miércoles, 29 de enero de 2025

TRUMP Y EL VATICANO


 guerra en curso

 

por Stefano Fontana

Observatorio Van Thuan, 29-1-2025

 

Muchos observadores opinan que las decisiones políticas tomadas por Donald Trump en los primeros días de su presidencia pondrán en dificultades a los líderes de la Iglesia católica. Esas decisiones contrastan con las orientaciones seguidas por el Vaticano en los sectores de la inmigración, el género, el medio ambiente, el verde y resaltan, negativamente, que en Occidente se había instaurado un sistema global dominado por la cultura liberal, una posdemocracia elitista y totalitaria. gestionado por la administración democrática estadounidense y que agrupaba a una gran serie de centros de poder coordinando su trabajo.


Entre estos centros de poder se encontraban los dueños de la Web, la prensa dominante, las universidades, las llamadas fundaciones filantrópicas, las agencias internacionales, los principales gobiernos occidentales y la dirección de la Unión Europea. El hecho de que inmediatamente después de las primeras decisiones de la nueva administración estadounidense asistamos a un cambio de dirección por parte de muchos socios de este sistema - incluso Macron pide ahora abandonar el verde - confirma que este sistema existió y que las elecciones estadounidenses han abierto las puertas a un contrasistema.

 

Hay muchas razones para argumentar que la Iglesia Católica había contribuido a ese sistema totalitario y que entre sus propios objetivos y los de la administración Biden, el Foro de Davos, la Comisión Europea o la OMS –solo por nombrar algunos del círculo– la El observador imparcial nota muchas convergencias. La primera dificultad de la Iglesia católica es precisamente ésta, que no ha podido distanciarse del poder ideológico dominante, que no ha escapado de las mallas de un sistema, que no ha defendido la justicia como debía.


No haber apoyado a los obispos que no tenían intención de dar la comunión a los políticos que apoyaban el aborto extremo como el presidente Biden y Nancy Pelosi, haber enviado varios mensajes de apoyo y buenos deseos a Klaus Schwab, argumentando que el Foro de Davos podría hacer mucho por la bien común, habiendo condenado sin apelación cualquier control y limitación de la inmigración, habiendo aceptado y apoyado el sistema policial global establecido en el bienio Covid y haber confirmado todas las decisiones de la OMS, haber insistido, incluso con documentos oficiales como el Exhortación Evangelii gaudium o la encíclica Lauda si', sobre el calentamiento global antrópico y en apoyo a esa ideología climática que hoy está siendo echada a pique por Biden porque carece de fundamento científico y trae pobreza a las masas trabajadoras... todo esto y más manifiesta una línea servil al actual sistema de control social.

 

Las políticas que la Iglesia ha apoyado, ya sea proponiéndolas ella misma o guardando silencio sobre sus aspectos negativos, han causado grandes daños. Pensemos, por ejemplo, en las muertes causadas por el totalitarismo sanitario durante la pandemia y, después de ella, por sus efectos adversos. O miremos el desempleo, la crisis económica, las tensiones sociales causadas por la economía verde, con los agricultores de media Europa protestando en las calles contra las disposiciones idiotas de los gobiernos o con los fabricantes de automóviles cerrando o trasladando fábricas. O hacer referencia a la total ausencia de sentido común a la hora de aplicar la ideología de género en competiciones deportivas entre hombres y mujeres, como en los Juegos Olímpicos de París, en los baños comunes, a menudo impuestos por ley, y en las prisiones.


Pensemos también en el aborto, no en el sentido de que la Iglesia lo haya declarado admisible, sino porque sobre este tema su voz se ha vuelto débil y casi ausente, prefiriendo intervenir sobre los inmigrantes y el medio ambiente. Mientras tanto, sin embargo, el sistema liberal global amplió el derecho hasta el nacimiento, lo incluyó en la Constitución como en Francia, lo declaró un derecho humano como en el Parlamento Europeo y muchos países establecieron disposiciones legales para la distribución de píldoras abortivas. por correo. Cuando, gracias a los nombramientos realizados por Trump en su primer mandato, la Corte Suprema abolió la legislación anterior por inconstitucionalidad y devolvió la competencia sobre el asunto a los estados individuales, el Vaticano simplemente tomó nota. Ahora Trump libera a los pro-vida encarcelados, pero no surgió ninguna movilización de protesta por parte de la Iglesia en su defensa.


No se escuchó una sola palabra, no digo de disculpa sino al menos de cambio de opinión o de corrección de rumbo, por parte de los líderes eclesiásticos, ningún obispo dijo lamentarse de haber cerrado las iglesias y santuarios en obediencia a la OMS, de haber apoyado las mentiras interesadas de los virólogos a sueldo, de haber obligado a sus sacerdotes (todavía hoy los resistentes a las vacunas son objeto de oposición y discriminación en las diócesis), el Papa Francisco no ha corregido su eslogan "La vacunación es un acto de amor" y En cuanto a la ideología de género, tanto la práctica eclesial como las declaraciones oficiales y documentos recientes dicen claramente que la Iglesia no está dispuesta a librar ninguna batalla sobre el tema.


La homosexualidad ahora es aceptada como algo natural - "Dios nos ama tal como somos" -, se abre el reconocimiento legal de las parejas homosexuales puras, el cardenal Cupich se declara a favor de la adopción de menores, se abre la bendición de las parejas homosexuales prevista por la Fiducia supplicans las derivaciones al género porque están disociadas, con la autoridad del Dicasterio para la doctrina de la fe, del cuerpo y de la persona.

 

 

martes, 28 de enero de 2025

LA REVOLUCIÓN DE GÉNERO

 


 en la Iglesia se refleja en la película Cónclave

 

Riccardo Cascioli

Brújula cotidiana,  28_01_2025

 

El obispo de la diócesis francesa de Coutances et Avranches, monseñor Grégoir Cador, acaba de anunciar el nombramiento de una vicaria general, Audrey Dubourget, que queda adscrita por tanto al consejo episcopal. En la archidiócesis de Bruselas, el pasado diciembre también se nombró a una delegada episcopal, Rebecca Charlier-Alsberge, cuyo nombre incluso se ha introducido en la Plegaria Eucarística. En Italia, el programa de televisión Otto e Mezzo (La7), ha entrevistado a una monja, Paola Arosio, que ha censurado la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de aceptar solo los géneros masculino y femenino, calificando su decisión como violenta y no acorde con los tiempos. Sobre las teorías homosexualistas y transexualistas del cardenal estadounidense Blase Cupich se puede consultar este otro artículo de Tommaso Scandroglio. Y luego tenemos al Papa, que entre septiembre y octubre pasados recibió con gran énfasis a dos grupos diferentes de personas homo y transexuales, y que sobre todo promueven la agenda LGBT en la Iglesia.

 

Estos son sólo algunos hechos recientes -podrían mencionarse muchos otros- que dan una idea de cómo se está produciendo una verdadera revolución moral en la Iglesia. Es más, está en marcha un proceso que desvirtúa el sacerdocio.

 

Y son hechos que vienen inmediatamente a la mente después de ver la película Cónclave, dirigida por Edward Berger y basada en la novela homónima de Robert Harris, que se estrenó en Italia en Navidad y sigue en los cines con buen éxito de taquilla. Al fin y al cabo, estamos hablando de una película nominada a ocho Oscar, siete Globos de Oro y muchos otros premios. Así que dentro de unas semanas, cuando llegue la noche de los Oscar, volverá a ser noticia.

 

A pesar de ello, también se podría evitar hablar de esta película si fuera simplemente una obra más -aunque cinematográficamente bien hecha- realizada para desacreditar a la Iglesia católica, protagonizada por cardenales dedicados sólo a tramas de poder o con pesados esqueletos en el armario. Cosas ya vistas, se podría argumentar.

 

En realidad, la Operación Cónclave es mucho más enrevesada e inquietante. Eso sí, los ingredientes del thriller vaticano están todos ahí: empezando por la banda sonora, digna de una película de Dario Argento, que desde las primeras escenas acompaña las acciones más ordinarias y obvias tras la muerte de un Papa, dando la impresión de estar presenciando quién sabe qué fechoría. Tampoco faltan los escándalos que van surgiendo poco a poco mientras se desarrolla el Cónclave y que, obviamente, permanecen encerrados en las salas secretas: el cardenal africano con un hijo y el canadiense que conspira y soborna a otros cardenales para conseguir su voto. Luego están los dos frentes opuestos, progresistas y tradicionalistas, estrictamente occidentales, evidentemente enzarzados en una simple lucha de poder. Todo ello aderezado, en los raros discursos importantes, con un lenguaje políticamente correcto: sobre todo la homilía de la misa que introduce el cónclave, cuando el cardenal Lawrence, el decano que hace de guía en el desarrollo de la película, pronuncia un elogio de la duda contra toda certeza. Duda que expresa sus propios sentimientos en un momento de crisis de fe.

 

Hasta llegar al epílogo en el que, habiendo sido aniquilados por el escándalo todos los principales candidatos, el joven cardenal, procedente de los suburbios, consigue los votos para el papado en virtud de un banal discurso sobre los pobres y las guerras. Pero que, sin embargo, esconde el secreto de una naturaleza sexual que se intuye intersexual, aunque la descripción que se hace de él sea de fantasía-anatomía. Al final, el nuevo Papa, con toda su ambigüedad e incluso banalidad, emerge como la única figura verdaderamente positiva del Sacro Colegio, un hombre-mujer que, en virtud de esta naturaleza, tiene la mansedumbre y la propensión al diálogo –contra la arrogancia y la violencia de los machos tóxicos- que la Iglesia y el mundo necesitan.

 

En resumen, un argumento, si se quiere, ni siquiera demasiado original. ¿Qué es, pues, lo inquietante de esta película? Durante el anterior pontificado una obra así habría sido considerada como de “reli-ficción”, como lo fue en su momento El Código Da Vinci por poner un ejemplo. Sin embargo, durante el actual pontificado parece dramáticamente realista. Los discursos de los cardenales en la película, que carecen de toda referencia concreta a las razones de la fe, son terriblemente parecidos a los que se oyen en boca de muchos prelados hoy, incluyendo el elogio de la duda, “la Iglesia no es tradición”, etcétera. De hecho, se oyen y se ven cosas mucho peores en la realidad.

 

Ante un obispo que promueve una exposición blasfema y otro que acepta comer fast food en la iglesia con la justificación de que “Jesús lo aprobaría”, ¿qué importancia tiene un cardenal que vive obsesionado con la posibilidad de que el candidato tradicionalista se convierta en Papa?

 

Para ser sinceros, la realidad ejemplificada por los hechos citados al principio del artículo ya va por delante de lo que vemos en la película. Hasta el punto de que la elección de un cardenal intersexual o incluso transexual como papa, hoy en día –después del pontificado actual- ya no es fantasía-religión.

 

El primer pensamiento que viene a la mente al salir del cine es, en efecto, que hoy este epílogo sería dramáticamente posible. Es más, cabe preguntarse si no habrá ocurrido ya que algún sacerdote u obispo se encuentre exactamente en esta condición. Recordemos que ya hace tres años, la diócesis de Turín aceptó impartir el sacramento de la confirmación con el nuevo nombre y género de una mujer que se había “convertido” en hombre; y estamos seguros de que en otras partes del mundo occidental ya no hay escándalo por casos semejantes. La creciente presión para aceptar candidatos homosexuales al sacerdocio en los seminarios va en la misma dirección.

 

En la película, el Papa fallecido se entera de la situación del obispo intersexual y a pesar de ello lo nombra cardenal diciéndole “Adelante”. ¿No es ésta una situación con la que estamos familiarizados? ¿Acaso no hemos visto en los últimos años las brillantes carreras de figuras abiertamente pro-LGBT como el ya mencionado cardenal Cupich o el cardenal Robert W. McElroy, ascendido precisamente en las últimas semanas a arzobispo de Washington?

 

Al fin y al cabo, Cónclave actúa como caja de resonancia de aquellos que trabajan por la destrucción de la Iglesia, lo que hace que un epílogo como el de la película resulte familiar y aceptable para un amplio público, incluidos los católicos.

TOMÁS DE AQUINO, SANTO


Memoria litúrgica, 28 de enero


Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net

 

Presbítero y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de santo Tomás de Aquino, presbítero de la Orden de Predicadores y doctor de la Iglesia, que, dotado de gran inteligencia, con sus discursos y escritos comunicó a los demás una extraordinaria sabiduría. Llamado a participar en el Concilio Ecuménico II de Lyon por el papa beato Gregorio X, falleció durante el viaje en el monasterio de Fossanova, en el Lacio, el día siete de marzo, y muchos años después, en este día, sus restos fueron trasladados a Toulouse, en Francia (1274).

 

Fecha de canonización: 18 de julio de 1323 por el Papa Juan XXII

 

Breve Biografía

Nació hacia el año 1225, de la familia de los condes de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecassino, luego en Nápoles.

 

A los 18 años, contra la voluntad del padre y hasta perseguido por los hermanos que querían secuestrarlo, ingresó en la Orden de Predicadores, y completó su formación en Colonia donde tuvo por Maestro a San Alberto Magno, y después en París. Mientras estudiaba en esta ciudad se convirtió de estudiante en profesor de filosofía y teología. Después enseñó en Orvieto, Roma y Nápoles.

 

Suave y silencioso (en París lo apodaron "el buey mudo"), gordo, contemplativo y devoto, respetuoso de todos y por todos amado, Tomás era ante todo un intelectual. Continuamente dedicado a los estudios hasta el punto de perder fácilmente la noción del tiempo y del lugar: durante una travesía por el mar, ni siquiera se dio cuenta de la terrible borrasca y el fuerte movimiento de la nave por el choque de las olas, tan embebido estaba en la lectura. Pero no eran lecturas estériles ni fin en sí mismas. Su lema, "contemplata aliis tradere", o sea, hacer partícipes a los demás de lo que él reflexionaba, se convirtió en una mole de libros que es algo prodigioso, más si se tiene en cuenta que murió a los 48 años.

 

En efecto, murió en la madrugada del 7 de marzo de 1274, en el monasterio cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon, convocado por el B. Gregorio X. Su obra más famosa es la Summa theologiae, de estilo sencillo y preciso, de una claridad cristiana, con una capacidad extraordinaria de síntesis. Cuando Juan XXII lo canonizó, en 1323, y algunos objetaban que Tomás no había realizado grandes prodigios ni en vida ni después de muerto, el Papa contestó con una famosa frase: "Cuantas proposiciones teológicas escribió, tantos milagros realizó".

 

El primado de la inteligencia, la clave de toda la obra teológica y filosófica del Doctor Angélico (como se lo llamó después del siglo XV), no era un intelectualismo abstracto, fin en sí mismo. La inteligencia estaba condicionada por el amor y condicionaba al amor. "Luz intelectual llena de amor - amor de lo verdadero pleno de alegría" -cantó Dante, que tradujo en poesía el concepto tomístico de inteligencia - bienaventuranza.

 

El pensamiento de Santo Tomás ha sido durante siglos la base de los estudios filosóficos y teológicos de los seminaristas, y gracias a León XIII y a Jacques Maritain ha vuelto a florecer en nuestros tiempos. Y tal vez particularmente actuales, más que las grandes Summae, son precisamente los Opúsculos teológico -pastorales y los Opúsculos espirituales.

 

Oración de San Tomás de Aquino

 

Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

 

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

 

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento ¡Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.

 

¡Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

miércoles, 22 de enero de 2025

CARDENAL SARAH


“Un proyecto diabólico contra la Misa en latín”

 

Robert Sarah

 

Brújula cotidiana, 22-1-25

 

El lunes 20 de enero, el Teatro Guanella de Milán ha acogido la presentación del último libro del cardenal Robert Sarah, “Dio esiste?” (Cantagalli), en el que el Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos responde a una serie de preguntas sobre la existencia y la presencia de Dios en nuestras vidas.

 

El acto ha sido organizado por la Brújula Cotidiana y por la Bussola Mensile. Publicamos a continuación amplios extractos de la lectio que el cardenal ha pronunciado en dicha ocasión.

 

***

 

La oración es una mirada silenciosa, contemplativa y amorosa dirigida hacia Dios. Orar es mirar a Dios y dejarse mirar por Dios. Así nos lo enseña el campesino de Ars. El Cura de Ars, asombrado de verle regularmente y todos los días de rodillas y en silencio ante el Santísimo Sacramento, le preguntó: “Amigo mío, ¿qué haces aquí?”. Y él respondió: “Je l'avise et il m'avise” (¡Yo le miro y Él me mira!).

 

El entonces cardenal Ratzinger, en la homilía de la Missa pro eligendo Romano Pontifice, dijo: “Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, se tacha a menudo de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse llevar ‘de aquí para allá por todos los vientos de la doctrina’, parece ser la única actitud acorde con los tiempos actuales. Se está configurando una dictadura del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como medida última el yo y sus apetencias. Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. Una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad no es adulta; adulta y madura es una fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo”. ¡Qué dramática actualidad tiene este texto del cardenal Joseph Ratzinger!

 

La tarea más urgente es recuperar el sentido de la adoración y de la postración con fe y asombro ante el misterio de Dios. Como los Magos que “se postraron adorándole”. La pérdida del valor religioso de arrodillarse y del sentido de adoración a Dios es el origen de todos los incendios y crisis que sacuden al mundo y a la Iglesia, de la inquietud e insatisfacción que vemos en nuestra sociedad. ¡Necesitamos adoradores! El mundo se muere por falta de adoradores. La Iglesia se está arideciendo porque le faltan adoradores. Este es el lugar primero y privilegiado del diálogo con Dios: el Sagrario, su presencia en medio de nosotros.

 

Por esta misma razón, la Santa Misa es como una cita necesaria y vital con Cristo. La Eucaristía es la fuente de la misión de la Iglesia; las celebraciones sagradas y hermosas para gloria de Dios y santificación del pueblo, son fundamentales para fomentar la confianza con Él, esa intimidad divina que anhela nuestra existencia. Por esto mismo, la Santa Misa celebrada en las lenguas nacionales no debe perder nunca el sentido de lo sagrado y no debe traicionar nunca la palabra del Señor Jesús. La Santa Misa no es una reunión social para celebrarnos a nosotros mismos y nuestras hazañas, no es un despliegue cultural, sino el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor que, desde hace siglos, la Iglesia siempre celebra. (...)

 

Somos inmensamente más dichosos que el profeta Isaías: él rogaba que Dios rasgara los cielos y descendiera (cf. Is 63,19), nosotros lo contemplamos en medio de nosotros. El rey David se preguntaba de dónde llegaría la ayuda (cf. Sal 121), nosotros sabemos que nuestra ayuda está en el Señor Jesús. Toda la tradición de la Iglesia enseña que Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, es el único salvador de la humanidad, y que en ningún otro hay salvación. Quien, fuera de los límites visibles del cristianismo, llega a la salvación, llega a ella siempre y sólo por los méritos de Cristo en la Cruz y no sin alguna mediación de la Iglesia.

 

Estas verdades centrales de la fe cristiana han sido reafirmadas recientemente (porque era evidente la necesidad de hacerlo) por dos documentos fundamentales: la Encíclica Redemptor hominis de san Juan Pablo II de marzo de 1978 y la Declaración Dominus Iesus del Jubileo del año 2000.

 

Son dos documentos fundamentales del Magisterio de la Iglesia: el primero es aquel con el que san Juan Pablo II abrió su propio pontificado, comprometiendo en él toda su credibilidad y la de la Iglesia -casi el programa del pontificado- y resumiendo lo que la propia Iglesia ha madurado a lo largo de los siglos, como conciencia de sí misma y de su propia tarea; el otro, emitido por la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Ratzinger, con la aprobación especial de San Juan Pablo II, representa el fundamento del diálogo ecuménico, en la verdad, porque sin verdad no puede haber diálogo. (...)

 

La Iglesia católica es “el lugar donde se encuentran todas las verdades”, escribió el gran Chesterton, hace casi cien años, descubriendo que la religión más antigua resulta ser sorprendentemente la más nueva, más nueva incluso que las llamadas nuevas religiones -como el protestantismo, el socialismo o el espiritualismo- porque, a diferencia de ellas, la tradición y la verdad católicas conservan intacta su validez desde hace dos mil años.

 

La respuesta a todas las preguntas que todo hombre se hace se encuentra en el cristianismo, la única respuesta posible a esa aspiración a lo Verdadero, a lo Bueno, a lo Bello, a lo Justo, que habita en el corazón de cada uno de nosotros, es Cristo. (...)

 

Habiendo abandonado a Dios, se ha impuesto la convicción de que el liberalismo moral conduce al progreso de la civilización. En cambio, la observación de la realidad muestra cómo este supuesto progreso es, en realidad, una decadencia moral y antropológica, una nueva forma de paganismo que ha desacralizado al hombre y sus relaciones: pretende incluso establecer quién tiene derecho a vivir, y pagan el precio los más frágiles: el hombre en el seno materno, los ancianos, los discapacitados y, por último, todos los abandonados, convencidos de que son una carga para la sociedad, para sus amigos e incluso para su propia familia.

 

La Iglesia, visceralmente preocupada por salvar al hombre integral en su cuerpo y en su alma, siempre ha tenido como prioridad la evangelización, la educación a través de las escuelas, y la salud humana abriendo dispensarios y hospitales. En esta defensa del hombre, de la sacralidad de su vida, no podemos permitir que los poderes de este mundo, tanto si se expresan como gobiernos nacionales o supranacionales (pensemos en la ONU y sus ramificaciones; en pactos militares de defensa que luego se convierten en ofensivos) dicten agendas utilitarias e inhumanas. Desconfiemos de la nueva ética globalista promovida por la ONU; ¡desconfiemos de la ideología de género! (...)

 

¿Por qué querer cambiar la propia naturaleza? ¿Por qué violarla manipulándola? ¿Por qué querer cambiar de sexo mutilando inútilmente un cuerpo creado, querido, por Dios? No debemos mutilarnos para realizarnos según nuestros sentimientos o tendencias, de un modo distinto al que Dios ha hecho de nosotros. Nos creó a su imagen y semejanza, varón y hembra nos creó (cf. Gn 1,27). Nos destruimos a nosotros mismos si queremos negar o rechazar haber nacido varón y mujer, decidiendo mutilar nuestra naturaleza de hombres o mujeres. Por el contrario, debemos entrar en la lógica de acoger la naturaleza, nuestra propia naturaleza, como un don, como un regalo gratuito del Creador que nos revela algún fragmento de su infinita sabiduría. (...)

 

La Eucaristía es el Sacramento más vital. Es la vida de nuestra vida. El don más precioso que hemos heredado. Y una herencia se conserva, ¡no se puede disipar!

 

“En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que era sagrado para las generaciones anteriores, sigue siendo sagrado y grande también para nosotros, y no se puede prohibir de repente o incluso juzgado perjudicial. Es bueno para todos nosotros conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde” (Benedicto XVI). Por todo esto, el hecho de que se plantee acabar definitivamente con la Misa tridentina tradicional, es decir, un rito que se remonta a san Gregorio Magno, una liturgia que tiene 1.600 años, una Misa que han celebrado tantos santos: san Padre Pío, san Felipe Neri, san Juan María Vianney (el Cura de Ars), san Francisco de Sales, san Josemaría Escrivá, etc. Y remontándonos hasta el Papa Gregorio Magno (590-604) e incluso hasta el Papa San Dámaso (366-384). Este proyecto, si es real, me parece un insulto a la historia de la Iglesia y a la Santa Tradición, un proyecto diabólico que querría romper con la Iglesia de Cristo, de los Apóstoles y de los Santos.

 

El Papa Benedicto XVI nos recuerda que “el Concilio Vaticano I no definió en absoluto al Papa como monarca absoluto, sino, al contrario, como garante de la obediencia a la Palabra transmitida: su autoridad está ligada a la tradición de la fe: esto vale también en el ámbito de la Liturgia. No está ‘hecha’ por un aparato burocrático. Incluso el Papa sólo puede ser un humilde servidor de su correcto desarrollo y de su permanente integridad e identidad... La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición”.EVENTO BRÚJULA COTIDIANA


El proyecto de cancelar la Misa Tridentina es “un insulto a la historia de la Iglesia”. Benedicto XVI ya recordó que “el Concilio Vaticano I no definió en absoluto al Papa como un monarca absoluto”. No al indiferentismo: “Quien llega a la salvación fuera de los límites visibles del cristianismo llega a ella siempre y sólo por los méritos de Cristo en la Cruz y no sin una cierta mediación de la Iglesia”. Éstas y otras son las palabras del cardenal Robert Sarah en la presentación, organizada por la Brújula Cotidiana, de su libro “Dio esiste?”.

 


jueves, 9 de enero de 2025

DESTITUCIONES Y ASCENSOS

 

 el Papa no puede actuar como gobernante absoluto

 

Luisella Scrosati

Brújula cotidiana, 09_01_2025

 

El despido de monseñor Rey y el nombramiento de sor Brambilla como prefecta, ambos por parte del Papa Francisco, violan las normas de la Iglesia y exigen reafirmar la naturaleza y los límites del poder papal. Porque la Iglesia está confiada al primado, no al capricho de Pedro.

 

El Papa “en virtud de su oficio, tiene potestad ordinaria suprema, plena, inmediata y universal sobre la Iglesia, potestad que siempre puede ejercer libremente” (Código de Derecho Canónico, canon 331). Suprema, plena, inmediata y universal: cuatro adjetivos que expresan la fe católica respecto al poder transmitido al sucesor del apóstol Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal. Ningún eventual abuso cometido por los elegidos para ejercer el primado petrino puede conducir al sacrificio, teórico o práctico, de esta verdad de fe.

 

Sin embargo, hay que cuidarse de entender esta potestad según los cánones del absolutismo o incluso del despotismo, como si se tratara de un poder ilimitado. La autoridad del Sumo Pontífice es verdaderamente plena y suprema porque está fundada por Cristo y ejercida como Vicario de Cristo; lo que significa que la plenitudo potestatis es por definición limitada, siempre que se entienda como una limitación no desde abajo, sino desde arriba. El Papa quien más tiene que mantenerse alejado de toda arbitrariedad, de todo capricho, para estar plenamente disponible a ejercer su función de vicario de Cristo, y no como siervo de su parecer personal o de las lógicas desviadas de este mundo. Por tanto, es el más vinculado de todos a lo que procede de la voluntad divina: la ley divina natural, la ley divina positiva, la constitución divina de la Iglesia, la salvación de las almas.

 

El poder del Papa tiene límites: ante esta verdad se derrumban tanto las delirantes olas absolutistas, que conciben la autoridad como libre de toda norma superior, como aquel relativismo y democratismo que ve en la autoridad del Papa la ejecución y representación de una vaga soberanía popular. Pero está claro que ante las nuevas decisiones del Papa Francisco es más urgente reiterar la primera parte del dilema, y en particular que el Papa puede actuar contra legem (humano), pero no contra iustitiam. Nos referimos, en particular, del nombramiento de sor Simona Brambilla como prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y de la “destitución” de monseñor Dominique Rey, obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon.

 

Ya se había establecido en la Constitución Apostólica Prædicate Evangelium que “cualquier fiel” podía “presidir un Dicasterio u Organismo, en atención a su particular competencia, gobierno y función” (II. 5). El cardenal Ghirlanda había justificado la novedad explicando que la presidencia de un órgano curial dependía directamente del poder conferido por el Sumo Pontífice, independientemente de haber recibido las órdenes sagradas. En el nombramiento del nuevo Prefecto, la potestas regimini aparece completamente independiente del sacramento del orden, señal de que la línea que el cardenal Ghirlanda venía desarrollando desde su tesis doctoral se ha consolidado durante este pontificado.

 

El punto en cuestión es importante. En efecto, la potestad de orden y la potestad de jurisdicción son distintas: la primera es conferida sacramentalmente para realizar actos sacramentales y no puede revocarse (aunque sí limitarse); la segunda es conferida por la Iglesia no sacramentalmente para realizar actos de gobierno y puede ser revocada. Tampoco es un misterio que algunos laicos que han recibido la facultad pueden realizar ciertos actos de gobierno, como los actos judiciales.

 

Sin embargo, el canon 129 § 1 sigue afirmando que “de la potestad de régimen, que existe en la Iglesia por institución divina, y que se llama también potestad de jurisdicción, son sujetos hábiles, conforme a la norma de las prescripciones del derecho, los sellados por el orden sagrado”. En una respuesta del 8 de febrero de 1977, la Congregación para la Doctrina de la Fe precisó que “dogmáticamente, los laicos sólo están excluidos de los oficios intrínsecamente jerárquicos, cuya capacidad está ligada a la recepción del sacramento del Orden”. Esto significa que la atribución de ciertos oficios jerárquicos a los laicos supondría una contradicción de la estructura jerárquica de la Iglesia, ya que surgen precisamente de la estructura jerárquica de la Iglesia, querida por el Señor mismo. La respuesta añadía que la determinación de cuáles son estos oficios “corresponde a los organismos instituidos ad hoc por la Santa Sede” y recomendaba también “la máxima prudencia para evitar la creación de una pastoral laical en competencia con el ministerio de los clérigos”. Huelga decir que esta determinación no es un acto arbitrario, sino el resultado de una adecuada investigación teológica.

 

Es legítimo preguntarse cuál de estos “institutos ad hoc” ha identificado estos oficios intrínsecamente jerárquicos y a través de qué documento se han dado a conocer. Del mismo modo, es legítimo preguntarse si el nombramiento de una monja como Prefecto de un importante Dicasterio, así como los nombramientos de mujeres laicas como delegadas episcopales, que de hecho ejercen todos los poderes de un vicario episcopal (ver aquí), no han alcanzado ya no sólo sino que han traspasado abundantemente la frontera de la competencia con el ministerio de los clérigos, ya que es incomprensible qué irresoluble y grave necesidad podría haber impulsado al Papa a nombrar a una “monja prefecta”, si no es para rendir homenaje a la ideología de la “ministerialidad” y del “feminismo católico”.

 

No menos desconcertante es la dimisión forzada de un obispo, monseñor Dominique Rey, que suena a todos los efectos como otra destitución injustificada. Monseñor Rey, tras ver suspendida su autoridad e incluso las ordenaciones sacerdotales y diaconales en su diócesis, prefirió aceptar la petición de renuncia del Papa Francisco a través del Nuncio, diferenciando así su situación de la de monseñor Joseph Strickland, que se negó a dimitir y forzó al Papa Francisco a destituirlo injustamente. Es probable que el obispo francés quisiera evitar represalias más graves contra la diócesis de Fréjus-Toulon y su clero. Una posible -y quizá deseable- negativa de Rey habría llevado muy probablemente al Papa a cometer un nuevo abuso de su autoridad, autoridad utilizada para cometer una injusticia.

 

Y aquí volvemos al punto de partida: el Papa no puede hacer lo que le venga en gana, no puede actuar contra el bien común, no puede destruir la Iglesia, no puede actuar contra la justicia. El hecho de que nadie en la Iglesia tenga el poder de juzgar al Papa reinante no significa que no se pueda y se deba juzgar su actuación o incluso resistirse a ella, si contradice las disposiciones divinas. Del mismo modo que es lícito y propio que quienes comparten con él el gobierno de la Iglesia le corrijan y amonesten. Puede desanimar el hecho de que la Iglesia no disponga de medios para destituir y castigar al Papa, pero hay que recordar siempre que la realidad de la Iglesia es completamente incomprensible fuera de una perspectiva de fe, la fe que llevó a santo Tomás a indicar el recurso a Dios como resolución eficaz de aquellas situaciones en las que no es posible apelar a un superior: “si no hay superior, que recurra a Dios, que lo corrige o lo quita de en medio” (Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, IV, d. 19, q. 2, a. 2, qc. 3, ad 2).

lunes, 6 de enero de 2025

DEL VIAJE EXTERIOR

 

 a la peregrinación interior, con los Magos

 

Discurso del papa Benedicto XVI a los jóvenes en Colonia, donde se encuentran las reliquias de los Reyes Magos, 20 de agosto de 2005.


Benedicto XVI

Brújula cotidiana,  06_01_2025

 

Queridos jóvenes:

 

En nuestra peregrinación con los misteriosos Magos de Oriente hemos llegado  al  momento  que  san  Mateo describe así en su evangelio:  "Entraron en la casa (sobre  la  que  se  había detenido la estrella), vieron al niño con María, y cayendo de rodillas lo adoraron" (Mt 2, 11). El camino exterior de aquellos hombres terminó. Llegaron a la meta. Pero en este punto comienza un nuevo camino para ellos, una peregrinación interior que cambia toda su vida. Porque seguramente se habían imaginado de modo diferente a este Rey recién nacido. Se habían detenido precisamente en Jerusalén para obtener del rey local información sobre el Rey prometido que había nacido. Sabían que el mundo estaba desordenado y por eso estaban inquietos.

 

Estaban convencidos de que Dios existía, y que era un Dios justo y bondadoso. Tal vez habían oído hablar también de las grandes profecías en las que los profetas de Israel habían anunciado un Rey que estaría en íntima armonía con Dios y que, en su nombre y de parte suya, restablecería el orden en el mundo. Se habían puesto en camino para encontrar a este Rey; en lo más hondo de su ser buscaban el derecho, la justicia que debía venir de Dios, y querían servir a ese Rey, postrarse a sus pies, y así servir también ellos a la renovación del mundo. Eran de esas personas que "tienen hambre y sed de justicia" (Mt 5, 6). Un hambre y sed que les llevó a emprender el camino; se hicieron peregrinos para alcanzar la justicia que esperaban de Dios y para ponerse a su servicio.

 

Aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores, en realidad eran seres con los pies en tierra, y sabían que para cambiar el mundo hace falta disponer de poder. Por eso, no podían buscar al niño de la promesa sino en el palacio del Rey. No obstante, ahora se postran ante una criatura de gente pobre, y pronto se enterarán de que Herodes —el rey al que habían acudido— le acechaba con su poder, de modo que a la familia no le quedaba otra opción que la fuga y el exilio. El nuevo Rey ante el que se postraron en adoración era muy diferente de lo que se esperaban. Debían, pues, aprender que Dios es diverso de como acostumbramos a imaginarlo.

 

Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se postraron ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero debían aún interiorizar estos gozosos gestos.

 

Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y así cambiar también ellos mismos. Ahora habían visto:  el poder de Dios es diferente del poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerlo también a él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26, 53). Al poder estridente y prepotente de este mundo, él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz —y después siempre en la historia— sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el estilo de Dios.

 

Habían venido para ponerse al servicio de este Rey, para modelar su majestad sobre la suya. Este era el sentido de su gesto de acatamiento, de su adoración. Una adoración que comprendía también sus presentes —oro, incienso y mirra—, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a él a la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos:  un don menor que este es poco para este Rey. Aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia. Ya no se preguntarán:  ¿Para qué me sirve esto? Se preguntarán más bien:  ¿Cómo puedo contribuir a que Dios esté presente en el mundo? Tienen que aprender a perderse a sí mismos y, precisamente así, a encontrarse. Al salir de Jerusalén, han de permanecer tras las huellas del verdadero Rey, en el seguimiento de Jesús.

 

Queridos amigos, podemos preguntarnos lo que todo esto significa para nosotros. Pues lo que acabamos de decir sobre la naturaleza diversa de Dios, que ha de orientar nuestra vida, suena bien, pero queda algo vago y difuminado. Por eso Dios nos ha dado ejemplos. Los Magos que vienen de Oriente son sólo los primeros de una larga lista de hombres y mujeres que en su vida han buscado constantemente con los ojos la estrella de Dios, que han buscado al Dios que está cerca de nosotros, seres humanos, y que nos indica el camino.

 

Es la muchedumbre de los santos —conocidos o desconocidos— mediante los cuales el Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el Evangelio, hojeando sus páginas; y lo está haciendo todavía. En sus vidas se revela la riqueza del Evangelio como en un gran libro ilustrado. Son la estela luminosa que Dios ha dejado en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún. Mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, que está aquí con nosotros en este momento, beatificó y canonizó a un gran número de personas, tanto de tiempos recientes como lejanos. Con estos ejemplos quiso demostrarnos cómo se consigue ser cristianos; cómo se logra llevar una vida del modo justo, cómo se vive a la manera de Dios. Los beatos y los santos han sido personas que no han buscado obstinadamente su propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo.

 

De este modo, nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas. En las vicisitudes de la historia, han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han elevado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar —tal vez en el dolor— la palabra de Dios al terminar la obra de la creación:  "Y era muy bueno". Basta pensar en figuras como san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo; en los fundadores de las órdenes religiosas del siglo XIX, que animaron y orientaron el movimiento social; o en los santos de nuestro tiempo:  Maximiliano Kolbe, Edith Stein, madre Teresa, padre Pío. Contemplando estas figuras comprendemos lo que significa "adorar" y lo que quiere decir vivir a medida del Niño de Belén, a medida de Jesucristo y de Dios mismo.

 

Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún:  sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?

 

Queridos amigos, permitidme que añada sólo dos breves ideas. Muchos hablan de Dios; en el nombre de Dios se predica también el odio y se practica la violencia. Por tanto, es importante descubrir el verdadero rostro de Dios. Los Magos de Oriente lo encontraron cuando se postraron ante el niño de Belén. "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre", dijo Jesús a Felipe (Jn 14, 9). En Jesucristo, que por nosotros permitió que su corazón fuera traspasado, se ha manifestado el verdadero rostro de Dios. Lo seguiremos junto con la muchedumbre de los que nos han precedido. Entonces iremos por el camino justo.

 

Esto significa que no nos construimos un Dios privado, un Jesús privado, sino que creemos y  nos postramos ante el Jesús que nos muestran las sagradas Escrituras, y que en la gran comunidad de fieles llamada Iglesia se manifiesta viviente, siempre con nosotros y al mismo tiempo siempre ante nosotros. Se puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo dijo:  es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña. El Papa Juan Pablo II, que nos mostró el verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos beatos y santos que proclamó, también pidió perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres de la Iglesia. De este modo, también a nosotros nos ha hecho ver nuestra verdadera imagen, y nos ha exhortado a entrar, con todos nuestros defectos y debilidades, en la muchedumbre de los santos que comenzó a formarse con los Magos de Oriente. En el fondo, consuela que exista la cizaña en la Iglesia. Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores.

 

La Iglesia es como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de Dios, mediante la cual él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones. Por eso nos alegramos de pertenecer a esta gran familia que vemos aquí; de tener hermanos y amigos en todo el mundo. Justo aquí, en Colonia, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el futuro de  todas  las  partes de la tierra. En esta gran comitiva de peregrinos, caminamos junto con Cristo, caminamos con la estrella que ilumina la historia.

 

"Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron" (Mt 2, 11). Queridos amigos, esta no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo (cf. Jn 12, 24). Está presente, como entonces en Belén. Y nos invita a la peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación, y pidámosle a él que nos guíe.

 

Amén.