exige una ‘especial’ adhesión al
magisterio de Francisco
Carlos Esteban, 29 enero, 2018
Infovaticana
En el documento se incluye que “quienes imparten
materias relativas a la fe y a la moral tienen que ser conscientes de su deber
de llevar a cabo su tarea en plena comunión con el auténtico Magisterio de la
Iglesia, sobre todo, con el del Romano Pontífice”.
Pasaré de puntillas, sin ahondar demasiado, sobre el
estado, digamos, cuestionable de los estudios eclesiásticos católicos, a juzgar
por sus frutos, pero creo no ser el único en pensar que una revisión en
profundidad de los mismos no llega ni un minuto demasiado pronto.
Por eso he leído con esperanza la noticia sobre la
iniciativa de la Santa Sede que supone la publicación de ‘Veritatis gaudium’,
nueva constitución apostólica sobre las universidades y facultades
eclesiásticas. Esperanza, no les voy a engañar, teñida de un creo que
comprensible recelo.
Leo y me encuentro la palabra ‘renovación’, término
católico donde los haya. Cristo “hace nuevas todas las cosas” y la perpetua
conversión que debe ser la vida de un cristiano no es otra cosa que una
continua renovación espiritual. Ese “equilibrio inestable” de lo nuevo y lo
eterno -o de lo que es siempre nuevo porque es eterno- es lo que convierte la
aventura de la fe en una verdadera ‘historia interminable’.
Pero el equilibrio se rompe cuando se pone demasiado
énfasis en “nuevo” a expensas del otro término, no menos necesario, de
“perenne”.
Leo “nueva etapa de la misión de la Iglesia”,
“renovación sabia y valiente”, “transformación misionera de una Iglesia «en
salida»”, “renovación adecuada del sistema de los estudios eclesiásticos”,
“cambio radical de paradigma” (???), “valiente revolución cultural”, “abierta a
nuevos escenarios y a nuevas propuestas”… Todo tan nuevo, en fin, que se diría
que estamos ante una realidad distinta a la conocida. Uno echa de menos, quizá,
alguna referencia más a la Tradición, y de más ese lenguaje tan revolucionario.
O, si lo de Tradición suena feo, a los orígenes, a la
razón de ser, a la fuente. Por ejemplo, cuando habla de que los nuevos centros
de estudio deben empeñarse en un diálogo “orientado al cuidado de la
naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y
de fraternidad”. ¿No falta nada ahí? ¿Por ejemplo, no sé, Cristo, la salvación
de las almas, la vida eterna, la difusión de la fe, esas bagatelas? Si a lo que
deben estar orientadas es a la “naturaleza y a la defensa de los pobres”,
cualquier partido de izquierda radical puede cumplir esa misión sin todo el
farragoso aparato eclesial.
Pero no es ese el punto que más ha llamado mi atención
en la constitución apostólica. Quizá recuerden que hace unos días nos hicimos
eco de un rumor que recogimos como tal rumor, sin dar credibilidad alguna a su
contenido pero señalando cómo resultaba sintomático de la creciente confusión
en la Iglesia el hecho de que fuera creíble para no pocos conocedores de los
vericuetos vaticanos. Y si es, más que deseable, urgente que los docentes en
materias eclesiásticas impartan sus clases en plena comunión con el Magisterio
de la Iglesia, llama un tanto la atención la redacción de Veritatis Gaudium en
este aspecto:
“Quienes imparten materias relativas a la fe y a la
moral tienen que ser conscientes de su deber de llevar a cabo su tarea en plena
comunión con el auténtico Magisterio de la Iglesia, sobre todo, con el del
Romano Pontífice”.
¿Sobre todo? ¿Por qué ‘sobre todo’? ¿Es más magisterio
el que plantea hoy Francisco que el acumulado estos dos últimos milenios?
Entendemos que se pueda incluir, aunque resulte
redundante, el magisterio que se pueda derivar de este pontificado, pero,
¿sobre todo? Uno no quiere pensar en la reacción airada y unánime de los que
hoy saltan voluntarios en feroz defensa de los ‘nuevo aires’ si un Juan Pablo
II o un Benedicto XVI hubieran incluido ese “sobre todo” en una constitución
similar, poniendo las enseñanzas de sus papados por encima del resto del
magisterio.
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