ya no es el Sínodo
“de los Obispos”
Luisella Scrosatti
Brújula cotidana,
29-04-2023
Están cambiando
las cartas sobre la mesa con el proceso sinodal en marcha: las cuotas rosas y
las cuotas laicas desvirtúan de hecho el órgano establecido por san Pablo VI y
regulado por el derecho canónico. Aunque está claro hacia dónde va todo esto,
podemos respirar aliviados: una asamblea redefinida de esta manera no “hace”
magisterio.
De tanto haber
escuchado truenos, al final ha llovido. En otra entrevista (de rodillas, o más
bien rendida a sus pies), la del pasado 10 de marzo de Elisabetta Piqué con
Francisco, el Papa había anunciado el “sufragio universal” en las asambleas
sinodales de la Iglesia católica: “Todo el que participa en el sínodo tiene
derecho a votar. Sea hombre o mujer. Todos, todos. La palabra ‘todos’ es
fundamental para mí”.
Poco más de un mes
después, la Secretaría del Sínodo, a través de algunos cambios (el documento en
los distintos idiomas con los cambios puede descargarse aquí), ha anunciado la
transformación de la categoría de auditores en verdaderos miembros con derecho
a voto. Por tanto, según los deseos del Pontífice, “todos” podrán votar. Pero
dado que (como en toda república bananera) la licencia de “todos” la da sólo el
jefe, incluso el Papa ha considerado oportuno no violar la costumbre: los 70
nuevos miembros no obispos con derecho a voto los decide él. Así pues,
sinodalidad, pero sin exageraciones. Scaraffia también se ha dado cuenta: “Me
parece increíble el hecho del Papa sinodal que centraliza cada vez más”. En
realidad no es increíble, es típico de cierta corriente sudamericana.
Manteniendo
siempre un escrupuloso cumplimiento de la burocracia paralela necesaria a todo
gobierno dictatorial, el pulgar hacia abajo o hacia arriba lo ejercerá el Papa
con una lista de 140 personas, explica la Secretaría, “identificadas (y no
elegidas) por las siete Reuniones Internacionales de Conferencias Episcopales y
la Asamblea de Patriarcas de las Iglesias Orientales Católicas (20 por cada una
de estas realidades eclesiales)”. Además, la mitad de los elegidos deben ser
mujeres para respetar la paridad. Una tomadura de pelo, la debida cuota a la
corrección política.
Los 70 magníficos
saldrán de una especie de preselección, sobre la base de la “cultura general”
de los candidatos (¿examen tipo test o de respuesta libre?), “su prudencia” (es
decir, el grado de sumisión), pero también sus “conocimientos, teóricos y
prácticos” (¿sobre qué? ¿tema a elegir?), y, por último, “su participación con
diferentes papeles en el proceso sinodal”, condición fundamental para
comprender si el candidato ha demostrado ya una lealtad absoluta al sistema.
Ortodoxia, integridad de vida moral, méritos particulares en el servicio al
prójimo: todos ellos son criterios obsoletos. Y, no menos importante, al Sínodo
no irá una representación de la Iglesia real, sino la “identificada”, es decir,
la que ha sido seleccionada según los criterios totalmente vagos y subjetivos
antes mencionados.
Volvamos a la cuota
femenina: han sido elegidas 35 mujeres, a las que se añaden, en virtud de otro
cambio querido por el papa, 5 religiosas seleccionadas por las organizaciones
de Superiores Mayores (a las que se unirá el mismo número de homólogos
masculinos) y la elegida por excelencia, la subsecretaria sor Nathalie
Becquart, la primera mujer que tendrá derecho a voto en un Sínodo de los
Obispos por voluntad del papa. En aquel momento, febrero de 2021, el cardenal
Mario Grech, secretario general de la Secretaría General del Sínodo, había
comentado: “Con el nombramiento de la hermana Becquart y su posibilidad de
participar con derecho a voto se ha abierto una puerta, veremos entonces qué
otros pasos se pueden dar en el futuro”. Los misteriosos pasos futuros, al
menos los más cercanos, eran ya bastante obvios: si un laico puede votar en un
Sínodo de Obispos, no está claro por qué no podrían votar 70, y quizás más
adelante incluso la mitad de los miembros. Sean hombres o mujeres.
Con el voto de los
laicos en el Sínodo, podemos suponer sin temor a equivocarnos que ya no se
trata del Sínodo de los Obispos, tal como lo definen y regulan los cánones
342-348. El canon 342 es casi tautológico: “El sínodo de los obispos es una
asamblea de obispos que [...] se reúne en tiempos determinados para fomentar la
estrecha unión entre el Romano Pontífice y los propios obispos”. Y, he aquí que
incluso la Constitución Apostólica Episcopalis Communio, firmada por
Francisco, enseña que los miembros del Sínodo de los Obispos son los obispos,
según el can. 346, a los que se añaden los miembros de los institutos
religiosos clericales. También hay “otros participantes”, incluidos los laicos,
que, sin embargo, no tienen derecho a voto.
A pesar de las
garantías de “mantener la especificidad episcopal de la Asamblea convocada en
Roma”, no es potestad del Papa ordenar que una realidad sea distinta de lo que
es o suprimir el principio de no contradicción. El Sínodo de los Obispos es tal
porque tiene como miembros a los obispos; si una parte de estos miembros,
parece ser una cuarta parte, no está formada por obispos ni está vinculada a la
constitución jerárquica de la Iglesia a través del orden sagrado, entonces ya
no es Sínodo de los Obispos, sino de los cristianos. Lo cual no es ni mejor ni
peor, sino simplemente otra cosa.
Por lo tanto, la
decisión del Papa Francisco básicamente nos hace respirar aliviados. El camino
que seguirá el Sínodo, en términos de contenido y disciplina, está bastante
claro, y no tiene buenas perspectivas. Pero ahora al menos sabemos que el
documento que saldrá de la Asamblea simplemente no será un documento del Sínodo
de los Obispos, y por lo tanto cualquier ratificación por parte del Sumo
Pontífice (cf. can. 343) será simplemente nula.
Segunda
consideración: el sacerdocio femenino está más cerca de lo que pensamos. Y la
posición negativa expresada por Francisco no es nada tranquilizadora. En primer
lugar, porque el Papa ha demostrado que puede decir y escribir tranquilamente
una cosa y hacer (o dejar hacer) exactamente lo contrario. La cuestión de la
bendición de las parejas del mismo sexo es bastante obvia. Como lo es la
Constitución Apostólica antes mencionada. Además, es un hecho que más de una
premisa ha sido puesta con la intención de conferir las Órdenes Sagradas a las
mujeres: la reapertura de la cuestión del diaconado femenino con el
establecimiento, en abril de 2020, de una nueva comisión de estudio sobre el
tema; luego el Motu Proprio Spiritus Domini (2021) que admitió a las mujeres a
los ministerios de Lector y Acólito; luego el nombramiento de tres mujeres para
el Dicasterio de los Obispos. Y ahora las mujeres (y los laicos en general)
equiparadas a los obispos, como miembros de un Sínodo de Obispos. Se han
abierto muchas, demasiadas ventanas de Overton.
Finalmente, como ha
escrito el hermano Gerard Murray, la posibilidad de que los laicos voten
durante la Asamblea del Sínodo de los Obispos ha distorsionado radicalmente su
naturaleza, pues el Sínodo ya no es la comunión de los pastores de la Iglesia
con el Papa para discutir y encontrar soluciones a las necesidades de la
Iglesia universal, parte de su misión divina de “santificar, enseñar y gobernar
el rebaño de Cristo”. Lo que se va a constituir es algo totalmente distinto:
“personas que no están conformadas sacramentalmente por el Orden Sagrado a
Cristo, Sumo Sacerdote”, pero que serán “tratadas jurídicamente como iguales a
los obispos”. El relator general del Sínodo, el cardenal Jean-Claude Hollerich,
se apresuró a sacar las manos del fuego, declarando que esto sería “un cambio
importante, pero no una revolución”. Lo que en modo comunicativo orwelliano
significa: es una revolución, pero tenéis que pensarlo.
En cambio, la
verdad está claramente expresada por el hermano Murray: “Esta innovación debe
ser rechazada por los obispos de la Iglesia. Entra en conflicto con la
enseñanza dogmática de la Iglesia sobre la naturaleza del Sacramento del Orden,
en particular la naturaleza del episcopado”.
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