cuáles son las opiniones heréticas que
sostiene Mons. Víctor Manuel Fernández
(LSN/InfoCatólica)
5-7-23
La siguiente es
una entrevista que el cardenal Gerhard Müller concedió a Michael Haynes para
LifeSiteNews por correo electrónico, respondiendo a la reciente noticia de la
nominación del arzobispo Víctor Fernández para convertirse en el nuevo prefecto
de la Congregación (ahora Dicasterio) para la Doctrina de la Fe (CDF).
El Cardenal Müller
se desempeñó como Prefecto de la CDF desde 2012 hasta 2017, momento en el que
el Papa Francisco lo reemplazó por el Cardenal Luis Ladaria Ferrer, SJ
Eminencia, usted
ha declarado anteriormente que algunas de las declaraciones del Arzobispo
Fernández son «heréticas». ¿Qué peligro representa ahora como jefe de la CDF,
especialmente dada su escritura y promoción de Amoris Laetitia como apertura de
la Comunión a los divorciados y 'vueltos a casar'?
La decisión de
quién será prefecto de la congregación principal (o dicasterio) que asiste
directamente al Romano Pontífice en su magisterio universal corresponde
únicamente al Santo Padre. Él también debe responder de ello en conciencia ante
Cristo, Señor y Cabeza de su Iglesia. Esto no excluye la preocupación de muchos
obispos, sacerdotes y fieles de todo el mundo. Tienen derecho a expresar
libremente sus preocupaciones (Lumen gentium 37).
La opinión (ndr:
de Mons. Víctor Manuel Fernández), que yo critiqué en su momento, de que
cualquier diócesis podía convertirse en la sede del sucesor de Pedro, ya fue
calificada directamente por los Padres del Vaticano I como una contradicción
herética contraria a la fe revelada en el 2º canon de la Constitución «Pastor
aeternus» (Denzinger- Hünermann, 3058). El concepto de que «el Romano Pontífice
tiene potestad plena, suprema y universal sobre la Iglesia» (Lumen gentium 22),
es decir, la plenitudo potestatis, no tiene nada que ver con el mando ilimitado
de los potentados seculares que se remiten a un poder superior.
La Iglesia del
Dios Trino tampoco necesita una nueva fundación o modernización, como si se
hubiera convertido en una casa ruinosa y como si hombres débiles pudieran
superar al Divino Maestro Constructor. Ella ya está históricamente establecida
en Cristo de una vez para siempre y perfectamente concebida en su doctrina,
constitución y liturgia en el plan de salvación de Dios.
En el Espíritu
Santo, la Iglesia sirve continuamente a los hombres como sacramento de la
salvación del mundo. Su enseñanza no es un programa a mejorar y actualizar por
los hombres, sino el testimonio fiel y completo de la revelación escatológica
de Dios en su Hijo encarnado «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).
La tarea del
dicasterio, al servicio del magisterio pontificio, es mostrar cómo se
fundamenta bíblicamente la doctrina de la fe, cómo se ha desarrollado en la
historia del dogma y cómo su contenido es expresado de modo autorizado por el
magisterio. La obediencia religiosa debida por todos los católicos al
episcopado universal, y especialmente al Papa, se refiere sólo a las verdades
sobrenaturales de la doctrina de la fe y de la moral (incluyendo las verdades
naturales en ontología, epistemología y ética, que son los presupuestos de la
cognoscibilidad de la Palabra de Dios en nuestras mentes humanas).
El Papa y los
obispos no pueden exigir obediencia por sus opiniones privadas, y ciertamente
no por enseñanzas y acciones que contradigan la revelación y la ley moral
natural. Esto fue declarado ya en 1875 por los obispos alemanes contra la mala
interpretación de las enseñanzas del Vaticano I por el canciller alemán
Bismarck. El Papa Pío IX estuvo expresamente de acuerdo con esto
(Denzinger-Hünermann, 3115; 3117).
El Papa y los
obispos están vinculados a la Sagrada Escritura y a la Tradición Apostólica y
de ninguna manera son fuentes de revelación adicional o de revelación que
supuestamente deba ajustarse para estar de acuerdo con el estado actual de la
ciencia.
«El Romano
Pontífice y los Obispos, por razón de su oficio y la importancia del asunto,
trabajan celosamente con los medios oportunos para investigar adecuadamente y
para proponer de una manera apta esta Revelación; y no aceptan ninguna nueva
revelación pública como perteneciente al divino depósito de la fe (divinum depositum
fidei)». (Lumen Gentium 25).
El arzobispo
Fernández también ha defendido que las relaciones sexuales entre parejas que
cohabitan no siempre son pecaminosas. ¿Qué peligro supone para él mantener tal
postura en la CDF?
Invocando la
voluntad original del Creador, el propio Jesús calificó el divorcio y las
«segundas nupcias» de adulterio en sus discusiones con los fariseos de corazón
duro, que esgrimían como argumento la realidad de la vida de sus contemporáneos
y la incapacidad de cumplir los mandamientos de Dios (Mt 19,9).
Todo pecado grave
nos excluye del reino de Dios mientras no nos arrepintamos de él y y pidamos
perdón (1 Co 6,10). La misericordia de Dios consiste en reconciliar consigo al
pecador arrepentido por medio de Jesucristo. De ninguna manera podemos
justificarnos con referencia a nuestra fragilidad, para persistir en el pecado,
es decir, en fatal contradicción con la voluntad santa y santificadora de Dios.
Otra cosa bien
distinta es el trato pastoralmente sensible a las muchas personas cuyos
matrimonios y familias se han visto dañados o rotos por culpa propia o ajena.
Sin embargo, la Iglesia no tiene autoridad para relativizar las verdades
reveladas sobre la unidad del matrimonio (monogamia), su indisolubilidad y su
fecundidad (aceptación de los hijos como don de Dios). Una buena pastoral se
basa en una buena dogmática, porque sólo un buen árbol con raíces sanas produce
también buenos frutos.
Monseñor Fernández
ha declarado que «en muchos temas soy mucho más progresista que el Papa». Como
ex prefecto de la CDF, ¿qué consejo le daría al arzobispo Fernández para que
pueda proteger con seguridad las doctrinas de la fe?
En América Latina,
la Iglesia ha perdido la mitad de sus fieles. En la Alemania sinodal, más de
500.000 católicos han renunciado públicamente a su comunión con la Iglesia sólo
en 2022. En todas partes, los seminarios están vacíos, los monasterios están
cerrando, y el proceso de descristianización de las Américas y Europa es
impulsado de manera sofisticada y violenta por las «élites» anticlericales.
Sólo un necio
puede hablar de una primavera en la Iglesia y de un nuevo Pentecostés. Las
alabanzas de los grandes medios de comunicación a los reformadores progresistas
no se han reflejado todavía en un giro de la gente hacia la fe en Jesucristo.
Porque sólo en el Hijo del Dios vivo pueden depositar su esperanza de vivir y
morir.
Pensar aquí
todavía en las viejas categorías teórico-culturales de «progresistas/liberales
y conservadores», o clasificar a los creyentes en la escala política de
«derecha a izquierda», es ya criminalmente ingenuo.
Lo que importa no
es dónde nos situamos en el espectro ideológico, sino si «rendimos al Dios
revelado en Cristo la 'obediencia de la fe' y asentimos voluntariamente a su
revelación». No nos orientamos hacia los hombres y sus ideologías, sino hacia
el Hijo de Dios, el único que puede decir de sí mismo: «Yo soy el camino, la
verdad y la vida». (Juan 14:6).
Que mi consejo sea
deseado por los destinatarios es dudoso. En cuanto a la doctrina de la Iglesia
sobre la fe verdadera y salvífica, y lo que el prefecto y su dicasterio están
obligados a hacer a la luz del magisterio universal del Romano Pontífice,
preferimos dejar que digan los Padres del Vaticano II:
«Para profesar
esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios
internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios,
abre los ojos de la mente y da «a todos la suavidad en el aceptar y creer la
verdad». Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo
Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones». (Dei
verbum 5).
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