vs. Hermenéutica de la ruptura en la Iglesia Católica
Carlos Daniel Lasa
Infocatólica –
20/08/21
Benedicto XVI, en
el discurso ofrecido el 22 de diciembre de 2005, se refirió a la existencia de
dos hermenéuticas en relación a la interpretación del Concilio Vaticano II. Por
un lado, la de la reforma en la continuidad; por el otro, la de la reforma en
la ruptura.
En esa
oportunidad, Benedicto expresó que la Iglesia, en la actualidad, tiene tres
nuevas posiciones respecto de: a) la relación de la fe y la Iglesia con las
ciencias naturales; b) el Estado liberal; y c) el vínculo con otras religiones.
En los tres casos, sostiene Benedicto, puede verse una aparente discontinuidad,
aunque se trata de una profundización de su íntima naturaleza y su verdadera
identidad.
Benedicto quiere
significar, a mi modesto entender, que esas verdades ya estaban presentes, de
un modo virtual, en la doctrina transmitida por la Iglesia. El Concilio
Vaticano II solo se ocupó de explicitarlas, manteniendo, de esa forma, una
evolución homogénea de la doctrina católica.
La conciencia de
Benedicto, fundada en una Verdad de naturaleza trans-histórica, sostiene que la
Iglesia puede ir ganando en la comprensión de la misma, a lo largo del tiempo.
Pero dicha comprensión, para ser legítima, deberá estar en consonancia con la
verdad acogida y enseñada por la Iglesia desde su misma fundación.
Hacia una
hermenéutica de la ruptura
Ahora bien, este
modo de conciencia, dentro del seno de la Iglesia católica, ha sido reemplazado
por otro. Y esta nueva modalidad se ha ido empoderando de los diversos ámbitos:
seminarios, universidades, colegios, etc.
¿En qué consiste
esta nueva perspectiva?
La misma ha
surgido a partir del momento mismo en que el hombre ha cambiado la relación que
mantiene con la realidad. Él ha pasado a identificar a esta con el devenir
histórico. Por eso, dentro de su nuevo mundo, ya no hay lugar para una idea que
haga referencia a la permanencia, a la eternidad. Y por eso, también, el
abandono de la metafísica y su reemplazo por el positivismo y la fenomenología.
La potencia del
espíritu humano ha quedado empobrecida, reducida al ámbito de lo que acontece.
El hombre afirma conocer solo aquello que él mismo ha creado. Es decir: como él
ha puesto las causas y condiciones de esa creación, (creación de factura
estrictamente humana), por esa razón puede conocerla.
Obsérvese: en el
pensar/obrar humano se ha registrado una verdadera revolución. En efecto, el
intelecto abandona su finalidad natural de leer dentro de las cosas y pasa a
convertirse en una ratio constructora. Si solo conocemos lo que hemos
fabricado, nuestro horizonte de comprensión del ser se estrecha absolutamente.
Consecuentemente,
ninguna esfera de la realidad podrá ser pensada en términos de algo absoluto o
definitivo. Excepto, claro está, esta última afirmación, la cual queda a salvo
de la contingencia histórica.
Todo se ha
historizado: no solo lo interpretado, sino también quien interpreta. El sólido
edificio en el que habitaba el ser ha sido abandonado y reemplazado por el
constante devenir. Y dentro de este mundo lábil, absolutamente contingente, el
hombre ha quedado desahuciado.
Fe católica vs.
conciencia histórica
Cuando esta nueva
mirada se enfrenta a la fe católica, determina que no puede asimilarla tal como
existe. Para poder digerirla, esta fe católica debe ser transformada
radicalmente.
La nueva
conciencia asume el imperativo de Marx, expresado en su tesis IX sobre
Feuerbach. Así como el mundo debe adquirir una nueva forma, de análogo modo, la
fe debe sufrir un cambio sustancial. Y así como el filósofo alemán pretendía
crear un hombre nuevo, así también la nueva Iglesia dará luz a un cristianismo
diferente, plenamente humano.
En este sentido,
la teología ya no podrá construirse a partir de un punto firme. Todo está
sometido a la ley del cambio y, por eso, todo tiene un carácter de caducidad,
de relatividad.
Desde aquí puede
entenderse que la profesión y defensa de la verdad haya perdido todo sentido en
la Iglesia actual, dominada por esta nueva conciencia. Los esfuerzos del
catolicismo deben atender a las exigencias eventuales de la historia. Los
teólogos católicos ya no deberán determinar qué filosofía resulta más apta para
comprender la fe, evitando, de ese modo, que peligre su integridad.
La actual forma
mentis de algunos exige resetear una nueva Iglesia, lo que significa, volver a
empezar, re-formar y quitar los imprevistos reductos de resistencia que pudieran
quedar. La filosofía del ser, o sea, la filosofía griega de la sustancia, debe
ser superada definitivamente. Eso está clarísimo. Una inteligencia formada de
acuerdo a la filosofía griega, como ya lo advertía Giovanni Gentile, es
absolutamente refractaria a la conciencia histórica.
A partir del dogma
de fidelidad a la historia, se buscará deconstruir el contenido de la fe
católica para que el catolicismo se haga uno con los dictados históricos. Creo
que la metamorfosis de sentido que ha sufrido la fe no registra parangón en la
historia de la Iglesia.
La reinventada
inteligencia de la fe, en oposición total a la de la Encíclica Fides et Ratio,
no va a formularse desde una filosofía del ser. Lo que interesa es una nueva
filosofía que esté en consonancia con la fluctuante conciencia histórica. Esta
nueva filosofía, rica en categorías lábiles y cambiantes, será apta para
adaptarse a todo tiempo y lugar.
«Si no creen, no
permanecerán firmes»
Renglones más
arriba referí que la fe católica, predicada por la Iglesia durante dos mil
años, era renuente a conciliarse con la conciencia histórica. Por eso, la
necesidad y urgencia, por parte de esta última, de socavarla y reformatearla.
Debemos
considerar, ante todo, que la fe católica tiene por objeto permanecer. El texto
de Isaías 7, 9, leído a la letra, expresaría esto: «Si no creéis no tendréis
apoyo» (Cfr. Ratztinger. Introducción al cristianismo. Salamanca, Ediciones
Sígueme, 1979, p. 48).
Solo puedo
apoyarme en algo sólido; solo puedo estar a resguardo sobre una roca firme. Y
eso firme no es la historia, sino el Yo soy del Éxodo. Es la solidez de Dios la
que nos promete la salvación: participar de la consistencia de su Ser, y
liberarnos del pecado mediante la gracia.
La fe no puede
surgir en el mundo exclusivo y excluyente del hacer. La fe solo puede
manifestarse en un mundo en que los hombres privilegian el ver o el oír por
sobre el hacer.
Tenía razón el
maestro de Giovanni Gentile cuando, con insistencia, le mostraba a su discípulo
un punto clave. Él decía que había que abandonar definitivamente toda
concepción que piense al conocimiento en términos de visión. Afirmar que el
primer acto de la inteligencia humana es «leer dentro de las cosas» supone
sostener la existencia de una realidad que exige ser leída. Y si exige ser
leída, luego, no ha sido puesta por la actividad de mi conciencia: ha sido
puesta por otro. Quien piensa al conocimiento en términos de «visión»,
irremediablemente termina sosteniendo el ámbito de la metafísica y de la
religión.
Algo queda claro:
cuando se abandona definitivamente la teoría se está renunciando a toda
realidad que esté situada más allá del mundo histórico. Pero pensemos en las
gravísimas consecuencias que se han seguido de todas las «teologías» que han
seguido a Marx. Y aquí me permito situar, en la misma línea de las teologías de
la liberación y de la secularización, a la denominada «teología del pueblo».
Esa concepción de
Iglesia, la que se ha derivado de posiciones decisionistas, avasalla todo.
Comienza por aquello que más escozor le produce: la verdad (la destrucción de
la verdad creída). Sigue por el bien (la destrucción de la verdad vivida).
Termina con la belleza (la destrucción de la verdad celebrada).
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