en un héroe
de la ciudad por su trabajo humanitario y social, y sus publicaciones, que
ayudaron a la reconstrucción moral de la posguerra. Cuenta hermosamente sus
recuerdos en Les cloches de Nagasaki (Las campanas de Nagasaki).
3. Situación posconciliar: una nueva generación
Renovación y crisis
El proceso intelectual de la primera mitad de siglo
cambia bruscamente alrededor del Concilio Vaticano II. En un doble sentido. El
Concilio es uno de los grandes hitos de la historia de la Iglesia. Supuso un
fermento y una gran renovación cristiana. Acogió muchas de las perspectivas que
procedían de algunos conversos que hemos citado (Newman, Marcel, Maritain). E
inauguró una época de nueva evangelización en la que todavía nos encontramos y
que ha sido relanzada por el Papa Juan Pablo II.
El Concilio quería abrirse al mundo e iniciar una
nueva evangelización, con un diálogo más vibrante, que es un proyecto para
siglos. Sin embargo, la renovación eclesial fue unida a una grave crisis, que
se desató de forma colateral e inesperada. Y produjo sentimientos de
inseguridad, desafección, pérdida de entusiasmo evangelizador. Esta mezcla de
renovación y crisis posconciliar, con la interferencia de muchos factores
culturales ambientales, ha durado casi hasta la última década del siglo XX, pero
truncó muchos de los procesos intelectuales que estaban en curso.
El impacto del pontificado de Juan Pablo II
Al cabo de los años, el vigor intelectual y moral del
Pontificado de Juan Pablo II provocó un vibrante despertar cultural cristiano.
De una parte, habiendo participado activamente en el Concilio, afianzó las
líneas de mejora y redujo la perplejidad. Por otro lado, recuperó a muchos de
estos autores que hoy podemos considerar como clásicos del pensamiento
cristiano. El pontificado de Juan Pablo II, además del asombroso proceso de
disolución del comunismo del Este de Europa, produjo un notable impacto
cultural especialmente intenso en Estados Unidos y en Italia. En todo este
periodo, hay que notar algunas conversiones importantes, que vamos a repasar
rápidamente.
En medio de sus problemas, los Estados Unidos ha
vivido en los últimos decenios del siglo XX un nuevo revival cristiano. El
pontificado de Juan Pablo II fue seguido con gran interés y admiración por
minorías protestantes descontentas con la deriva liberal de sus confesiones o
grupos religiosos, especialmente del luteranismo. A hacerse católico se le
llama «cruzar el Tíber» o «volver a Roma». Los testimonios son muy abundantes,
incluso casi constituyen un género. Aquí sólo nos interesan aquellos que
ofrecen más interés desde el punto de vista intelectual.
En primer lugar, hay que notar, en 1990, la
incorporación del pastor luterano Richard John Neuhaus (1936-) que, ordenado
sacerdote católico, había fundado una revista interesada en el diálogo cultural
cristiano (First Things), a la que atraería a otros conversos (Robert Novack,
antes judío). Después se han producido otras incorporaciones (Leonard Klein,
Robert Wilken), procedentes del luteranismo. Otros intelectuales luteranos se
han encaminado, en cambio, hacia la Iglesia ortodoxa, que vive un momento de
gran vitalidad en Estados Unidos (Jaroslav Pelikan). También hay que notar la
incorporación a la Iglesia católica, del pastor presbiteriano Scott Hahn y su
mujer, Kimberly, que han dejado espléndidos relatos.
Un poco antes del pontificado de Juan Pablo II, en
1971, se había convertido E. F. Schumacher, economista mundialmente famoso por
su libro Lo pequeño es hermoso, de origen luterano. En 1979, fue Alasdair
MacIntyre conocido filósofo inglés, de pasado marxista, afincado en EE.UU y
autor de famosos ensayos. Acabando el siglo, y ya en el ocaso de su vida casi
centenaria, se incorporó a la Iglesia católica, Mortimer Adler (1902-2001),
muchos años Chairman de la Britannica y famoso pensador humanista, que procedía
del ateísmo, pasando por el anglicanismo. También se incorporó allí Peter
Kreeft, pensador de origen luterano danés. Por otros motivos, es de notar la
conversión del Dr. Bernard Nathanson, famoso médico abortista de origen judío.
A finales del XX, en la medida en que la Iglesia
anglicana cambiaba su disciplina en relación a la ordenación de mujeres,
divorcio y homosexualidad, se incrementó el paso a la Iglesia católica; como
sucedió con el antiguo Obispo anglicano de Londres, Mons. Graham Leonard. E
influida por la personalidad de Juan Pablo II y de la Madre Teresa de Calcuta,
se incorporó el famoso periodista, presentador de televisión y ensayista
Malcolm Muggeridge, que ha dejado un buen testimonio.
En Italia, destaca la conversión del periodista y
ensayista Vittorio Messori, de tradición comunista (aunque no la ha contado
todavía pormenorizadamente). La del empresario Leonardo Mondadori, de tradición
laicista, que sí nos la ha contado (La conversión), precisamente con la ayuda de
Messor. Y la de Alessandra Borguese, heredera joven de un ilustre apellido, que
también ha hecho un hermoso relato (Con ojos nuevos). Además, habría que tener
en cuenta a la novelista Susanna Tamaro. Por otros motivos, tiene interés el
testimonio de Domenico del Rio, religioso que abandonó el sacerdocio, fue
«vaticanista» en la prensa «laica» y recuperó la fe siguiendo el pontificado de
Juan Pablo II. Lo cuenta en su última biografía de Juan Pablo II.
En Francia, hay que señalar al final de siglo la
recepción del pastor luterano Michel Viot, que dirigía el luteranismo francés.
En los países nórdicos también se han integrado en la Iglesia católica varios
pastores luteranos, como Ola Tjorhom, especialista en ecumenismo. Y la diplomática,
también noruega, Janne Haaland Matlary (El amor escondido. La búsqueda del
sentido de la vida). En Alemania, hay que notar el testimonio del periodista
Peter Seewald, que hizo dos famosos libros entrevistas al cardenal Ratzinger, y
recuperó la fe (Cuando comencé a pensar de nuevo en Dios).
En España, y también
en relación con Juan Pablo II, se podría citar al novelista Juan Manuel de
Prada.
Las nuevas realidades eclesiales
Al acercarnos a las últimas décadas del siglo XX, nos
encontramos además con el vigoroso desarrollo de algunas nuevas realidades
eclesiales, que han surgido a lo largo del siglo XX y que se orientan, de
manera especial a la formación y acción apostólica de los laicos: El Opus Dei,
Movimiento Neocatecumenal, Comunión y Liberación, movimiento de los focolari,
etc. Aunque tienen muy distintas configuraciones canónicas y espiritualidad,
coinciden en ser fenómenos de gran vigor apostólico. Han suscitado gran
cantidad de conversiones, tanto de católicos, más o menos alejados, que recuperan
una fe viva (que quizá nunca tuvieron), como de miembros de otras confesiones
religiosas o de ateos. Pocas de ellas han sido vertidas en literatura, aunque
los testimonios menores son muy abundantes.
4. Análisis y conclusiones
Análisis
Volvamos a los procesos descritos, ¿qué podemos
obtener de ellos? ¿cabe sacar alguna conclusión? ¿se puede establecer alguna
regla? No parece fácil debido a su gran diversidad. Hay procesos repentinos y
otros largos. Paul Claudel cae de rodillas al escuchar las vísperas de Navidad
en la Catedral de Notre Dame de París. Frossard entra en una capilla con el
Santísimo expuesto, y adquiere la convicción de que el Señor está allí. A los
Maritain, los acerca a la fe un escritor entusiasta, converso y extraño como
Leon Bloy.
C. S. Lewis procede de un largo itinerario intelectual
en el que colaboran lecturas y amigos. Manual García Morente, en cambio, sufre
un proceso rápido, donde los argumentos se le acumulan en una noche, en parte
sugeridos por una audición musical en la radio (L enfance de Jesus, de
Berlioz). A Edith Stein, le decide un encuentro con la vida de Santa Teresa,
leída compulsivamente durante una noche. Al doctor Nagaï, le sacan de su
materialismo ateo y le ponen a buscar, el destello de los ojos de su madre
cuando muere.
El actor Alec Guinnes cae en la cuenta de lo que
significa la Iglesia católica cuando, en el descanso de una filmación, da un
paseo vestido con sotana y se encuentra con un niño que, sin conocerle de nada,
le coge de la mano y le empieza a hablar con toda confianza. Tatiana Goritcheva
se encuentra con el cristianismo al repasar un libro de Yoga, en el que se
recomendaba repetir, entre otras «mantras», el Padrenuestro. A Solzhenitsyn, le
lleva a la fe el testimonio ejemplar de algunos amigos en prisión y la
intuición de las raíces espirituales de Rusia A Scott Hahn, le lleva del
protestantismo al catolicismo, la investigación sobre la propia Biblia.
Fuera de algunas características comunes obvias, no
parece haber nada más. Cuando nos ponemos a analizar el fenómeno, nos
encontramos con dos protagonistas: Dios y un ser humano. Además, está el
decorado de fondo que son las circunstancias históricas y culturales en que se
mueve cada converso. La conversión es un encuentro entre un hombre que busca o
que está abierto al misterio, y Dios que se hace presente. Pero Dios se puede
hacer presente de muchas formas, a través del decorado (de destellos cristianos
presentes en la cultura ambiental) o bien a través del testimonio de otras
personas.
Bien sea de un modo o de otro, los conversos descubren
providencialmente algún signo de la trascendencia. Como Verdad que les ofrece
sentido y seguridad intelectual. Como Belleza que entusiasma, percibida en la
misma doctrina, en la armonía del mundo o en la celebración litúrgica. Como
Bondad que conmueve, al entrar en contacto con el sorprendente esplendor de la
caridad. La elevación moral de los santos, especialmente, el testimonio de la
caridad despierta la admiración de la gente honesta, que se siente atraída, y
ve confirmadas y realizadas en ellos sus intuiciones interiores.
El cristianismo ofrece metas a las que aspira
naturalmente el corazón humano, sobre todo en la medida en que es honesto.
Ofrece una relación personal, con un Dios Padre, que realiza el deseo de amar y
de ser amado; ofrece una familia y un clima espiritual (la Iglesia); ofrece
también salvación y consuelo ante el dolor y la muerte. Y, además nutre la
esperanza en un más allá, que promete la pervivencia y la plenitud personal, el
reencuentro con los seres queridos, y la superación de las dolorosas heridas
del mal y la injusticia en el mundo.
El que la conversión sea vivida como una enorme
convulsión espiritual o el que sea repentina puede darle un tono excepcional,
como en los casos que hemos repasado; y sin embargo, como decíamos al
principio, el anuncio cristiano es, en sí mismo, una invitación a la
conversión, tanto para los que no son cristianos como para los que lo somos. Es
decir, que no considera la conversión como algo excepcional, para unos
privilegiados que lo descubren, sino que es una llamada universal que responde
a la vocación más profunda del hombre: «convertíos y haced penitencia». Todos
los seres humanos estamos hechos para recibir este mensaje de salvación, que
responde a nuestros anhelos más auténticos.
Por eso, en el fondo, la pregunta no es ¿por qué se
han convertido unos pocos?, sino más bien ¿por qué no se convierten todos? Si
queremos plantear bien la cuestión, es preciso darle la vuelta. Es verdad que
algunos han tenido la suerte de percibir la luz y convertirse. Pero ¿por qué la
luz no llega a todos? ¿Por qué las conversiones son, en el fondo, un fenómeno
minoritario?
Conclusión: La luz en las tinieblas
1. La difusión de la fe sigue caminos humanos. Esto es
una sorpresa. Pero pertenece al misterio de la salvación. La Encarnación no
pudo ser en todas partes. Tuvo un momento y un lugar. Tampoco la
Evangelización, aunque nació con una vocación universal («id y predicad a todas
las gentes») se hace de un golpe. Se expandió, con esfuerzo y poco a poco,
desde la primera comunidad de cristianos que rodeó al Señor y a los Apóstoles.
Y siguió los cauces por los que se comunican los mensajes humanos: en primer
lugar, por el testimonio personal de los cristianos. Sigue siendo verdad el
reclamo de San Pablo: «¿Cómo creerán si no oyen hablar de él? ¿Y cómo oirán si
no hay alguien que predique? ¿Y cómo predicarán si no han enviados? Según está
escrito: «Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Nueva»» (Rm 10,
14-15). Además, el mensaje cristiano, al encarnarse en la cultura, deja también
muchos destellos de luz en las obras de pensamiento, de literatura, de arte,
que son llamadas de la verdad.
2. El antitestimonio cristiano. Los cristianos somos,
a la vez, luz y sombra. Es una dificultad importante para que la luz brille.
Con nuestras vidas poco ejemplares, poco cristianas, hacemos mucho humo.
Indudablemente no estamos a la altura del mensaje que llevamos. Con frecuencia,
los cristianos estamos acostumbrados al cristianismo y los que no son
cristianos están acostumbrados a no ver en nosotros nada extraordinario:
Nietzsche bromeaba: «me gustaría que los testigos tuvieran más pinta de haber
sido salvados». Este hiato entre lo que es y lo que debería ser, es, para los
cristianos, un motivo de humildad y también una invitación a una mayor
intensidad espiritual. Por motivos históricos y culturales, también por
importantes prejuicios, nuestros contemporáneos tienen dificultades para
encontrar suficientemente atractivas nuestras vidas o la historia de la
Iglesia. Pero los que encuentran en esto una excusa para no convertirse, no
conocen bien ni las cosas humanas ni las cosas de Dios.
3. Los anticuerpos de la verdad. Si el mensaje no
brilla como debería o no tiene el impacto deseado, se debe también a prejuicios
consistentes y muy arraigados. Son el fruto de una tradición ilustrada y
crítica, que ha pretendido justificarse y crear un mundo al margen del
cristiano. Desde hace dos siglos, hay una dialéctica muy perseverante en todos
los países tradicionalmente cristianos (Italia, Francia, Bélgica, España,
países latinoamericanos), que acumula argumentos contra el cristianismo (sobre
todo, la Iglesia) o mantiene vivos los de siempre (Cruzadas, Galileo,
Inquisición, Conquista de América). Es un mundo laico, que se defiende así,
como por instinto, de la fuerza vital del cristianismo. Esta crítica oscurece
mucho la luz de la fe presente en el mundo, actúa como un verdadero anticuerpo
de la verdad, y crea verdaderas costras culturales, que intentan impedir el
paso de la luz.
4. Una nueva evangelización. Con todo, la verdad tiene
sus caminos. Y, en tierras cristianas, como la nuestra, la cultura está
sembrada de destellos de la verdad cristiana. Sobre la relación entre el
cristianismo y el laicismo planea todavía el espectro de la Guerra Civil.
Algunos pueden pensar que no hay otro modo de tratarlo que el de una oposición
en dos frentes. Pero no es así. Estamos en condiciones de lanzar un diálogo
evangelizador, que necesita una mayor conciencia de lo que se ofrece, y una
mayor osadía y entusiasmo en el modo de ofrecerlo. En un medio cultural donde
ya se han producido casi todas las transgresiones, es preciso provocar una
nueva transgresión, pero esta vez reparadora. La transgresión cristiana
consiste en hacer brillar la luz en las tinieblas. Con el lenguaje de la verdad
(en una doctrina que ilumina), con el lenguaje del bien (el testimonio de la
caridad), con el lenguaje de la belleza (en la liturgia y el arte cristianos).
En una cultura mediatizada por los medios de comunicación, hay que hacer
patentes, también por este medio, las ideas, el testimonio moral y el
espectáculo (la celebración) de la fe cristiana.
5. Bibliografía
Con carácter general
Existen varias colecciones de testimonios o relatos de
conversiones, especialmente, de la primer mitad de siglo. Por ejemplo, S.
Lamping, Hombres que vuelven a la Iglesia, Ediciones y publicaciones españolas,
Madrid 1954; Testimonios de la fe. Relatos de conversiones. Ed. de M.
Nédoncelle y R. Girault, Rialp, Madrid 1953 (J ai rencontré le Dieu vivant,
Révue des jeunes, París 1952). Este volumen va precedido de un importante
estudio preliminar de M. Nédoncelle.
Son muy famosos los testimonios recogidos por F.
Lelotte, Convertis du XX siècle, Casterman, 6 vols., Paris –Tournai 1950-1960,
publicados antes en forma de folletos. Esta colección ha merecido una tesis. D.
Tourneux-Raymond, Le phénomène de la conversion au catholicisme d\'après la
collection «Convertis du XXè siècle» (1951-1961) publiée sous la direction de
Fernand Lelotte et dans la littérature religieuse des années 1950, Univ. Paris
XII, 1991. También del ámbito francés, señalamos el trabajo de F. Gugelot,
Conversions au catholicisme en milieu intellectuel 1880-1930. Univ. Lyon II,
1991, 95p.
Se pueden encontrar interesantes análisis literarios y
de conjunto en la famosa obra de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y
cristianismo, 6 vols., Gredos, Madrid. Nos interesan especialmente los
artículos sobre Graham Green, Gabriel Marcel, Sigrid Undset, entre otros.
Además, C. Pujol, Siete escritores conversos, Palabra, Madrid 1994, recoge
testimonios de escritores conversos (Joseph Joubert, G.M. Hopkins, Léon Bloy,
G.K. Chesterton, Max Jacob, Edith Sitwell y Evelyn Waugh).
J. M. Österreicher, Siete filósofos judíos encuentran
a Cristo, Aguilar, Madrid 1961 (tit. or. Walls Are Crumbling, Devin-Adair, New
York, 1952). Se centra más en el área alemana y recoge varios testimonios de
fenomenólogos (Husserl, Von Reinach, Max Scheler y E. Stein, aunque también Max
Picard, Maritain y Bergson). Mons. Österreicher –él mismo converso del
judaísmo- tenía información de primera mano sobre el ambiente de la primera
fenomenología. También son interesante los estudios de Jacques Vidal,
Phénomenologie et Conversions, en «Archives de Philosophie», 35 (1972),
209-243; y los artículos panorámicos de A. Pintor Ramos, Vicisitudes del
Movimiento fenomenológico aléman, en «Naturaleza y Gracia», 18 (1971), 367-411.
Procedente del ámbito norteamericano, destaca 24
Aventuras del alma. Veinticuatro experiencias personales, Palabra, Madrid 1993.
Forma parte de un tipo de literatura apologética hoy abundante en EE. UU. Se
puede consultar fácilmente en Amazon. En este libro, llama la atención el
enorme influjo de Newman, Chesterton y, en particular, Lewis en los procesos de
conversión, sobre todo de intelectuales.
Recientemente, hay que destacar la serie de biografías
y trabajos emprendidas por Josef Pearce, él mismo converso. Comenzó por una
estupenda biografía de G. K. Chesterton (Encuentro 1998). Y ha seguido
publicando otras sobre Sholzhenitsyn, Wilde, Hilaire Belloc, C. S. Lewis
(también, sobre Tolkien), algunas traducidas. Destaca un magnífico libro de
conjunto Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de
incredulidad, Palabra, Madrid 2006 (Litteray Converts, Ignatius Press, NY
2002).
En la misma línea, Ch. Connor, Classic Catholic
Converts (Ignatius Press, 2003); Stephen K. Ray, Crossing the Tiber.
Evangelical protestant discover the historical Church (Ignatius Press 1997);
Ian Kerr, The Catholic Revival in English Literature (1845-1961) (Gracewing
2003); Patrick Allit, Catholic Converts, British and American Intellectuals
turn to Rome (Cornell University Press 1997).
Hay algunas biografías de conversos que tienen gran
fuerza. Por ejemplo, J. P. Six, Itinerario espiritual de Carlos de Foucauld,
Herder, Barcelona 1998. Y, la de A. Von Hildebrand, Alma de león. Biografía de
Dietrich von Hildebrand, Palabra, Madrid 2001, entre otras muchas.
Algunos testimonios autobiográficos
San Agustín, Confesiones
J. H. Newman, Apologia pro vita sua, Encuentro, Madrid
1997
G. K. Chesterton, Autobiografía
- Ortodoxia
C. S. Lewis, Cautivado por la alegría, Encuentro,
Madrid 1002
Alec Guinness, Memorias, Espasa Calpe, Madrid 1987
Malcolm Muggeridge, Conversión: un viaje espiritual,
Rialp, Madrid 1991 (Confessions of a 20th-Century Pilgrim, Harper & Row,
San Francisco 1988)
Avery Dulles, A testimonial to Grace (1946; reeditado
mejorado en 1996)
Thomas Merton, La montaña de los siete círculos,
Edhasa, Madrid 1981
Dorothy Day, La larga soledad. Autobiografía, Sal
Terrae, Santander 2000.
Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar, Rialp,
Madrid 2003
Bernard Nathanson, La mano de dios. Autobiografía y
conversión, Palabra, Madrid 1997
Richard John Neuhaus, How I became the Catholic I was
(texto de la revista First Things, en Internet)
Raïssa Maritain, Les grands amitiés 1949): Las grandes
amistades
Jean Cocteau, Lettre a Jacques Maritain (1926)
Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Iberia, Madrid 1970
André Frossard, Dios existe y yo me lo encontré,
Rialp, Madrid 2001
Louis Bouyer, Du protestantisme à l Église, Cerf,
Paris 1959
J. M. Lustiger, La elección de Dios, Planeta, Madrid
1989
P. Nagaï, Les cloches de Nagasaki, Casterman, París
1953
Karl Stern, Le Buisson Ardent, Ed. du Seuil, París
1951
Edith Stein, Autobiografía, (tit. or. Aus dem Leben
einer jüdischer Familien), traducido como Estrellas Amarillas, Ed. de
Espiritualidad, Madrid 1992 también en el vol. I de sus Obras Completas, Madrid
2002.
Hellmut Laun, Cómo encontré a Dios, Rialp, Madrid 1986
Manuel García Morente, El hecho extraordinario, Rialp,
Madrid 1996
Tatiana Goricheva, Nosotros soviéticos conversos, Ed.
Encuentro, Madrid 1986
Tatiana Goricheva, Hablar de Dios resulta peligroso,
Herder, Barcelona 1988
Janne Haaland Matláry, El amor escondido: la búsqueda
del sentido de la vida, Belacqua, Barcelona 2002.
Peter Seewald, Mi vuelta a Dios. Cuando comencé a
pensar de nuevo en Dios, Palabra, Madrid 2006
Eugenio (Israel) Zolli, Mi encuentro con Cristo, Rialp
Madrid 1947
L. Mondadori y V. Messori, La conversión: una historia
personal, Grijalbo, Barcelona 2004.
Alessandra Borghese, Con ojos nuevos, Palabra, Madrid
2006.
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Gentileza de Fluvium.org
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