Documento de la Conferencia Episcopal
1981
INTRODUCCIÓN
1. La
iglesia, a través del cumplimiento de su propia misión, “camina unida a la
humanidad y se solidariza con su suerte en el seno de la historia”1. De allí
que nuestra función especifica de obispos, al ponernos ante la responsabilidad
de evaluar el actual desarrollo de la evangelización en nuestro país,
íntimamente ligada a su acontecer histórico, nos lleve también a meditar sobre
el curso y el destino de nuestro pueblo.
2. Queremos
que nuestras reflexiones sirvan al diálogo con nuestros conciudadanos. El
diálogo nos ayudará a expresar con lealtad nuestro pensamiento; nos otorgará el
mérito de haberlo expuesto a las objeciones de los demás y nos permitirá
descubrir la verdad contenida en las reflexiones y en las opiniones ajenas.2
Nuestro pensamiento se ofrece sincero a la población
entera del país que aporta su historia y su vida, expresada sobre todo en su fe
religiosa, en el patrimonio de su sabiduría viva y de su cultura, en sus
esperanzas y en sus sufrimientos.
Se dirige también a los representantes y a los
responsables de la vida institucional del país, con quienes hemos mantenido
encuentros y conversaciones amplias, francas y comprensivas, pero con libertad
evangélica.
A los responsables de la vida política y social les
ofrecemos nuestra cooperación leal y desinteresada en las grandes causas que
afectan a la vida de la Nación: la justicia, los derechos de la persona, el
bien común, la paz y la participación en todas las cosas que tocan a los
ciudadanos.3
Nos dirigimos a todo argentino, cualquiera sea su
responsabilidad y actividad, para comunicarle la fuerza animadora del evangelio
con el deseo de nutrir con ella su vida personal y la convivencia social.
PRIMERA PARTE
NUESTRA HISTORIA
3. Una
meditación profunda sobre la vida de nuestro pueblo nos conduce necesariamente
a considerar el pasado, a auscultar con atención el presente y así vislumbrar
su futuro y su destino.
Es una tarea difícil, que con frecuencia no llega a
juicios ciertos y a evaluaciones claras del pasado. A veces sólo presenta
interrogantes; pero también los interrogantes sirven para prevenirnos y
orientarnos en la construcción del futuro.
I. La época española
1. Espíritu cristiano de nuestra cultura
4. Desde
los orígenes de la América española, la Iglesia con la predicación, el bautismo
y los demás sacramentos, contribuyó a comunicar un espíritu cristiano y
evangélico que penetró la raíz misma de la cultura en gestación. Cooperó así a
humanizarla en la medida de las limitaciones de toda obra humana. Fue el aporte
de la fe cristiana a la naciente cultura. La misma Iglesia estuvo entonces
presente adoptando un modo de estrecha unión con el Estado español, que tuvo
sus luces y sus sombras.
2. Identidad y unidad cultural latinoamericana
5. El
espíritu cristiano que la Iglesia sembró en el momento en que el elemento
autóctono enfrentaba al llegado desde Europa, contribuyó a crear un dinamismo
generador de un nuevo tipo cultural y de una particular unidad espiritual a
escala latinoamericana.
6. La
Iglesia, en efecto, al predicar la fe e impartir el bautismo al indígena,
reconocía su carácter racional y humano. Procediendo así cultivaba en él la
conciencia de la propia dignidad del hombre, hijo de dios e impulsaba al
europeo al reconocimiento de esa dignidad. Por eso, la fe y el bautismo
recibidos por la mayoría, fueron semilla de una básica conciencia de igualdad y
de la posesión de derechos comunes al blanco y al indio.
Ello coadyuvó a fortalecer una tendencia integradora
de culturas a través del mestizaje, que se manifiesta claramente en estos
territorios desde los inicios de la conquista. Prácticamente en el término de
un siglo nace una nueva cultura, fruto de la integración del indígena, el negro
y el conquistador hispano-lusitano que desemboca en un hondo e integrador
mestizaje cultural.
7. Además
de la nueva identidad cultural, que surge del encuentro de las razas, comienza
a gestarse la integración de los pueblos americanos que se saben vinculados por
una misma fe, una misma lengua, un idéntico estilo de vida que muestra valores
y rasgos comunes, conservando sus particularidades regionales.
América, integrada políticamente a España, no fue una
mera repetición cultural, ni de España ni de las culturas precolombinas. Nació
y se formó un nuevo pueblo. Y así, en la conciencia de esta nueva y propia
identidad, en la conciencia común y solidaria de una propia dignidad que se
expresa en el espíritu de libertad, se preparó, ya desde entonces, el principio
de la futura independencia.
8. A partir
de estos inicios de la América hispana, en cuyo seno germinó nuestra Nación, se
nos plantean graves interrogantes e inquietantes alternativas: ¿Perseveraremos
en partir de la base de un humanismo impregnado de espíritu cristiano? Y, ¿cómo
mantener un espíritu cristiano abierto, acogedor y pluralista? ¿Continuaremos
en la unidad cultural que nos marcó en los comienzos o recomenzaremos desde
otro nacimiento? En todo caso, ¿cómo ser fieles a nuestra identidad, sin dejar
de asimilar creativamente los valores que aportan otras cultura y la misma
evolución de los tiempos? Y, ¿cómo abrirnos a lo universal sin caer en cómodas
subordinaciones o en fáciles imitaciones?
Del amplio ámbito de aquella unidad cultural surgieron
la Nación argentina y otras Naciones hermanas. El pueblo argentino nace en el
espacio fraterno de la solidaridad latinoamericana que no puede ser borrado de
la memoria histórica.
3. Instituciones y actitudes de vida
9. El
espíritu cristiano, si bien ha otorgado una íntima conciencia de la dignidad
humana, de la igualdad de los hombres y de los pueblos entre sí, no ha llegado
a expresarse plenamente en las instituciones y en las actitudes de vida.
Es así como en esta primera época aparece lo ambiguo y
lo contradictorio. Aun cuando una cultura arraiga en la fe, se desarrolla, sin
embargo, como historia del bien y del mal, de la gracia y del pecado.
10. La
condición política fundamental en esta época está determinada por la conquista
española. Es innegable que todo el espíritu cristiano de la España descubridora
se vuelca generosamente en la evangelización de las nuevas tierras. Este
espíritu cristiano aflora en todas las instituciones que lentamente se van
creando, en las mismas leyes nuevas que surgen de una discusión que comprometía
desde el principio la misma soberanía de la Corona. Quizás fuera importante
reconsiderar desde nuestra perspectiva aquella lucha gigantesca por la libertad
de pensamiento y de palabra en un momento en que los intereses del Estado
aparecieron comprometidos por las ideas en pugna.
11. Es cierto,
por otra parte, que aquellos buenos propósitos han sido contradichos en gran
medida por los hechos. En efecto, en el mismo espacio y tiempo español se
produce un primer gran cuestionamiento: se pregunta por el derecho a la
conquista y se discute acerca de la capacidad de los pueblos amerindios,
poniendo así la base del futuro derecho internacional, que reconoce la igualdad
de todos los pueblos, el derecho de cada cultura a aportar libremente a la
cultura universal, así como la negación del derecho de un pueblo a dominar
sobre otro. Pero al mismo tiempo se desbaratan las elites conductoras de los
pueblos indígenas y se reconoce como justo el sistema de la encomienda, que por
una parte confía al indio encomendado al español como mano de obra, y al mismo
tiempo preceptúa que se le trate humanamente y se lo instruya en la fe.
12. En esta primera época se ejerce una política que
ofrece amplios espacios de libertad y participación; éstos permitieron a los
organismos intermedios hacer frente a los excesivos privilegios de los
conquistadores y contrarrestar el abuso de poder de representantes de la misma
Corona.
13. En Hispanoamérica, el problema social involucra un
conflicto directo entre la teoría jurídica y la presión de los intereses
creados; entre las buenas intenciones de la Corona y el espíritu de explotación
que, a veces, aparece en la nueva sociedad colonial. Se reconoce al indio como
persona, sin que se le permita el acceso a los estratos superiores de la
sociedad.
Estas dificultades reales ni empalidecen ni quitan
mérito a la misión desarrollada por la Iglesia, quien, a través de la acción
social de la caridad y de educación que le son propias, contribuye a formar
todas las instituciones públicas. Desde el inicio influye eficazmente en las
Leyes de Indias, crea casi todo lo que existe en orden a la educación de la
niñez y de la juventud de ambos sexos. Ampara al huérfano y al anciano, cuida a
los enfermos y defiende al indio, al esclavo y al pobre.
14. También en estos primeros tiempos la Iglesia fue
herida en sus fibras más íntimas. Entonces hubo momentos dolorosos, y de éstos
no puede callarse la expulsión de los jesuitas. Los acontecimientos de este
tipo, no sólo han ido contra la Iglesia, son golpes asestados al cuerpo mismo
de la sociedad, en especial contra los hijos más pequeños y necesitados, con la
consiguiente proyección negativa en todo el territorio.
15. Hispanoamérica, ligada a la economía española,
pasa posteriormente a estar condicionada por el proceso industrial iniciado en
otras naciones. Tuvo cierta autonomía en materia económica que le permitió
proveer a sus necesidades más elementales, pero quedó desamparada y sin los
medios técnicos que le permitieran hacer frente al nuevo desarrollo industrial.
II. La época independiente
1.- Nuevas circunstancias históricas
16. A partir de la independencia, nuestra Nación se
encuentra abocada a nuevos cometidos. Mirando globalmente los acontecimientos,
la Nación procura integrarse al moderno proceso occidental.
17. Esta voluntad de asimilarse al nuevo proceso se
concretará en la necesidad de procurar una nueva estructura política y en la
búsqueda de una nueva ubicación de la economía nacional en el reciente proceso
industrial de Europa. Además, en otra vertiente, se nota el ensayo más radical
de dar una nueva inspiración al propio ser y cultura nacionales.
En todos estos campos, la Nación se vio obligada a un
discernimiento sumamente difícil. En ella, corrientes diversas se cuestionan
recíprocamente, imponiendo la mayoría de las veces victorias unilaterales que
en su momento imposibilitaron la reconciliación de los argentinos.
18. También la Iglesia se encontró enfrentada nuevos
problemas y obligada a discernirlos no sin dificultad.
19. A partir de los momentos iniciales de la
emancipación, la Iglesia vio disminuir sensiblemente sus fuerzas
evangelizadoras.
Como causa de ello pueden mencionarse: las
dificultades de relación con la Santa Sede y la consiguiente falta de
nombramientos de obispos; la intromisión estatal en la vida y régimen de los
conventos y seminarios; la actitud de personas consagradas que, a veces,
dejando las tareas pastorales, se dedicaron por entero a la afirmación y
organización políticas del nuevo Estado.
Sin embargo, el esfuerzo de la Santa Sede logrará,
mediante la reconstrucción de la jerarquía eclesiástica, salvar la unidad en la
fe y la religiosidad del pueblo.
2.- Espíritu cristiano e identidad cultural
20. La preocupación de promover, por medio de la
inmigración, el crecimiento demográfico del país, implicaba para algunos el
deseo de cambiar su identidad cultural, subordinándola a la ideología del mero
progreso material y económico.
La Iglesia se inquieta frente al riesgo de sustituir
la inspiración cristiana de la cultura por otras ideologías.
La inmigración que llega al país, preponderantemente
de origen latino y católico, la afirmó en sus raíces más genuinas y permitió a
los inmigrantes y a sus hijos una integración que llevará a estos a contribuir
activamente en la formación del país de los argentinos con todas las características
que nos son propias. Pero tampoco se trataba de una unidad cultural monolítica
y cerrada. El advenimiento de minorías provenientes de diversas culturas ayudó
a incrementar un espíritu pluralista y de comprensión.
21. Obviamente, la Iglesia enfrenta nuevas y difíciles
circunstancias, que la llevan a una mayor tolerancia religiosa, aun en
situaciones que ciertamente no aprobó, como el caso de la unión civil para los
católicos y la ley de enseñanza laica.
La Iglesia no verá en esto la concreción de una mera
neutralidad confesional procurada por el Estado, ni una forma de encauzar un
legítimo pluralismo religioso, sino la voluntad legalmente disimulada de
impedir la inspiración cristiana de la cultura nacional.
22. El laicismo
educativo procuró erróneamente desvincular la cultura impartida oficialmente de
su raíz religiosa y de la tradición defendida y mantenida por muchos
libertadores y próceres (San Martín, Belgrano, et.). Al educar excluyendo
positivamente a la religión, también a la religión natural, desarraiga a la
cultura de toda opción religiosa, fundamento determinante de otras pociones. Y,
lo que es peor aún, crea una división entre la cultura popular, que es
religiosa, y la cultura pretendidamente neutra de la escuela oficial.
Los rasgos característicos de al ideología liberal
fueron encarnados por muchos hombres de fines de siglo. Cuestionamos las
consecuencias fácilmente presupuesta de su accionar, dado que muchos males que
nos afectan hoy a los argentinos, encuentran su origen también en ese
pensamiento.
23. A pesar de estos intentos, nuestro pueblo ha
mantenido un espíritu y valores profundamente cristianos. La institución
familiar se constituyó en la principal transmisora de la fe y de los valores
evangélicos, pero la escasez de sacerdotes y religiosos no ha permitido un
desarrollo más maduro y evolucionado de esa fe en el plano del conocimiento y
la práctica de la religión; así aparece el problema de la ignorancia religiosa,
que padecen muchos estratos de nuestra sociedad.
3.- Niveles político, social y económico
24. El ideal de
emancipación alimentado por nuestro pueblo tiene su base en el espíritu
cristiano. Teólogos españoles, como Vitoria y Suárez, propusieron este ideal de
libertad a todos los pueblos. Lo propuesto tiene su raíz en la filosofía
escolástica, aunque luego se lo formulara con los conceptos de la modernidad.
Este ideal de libertad estuvo siempre e
indefectiblemente sostenido por la presencia de la Iglesia en la tarea de
organizar la República desde sus fundamentos. La misma Iglesia alentó a sus
hijos sacerdotes y laicos en la labor de la organización política del país, y
estuvo presente en el momento de proceder a la creación de las instituciones
básicas de la nacionalidad. La Iglesia está unida a l Nación en un mismo ideal
de libertad e independencia.
25. Este ideal ha significado muchas veces un proceso
doloroso en el andar de la Iglesia junto a la patria, y así la recia
personalidad de Fray Mamerto Esquiú, a pesar de los reparos doctrinales que con
respecto a la Constitución tenía, consiguió, con la eficacia de su palabra, la
aceptación de nuestra Carta Magna en un momento difícil de la organización
nacional.
Ante el espectro de nuevas luchas civiles, se
impusieron la paz y la cordura, gracias al prestigio del virtuoso franciscano,
que sería luego obispo de Córdoba, y quien no dudó en hacer una opción por
encima de todas las banderas políticas, sin más meta que el bien de la Nación,
superando grandes males y consiguiendo el don inapreciable de la paz.
26. Inmediatamente se abre el auge y la consolidación
del sistema ideológico liberal con sus múltiples contradicciones, con su
desprotección del hombre frente al Estado, con los sistemas previsionales
confiados a la buena voluntad y a la caridad de los particulares.
En este momento difícil de la historia de la iglesia
en la Argentina, ella no cesará de revitalizar, en la medida de sus
posibilidades, las asociaciones intermedias, insistiendo en las libertades
municipales y domésticas,4 y alentando un renovado espíritu de caridad a través
de las congregaciones religiosas, de los vicentinos, y del compromiso
evangelizador por medio de laicos de destacada labor en la cátedra y el
parlamento, como Frías, Estrada y otros; y de iniciativas como los Círculos
Católicos de Obreros y los congresos de católicos argentinos.
III Los últimos tiempos
1. Factores positivos
27. En el
período que va desde fines del siglo pasado hasta nuestro tiempo se hace
evidente la tensión constante entre el espíritu cristiano y el ideario
laicista. Hay que reconocer que el mismo programa educativo que obstaculizó la
transmisión de la tradición religiosa en los establecimientos escolares
oficiales, llevó a la población a un grado de instrucción importante.
28. La época de la organización nacional dio una
estructura material al país que le permitió avanzar durante muchos años en
aspectos económicos. Este crecimiento fue también hecho posible por la fuerte
corriente inmigratoria antes mencionada que, a su vez atraída por las
condiciones del país, se integra a la vida y a la historia del mismo realizando
a la Nación un aporte de características verdaderamente relevantes. Ese aporte
nos dará a los argentinos una fisonomía especial que, si bien nos distingue de
los países que tienen una preponderante población de origen precolombino, no
nos separa de ellos, porque por encima de todo nos unen una misma fe, una
idéntica historia y una lengua común.
29. El proceso histórico ahondará los valores
políticos de orientación democrática y participativa, que quedan
definitivamente incorporados a los rasgos de nuestra nacionalidad.
En una primera etapa se logró que en la mayoría de
nuestro pueblo arraigara la voluntad de participar políticamente en los
destinos de la Nación.
Con el correr de los tiempos, en distintas etapas y de
maneras diferentes, se fue realizando una intensa incorporación de los
trabajadores a la vida pública llevada a cabo con espíritu nacional.
La justicia social, enseñada por los Papas, se fue
integrando al proyecto social de los argentinos y constituyó un valioso aporte
para la difusión y profundización de estas tendencias en nuestro pueblo, desde
el ya lejano 1891, en que León XIII publicaba la Encíclica Rerum Novarum.
Destacamos la presencia de la Iglesia, en cada uno de
sus obispos y sacerdotes dispersos en las ciudades y en los campos inmensos,
haciendo posible la presencia del Señor en el corazón de tantos argentinos. La
vemos en los religiosos y religiosas, en los catequistas y en las familias, que
entregan con generosidad sus vidas a la difusión del reino de Dios, y en tantos
laicos que actúan en los diversos campos del quehacer público y privado.
2. Factores negativos y problemas
30. Aquellos factores positivos, definitivamente
incorporados a la Nación, no ocultan nuestras falencias, que han dificultado el
afianzamiento y desarrollo de los principios citados en el corazón de las
personas y de las instituciones.
El gran problema aún subsistente radica en que las
características que reconocemos como propias no han sido traducidas
adecuadamente por las estructuras políticas, económicas, sociales, educativas.
31. Desgraciadamente con frecuencia, cada sector ha
exaltado los valores que representa y los intereses que defiende, excluyendo
los de otros grupos. Así, en nuestra historia se vuelve difícil el
reconocimiento de los errores propios y, por tanto, la reconciliación.
No podemos dividir al país, de una manera simplista,
entre buenos y malos, justos y corruptos, patriotas y apátridas. No queremos
negar que haya un gravísimo problema ético en la raíz de la crítica situación
que vive el país, pero nos resistimos a plantearlo en los términos arriba
recordados.
32. El Occidente, en buena medida y desde hace tiempo,
se apartó de al fe cristiana de sus mayores. Ese debilitamiento, amargo fruto
de la filosofía europea de los siglos XVIII y XIX, provocó las ideologías que
hoy se disputan el mundo. Coinciden en desconocer y rechazar a Dios, como
fundamento necesario y último del orden moral y jurídico. Como consecuencia, se
acentuó el culto de los nuevos ídolos, triste deformación de la religiosidad.
Algunos de estos fueron denunciados por los obispos
reunidos en Puebla, como la riqueza y el poder cuando son transformados en
valores absolutos,5 y en general todo lo relativo que se constituye en absoluto
y pospone los valores evangélicos que proceden de Jesucristo.
33. El mal de
la violencia no es extraño a nuestra historia. Se hizo presente en diversas
épocas políticas, pero nunca en forma tan destructora e inhumana como en estos
últimos años.
La violencia guerrillera enlutó a la patria. Son
demasiadas las heridas infligidas por ella y sus consecuencias aún perduran en
el cuerpo de la Nación. Y, así como es dificultoso dar un diagnóstico de sus
causas, no es menos difícil acertar con una verdadera terapia que cure sus
efectos.
Resulta imprescindible el discernimiento sobre las
fuentes que la alimentaron, tanto en orden interno como externo, para evitar su
resurgimiento, con su consecuente caudal de muerte, atropello e injusticia.
Distorsiones ideológicas, principalmente las de origen
marxista, desigualdades sociales, economías afligentes, atropellos a la
dignidad humana, serán siempre, en cualquier parte del mundo, caldo de cultivo
para extremismos, luchas y violencias.
También se debe discernir entre la justificación de la
lucha contra la guerrilla, y la de los métodos empleados en esa lucha.
La represión ilegítima también enlutó a la patria. Si
bien en caso de emergencia pueden verse restringidos los derechos humanos, éstos
jamás caducan y es misión de la autoridad, reconociendo el fundamento de todo
derecho, no escatimar esfuerzos para devolverles la plena vigencia.
No es confiando en que el tiempo trae el olvido y el
remedio de los males como podemos pensar y realizar ya el destino y el futuro
de nuestra patria.
34. Porque se ha ce urgente la reconciliación
argentina, queremos afirmar que ella se edifica sólo sobre la verdad, la
justicia y al libertad, impregnadas en la misericordia y en el amor.
35. Presupuesta la necesidad de la reconciliación de
los argentinos por lo menos como intención de los gobernantes y del pueblo,
será necesario ponernos de acuerdo en aceptar un estado de derecho, que el país
juró hace más de un siglo, dentro de una República federal y representativa.
Desde hace cincuenta años, casi no se ha logrado un
gobierno constitucional estable. Muchos son los que investigan las causas de la
inestabilidad institucional argentina. Algunos creen que la antinomia que
separaba a federales de unitarios sigue vigente aún hoy. Otros, desconfiando de
la democracia, pretenden que sólo gobiernos autocráticos ejercidos por una
élite iluminada, por las Fuerzas Armadas, un líder o el proletariado, son la
solución a la inestabilidad.
Lo que parece claro es que la Argentina sufre una
crisis de autoridad, crisis del estado de derecho, porque no hay voluntad de
someterse al imperio de la ley justa y de la autoridad legítimamente
constituida, tal vez porque se ha desarraigado la autoridad legítimamente
constituida, tal vez porque se ha desarraigado la autoridad de su origen
último, que es Dios. Se ha olvidado que el acatamiento que se debe a la ley,
obliga por igual a todos, a quienes poseen la fuerza política, económica,
militar, social, como a los que nada poseen.
36. Se entiende que por se la reconciliación obra de
la caridad y también de la libertad, esta debe restituirse en el pleno
ejercicio de los derechos ciudadanos. Así en el diálogo fecundo entre todos los
sectores de la patria, podrá encontrarse el modo de convivencia que espete
nuestra cultura.
La reconciliación se fundamenta en la caridad y se
ejercita en la libertad, pero sólo puede ser perdurable si se edifica sobre al
justicia. La afectan ciertamente algunos problemas que en el presente acucian a
nuestro pueblo, quien nos los trae a menudo a nosotros, sus pastores,
haciéndonos participes de sus penas y preocupaciones
37. Nos permitimos señalar algunos:
- En el
campo económico, aparecen las dificultades cada vez mayores que encuentra
nuestro pueblo para satisfacer sus necesidades vitales, alimentación, vivienda
digna, salud, educación.
- Es
preocupante el modo como se cuestionan, a veces mediante los medios de
comunicación masivos, los valores más hondos de nuestra identidad cultural
(familia, respeto a la vida, honestidad y responsabilidad en el trabajo, etc).
- Y de
un modo especial, la situación angustiosa de los familiares de los
desaparecidos, de la cual ya nos hicimos eco desde nuestro documento de mayo de
1977, y cuya preocupación hoy reiteramos; así como también el problema de los
que siguen detenidos sin proceso o después de haber cumplido sus condenas, a
disposición indefinida del Poder Ejecutivo nacional. Esta mención no significa
que olvidemos el dolor de las víctimas del terrorismo y la subversión. A ello
llegue también nuestra palabra de consuelo y comprensión.
SEGUNDA PARTE
FUNDAMENTOS DOCTRINALES
I. La persona Humana
38. Como en
toda historia, también en la nuestra están en juego la vida y el destino del
hombre.
Por lo cual, en el momento en que la comunidad
argentina busca reconstruirse para caminar con madurez hacia su futuro, es
ineludible partir de al búsqueda siempre renovada y, si es el caso, rectificada
de una auténtica concepción del hombre. No se podría determinar un sistema
prescindiendo del hombre para forzarlo luego a entrar en él.
Sería vano proyectar minuciosamente una organización
cuyo propósito en el mejor de los casos, no fuera más que el de lograr un ordenamiento
formal, mecánico y abstracto, que no sirviera a las exigencias perennes de la
naturaleza humana ni recogiera rasgos del hombre, históricamente incorporados a
nuestra propia nacionalidad.
1. Ser personal
39. Los cristianos comprendíamos nuestra visión del
hombre al profesar que Dios lo ha creado “a su imagen”6 otorgándole una
dignidad que lo emparienta con él mismo, ordenándolo a un fin trascendente,
divino.
Su dignidad en el orden natural reside en el hecho de
que es persona. Dios y, en el ámbito de esta creación visible, solamente el
hombre es persona. Y el hombre es persona porque es espiritual y por lo mismo
es inmortal.
Por este motivo el hombre es principio, sujeto y fin
de todas las instituciones sociales.7
Dotado de inteligencia, puede conocer la verdad. No
sólo sabe que existe, sino cuál es el rumbo que ha de dar a su existencia.
Al poder determinarse a obrar por si mismo, eligiendo
el bien, encuentra en su libertad un signo eminente de la imagen de Dios, quien
lo ha querido dejar en manos de su propia decisión.8
2. Su puesto en el universo y su tarea cultural
40. Dueño y
responsable de si mismo, de su actividad y de su destino, el hombre se
encuentra en su existencia ante la tarea de desarrollarse libremente como
persona, en todos los niveles de su vida de manera coherente con su propia
naturaleza y con el puesto que ocupa en el concierto universal de los seres.
Por ser persona, en efecto, es superior al universo
material, del cual ha de servirse mediante el trabajo. Por la misma razón cada
hombre es sustancialmente igual a los demás; está llamado a convivir con ellos en
el marco de un ordenamiento social. Finalmente, por ser persona, hecho a imagen
de su creador, se siente llevado a encontrar a Dios, quien, si bien buscado a
tientas, “no se halla lejos de cada uno de nosotros”.9
3. El orden moral
41. El puesto que ocupa el hombre en este orden
universal de los seres y de los fines, se presenta como un orden moral. Por la
dimensión divina de su espíritu, el hombre está llamado a realizar la propia
perfección de su persona, libremente, pero ateniéndose a un ordenamiento moral,
inscrito por Dios como ley en su misma naturaleza y grabado en su conciencia.
La libertad recibida por el hombre no es para destruirse, sino para realizar su
propia perfección, en la que encontrará su felicidad personal.
La semejanza con Dios no es tan sólo un hecho dado y
acabado, sino una tarea oral que ha de cumplir. El hombre ha de realizarse
siempre más y mejor como imagen de Dios.
42. El efectivo dominio del universo material con que
organiza un ordenamiento económico humano; la creación de un orden político
justo; el deber de hacer un lugar a la adoración a Dios en el templo de su
corazón y en medio de la ciudad agitada que construye: todas estas tareas
constituyen el imperativo moral, que encauza la libertad del hombre hacia la
realización de un mundo más humano.
43. Debido a este aspecto moral, inherente a todos los
órdenes de la existencia, los obispos tenemos la obligación de intervenir con
nuestra palabra en asuntos que tienen un núcleo ético insoslayable.
44. La inclinación y el ordenamiento moral a la propia
realización, que culmina en su fin divino, es connatural a la persona humana.
De aquellos emanan los derechos universales e inviolables, a los que el hombre
no puede renunciar bajo ningún concepto. Todos ellos constituyen aspectos de su
dignidad fundamental, que no puede ser violada u ofendida, y son parte del
derecho natural.
Todos los derechos humanos y sus correlativos deberes
pueden resumirse en el derecho y el deber de desarrollarse libremente como
persona en todos los planos de la existencia humana.
4. La cultura
45. El proceso
histórico y concreto como el hombre realiza este desarrollo, constituye el
hecho específicamente humano de la cultura. Esta consiste, en efecto, en el
modo como los hombres, en diversos espacios geográficos y a través de sucesivas
épocas, cultivan su relación con la naturaleza material, entre sí mismos y con
Dios, de modo que puedan llegar a un nivel verdadera y plenamente humano.10
El hombre en efecto, “vive una vida verdaderamente
humana gracias a la cultura”.11 El es el objeto y término de su tarea cultural
a través de la cual se hace más hombre y logra “ser” más.12
46. El hombre verdaderamente es más cuando se realiza
de modo integral. Es por ello que con el concepto de cultura queremos
significar la totalidad del esfuerzo que emprende el hombre para auto
realizarse,13 ya que “todo el hombre” es el que ha de realizarse armónicamente.
Así, mediante la técnica y el trabajo, el hombre transforma la materia para su
propia utilidad; expresa la belleza a través de la creación artística;
enriquece su propia inteligencia orientándola establemente, mediante la
ciencia, hacia la verdad; encauza su actividad libre, para ordenarla hacia el
bien humano, mediante la moral, especialmente por medio de las virtudes, el
derecho y la política.
47. Esta visión total y jerárquica de la cultura que
depende de nuestra concepción cristiana del hombre,14 nos permite afirmar la
necesidad del “tener”.
No formulamos esta afirmación para confirmar en su
actitud a quienes ponen toda su esperanza y desvelo en el tener. Por el
contrario, lo hacemos porque es siempre necesario volver a recordar el mundo de
los pobres, que no tienen lo suficiente para realizarse dignamente como
personas. Ellos tienen necesidad, no simplemente biológicas, sino humana, de
tener para poder ser más.
48. Sin embargo, la cultura material se sitúa siempre
en la relación esencial y necesaria a lo que el hombre es, mientras que la
relación a lo que el hombre tiene, a su tener, no sólo es secundaria, sin
totalmente relativa. “Todo el tener del hombre no es importante para la
cultura, ni es factor creador de cultura, sino en la medida en que éste, por
medio de su tener, pueda al mismo tiempo [...] llegar a ser más plenamente
hombre en todas las dimensiones de su existencia”15
Esto mismo nos recuerda que no se puede reducir al
hombre a una dimensión meramente material, ni considerar exclusivamente aquello
que posee, es decir su producción, sus bienes materiales, etc. La dimensión
espiritual de la cultura no es un simple epifenómeno de la dimensión material y
económica, ni tampoco el hombre es simplemente el resultado de factores
exteriores o de aspectos económicos.
49. Todas estas dimensiones de la cultura están
íntimamente vinculadas a la sabiduría eterna por la que el hombre asciende de
lo visible a lo invisible, 16 y culminan el la adoración del verdadero Dios,
fin último del hombre y meta de la misma cultura. Este ha de ser, en efecto, el
camino que recorre el hombre peregrino en busca de la posesión de su último
fin. “Para nosotros la alianza interior con la sabiduría es el fundamento de
toda cultura y del verdadero progreso del hombre [...] El hombre ha de crecer y
desarrollarse como hombre en esta alianza. Debe crecer y desarrollarse a partir
del fundamento divino de su humanidad, es decir, como imagen y semejanza del
mismo Dios. Y debe crecer y desarrollarse como hijo adoptivo de Dios.”17
5. El fundamento religioso
50. “Creado a imagen de su creador.” Mediante esta
fórmula bíblica los cristianos profesamos, ante todo, que solamente Dios es
Dios. No el hombre, quien es, de aquél, tan sólo una imagen.
Al reservar nuestra adoración a Dios, recordamos que,
como hombres, estamos moralmente sujetos al Señor. Otorgamos así un fundamento
religioso al orden moral del individuo y de la sociedad. De lo contrario,
¿dónde podría encontrar la sociedad, en cuanto complejo jurídico, un sólido
fundamento de su propia existencia?18 Cuando el hombre busca destruir a Dios,
se destruye a si mismo.
51. Al reservarle a Dios la única adoración debida,
protegemos al mismo tiempo nuestro campo esencial de libertad.19 Ya que ni el
poder ni la riqueza son divinos, éstos no deben transformarse en ídolos para el
hombre. Por lo que la sociedad, que ha de ser construida también mediante el
uso del poder y de los bienes materiales, sin embargo, no ha de ser edificada
sobre al adoración del dinero. Persiguiendo solamente la meta de la indefinida
dominación y del progreso material, nos convertiríamos en esclavos de una falsa
utopía.
Y por lo mismo, puesto que Dios es nuestro único
Señor, ningún hombre, ningún grupo de poder, ninguna empresa económica puede
erigirse sobre la esclavitud, la degradación o la humillación de los hombres;
sea cuales fueren las formas que éstas adopten.
52. “Nada es divino ni adorable fuera de Dios”20
Esta expresión del Episcopado latinoamericano reunido
en Puebla es una afirmación de fe, una profesión religiosa. No es solamente una
norma legal, sino sobre todo un espíritu para construir y animar la sociedad
humana. Si bien este espíritu no ofrece un modelo social o político
determinado, sin embargo de pautas esenciales y garantiza un fundamento
espiritual.
Asimismo, esta adoración de Dios crea una base de
verdad, de libertad y de religión, sin la cual no puede construirse una sólida
comunidad, sino tan sólo una agrupación que oscilará permanentemente entre la
anarquía y la represión.
53. Dotado de dignidad, por ser semejante a Dios, el
hombre puede ofenderse a sí mismo, como también ser ofendido por otros.
Solamente Dios y, en el ámbito de esta creación visible, el hombre, son
susceptibles de ofensa.
Pero Dios es ofendido también cuando es ofendido el
hombre, que es su imagen. Así como cuando el hombre es dignificado en esta
tierra, Dios mismo resulta glorificado en aquel, a quien llama a ser su hijo.
Cuando el hombre es vejado y degradado, entonces es
alcanzado y ofendido el fundamento absoluto de su existencia y de su persona.
Por eso Dios es la suprema garantía de la dignidad del hombre. No hay en este
mundo ningún acto de amor, por oculto que fuere, que no sea recogido por el
absoluto de Dios. Tampoco hay injusticia alguna que, aunque se la pretenda acallar
y ocultar, quede ante él definitivamente secreta y silenciada.
Así la afirmación con que profesamos nuestra fe en la
creación del hombre a imagen de Dios, se torna juicio sobre nuestra conducta.
Condena a quien oprime, justifica a quien ama según Dios.
6. Cristo el hombre nuevo
54. Nos volvemos ahora hacia aquellos que profesan con
nosotros la misma fe en Cristo a quienes recordamos que la palabra de Dios nos
descubre, en toda su profundidad, el misterio del hombre, con sus luces y
tinieblas: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del verbo
encarnado”21
55. El único creador de todos, al enviarnos a su Hijo,
Jesucristo, como máximo don que nos ha hecho a los hombres, nos ha incorporado
a él y nos ha solidarizado misteriosamente con él; ha querido ser así, de un
modo nuevo y más íntimo, nuestro Padre. Por eso expresamos nuestra máxima
dignidad de hombres cuando, aleccionados por la enseñanza de Jesús, nos
atrevemos a considerarnos hijos de Dios y a llamarlo “Padre nuestro”. Profesamos
así que él es la defensa y garantía última de sus hijos, los hombres.
56. Ya desde el comienzo de la historia, el pecado nos
ha hecho rebelarnos contra nuestra condición de hijos de Dios, ofendiendo de
este modo nuestra propia dignidad. Heridos por el mal uso de nuestra libertad,
nos sentimos siempre inclinados a ocultarnos de la mirada de Dios, y a
desentendernos del hombre.22 Pero la misma palabra de Dios nos enseña que
Cristo nos restituye a nuestra vocación y dignidad original recibida al ser
creados por Dios a su imagen.23
57. De aquí nuestra estimación por el bautismo, por
otra parte tan arraigada en nuestro pueblo. En este rito santo expresamos que
Dios nos hace sus hijos; por eso lo consideramos como el sacramento, el gran
símbolo religioso, de nuestra dignidad humana.
58. “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido
en cierto modo a todo hombre”24 También aquí encontramos un fundamento de
nuestra dignidad y, particularmente, de la dignidad de los pequeños, de los
pobres, los que sufren hambre, sed y prisión, enfermedad, ignorancia, soledad y
aislamiento. Por eso, como nos enseña el evangelio, ciando hiciéremos algo por
ellos –cuando les diéramos de comer, de beber, los visitáramos ...-, lo
haríamos por Cristo.25
II La Comunidad Humana
1.Dimensión comunitaria de la persona
a) El
hombre ser social
59. “Persona” e “individuo” no son términos que se
correspondan necesariamente en la filosofía cristiana. El segundo es empleado a
veces, en otros ámbitos, para justificar el individualismo absoluto, que
desencadenó por reacción las ideologías totalitarias más contradictorias de
estos dos últimos siglos, las que han afectado la unidad de al Nación.
El primero, en cambio, apunta necesariamente a la
comunidad humana y al bien común.
60. Para el hombre, existir es convivir. Esto no es
sólo un hecho que se puede observar, sino un deber y un derecho, porque la
persona es esencialmente social. La actitud de aislamiento constituye una falta
moral que hiere lo profundo de su ser. Sólo cuando a semejanza de la unión
entre las personas divinas realizamos entre los hombres la unión de los hijos
de Dios en la verdad y en la caridad, encuentra su plenitud la imagen de Dios
que llevamos en nosotros.26 La sociedad humana se debe a la riqueza de la
persona, que busca comunicarse, y a su indigencia, que necesita ser colmada.
Riqueza personal que se plenifica en la donación de sí y de sus bienes.
Indigencia que se satisface en la acogida de los otros y de sus dones.
61. Este destino maravilloso de comunicación y
comunión, fundado en el mismo ser de Dios, es universal. Cada hombre debe
integrarse a esa comunidad. Esta, a su vez, logra como conjunto humano su
plenitud, si incluye la consecución de los auténticos valores personales por
parte de cada uno de sus miembros.
62. Los argentinos debemos sentirnos personalmente
vinculados a la comunidad de la Nación con el propósito de compartir, con
libertad lúcida y firme, los máximos bienes del hombre, para que sean siempre
más patrimonio del conjunto y de cada uno de nosotros.
b) Índole moral de la vida social.
63. La vida en sociedad es un llamado de Dios, y se
debe realizar como tarea ética, es decir, con conocimiento de la verdad, deseo
del bien y señorío de sí mismo. La realización de toda comunidad, incluso la
nacional, se mide por la verdad, el bien y la libertad, por la sabiduría, la
justicia y el amor que la conforman.
64. La libertad, que es la capacidad de disponer de
nosotros mismos para la comunión y participación, ha de realizarse en la totalidad
orgánica y jerárquica de tres planos inseparables, a saber: la relación del
hombre con el mundo como señor del mismo, con las personas como hermano, y con
Dios como hijo.27
La comunidad ha de abrir para todos, con igualdad de
oportunidades, estos caminos de libertad. Las injusticias cometidas en
cualquiera de estos niveles ponen en peligro la justicia en los otros, porque
la conducta moral de cada individuo tiende a ser unitaria en virtud de la
opción fundamental que éste toma.
65. Por eso, la corrección o incorrección moral en uno
de los campos de la existencia, influyen en mayor o menor medida en los otros.
Una Nación, para ser más comunidad, ha de favorecer la
integridad de la moral de sus ciudadanos, porque todo obrar personal tiene
repercusión comunitaria.
66. Los argentinos, cada uno en cuanto persona, y cada
grupo en cuanto integrante del conjunto social, han de examinarse con humilde
sinceridad sobre su comportamiento moral y han de tomar conciencia sobre la
proyección comunitaria de sus actos. No han de temer hacer este examen los
grupos más significativos de la vida argentina: las asociaciones profesionales,
los partidos políticos, las Fuerzas Armadas, las mismas comunidades cristianas
y sus ministros. ¿Es el bien común el inspirador de todo comportamiento social?
¿O tal vez lo es la conveniencia del individuo o del grupo que logra el poder?
¿Desechamos instintivamente el enunciado anticristiano de que “el fin justifica
los medios”? ¿O tal vez ese falso principio se ha adueñado de nuestros hábitos
sociales cuando se lucha, sea por una transformación violenta de nuestra
sociedad, sea en su defensa?
c) Justicia y fraternidad
67. La comunidad se constituye por la acción de todos
sus miembros. Aunque haya diversas funciones, todos tienen la responsabilidad
de sostenerla y enriquecerla con el servicio de sus virtudes. No bastan actos
aislados socialmente buenos. Son necesarias las actitudes permanentes, que es
lo que llamamos virtudes sociales.
Destacamos la justicia por la cual se ejercen derechos
y se cumplen deberes, y se distribuyen las cargas y los bienes conforme a la
ley.
68. La sola justicia, sin embargo, no es suficiente
para regular la conducta de una comunidad.
Sólo la amistad social reúne a los hombres de acuerdo
a su condición de personas y de hijos de Dios. No basta que se distribuyan los
bienes conforme a normas positivas. Es preciso que se produzca el movimiento de
comunicación de los propios valores a los demás: esto es el amor. Y que sea
recíproco: esto es la amistad, la cual, cuando se realiza entre hijos de un
mismo Padre, se eleva a fraternidad.
“Es deber de todos, y especialmente de los cristianos,
trabajar con energía para instaurar la fraternidad universal, base
indispensable de una justicia auténtica y condición de una paz duradera. No
podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos
fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del
hombre para con Dios Padre y la relación del hombre para con los hermanos están
de tal forma unidad que como dice la escritura, el que no ama no conoce a Dios
(1 Jn. 4,8).”28
2. Las comunidades históricas concretas
69. De los vínculos sociales que son necesarios para
el cultivo del hombre, unos responden más inmediatamente a su naturaleza
profunda, como la familia y la comunidad política; otros proceden más bien de
su libre voluntad. Estos últimos, en nuestra época y en concreto en la
Argentina, se multiplican sin cesar, dando origen a variadas asociaciones, sean de derecho
público, sean de derecho privado.29
a) La comunidad familiar
70. La primera comunidad humana es la familia. Es
generadora del individuo y de todas las otras sociedades. Dios la ha
constituido sobre la base del matrimonio monógamo e indisoluble, con el
atributo de la fecundidad. En ella se experimentan las relaciones fundamentales
con que el hombre entreteje su vida: paternidad, filiación, fraternidad,
nupcialidad, trabajo, adoración. En ella se aprende a vivir y a cultivar las
virtudes humanas y cristianas. Allí se puede experimentar la ley de la caridad
con una hondura tal que se llega, fácilmente, hasta el perdón y la
reconciliación.
71. La familia es origen y célula de la vida social,
su prototipo, fuerza motriz de la cultura de las naciones.
Se ha de procurar que el espíritu de familia
transforme con sus valores la vida y la cultura nacional.
La Nación que descuidad o deteriora la familia está
atentando contra sí misma. Si bien es cierto que la legislación argentina, al contrario
de lo que lamentablemente sucede en muchos países, rechaza el divorcio y
castiga el aborto, no obstante, nuestra familia sufre, en la práctica, el
impacto tremendo de las separaciones y divorcios, que van desgarrando el tejido
de nuestra sociedad. Asimismo, se debe llorar también el ingente número de
abortos, que transforma impunemente en lugar de egoísmo y muerte lo que debe
ser hogar de amor y vida, cuyo único dueño es Dios.
Por otra parte, y en otro orden de cosas, no se nos
oculta la incertidumbre que la actual situación económica provoca en la familia
argentina.
b) Asociaciones intermedias
72. Las asociaciones intermedias son núcleos humanos
ligados por la prosecución de un bien común particular, que puede ser de índole
cultural, laboral, política, religiosa, económicas, benéfica, y que, para
proteger la estabilidad del bien perseguido y la de los miembros, se organizan
a través de una estructura, en la cual fijan los objetivos, la forma de
asociarse y las relaciones con el Estado y con los demás núcleos sociales.
La finalidad de toda asociación intermedia es el bien
del hombre, que se logra en su forma más plena dentro de la Iglesia y de la
Nación, y que se busca en forma parcial en la asociación misma. Bien particular
que, de hecho, es enfatizado y procurado con mayor intensidad gracias a ella.
73. Junto con la familia, estas asociaciones son la
fuerza equilibradora de una Nación, a la vez que expresan y acrecientan su
cultura y madurez.
Las asociaciones intermedias han existido siempre, aun
cuando han asumido estructuras elaboradas en formas diversas. Pero es innegable
que la participación social es progresiva, y difícilmente se encuentre un
hombre que no pertenezca a uno o más de estos grupos.
74. En el amplio y variado espectro de entidades
intermedias en que se desenvuelve la vida de nuestro pueblo, cabe plantearnos
algunos interrogantes.
- Los
municipios, ¿representan el lugar de las esperanzas de todos para una justa
distribución de servicios, que haga real la digna integración de cada familia,
sin marginaciones, en la comunidad?
- Las
sociedades vecinales, ¿consiguen asumir e interpretar la totalidad de las
familias de la pequeña comunidad, tanto en lo material, como en lo cultural, en
lo moral y en lo espiritual?
¿Se constituyen en medios de sana unión, desprovistas
de corrientes ideológicas?
- Los
partidos políticos, ¿representan en su totalidad valores y principios
previamente existentes en el pueblo, o bien, se aferran a plataformas que
pudieran haber estado –algunas de ellas- concebidas al margen de la historia y
de la realidad nacional, o haber sido válidas en otro tiempo y no tanto ahora?
¿Procuran una suficiente capacitación y actualización de sus líderes?
¿Buscan en la doctrina social de la Iglesia elementos
aptos para un mejor discernimiento de las situaciones y problemas del país?
¿Procuran un sabio esclarecimiento en el pueblo, para
lograr decisiones sólidamente pensadas y actitudes ciertamente personales, sin
masificación ni fanatismo?
- Los
gremios, ¿llegan a constituirse en todos los aspectos del quehacer laboral,
profesional y de servicios, con la adecuada eficiencia, con una amplia libertad
interna, con una adecuada apertura, diálogo e integración?
- ¿Se
logra habitualmente una debida preservación de la especificidad gremial?
- Las
entidades representativas del ámbito empresarial, ¿encuentran caminos abiertos
para una consolidación y expansión que asegure y acreciente las fuentes de
trabajo?
-
¿Reflejan actitudes humanitarias y comprensivas en el delicado problema
de los precios y salarios?
- Los
clubes deportivos, ¿constituyen hoy un medio eficaz para el sano esparcimiento
de todos, para el cultivo generalizado de las cualidades físicas y virtudes
morales de toda la juventud, para la unidad y fraternidad en las competencias;
o bien, se prestan, en muchos casos para ser simples empresas de espectáculos
comercializados, donde incluso el hombre tiene una cotización monetaria; o
llegan aún a ser factores de tensiones y rivalidades negativas?
Interrogantes similares podrían hacerse respecto a
muchas otras entidades de gran valía en el campo educativo, profesional,
cultural o cooperativo. Pero siempre con el ánimo de lograr, en una sincera
revisión la verdadera identidad y función propia de cada una en el conjunto del
gran tejido social de la Argentina.
En verdad, las comunidades intermedias pueden ayudar
mucho a desarrollar los grandes hábitos de solidaridad, que harán alcanzar
mejor el fin, que anima a todos, de comunión y participación.
3. La Iglesia, fomento de la sociedad
75. Como Cristo es el hombre perfecto, la Iglesia, que
es su cuerpo místico, es también la comunidad en plenitud a la que el Padre
llama a todos los hombres.
La profunda y misteriosa unidad que el espíritu de
Cristo crea entre los hombres, se expresa en la vida de las virtudes, sobre
todo de la caridad sobrenatural, que supera la altura y la fuerza de todo otro
vínculo.
76. Esta comunión revierte sobre al comunidad civil.
La vida de la caridad y las otras virtudes cristianas se ejercitan en medio de
la Nación y la benefician con su riqueza.
El hijo de la Iglesia tiene la posibilidad y el deber
de asumir su vida social con la vida nueva de la gracia, para iluminarla,
purificarla y robustecerla.
La vida de la Iglesia se debe construir de tal manera
que, respetando la autonomía de la sociedad temporal, la auxilie y, por medio
de sus hijos, la enriquezca y consolide.
III. La Comunidad Nacional
1.La Nación como realidad cultural y entidad política
a)Nación y cultura
77. La Nación es fundamentalmente la comunidad de
hombres congregados por diversos aspectos, pero, sobre todo, por el vínculo de
una misma cultura.30 Reunidos así por una idéntica concepción del hombre y del
mundo y por una sola escala de valores, que se traducen en actitudes,
costumbres e instituciones comunes, los hombres constituyen un pueblo o
Nación.31
78. La Nación, entendida como realidad cultural, lleva
a plantear temas como los de la soberanía, la identidad y unidad nacional; a
situar los aspectos particulares en el cuadro total de la vida nacional y a
reflexionar sobre los problemas más inmediatamente perceptibles, a partir de
los fundamentos espirituales y morales de la misma comunidad nacional.
79. a) La
cultura otorga a la Nación su propio ser, su propia identidad y, así, una
soberanía fundamental.32
Conscientes, por cierto, de la responsabilidad que
compete a la Nación de defender su propio territorio y fuentes de vida, hemos
de devolver toda la importancia prioritaria que tiene el esfuerzo por mantener
la propia identidad y los propios valores contra la influencia de presiones y
modelos de vida que desestructurarían nuestro propio ser y nos entregarían a
dominaciones inaceptables. Cometido este que lograremos principalmente mediante
el fortalecimiento de las fuerzas espirituales de nuestra cultura.
80. b) Una cultura nacional no implica una identidad
uniforme. La Nación puede congregar, en torno a un núcleo de valores
básicamente común, diversas regiones culturales, que tienen su propia
característica particular. Variedad esta que no daña, sino que enriquece a la
cultura común.
Asimismo, la cultura de un pueblo está esencialmente
condicionada por la evolución histórica, lo cual hace imposible pensar la
identidad nacional como algo estático. Por ser histórica, la cultura es una
realidad dinámica susceptible de transformaciones; toda fijación en un momento
histórico cualquiera significaría esclerosis y muerte.
81. Son diversos los factores que, en la evolución
histórica, condicionan a una cultura nacional; la relación con otras culturas
particulares, tan intensificada en la actualidad, el progreso de la ciencia y
de la técnica, con los fenómenos de industrialización y urbanización que trae
aparejados; la aparición de nuevas concepciones del hombre y de diversas
ideologías.
La evolución histórica, a través de estos factores,
condiciona a una cultura nacional en el sentido de que afecta la misma
configuración de la conciencia de valores de un pueblo, es decir, su estilo de
vida, en su raíz y de este modo su propia identidad en su escala más profunda.
82. Esto da lugar a la aparición de nuevos valores y
pone a un pueblo ante la opción de integrarlos a su propia jerarquía axiológica
y estilo de vida. Da lugar también a la aparición de nuevas concepciones y
nuevas y diversas escalas de valor, que tienden a quebrar la unidad antes
existente e introducen un pluralismo cultural. Al único tipo de valores y
normas que la sociedad transmitía a todos, dándole unidad y cohesión, sucede un
pluralismo de opciones y modos de vida, cuya elección está supeditada a la
libertad de los individuos. El grado de desintegración de la cultura heredada
puede ser mayor o menor. En la medida que acontece, se plantea una crisis de la
Nación, entendida como realidad cultural. La Nación tiende a concebirse y a
realizarse cada vez más como una entidad política del Estado, que reúne, bajo
un mismo poder centralizado, un pluralismo cultural o ideológico.
83. En tal situación, el bien común, que tiene un
carácter histórico y dinámico, necesita ser reformulado por la comunidad. Nos
referimos al bien común sobre todo en cuanto implica una escala de valores a la
que los miembros de la Nación aspiran y que se comprometen a realizar en común.
Dentro de un pluralismo que no elimine libertades fundamentales, la comunidad
ha de acordar una base de unidad en su convivencia espiritual.
La reformulación de esta escala de valores habrá de
ajustarse a ciertas normas generales. Ante todo, ha de estar de acuerdo con la
ley moral natural. La misma identidad y continuidad histórica de la Nación
exigirá que se mantengan características esenciales incorporadas a la
nacionalidad, que también pertenecen al bien común.
La necesaria adaptación o reformulación del mismo,
deberá ser resultado de la voluntad de la mayoría y de respeto y debida
participación de la minoría.
84.La Iglesia sabe que no debe proyectar sobre la
comunidad plural de la Nación la misma exigencia de unidad creyente y católica
que reclama de sus propios miembros, aun cuando tiene plena conciencia de su
misión de anunciar el evangelio a todos los miembros de la misma que quieran
escucharlo, para que formen un solo rebaño bajo un solo pastor.33
La Iglesia no busca ocupar una posición de privilegio
en el poder o estructura del Estado, ni aún con la buena intención de valerse
de ella para predicar el evangelio. Ella pide del estado respeto por una misión
que sólo a la Iglesia le incumbe y libertad para desempeñarla, a fin de que la
fuerza espiritual de la palabra evangélica pueda influir como inspiración
cristiana de la sociedad.
b) Nación y Estado
85. Al volver ahora nuestra atención a la Nación
Argentina, considerándola como comunidad de ciudadanos que se ha organizado
políticamente en un mismo Estado nacional, es nuestro propósito reafirmar
algunos principios capitales de la enseñanza social de la Iglesia. Principios
que se refieren al bien común, a la igualdad de todos los ciudadanos y a su
participación en la vida y en la organización de la comunidad política.
2. El bien común
1)
Razón de ser de la comunidad política
86. Las
personas, las familias y los diversos grupos que constituyen la sociedad civil,
insuficientes por si solos para lograr un nivel de vida más plenamente humano,
necesitan reunirse a fin de cooperar en el logro de un bien común más universal
que el que les brindan el grupo familiar y otros grupos intermedios.
Surge así el Estado, el cual, como comunidad política
y como autoridad, encuentra su finalidad en la prosecución del bien común, de
la cual deriva su derecho propio y primigenio.34
2) El bien común de las personas
87. El bien común es, en definitiva, el bien de las
personas. Por lo cual el criterio para definirlo es la persona misma, es decir,
la propia perfección o realización integral de la persona humana.
88. De aquí que sea entendido como “el conjunto de
condiciones de la vida social, que hacen posible a las asociaciones y a cada
uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.35
Por cierto el bien común no consiste en la mera
existencia de bienes exteriores y objetivos, sean de orden material, como las
riquezas, sean de orden espiritual, como las instituciones culturales y
educativas; el bien común estriba en la posibilidad de tener acceso a dichos
bienes e instituciones por parte de todos los miembros de la comunidad, ya que
el bien común es el bien inherente a las personas mismas. A la mera existencia
de bienes exteriores y objetivos, añade un elemento de carácter organizativo,
esto es , un ordenamiento de la sociedad que permita efectivamente el disfrute de
dichos bienes por parte de todos los miembros.36
89. Esto muestra también que el bien común no puede
confundirse con el orden externo, por más importante que éste sea. “El orden
social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de
la persona, ya que el orden de las cosas”, en el que se comprenden las
instituciones “debe someterse al orden personal y no al contrario”.37 No se
lograría el bien común solo con lograr el orden externo y un perfecto
funcionamiento de las instituciones y su progreso a costa del bien de las
personas, ello significaría invertir gravemente aquellos órdenes. Tampoco se
puede confundir el bien común con el bien de los organismos de la autoridad
pública, y mucho menos con sus riquezas. Sólo pasa a ser bien común lo que es
participado por el pueblo.
3) El bien común, resultado de la cooperación de las
personas
90. El bien común es un deber que incumbe a todos los
ciudadanos, quienes, si bien libres, no pueden usar su libertad de forma
arbitraria o puramente egoísta. La libertad no es para que cada individuo se
complazca en el goce privado de usarla solamente en provecho de su propio bien
particular.
Quien quiera vivir como miembro de una Nación, además
de saber que el esfuerzo material y cultural de los demás es necesario para su
propio perfeccionamiento particular, ha de tener conciencia de que también su
propio perfeccionamiento individual incide en bien de los demás. Consciente de
participar de un bien común que le brinda la comunidad ha de tener el compromiso
y la lealtad de hacer a todos los demás participes de su propia
autorrealización personal, compartiendo con ellos o poniendo a su servicio el
propio bien particular.
Una comunidad, una Nación, en efecto, se construye a
través de este tejido de recíprocas comunicaciones entre los miembros de la
misma, lo cual constituye el bien común en su sentido más profundo, propio de
cabal.
4)Bien común, deberes y derechos de las personas
91. Como se ha dicho, el bien común consiste en el
conjunto de bienes que, logrados con la cooperación de todos los ciudadanos,
deben ser jurídica y efectivamente accesibles a todos, de modo que todos gocen
de una igualdad de oportunidades para su propio perfeccionamiento personal.
De aquí la vinculación existente entre el bien común
por una parte, y por otra los derechos y deberes del hombre. Como ha observado
Juan XXIII, “en la época actual se considera que el bien común consiste
principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana”.38
5) Estado y bien común
92. En realidad el Estado surge de los hombres, las
familias y los diversos grupos, en cuanto se reúnen para cooperar en la
realización del bien común, es decir, para defender sus propios derechos, de
los que ni la comunidad política ni la autoridad del Estado son fuente, sino
custodio. Mientras las personas, al reunirse en la comunidad política, se ponen
al servicio del bien común de todos, el Estado está al servicio del bien común
de las personas.
93. La observación de Juan XXIII antes referida, al
vincular el bien común con los derechos y deberes de al persona, es coherente
con el principio de que la función de la autoridad en el Estado es
esencialmente jurídica, esto es, “que la misión principal de los hombres de
gobierno deba atender a dos cosas: de un lado, reconocer respetar, armonizar,
tutelar y promover tales derechos, de otro, facilitar a cada ciudadano el
cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los
derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus
deberes, debe ser el oficio esencial de todo poder público”.39 ”La Iglesia ha
enseñado siempre el deber de actuar por el bien común, y al hacer esto ha
educado también buenos ciudadanos para cada Estado. Ella, además ha enseñado
siempre que el deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de
al sociedad; de aquí derivan sus derechos fundamentales. Precisamente en nombre
de estas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos del poder
no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los
derechos objetivos e inviolables del hombre. El bien común, al que la autoridad
sirve en el Estado, se realiza plenamente sólo cuando todos los ciudadanos
están seguros de sus derechos. Sin esto se llega a la destrucción de la
sociedad, a la oposición de los ciudadanos a la autoridad, o también a una
situación de opresión, de intimidación, de violencia, de terrorismo, de lo que
nos han dado bastantes ejemplos los totalitarismos de nuestros siglo. Es así
como el principio de los derechos del hombre toca profundamente el sector de al
justicia social y se convierte en medida para su verificación fundamental en la
vida de los organismos políticos.”40
6)Estado y persona humana
94. La persona, pues, por estar moralmente ordenada a
su propia perfección trascendente, hacia la que ha de orientar toda su vida, es
superior al Estado. Pero, por ser miembro de la comunidad política del Estado,
la persona humana está subordinada en todo lo atinente a la consecución del
bien común. No se trata de abdicar de sus derechos esenciales, sino de acatar
un ordenamiento que los torne menos vulnerables y más eficaces en su ejercicio.
95. La autoridad del Estado tiene la misión
unificadora de hacer converger los intereses y esfuerzos de todos hacia el bien
común. Tarea esta que no ha de ser cumplida de un modo mecánico y despótico,
sino obrando sobre todo como una fuerza moral que busca persuadir a hombres
libres, poniéndolos ante la propia responsabilidad.41
En efecto, “la autoridad consiste en la facultad de
mandar conforme a la recta razón. De ello se sigue evidentemente que su fuerza
obligatoria procede del orden moral, que tiene a Dios como primer principio y
último fin”.42 En realidad, la autoridad, que recibe del orden moral su propia
norma y límite, recibe del mismo también su propia dignidad. Porque la dignidad
del hombre proviene de ser imagen de Dios; la dignidad de la comunidad
política, de la comunidad moral querida por Dios; la dignidad de la autoridad
del Estado, de su participación en la autoridad de Dios.43
“Por este motivo, el derecho de mandar, que se funda
exclusiva o principalmente en la amenaza o temor de las penas [...], no tiene
eficacia alguna para suscitar en el hombre la búsqueda del bien común y, aun
cuando tal vez tuviera esa eficacia, no se ajustaría en absoluto a la dignidad
del hombre, que es un ser racional y libre. La autoridad no es, en su contenido
substancial, una fuerza física; por ello tienen que apelar los gobernantes a la
conciencia del ciudadano, esto es, al deber que sobre cada uno pesa de prestar
su pronta colaboración al bien común.”44
7) Sociedad, Estado y Ley
96. La sociedad que se ha organizado políticamente en
un Estado, debe regir su conducta por la ley natural y la ley positiva, la ley
constitucional y otras leyes que dicte, las cuales deben procurar el bien
común. Todos los ciudadanos deben, con sano respeto, observar la ley
cuidadosamente. La autoridad, por su parte, debe hacer cumplir las leyes
establecidas sin obrar con arbitrariedad. La vigencia de la ley es garantía de
justicia para todos, sobre todo para los más indefensos; su debilitamiento
afecta al cuerpo social.
97. Una sociedad muestra su vigor cuando se sostiene
en el marco de la ley y no rompe la continuidad de sus autoridades por
intervenciones revolucionarias injustas. Aunque pueda haber revoluciones
justas, sin embargo es preciso insistir que una sociedad debe normalmente
crecer sin esas intervenciones, las cuales, por ser medidas de fuerza que no
tienen los controles normales de la autoridad, puedan dar lugar a injusticias
tan grandes como las que se quiso combatir.45
8) Principio de subsidiariedad
98. En virtud de este principio el Estado, ordenado
por su propia naturaleza al servicio del bien de sus miembros, debe intervenir
en la actividad privada o dejar de hacerlo, según lo exija el bien de los
ciudadanos.
El principio de subsidiariedad tiene, en efecto, un
doble contenido.
Con él se afirma, ante todo, que el Estado no ha de
realizar lo que pueden hacer los individuos y comunidades inferiores,46 de modo
que le es posible injerirse en la actividad propia de éstos sólo en la medida
en que sea inevitable o por lo menos muy conveniente.
El mismo principio tiene también un contenido
positivo: el Estado debe procurar a los individuos y comunidades menores todo
aquello que sólo él puede brindar o puede procurárselo mejor que los
particulares. En este sentido cabe el Estado la función social y la obligación
de asistir a los particulares para posibilitarles el ejercicio efectivo de sus
derechos, es decir, para que éstos hallen los medios que les sirven para su
perfeccionamiento.47 De poco serviría, en efecto, proteger la libertad, si los
particulares no recibieran el apoyo positivo requerido para el desarrollo de
sus derechos.
Para aplicar, pues, en su totalidad el principio de
subsidiariedad hay que dejar establecido el carácter complementario de esta
segunda función asistencial, con respecto a la primera.48 Pero también hay que
mantener en claro que aquella primera función condiciona el ejercicio de esta
otra en el sentido de que las medidas de política económica o social sólo
pueden ser adoptadas por el Estado siempre que se garantice la iniciativa
privada;49 de esta manera, la asistencia que ha de prestar el Estado no se
convertirá en providencialismo.
Quedan así fijadas, en líneas de principio, la
legitimidad y los límites de la intervención estatal
99. La complejidad social de nuestra época trae
consigo que los poderes públicos se vean obligados a intervenir con más
frecuencia en materia social, económica y cultural, con el fin de crear
condiciones más favorables, que ayuden a los ciudadanos y a las asociaciones
intermedias en la búsqueda libre del bien integral del hombre.50
100.
Dicha intervención es reclamada de un modo particular por la urgencia de
un desarrollo que ha de ser puesto al servicio de todo el hombre y de todos los
hombres; que ha de ser acompañado con las exigencias de la justicia social y
con la particular protección que se debe otorgar a los débiles y marginados. De
aquí que sea necesario conjugar el respeto a la iniciativa privada con la
planificación y la intervención estatal. La sola iniciativa individual y el
simple juego de la competencia no sería suficientes para asegurar el éxito del
desarrollo. No hay que arriesgarse a aumentar todavía más la riqueza de los
ricos y la potencia de los fuertes, confirmando así la miseria de los pobres y
añadiéndola a la servidumbre de los oprimidos. Los programas son necesarios
para animar, estimular, coordinar, suplir e integrar la acción de los
individuos y de los cuerpos intermedios. Toca a los poderes públicos escoger y
ver el modo de imponer los objetivos que hay que proponerse, las metas que hay
que fijar, los medios para llegar a ellas, estimulando al mismo tiempo todas
las fuerzas agrupadas en esta acción común. Pero ellas han de tener cuidado de
asociar a esta empresa las iniciativas privadas y los cuerpos intermedios.
Evitarán así el riesgo de una colectivización integral o de una planificación
arbitraria que, al negar la libertad, excluiría el ejercicio de los derechos
fundamentales de la persona humana.51
101.
Llamamos la atención particularmente sobre algunos aspectos. El
principio de subsidiariedad no puede ser invocado solamente para aplicarlo en
el sentido de una de sus funciones: la que obliga al Estado a intervenir con su
asistencia o la que le prohíbe hacerlo, invadiendo la actividad privada. Hay
que aplicarlo encontrando el equilibrio que se basa en la complementariedad de
las dos funciones.
Tampoco ha de aplicarse sólo en el terreno económico.
El principio tiene vigencia en todos los ámbitos de la comunidad: cultural, social,
económico. El principio de que el Estado no ha de intervenir en la iniciativa y
actividad privada, no se refiere solamente a la empresa privada, sino también a
otros grupos intermedios e instituciones. No sería coherente hacerlo valer para
el ámbito económico y no para el educativo, para la empresa privada y no para
otras asociaciones. Sobre todo no ha de invadir el ámbito sagrado de la
familia.
3) Igualdad y participación
1)
Igualdad y diversidades
102.
Sería difícil encontrar quien niegue teóricamente que la comunidad
política ha de ser edificada sobre la base del reconocimiento de la igualdad de
todos los ciudadanos. No se trata de desconocer la existencia de diversidades
físicas, intelectuales y morales entre los hombres, sino de dejar claramente
establecido el principio de la igual dignidad de las personas humanas y de sus
fundamentales derechos: “En el seno de una patria común, todos deben ser
iguales ante la ley, tener iguales posibilidades en la vida económica,
cultural, cívica o social; y beneficiarse de una equitativa distribución de la
riqueza nacional.”52
2) Participación
103. a)
Justificación ética. Es la misma evolución cultural, económica y social la que
impulsa; desde el interior de los pueblos, a una mayor participación en todos
loa ámbitos de la vida, incluido el político.53
Dicha aspiración, siempre más creciente en nuestros
tiempos, tiene su justificación ética.
Pues la persona humana, por ser dueña de su destino,
no solamente es fin, sino además, sujeto activo y creador del orden político
dentro del que ha de vivir y que incide fuertemente en su destino.
Libre y responsable de sí misma, la persona humana
tiene el deber y el derecho de intervenir en aquellas decisiones que le
conciernen.
Por otra parte, el mismo bien común, que es la razón
justificadora de toda comunidad política, consiste en la tutela de los derechos
de la persona. Tutela que no podrá resultar eficaz, si no está jurídicamente
organizada la intervención del pueblo en la política.54 Pero, recíprocamente,
no podrá el pueblo participar en la política si no existe un orden
jurídico-político que protejo mejor en la vida pública los derechos de la
persona. Porque la garantía de esos mismos derechos “es condición necesaria
para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones,
puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa
pública”.55
104. b)
Participación y soberanía del pueblo. El sentido más amplio y profundo de la
participación del hombre en la vida de una Nación políticamente organizada, se
traduce en la soberanía del pueblo que, según el lenguaje de la Iglesia,
consiste en el derecho del mismo a ser artífice de su propio destino y
“soberano de su propia suerte”.56
105. La
soberanía del pueblo, quien al ejercerla, legítima la constitución misma del
Estado y su ordenamiento jurídico, se proyecta hacia el exterior en las
relaciones internacionales, en forma de soberanía nacional. La Iglesia ha
rechazado y sigue rechazando todo intento de dominación o hegemonía cultural,
política, económica o militar de unas naciones sobre otras.57 Sea cual fuere el
modo como dicha dominación se ejerza, tiene siempre por resultado impedir, en
mayor o menor grado, que los pueblos sometidos se desarrollen, crezcan y
maduren según su propio ritmo y decisión.
Pero la Iglesia ha advertido también contra una
concepción excesivamente estrecha de la soberanía nacional que, en nombre de un
falso nacionalismo, se niega a una leal colaboración entre los pueblos y los
Estados nacionales, aún cuando, como en el caso de los países de América
Latina, la comunidad de historia, de cultura, de intereses y de destino están
señalando claramente la necesidad de cooperación y de integración.
106. La
otra dimensión de la soberanía del pueblo se manifiesta en el interior de cada
Nación. Ella consiste en el derecho y el deber de constituirse y organizarse
como Estado nacional, de darse las instituciones básicas y fundamentales de
funcionamiento y de elegir libremente la forma de gobierno que más convenga a
su idiosincrasia, aspiraciones e intereses, con la única limitación de que esa
forma de gobierno sea de tal índole que respete la dignidad y los derechos
fundamentales de las personas y los grupos humanos naturales de la sociedad, y
entre ellos primordialmente la libre participación activa en la construcción
del propio destino nacional a través de la vida social y pública.58
107.
Ambas dimensiones de la soberanía exigen ciertamente la participación
del pueblo en el ejercicio del poder: “El sentido esencial del Estado como
comunidad política, consiste en el hecho de que la sociedad y quien la compone,
el pueblo, es soberano de su propia suerte. Este sentido no llega a realizarse
si, en vez del ejercicio del poder mediante la participación moral de la
sociedad o del pueblo, asistimos a la imposición del poder por parte de un
determinado grupo a todos los demás miembros de la sociedad. Estas cosas son
esenciales en nuestra época, en que ha crecido enormemente la conciencia social
de los hombres y con ella la necesidad de una correcta participación de los
ciudadanos en la vida política de la comunidad, teniendo en cuenta las
condiciones de cada pueblo y del vigor necesario de la autoridad pública.”59
4) El orden político social
1) El
movimiento histórico universal
108. La
doble aspiración hacia la igualdad la
participación trata de promover, en la época moderna, un tipo de sociedad
democrática.60 Ya existieron entre nosotros, durante la época española, formas
de participación política y social, como lo demuestran los cabildos civiles.
109. La
época moderna se caracteriza, entre otras cosas, por su creciente movimiento
democrático. En un primer momento la Iglesia tuvo que discernirlo de la filosofía
liberal que lo impulsó. Rechazó así la concepción de la autoridad como
soberanía independiente y absoluta que eximía a su sujeto, el pueblo o el
Estado, de todo sometimiento a un orden moral natural, anterior al mismo pueblo
o Estado. Pero la Iglesia, recordando, sin embargo, que solo Dios es la fuente
de la autoridad y el fundamento de las leves, recogió el contenido esencial del
régimen democrático, en el sentido de que, en contra del absolutismo del
Estado, hacía del pueblo, en lo humano, el sujeto primero de la autoridad y su
inmediato transmisor a los gobernantes elegidos.61 y afirmaba algunos derechos
humanos, principalmente los de libertad de expresión política y religiosa.
La posterior confrontación de la democracia con los
totalitarismos del siglo presente, que absorbían la persona humana en la
totalidad del Estado omnipotente, permitió también a la Iglesia rescatar con
plena claridad el núcleo, más profundo y auténtico, del movimiento democrático:
la prioridad, en su orden, de la persona humana sobre el Estado. Principio este
que implicaba el respeto de los derechos fundamentales del hombre, la
participación de los ciudadanos en la vida y en la organización política de la
Nación, y la consecuente limitación y control del poder, por parte del pueblo,
en los regímenes democráticos.
110. Por
otra parte, el llamado “problema social”, como problema de injusto sometimiento
y desigualdad entre clases y entre pueblos, llevó a la Iglesia a reafirmar en
su enseñanza el anhelo de justicia social como relación justa entre sectores
sociales en la interioridad de al Nación y de los pueblos entre sí, a la
afirmación de los derechos sociales y de los derechos de los pueblos. En la
enseñanza social de la Iglesia y en los movimientos sociales cristianos venían
a integrarse, pues, la aceptación de la democracia política, históricamente
canalizada por el liberalismo; la aspiración hacia la democracia social,
vertida por las corrientes de tipo socialista; y el esfuerzo por defender una
justa soberanía nacional, implicado en las corrientes nacionalistas.
2) El proceso histórico de nuestro pueblo
111.
También en nuestra patria el desarrollo histórico ha manifestado
diversas corrientes políticas que procuraron llevar al pueblo a participar
activamente en la vida y en la organización de la comunidad. La adhesión al
sistema democrático de gobierno de estas corrientes es el rasgo característico
que las define, y que muestra la aceptación que de él hace el pueblo en
general.
Desde la democracia restringida de los primeros años
de nuestra organización nacional, hasta la esforzada conquista de una
democracia política ampliada, a través del voto universal, obligatorio y
secreto consagrado por la ley, y del sufragio femenino; desde la democracia política
de carácter individualista, hasta la democracia social formulada mediante una
avanzada legislación laboral y de seguridad social; desde un régimen que
enfrentaba al ciudadano aislado y desprotegido con un Estado teóricamente
neutral, hasta la formación y fortalecimiento de importantes sectores sociales
como sociedades intermedias que reclamaron y obtuvieron un lugar en la vida
social (asociaciones gremiales de obreros y empresarios, entidades
profesionales, sociedades vecinales y de fomento)..., a partir de los orígenes
de la organización nacional, hasta nuestros días, la historia del pueblo
argentino puede concebirse como una inquietud permanente hacia una
participación integral y hacia la consecución de una democracia auténtica.
112.
Además, la aspiración de nuestro pueblo por vivir en una democracia
política y socialmente integral se vio con frecuencia frustrada y contenida en
su avance. Las repetidas interrupciones del orden institucional, tomadas en su
conjunto, significan, de hecho, un freno en el crecimiento del estilo de vida
democrática, más allá de la justificación concreta que pudieron tener por la
existencia de reales estados de emergencia nacional.
No obstante, los gobiernos de ipso fundamentaron su
irrupción en una crisis de las institucionales democráticas y en el objetivo
final de restablecer un orden constitucional debidamente saneado. Ello
demuestra el arraigo de la democracia en la conciencia nacional.
Del mismo modo, el fraude, las presiones, los
condicionamientos electorales, limitaron a los ciudadanos la posibilidad de
intervenir en las decisiones de la vida política y socio-económica, e
impidieron la participación plena en los asuntos que les concernían.
Asimismo, en distintos momentos de nuestra historia,
la vida democrática se vio amenazada y efectivamente interrumpida por el abuso
de poder, la irresponsabilidad y la corrupción de los propios dirigentes y
funcionarios de los procesos democráticos, que no supieron estar a la altura
del pueblo que representaban, o distorsionaron esos procesos, con luchas
intestinas por el poder; o por enfrentamientos ideológicos, incluso violentos,
ajenos al sentir y a los problemas de la Nación y del hombre argentino.
113. Como
en otras zonas del mundo, también en nuestro país este impulso hacia una
democracia de plena participación encontró a veces su inspiración en diversas
doctrinas filosóficas e ideológicas que la Iglesia, en su momento, se vio
obligada a discernir. En el seno de un mismo pueblo, se produjeron diversas
corrientes que chocaron entre sí, excluyéndose mutuamente.
Es un hecho que los movimientos históricos, aun
aquellos a través de los cuales el hombre reacciona contra las situaciones
inhumanas o menos humanas y busca formas más auténticas de convivencia, no se
producen de forma pura. Las posturas surgidas de la afirmación exclusiva del
propio interés sectorial y las pasiones en lucha, muchas veces perturban el
pensamiento claro y producen desgarrones en el tejido social de la Nación.
Pero sabiamente nos enseñan Juan XXIII y Pablo VI 62
que, como cristianos, hemos de saber discernir entre las falsas teorías e
ideologías, y los movimientos históricos concretos nacidos de ellas. Es
necesario que los laicos cristianos y todos los ciudadanos recojan de los
movimientos históricos los elementos dignos de aprobación que son coherente con
los principios de la recta razón y responden a las justas aspiraciones de la
persona humana. ¿Acaso no estamos también en la Argentina ante esa tarea de
recoger, sin discriminaciones previas, lo auténtico de los movimientos
profundamente humanos, canalizados y también a veces deformados en diversas
vertientes ideológicas y pragmáticas?
3) La búsqueda de un modelo adaptado
114. Si
nos atenemos al nivel directamente político, vemos que el tipo de régimen
democrático no presenta un único modelo rígido y uniforme. Por lo cual, a lo
ancho del mundo, “diversos modelos han sido propuestos, algunos han sido ya
experimentados, ninguno satisface completamente, y la búsqueda queda abierta
entre las tendencias ideológicas y pragmáticas”63
También nuestro pueblo se encuentra desafiado por la
necesidad de encontrar un modelo adaptado a su propio genio. La experiencia
histórica nos enseña que la importación de fórmulas de un país a otro no es la
solución mejor para acertar políticamente. La asimilación de la experiencia de
otras naciones, que es una actitud de sentido común, no puede suplantar la
necesidad de un impulso creativo hacia la búsqueda de un modelo, que ha de
surgir de nosotros mismos.
115. El
tipo de sociedad democrática, no obstante su flexibilidad, que le permite
traducirse en una pluralidad de modelos concretos y adaptados a cada pueblo, se
conserva dentro de ciertos cauces, fuera de los cuales perecería la misma
democracia. Puestos ante la tarea de una reorganización de la Nación, habrá que
mantener a salvo elementos que, de ser pasados por alto, podrían desnaturalizar
o debilitar la estructura democrática y hasta su propio espíritu.
116.
Algunos de estos elementos han sido enunciados por la doctrina social de
la Iglesia, la cual considera “perfectamente conforme con la naturaleza humana
que se constituyan estructuras jurídico-políticas que ofrezcan a todos los
ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades
efectivas de tomar parte libre y activamente en el establecimiento de los
fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa
pública, en la fijación de los campos de acción y de los límites de los
diferentes organismos, y en la elección de los gobernantes. [...] Para que la
cooperación ciudadana responsable pueda lograr resultados felices en el curso
diario de la vida pública, es necesario un orden jurídico-positivo que
establezca la adecuada división de las funciones institucionales de la
autoridad política, así como también la protección eficaz e independiente de
los derechos”.64
117. Ante
la difícil tarea de reestablecer la democracia, señalamos algunas condiciones
esenciales para que ella pueda alcanzarse en plenitud, como así también algunos
requisitos particulares;
118.
Todos los ciudadanos deben sentir la responsabilidad de ser
protagonistas y artífices de su propio destino como pueblo, cada uno según su
condición. Son ellos quienes, depositarios de la autoridad que procede de Dios,
por su consentimiento dan legitimidad a un gobierno democrático. Esto implica
la necesidad de evitar inhabilitaciones personales injustas, proscripciones
arbitrarias de grupos o partidos, condicionamientos políticos de diverso tipo
que distorsionen la libre expresión de los ciudadanos, a no ser que se trate de
movimientos cuya ideología y prácticas sean contrarias a la naturaleza misma de
la democracia, la cual debe custodiar y defender, según justicia, su propia
existencia.
119. La
mayoría tiene el derecho de gobernar y decidir el rumbo político de la Nación,
y la minoría o las minorías tienen el derecho de disentir con ese rumbo y
proponer caminos alternativos. La mayoría debe respetar a la minoría en la
libre expresión del disenso. La minoría debe respetar a la mayoría en su
derecho a la conducción sin una oposición sistemática a la tarea de gobierno en
bien de todo el país. Las actitudes de una y otra deben estar siempre
subordinadas al bien común.
120. La
separación y el equilibrio de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial,
que la Constitución consagra, deben tener vigencia permanente y efectiva,
evitando la indebida injerencia de un poder en otro y favoreciendo el juego
libre y el mutuo control entre sí.
121. Los
partidos políticos son actualmente organismos de la democracia, cuya función
esencial consiste en representar en modo global las diferentes ideologías y
opciones políticas de una sociedad pluralista y aplicar consecuentemente su
programa, si la voluntad popular los conduce al gobierno. Aunque el sufragio es
uno de los medios para cumplir esas funciones, los partidos no pueden
convertirse en meras empresas electorales cuyos objetivos terminan al día
siguiente del comicio. Deben ser verdaderas escuelas de educación cívica y de
esclarecimiento político, y practicar una democracia interna que permita la
confrontación de ideas y la renovación de los cuadros dirigentes.
122. La
oposición y el disenso deben ser constructivos. En un régimen político
democrático hay adversarios, pero no enemigos. La finalidad de la oposición no
es la anulación del que piensa distinto, sino la fiscalización serena y justa
de la actuación de la mayoría gobernante y la propuesta de alternativas
legítimas al juicio del pueblo.
123. La
democracia republicana exige la periodicidad de los mandatos públicos, la
amplia publicidad de los actos de gobierno y un garantizado respeto por la
libertad de expresión.
124. La
sana democracia deberá evitar estos peligros: la anarquía, o sea, la falta de
un adecuado y eficiente ejercicio de la autoridad; el totalitarismo que recarga
el ejercicio de la autoridad con acento excesivo y absorbe la actividad de los
cuerpos intermedios y de los particulares; el abuso de poder, que distorsiona
el ejercicio de la autoridad en bien propio o de grupos sectoriales; la
demagogia, que es caricatura de la democracia. Sería demagogia prometer lo que
no se está dispuesto a cumplir, o cualquier otra forma de ganar al pueblo con
engaño. Pero no debe confundirse la demagogia con la atención y el interés
serio de los gobernantes por el pueblo. Por el contrario, es obligación del
gobernante preocuparse por el bienestar del pueblo que preside.
125. No
condicen con una verdadera democracia diversas formas de autoritarismo, que
pueden invadir la mentalidad y la práctica política. El autoritarismo político
descansa sobre un prejuicio de discriminación: sobre la falta conciencia de que
solamente un grupo, o una persona por sus condiciones intelectuales o morales,
estaría investido de capacidad y derecho para conducir a la Nación y, por
consiguiente, de autoridad para gobernar. En su forma extrema, el autoritarismo
no acepta la democracia y cae en la dictadura; pero a veces se presenta con una
tentativa de adaptación a la democracia, aunque usando diversos mecanismos de
marginación política.
El autoritarismo suele enmascarar una forma de
dominación de un solo grupo social sobre el resto de la sociedad. Es lo que
rechaza la Iglesia cuando reprueba aquella formas políticas que “desvían el
ejercicio de la autoridad en la prosecución del bien común, para ponerla al
servicio de un grupo o de los propios gobernantes.”65
126. No
puede haber democracia política verdadera y estable sin justicia social. Ello
implica la convalidación y cumplimiento en la práctica de aquellos logros
sociales que sean justos y legítimos, alcanzados en nuestro caso por el pueblo
argentino a través de su historia, y defendidos por la propia Constitución
Nacional. No hay posibilidad de progreso político o de crecimiento económico
sin un paralelo desarrollo social que, según las necesidades y los valores del
pueblo, vaya creando instituciones y estructuras dirigidas a constituir la
sociedad con igualdad de oportunidades reales y efectivas para todos sus
miembros, y a tutelar, proteger y compensar la situación de sus miembros más
débiles o marginados. Un signo de una democracia con sentido cristiano debe ser
al universalidad de aquella justicia, con especial atención a los más
necesitados.
127. No
hay democracia posible sin una leal convergencia de aspiraciones e intereses
entre todos los sectores de al vida política con miras a armonizar el bien
común, el bien sectorial y el bien personal, buscando una fórmula de
convivencia y desarrollo de la pluralidad dentro de la unidad de objetivos
fundamentales.
128. Esa
convergencia exige, por una parte, la iniciativa privada de las personas y los
grupos sociales, y por otra, una planificación y coordinación democráticas por
parte el Estado, en cumplimiento de su función de administrador del bien común.
129. No
hay democracia estable sin una sana economía y una justa distribución. La
libertad y los derechos inherentes a toda democracia implican la
responsabilidad y el deber de entregar lo mejor de cada uno a la empresa común
de construir una patria justa.
130. La
democracia en la Argentina, por su tradición, exige también un alto grado de
conciencia nacional, que signifique resguardar nuestra cultura y valores
tradicionales sin cerrarnos por eso a los valores universales legítimos. La
grandeza nacional es un objetivo legítimo de nuestra democracia, pero no para
pretender ninguna hegemonía internacional sobre otras naciones, sino para
cumplir una misión de servicio, proporcionada a nuestras posibilidades y
aptitudes en el concierto de las naciones. Esa misión de servicio debe comenzar
por los países hermanos de América Latina, a los cuales nos unen, más allá de
las diferencias, profundos lazos de comunidad cultural.
131. La
democracia que exige una participación personal, consciente y comprometida,
debe preocuparse por la creciente educación cívica de sus ciudadanos, para que
no sean muchedumbres gregarias, sino pueblo responsable.
4) Normalización de la vida política
132. Una
situación de emergencia nacional puede ocasionar, por razón del bien común, la
necesidad de un estado de excepción del régimen político normal. En tal caso,
justificadamente, es afectado el ejercicio de algunos derechos humanos. Ante
las circunstancias de hechos, como decíamos en otra ocasión, “no podemos
pretender razonablemente un goce del bien común y un ejercicio pleno de los derechos,
como en época de abundancia y paz”.66
133. Sin
embargo, los responsables de la autoridad no pueden justificar, en virtud del
estado de excepción, un proceder que no se ajustara a elementales criterios
éticos, individuales o sociales. Entre dichos criterios se encuentran los
siguientes:
134. a)
nunca el bien común puede permitir la supresión sino tan sólo la restricción
del ejercicio de algunos derechos humanos.67 Como recuerda la enseñanza de la
Iglesia y acaba de repetirlo Juan Pablo II: “Aun en situaciones excepcionales,
que pueden surgir a veces, no se puede jamás justificar violación alguna de la
dignidad fundamental de la persona humana o de los derechos básicos que
salvaguardan su dignidad.”68
135. b)
No todos los medios se justifican. Ni el estado de excepción o aun de guerra
interna, ni motivos de eficacia militar o de seguridad interna o externa,
pueden ser invocados para herir esos mismos derechos. La teoría de la llamada
“guerra sucia” no puede suspender normas éticas fundamentales que nos obligan a
un mínimo respeto del hombre, incluido el enemigo. Los responsables de la noble
autoridad del Estado, que tiene la obligación de defender la sociedad, aun con
el uso de la fuerza, cuando fuere necesario, no pueden valerse de los mismos
métodos irracionales de que se vale la violencia subversiva, dejándose así
atrapar, de hecho, por la práctica o la teoría de la ideología de la violencia.
“Cualquier conflicto que surja entre las exigencias de la seguridad y las de
los derechos fundamentales de los ciudadanos debe ser resuelto de acuerdo con
el principio fundamental –defendido siempre por la Iglesia- de que una
organización social existe sólo para el servicio del hombre y para la
protección de su dignidad, y que no puede pretender servir al bien común cuando
los derechos humanos no quedan salvaguardados.”69
136. c)
El Estado de excepción o de emergencia, por su propia naturaleza transitorio,
no puede prolongarse indefinidamente, dejaría así de ser estado de excepción
para institucionalizarse. Por ello ha de cesar, una vez cumplidas las
finalidades de reestablecer el orden subvertido. “Allí donde por razones de
bien común se restrinja temporariamente el ejercicio de los derechos,
reestablézcase la libertad cuanto antes una vez que hayan cambiado las
circunstancias.”70
Ello mismo urge una debida preparación y reflexión de
todos, que asegure una madura decisión política en el momento oportuno.
137. d)
El país ha sido ya informado de que la subversión violenta fue vencida. Con
todo el pueblo argentino, nos complacemos de que haya quedado desterrada así
una práctica que no ha llegado a seducir a nuestros trabajadores ni a sus
organizaciones, y que las Fuerzas Armadas han logrado dominar.
El conato e intención de acudir a renovar las
prácticas del terrorismo impedirían la normalización de la vida pública del
país, tendiendo a su destrucción, alargando entonces el tiempo de un estado de
excepción.
En nombre del evangelio y de la razón, reiteramos
nuestra condena más firme a quienes busquen establecer un pretendido orden
sacrificando la norma ética que nos impone el respeto a las personas y a la
vida, en aras de una supuesta clarividencia política o de una ideología
inhumana y antiargentina.
5. El orden económico-social
138. La
cuestión económica es una de las que provoca más antagonismos, disputas y
guerras entre los pueblos y suscita disturbios y malestar entre las diversas
capas sociales de un Estado. Sin embargo, sería erróneo y superficial
interpretar que la económica es la única estructura determinante de la historia
y la cultura.71
1) Fuente originaria de la Economía
139. La
economía surge del mismo hecho social a la vez que de la situación del hombre
en el cosmos como señor del mismo: “La tierra se le ha dado a los hombres.” 72
El hombre tiene necesidad del mundo material, no puede prescindir del mismo. Es
un hecho empírico a la vez que revelado.73 Al mismo tiempo, el hombre tiene el
mandato y la necesidad ontológica de elaborarlo. También es un hecho revelado.
[80]
Pero el hombre no establece aisladamente esta relación
con el mundo material, sino que tiene la necesidad de compartirlo, de allí el
común esfuerzo, a la vez que el intercambio de bienes.
En la misma fuente originaria encuentran su fundamento
la propiedad, el trabajo y la asociación de los hombres en la elaboración de la
materia.
2) Finalidad de la Economía
140. a)
Economía al servicio del hombre. La persona humana en el fundamento, el sujeto
y el fin de la economía. Juan Pablo II ha dicho: “La economía será viable si es
humana, para el hombre y por el hombre” 75. Este principio genera una
concepción social en que el desarrollo económico no puede orientarse hacia la
economía misma ni hacia un consumo dirigido por una publicidad generadora de
necesidades muchas veces ficticias; ni basarse sólo en la ciencia, la técnica y
la dinamización de un capital. La economía depende de la verdadera concepción
del hombre y, por lo tanto, el verdadero desarrollo económico “debe ejercerse [...]
dentro del ámbito de orden moral, para que se cumplan así los designios de Dios
sobre el hombre”76 Por ello, la economía debe satisfacer la plena perfección
humana, y, al revisar las estructuras económicas y sociales, hay que prevenirse
frente a soluciones técnicas poco ponderadas, y sobre todo ante aquellas que
ofrecen al hombre ventajas materiales, pero se oponen a su naturaleza y a su
perfeccionamiento espiritual.77
141. b)
Igualdad y participación en lo económico-social. Es preciso poner las
exigencias económicas en su debido lugar y crear un tejido social multiforme.
Los cristianos tienen el derecho y el deber de contribuir, en la medida de sus
capacidades, a la construcción de la sociedad. Y lo hacen a través de los
cuadros asociativos e institucionales que la sociedad libre elabora con la
participación de todos. Para lograr ese tejido social multiforme, es necesario
admitir y respetar la igualdad esencial de los hombre, a la vez que su
desigualdad accidental, la cual no puede ser establecida por el factor
económico, sino por la peculiar riqueza de la propia personalidad.78
142. c)
Desigualdad y clases. Hablando en términos generales, se puede decir que la
sociedad padece una desigualdad económica de tal estilo, que, en vez de generar
integración y mutuo enriquecimiento humano, ha llevado a grandes diferencias y
a dividir los hombres entre si, y la economía ha dejado de ser un servicio para
el hombre, para todos los hombres, y cierra su círculo sobre sí misma, quedando
dentro de él unos pocos.79
143. Al
considerar lo dicho arriba, señalamos tres errores que se deben evitar:
a) El
aislamiento social, la segregación individual, la riqueza personal que tiene
como término el propio sujeto. Es el error de quienes no saben qué hacer ni con
su vida, tú con su cultura, ni con sus bienes.
b) La
masificación, en que la persona pierde matices diferenciales, y en que su
aporte personal, creativo, no interesa. Más aún, es temido y destruido.80
c) La
agrupación de los hombres en clases a modo de círculos cerrados, competitivos y
agresivos. Clases que agrupan a los hombres, no por razón de una misión o de
una comunión, sino por razón de una desigualdad que busca tornarse poder y
fuerza al ligarse con los portadores de la misma desigualdad en causa. La clase
social así entendida es siempre divisiva, engendra el odio y avasalla los
derechos del hombre.
3) Derechos sociales y justicia social.
144. Su
Santidad Juan Pablo II recordaba en la Organización de las Naciones Unidas los derechos del hombre,
entre ellos algunos específicamente sociales, como el derecho a la propiedad y
a un salario justo, el derecho de reunión y de asociación. [81]
Ningún
sistema político y ningún programa económico pueden ignorar esos derechos
sociales, los cuales, por ser precisamente derechos, engendran una justicia.
Pío XI es quien comienza a desarrollar la justicia
social como tema; [82] y algunos textos suyos dan una noción exacta de la
misma, a la vez que serán la base de posteriores documentos del magisterio de
la Iglesia sobre la justicia social. Afirmó este Pontífice, por ejemplo: “ A
cada cual, por consiguiente, debe dársele lo suyo en la distribución de los
bienes, siendo necesario que la participación de los bienes creados se ajuste a
las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona
sensata ve qué gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia
actual entre unos pocos, cargados de fabulosas riquezas, y la incontable
multitud de los necesitados.” [83] Y
señaló también que “la economía social logrará un verdadero equilibrio y
alcanzará sus fines sólo cuando a todos y a cada uno les fueren dados todos los
bienes que las riquezas y los medios naturales, la técnica y la organización
pueden aportar a la economía social; bienes que deben bastar no sólo para
cubrir las necesidades y un honesto bienestar, sino también para llevar a los
hombres a una feliz condición de vida, que, con tal que se lleven prudentemente
las cosas, no sólo no se opone a la virtud, sino que la favorece notablemente”.
[84]
Esta justicia social a lo largo de la enseñanza de la
Iglesia ha ido enriqueciendo más y más sus objetivos; el justo salario, la
socialización, el derecho de propiedad reconocido también para el pobre y el
obrero, la humanización de los lugares de trabajo, la participación activa en
la empresa, la posibilidad de tener voz en el plano político y económico.
Concebida al comienzo como una actitud vertical, la
justicia social se ha abierto en una dimensión horizontal. Es también la
posibilidad de participación en el bien común que un obrero o un sindicato
concede a otro obrero o a otro núcleo. Es también la posibilidad que una
empresa da a otra. Es la mutua apertura hacia el bien común, posibilitándose
los medios, reconociéndose los derechos.
Pero se es tanto más responsable de la justicia social
en tanto se es depositario en mayor medida de la conducción hacia el bien
común. Los que gobiernan, los que legislan, los que poseen las fuentes de riqueza
y de trabajo, todos ellos no pueden caminar hacia el bien común al margen de la
justicia social.
4) Política social y democracia social
145. La
política social basada en la justicia social y en la participación. tiene como
término la civilización del amor, donde el amor es ley que iguala y libera.
Libertad, responsabilidad, servicio, comunión, son los signos que dan
testimonio de que se ejerce una auténtica política social. Esta política social
es fruto de una democracia social, a la vez que la
engendra. [85]
5) Elementos de la vida socio-económica
146. a)
Trabajo. La doctrina social de la Iglesia se ha detenido con amplitud en el
tema del trabajo. Últimamente, Juan Pablo II lo aborda en todos sus viajes y en
muchas otras ocasiones. Dijo el 30 de enero de 1979 en México: "Existe un
concepto cristiano del trabajo [...] para que el trabajo se realice como una
verdadera vocación de transformación del mundo, en un espíritu de servicio y de
amor a los hermanos, para que la persona se realice a sí misma y contribuya a
la creciente humanización del mundo y de sus estructuras." Si bien el
trabajo es un instrumento productivo, un integrante indispensable para que la
tierra sea para el hombre y se aproveche en todas sus potencialidades, es
también, y sobre todo, un integrante de la estructura personal del hombre. El
hombre necesita trabajar, no sólo para producir, para hacer, para enriquecerse.
El hombre necesita trabajar, porque si no lo hace no es feliz, sus energías se
paralizan y se convierte para sí mismo en un frustrado y para la sociedad en
un parásito.
El hombre trabaja para sí y para la sociedad. Esta le
debe un salario justo, el necesario descanso, el respeto a los derechos
familiares, el digno trato de su persona y de su obra.
El trabajo, considerado desde una sana doctrina
social, es fuente de equilibrio y de progreso de un país. Sobreviene el
desequilibrio cuando los que trabajan no son remunerados debidamente, o cuando
las fuentes de trabajo no son suficientes ni estables.[86]
El trabajo no es fin en sí mismo. Por eso hace más
plenamente feliz al hombre cuando se llena de espíritu de servicio a los demás
y de sentido de oblación a Dios. El obrar del hombre no termina en las cosas,
ni siquiera en los otros hombres, también creaturas, sino en Dios mismo, a cuya
comunión estamos llamados. El hombre, pues, no ha de llenar todo su tiempo en
trabajar para producir y ganar más, sino que ha de tener un debido reposo para
su esparcimiento, el libre ejercicio del pensamiento, la generosidad de la
fraternidad y la necesidad. de la oración.
147. b)
Propiedad y Capital. Tres textos del Vaticano II son el resumen del pensamiento
de la Iglesia sobre este tema: "La propiedad, como las demás formas del
dominio privado sobre los bienes exteriores, contribuye a la expresión de la
persona y le ofrece ocasión de ejercer su función responsable en la sociedad y
en la economía."[87] El derecho a poseer una parte de los bienes,
suficientes para sí mismos y para sus familias, es un derecho que a todos
corresponde." [88] "La misma propiedad privada tiene también, por su
misma naturaleza, una índole social cuyo fundamento reside en el destino común
de los bienes." [89]
Apoyándose en la naturaleza del hombre, la doctrina
social de la Iglesia extrae principios, convalidados por el sentido común:
sostiene así que no es posible la supresión de toda propiedad privada de los
medios de producción, por cuanto las cosas se cuidan, se administran,
fructifican y producen mucho mejor cuando son propias que cuando son comunes,
[90] esto sin perjuicio de la "hipoteca social que grava toda propiedad
privada".[91]
Sabemos que la ambición y la codicia, que son males
morales, y el estilo de vida de la "sociedad de producción-consumo",
han llevado a un desorden social. La propiedad no puede ser incontrolada, ni
tampoco, como reacción, abolida. Será inútil toda reforma económica y
fracasarán los programas económicos, si la propiedad no es éticamente colocada
en la vida de la persona, a la vez que socialmente dinamizada en la vida del
grupo o de la Nación.
148. c)
Empresa. Desde Pío XI hasta el Vaticano II se hizo un esfuerzo de orientación
para que la empresa no se desbordara, aniquilando las cooperativas, la pequeña
industria y el artesanado. A la vez se postuló la armonía interna de la
empresa, donde lo normal es que haya diversidad de funciones, pero no clases
cerradas y enfrentadas. Es fácil también suponer que la empresa debe ser una
realidad humana orientada hacia el bien común y no hacia sí misma.
Sin desmedro de la eficiencia en la producción y
distribución de bienes y servicios, se ha de procurar un ordenamiento que
preste apoyo y estímulo a la pequeña y mediana empresa. "La gran empresa,
si bien necesaria y conveniente para determinadas explotaciones, con todo,
corre el peligro de tomarse excesivamente impersonal y no se ajusta tanto con
la tendencia personal del hombre y de la sociedad." [92] Además, la centralizaci6n
y monopolizaci6n del mercado en pocas grandes empresas atenta, la más de las
veces, contra la razonabilidad de los precios, salarios e intereses; y el
cierre de cualquiera de ellas provoca también graves efectos de honda
repercusi6n social.
Menci6n aparte merecen las empresas llamadas
"multinacionales", que, además de presentar muchas veces las
desventajas y vicios antes apuntados, se convierten a menudo en verdaderos
instrumentos de poder, más fuertes, quizás, que los mismos gobiernos.
La empresa, cuando acepta los principios de comuni6n
interpersonal y participaci6n, hace que todos sus miembros gocen y ejerciten
derechos y deberes, y se constituyan en una importante asociaci6n
intermedia.[93]
6) Asociaciones intermedias en el orden econ6mico.[94]
149.
Como en todo el orden social, también en el socioeconómico juegan un papel
insustituible las asociaciones intermedias, lo cual supone el derecho de
asociación.[95] Ellas son el equilibrio entre la sociedad. y el individuo,
entre el Estado y la persona, entre el capital y el trabajo. Estas asociaciones
en el plano económico no solamente son de obreros, como las concibió Le6n XIII,
sino que las mismas pueden ser empresariales. Deben ser punto de equilibrio,
no de fuerza agresiva o de lucha de clases; han de ser, sí, órganos de defensa
de derechos. Si pensamos en la instauraci6n de un orden económico sano, será a
través de un diálogo impregnado de justicia, equidad y solidaridad por parte de
las asociaciones intermedias (empresas, sindicatos de obreros, de consumidores,
cámaras, etc.) entre sí con el Estado, estableciendo más acertadamente las
reglas de una justa competencia.
150. Resolver el problema económico es una tarea
ardua, difícil y compleja. Siempre alentaremos, como es obvio, los esfuerzos
que se hagan para obtener el pleno empleo y resolver los problemas de
desocupaci6n. Pero comprendemos que es necesario un mayor y creativo esfuerzo
para lograr un cambio en la misma estructura de la economía, a fin de que ella,
como hemos dicho, esté al servicio del hombre, de la persona. A la vez creemos
que es importante un mayor énfasis en la integraci6n de nuestra economía en la
de América Latina.
Por depender de la educaci6n y moral de las personas,
la realizaci6n del orden económico supone la colaboraci6n por parte de las
familias, los cuerpos intermedios, el Estado y la Iglesia, dentro de la
competencia específica de cada uno, para ilustrar e inculcar en el espíritu de
los ciudadanos, en especial niños y jóvenes, los sabios principios emanados del
orden natural iluminados por la fe en Cristo, salvador del hombre.
6. Problemas educacionales
151. Con la palabra cultura, hemos dicho antes, se
significa fundamentalmente un estilo de vida, un modo habitual de valorar, de
vivir conforme a una jerarquía de valores, y por consiguiente de ser. Y en cada
pueblo este modo particular de valorar y de ser se va transmitiendo de
generación en generación. En esa tarea de transmisión de la cultura la
educación juega un papel realmente importante. Cuando hablamos aquí de educación,
no sólo nos referimos a la que se brinda en las instituciones escolares de la
sociedad, sino más ampliamente a todo esfuerzo de formación integral de la
persona humana, que se inicia en la familia.
152. La familia es, en efecto, la primera responsable
de la educación. Según los documentos de Medellín, ella es formadora de
personas, educadora de la fe y promotora de desarrollo. Es, sin duda, lugar
privilegiado para la educación integral, que abarque por lo tanto todas las
dimensiones de la persona hasta su apertura a Dios.
La educación, que prolonga la generación, se hace por
el testimonio vital, que anticipa el valor que enseña; y por la palabra, que
explicita el valor que testimonia. De suerte que el aprendizaje sea una experiencia
de bienes, además de una aceptación y comprensión de verdades.
La familia es origen y hogar de los pueblos, en la
medida en que forja el sentido de moralidad frente a la norma justa, el
espíritu de trabajo y de justicia, de convivencia y de servicio; en la medida
en que crea fidelidad y confianza en las relaciones humanas, que infunde
respeto absoluto por la vida y entusiasmo por existir y proyectar, que enseña a
sufrir y a gozar, que hace amar la reconciliación y la paz, que abre espacios
para la oración a Dios, Padre de todos los hombres.
153. La tarea educadora no se agota en la familia. Se
prolonga, se comparte y se complementa con la que llevan a cabo las numerosas
instituciones educativas de la sociedad. Entre ellas, la "de mayor importancia
es la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo
cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad de recto juicio,
introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones
pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional,
fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición,
contribuyendo a la mutua comprensión..." [96]. La Iglesia, que posee en
materia educativa una rica doctrina y una vasta experiencia, propone también
sobre esto una palabra, que no quiere desentenderse de la realidad de nuestros
días a pesar de apoyarse en los principios de siempre.
154.
Así, la Iglesia sostiene, con muy sólidos fundamentos, el derecho de todos los
hombres a la educación. "Todos los hombres, de cualquier raza, condición y
edad, en cuanto participantes de la dignidad: de persona, tienen el derecha
inalienable a una educación que responda al propio fin, al propio carácter, al
diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias, y
al mismo tiempo esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos a fin
de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz." [97] Este derecho,
que abre la pasibilidad de liberar a los hombres de la servidumbre de la
ignorancia, no queda sin embargo garantizado con su simple proclamación.
Tampoco, cuando casi la mitad de las que se asoman al primer nivel de la
enseñanza no alcanzan siquiera a terminarla. La realidad de nuestras días exige
que ese derecho sea efectivo. Esto será posible alentando la vacación docente
de nuestros educadores; estimulando a las padres a desechar toda desidia o
negligencia frente a la educación de sus hijos, facilitando el acceso al aula
de aquellas que encuentran dificultades diversas, coma las situaciones
económicas que muchas veces inducen al trabajo de las menores; las trabas de
movilidad originadas par razones geográficas; y la migración interna, por la
cuota de desarraigo que trae consigo. Al respecto, el Concilio Vaticano II pide
que se tomen las decisiones fundamentales en que se reconozcan y pongan en
práctica en todas partes, sin discriminación alguna, el derecho de todos a la
cultura, conforme a la dignidad de la persona.[98]
155. El derecho de todos los hombres a la educación
incluye el derecho a la educación de todo el hombre. Este principio, en que se
basa una de las notas distintivas y centrales de la concepción educativa de la
Iglesia, quiere subrayar el carácter verdaderamente integral que debe tener la
misma. No puede por ello limitarse a la formación científica, por buena que
ella sea, sino que implica también una formación física, psicológica, moral,
doctrinal y espiritual. Por todo esto, el derecho a la educación de todo el
hombre no queda suficientemente garantizado, si en la escuela se descuida la
formación religiosa, conforme a las convicciones de cada uno, ya que ella
conforma una de las dimensiones constitutivas del ser humano. La formación
integral de la persona es un objetiva mayor, ya que lo que en definitiva
persigue toda educación genuina es "humanizar y personalizar al
hambre". [99]
156. Este permanente aliento a que se brinde siempre
una formación integral explica, par otra parte, la insistencia de la Iglesia en
la dimensión comunitaria que se debe vivir en la escuela. La búsqueda de
mejores relaciones interpersonales entre sus miembros, el acento en los valores
de solidaridad y servicio, el compromiso de crear una conciencia responsable y
una posibilidad efectiva de participación en las decisiones comunes, son
apenas algunos de los muchos desafíos que plantea el objetivo de hacer de la
escuela una auténtica comunidad. "Coma toada otra escuela, y más que
ninguna otra, la escuela católica debe constituirse en comunidad que tienda a
la transmisión de valores de vida. Porque su proyecto [. . .] tiende a la
adhesión a Cristo, medida de todos los valores, en la fe. Pero la fe se
asimila, sobre todo, a través del contacto con personas que viven
cotidianamente la realidad: la fe cristiana nace y crece en el seno de una
comunidad." [100]
157. Estas notas distintivas de la educación según el
pensamiento de la Iglesia, que aquí nos parece oportuno recordar, debe verse
hoy, además, en el marco de una sociedad caracterizada por la pluralidad de
ideas, valores, modos de pensar y opinar. La respuesta a esa situación es un
pluralismo escolar que implica "la coexistencia y -en cuanto sea posible
la cooperación de las diversas instituciones escolares, que permitan a los
jóvenes formarse criterios de valoración fundados en una específica concepción
del mundo, prepararse a participar activamente en la construcción de una
comunidad y, por medio de ella, en la construcción de la sociedad".[101]
Tal pluralismo escolar debe verse como una efectiva garantía, tanto de la
libertad de enseñanza como de la libertad de conciencia. La real vigencia de la
primera depende, en apreciable medida, de que la educación no quede solamente
en manos del Estado. A éste le cabe, sin duda alguna, en virtud de su misión
subsidiaria por el bien común, una importante función en la promoción de la
cultura, en el acercamiento de todos los hombres a la educación. En esta
materia, el monopolio estatal arriesga terminar en una enseñanza oficial
empobrecida y coarta el legítimo derecho de los padres a elegir la educación de
sus hijos.
Por otra parte, tal monopolio se convertirá en un
obstáculo serio a todo intento de hacer más efectiva la propia iniciativa y la
participación, tan necesarias en nuestra realidad educacional A su vez, la
efectiva vigencia de la libertad de conciencia encuentra también en el
pluralismo escolar un apoyo sólido, ya que éste supone no sólo pluralismo de
escuelas, sino también el respeto a las convicciones de los que piensan de otro
modo. Todo lo cual no ha de interpretarse como debilidad en el sostenimiento de
las propias creencias, sino básicamente como rechazo de toda pretensión de
imponer a los demás las propias ideas.
158. En este marco pluralista, que enriquece la
unidad, cabe plantear la cuestión específica de la enseñanza religiosa y el
papel que le corresponde a la escuela de carácter confesional.
7. Iglesia y sociedad política
1) Orden espiritual y orden temporal
159.
Para entender la relación entre la Iglesia y el Estado, antes es necesario
afirmar que la Iglesia fundada por Jesucristo tiene una misión en el mundo: ser
"sacramento universal de salvación".[102] Esta misión "no es de
orden político, económico o social [. . .], es de orden religioso".[103].
Pero "de su misión religiosa brotan funciones,
luz y fuerzas que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad
humana según la ley divina".[104] "La misión de la Iglesia no es sólo
ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también impregnar
y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu del evangelio."
[105] "Nada puede sustraerse a Dios.[106] La consumaci6n de la historia
humana "coincide plenamente con el amoroso designio de Dios: restaurar en
Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra".[107]
Con todo, el orden temporal es diferente del
espiritual; más aún, aquél es autónomo.[108] En efecto, estos dos órdenes
engendran dos sociedades y los fieles cristianos son simultáneamente miembros
de ambas: la Iglesia y la sociedad civil. Cada una de ellas tiene sus propios
fines, su orden institucional, su organizaci6n, su gobierno, su específica
relaci6n con sus miembros.
2) Distinción entre Iglesia y Estado.
160. La Iglesia es una institución espiritual, aunque
su expresi6n sea también social; ella se sitúa más allá de las patrias
temporales, como comunidad de creyentes. El Estado es una expresi6n de la
autodeterminación soberana de los pueblos y de las naciones, y constituye una
realizaci6n normal de orden social; precisamente en esto consiste su autoridad
moral".[109] Tomar conciencia de esta diferencia de naturaleza evitará
toda confusión y permitirá proceder con claridad.
La Iglesia es una comunidad de fe, esperanza y
caridad, constituida como institución visible, dotada de órganos jerárquicos,
pero animada y vivificada por el Espíritu Santo, de tal modo que en ella lo
humano y lo divino forman "una realidad compleja".[110]
El Estado tiene una tarea inmediata: el bien común
temporal; existe en funci6n de este bien común.
Si el fin del Estado es temporal, lo son también los
medios: autoridad, leyes y organismos. Por eso Pío XII decía: ''La legítima
sana laicidad del Estado es uno de los principios de la doctrina
católica." [111] Laicidad no es laicismo, el cual es el abuso de la
autonomía: es afirmar que, en el orden temporal, Dios está ausente y la Iglesia
no tiene nada que decir.
3) Relaciones mutuas
161. La Iglesia ilumina a la sociedad civil,
respetando su autonomía, con la verdad evangélica sobre el hombre, la sociedad
y el universo. «Las energías que la Iglesia puede comunicar a la sociedad
humana actual radican en esa fe y esa caridad aplicadas a la vida práctica; no
es un dominio externo, ejercitado con medios puramente humanos."[112]
La Iglesia en la comunidad civil "es signo y
salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana".[113]
La Iglesia, a través de sus medios de evangelización y
santificación, "forma a los hombres en las virtudes y así los hace libres
y responsables, capaces de gobernar a sus semejantes con justicia y amor;
capaces de obedecer a la autoridad con sinceridad, orden, abnegación y amor;
capaces de una concordia fraterna sin renunciar por ello a los deberes y
derechos de todo hombre".[114]
La Iglesia no se ata a ninguna sociedad o cultura
particular y precisamente por eso puede animadas a todas: "La fe de
Cristo y la vida de la Iglesia no sean extrañas a la sociedad en que viven,
sino que empiecen a penetrada y transformarla." [115]
A la vez el Estado con sus instituciones asiste a los
hijos de Dios, a los hijos de la Iglesia; les presta múltiples servicios, lo
cual, al hacerlos más hombres, más dignos, los hace más abiertos a la
perfección evangélica y al plan de Dios.
Entre estos servicios que el Estado debe proveer a los
ciudadanos, está el de la custodia y transmisión de la cultura nacional, lo
cual siempre contará con la estima y el apoyo de la Iglesia.[116]
4) El hombre, miembro de ambas sociedades
162. La Iglesia y el Estado se integran con el mismo
hombre, [117] el cual debe ser fiel a la Iglesia y fiel a la patria con sus
instituciones moral y políticamente legítimas. Por ello la Iglesia está en
permanente diálogo con los Estados. [118] Esto no puede ni debe interpretarse
como una acción política, sino como celo apostólico por sus hijos, oportuna
posibilidad de evangelización.
5) Consecuencias de los principios enunciados
163. La mutua estima y respeto. Decía Juan Pablo II en
África: "... La estima recíproca entre la Iglesia y el Estado se traducirá
en el respeto por la propia competencia de cada uno, teniendo en cuenta su
naturaleza diversa. El Estado puede contar con la leal colaboración de la
Iglesia, siempre que se trate de servir al hombre y contribuir a su progreso
integral. Y la Iglesia, en nombre de su misión espiritual, pide, por su parte,
la libertad de dirigirse a las conciencias, así como la posibilidad para los
creyentes de profesar públicamente, de cultivar y anunciar su fe. [119]
Esta estima recíproca engendrará el diálogo cuyo
objetivo debe ser siempre el hombre, su desarrollo, sus derechos, sus deberes y
su perfeccionamiento ético.[120]
164. La no invasión de ámbitos ajenos. El Estado no
debe sentirse moderador de la vida cristiana de sus ciudadanos, menos aún caer
en el error de tomar la tarea evangelizadora como propia y, por lo tanto,
planificarla, controlarla y juzgarla; aun sería peor error pretender hacer de
la Iglesia local una Iglesia nacional, instrumentada y al servicio del poder
temporal.
A su vez la Iglesia no debe entrar directamente en la
conducción política y económica ni buscar ventajas indebidas o influencias
temporales. No obstante, la Iglesia debe hacer de cada cristiano un ciudadano
cabal, responsable de una vida cívica que responda a la verdad, a la justicia y
al bien común del hombre.
165. La libertad. Lo dicho equivale a la libertad de
ambas sociedades y de sus autoridades. Nada mejor para una mayor ampliación del
tema que la lectura detenida de la declaración conciliar Dignitatis Humanae. En
dicho documento encontramos el siguiente párrafo: "La libertad de la
Iglesia es el principio fundamental en las relaciones entre la Iglesia y los
poderes públicos y todo el orden civil. En la sociedad humana y ante cualquier
poder público, la Iglesia reivindica para sí la libertad como autoridad
espiritual, constituida por Cristo Señor, a la que por divino mandato incumbe
el deber de ir a todo el mundo y de predicar el evangelio a toda
criatura." [121]
166. La mutua cooperación. La constitución Gaudium et
Spes dice: "La comunidad política y la Iglesia son independientes y
autónomas, cada una en su propio campo. Ambas, sin embargo, aunque por diverso
título, están al servicio de de la vocación personal y social de unos mismos
hombres. Este servicio lo realizarán con tanto mayor eficacia para el bien de
todos cuanto mejor practiquen entre ellas una sana cooperación, habida cuenta
de las circunstancias de lugar y tiempo." [122]
Por ello, la Iglesia urge a sus fieles a adquirir una
sana y eficaz formación ciudadana, social y política, a fin de que,
consolidando la concordia entre todos los argentinos, se dispongan a construir
una Nación rectamente ordenada al bien común, llena de justicia y de
misericordia. Para ello se requiere la creatividad de los laicos, cuyos
proyectos y acción deben hacerse a la luz del evangelio, cuya auténtica
interpretación compete a los obispos.
6) La doble acción de la Iglesia respecto del orden
temporal
167. "Es de gran importancia distinguir
claramente entre lo que hacen los fieles aislada o asociadamente, como
ciudadanos y a título personal, guiados por su conciencia cristiana, y lo que
hacen en nombre de la Iglesia en común con sus pastores," [123] Y
precisando aún más, es menester distinguir la acción del laico y la del obispo
que tiene el encargo de enseñar, santificar y regir en nombre del Señor y con
la autoridad de él. [124]
La función de la jerarquía eclesiástica, en lo que
atañe a obras e instituciones del orden temporal, es enseñar e interpretar
auténticamente los principios morales que deben observarse en las cosas
temporales; tiene también el derecho de juzgar, tras madura consideración y con
la ayuda de expertos, acerca de la conformidad de tales obras e instituciones
con los principios morales, y dictaminar sobre cuanto sea necesario para
salvaguardar y promover los fines de orden sobrenatural. [125]
168. Corresponde a los laicos la gestión directa y la
instauración concreta del orden temporal. Los laicos deben actuar en perfecta
armonía y unidad con sus pastores en todo lo que está determinado por el
magisterio de la Iglesia. Pero, en lo que se deja a la libre decisión de los
ciudadanos, pueden inclinarse a soluciones diferentes, teniendo siempre
presente, con rectitud de conciencia, el servicio del bien común y la ley de la
caridad.
La fidelidad a la doctrina de la Iglesia obliga a los
laicos a buscar sinceramente cómo convertir dicha doctrina en realidad, en la
vida social, estudiando fórmulas para su aplicación. Pero esta misma fidelidad
impide identificar con la Iglesia las fórmulas sectoriales o partidarias
sugeridas o postuladas, aun cuando estén construidas con textos fragmentarios
del Concilio o del magisterio del Papa o de los obispos. [126] Los católicos
dedicados a la vida pública recordarán que a nadie le es lícito reivindicar a
favor de su propia opinión la autoridad de la Iglesia. Finalmente, "la
Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se
consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio".
[127]
TERCERA PARTE
ORIENTACIONES PARA LA ACCIÓN
INTRODUCCIÓN
169. Lo expuesto hasta aquí es un aporte de la Iglesia
para clarificar y orientar, ya sea desde el análisis histórico, ya desde la
doctrina, el pensamiento argentino en este momento de la historia nacional.
Pero esta orientación quedaría trunca si no se
apuntaran ahora algunas pautas para la acción.
En el panorama histórico que hemos considerado, se
advierten algunas necesidades básicas de nuestro pueblo argentino, en su tarea
de responder a problemas fundamentales de su historia pasada, así como también
del presente y en orden a su futuro.
La Argentina necesita una mayor conciencia de su
identidad, dentro de un marco latinoamericano, y al mismo tiempo una gran
flexibilidad para adaptarse a una sana evolución del mundo actual.
170. Para ello, nuestra patria necesita una profunda
formación doctrinal y moral, y, a la vez, una decidida y sacrificada
participación de todos. Esta formación y actuación de sus miembros evitará los
continuos cambios desarraigados de su ser profundo, la desconexión entre
distintos sectores de la comunidad nacional; la excesiva imitación de modelos
foráneos y, finalmente, la contradicción entre una conducta que, si bien es
moral en los fines, resulta ilícita a veces en los medios aplicados.
171.
Para contribuir con eficacia al momento actual argentino, proponemos las
siguientes orientaciones:
172. La acción de la Iglesia en la sociedad, teniendo
en cuenta la doctrina y la experiencia histórica, se articula en dos planos
fundamentales: el jerárquico y el laical.
173. 1) Como pastores jerárquicos, los obispos, junto
con nuestros sacerdotes y diáconos, así como también junto a aquellos agentes
de pastoral íntimamente ligados al apostolado jerárquico, queremos actuar en
favor de la sociedad argentina. A tal fin, subrayamos la necesidad de cuanto
sigue:
- Proclamar la doctrina católica sobre los temas
relacionados con la sociedad, proponiendo con claridad la doctrina social de la
Iglesia; y, supuesta la colaboración de toda la comunidad eclesial,
"reelaborando" y adaptando a nuestro país dicha doctrina de acuerdo
con las indicaciones de la Octogesima Adveniens, sin dejar de reconocer los
esfuerzos hasta ahora realizados en este sentido.
- Esto supone señalar las obligaciones y derechos que
se deducen de esta doctrina en el campo social y en todo lo que se refiere al
bien común; y denunciar, consecuentemente, los errores contrarios a la misma,
sobre todo en aquellas ideologías que, presentándose como cristianas, en realidad
no lo son.
174. Formar la conciencia de los laicos, para que
lealmente ejerciten las virtudes morales cristianas en sus obligaciones
cívicas, evitando la indiferencia y la abstención que configurarían una seria
omisión en estos momentos en que se necesita la colaboración de todos.
175. Junto con este deber primordial de iluminar y
enseñar, la caridad de Cristo nos impulsa a santificar y regir pastoralmente a
nuestros fieles, tanto individualmente como en grupos, especialmente en el
ámbito familiar; a fin de que una vigorosa vida espiritual se traduzca luego
en una colaboración generosa con la sociedad argentina.
Los momentos que vivimos piden hombres y mujeres
generosos que den lo mejor de sí para la patria. Los católicos debemos ser los
primeros en dar esta contribución. Para crear y mantener esta tensión, que
supone mucho sacrificio, la acción pastoral de la jerarquía es insustituible.
Por lo tanto, nos sentimos particularmente comprometidos en esta tarea.
176. Teniendo en cuenta que la familia es la primera
célula de la Iglesia y de la sociedad, y la primera responsable de la
educación, los obispos tendremos especial cuidado en continuar una acción
permanente en este campo pastoral.
177. Muy en particular queremos trabajar en la
formación de la juventud, grupo social que tiene una gran importancia, y que
es, además, la esperanza de la patria y
de la Iglesia.
Para ello nos sentimos urgidos a:
178. Promover las escuelas católicas, lugar
privilegiado de evangelización, donde se puede hacer una síntesis entre el
evangelio y la cultura, y proponer al joven una visión global y cristiana del
hombre, del mundo y de la historia.
179. Hacer tomar conciencia de la necesidad de que en
las escuelas oficiales se asegure a todos, católicos y no católicos, la
posibilidad de una necesaria formación religiosa según el propio credo, de
acuerdo a los principios de una sana enseñanza integral, la cual incluye
esencialmente la apertura a la dimensión trascendente del hombre.
180. Mancomunar los esfuerzos posibles para evitar e
impedir la influencia de los espectáculos nocivos, la proliferación de la
inmoralidad en las revistas y de la violencia que se proyecta en muchas
películas, difundidas también por la televisión, y que afectan a tantos jóvenes
y niños.
181. Alentar y estimular a aquellos laicos que se
dedican a la tarea de conducir los diversos niveles de la vida de la sociedad,
sin que esto implique un compromiso de la jerarquía en las opciones
socio-políticas que ellos libremente tomen. Más aún, nuestra acción pastoral no
debe significar para ellos un freno a su creatividad. Sin embargo, siempre será
necesario que los pastores velen para que no falte en la actuación de estos
laicos la debida caridad que el Señor nos dejó como ley fundamental.
Es preciso exhortar vivamente a todos a consagrar
también nuestra patria con esa misma caridad, a través del trabajo de cada día,
cualquiera sea el lugar donde lo cumplan.
182. Fortalecer y perfeccionar las asociaciones de
alto valor formativo y de acción que existen en el seno de nuestra Iglesia, en
particular la Acción Católica; las cuales tienen un gran significado en esta
contribución evangélica de la que venimos hablando.
Inclusive, considerar la oportunidad y conveniencia de
crear otras que sirvan para el cumplimiento de esta vocación específica de los
laicos.
183. Considerar un instrumento utilísimo, a nivel
nacional, y a nivel de cada diócesis donde el obispo del lugar lo juzgare
conveniente, la presencia de la comisión "Justicia y Paz", instaurada
de acuerdo a las orientaciones pontificias.
184. Pero la acción de la Iglesia, en su contribución
a la sociedad no se agota en este plano propiamente pastoral. Queda un amplio
campo. encomendado más directamente a los laicos, en la dimensión que podíamos
llamar secular, por su específica relación con lo temporal. Al laicado le
corresponde actuar más propiamente en este nivel, y en especial en el
socio-político. Exhortamos a nuestros laicos, y a todos los hombres de buena
voluntad, a no faltar a este compromiso por una prudencia mal entendida, ajena
a la caridad cristiana y a los sentimientos patrios.
185. 2) Proponemos, en primer lugar, a los laicos
católicos:
- Estudiar profundamente todo lo que se refiere a la
doctrina social de la Iglesia. Sin esta maduración en el conocimiento, es
imposible dar otros pasos.
186. - Deben los laicos, además, conocer profundamente
y estudiar la realidad temporal, descubriendo en ella las tendencias
dominantes. Este conocimiento exige, sobre todo por parte de los líderes, dedicación,
método, disciplina, tiempo de estudio, escuelas y experiencias, en las que se
pueda lograr la síntesis entre doctrina y realidad concreta.
187. - A partir de esta síntesis, los laicos podrán,
comprometidos en esta noble tarea, discernir, criticar constructivamente y
hacer públicos estos juicios de valor en materias concretas.
188. - Asimismo, conviene que los laicos que se
sientan capacitados no rehuyan ocupar puestos de responsabilidad, con verdadero
espíritu de servicio, abordando el difícil campo de las opciones posibles en el
quehacer social, educacional y político para vivir la consigna evangélica de
ser sal, luz y levadura en las estructuras temporales.
189. Para ello, necesitarán también los laicos
católicos asociarse entre sí o con otros hombres de buena voluntad, para
trabajar en los distintos niveles: familiar, sindical, municipal, nacional e
internacional.
190. - Deberán influir eficazmente en la promoción y
conducción leal de aquellos medios o instrumentos socio-políticos o de comunicación
social que configuran al hombre de hoy en la sociedad. Citamos, por ejemplo:
los medios masivos de comunicación, la dirección de empresas, la dirección de
centros de formación a todos los niveles, la coordinación de asociaciones
profesionales, las de comercio, de arte, etc.; así también los sindicatos, los
organismos municipales, los partidos políticos, las comisiones de fomento, etc.
Todo este quehacer supone muchas virtudes morales. que no se pueden lograr
plenamente sin una constante unión a las fuentes de la gracia, es decir, la
oración, la palabra de Dios y los sacramentos.
191. - Se debe promover una intensa formación del
laicado en orden a todo lo dicho. Es muy de tenerse en cuenta el punto de
partida: la inercia, desacostumbramiento y confusión de planos en que nos encontramos.
En particular, es necesario educar no sólo a nivel
primario y secundario, sino también a nivel de los líderes, ya sean laborales,
profesionales, etc. Sin esta preparación, quizás trabajosa, de hombres y
mujeres bien formados, seguiremos en el trillado camino de las
improvisaciones.
192. - Para ello, procúrese motivar a los jóvenes para
que emprendan el arduo trabajo de formarse. Es evidente que malograríamos los
generosos impulsos de estos j6venes si nos limitáramos a convocados o a
llenados de un entusiasmo fulgurante, pero efímero.
Se necesita para este plan métodos que, junto con los
tradicionales puedan ofrecer una s6lida formaci6n elemental, como una
alternativa al alcance de líderes intermedios.
193. Este plan exige una gran incentivaci6n de los
adultos para que se presten a formar a los más j6venes, y promuevan su
integraci6n y participaci6n en las distintas actividades de la Iglesia y de la
sociedad civil.
Creemos
que la Acción Católica Argentina puede tener en este plan un papel
importantísimo.
194. - Como dijimos antes (Nº 179), hagan valer los
laicos el derecho de los padres a tener para sus hijos, en la escuela oficial,
la formaci6n religiosa según las propias y honestas convicciones de cada uno.
La Iglesia ha de usar también los medios de
comunicaci6n social para hacer llegar, con rapidez y eficacia, la formaci6n
religiosa a los grandes sectores. Se debe superar el esquema meramente
informativo para pasar a una formaci6n integral que incluya hábitos y virtudes.
Hay que
colaborar con otros organismos privados y oficiales para poner freno a la
desintegraci6n moral que se abre alarmante camino.
195. -
Necesitamos fomentar cuanto antes la capacidad de trabajo en grupo.
Para ello se impone un estilo de formaci6n que
capacite para el diálogo, la coordinación de esfuerzos y para una acci6n
disciplinada comenzando desde las agrupaciones más sencillas.
CONSIDERACIÓN FINAL
196. 1.) Pertenecemos a una generaci6n inquieta que
busca caminos nuevos y que se sabe con recursos para superar sus fracasos y
vencer sus dificultades.
Por esto, es necesario que la comunidad nacional, que
ha demorado su propio andar, recobre sus fuerzas vitales y se reorganice. Esta
es una tarea de toda la comunidad; de todos sus hombres llamados a intervenir
como sujetos activos de una empresa espiritual y humana, no como simples
objetos de un reordenamiento externo, el cual resultaría efímero.
Por esto mismo, lo que no fuera producto de una
persuasión interior recta, que se pudiera manifestar en el consenso activo de
todos sino tan sólo el resultado de un orden externo, acumularía, en lo
profundo de los ánimos, resistencias ocultas que seguirían buscando siempre la
ocasión para manifestarse.
197. 2.) Estamos ante la tarea de reconstruir la
Nación a partir de sus bases morales y culturales más profundas. Entre éstas,
en particular deseamos enumerar:
- poseer un amor positivo a la vida, transmitida en el
matrimonio s través de la paternidad fecunda y responsable, y no matar ni herir
la vida de nuestros hermanos; un respeto inviolado a la dignidad del hombre, de
todo el hombre y de todos los hombres;
- un
verdadero espíritu de libertad, que no nos lleve a disociarnos en nuestros
egoísmos, sino a crear profundos vínculos comunes;
- un
espíritu de austeridad, que sabe ser feliz con pocas cosas sin necesidad de la
opulencia;
- un
espíritu de sencillez y humildad ligado a un ímpetu emprendedor y creativo.
Hemos de reanudar el esfuerzo de recuperamos a partir
de la inspiración del humanismo cristiano que nos ha dado origen, de una
identidad forjada a lo largo de más de cuatro siglos, y de una renovación de
nuestro propia ser, que nos permita crecer y madurar.
198.
3.) En el ámbito político, hemos de convencemos todos de la urgencia de una
acción solidaria.
Es nuestra convicción que el mal de la Nación se debe
en gran a sectarismos y a demagogias que no datan de hoy, sino que renacen
siempre; y que nos han desgarrado hasta la violencia.
También estamos persuadidos de que los problemas de la
Nación sólo podrán solucionarse cuando todas sus fuerzas se hayan unido y estén
dirigidas hacia un objetivo común. Los problemas pueden hacerse abrumadores,
pero existe en nuestra Nación un potencial enorme para afrontarlos. Y nada de
este caudal puede ser descartado. Tampoco pueden dejar de considerarse las
energías de aquellos que han errado y se avienen trabajar por sus ideales en el
cuadro de una convivencia pacífica y al diálogo. ¿Qué sector de todos los que
integran la familia argentina ha tenido algún margen de error?
Esperamos confiadamente que los diversos sectores de
la Nación como las distintas agrupaciones se muestren dispuestos a trabajar,
conservando sus propias peculiaridades, en el cuadro de una unidad y
solidaridad exigidas por el bien común.
Para aunar fuerzas y tomar una aspiración común, que
nos congregue y fortalezca, es necesario, sin duda, establecer convergencias
nacionales básicas, en cuya determinación nadie sea excluido, sino que
participen todos los sectores e instituciones. Se trata de recoger las
fundamentales aspiraciones de nuestro pueblo.
199. 4.) Para poder converger hacia una unidad y
participación que no haya nadie injustamente excluido, es necesario,
previamente, coincidir en un espíritu y práctica de reconciliación. Es en este
punto donde el espíritu cristiano ofrece, en este momento de su historia, su
aporte más propio y específico. Creemos que es nuestro deber como obispos de la
Iglesia apoyar con nuestra palabra la convocatoria a una total y profunda
reconciliación nacional.
Pronunciamos, no obstante, esta palabra reconciliación
con cierto temor de que no se le otorgue el significado que corresponde. No se
trata de un apaciguamiento sentimental y emotivo de los ánimos; de un
superficial y transitorio acuerdo. Para ser aceptable, viable y eficaz, la
reconciliación ha de estar fundada en condiciones que le otorguen una base
durable:
200. a) Ha de estar cimentada ante todo en la verdad,
la cual, en el plano de la convivencia social y política, se convierte en una
voluntad de veracidad y de sinceridad, que evita el ocultamiento, el engaño y
la simulación. Es necesario desterrar la práctica de la mentira en todos los
órdenes.
201. b) La reconciliación, igualmente, ha de estar
basada en la justicia. Sería una burla arrojar sobre la persistencia de la
injusticia el manto de una falaz reconciliación. No podemos dejar de comprobar
que, a lo ancho del mundo y en la particular historia de nuestro pueblo, se ha
despertado el sentido de la justicia. La conciencia humana y la conciencia
nacional la han situado en el centro de sus anhelos. Ello atestigua el carácter
ético de las tensiones que nos invaden y nos indica también que dichas
tensiones subsistirán si se mantienen formas sistemáticas de injusticia.
La Iglesia comparte con los hombres de nuestro tiempo
y con los conciudadanos de nuestra Nación este profundo y ardiente deseo de una
vida justa bajo todos sus aspectos. [128]
202. c) Sin embargo, la experiencia demuestra que
otras fuerzas negativas, como el rencor, el odio, la revancha e incluso la
crueldad, han tomado la delantera a la justicia. Más aún, que, en nombre de la
misma justicia, se ha pecado contra ella. Como nos exhorta Juan Pablo II:
"El ansia de aniquilar al enemigo, de limitar su libertad y hasta de
imponerle una dependencia total, se convierte en el motivo fundamental de la
acción; esto contrasta con la esencia de la justicia, la cual tiende por
naturaleza a establecer la igualdad y la equiparación entre las partes en
conflicto. Esta especie de abuso de la idea de justicia y la alteración
práctica en ella, atestiguan hasta qué punto la acción humana puede alejarse de
la misma justicia, por más que se haya emprendido la acción en su nombre. No en
vano Cristo rechazaba de sus oyentes, fieles a la doctrina del Antiguo
Testamento, la actitud que ponían de manifiesto las palabras 'ojo por ojo y
diente por diente'. Tal era la forma de alteración de la justicia en aquellos
tiempos; las formas de hoy día siguen teniendo en ella su modelo. En efecto, es
obvio que, en nombre de una presunta justicia (histórica o de clase, por
ejemplo), tal vez se aniquila al prójimo, se lo mata, se lo priva de la
libertad, se lo despoja de los elementales derechos humanos. La experiencia del
pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es
suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de
sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda, que es el amor, plasmar
la vida humana en sus diversas dimensiones." [129]
Necesitamos los argentinos superar aun la misma
justicia mediante la solidaridad y el amor. Necesitamos, urgentemente, alcanzar
esa forma superior del amor que es el perdón.
Si edificamos sobre estos pilares de la verdad, la
justicia y el amor. podemos estar ciertos de que alcanzaremos la tan ansiada y
necesaria reconciliación, y la Argentina logrará ser un ámbito de auténtica
libertad para todos sus hijos.
203. Que Jesucristo, Señor de la historia y de los
pueblos, reciba el esfuerzo de una Nación que busca defender y construir su
identidad. y bendiga a todos los ciudadanos de buena voluntad que, desde los
diversos sectores de la sociedad, han hecho posible el presente y buscan
preparar un fuh1!o de esperanza.
Ponemos este documento a los pies de la Santísima
Virgen María Nuestra Señora de Luján, que acompañó en todo momento la peregrinación
de nuestro pueblo, para que ella, como Madre de los argentinos sea prenda entre
nosotros de reconciliación, fraternidad y construcción nacional.
Recomendamos este documento a la reflexión de nuestro
pueblo fiel y especialmente a las distintas instituciones católicas su
consideración y estudio.
8 de mayo de 1981, Solemnidad de Nuestra Señora de
Luján, Patrona de la Patria.
1 Octogésima Adveniens, N°1; cfr, Juan Pablo II,
Discurso al cuerpo diplomático del 12 de enero de 1981.
2 Cfr. Pablo VI, El mandato de la Iglesia en el mundo
contemporáneo, N° 77
3 Cfr. Juan Pablo II, Discurso al cuerpo diplomático,
12 de enero de 1981.
4 Cfr. Concilio Plenario Latinoamericano, art III.
5 Documento de Puebla N° 494 y 500
6 Gén. 1, 26-27
7 Cfr. Constitución pastoral sobre al Iglesia en el
mundo actual N° 25
8 Cfr. Constitución pastoral sobre al Iglesia en el
mundo actual, N° 17
9 Hech. 17, 27
10 Documento de Puebla N° 386 y 391
11 Juan Pablo II, Discurso UNESCO, 2 de junio de 1980,
n° 6
12 Juan Pablo II, Discurso UNESCO, 2 de junio de 1980,
n° 7
13 Cfr. Documento de Puebla N 387
14 Cfr. Documento de Puebla, N°s 305-306, 322-329
15 Juan Pablo II, UNESCO, 2 de junio de 1980, n° 7
16 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 15
17 Juan Pablo II, Homilía, 1° de junio de 1980
18 Cfr. Pío XII, Encíclica sobre las necesidades de la
hora presente, N°22
19 Documento de Puebla, N°491
20 Documento de Puebla N°491
21 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N°22
22 Cfr. Gén. 4
23 Documento de Puebla N° 331
24 Juan Pablo II, Redemptor Hominis, N° 13
25 Cfr. Mt. 25, 31-46
26 Constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo
actual, N° 24, Cfr. Juan Pablo II, Dives in Misericordia, Nos 11-14
27 Cfr. Documento de Puebla, N° 322
28 Octogesima Adveniens, N° 17
29 Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 25
30 Juan Pablo II, Discurso Unesco, 2 de Junio de 1980,
N° 14
31 Cfr. Documento de Puebla, Nos. 386-387
32 Cfr. Juan Pablo II, Discurso UNESCO, 2 de junio de
1980, Nos. 14-15
33 Jn. 10,16
34 Cfr. Constitución pastoral sobre al Iglesia en el
mundo actual, N° 74
35 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 26, Cfr. Enc{iclica a todos los trabajadores del mundo, N° 65
36 Encíclica a todos los trabajadores del mundo, N° 131
37 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 26
38 Juan XXIII, Encíclica La paz entre todos los
pueblos, N°60; cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual,
N° 26
39 Juan XXIII, Encíclica sobre la paz entre todos los
pueblos, N° 60, cfr. Pio XII, Mensaje de Pentecostés de 1941
40 Juan Pablo II, Redemptor Hominis, N° 17
41 Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 74
42 Juan XXIII, Encíclica sobre la paz entre todos los
pueblos, N° 47
43 Cfr. Pío XII, Radiomensaje de navidad, 24 de
diciembre de 1944
44 Juan XXIII, Encíclica sobre la paz entre los
pueblos, N° 48; cfr. Documento de Puebla N° 499
45 Encíclica sobre el desarrollo de los pueblos, N° 31
46 Encíclica a todos los trabajadores del mundo, N° 43
47 Encíclica a todos los trabajadores del mundo, N°54;
Pio XII, Discurso del 13 de junio de 1943, a los trabajadores de Italia.
48 Juan XXIII, Encíclica sobre la paz entre todos los
pueblos, N° 65
49 Encíclica a todos los trabajadores del mundo N°55
50 Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 75
51 Cfr. Encíclica sobre el desarrollo de los pueblos,
N° 33
52 Octogésima Adveniens, N° 16
53 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, n° 73, Octogésima Adveniens, N° 22
54 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 75
55 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 73
56 Cfr. Juan Pablo II, Redemptor Hominis, N° 17
57 Cfr. Juan XXIII, Encíclica sobre la paz entre todos
los pueblos, N° 116, Documento de Puebla, Mensaje a los pueblos de América
Latina, N°8
58 Cfr. Constitución pastoral sobre al Iglesia en el
mundo actual, N° 57
59 Juan Pablo II, Redemptor Hominis, N° 17
60 Cfr. Octogésima Adveniens, N° 24
61 Documento de Puebla, N°1238, Juan XXIII, Encíclica
sobre al paz entre todos los pueblos, N° 52
62 Juan XXIII Encíclica sobre la paz entre todos los
pueblos, cap. V, y Octogésima Adveniens, N° 30
63 Octogesima Adveniens, N° 30
64 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 75
65 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 73
66 Episcopado Argentino, Documento de mayo de 1976
67 Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 75
68 Cfr. Juan Pablo II, Discurso al presidente de
Filipinas, 17 de febrero de 1981
69 Ibidem, N° 5
70 Constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo
actual, N° 75
71 Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, 2 de junio de
1980, 4,7 ss.
72 Sal. 115, 24 b.
73 Cfr. Gén. 1, 28-30, Sal. 103, 13, 35
74 Gén. 2, 15
75 Juan Pablo II en Brasil, el 3 de julio de 1980,
Discurso a los obreros, N° 6
76 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, N° 64
77 Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 86
78 Cfr. Juan Pablo II, en Brasil, ut supra, N° 9
79 Cfr. Juan Pablo II, ibidem, N° 8
80 Cfr. Juan Pablo II. Dives in Misericordia, N° 11
[81] Discurso ante la Asamblea General, 14 de octubre
de 1979, Nº 13
[82] Dentro del magisterio de la Iglesia, la expresión
"justicia social" fue usada por primera vez por San Pío X en la
Encíclica Jucunda Sane, dedicada a San Gregario Magno a quien se llama Publicus
justitiae socialis absertor.
[83] Quadragesimo Anno, Nº 58.
[84] Quadragesimo Anno. Nº 75
[85] Cfr. Carta pastoral de la Conferencia Episcopal
de Portugal, 16 de julio de 1974.
[86] Cfr. Discurso de Juan Pablo II al Sindicato
"Solidaridad", 15 de enero de 1981.
[87] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 71
[88] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 69
[89] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, N° 71
[90] Cfr. Santo Tomás, Suma Teol6gica, II-II, q. 66,
art. 2, Encíclica a todos los trabajadores del mundo, Nos. 21-22.
[91] Juan Pablo II, Discurso inaugural, Puebla, III,
Nº 4.
[92] Pío XII, Levate capita, Nos. 36, 37, 45.
[93] Encíclica a todos los trabajadores del mundo,
Nos. 85-103.
[94] Sobre este tema remitimos al comunicado episcopal
de pastoral social, titulado "El derecho de agremiación", 3 de agosto
de 1979.
[95] Cfr. Encíclica a todos los trabajadores del
mundo, N9 22; Rerum Novarum, Nos. 34-39; Encíclica a todos los trabajadores del
mundo, Nos. 59-67.
[96] Declaración sobre la educación cristiana de la
juventud, Nº 5.
[97] Declaración sobre la educación cristiana de la
juventud, No 1. 98 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual,
No 60. 99 Documento de Puebla, No 1024
[98] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, No 60.
[99] Documento de Puebla, No 1024
[100] Documento La escuela católica, Nº 53.
[101] Documento La escuela católica, Nº 13.
[102] Cfr. Constitución dogmática sobre la Iglesia, Nº
48; Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Nº 45.
[103] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 42.
[104] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 42.
[105] Decreto sobre el apostolado de los seglares, Nº
5.
[106] Decreto sobre el apostolado de los seglares, Nº
7; Constitución dogmática sobre la Iglesia, Nº 38.
[107] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 45.
[108] Decreto sobre el apostolado de los seglares, Nº
7; Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Nos. 33 y
36.
[109] Cfr. Juan Pablo II, Alocución al cuerpo
diplomático acreditado en la Santa Sede, 12 de enero de 1979.
[110] Constitución dogmática sobre la Iglesia, Nº 8.
[111] Discurso ai Marchigiani, 23 de marzo de 1958.
[112] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 42.
[113] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 76.
[114] Declaración del Episcopado Italiano, 16 de enero
de 1968.
[115] Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia, Nº 21.
[116] Cfr. Juan Pablo II, al cuerpo diplomático, 12 de
enero de 1981.
[117] Cfr. Constitución pastoral sobre la Iglesia en
el mundo actual, Nº 43
[118] Cfr. Discursos de los Sumos Pontífices a los
jefes de Estados y a sus embajadores.
[119] Cfr. Juan Pablo II, 5 de mayo de 1980.
[120] Cfr. Juan Pablo II, al cuerpo diplomático, 12 de
enero de 1981.
[121] Declaración sobre la libertad religiosa, Nº 13.
[122] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 76; cfr. Juan Pablo
II, Discurso al embajador de Austria; id., Discurso al
presidente de los Estados Unidos, 21 de mayo de 1980.
[123] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 76.
[124] Cfr, Decreto sobre el apostolado de los
seglares, Nº 2.
[125] Decreto sobre el apostolado de los seglares, Nº
24.
[126] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 43.
[127] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, Nº 75.
[128] Juan Pablo II, Dives in Misericordia, Nº 12.
[129] Cfr. Juan Pablo II, Dives in Misericordia, Nº
12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario