una vida
extraordinaria
Liana Marabini
Brújula cotidiana,
07-08-2021
Desde pequeña,
Inés Segni sintió la belleza de la fe y la oración. Tenía grandes dotes
místicos y taumatúrgicos. A la edad de 15 años se convirtió en abadesa, con una
dispensa papal especial. Ayunó y se mortificó. Unió su grave enfermedad con los
sufrimientos de Jesús y, al borde de la muerte, invitó a sus hermanas a
regocijarse con ella.
La chica se voltea
atareada entre los largos estantes de la despensa del monasterio. El
escapulario de tela burda que lleva le da gracia a sus movimientos, a pesar de
la simplicidad de la tela. La joven revisa los suministros y ordena mejor los
cestos que contienen legumbres secas, trenzas de ajo y cebolla, ramos de velas
atadas con hilo y tarros de aceitunas. Tiene sólo catorce años, pero la madre
superiora confía tanto en ella que le confía el dispensario.
Reza suavemente y
el canto de la oración suena como una melodía. De repente se detiene y se
voltea: ha sentido una presencia. Cegada por la luz, cae de rodillas. Y la
figura diáfana de la Virgen emerge del halo dorado. Sonríe y le habla a la
joven con voz calmada. Le da tres piedras y le explica que antes de morir
tendrá que construir un monasterio dedicado a ella, fundando el edificio sobre
la Trinidad indivisible. La Virgen desaparece y la joven permanece postrada un
buen rato, agarrando las tres piedras en la mano. Las mira y las mete en la
bolsa de la limosna, atada a la cuerda larga que le rodea la cintura. A partir
de ese momento su vida está trazada a la luz de esa aparición.
La joven es Inés
Segni, nacida en una familia adinerada el 28 de enero de 1268 en Gracciano, un
pequeño pueblo cerca de Montepulciano. Desde su nacimiento sucedieron cosas
misteriosas a su alrededor, como una multitud de velas encendidas en el momento
en que su madre Francesca la había dado a luz. Inés había sentido el encanto de
la fe y la belleza de la oración desde edad temprana. Estaba extasiada frente a
los íconos y le pidió a su madre que le enseñara las oraciones. A los nueve
años visitó el monasterio de Montepulciano y las “Hermanas de Saco”, llamadas
así por su hábito. Cuando regresó a casa, Inés le dijo a sus padres que quería
convertirse en una de ellas. No objetaron, la pequeña ya tenía un carácter bien
definido que intimidaba. La dejaron ir y encontró su lugar en el mundo desde
muy pequeña.
La superiora, sor
Margherita, la quiso de inmediato, la admiró ante la devoción de la pequeña.
Pasado el tiempo necesario para la formación religiosa, la superiora le confió
el dispensario. Y en ese lugar que ella cuidaba y ordenaba, custodiando las
provisiones del monasterio, ocurrió el encuentro con la Virgen, que dictaría
los acontecimientos de su vida. Pero eso no fue todo. La hermana Margherita
había notado el poder de la joven de curar. Más de una vez, los enfermos que
llegaron al monasterio habían salido curados, después de solo una señal de la
cruz trazada en su cuerpo por la hermana Inés. La hermana Margherita entendió
que esta joven era especial, que el Señor tenía planes con ella. Por eso la
estimó y la protegió.
A la noticia de
los prodigios que Dios obraba a través de Inés, los administradores del
Castillo de Proceno, un pueblo cercano (en la actual provincia de Viterbo),
pidieron a las monjas en 1283 que fundasen un monasterio. La tarea le fue
confiada a la hermana Margherita, pero ella aceptó con la condición de que se
le diera a Inés como compañera. Antes de entrar al pueblo, las dos monjas se
detuvieron a descansar cerca de un tronco de árbol caído. Como se había acabado
el agua del botellón, Inés empezó a cavar en la tierra con las manos y un
chorro de agua fresca brotó de aquellos terrones de arcilla. Ese lugar más
tarde se llamará Acquasanta. Entonces la joven monja llegó a Proceno, junto con
la hermana superiora Margherita, para fundar el monasterio, en la parte más
alta de la ciudad (conocida hoy como “Poggio di S. Agnese”). Los habitantes de
Proceno estaban tan entusiasmados con las extraordinarias virtudes de Sor Inés que
pidieron que fuera elegida superiora de su monasterio. Algo inédito, solo tenía
quince años: fue necesaria la dispensación del Papa Martín IV (1210-1285), que
en ese momento vivía en las cercanías de Orvieto.
El monasterio se
desarrolló rápidamente y Inés fue un gran ejemplo para las monjas y las jóvenes
que se reunieron a su alrededor. Practicaba una mortificación extraordinaria y
era inexplicable cómo podía vivir alimentándose habitualmente sólo de pan y
agua; los días festivos comía pasta aderezada con pan rallado (ver la receta
que acompaña a este artículo). Dormía en el suelo, con una piedra debajo de la
cabeza. En Proceno, Agnese puso en práctica varias veces el maravilloso don de
los milagros que le había confiado el Señor: bastaba que se acercara a los
poseídos y éstos eran liberados. En varias ocasiones multiplicó el pan y los
enfermos graves recuperaron la salud.
Permaneció en
Proceno durante 22 años. En ese momento, a pesar de poder dispensar curación a
otros, ella estaba sufriendo y estaba enferma. En la primavera de 1306 la
llamaron a Montepulciano, donde comenzó la construcción de una iglesia, como le
había pedido la Virgen María en la visión que tuvo unos años antes. Y así fundó
el monasterio de Santa María Novella (del que será abadesa) que se alimentará
de la espiritualidad dominicana. (Esto explica la iconografía que retrata a
Inés siempre con un vestido blanco y un manto negro).
Además de sus
cualidades como sanadora, Inés demostró ser una extraordinaria pacificadora.
Fueron numerosas las ocasiones en las que intervino en la ciudad para resolver
disputas en las luchas entre familias nobles. Lamentablemente, la grave
enfermedad que contrajo debido a las severas mortificaciones, los repetidos
ayunos y la austeridad que le habían impuesto no le dieron tranquilidad y su
estado empeoró. Estaba postrada en cama, su fuerza menguaba más y más cada día.
En 1316 Inés, por sugerencia de su médico y ante la insistencia de sus
hermanas, fue a Chianciano para ser tratada en el balneario. En el lugar donde
estaba sumergida brotó un nuevo manantial de agua, era caliente y sulfuroso.
Esa fuente tomará el nombre de “Bagni di S. Agnese”. Su presencia ayudó a los
numerosos enfermos presentes en la localidad e Inés hizo numerosos milagros,
pero los tratamientos termales no aportaron ningún beneficio a su enfermedad,
que se agravó.
Ya al borde de la
muerte, Inés animó a sus hermanas invitándolas a regocijarse porque había
llegado el momento tan esperado de su encuentro con Dios. Y esto ocurre el 20
de abril de 1317. Ya que las hermanas y los frailes dominicos querían
embalsamar el cuerpo de Inés en Génova, pero no hubo necesidad, porque de sus
manos y pies goteó un líquido fragante que impregnó las telas que cubrían su
cuerpo. Se recogieron algunas ampollas. El eco del milagro atrajo a numerosos
enfermos que deseaban ser ungidos por el aceite milagroso. El cuerpo no fue
enterrado, sino colocado en una urna de madera con cerradura que permitía
abrirlo y mostrar a los fieles los restos mortales que permanecieron incorruptos
durante mucho tiempo.
Como escribió el
beato Raimondo da Capua en su Leyenda de 1366, su cuerpo aún estaba intacto,
como si Inés acabara de morir, y hubo muchos milagros de curación que tuvieron
lugar en la iglesia, que ya era conocida como la “Iglesia de Sant'Agnese”. Otra
fuente autorizada, la Vida (1606) del padre Lorenzo Sordini Mariani testifica
en este sentido. Las curaciones fueron milagrosas e instantáneas y ningún
médico pudo explicarlas. También hay un registro público de estos milagros
realizado por notarios a pocos meses de la muerte de la santa. Según la
tradición, realizó otros milagros después de su muerte, incluido el de haber
salvado a Montepulciano de la epidemia de cólera de 1855.
El origen de su
enfermedad nunca se ha esclarecido. El culto a Santa Inés se extendió
rápidamente gracias también al trabajo de los dominicos. Fue canonizada por
Benedicto XIII (1649-1730) el 12 de mayo de 1726 en la iglesia romana de “Santa
María sopra Minerva”. El ejemplo de fe y vida de Santa Inés es fuente de
inspiración. Si bien para nuestros contemporáneos las mortificaciones físicas
son difíciles de poner en práctica, al menos podemos vivir sin desperdicio, de
una manera austera y sencilla: cualidades que refinan nuestra vida espiritual.
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